31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XV - CICLO C
7-12

 

7.

Afirma un crítico erudito que la pregunta hecha por Jesús al escriba no recae sobre la lectura que este escriba pudiera hacer, a su antojo, del texto mosaico, sino sobre la recitación del célebre: "Escucha, Israel..." (Dt 6, 5), a la que ha de consagrarse, mañana y noche, en su oración. "Vinculado a la oración de la mañana y de la noche es como hay que entender Lc 10, 26. Cuando Jesús pregunta al escriba, y éste le responde con el mandamiento del amor a Dios enunciado en el Deuteronomio (6, 5), no hay que traducir; "¿cómo lees tú?", sino "¿cómo recitas tú?". Jesús supone que la recitación diaria de la confesión de fe es una costumbre general y que cae por su propio peso".

Y así, Jesús responde al escriba que quiere "tener la vida", remitiéndole a la oración diaria, donde encontrará la formulación de lo que debe hacer para alcanzar su objetivo. Es interesante, y por otro lado muy conforme con la doctrina de Lucas sobre la oración, ver en las palabras de Jesús una invitación a remitirse a la oración para descubrir el modo mejor de comportarse en relación a Dios y al prójimo. En el relato siguiente, referente a Marta y María, se lee a veces que Jesús establece una oposición entre el servir a la mesa, al prójimo, y la escucha de la Palabra, que no es otra cosa que la oración. Sea lo que fuere de este comentario, se ve que, en su conversación con el escriba, Jesús remite a la oración, a la Palabra que es su instrumento, a fin de descubrir todas las exigencias del amor a Dios y al prójimo. El amor, prolongación de la oración, despliegue de la lectura de la Palabra: tal es el sentido de nuestro párrafo.

No menos interesante es señalar que el texto de hoy comprende dos etapas: una lectura del Antiguo Testamento, y a continuación un comentario original de Jesús. A Lucas le gusta presentar a la comunidad cristiana refiriéndose al Antiguo Testamento en primer término, y después a la palabra de Jesús para entender su propia vida (Hech 4, 25-28). Aquí la parábola del Buen Samaritano viene como comentario del antiguo precepto del amor; precepto antiguo que no puede entenderse a partir de ahora fuera del comentario que Jesús hace. Resulta intencionado que sea un escriba el que introduce este comentario de Jesús destinado a comunicar una mejor interpretación del Deuteronomio.

Es cierto que el escriba hace hablar a Jesús para ponerlo a prueba. Hay una gran diferencia con la actitud de María, cuyo elogio es inmediato; María es perfectamente receptiva ante la palabra de Jesús; no se la ve desviada de esta escucha ni por deseo alguno mezquino, a la manera del escriba, ni por la solicitud de cosas secundarias, contrariamente a Marta.

Del cotejo de diversas palabras del texto obtenemos otras aclaraciones. El escriba se preocupa de "vivir" y Jesús, a su preocupación sobre "¿Qué tengo que hacer para heredar la vida?", le responde: "Haz esto y tendrás la Vida". La parábola, que viene a afinar esta respuesta, parte de la aventura de un hombre abandonado "medio muerto", al que el héroe principal, el Samaritano, presta sus cuidados. Diríase que no es posible "encontrar la vida" de otra forma que sosteniéndola en aquellos en quienes se ve amenazada.

SAMARITANO/MDA: La conclusión de la parábola usa el término "misericordia".

El Samaritano "practicó la misericordia" con aquel hombre, dice el texto. El término es la palabra-maestra de los cánticos lucanos, el Magnificat y el Benedictus, mientras que no vuelve a encontrarse en el tercer evangelio. En esos dos poemas expresa el actuar de Dios. La relación entre tales textos resulta, por lo tanto, interesante. "Se porta como prójimo" de una persona desgraciada, se demuestra próximo a los hombres todo el que practica la misericordia, todo el que actúa a la manera de Dios, que es el primero que obra con misericordia, que se hace próximo a los hombres.

"¿A los hombres?", pero la parábola habla de un hombre... El cambio de número, hecho a propósito, introduce una lectura de la parábola que justifica una nueva relación de términos: el Samaritano "se movió a compasión", al igual que otros dos personajes que son únicos en esto en el libro de Lucas: el padre del Pródigo, que ve a su hijo volver a casa (15, 20) y Jesús ante la viuda desconsolada de Naím (7, 13). El rasgo lleva, pues, a relacionar a Jesús con el héroe de nuestra palabra, el Samaritano.

