REFLEXIONES


1. INTOLERANCIA IMPACIENCIA
La prensa se ha hecho eco y con tintes alarmistas. Crece y se exaspera la intolerancia. Primero fue la condena a muerte contra el escondido autor de "Versos satánicos". Luego los problemas étnicos en algunas repúblicas soviéticas o yugoslavas. Ahora se habla del resurgir de grupos reaccionarios, del recrudecimiento racista en EE.UU., de brotes de xenofobia contra colectivos inmigrantes, de profanación de tumbas judías, de intentos de linchamiento contra tal o cual inculpado -¡presuntamente inculpado!-. Y eso no son más que las puntas emergentes de los grandes icebergs que flotan en las aparentemente tranquilas aguas de nuestro mundo plural. Plural, sí; no pluralista, que todavía falta mucho para aprender un respeto a los distintos.

Pero hay también otros síntomas, menos periodísticos tal vez, pero más frecuentes y arraigados, que pueden dar al traste con el pluralismo y fragmentar el mundo en mil reinos taifas, sin orden ni concierto, lo que sería la vuelta al caos. Me refiero a la intolerancia -¡de intolerancia se trata!- que bulle en caldo de cultivo en toda esa sarta de improperios, descalificaciones, insultos y palabras gruesas con que rechazamos a los otros.

Con frecuencia, con tanta frecuencia como precipitación, juzgamos a los demás, no por lo que son, sino por lo que fueron, colgándoles a la espalda su pasado y sin permitirles un cambio, una mejoría o ruta distinta. Así les colgamos el sambenito "de lo que sea" y los ejecutamos simbólica y aun realmente, negándoles en adelante el pan y la sal. Y eso es malo. Porque poner etiquetas a la gente no es más que echarles en cara nuestros prejuicios y denunciar en los otros lo que nos corroe a nosotros por dentro. El intolerante jamás tolera en los demás lo que él no aguanta, pero no puede evitar, en sí mismo.

La intolerancia nace de una visión maniquea del mundo. La humanidad se divide en buenos y malos (blancos y negros, hombres y mujeres, etc.). Los míos y yo pertenecemos a los buenos, tú y todos los demás os contáis entre los malos. Y así, sin más razón que ese prejuicio insensato del fanático, no se escucha a los otros, ni se les mira, ni se les dirige la palabra. No vale la pena. La intolerancia es como una especie de daltonismo social, que no sabe distinguir los colores ni sus matices. Todo resulta blanco o negro. Y no se cae en la cuenta de que todos estamos en la zona gris. Pues aunque es verdad que hay trigo y cizaña, lo cierto es que nadie es trigo limpio.

Nada más útil para aprender la intolerancia y mejorar su práctica que darse una vuelta por el propio campo para ver cómo crecen juntos trigo y cizaña. Porque es ahí, en la conciencia de nuestros propios yerros, donde podemos empezar a comprender los yerros de los otros. Y comprender, o tratar de hacerlo, ya es una manera de prepararse para ser tolerantes. La intolerancia, en efecto, es paciencia, o sea, capacidad de encajar las dificultades que me ocasionan los otros, por ser otros (y no como yo, claro). Dificultades que, por lo general, no suelen ser mayores que las que yo les ocasiono con mis diferencias.

La tolerancia es también humildad, pero en el sentido genuino de saber valorar lo que somos y valemos y, en consecuencia, lo que no somos y para lo que no valemos. Ahí podemos empezar a calibrar que también los otros pueden tener razón, siquiera en aquello en lo que nosotros no la tenemos. Es más cómodo creer en las propias razones, pero así es muy fácil engañarse con apariencias o "sinrazones".

La tolerancia debe nacer del respeto a los otros y del respeto a que sean otros, o sea, como son. Precisamente las diferencias de los demás ponen en juego las mías y las de los míos. Y así es como se puede construir un sistema de convivencia, distinto de la mera coexistencia o yuxtaposición de seres humanos o pueblos, que sería una fatalidad. Pero respetar al otro nada tiene que ver con la indiferencia o con el pasar de todos. El respeto debe ser siempre proximidad. Porque hace falta que entren en debate nuestras diferencias para llegar juntos a un consenso, un acuerdo, una conclusión.

El pluralismo es o debe ser la actitud consecuente a la pluralidad. Y esta actitud supone que cada cual tenemos nuestras propias convicciones, pero tan cuestionadas por la existencia de los otros que necesariamente tenemos que entablar diálogo con todos, para no comulgar con ruedas de molino.

LUIS G. BETES
DABAR 1990/38


2. RD/QUÉ-ES

-El Reino de Dios es un acontecimiento.

