28 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO
24-28

H-24. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentario general

Sobre la Primera Lectura (Isaías 55, 10-11)

El Profeta levanta el ánimo de los israelitas que se sienten perturbados al experimentar nuevos peligros y dificultades, tras la repatriación del destierro de Babilonia:

El Profeta proclama la soberana e inefable seguridad de la Palabra de Dios. Y pone el símil o comparación de la lluvia que desciende del cielo, empapa la tierra, fecunda la semilla y proporciona cosecha ubérrima. Así mi Palabra. El plan de Dios, anunciado por los Profetas, no puede quedar fallido. Con todo, la manera misteriosa, lenta y callada como actúa la lluvia, nos invita a no ver en el desarrollo del plan divino exhibiciones y fenómenos sensacionales.

Los Profetas personifican la Palabra de Dios, el Decreto o Plan de Dios, para con esto dar realce a su energía omnipotente. El Libro de la Sabiduría nos lo dice con expresiones muy gráficas: "Tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, empuñando como cortante espada tu decreto irrevocable" (Sab 18, 14). Es otro símbolo en el que muy al vivo se nos expresa la infalible seguridad de la Palabra de Dios: su vigor omnipotente, su eficacia.

San Juan, en el N.T., da plenitud a estas intuiciones de los Profetas del A.T. En efecto, así ha acontecido: La Palabra de Dios no como personificación poética de la acción o atributos divinos, sino la Palabra-Persona divina que subsiste eternamente con Dios, baja a la tierra a realizar el plan salvífico de Dios: "En el principio existía la Palabra (= Verbo). Y la Palabra existía con Dios. Y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne. Y fijó entre nosotros su tabernáculo" (Jn 1, 1. 14). Realiza la previsión de Isaías 55, 10-11: Desciende del cielo humilde y silenciosa como la lluvia, el rocío, la nieve. En el seno de la Virgen la Palabra de Dios toma naturaleza humana. Pero por ser Palabra de Dios tiene energía infinita. Y cumple lo que nos dice Sabiduría 18, 15: "Su nombre es: Palabra de Dios. De su boca sale la espada afilada" (Ap 19, 15).

Sobre la Segunda Lectura (Romanos 8, 18-23)

San Pablo nos habla de la certeza y de la riqueza de nuestra Salvación:

De esta perfecta Salvación tenemos ahora como prenda y garantía. El cristiano es un peregrino que camina hacia la Gloria del Padre. Los sufrimientos y pruebas del camino no guardan proporción con la gloria que se le prepara y que un día se manifestará.

Esta Salvación nuestra tiene ecos grandiosos. Toda la creación, que ahora toma parte en la maldición del pecado, participará también de la glorificación de los hijos de Dios. Pablo, en una audaz prosopopeya, nos presenta la creación entera, ahora encadenada por el dolor por culpa del hombre, oteando el horizonte ansiosa e impacientemente, pero con segura esperanza de su liberación que va ligada a la glorificación de los hijos de Dios. Esto tendrá lugar a la hora de la "Redención de nuestro cuerpo", cuando la Redención nos dará un cuerpo glorioso. Entonces la Redención será lograda y perfecta, universal y ecuménica. Será la hora que el Apocalipsis anuncia así: "Tuve también la visión del cielo nuevo y de la tierra nueva. Porque el primer cielo y la primera tierra y mar ya pasaron" (Ap 21, l). La tierra que hoy es lugar de expiación y purificación, entrará "en la libertad gloriosa de los hijos de Dios".

Pero en la etapa presente "gemimos y esperamos". Con esto queda definida y calificada la situación presente del cristiano. Es etapa de expiación. La Redención de su pecado le arranca gemidos. Pero nuestro dolor y nuestros gemidos son "en esperanza". Las primicias del Espíritu que ya gozamos son prenda de la plena y perenne efusión que se nos dará en el cielo. La economía de la Salvación se desarrolla gradualmente. Las primicias se trocarán en plenitud. La fe, en visión; la esperanza, en posesión; el amor, superada la prueba, en goce y fruición personal del Amado. Por eso el Sacramento de la fe nos sustenta como viático de peregrinos, pero no sacia nuestra hambre; más bien la aviva y acucia.

Sobre el Evangelio (Mateo 13, 1-23)

Todo el capítulo 13 es un florilegio de parábolas. Jesús usa este método pedagógico que resulta sumamente a propósito para explicar la naturaleza del Reino Mesiánico:

En la parábola del sembrador y la semilla se nos hace una llamada a examinar nuestra disposición interior. Es muy varia la respuesta que los hombres dan a la luz y a la gracia de Dios. Dado que aquí es el mismo Jesús quien hace la explicación y aplicación de la parábola, es deber nuestro examinarnos a cuál de los cuatro grupos de oyentes pertenecemos. Nos va en ello mucho. Un corazón indispuesto llega a rechazar la gracia. Un corazón bien dispuesto la hace fructificar a proporción de sus disposiciones. Un corazón duro la ahoga, la deja estéril.

Jesús habla en parábolas como recurso pedagógico. Así los misterios del Reino se hacen asequibles en la medida que hallan docilidad y disponibilidad en los oyentes. El castigo de los incrédulos será quedarse sin la luz que ellos rechazan y sin la luz de la vieja Ley que va a caducar. Quedarán, pues, irremisiblemente en sus tinieblas.

Los Apóstoles y todos los que creen son dichosos porque son testigos del Reino. Ellos gozan de lo que los Profetas esperaron y prometieron. Sobre todo son dichosos porque prestan oído y corazón atentos y dóciles a la gracia. Entran de lleno en el Reino en calidad de hijos de Dios y hermanos de Jesús.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.

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SANTO TOMÁS DE AQUINO

La Sagrada Escritura

A) Elogio de la Escritura por su autoridad, verdad y utilidad

"Según San Agustín (cf. De doctrina christiana 1.4, 17, 34: PL 34,104-105), el orador sabio debe hablar de tal modo que enseñe, deleite y mueva. Enseñe a los ignorantes, deleite a los aburridos y mueva a los tardos.

Estas tres cosas encierran un elogio completo de la Sagrada Escritura, ya que ésta enseña firmemente con su verdad eterna, deleita suavemente con su utilidad y mueve eficazmente con su autoridad. Por eso, la excelencia de la Sagrada Escritura se manifiesta por su autoridad, su verdad eterna y su utilidad.

1. La autoridad

"La autoridad de la Escritura se revela:

1. º Por su origen, que es Dios. Ahora bien, en este Autor hay que creer infaliblemente, ya por la condición de su naturaleza, que es la verdad: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn. 14,6); ya por la plenitud de la ciencia: O altitudo sapientiae et scientiae Dei: ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! (Rom. 11, 31); ya por la fuerza de sus palabras: La palabra de Dios, es viva, eficaz y tajante, más que una espada de dos filos (Hebr. 4,12).

2. ª Es, además, eficaz la autoridad de la Sagrada Escritura por la necesidad que impone: El que no cree se condenará. (Mc. 16,16). Por eso, la verdad de la Escritura Sagrada se propone a manera de precepto, el cual dirige por la fe: Creéis en Dios, creed también en mí (Jn. 14,1); mueve la voluntad por el amor: Este es mi precepto, que os améis unos a otros, como yo os he amado (Jn. 15,12); e induce a la ejecución por la obra: Haz esto y vivirás (Lc. 10, 28).

3. ª Es, por último, eficaz la autoridad de la Escritura por la uniformidad de lo que dice, ya que todos los que han predicado la doctrina sagrada han enseñado lo mismo".

2. La verdad de la Escritura es inmutable y eterna

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lc. 21,33). Ahora bien, esta verdad permanece para siempre.

1. ª Por la potestad del legislador.

2. ª Por su inmutabilidad.

3. ª Porque todo cuanto enseña es la verdad.

3. La utilidad de la Escritura es máxima

Lleva a la vida de la gracia, a la cual nos dispone; a la vida de justicia, consistente en el recto obrar, a la cual dirige; y a la vida de la gloria, que promete (cf. Opusc. 39, De commendatione Sacrae Scripturae).

B) Sublimidad de la Escritura

Esta sublimidad de la Sagrada Escritura se manifiesta por tres razones:

1. Por su origen: Ya que es ésta la sabiduría que se dice venir del cielo: La fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas (Ecl. 1,5).

2. Por la sublimidad de la materia: "Hay ciertas verdades altas de la divina sabiduría, a las cuales llegan todos, aunque imperfectamente, porque el conocimiento de la existencia de Dios lo llevamos inserto. Hay otras verdades más altas, a las que únicamente llegaron los ingenios de los sabios por el impulso de la razón. Pero hay otras verdades altísimas que trascienden a todo conocimiento natural. Y esto lo enseñaron los doctores sagrados, iluminados por el Espíritu Santo, en el texto de la Escritura".

3. Por la sublimidad del fin: "La Escritura tiene un fin altísimo, a saber: la vida eterna. Estas (señales) fueron escritas para que creáis... y para que creyendo tengáis vida" (Jn. 20,31) (Opusc. 40).

C) Condiciones para enseñar la Escritura

"Por razón de la sublimidad de esta doctrina se requiere en los doctores que la han de enseñar cierta dignidad, los cuales van simbolizados en el siguiente texto: De sus moradas manda las aguas sobre los montes (Sl. 103,13).

1. Contemplación

De la misma forma que los montes se yerguen levantados sobre la tierra y próximos al cielo, así los doctores sagrados, despreciando lo terreno, dedíquense, a sólo lo celestial: Somos ciudadanos del cielo (Fil. 3,20).

Por tanto, todos los doctores de la Sagrada Escritura deben ser dignos por la santidad de su vida, para que así prediquen con eficacia, ya que, como dice San Gregorio en el Liber pastoralis, "el desprecio de la vida trae consigo el menosprecio de la predicación".

2. Ciencia

De la misma forma que los montes son iluminados antes por los rayos del sol, así también los doctores sagrados deben recibir primero la luz en sus entendimientos, iluminados por los rayos de la divina sabiduría.