Esta relación la establecieron ya, y hace mucho tiempo, los Padres de la Iglesia; citemos algunos textos.

De Orígenes: "el hombre que baja es Adán; Jerusalén, el Paraíso; Jericó, el mundo; los bandidos, las fuerzas enemigas; el sacerdote, la Ley; el Levita, los profetas; el Samaritano, Cristo; las heridas, el instinto de desobediencia; la posada, la Iglesia que recibe a los que quieren entrar. En cuanto a la vuelta del Samaritano, es figura de la segunda venida del Señor".

De san Ireneo: "El Señor ha confiado al Espíritu Santo al hombre que es suyo, ese hombre caído en manos de los bandidos del que ha tenido compasión, cuyas heridas ha vendado, entregando dos denarios reales para que nosotros mismos, habiendo recibido el Espíritu, la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo hagamos fructificar el denario que nos es confiado".

De san Clemente de Alejandría: "¿Quién es el Buen Samaritano sino el Salvador? ¿Quién ha tenido más compasión de nosotros que él?, nosotros a quienes los poderes de este mundo de tinieblas habían matado con sus golpes poco a poco, con sus temores, deseos, cóleras, penas, mentiras, placeres. El es quien ha derramado sobre nuestras almas heridas el vino, la sangre de la viña de David; él quien ha suministrado con abundancia el aceite, piedad misericordiosa del Padre; él quien ha puesto a los ángeles, los principados y las potestades para servirnos".

La parábola del Samaritano... camino para un mejor conocimiento de la vida cristiana, indudablemente, y, por qué no también camino para un conocimiento más profundo de Jesucristo.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 204


8. A-H/COMPROMISO 

Al comenzar el curso nos planteamos el modo con el cual hemos de pasear por nuestro mundo. Al planteárnoslo desde la fe, experimentamos que es verdadera aquella fe que se manifiesta como práctica realizadora del amor eficaz, aquélla que sabe dar el paso de una actitud de entrega ilimitada a Dios, a una actitud de entrega como servicio a los hermanos, como solidaridad en las necesidades, como construcción de relaciones fraternas y justas entre los hombres.

No es de extrañar que Jesucristo cuando quiere programar la vida de cada discípulo y de la Iglesia les diga la parábola del samaritano (Lc 10, 30-37). Desde ese programa queremos empezar el curso. De nada valdría que cumpliésemos este plan, si las actitudes radicales desde donde las realizamos no proceden de "pasear" como el "buen samaritano".

-Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó.

Todos los hombres que vienen a este mundo entran en este camino de Jerusalén a Jericó, que es el camino de nuestra propia historia. Pero la entrada a este camino se puede hacer de formas muy distintas. Vamos a entrar tú y yo -que creemos y que somos discípulos de Jesucristo- y observemos lo que nos encontramos.

Naturalmente la observación la realizamos desde una atalaya: desde la fe. ¿Qué es lo que vemos? Cojamos cualquier periódico o escuchemos las noticias. Contemplamos a unos hombres amenazados por sus propios inventos, encerrados en sí mismos, que se ponen en contacto con todo lo que les rodea, no como dueños y custodios inteligentes y nobles, sino como exploradores y destructores. El progreso al que ha llegado el hombre, nos hace descubrir y valorar su grandeza. Al observar nuestro camino y en él a los hombres que "pasean", vemos que han progresado mucho, pero a la vez los observamos con grandes y graves amenazas entre ellos, fruto del mismo progreso.

Para hacer algo importante en el camino, hay que "bajar de Jerusalén a Jericó", es decir, hay que bajar de la ciudad de Dios a la ciudad terrena, hay que bajar llevando a Dios y su propia experiencia a los hombres. No vale hacerlo de cualquier forma.

Hay que bajar como lo hizo Cristo que presentó en medio de los hombres la condición divina de Dios. Cada creyente, cada discípulo debe bajar de Jerusalén a Jericó. Debe hacer presente en medio de los hombres la realidad de Dios.

SOLIDARIDAD/ENC: Nuestra gran tarea es dar testimonio de Dios. Y la hemos de realizar en el camino y con las actitudes de Jesucristo y con su misma radicalidad: desde la experiencia de un Dios Padre, que se hace cercano al hombre y se deja comprender por el hombre. Un Dios que se hace tan cercano en Jesucristo que los hombres a veces ni se enteran de su paso en medio de ellos. Un Dios que se identifica totalmente con los hombres, con todos los hombres, es más, se hace el último para identificarse con todos. Un Dios que realiza un "desclasamiento" nace en un "pesebre", en lo más bajo, para identificarse con todos.