El Reino de Dios se parece a una red que se echa en el mar y recoge de toda clase de peces y cuando está llena la sacan a la orilla... El Reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y por la alegría que le da, va y vende todo lo que tiene... Se parece a un grano de mostaza que un hombre recogió y sembró en un campo... Se parece a la levadura que una mujer cogió y amasó con tres medidas de harina... El Reino de Dios se parece... se parece siempre a un suceso. Porque el Reino de Dios no es un lugar, ni una cosa, ni una organización imponente. Por eso el Reino de Dios no está circunscrito geográficamente, ni institucionalmente, ni siquiera puede decirse con precisión que la Iglesia sea el Reino de Dios.

El Reino de Dios es un acontecimiento, es algo que sucede en cualquier parte dentro de este mundo. Para entrar en él no es necesario cambiar de profesión, ni salirse de un lugar, ni abandonar el mundo. Lo único que hace falta es cambiar la vida, porque el Reino de Dios es una vida nueva. El principio de esta vida está en Dios. Él tiene la iniciativa.

Fijaos en las parábolas. Ningún sembrador puede sembrar sin simiente. Ninguna mujer puede amasar sin levadura. En todas las parábolas se aprecia ese carácter de acontecimiento del Reino de Dios y la necesidad de que este acontecimiento esté provocado en el mundo por la gracia de Dios. La simiente es la palabra de Dios, ¿y qué otra cosa es la levadura que el mismo Hijo de Dios hecho carne que habita entre nosotros? Cristo es el pan vivo bajado del cielo. Cristo es el grano de trigo que se pudre y resucita para dar mucho fruto. Cristo es el principio y el origen de ese acontecimiento que llamamos Reino de Dios. A partir de Xto, algo pasa en el mundo, aunque nadie lo note, porque el Reino de Dios acontece en el silencio. En el silencio de la cruz, en el silencio de la semilla que se pudre, en el silencio de la levadura que fermenta la masa.

I/RD: La Iglesia es la señal visible del Reino de Dios y la encargada de su proclamación en el mundo. Muchas cosas de la vida humana no son únicamente cosas de la vida humana, sino cosas del Reino de Dios: donde hay un hombre que vive para los demás, donde hay un hombre que defiende la justicia, donde hay una mujer sacrificada, un enfermo que sufre con esperanza, un joven que busca la verdad, que busca un camino, un anciano que mira con serenidad el futuro, un gobernante que reconoce sus yerros... allí no pasan solamente cosas de la vida; allí acontece el Reino de Dios. Y no sólo para estas personas, sino para todos los hombres, porque este suceso que llamamos Reino de Dios es una fuerza expansiva, es una vida que contagia.

EUCARISTÍA 1987/34


3. A/PACIENCIA: EL VERO AMOR ES SIEMPRE PACIENTE PORQUE RESPETA POR COMPLETO AL OTRO EN SU PROPIA ALTERIDAD. A/PERDON  /Lc/23/34 

Jesús inaugura el Reino de los últimos tiempos. Pero lejos de aparecer con el brillo de un Juez que distingue a los buenos de los malos, se presenta como el pastor universal. Ante todo, ha venido para salvar a los pecadores, e invita a todos los hombres a que se reconozcan como tales. No excluye a nadie del Reino.

Todos son llamados, todos pueden entrar. Por la actitud que mantiene durante toda su vida, Xto encarna la paciencia divina con respecto a los pecadores. Ningún pecado priva al hombre del poder misericordioso del Padre. La voluntad divina de perdón es ilimitada. El secreto de esta paciencia de Jesús es el amor. Jesús ama al Padre con el mismo amor que Él es amado, porque Él es el Hijo.

Cuando se dirige a los hombres, los ama con el mismo amor con que los ama el Padre. Por su naturaleza, este amor es universal.

Veamos ahora por qué encuentra en la paciencia una de las mejores expresiones de Sí mismo.

El amor invita al diálogo, a la reciprocidad perfecta. Para Xto, amar a los hombres es invitarlos a dar una respuesta de amigos, pero libremente, con un respeto infinito a lo que son. Una respuesta libre, de compañeros en el amor, exige tiempo, porque es una respuesta única e irreducible a ninguna otra. Esta respuesta se va dando poco a poco y además su gestión constituye una verdadera aventura espiritual, en la que los más adelantados conviven con los más retrasados; el don de sí mismo con el repliegue sobre sí mismo. El amor con que Xto ama a los hombres puede calificarse de amor paciente, porque respeta por completo a los demás en su propia alteridad.