3. Ausencia de error

De la misma forma que los montes defienden la tierra de los enemigos, porque son como una fortaleza natural, así los doctores de la Iglesia deben también defender la fe contra todos los errores. Los hijos de Israel no confían ni en sus lanzas ni en sus saetas, sino en los montes que deben defenderlos".

D) Condiciones para escuchar las Escrituras

"Los que oyen la palabra de Dios deben ser humildes como la tierra; firmes por la rectitud de sus sentidos; fecundos, para que fructifiquen en ellos las palabras recibidas de la Sabiduría.

La humildad se requiere para oír; la rectitud de sentidos, para juzgar de lo oído, y la fecundidad, para sacar muchas consecuencias de las pocas cosas oídas" (Opusc. 40).

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San Juan Crisóstomo

La parábola del Sembrador

Comentario

A) La escena

"Como había hecho muchos milagros, pasa a hablar nuevamente de la utilidad de su doctrina, mientras, sentado a la orilla del mar, pesca en sus redes a los hombres... Y les dijo muchas cosas en parábolas (Mt. 13,3). Es de advertir que no actuó de esta manera, en la montaña ni tejió con tantas parábolas su discurso. Entonces asistían solamente las turbas y el pueblo rudo, pero aquí estaban presentes también los escribas y fariseos... ¿Cuál es la primera parábola? La que más convenía decir al principio, la que sostuviese mejor la atención del auditorio. Como pensaba hablar enigmáticamente, excitó primero los ánimos con esta clase de discurso. Por eso dice otro de los evangelistas que reprendió a los discípulos, porque no comprendían, y les dijo:¿No entendéis esta parábola? (Mc. 4,13). Pero no fue ésta la única causa de hablarles así, sino la de que el discurso fuera más expresivo y, se grabara mejor en la memoria al ponerles las cosas delante de los ojos. Tal fue también la costumbre de los profetas" (ibid., 2: 467).

B) La siembra

"Salió un sembrador a sembrar" (Lc. 8,5)... Se acercó a los otros revistiéndose de nuestra carne. Como no podíamos penetrar donde El se hallaba, porque los pecados oponían un muro a nuestro acceso, hubo de venir a nosotros. Y ¿a qué salió? ¿A destruir la tierra plagada de espinas? ¿A castigar a los labradores? De ningún modo. Salió a labrarla, a cuidarla y a sembrar la palabra de la piedad. Llama aquí simiente a la enseñanza; campo, a las almas de los hombres; sembrador, a sí mismo. Y ¿adónde va a parar esta semilla? Tres partes se pierden, una se logra..., y aun ésa no por igual, sino que existe mucha diferencia en el fruto..."

"Esto lo decía para mostrar que a todos enseña y provee con abundancia. Pues así como el sembrador no distingue el campo que tiene delante, sino que llanamente y sin variación arroja las semillas, así también El no diferencia a los ricos de los pobres, ni a los sabios de los ignorantes, ni a los perezosos de los diligentes, ni a los bravos de los cobardes, sino que a todos habla poniendo cumplidamente cuanto está de su parte, aunque previendo lo que ha de suceder, de suerte que con derecho pueda decir (Is. 5,4): ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera?" (ibid., 3: 467-468).

C) El fracaso

"¿De dónde provino, dime, que se perdiera la mayor parte de la semilla? No fue por culpa del sembrador, sino de la tierra que la recibía, esto es, del alma que no quiso oír. Y ¿por qué no dice que una parte la recibieron los perezosos y la echaron a perder; otra los ricos, y la ahogaron; otra los dados a los placeres, y la destruyeron? Porque no quiere herirlos, para no lanzarlos a la desesperación, sino que deja a los oyentes que les reprenda su propia con ciencia. Lo mismo hizo no sólo cuando habló de la semilla sino cuando aludió a la red, que arrastró por cierto consigo muchos peces inútiles. Propone además esta parábola para iniciar a los discípulos y enseñarles que, aunque entre los que reciben su palabra son más los que se pierden, no desmayen por eso, ya que lo mismo ocurrió con el sembrador. El preveía absolutamente cuanto había de ocurrir, y, sin embargo, no dejó de sembrar..."

"Mas ¿qué razón de ser tiene eso de sembrar sobre es pinas, sobre piedras, sobre el camino? Tratándose de semilla y de tierra, ciertamente no tendría razón de ser; pero, tratándose de las almas y de la doctrina, es motivo de mucha alabanza. El labrador que eso hiciera, en verdad, sería reprendido con justicia; pues no es posible que la piedra se convierta en tierra, ni que el camino no sea camino, ni que las espinas dejen de ser tales; mas con los racionales no es así. Porque posible es que la piedra se transforme en tierra gruesa; y que el camino no sea ya pisado ni permanezca abierto a todos los pasajeros sino que se torne, campo fértil; que las espinas desaparezcan y la semilla fructifique en ese terreno. Si esto no fuera posible, no hubiese Él sembrado. Y si en todos estos campos no le verificó la mudanza, no es culpable el sembrador sino los que no quisieron cambiar de vida. El, puso cuanto de su parte estaba. Si los demás malograron lo que recibieron, no tiene la culpa quien mostró tanta benignidad".

D) La semilla que se pierde

"Considera aquí que no es una sola la vía que conduce a la perdición, sino varias, y distantes las unas de las otras. Porque los que se parecen al camino son los entregados a los negocios, los haraganes y los negligentes; los que acogen la semilla entre piedras, los más débiles y remisos... No resulta lo mismo que se seque la doctrina cuando nadie veja ni molesta que cuando acometen las tentaciones. Los que se asemejan a las espinas son mucho menos dignos de perdón"... "bid., 3: 468).

"Por tanto, para que nada de esto nos ocurra, guardemos la simiente y fomentémosla dentro del alma, con memoria continua. Aun cuando el demonio pretenda arrebatarla; somos capaces de impedirlo; y aunque se seque, no es el calor la causa de su aridez (pues no dijo Cristo que se secó por calor, sino por carecer de raíz); y aunque se ahogue, no es por las espinas. En tu mano está, si quieres, impedir que broten los malos gérmenes al usar de las riquezas como conviene. Por eso no dijo el Evangelio: el siglo, sino el en gaño de las riquezas (Mt. 13,22). No echemos la culpa a otra tosa que al ánimo corrompido. Muy bien se puede ser rico sin dejarse dominar por la codicia, y vivir en este siglo sin que nos ahogue la solicitud. Hay, efectivamente, en la riqueza dos defectos contrarios: el uno, que atormenta y ofusca, y es la solicitud; el otro, que relaja y debilita, y es el deleite. Con gran propiedad dijo el evangelista: El engaño de las riquezas. Pues, en efecto, todo es falaz en ellas; no son sino mero nombre, vacío de realidad. Así, el placer, la gloria, el ornato..., nada de verdad encierran, sino pura fantasía..."

Más ¿por qué -me dirás- no se refirió a otros vicios, como la concupiscencia de la carne y la vanagloria? Con la solicitud de este siglo y el engaño de las riquezas, lo dijo ya todo. Porque la vanagloria y todo lo demás no provienen sino de este siglo y del engaño de las riquezas; así, el placer, la gula, la envidia, la gloria vana y todo lo semejante. Añadió también el camino y la piedra, para declarar que no basta librarse del apetito de las riquezas, sino que es necesario ejercitar las demás virtudes. ¿Qué te aprovecha, en efecto, liberarte de las riquezas, si eres afeminado y muelle? Y ¿qué vale que no seas afeminado y muelle, si eres perezoso y negligente para oír (la divina palabra)? No nos hasta para salvarnos una parte tan sólo, sino que es menester, primero, diligencia en oír y memoria continua de lo oído después fortaleza; luego, desprecio de las riquezas y desprendimiento de lo temporal. Por eso aquello lo antepone a esto (pues es necesario primero que nada, ya que ¿cómo creerán, si no oyeren? (Rom. 10,14); así como también nosotros, si no entendemos lo que se dice, no aprenderemos tampoco lo que debemos hacer); y luego alude a la fortaleza y al desprecio de las cosas presentes".

E) La tierra fértil

"Después de referirse a los modos de perdición, habla, por fin, la parábola de la tierra buena. No da así lugar a la desesperación, antes abre el camino a la esperanza del arrepentimiento, y muestra que todos pueden convertirse en buena tierra".

"Pero si es buena la tierra, y el sembrador y la simiente los mismos, ¿por qué una rindió ciento, otra sesenta, otra treinta? También aquí la diferencia proviene de la naturaleza del terreno"... La causa de la diversidad en la producción no está en el labrador ni en la semilla, sino en la tierra que la recibe. No en la naturaleza, sino en la voluntad. Y aquí se descubre la benignidad de Dios, que no exige a todos la misma medida de voluntad, sino que acoge a los primeros, no desecha a los segundos y da cabida a los terceros. Y dice esto para que no crean los que le siguen que basta oír para salvarse..."

F) Aplicaciones: riquezas y placeres

"Oyendo, pues, esta doctrina, amurallémonos por todas partes, echemos raíces profundas y purifiquémonos de las vanidades de la vida. Nada nos vale acometer unas cosas y descuidar otras, pues de una u otra manera pereceremos. ¿Qué importa que nuestra perdición no sea por la riqueza, sino por la negligencia o por la cobardía? El labrador llora lo mismo cuando pierde la cosecha de una manera, o de otra... Quememos las espinas, que ahogan la palabra de Dios. Bien lo saben los ricos, que ni para esto ni para nada son útiles. Siervos y cautivos de los placeres, aun para los negocios civiles resultan estériles; y si para los civiles, mucho más para los del cielo. Se originan en sus almas dos tormentas: la del placer y la de la solicitud; cada una de ellas basta para hundir el navío; y cuando ambas concurren, considera cuál será la marejada" (ibid., 4: 468-470).