Este Dios que se nos revela en Jesucristo, pasó por la vida haciendo el bien. No tuvo otra tarea mientras estuvo aquí entre nosotros que hacer el bien, consideró a los demás como superiores a sí mismo; valoró a todos de tal modo, que quien de verdad se acercaba a El descubría en su propia realidad la presencia de Dios.

Esta tarea de hacer el bien no debe llevar las consecuencias que tuvo para Jesucristo en su propia existencia: la muerte. El murió crucificado por amor, dio la vida, la entregó por los demás y nos hace comprender que el modo de acercarse Dios a la vida no es como hacemos los hombres, desde los poderes de este mundo.

Jesucristo lo realiza desde el amor misericordioso de Dios para con los hombres. Dios, que es puro amor, no puede utilizar otras fuerzas para cambiar la realidad más que ese mismo amor.

-Quien bajaba era un hombre.

En el camino hay muchas cosas pero lo más importante es el hombre que está en él. Todas las cosas que hay en el camino son de Dios, las hizo El, pero el hombre es el centro de todo, es imagen de Dios, impronta de Dios. El hombre en el camino debe tomar conciencia de que es una realidad de Dios, pues ha sido creado por El. Y esta toma de conciencia le debe hacer descubrir que esta realidad la tienen todos los hombres. El que ha de bajar por el camino es el hombre. Pero el hombre revelado y hecho historia por Jesucristo.

Es a este hombre-Dios, a quien tenemos que seguir para que nuestra bajada por el camino sea verdadera y con hondura, y al que debemos seguir para hacer posible que todos los hombres bajen de la misma manera.

Para darnos cuenta de que quien baja es un hombre, solamente hay una posibilidad: vivir desde el amor mismo de Dios. Ya que es ese amor el que revela al hombre su grandeza y su pequeñez, su hondura y al mismo tiempo su falta de contenido, sus posibilidades y sus limitaciones. El hombre que no se abre al amor de Dios pasa por la vida sin comprenderse a sí mismo. En Jesucristo, se nos revela la dimensión humana del misterio de la Redención: ahí encuentra el hombre su grandeza, su dignidad y el valor propio de su humanidad. El hombre que quiere comprenderse a sí mismo debe acercarse a Jesucristo. De ahí la gran tarea en el camino: acercarme yo y acercar a los demás al Señor. No hay un antes y un después, lo hemos de realizar a la vez. No hemos de poner dicotomías. Es así como se manifestó Jesucristo. Desde su comunión con el Padre vivida en referencia a todos los hombres y en su propia historia, Jesucristo fue el "Evangelio de Dios". Desde nuestra comunión con Jesucristo, vivida en referencia a todos los hombres y desde nuestra historia, podremos nosotros ser también como Jesucristo y para todos los hombres que encontremos por el camino: Buena Noticia.

-Ser "salteadores" del hombre o encontrarnos con "salteadores" del hombre. A veces nos vemos asaltando a los que nos encontramos, es decir, los robamos, los desvalijamos de su riqueza. Esto lo hacemos cuando no los reconocemos como imágenes de Dios, originales, únicas, irrepetibles y cuando queremos que sean nuestra propia imagen. Asaltamos cuando no dejamos pensar al otro por su cuenta, cuando queremos imponer nuestra opinión como verdad absoluta.

Asaltamos también cuando limitamos algún derecho del hombre. Le asaltamos cuando el amor de Dios misericordioso, de aceptación del otro en lo que es y como es, no se hace perceptible con nuestra forma de actuar entre los demás.

Asaltar al hombre supone violar la imagen de Dios, pues eso es precisamente el hombre. Y quien viola la imagen, viola al prototipo, viola al propio Dios.

Asaltamos cuando no dejamos crecer al hombre a su ritmo; cuando no ponemos lo que somos, sabemos y tenemos a disposición de los demás, a su servicio. Asaltamos cuando nos creemos más que los demás o cuando creemos que lo nuestro es lo mejor. Asaltamos cuando no tenemos la paciencia que Dios tiene con nosotros, que nunca abandona al hombre aunque el hombre sea quien le abandone a El. Asaltamos cuando tiramos en cara al otro alguna ofensa que a lo mejor nos hizo, cuando no olvidamos. Asaltamos cuando somos injustos o consentimos que se den injusticias y las tapamos por no complicar nuestra vida.