Pero todavía hay algo más que decir. Para Jesús amar a los hombres es amarlos hasta en su pecado, hasta cuando rechazan los designios que Dios tiene sobre ellos. El pecado de los hombres es el que ha llevado a Xto a la cruz. Pero la mayor prueba de amor es la de dar la vida por aquellos a quienes se ama. Hasta el mismo momento en que el pecado del hombre conduce a Jesús a la muerte, todavía entonces persiste el amor, se hace todavía más grande y se afirma victorioso. Por eso, durante su Pasión fue cuando la paciencia de Jesús se reveló en toda su plenitud. En el momento supremo en que los designios divinos parecen estar abocados al fracaso por la actitud de los hombres, el amor se hace completamente misericordioso: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Jesús ha amado a los hombres hasta el fin.

La paciencia de Jesús produce escándalo, porque da testimonio de un amor a Dios y a los hombres basado en el desprendimiento total de Sí mismo. Aceptar los lazos de amor que propone Jesús a los hombres supone a su vez que se acepte esta exigencia de pobreza radical. Pero el hombre teme despojarse de todo, porque le da la impresión de que lo pierde todo. Jesús nos invita a perderlo todo, para ganarlo todo, cuando nos revela, con su vida y con su muerte, el misterio de la paciencia divina.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 189


4.

Con mucha frecuencia, con excesiva ligereza y precipitación, juzgamos a los otros por lo que fueron o hicieron en otro tiempo, sin tener en cuenta ni valorar lo que son y hacen ahora.

Descalificamos su presente por su pasado, negándoles el derecho a la vida y al futuro. Les ponemos una etiqueta y los ejecutamos simbólica y aún realmente.

Facha, fascista, terrorista son las etiquetas más utilizadas por unos que, a su vez, son etiquetados por los otros de rojos, revolucionarios y terroristas.

Esta malsana manía de etiquetar al otro no es sino fruto de nuestros prejuicios, de la precipitación y, en definitiva, de la intolerancia. Pues tan intolerante es el intolerante, como el que lo etiqueta de intolerante.

Poner etiquetas a la gente es encasillarla, encarcelarla en la prisión de nuestros prejuicios, privarla de la libertad que tiene para cambiar y poder ser de otra manera. Es, en última instancia, liquidarla; pues en adelante no se cuenta con ella, ni se le escucha, ni se le tiene en cuenta.

La intransigencia conduce inexorablemente a la violencia, al terrorismo y al golpismo que nos envuelve. La situación es grave.

Por eso necesitamos calma. La precipitación sólo puede llevar a cometer errores y horrores lamentables e irreparables. Por eso, no es momento de renunciar a la razón y a la calma, pues caeremos en manos de la pasión. No se puede prescindir que se haga la justicia en los juicios, dedicándose cada cual a linchar a los demás por meros prejuicios. Y es grave y alarmante la facilidad y la ligereza con que se juzga antes de tiempo los hechos y las personas. Es alarmante el coro de los que apelan a la restauración de la pena de muerte como procedimiento expeditivo para limpiar la sociedad de indeseables. Es alarmante el ruido con que se orquesta el recurso a medidas represivas para controlar la situación y restablecer el orden. Matando no se acaba con la violencia y, por supuesto, el mejor medio de proteger la libertad no es precisamente el de recortarla.

EUCARISTÍA 1981/34


5.

Nuestro esfuerzo debe estar en confiar y trabajar por el crecimiento de la buena semilla, de la levadura. Aquel cristiano tan evangélico que fue Juan XXIII captó perfectamente esta enseñanza de JC cuando decía: "Me dicen que en el mundo hay mucho mal y que yo soy un ingenuo al valorar lo que hay de bueno. Es que, como he aprendido del Señor, prefiero insistir en el sí más que en el no.


6.

La intolerancia, que siempre suele ejercerse frente y contra los demás, no es sino la otra cara de la tolerancia con nosotros mismos y con los nuestros. La intolerancia viene a ser un mecanismo de defensa psicológico frente al otro, y sociológico contra los otros. Se suele ser intolerante, por ejemplo, frente a la violencia de los otros, en la misma medida que se es indulgente respecto del terrorismo de los nuestros. Y así resulta sorprendente la sagacidad con que se detectan infiltraciones comunistas o heréticas en los pequeños grupos creyentes, cuando ni se ven ni se quieren ver verdaderos movimientos reaccionarios e integristas erosionando las instituciones eclesiásticas.

En cambio, la tolerancia frente a los otros nace de la intransigencia para con nosotros mismos y con los nuestros.

Porque sólo la convicción de nuestros propios yerros y deficiencias -y de las de los nuestros- puede situarnos en condiciones de valorar las deficiencias ajenas, apreciar sus esfuerzos y respetar sus aportaciones. La tolerancia es en primer lugar paciencia, es decir, capacidad para encajar las dificultades que me ocasionan los otros (que no son mayores de las que yo y los míos les ocasionamos a ellos).