"No te asombres de que a las delicias las llamara espinas. Tú no lo adviertes porque estás embriagado con la pasión; mas los sanos saben que punzan más que espinas y que el placer consume más que la solicitud y proporciona más graves dolores, tanto al alma como al cuerpo... Así como las espinas, por cualquiera parte que se las coja ensangrientan las manos, ni más ni menos también los placeres dañan a los pies, a las manos, a la cabeza, a los ojos y, en una palabra, a todos los miembros; y siendo, por una parte, estériles e infructuosos como las espinas, hieren mucho más que ellas aun en las cosas temporales. Acarrean vejez prematura, embotan los sentidos, entenebrecen la razón... Tan malo es el placer excesivo, que daña hasta los mismos irracionales. Cuando les damos demasiada hartura, los inutilizamos para sí y para nosotros. Nada hay tan contrario y perjudicial para el cuerpo como el regalo; nada lo destruye y corrompe como la glotonería... ¿Acaso se te dio la garganta para que la llenases hasta la boca de vino y de corrupción? No para eso, ¡hombre!, sino para que cantes a Dios, y le dirijas santas oraciones, y leas las leyes divinas, y aconsejes lo conveniente a tu prójimo. Pero tú, como si la hubieras recibido sólo para aquello otro, no la dejas emplearse apenas en este ministerio, y durante toda la vida la subyugas a perversa servidumbre. No obran esos tales de otra manera que el que toma una cítara de áureas cuerdas muy bien templada y, en vez de pulsarla para producir armoniosa melodía, la llena de cieno y de barro..." (ibid., 5: 470-472).

(San Juan Crisóstomo. Homilías sobre San Mateo, (Cf. In Mt. Hom.44: PG 57,463-472)

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P Juan Lehman V.D.

La buena semilla

El mundo de las almas es un vasto campo cultivo, en cuyo fecundo seno la semilla germina crece, florece y fructifica.

Lucha entre el bien y el mal en nuestras almas.

Si sembráis la semilla del bien, veréis brotar bendecida sementera, florida y abundante, y obtendréis consoladores frutos de buenas obras y de virtud cristiana. Sembrad el mal, y ese maldito germen se repro­ducirá terriblemente, emponzoñando el suelo y el ambiente con las hierbas maléficas del vicio y los frutos mortíferos del pecado. Es ahí, en ese vasto campo, donde se traban las reñidas luchas, en las que se ha de decidir nuestro eterno destino. El bien y el mal libran duelo a muerte en el santuario de nuestras conciencias.

Dios siembra la buena semilla. — El mismo Dios, que creó y cultivó ese campo, es el Señor que, co­mo buen padre de familia, sembró en él la simiente de la buena doctrina. Dispone de operarios, obreros evangélicos encargados de cuidar la querida sementera, por la que tanto trabajó y sufrió, hasta el sacrificio de la cruz.

El diablo siembra la cizaña. — Pero en cuanto se duermen los criados, en la tenebrosa noche de la negligencia y del egoísmo, surge audaz el renco­roso enemigo de las almas, y siembra la cizaña entre el trigo. Luego, se va. Cuando la hierba crece y da su fruto, entonces aparece la cizaña de las malas doctrinas y del escándalo. Acuden al padre de familias sus siervos extrañados y le dicen:

” ¿Por ventura, Señor, no habéis sembrado bue­na semilla en vuestro campo? ¿De dónde, pues, le viene la cizaña?”

El amo les responde: "Lo hizo mi enemigo". Insisten los criados: "¿Queréis que vayamos a arrancarla?"

¿Por qué tolera Dios el mal? — "No —les replica—, no sea que al arrancar la cizaña, con ella destruyáis también el trigo. Dejad que entrambos crezcan hasta el tiempo de la siega, y entonces yo diré a mis segadores: "Recoged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla; después recogeréis también el trigo para depositarlo en mis graneros".

Exige a las veces la prudencia, que se tolere el mal para no comprometer el bien.

Y sin descanso prosigue la sangrienta lucha, donde tantas veces el valor flaquea y tantos corazo­nes caen vencidos al contacto mortífero de la semilla envenenada.

Cerremos, almas cristianas, nuestro campo es­piritual a los sembradores de la maldad. No de­jemos penetrar en nuestras almas esos gérmenes malditos de incredulidad y corrupción, que bajo mil seductoras formas engañosas procura el enemigo a todo trance introducir en nuestra heredad. ¡Alerta! Es la cizaña de que nos habla el Evan­gelio, mala semilla cuyos frutos perversos acarrean forzosamente la desgracia y la muerte eterna.

La Palabra de Dios

1. Necesidad de oírla. — Para salvarnos hemos de conocer, amar y servir a Dios. Esto no es posible si no oímos lo que el mismo Dios nos propone para creer y obrar. Por tanto, tan necesario es oír la palabra de Dios como salvar nuestra alma.

Pruebas de Sagrada Escritura. — Dijo el mismo Jesús: "¡Bienaventurados los que escuchan la pala­bra de Dios y la ponen en práctica!" (Luc., XI, 28).

Nuestra eterna felicidad sólo depende de que oigamos la palabra de Dios y la observemos. Jesucristo nos impone esa condición para tenernos por sus discípulos. Fue proclamada la Santísima Virgen aventurada, no tanto por ser madre de Jesucristo cuanto por guardar todas las palabras en su corazón. "Cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana, y mi madre". (Mat., XII, 50). ¿Cómo podremos hacer la voluntad de Dios si no la conocemos? ¿Y cómo nos será posible conocer su voluntad si no oímos su palabra? Bienaventurados aquéllos que oyen la palabra de Dios y la guardan. "El que me escuchare, reposará exento de todo temor, y nadará en la abundancia, libre de todo mal". (Prov., I, 33).

"Mi pueblo no quiso escuchar la voz mía; los hi­jos de Israel no quisieron obedecerme. Y así los abandoné, dejándolos ir en pos de los deseos de su corazón, y seguir sus devaneos". (Salmo, LXXX; 12-13). Jesús claramente anuncia que la señal de la predestinación divina es oír la palabra de Dios: "Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios". (Juan, VIII, 47). Y añade: "Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen la voz mía; y yo las conozco, y ellas me siguen (Juan, X, 26-27). "Cualquiera que me ama observará mi doctrina, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. Pero el que no me ama no practica mi doctrina". (Juan, XIV, 23-24). Estas sentencias de Cristo merecen ser pro-fundamente meditadas.

2, Cómo nos habla Dios.

a) Dios nos habla por medio de sus obras “ los cielos publican la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la grandeza de las obras de sus manos" (Salmo XVIII, 1). To­das las criaturas pregonan la existencia de Dios, su providencia y sus infinitas perfecciones. Todo cuan­to en la naturaleza existe clama a nuestros oídos para que no seamos sordos ni ciegos, sino que antes bien, adoremos y amemos a nuestro Dios.

b) También nos habla Dios por medio de nuestra conciencia, en la cual con caracteres indelebles gravó la ley natural que es un reflejo de la ley eterna; la conciencia nos habla elogiándonos cuando practicamos el bien y reprobando el mal que hacemos.

c) Dios nos habla por medio del Ángel de la Guarda, a cuya tutela nos encomendó, para que desde el nacimiento hasta la muerte sea guía y compañero que nos ilumine, proteja, gobierne y conduzca en nuestra peregrinación por esta vida.

d) Dios nos habla directamente por medio de sus inspiraciones, y con su gracia preveniente. "He aquí que estoy a la puerta de tu corazón y llamo; si al­guno escuchare mi voz y me abriere la puerta, en­traré a él, y con él cenaré, y él conmigo". (Apoc., III, 20).

e) Dios nos habla por medio del sufrimiento, enseñándonos la ciencia de soportarlo todo por su amor, que es la ciencia de Jesús crucificado.

f) Dios nos habla en la meditación y oración, que es la elevación de nuestra mente hacia El, y al mismo tiempo la comunicación de El con nuestras almas. "Desciende la Santísima Trinidad hasta nosotros, cuando nosotros la buscamos. Viene dispensándonos su ayuda, su luz y sus tesoros. Y nosotros oímos, meditamos y comprendemos". (San Agustín).

g) Por los Sagrados Libros. "Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes oca­siones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado últimamente y en estos días, por medio de su Hijo Jesucristo, a quien constituyó heredero universal de todas las cosas, por quien crió también los siglos". (Hebr., I, 1-2). Todo lo que Dios reveló a los patriarcas y profetas está en los libros del Antiguo Testamento; los del Nuevo contienen las enseñanzas esenciales del Hijo de Dios. Por tanto, "Toda Escritura inspirada de Dios es propia para enseñar, para convencer, para corregir, para dirigir a la justicia, para que el hombre de Dios sea per­fecto, y esté apercibido para toda obra buena". (II Tim., III, 16-17).

h) Por la tradición. Más no todo lo que Jesús hi­zo se refiere en el Evangelio. "Muchas otras cosas hay que hizo Jesús, que si se escribieran una por una, me parece que no cabrían en el mundo los libros que se habrían de escribir". (Juan, XXI, 25). El Evangelio no relata todos los hechos de la vida de Cristo, especialmente los ocurridos en los cua­renta días siguientes a la resurrección, en los cua­les Jesús continuó "hablando del reino de Dios". (Hech., I, 3).Jesús encomendó a sus Apóstoles que transmitie­ran su divina palabra, no por escrito sino de viva voz, cuando les ordenó: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas: el que creyere y se bautizare se salvará; pero el que no creyere será condenado". (Marc., XVI, 15-16). "Es­tad ciertos que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos". (Mat., XXVIII, 20) .