Los asaltos que realizamos al hombre, al otro, podrían reducirse a estos tres: Asaltamos cuando no dejamos que Dios entre en nuestra vida y en la de los que nos encontramos. Asaltamos cuando no dejamos que los demás entren en nuestra vida. Asaltamos cuando no ponemos nuestra vida al servicio de los otros y para que los otros recuesten su cabeza en nuestra vida.

-Diversos estilos a la hora de hacer el camino.

Pasar por el camino sin ver ni oír el llanto de nadie. Hay muchas personas que viven para sí mismas. El que vive para sí no ve nada, ni escucha a nadie. El que vive para sí nunca ve en el otro a Dios. La presencia de Dios se le oscurece.

Pasar por el camino sin ver, es realizar lo contrario de lo que Dios hace y a lo que nos llama. El siempre anda en busca de los hombres. No espera nunca a que la oveja perdida venga, sino que va tras ella. Es el Dios que se alegra cuando encuentra a los pecadores, que no deja apagarse la lámpara, que ofrece siempre la posibilidad de la misericordia y el perdón. Es el Dios que nos manifiesta que la vida del hombre en su caminar no puede ser no oír, sino estar en permanente actitud de escucha y de búsqueda del otro, sobre todo del que más lo necesita.

Pasar por el camino, viendo y oyendo, y dar un rodeo. Muchas veces vivimos una fe no comprometida. Nadie pone en duda que el sacerdote y el levita creían en Yahvéh. Pero descubrimos que no vivían las consecuencias de tal creencia. No vivían el compromiso que comporta el creer y tener a Dios como único Señor. En Jesucristo, el Dios del Antiguo Testamento se nos revela como Padre de infinita bondad. Llamar Padre a Dios significa que nos sentimos hijos suyos y que El representa una superabundancia que no se cierra sobre sí misma, sino que se autoentrega en amor y comunión.

Pasar por el camino, viendo y oyendo, y acercarse para dar soluciones. Esta fue la actitud que Jesús nos explica con su vida. Jesús, junto al hombre, aparece siempre como hermano que ayuda, que comprende, que se compadece, que siente, que ama, que escucha, que da soluciones positivas. El hombre puede abrirse a Dios y puede cerrarse. Se abre y demuestra que está abierto a Dios, cuando en su camino, ve, oye y da soluciones. Cuando se cierra y no escucha, ni ve, se convierte en dominador de los demás y en esclavo de las propias cosas que él creó o de las que le dieron para que fuese su señor.

Acercarse, dar lo que uno es y posee a quien se encuentre en el camino Jesucristo no solamente manifiesta el amor misericordioso de Dios, sino que quiere y pide a los hombres, que se dejen guiar en su vida por ese amor y esa misericordia.

Pasar por la vida con el estilo de Jesucristo supone realizar lo mismo que El. Supone tener las mismas convicciones. Supone haber descubierto que este amor no se tiene de una vez para siempre, sino que constituye un estilo de vida, una característica esencial de la vida de un discípulo de Jesucristo. Se trata de descubrir que este amor misericordioso, no solamente no es alienante, sino creador y elevador de la propia experiencia y de la de los demás.

CUADERNOS DE ORACIÓN
1988/59.Pág. 28


9.

-Pasar por el otro lado del camino

Tanto el sacerdote como el levita, cuando llegan a aquel recodo del camino que va de Jerusalén a Jericó y ven allá tendido en el suelo a aquel pobre hombre apaleado por los ladrones, aceleran el paso, cambian de lado del camino, y pasan de largo como si no le hubieran visto.

De hecho, si no cambiaran de lado tropezarían con el herido y no tendrían más remedio que detenerse a ayúdalo. Pero no tienen ganas de hacerlo. Ni el uno ni el otro quieren encontrarse con el herido. Si llegaran hasta allí donde el pobre hombre está echado en el suelo, si lo tuvieran ahí cercano, a sus pies, realmente les costaría mucho dejarlo tirado, no prestarle atención ni ayuda. Por muy endurecido que tuvieran el corazón, no serían capaces de dejarlo en ese estado, medio muerto.