La tolerancia es, además, valoración. No es posible vivir en el cómodo convencimiento de que lo mío y lo de los míos es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad; porque lo de los otros es el error, todo el error, y nada más que error. Los otros pueden pensar lo mismo.

La tolerancia es, en tercer lugar, respeto; respeto a los demás y a sus diferencias, que son las que ponen en juego las nuestras, para construir entre todos el único sistema posible de convivencia, que nada tiene que ver con la coexistencia de pueblos; pero respeto también y sobre todo a Dios, cuyo es el juicio. La intolerancia es siempre síntoma de endiosamiento; sobre todo, cuando el intolerante pretende usurpar el puesto de Dios, para defender a Dios en nombre de Dios. ¿Qué "dios" es ése que necesita que los hombres le defiendan?

EUCARISTÍA 1975/41


7.

"Llegado el momento, los hombres realmente malos son tan escasos como los hombres realmente buenos".

BERNARD SHAW


8.

- EL REINO CRECE

Hoy continuamos la lectura de las parábolas que incluye el capítulo 13 de san Mateo. En el presente domingo hallamos la del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura en la masa. De las tres, la primera es la que más atención pide, no sólo por ser la más larga y aparecer en primer lugar, sino también porque -como ya sucedió con la del sembrador- Jesús explica su significado a los discípulos al final del fragmento que hoy leemos.

El acento de estas parábolas de hoy radica en el crecimiento del Reino: "Dejadlos crecer juntos". A diferencia del domingo pasado, no aparece alusión alguna a las respuestas diferentes que la "tierra" puede dar a la palabra "sembrada". El Reino crece, sea como sea. Nada lo puede frenar. Incluso crece en el mismo lugar donde el Maligno ha sembrado mala semilla. Es decir, crece en todas partes: "los del Reino" viven en los mismos lugares donde viven "los del Maligno".

La parábola del trigo y la cizaña añade a todo esto una dimensión más, que queda reforzada por la primera lectura. Dios "da lugar al arrepentimiento". La cizaña no es arrancada a la primera. Dios tiene la paciencia de esperar a que crezca el trigo. Sólo al final todo quedará definido, quedará claro quién es cada uno. De momento, todo está en camino, nada es totalmente claro. Por tanto, los perfeccionistas y puritanos no son los consejeros que Dios quiere: "¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: No". Otro aspecto que aparece en las tres parábolas es el de la plenitud del Reino: "Entonces los justos brillarán como el sol"; "se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas"; "...y basta para que todo fermente".

- EL ESPfRITU DE DIOS ES LA FUERZA DEL CRECIMIENTO

Si el Reino crece pase lo que pase es porque ese crecimiento está producido por la fuerza del Espíritu. San Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos recuerda que el "Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad". Por nosotros mismos "no sabríamos pedir lo que nos conviene". No podríamos crecer. O arrancaríamos lo que es del Reino, con la intención de hacerlo crecer, junto con lo que es del Maligno. La fuerza del Espíritu, su luz, es lo que nos ayuda a actuar y a discernir.

- PENSANDO EN LA HOMILIA

La parábola del trigo y la cizaña es ocasión para referirse a la vida de la comunidad en la que se mezclan, continuamente, el bien y el mal, el evangelio y el pecado: injusticias, explotaciones, envidias, etc. se mezclan con actos de generosidad, de amor, de justicia etc. Una realidad ambigua y mediocre, normalmente, pero en ella crece el Reino. Será oportuno comentarla con una intención clara: descubrir el Reino para potenciarlo. Por tanto, no favorecer nada que ayude a contentarnos en la mediocridad. Pero sí que ayude a asumir que vivimos en una mezcla y que podemos avanzar y crecer. De hecho, es imposible crecer de otro modo, ni podemos buscar el Reino en ningún otro lugar que en esta realidad. No hemos de olvidar que la homilía debe aplicar la Palabra de Dios a la vida de la gente; y que en cada lagar hay una vida propia; por tanto la aplicación a la vida concreta debe hacerla cada predicador, nunca puede hacerse desde estas páginas.

Otro punto que podemos comentar es el del puritanismo, antes mencionado. Podemos citar aquellos aspectos de puritanismo y de intolerancia que hay en la vida de la comunidad. Fácilmente se dan actitudes de este tipo en todos los colectivos, por sanos que intenten ser. Encarados a un ideal, todos tenemos la tentación de pensar que unos ya lo hemos alcanzado, y otros están lejos. Es bueno destacar que Jesús constata que todos estamos en camino, absolutamente todos. Y que, sin dejar de ser exigentes, debemos poner los medios para avanzar juntos; soportando también juntos el peso de las mediocridades de todos.

JOSEP M. ROMAGUERA
MISA DOMINICAL 1999/10 7-8