i) La Iglesia es "columna de la verdad"; (I Tim., III, 15) por esto arguye San Agustín que nadie debe dar crédito a un Evangelio que de la Iglesia no proceda. Sólo ella puede con infalibilidad ha­blar en nombre de Dios, explicar el sentido de la Escritura, decidir si nuestras inspiraciones proce­den de Dios o del demonio, que a veces se transfor­ma en ángel de luz. De ahí se deriva la necesidad absoluta que tenemos de escuchar la palabra de Dios predicada por la Iglesia, ora en el púlpito, ora en el catecismo, ora en el confesionario. De nada valen inspiraciones interiores, lecturas espirituales, meditaciones, ni éxtasis, si no van acompañados de una perfecta docilidad a la palabra proferida por la Iglesia. Clara y terminante se alza la condenación por boca de Jesucristo: "Pero si ni a la misma Iglesia oyere, tenlo como por gentil y publi­cano". (Mat., XVIII, 17)

3. Cómo la hemos de oír. — En la parábola de la semilla dice Jesús que parte de ella cayó en el camino, parte sobre piedra, parte entre espinos, y parte en buen terreno. "Los granos sembrados a lo largo del camino, significan aquellos que escuchan la palabra, sí; pero viene luego el diablo, y se la saca del corazón, para que no crean y se salven".

a) La primera condición para que la palabra di­vina produzca fruto es que sea oída con corazón puro, con corazón recogido, no abierto a todos cual camino público, hollado por los vicios y pasiones. Sólo un corazón puro puede comprender la palabra de Dios. "Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios" (Mat., V, 8), "El hombre animal no puede hacerse capaz de las cosas que son del espíritu de Dios". (I Cor., II, 14),"Los sembrados en un pedregal, son aquéllos que, oída la palabra, recíbenla, sí, con gozo; pero no echa raíces en ellos; y así creen por una temporada, y tiempo de la tentación vuelven atrás".

b) La segunda condición es tener buena volun­tad, es decir, solidez en los buenos propósitos y ge­nerosidad en el amor. No basta oír la palabra de Dios con arrobamiento, admirando su grandeza. Es necesario aplicársela a sí mismo y ponerla en prác­tica con paciencia y constancia, sin pretender por eso hacerse santo de golpe.

"La semilla caída entre espinos, son los que la escucharon, pero con los cuidados, y las riquezas y delicias de la vida, al cabo la sofocan, y nunca lle­ga a dar fruto".

c) La tercera condición es ésta: Apreciar las cosas de Dios en sumo grado como cosas completamente necesarias, y despreciar las cosas del mundo. Es inútil querer conciliar a Dios con Mammón, símbolo de la riqueza, a Cristo con Belial, al cielo con el infierno. Jesús, profundo conocedor del alma humana, nos dio el medio seguro e infalible para hacer fructificar en nuestras almas su divina palabra, haciéndola producir el treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno: Preparar primeramente, un buen terreno con la pureza del corazón, con la fir­meza de la voluntad y con la rectitud de intención. Indicó también el camino que conduce al abismo a tantas almas que oyen primero la palabra de Di y siguen después la voz del mundo; a tantas otras que en la hora de la tentación y del dolor abando­nan a Dios para seguir al mundo; y a aquellas por fin que raras veces y superficialmente prestan oídos a la voz de Dios. Todo esto produce efectos desastrosos: el corazón se endurece, la voluntad se obstina en el mal, la mente se rebela contra las verdades antes admitidas, y el alma se encamina irremisiblemente hacia la impenitencia final.

(Salio el Sembrador…, Tomo I, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946, Pág. 571).

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P. Leonardo Castellani

[Lc 8, 4-15] Mt 13, 1-23

La Parábola del Sembrador es la primera de las ocho denominadas "del Reino" que Mateo pone seguidas y Marcos y Lucas separadas; pues muy probablemente Cristo las improvisó en dife­rentes ocasiones, ya una, ya la otra. Los rabbíes trashumantes eran im­provisadores, como nuestros payadores; y tomaban pie de cualquier co­sa que vieran para sus poemas, o recitados de estilo oral, mejor dicho.

Ésta del Sembrador es una de las dos parábolas que Cristo mismo interpretó, a pedido de los discípulos; y no se puede negar que fue vivo, porque interpretó las más fáciles; o será que nos parecen fáciles a nosotros, porque ya están explicadas autoritativamente.

Entre el recitado y su interpretación está intercalado en los tres Evan­gelios el turbador pasaje que llaman "la motivación de las parábolas"; en el cual el Salvador siendo preguntado, por un fariseo probablemente: "¿Por qué les hablas en parábolas?" contesto en suma con esta salida: "¡Para que no entendáis!". Pero para que no entendieran ¿no era lo más práctico callarse? Si un Salvador no quiere salvar, lo más seguro y bara­to es callarse la boca.

Es una respuesta irónica de Cristo. Ironía enseñan que es decir las co­sas al revés; como por ejemplo, hablar de la gran cultura argentina. La verdad es que ironía es la indignación templada y como forrada por la inteligencia; como cuando Cristo le dijo a Nicodemus: "Tú debes saberlo bien, que eres Maestro de la Ley." La ironía es el lenguaje del hombre éti­co cuando habla a los anéticos: "el hombre magnánimo usa de la ironía" dice Aristóteles: "vir magnanimus utitur eironeia". El humor es propio del hombre noble, sea inglés o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco desarrollados. Pues bien, Cristo tenía el sentido del hu­mor, Cristo respondió muchas veces irónicamente. La ironía es estilo indi­recto; y además es estilo pregnante, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo. Cristo pues podría haber respondido en estilo directo más o menos: "Yo predi­co como debo predicar, es la forma más adecuada que existe para ense­ñar verdades estrictamente religiosas; es decir, misterios; en la forma que ya profetizara de mí el Rey Profeta en el Psalmo 77, y el Profeta Isaías en su Recitado Sexto... Yo sé perfectamente y de antemano que vosotros, oh fariseos, de esta forma mía de predicar, os haréis una piedra de tro­piezo y una ocasión de perdición; pero es porque en el fondo queréis per­deros. Unos saldrán diciendo que no entienden, otros entenderán más de lo que hay, unos que es difícil, otros que es pedestre, otros que eso no es para ellos sino para los «chinos»... «para esa maldita plebe que no co­noce la Ley», como dicen ustedes los fariseos, cuando están entre ustedes. Pero yo no por eso voy a dejar de predicar como corresponde... y como a mí mejor me parece y place, ¡últimamente, caramba!... Ustedes no me pagan mis prédicas, yo predico como mejor me parece...".

Pero el amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación produce estilo indirecto, ironía. Y así Cristo, en vez de res­ponder larga y directamente, respondió breve e incisivamente: "Hablo así para que se cumpla lo que dijo Iéyada el Profeta: para que viendo no veáis —porque vosotros os dáis de muy videntes y sois ciegos— y oyendo no oigáis; porque este pueblo me tiene mucho en la boca y poco en el corazón; y de ese modo no entiendan, y yo no los sane, y tropiecen y se pierdan... Para eso hablo en parábolas."

Esto se llama una profecía conminatoria, esas profecías que se hacen para que no se cumplan; y cuanto más atroces, son más piadosas; como cuando uno le dice a su hijo: "Vos vas a acabar en la cárcel." Prever lo que va a pasar no siempre es desearlo; y decirlo de antemano con gran fuerza a fin de ponerle óbices, eso es amor y no es odio. Así pasó en Ní­nive con el Profeta Jonás.

En la parábola del Sembrador, el Sembrador es Cristo, y las tres cla­ses de semillas malogradas son tres clases de hombres que fallan en la fe; en quienes se malogra "la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo".

Estos tres hombres se podrían denominar el Frívolo, el Flojo y el Furioso. Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla; porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos —o cañotas— crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada. Y así hay tres clases de hombres con respecto a lo religioso, que se pueden simbolizar en Don Juan Tenorio, el Fausto y el Judío Errante. Y si quieren personajes históricos y no legendarios, digamos por ejemplo Casanova, Goethe y Napoleón, para no salir de nuestros tiempos.

En los tipos frívolos o distraídos la fe no puede ni prender siquiera, porque ella pertenece al dominio de Lo Serio: allí cae sobre el camino, es sembrada en la calle. Ellos pueden hablar de Dios y aun saber el Cre­do, como Don Juan; pero lo Religioso está amputado e ellos; o mejor dicho, está atrofiado. Don Juan Tenorio no es el símbolo del "pecadorazo español", como cree Ignacio Anzoátegui, del hombre que "cree fuerte y peca fuerte" de Lutero. ¡Ni por pienso! Don Juan Tenorio con sus bigo­tazos, sus desplantes, sus bravatas, sus conquistas y su espada pronta, es un varón poco desarrollado; el doctor Marañón lo clasifica incluso en­tre los “feminoides”. Por eso entiende tan rápidamente a las mujeres en lo superficial; porque es amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un misterio profundo y respetable, por no decir adorable; para el achiquilinado es algo como el ratón respecto al gato: algo enteramente claro y perspicuo. Don Juan Tenorio está lleno de malos pensamientos y pe­queñas porquerías; pero no peca, hablando en serio; el pecado es una co­sa seria y no es lo mismo ser pecador que chico malcriado. Las que pe-can serían en todo caso las mujeres que lo siguen, como el caburé no tie­ne la culpa que las gorrionas se le vayan encima: pecado de bobería, que es uno de lo más peligrosos que hay. Esa Margarita, por ejemplo, que Goethe quiere damos como un portento de inocencia... Es una mujercita un poco corrompidita; la prueba es que se hace la bobita. Quizá nos equivoquemos ¿no?

Fausto sí peca: cuando seduce a Margarita sabe lo que hace; y por eso vacila y tiembla. Mientras, Don Juan no sabe lo que es vacilar, y ésa es una de sus fuerzas. Fausto es el hombre que ha recibido la fe, que es capaz de lo ético y lo religioso —es capaz del amor y no solamente del deseo—: pero en el cual la fe se secó pronto porque él no quiso sufrir; y por tanto no quiso obrar conforme a la fe; y la fe sin obras es muerta. Cristo declara netamente que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que la religión los va a remolcar por un camino que les causa pavor; y por eso desenganchan al momento. Con és­tos el diablo tiene más trabajo, pero también más cosecha. Con los pri­meros, "las aves del aire fuliginoso" se limitan a comerse las semillas an­tes que nazcan; aquí ya interviene Mefistófeles con discursos, promesas y vivezas; y hasta con golpes de mano a veces. Lo demoníaco, que en Don Juan está oculto, aquí se hace visible.