Por eso, tanto uno como otro, cambian de lado en el camino y hacen ver que no se han dado cuenta del estado en que se halla. Y pueden continuar tranquilos su camino, a encontrarse con la gente con quien tenían ganas de estar, a hacer lo que tenían ganas de hacer, sin tener que perder el tiempo ni ensuciarse las manos con alguien que no les va ni les viene, alguien que ellos no se han buscado, alguien que no es de los suyos.

¡Cuántas veces nosotros hacemos también como el sacerdote y el levita! Nosotros, como ellos, intentamos amar a los nuestros, intentamos tratar bien a la gente que tenemos cerca: los de casa, los amigos, los que tenemos cosas en común. Pero a los que no son de los nuestros, a los que no forman parte de nuestro círculo... ¡cuántas veces los olvidamos, qué poco interés tenemos por ellos! Y ¡cuántas veces, como el sacerdote y el levita, miramos que sus sufrimientos no nos afecten, no queremos ver el dolor que hay a nuestro alrededor! ¡Cuántas veces pasamos por el otro lado del camino!

-A quien debemos amar

Pero Jesús lo dice muy claro. Jesús dice muy claro cuál ha de ser nuestra actitud. Jesús ha recordado el gran mandamiento: "Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón... y al prójimo como a ti mismo". Y el maestro de la Ley ha querido buscar excusas, como si no supiera lo que quería decir eso que Jesús le recordaba. El maestro de la ley quiere aclarar bien a quién hay que amar y a quién no es necesario hacerlo. Por eso pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?" Pero no hay excusas que valgan. Jesús responde a la pregunta con esta parábola tan diáfana, que es como si dijera: "Tú prójimo son todos aquellos que necesitan que les ames, y de una manera especial los más necesitados, los que peor están".

No hay excusas que valgan. Jesús nos manda amar a los que más lo necesitan, sin preguntar de dónde viene su dolor. Sin preguntar si están como están por su culpa o por irresponsabilidad suya (¡porque a lo mejor el hombre apaleado había cometido la imprudencia de pasar por aquel camino sabiendo que corría el peligro de ser atacado por los ladrones!). Y menos aún sin desentenderse diciendo que nosotros no somos los que hemos provocado aquel dolor y por tanto no tenemos ninguna obligación de socorrerlo. No hay excusas que valgan. Jesús quiere que tengamos siempre los ojos bien abiertos para ver a todos aquellos que yacen apaleados a la orilla de los caminos, y que nos acerquemos a ellos y les tendamos la mano.

Tenemos que planteárnoslo de verdad. Porque hay mucha gente a la orilla de los caminos. Pensémoslo unos instantes: los enfermos y los ancianos que viven la tristeza de no tener a nadie cerca; los drogadictos y los marginados de cualquier clase; las grandes masas de pobres de los países explotados; las bolsas de pobreza de nuestras ciudades... Si queremos tener los ojos abiertos, si no optamos por pasar por el otro lado del camino, encontraremos muchas formas de hacer como el buen samaritano. Con nuestra compañía personal a alguien que está solo, con tarea organizadas de voluntariado de todo tipo, con la colaboración en alguna asociación que se dedique a estos problemas, con nuestra aportación económica a campañas de ayuda...

Se trata simplemente de eso: de tener los ojos abiertos, de tener el corazón bien dispuesto, de decidir no pasar por el otro lado del camino. Al final, es lo que decía la primera lectura: "El precepto que yo te mando hoy no es cosas que te exceda, ni inalcanzable... El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo".

Ahora, en la eucaristía, se hará presente entre nosotros, Jesús. El es verdaderamente el buen samaritano. El se acerca a los pobres y libera a los oprimidos por el mal. El se acerca a nosotros y nos salva. Démosle gracias y pidámosle ser como él.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 9


10.

¿Quién es el prójimo? (Lc 10, 25-37)

Lucas es discípulo de Pablo. No es extraño, pues, que sienta una cierta alergia por la letra de la Ley y prefiera el espíritu y el amor. Esta es la mentalidad con que nos refiere la parábola del buen samaritano. La pregunta formulada por un doctor de la ley no deja de ser típica: ~Qué debo hacer? Toda la pregunta gira sobre la obligación: "qué debo" y sobre una Ley que hay que observar: "hacer". Sin embargo, el doctor conoce la Ley y su respuesta a la pregunta que, a su vez, le hace Jesús, es perfecta. Pero su segunda pregunta, provocada por una cierta ostentación, demuestra que no ha calado a fondo en el problema del amor y que el enunciado de la Ley se ha quedado para él en la superficie. Pero esto es importante, porque Cristo le ha respondido: "haz eso"; es decir, observa el amor a Dios y al prójimo "y tendrás la vida". Cristo no rechaza la tradición judía que acaba de citarle el doctor de la Ley haciendo alusión al Deuteronomio (6, 5) y al Levítico (19, 18). La obtención de la vida eterna tiene que ver con la observancia concreta de este doble y único mandamiento del amor a Dios y al prójimo.