El tercer caso es más tremendo: allí la fe existe, pero está cubierta y como fagocitada y convertida en fermento de acción... y desesperación. Lo demoníaco es aquí inmediato: no necesitan un Mefistófeles al lado. Fermento de acción mundana, por supuesto, no de acción interna, que es la verdadera acción: de agitación, hablando en plata. Todos esos hom­bres a presión, esos hombres agitados y poderosos que han hecho grandes cosas —ruinosas— en la Historia ("Gigantes viri famosi" los llama el Géne­sis) como Napoleón Primero o Hitler, son en el fondo hombres religio­sos; pero su religiosidad está desviada. La Semilla cayó entre Espinas.

Lo Religioso es lo que impulsa al Judío Errante a su fatídica errabun­dia: si no puede pararse es porque tiene fe, pero su fe está aprisionada por una pasión; símbolo poderoso que creó el Medioevo para significar el mismo disperso y errabundo pueblo judío.

Ashaverus tiene verdadera inquietud religiosa: sabe que ha pecado contra Cristo y que ese pecado no es una cosa indiferente ni siquiera co­rriente, sino extraordinaria y horrorosa; pero no llega a postrarse ante el Muerto a pedir perdón. Y entonces el desasosiego espiritual, que es el manantial de la religiosidad, en vez cae volverse fe se vuelve angustia.

Pero estos terceros infieles son los que más fácilmente se convierten: la Desesperación es la Enfermedad de Muerte, pero al mismo tiempo es el Remedio. Ashaverus se convertirá al final; el que no se convierte nun­ca es Fausto: Goethe se equivocó al hacer convertir a Fausto en su Se­gunda Parte. De hecho Goethe, que fue el verdadero Fausto, no se con­virtió nunca, que nosotros sepamos. Fausto es la Duda; y la Duda no puede convertirse porque entonces se aniquila a sí misma, hablando en el mundo de las Ideas; puesto que sabemos que todo hombre puede convertirse si quiere.

Pero en el mundo de las Esencias, Fausto convertido es una contradicción; lo mismo que un Caifás convertido.

Consolémonos: también hay tres tipos en los cuales la Semilla no se malogra, que son el Penitente, el Pío y el Perfecto. En unos da 30; en otros, 60; en pocos da el 100 por uno, los cuales se llaman los Hombres del Ciendoblado. Estos son los hombres que hacen todas las cosas que predican; que tienen una fe total y todos sus actos expresan esa fe. Los que gritan son oídos en este mundo; pero mucho más son oídos los que no gritan y hacen. El Ciendoblado es el hombre cuya vida predica el Evangelio sin muchas palabras; que cuando habla del sufrimiento, sabe lo que es sufrir; cuando habla de la renuncia, sabe lo que es renunciar; cuando habla del martirio, sabe lo que es el martirio. Y cuando habla del Amor de Dios, dichoso él, sabe lo que es el Amor.

Nada de eso sabe el frívolo. Hoy día casi todo es "calle". El diablo ha inventado un Camino Anchísimo para confort del hombre moderno: una "autoestrada". Ha hecho que todo se vuelva calle y trocha, hasta el hogar, hasta la escuela, hasta la iglesia; no puede pararse uno, todo es pa­ra caminar, como el mundo entero para el Judío Errante; y, naturalmen­te, todas las Semillas caen en el camino. Y, naturalmente, de esa manera ha obligado al Sembrador a tomar el arado y convertirse en Arador.

"Los pecadores me araron el lomo", dice el Profeta David profetizando los azotes de Cristo; mas llegará un tiempo en que Cristo habrá de to­mar el azote y ararnos a nosotros, para que nos salvemos aunque sea "tanquam per ignem ", a través del fuego. Peor es nada.

La bomba atómica puede convertir a Europa, dice Belloc; y si no convierte a Europa, paciencia; por lo menos me puede convertir a mí...

(Tomado de El Evangelio de Jesucristo, Ed. Vórtice 1997, págs.119-123)

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Juan Pablo II

Homilía de su Santidad Juan Pablo II en su viaje apostólico Eslovaquia

1. "Os ruego que os comportéis como pide la vocación a la que habéis sido llamados" (cf. Ef 4, 1).

La apremiante invitación del apóstol san Pablo a la comunidad cristiana de Éfeso reviste un significado particular para todos los que estamos aquí reunidos. A cada fiel, en la diversidad de las vocaciones y los carismas, se le ha encomendado la tarea de ser discípulo y apóstol: discípulo, a la escucha humilde y dócil de la palabra que salva; apóstol, con el testimonio apasionado de una vida animada por el Evangelio.

Dice un proverbio eslovaco: “Las palabras mueven, los ejemplos arrastran". Sí, queridos hermanos y hermanas, también vosotros podéis dar, con el "estilo" de vuestra vida cristiana, una gran contribución a la evangelización del mundo contemporáneo y a la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Por eso, os digo con el Apóstol: “Mirad vuestra vocación" (1 Co 1, 26).

2. Os saludo con afecto en el nombre del Señor a todos vosotros, hijos e hijas de esta Iglesia local, comenzando por vuestro obispo, monseñor Eduard Kojnok, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, y a su coadjutor, monseñor Vladimír Filo. Saludo y bendigo a los obispos presentes y a los peregrinos que han venido de otros países y de las demás diócesis. Saludo a las autoridades civiles y militares, en particular al señor presidente de la República eslovaca y al presidente del Parlamento. A todos agradezco la acogida y el empeño puesto en la preparación de mi visita.

Deseo dirigir un saludo particular a la comunidad de lengua húngara, tan numerosa en esta región y parte integrante de esta diócesis. Amadísimos hermanos y hermanas, orgullosos de vuestras tradiciones y fieles a la enseñanza de vuestros padres, mantened firme la fe y viva la esperanza, sacando fuerza de vuestro amor a Cristo y a su Iglesia. Vuestra presencia es un enriquecimiento constante para la tierra eslovaca, y sé que los pastores de esta Iglesia local se esfuerzan por satisfacer vuestras aspiraciones espirituales, salvaguardando siempre la unidad eclesial, factor de crecimiento humano y espiritual para toda la sociedad eslovaca.

3. Queridos hermanos y hermanas, al venir de Bratislava y Kosice, he podido admirar los vastos campos cultivados, testimonios de vuestro trabajo y vuestro esfuerzo. He pensado con simpatía y gratitud en cuantos trabajan en el campo y dan, con su dedicación, una contribución indispensable a la vida de la nación. Los saludo con afecto. En la parábola evangélica que acabamos de oír proclamar, Jesús mismo se comparó con el sembrador, que siembra con confianza la semilla de su palabra en la tierra de los corazones humanos.

El fruto no depende únicamente de la semilla, sino también de las diversas situaciones del terreno, es decir, de cada uno de nosotros. Escuchemos la explicación que Jesús mismo dio de la parábola. La semilla devorada por las aves evoca la intervención del maligno, que lleva al corazón la incomprensión del camino de Dios (cf. Mc 8, 33), que es siempre el camino de la cruz.

La semilla sin raíz describe la situación en la que se acepta la Palabra sólo exteriormente, sin la profundidad de adhesión a Cristo y el amor personal a él (cf. Col 2, 7), necesarios para conservarla.

La semilla ahogada remite a las preocupaciones de la vida presente, a la atracción que ejerce el poder, al bienestar y al orgullo.

4. La Palabra no da fruto automáticamente: aunque es divina, y por tanto omnipotente, se adapta a las condiciones del terreno, o mejor aún, acepta las respuestas que le da el terreno, y que pueden ser también negativas. Misterio de la condescendencia de Dios, que llega incluso a ponerse completamente en manos de los hombres. Porque, en el fondo, la semilla sembrada en los diversos terrenos es Jesús mismo (cf. Jn 12, 24).

La lectura de esta parábola y de la explicación que dio Jesús a sus discípulos suscita en nosotros una reflexión necesaria. Queridos hermanos y hermanas, nosotros somos la tierra en donde el Señor siembra incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposiciones la acogemos? ¿Cómo la hacemos fructificar?

5. San Juan Crisóstomo, cuya memoria litúrgica estamos celebrando, escribe: “Tengo su palabra: ella es mi cayado, mi seguridad... Es mi fortaleza y mi defensa" (cf. Homilías antes del exilio, nn. 1-3: PG 52, 428).

El Papa os encomienda hoy a todos vosotros el tesoro de esta palabra, haciéndose, a su vez, sembrador confiado que siembra en el secreto del corazón de cada uno la "buena nueva" del Reino. Sed la tierra fértil y buena que, con la abundancia de sus frutos, realiza las expectativas de la Iglesia y del mundo.

"Son inútiles los esfuerzos de los hombres cuando no son bendecidos por Dios", reza también sabiamente otro de vuestros proverbios. Por eso, invoco sobre vosotros y sobre vuestro compromiso de vida cristiana las más copiosas bendiciones del Altísimo.

Sed fieles a Dios, cumplid sus mandamientos. Defended la vida y sed fieles a la Iglesia y a vuestra patria, Eslovaquia.

Amén.

(Roznava, sábado 13 de septiembre de 2003)

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CATECISMO

La meditación

2705 La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente, se hace con la ayuda de un libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia, la página del "hoy" de Dios.

2706 Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: "Señor, ¿qué quieres que haga?".

2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.

2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El.

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Ejemplos Predicables

Tesifonte y el milagro de las aves

He aquí lo que se cuenta de San Tesifonte, uno de los siete varones apostólicos, que predicó el Evangelio en España en la región de Almería."Un día, Tesifonte predica en Castela. De sus labios brotan encendidas las palabras de la verdad. Habla de Dios trino y uno, de Jesucristo, de sus milagros... Hay un silencio. Un grupo se acerca al Santo: -Si tu Dios es el verdadero, el único, el omnipotente, pídele que ahuyente de nuestro sembrado las aves que comen los frutos. Si lo hace, creeremos en El. Tesifonte ora. Levantan el vuelo los pájaros, que desde entonces no volverán a tocar los frutos de las feracísimas huertas. Y la tradición dice que el prodigio duró mucho tiempo. Las avecillas pasaban por encima del terreno sin gustar lo que el Santo les prohibió, con la particularidad de que, si alguno tomaba algún grano, moriría con él al instante... Baza, Huéscar y los pueblos de toda la comarca almeriense se sentaron también a los pies del enviado de Dios para después arrodillarse entonando el Credo"

(I. Flores de Lemus, Año cristiano iberoamericano t.2 p.9-10).
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San Bernardino o la palabra llena de gracia

"El humanista milanés Mafeo Vegio se alarga en el elogio de su elocuencia. Lo que más admira en él es la pronunciación, el acento, la expresión de la idea en la voz. "Nada nos dice puede imaginarse, más digno, más noble, más bello. Era su voz tan dulce, tan sonora, tan clara, tan distinta, tan matizada, tan segura tan penetrante, tan llena, tan amplia y tan eficaz, que parecía acomodada a todos los sentimientos, a todas las ideas, a todas las delicadezas y a todos los errores. Nada puede igualar el arte con que sabía manejarla y adaptarla a todos los efectos para mover y deleitar al público; nada puede compararse a la naturalidad con que acertaba a realzar la fuerza del pensamiento con los movimientos y actitudes de su rostro, siempre alegre, y de todo su cuerpo, del que parecía desprenderse una irradiación celestial"... A diferencia de San Vicente Ferrer, Bernardino solía salpicar sus sermones de cuentos y digresiones amenas, destinadas a sostener la atención del auditorio.

Estudiaba también cuidadosamente las costumbres, las necesidades y el carácter de los pueblos adonde llegaba, y tenía el don infalible de discernir los efectos de su palabra en la multitud. Cuando la veía acongojada, con exceso, acudía a un gracejo, a un chiste, a un rasgo de ingenio para templar el terror o la tristeza. Era siempre ingenioso y tenía una conversación chispeante, llena de gracia. Pero a todas estas cosas, dice Mafeo Vegio, superaba la integridad de su vida, su santidad. Nada pudo encontrarse en él digno de reprensión; nada que pudiese echar sombras en la sinceridad de su palabra". Bernardino conocía y practicaba la sentencia de su padre San Francisco : "Ognuno sa quanto opera". Son las obras las que miden la ciencia del hombre...

Tal era el predicador que durante un cuarto de siglo recorrió las ciudades italianas despertando el fervor religioso y llamando a los hombres a penitencia. En su camino brotaban la paz y la limosna, se organizaban cofradías de caridad y congregaciones de misioneros, surgían iglesias, conventos y hospitales... Su elocuencia no sólo arrebataba el pueblo, sino que era el deleite de los doctos y de los humanistas. En Milán, uno de los gramáticos más ilustres solía decir a sus discípulos : "Vamos, hijos, a oír a este frailecito, que aunque lleva un vestido tan miserable, habla con inimitable gracia"

(cf. Fray Justo Pérez De Urbel, Año cristiano t.2 p.353-356).

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Símiles y analogías

Impugnar la verdad conocida. (Andersua).

— Hácense reos de este pecado los que, no por ignorancia, como Saulo, sino con pleno conocimiento de las verdades religiosas y, en consecuencia, por malicia, impugnan las doctrinas reveladas, las tergiversan, las deforman. Semejantes hombres siguen las huellas del mago Elimas, quien se opuso a los apóstoles Pablo y Bernabé que predicaban el Evangelio en la isla de Chipre y se esforzaba por predisponer contra ellos el ánimo del prefecto Sergio Paulo, inclinado a aceptar la doctrina cristiana, habiendo merecido de san Pablo este reproche: "¡Oh lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor?"

Este fue el pecado de los judíos, que oían la predicación de Jesús y se admiraban de ella, pero no le daban fe; veían sus milagros y se maravillaban de ellos, pero no reconocían que Él era el Mesías verdadero, antes se esforzaban por negar los milagros o los atribuían a intervención diabólica.

Un loco pretendía destrozar un bloque de granito golpeándolo estrepitosamente con su bastón, el cuál se rompió. Los circunstantes, atraídos allá por el ruido, admiraron la resistencia del granito y se rieron de la majadería del loco. La verdad es tanto o más indestructible que el granito. El pueblo instruido en la religión católica, se ríe de los esfuerzos de ciertos seudosabios que, con sus cavilaciones desprovistas de valor científico, pretenden destruir las verdades religiosas de la Iglesia de Jesucristo.

(Tomado de Enciclopedia católica de símiles y analogías, pág. 481, Ed. Litúrgica Española, V. Muzzatti)


H. 25. Fray Nelson Domingo 10 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: La Lluvia hará germinar la tierra * Toda la creación espera la revelación de la gloria de los hijos de Dios * Salió el sembrador a sembrar.

1. Gotas y Semillas
1.1 La primera lectura de hoy compara a la Palabra de Dios con la lluvia; el evangelio la relaciona con la semilla. El mundo de la agricultura nos ayudará hoy a entender el misterio maravilloso que acontece cuando Dios habla y alguien escucha.

1.2 No es causalidad esta comparación. El campo es el lugar donde brota la vida; una vida que no vemos pero que sí necesitamos; una vida que hace posible nuestra propia vida. Y aunque comprendemos en parte lo que sucede entre la tierra, la semilla y el agua, un corazón atento siempre sabe maravillarse de gozo cuando aparece la espiga.

2. Palabras Eficaces
2.1 La primera lectura enfatiza la eficacia, es decir, el poder que hay en la Palabra de Dios. El resumen está en esa frase: "así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado."

2.2 ¿Por qué dice Dios que la palabra "vuelve" a él? Esto no es obvio al principio. Uno no habla para que le devuelvan lo que uno ha dicho. En esto hay un misterio más, muy bello, que uno puede percibir con el verbo "bendecir." Dios nos bendice y nosotros bendecimos a Dios. O mejor: nosotros bendecimos porque hemos sido bendecidos. Bendecir viene de "decir bien," esto es: "decir la palabra justa, bella, sabia, apropiada. Dios nos bendijo porque nos dio la Palabra que salva; nosotros le bendecimos porque somos su pueblo adquirido, la raza que él ha salvado.

3. Semillas como Gotas de Lluvia
3.1 Así como las gotas de lluvia parece que se perdieran, cayendo en desorden por todas partes, así la siembra tradicional entre los campesinos del pueblo de Jesús; ellos sembraban haciendo llover la vida sobre la tierra. Era un método poco práctico en que mucho se desperdiciaba. La parábola de hoy nos recuerda eso: que mucho se desperdicia.

3.2 Nuestro Dios es un Dios que desperdicia. Suena casi a herejía pero en realidad lo decimos con máximo respeto y con inmensa admiración. En el plano puramente terrenal, ¿quiénes son los que desperdician sino los que tienen en abundancia? Los muy ricos organizan fiestas y banquetes donde mucho se desperdicia, y pareciera que no les importara si se pierde mucho licor o comida. Así muestran que son verdaderamente ricos.

3.3 Nuestro Dios es auténticamente rico y su riqueza no es engañosa. Es rico en amor, es rico en perdón, es rico en justicia y en sabiduría. Hace hermosos amaneceres que ningún pintor podría pintar... y deja que se "desperdicien" sin que nadie los contemple. Inventa millones y millones de galaxias que al parecer nadie ha visto ni podrá ver. Dios se da el "lujo" de derrochar su amor y de esparcir a placer su Palabra. Mucho parece perderse, mucho de hecho se pierde, pero el resultado no engaña: la cosecha será abundante.


H.26.

1."Salió el sembrador a sembrar"...Mateo 13,1. "Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo" Isaías55,10. Dios siembra su palabra como lluvia, abundantemente, copiosamente, todos los días, siempre... Su semilla son dones y gracias, regalos de Dios. Principalmente SU PALABRA.

2. Para captar el sentido genuino de la parábola del sembrador hay que leer el entero capítulo 13 de San Mateo, en el que Jesús inicia y trata de explicar el crecimiento de la comunidad salvadora del reino de los cielos en siete parábolas: la levadura, el grano de mostaza, la cizaña, el tesoro escondido, la perla preciosa, le red repleta y, el sembrador, que es la de hoy. Desde esa entraña podemos deducir que la parábola del sembrador significa que, por muchos obstáculos que se le opongan, el sembrador que sembró la semilla cosechará fruto abundante, pero siguiendo los ritmos de la semilla y sin pretender ni estirar el tallo del gladíolo, ni precipitar la granazón de la espiga, ni adelantar la eclosión de los pétalos de la rosa. Cada oyente de la Palabra es el que va recibiendo el influjo de la de la semilla que germina, acucia, engendra deseos, provoca decisiones, punza con argumentos, impulsa cambio de vida, en fin, que el vigor de la semilla es un revulsivo purificador, un soplo consolador, un empuje de crecimiento. En una interpretación posterior las comunidades irán acentuando el sentido de la responsabilidad de los cristianos que reciben la siembra de la semilla y que son catalogados según las diversas calidades de las tierras.

3. "Al principio ya existía la Palabra" (Jn 1,1). Era la Palabra eterna que el Padre pronunciaba en el seno de amor de la Santa Trinidad. Después fue la Palabra creadora: "Mediante la Palabra se hizo todo" (Ib 3). Dios sembró su palabra en la creación, maravillosa, grandiosa y armoniosa, y sembró la vida en los hombres, los primeros hombres, el primer hombre y la primera mujer. Pero ellos frustraron la palabra de Dios, desobedeciéndola, al susurro del padre de la mentira Romanos 8, 18.