La parábola arroja una gran luz acerca de la identidad del prójimo. Ni el sacerdote, ni el levita que pasan junto al herido tienen sentido del "otro". Este sentido del prójimo lo muestra Jesús, con toda intención, en un samaritano, considerado por los judíos como hereje.

-Poner en práctica la palabra de Dios (Dt 30, 10-14) Para Moisés, se trata de mostrar cómo la Ley no es un código separado del hombre e inaccesible en su majestad, como si estuviera en los cielos. La Ley está muy cerca, está en la boca y en el corazón, es dinámica y principio de vida. De hecho no debería estar separada de la práctica: quien dice Ley debe decir eficacia, práctica concreta. La Ley no está por encima de nuestras fuerzas, ni fuera de nuestro alcance, sino que está muy íntimamente dentro de nosotros. No hay dificultad en unir este pasaje con el capítulo 6 (versículos 4-9), donde leemos precisamente los mandamientos del amor. La Ley se nos presenta allí como principio de vida que se extiende lentamente en el hombre que la pone en práctica.

De este modo somos llevados hacia el evangelio y sus exigencias. Nuestra época apenas es legalista. Esto no significa que no tengamos nada que aprender de este pasaje de la Escritura.

El cristianismo se caracteriza precisamente por esta práctica dinámica del amor a Dios y al prójimo. Este es el testimonio más directo que podemos dar al mundo del dinamismo de nuestra fe: Tener esta palabra de amor en nuestra boca y en nuestro corazón y ponerla en práctica. En nuestra época, en que pretendemos haber descubierto al "otro" y en que se producen cada vez más antagonismos, en el interior mismo de grupos que deberían distinguirse por su sentido del amor y en los que nos devoramos mutuamente en nombre de la apertura a los demás, no deja de tener utilidad el mensaje de este domingo. Se trata de un mandamiento que abre a la vida; y la vida no es accesible si este mandamiento del amor no se vive concretamente, con relación a todos y a cada uno de los hombres. Son muchos los esfuerzos y las prácticas ascéticas, las horas de oración y contemplación que resultan ineficaces en la Iglesia cuando esta palabra de Dios sobre el amor no está en la boca y en el corazón, o cuando permanece en ellos como un principio muerto, sin incidencia en la realidad de la vida. "En esto se conocerá que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros". ¿Manifestamos este signo?

EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 68 s.


11.

Frase evangélica: «Haz tú lo mismo»

Tema de predicación: EL DESVALIDO COMO PRÓJIMO

1. «Prójimo» equivale, en el Antiguo Testamento, a «hermano», es decir, a cualquier miembro del pueblo de Dios, de una misma alianza. Ser prójimo de alguien es entrar en compañía amistosa o amorosa con él. Desde una perspectiva profética, «prójimo» significa «el otro», no sólo el «hermano», aunque muchos aplicaban restrictivamente ese concepto únicamente a los hermanos de la alianza. De ahí las discusiones. Lucas no entra en las controversias teóricas; le preocupa más el hacer que el decir: «haz tú lo mismo», y vivirás. Lo que le importa es la regla de vida, no la disertación. De ahí el relato ejemplar de la conducta del buen samaritano.

2. Jesús muestra que el prójimo no es simplemente el «próximo», ni sólo el hermano de sangre o de fe: es el necesitado, el desvalido, sea patriota o extranjero, amigo o enemigo. El gran mandamiento del amor a Dios va unido en la Escritura al mandamiento del amor al prójimo. Este segundo mandamiento es signo y reflejo fiel del primero. Ni el sacerdote judío (preocupado por el culto) ni el levita (obsesionado por la ley) descubren al prójimo. Lo que Dios quiere es «misericordia».