Desde entonces, "la creación expectante, está aguardando" el cumplimiento de la palabra de Amor de Dios. Pronunció después la palabra dialogante a Noé, a Abraham, a Moisés, a los profetas. ¿Quién, qué hombre, será tan leal y fiel, que lleve a cumplimiento laborioso y sangriento, la palabra salvadora? Cuando los tiempos llegaron a la plenitud, la Palabra se hizo hombre, y habitó entre nosotros" (Ib 14). Y nos reveló al Padre, su amor ardoroso. Nunca habríamos sabido de Dios, si Dios mismo no nos lo hubiera dicho por su Palabra. Esa es la razón por la que la Segunda Persona de la Santa Trinidad es llamada Verbo, Palabra, porque habló como hombre y se nos comunicó en signos humanos.

4. Esta vez no habrá fracaso, sino éxito total, porque ha enviado a cumplir esa palabra a su Hijo, que es la Palabra encarnada y personal, que no vuelve al Padre vacía, sino que hace su voluntad y cumple su encargo. Y su encargo es sembrar y sembrarse. Ahora es Jesús el que sale a sembrar. Jesús ha venido a sembrar la palabra, a transmitirnos lo que piensa y lo que quiere el Padre; a revelarnos cómo es el Padre; cómo quiere que sigamos el camino de la felicidad; a contagiarnos sus sentimientos y sus deseos, a regar con su sangre la siembra de su Palabra y a dejarse sembrar en el sepulcro. "Los gemidos de parto de la creación, que esperan y desean la manifestación de nuestra filiación divina", no van a ser ya defraudados.

5. En consonancia con el texto de Isaías que la lluvia y la nieve que descienden del cielo, no vuelven allá sin empapar la tierra, sin fecundarla y hacerla germinar, la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber cumplido lo que yo quería y haber llevado a cabo su misión. Antes de morir Jesús podrá decir con absoluta verdad: ”Consumatum est”. Todo se ha cumplido. La siembra está hecha. Esta Sangre que ha encharcado el enlosado del pretorio y ha cubierto la cruz en el Calvario, y el grano de trigo que va a ser enterrado en el surco del sepulcro va a dar mucho fruto. Esa es la seguridad de la redención y de la salvación: el cumplimiento del deseo de Dios de que todos los hombres se salven.

6. La semilla tropezará con tierra pedregosa, se enredará entre cardos y espinas, caerá sobre corazones duros como las piedras del camino, pero se realizará la salvación, proyectada por el Padre Misericordioso, y realizada por la obediencia de su siervo doliente y obediente, Jesús. Abundancia de palabra, sacramentos y jerarquía, todo en función de la cosecha que superará cardos y espinas y pedregales y corazones malvados. Nadie podrá detener el germen divino de la semilla porque ha nacido en Dios.

7. Jesús siembra en todas partes, en los caminos, en el terreno pedregoso, entre zarzas, en tierra buena. A un agricultor no se le ocurrirá sembrar trigo en la carretera, o sobre el pavimento de su casa, o entre las zarzas y entre los erizos del monte, porque sabe que el camino o las zarzas o las piedras, serán siempre camino, zarzas o piedras.

Pero la semilla de la palabra que se siembra en el corazón de los hombres sí que puede ablandar el camino, y convertirlo en tierra fértil y en campo productivo; las zarzas y las piedras pueden desaparecer y la tierra limpia puede recibir la semilla buena de la palabra de Dios y llegar a producir frutos de virtud y de santidad, porque la Palabra es creadora, como lo es el Espíritu, creador y dador de Vida, Vivificante.

8. Todos los días recibimos gran cantidad de semilla buena, de ejemplos buenos, de consejos estimulantes, de correcciones caritativas, estamos envueltos en acontecimientos salvíficos movidos por un Dios que no duerme (Sal 120,4), de gracias de Dios que nos ama y nos quiere salvar. De nosotros depende que esa semilla produzca frutos o se esterilice.

9. El enemigo sembrará la inconstancia, y la falta de raíces intentará hacernos sucumbir en las pruebas y en las tentaciones. Las preocupaciones y las inquietudes, el nerviosismo y el estrés y la ambición y el afán de las riquezas, o el deseo de los placeres, pueden hacer estéril la palabra sembrada, eso ya dependerá de nosotros. Pero cuando la semilla se esterilice en un corazón, como en el joven rico que se fue triste, encontrará eco en otro corazón noble, tres siglos después en Egipto, cuando Antonio Abad, de veinte años, escuche la misma invitación cantada por el diácono en su iglesia. Y en él produjo el ciento por uno, porque vendió la herencia pingüe que había recibido de sus padres, la dio a los pobres y se sumergió en las alabanzas a Dios y en el trabajo en la soledad del desierto, donde tuvo que luchar aguerridamente con el enemigo de siempre.

10. El Padre Segundo Llorente, jesuita, fue misionero en Alaska. Desde allá escribía cartas, que él nunca supo el bien que me hicieron a mí. También yo ignoro el efecto de estas palabras mías. Sólo de vez en cuando, una persona generosa gasta su tiempo dándome a beber un sorbo de agua, que Dios ve necesaria para el camino. Era tal la fe de aquel misionero que un día dice: salí a sembrar vocaciones religiosas entre los esquimales. Diríamos nosotros ¡qué locura sembrar en aquel erial! Pues él estaba seguro de que alguien recibiría esas semillas. Leyendo al Padre Arrupe sus andanzas en el Japón quedas anonadado ante el heroísmo de aquellos misioneros que se ven precisados a ejercitar una gigantesca esperanza.

11. A veces he encontrado en altos picos de montaña hermosas matas de claveles cuyas semillas fueron sembradas tan lejos por algún pajarito que dejó allí la semilla. Pocas semillas hay más pequeñas que la de la mostaza, y, con ser tan diminuta que no pasa de los cuatro milímetros de diámetro, se convierte en un arbusto de tres o cuatro metros. La doctrina de Cristo es un grano de mostaza por su tamaño. Pero dejadla que caiga en la tierra buena de un corazón preparado, regadla después con abundancia de agua de oración y de reflexión y veréis cómo nace y cómo crece esa plantita. hasta el punto de que los pájaros; que son las almas que vuelan y no reptan, buscan cobijo y descanso en sus ramas.

12. Es más difícil que la palabra de Dios arraigue si no encuentra un corazón de carne, es decir, si no hay en el hombre al menos un inicial deseo de honradez, un clima natural de humanidad, que supone captación de la belleza moral, afecto noble hacia lo bueno, gratitud debida al bienhechor, estímulo ante el progreso moral y el perfeccionamiento. Diríamos que cuando el alma no vive como espíritu, sino que se materializa, cuando es incapaz de remontar su vuelo más allá de las fronteras del alcance de los sentidos, cuando no calcula más que lo que toca, ve y goza, hace más difícil la germinación del grano diminuto, pero eficaz; poco vistoso pero muy fecundo, de la palabra de Cristo.

13. La semilla que cae entre las piedras no arraiga ni nace. Sin embargo, allí mismo, en los cerros, junto a las piedras, había un puñadito de tierra y el buen labrador hacendoso la roturó y abonó y allí creció el trigo, y las vides se engalanaron con el verdor de los pámpanos tersos..., y en el collado hubo vino y harina, y, consagrados, dieron a Jesús a las almas, y éstas almas se multiplicaron… y nacieron de ellas otras espigas y otras vides, ¿quién osará calcular la fecundidad de un granito de mostaza que cayó en una tierra buena?... ¿Quién podrá medir el bien que una palabra dicha quedamente puede producir hasta el fin de los siglos?... Nuestras palabras y hasta nuestras pisadas, hallan eco en todo el mundo y hasta el día último.

14. Transcribo el siguiente Testimonio, salido de la pluma del Canónigo Magistral de la Catedral de Teruel:

Familia Parroquial

ANTONIO SE HA IDO AL SEMINARIO

Antonio ha crecido pegadito a la sotana del Cura. Desde los 8 años ha estado al servicio del altar y del apostolado: Acólito vivaracho, aspirante de Acción Católica eficiente, estudiante pundonoroso... Se nos ha ido al Seminario, como hace cuatro años se fue Nicolás.

Nos ha dejado un vacío muy hondo... Sólo soportable por el pensamiento de que así nos preparamos el relevo. Que el Señor le dé perseverancia.

15. Como el grano de mostaza

Jerónimo Beltrán *

Tengo en mis manos una sencilla hoja parroquial’, “Noticias” es su título. Y es de la parroquia de Santiago Apóstol, de Sinarcas (Valencia). Corresponde al año primero de esta publicación y es de fecha 15 de noviembre de 1959. En ella hay un comentario del evangelio centrado en la parábola de la mostaza.

El autor dice: “La doctrina de Cristo es un grano de mostaza por su tamaño. Pero dejadla que caiga en la tierra buena de un corazón preparado, regadla después con abundancia de agua de oración y veréis cómo crece esa plantita... Diríamos que cuando el alma es incapaz de remontar el vuelo más allá de las fronteras del alcance de los sentidos, cuando no calcula más que lo que toca, ve y goza, se hace incapaz de dejar germinar el grano pequeño, pero eficaz, poco vistoso pero muy fecundo, de la palabra de Cristo”. Quien escribía estas frases es D. Jesús Martí y Ballester, joven sacerdote, destinado a la parroquia de Sinarcas cuando contaba 30 años de edad. Allí estaría 6 años trabajando apostólicamente. No se distinguía precisamente el pueblo por fervor espiritual. Pero la semilla de su predicación insistente fue calando en las almas hambrientas de la Palabra con mayúscula.

“Amor y cruz” y el obispo de Avila, Arzobispo de Granada después y actualmente, Arzobispo de Toledo y Primado de España.

¿Quién se hubiera atrevido a preveerlo? Fue exactamente en Sinarcas donde empezó a gestarse “Amor y Cruz”, una Obra de Iglesia que valora enormemente la vida de oración y en medio del mundo quiere enraizar la dimensión contemplativa. Todo ello siguiendo la doctrina espiritual de nuestros grandes místicos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, quienes avanzaron hacia Dios por el camino generoso de la renuncia y de la entrega.

D. Jesús Martí es su fundador, autor además de numerosos libros de espiritualidad. Y el otro detalle. En esa hojita parroquial hay una noticia: “Antonio se ha ido al Seminario”. Se hizo sacerdote.

Es Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo. Son acontecimientos que nos animan a pensar en la eficacia del insignificante grano de mostaza del evangelio. “Uno es quien siembra y otro quien recoge” —dijo el Señor—. Sembremos con alegría porque otros —y soy profeta ahora—, lograrán abundante cosecha.

*Jerónimo Beltrán es Canónigo Magistral de la Catedral de TERUEL

16. Dicen los sociólogos que se va extendiendo una religión hedonista, que no valora el pecado. Esa religión no produce frutos, no estimula a las generaciones jóvenes a entregarse por Jesús y como él a las almas, ni a una fidelidad constante ante las tentaciones. "Pasarlo bien" es su lema.

17. La Santa Virgen María, la tierra virgen disponible a la acción del Espíritu y los santos han sido la tierra buena que ha producido el ciento por uno. ¿Por qué no lo hemos de ser nosotros? "Dichosos vosotros porque oís lo que estáis oyendo. Muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que vosotros veis y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo vieron ni lo oyeron".

18. Al recibir la palabra de la Escritura y al comer la palabra encarnada eucarística que nos une con Dios, somos felices, pero también responsables de los frutos. Con la Eucaristía y con la Palabra, "el Señor riega la tierra y la enriquece", pues como la semilla necesita riego, ahí llega "la acequia de Dios, rebosante de agua". El Señor "prepara los trigales, riega los surcos, su llovizna que él envía deja los surcos mullidos", y a medida que van saliendo "los brotes, él los bendice". "Los pastos del páramo rezuman abundancia, las colinas se orlan de alegría. Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan" mientras se orean y se balancean Salmo 64. De esta acción de Dios, vive, brota, fructifica, la vida de la Iglesia. Porque la Palabra no vuelve vacía.

JESUS MARTI BALLESTER


H-27. Fuente: Buzón Católico www.buzoncatolico.com
Autor: Padre Mario Santana Bueno, sacerdote de la diocesis de Canarias.

El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre qué papel tiene la palabra de Dios en nuestra vida.

Es curioso ver que personas cristianas de toda la vida viven casi de espaldas a la palabra del Señor. Esta realidad de no tener en cuenta la palabra debilita mucho nuestras fuerzas espirituales.

Para referirse a la importancia de la palabra el Señor acude a las parábolas. Las parábolas son un modo de enseñar muy corriente y muy provechoso, a la vez de ser muy agradable de escuchar y fácil de recordar. La parábola instala el mensaje en el inconsciente de la persona.

No es un tratado de sagrada escritura lo que nos propone Jesús sino un acercamiento vital a la palabra de Dios.

¿Qué lugar ocupa la palabra de Dios en tu vida diaria?

¿Eres capaz de leer, meditar e intentar vivir la palabra?

La palabra se reparte pero cae en desigual terreno. Es la misma palabra pero cada persona se tiene que convertir en tierra para que germine.

El versículo once nos dice que “A ustedes, Dios les da conocer los secretos de su reino; pero a ellos no”. Los discípulos de Jesús tenían un conocimiento de las cosas de Dios que la gente común no tiene, la gente debe ser enseñada.

Esto nos demuestra la gran responsabilidad que tenemos como creyentes. Ser conocedores de los misterios de Dios es entrar en la hondura del Señor, sabernos en Él. Tener la seguridad vital que Dios está con nosotros incluso en medio de la duda, de la inseguridad y de nuestra propia indigencia.

¿Crees que Dios sigue estando presente en nuestro mundo a pesar de tantas y tantas calamidades? ¿Sabes descubrir la presencia de Dios? ¿Cómo sabes tú que Dios está presente incluso en lo que no entendemos?

Jesús repasa después la parábola con sus discípulos, a ellos les amplía el sentido de las cosas de Dios. Cada creyente debe ser un portador de Dios para los demás.

El terreno donde tiene que caer la semilla de la palabra es el corazón humano, pero sabemos que no todos los corazones están hechos ni preparados para lo mismo. Las inquietudes, deseos, miedos, ambiciones, son las encargadas de dar base a nuestro interior.

Los diferentes caracteres humanos están representados por los distintos tipos de terreno. Hay cuatro clases de corazones, de terrenos, en los que se siembra la palabra:

Terreno junto al camino: los que oyen pero no entienden. La palabra no cala en ellos, no hay mayor interés en profundizar. Están distraídos, poco interesados en lo que oyen.
Terreno entre las piedras: reciben y les impresiona la palabra pero por poco tiempo; no tienen duración. No hay firme convicciones en sus mentes y en su corazón. No tienen raíz, o sea, profundidad en lo que quieren. No saben qué quieren…
Terreno entre espinos: aventaja a los dos anteriores: recibió la semilla y dejó que echara raíces hondas, pero tampoco dio frutos debido a los estorbos que encontró en su crecimiento. Los espinos no dejaron que la raíz prosperara e impidieron que diera fruto. ¿Cuáles son estos espinos? La palabra nos recuerda en otro texto que fundamentalmente son tres las cosas que nos alejan de Dios:
Las preocupaciones (los afanes del mundo, las preocupaciones de la vida).
Los placeres (pues entregan el corazón humano a otros que no son Dios).
Las riquezas (cuando son endiosadas por el ser humano).
Terreno bueno: es el resultado lógico del encuentro de una buena tierra con una buena semilla. Este es el que oye y entiende la palabra, y da fruto (v.23). Éste es el terreno productivo; no significa que no haya estorbos, pero todo queda superado por la fuerza de la vida que crece. El cristiano es aquel que permanece fuerte incluso en medio de las dificultades, anclado solamente en Dios.
Dar fruto es poner en práctica la palabra. Hay distintos niveles de frutos, todos no tenemos que dar el mismo ni con la misma intensidad.

Hay un versículo un tanto desconcertante: Pues al que tiene, se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará (v. 12)

¿Es real esto que ha dicho el Señor? ¿No es una injusticia este planteamiento de un Dios que dice que está de parte de los más débiles, de los que menos tienen…?

El versículo 12 se refiere a la libertad del ser humano con respecto a la palabra de Dios. Cada persona es libre de aceptarla o rechazarla. Cuando una persona acepta la palabra y la hace germinar en su vida empieza a dar fruto una y otra vez, en las diferentes cosechas de la vida. Cuando una persona la olvida, esa semilla queda estéril y se muere. Es lo que nos sucede cuando empezamos a estudiar un idioma, por ejemplo el inglés. Si nos ponemos a estudiar, a profundizar cada vez más, a practicarlo, cada día entenderemos y nos comunicaremos mejor… si, en cambio, abandonamos este aprendizaje diremos aquello. Yo sabía un poco de inglés, pero como no lo he practicado, hasta lo poco que sabía se me olvidó… Algo parecido sucede con la palabra: cuando no la ponemos por obra, se muere.

* * *

¿Qué lugar ocupa la palabra de Dios entre tus devociones: oraciones, vivencia de la fe, celebraciones en la Iglesia?
¿Qué textos de la palabra de Dios te han marcado en tu vida diaria?
¿Te formas para ir comprendiendo la palabra cada día mejor? ¿Por qué?
¿Cómo siembras la palabra en las demás personas?
¿Qué frutos desde el evangelio das en tu vida?



28.  TENER OÍDOS Y NO OÍR

JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 09/07/08.- Las parábolas de Jesús han cautivado siempre a sus seguidores. Los evangelios han conservado cerca de cuarenta. Seguramente, las que Jesús repitió más veces o las que con más fuerza se grabaron en el corazón y el recuerdo de sus discípulos. ¿Cómo leer estas parábolas? ¿Cómo captar su mensaje?

Mateo nos recuerda antes que nada que las parábolas han sido «sembradas» en el mundo por Jesús.. «Salió Jesús de su casa» a enseñar su mensaje a la gente, y su primera parábola comienza precisamente así: «Salió el sembrador a sembrar». El sembrador es Jesús. Sus parábolas son una llamada a entender y vivir la vida tal como la entendía y vivía él. Si no sintonizamos con Jesús, difícilmente entenderemos sus parábolas.

Lo que Jesús siembra es «la palabra del Reino». Así dice Mateo. Cada parábola es una invitación a pasar de un mundo viejo, convencional y poco humano a un «país nuevo», lleno de vida, tal como lo quiere Dios para sus hijos e hijas. Jesús lo llamaba «reino de Dios». Si no seguimos a Jesús trabajando por un mundo más humano, ¿cómo vamos a entender sus parábolas?

Jesús siembra su mensaje «en el corazón», es decir, en el interior de las personas. Ahí se produce la verdadera conversión. No basta predicar las parábolas. Si el «corazón» de la Iglesia y de los cristianos no se abre a Jesús, nunca captaremos su fuerza transformadora.

Jesús no discrimina a nadie. Lo que ocurre es que a los que son «discípulos» y caminan tras sus pasos Dios les da a «conocer los secretos del Reino». A los demás no.. Los discípulos tienen la clave para captar las parábolas; su conocimiento del proyecto de Dios será cada vez más profundo. Pero los que no dan el paso, y viven sin hacer la opción por Jesús no entienden su mensaje, y lo poco que escuchan lo terminan perdiendo.

Nuestro problema es terminar viviendo con el «corazón embotado». Entonces sucede algo inevitable. Tenemos «oídos», pero no escuchamos ningún mensaje. Tenemos «ojos», pero no miramos a Jesús. Nuestro corazón no entiende nada. ¿Cómo se siembra el evangelio en nuestras comunidades cristianas? ¿Cómo despertamos entre nosotros la acogida al Sembrador? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).