3. Quien cumple con el amor cristiano de amar al prójimo cumple con toda la ley, ya que este amor (universalizado y dirigido al pobre) es la culminación del testamento de Jesús. En la sociedad actual abundan los enfrentamientos y antagonismos. El Evangelio nos insta a que prevalezcan siempre en nosotros la compasión y la misericordia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Hacemos distinciones a la hora de ayudar al desvalido?

¿Quiénes son de verdad nuestros prójimos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 292


12.¡SIN RODEOS!

No se si se trata de un escondido complejo de inseguridad que llevamos todos, o de una especie de diplomacia que vamos adquiriendo con la vida, o simplemente de una estrategia de combate para evitar peligros. Lo cierto es que el hombre, en su hablar y en su obrar, tiende a «dar rodeos», vueltas y más vueltas, antes de entrar en materia. Se nos ha dicho mil veces que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Del mismo modo, cuando nos enredamos en circunloquios y divagaciones, siempre nos llega la advertencia de alguien que nos corta por lo sano y dice: «Al grano, al grano». El mismo Jesús, advirtiendo sin duda esta propensión que tenemos de emborronarlo todo, nos aconsejó claramente: «Que vuestro lenguaje sea "sí, sí" o "no, no". Pero ¡que si quieres! ¡nosotros... a "dar rodeos"!».

Pues, bien. El evangelio de hoy, con unos personajes al fondo diseñados por Jesús, eso es lo que nos viene a decir: que si en todo hay que «dejarse de rodeos», mucho más en el ejercicio de nuestro amor.

Veréis. Sabemos muy bien, como sabía el letrado, que el segundo mandamiento -amar al prójimo- es semejante al primero: «amar a Dios». Y sabemos que el modo de amar a Dios se cumple precisamente amando al prójimo. Pues, ea, como esos futbolistas que, en vez de dirigirse a la portería, se entretienen dibujando fintas, cabriolas y caracoleos, así amamos al prójimo: tejiendo superficialidades alrededor de él.

A Mons. Fulton Sheen le gustaba distinguir en nosotros varias clases de amor:

Amor utilitario: Consiste en amar a una persona no por sí misma, sino por la utilidad que extraemos de ella. Así amamos al profesor que nos enseña, al vendedor que nos reserva la mercancía, a la persona cuya influencia necesitamos. Más que amar «a la persona», dando rodeos, amamos «sus circunstancias».

Amor sexual o romántico: ¿Amo de verdad a esa persona con la que me he unido, o amo, más bien, el placer que me ofrece? ¿Idolatro su ser y su mundo o quizá voy buscando en ella el éxtasis, la vibración sensible que su contacto me proporciona? ¿Amo de verdad su «yo» o, más bien, lo que amo es mi propio «yo» proyectado ganancialmente, dando también un rodeo, en ese «tú»?

Amor democrático: Eso. Partimos de que todas las personas son iguales bajo la ley. En ese sentido, y puesto que yo aspiro a que mis derechos y libertades sean reconocidos por todos -dando un rodeo, un rodeo que gira y gira alrededor de mí mismo-, en ese sentido, digo, «respeto» (ya que no puedo llamar amor a eso), respeto a los ciudadanos. Mejor dicho, respeto las leyes y libertades que les protegen. Pero, única y exclusivamente porque espero que respeten las mías.

Amor humanitario: Es el amor difuso, abstracto, teórico y etéreo que tenemos a la Humanidad en general. Es un amor «literario» que nos lleva a pronunciar frases retóricas y llorar -metafóricamente- ante las grandes calamidades: guerras, catástrofes, el hambre, la drogadicción... Pero que, a lo peor, nos deja insensibles ante los dolores de los más próximos: los miembros de la propia familia. Dostoievski pone en boca de uno de sus personajes: «sería capaz de los mayores proyectos en favor de la Humanidad, incluida mi crucifixión si fuera necesaria; pero soy incapaz de vivir en la misma habitación con otra persona dos días seguidos». Pero, gracias a Dios, existe otro amor:

El amor que nos trae Jesús: Leed, despacio, amigos, la parábola que nos contó: la del buen samaritano. Observad muy bien todos los gestos y palabras de aquel hombre anónimo y poco interesante a los ojos de la élite de entonces. Veréis como al final reconocéis:

-¡He aquí un amor sin rodeos! ¡Un amor de verdad! ¡Un amor de línea recta! ¡Porque la distancia más corta para llegar a Dios es... el prójimo!

ELVIRA-1.Págs. 248 s.