26 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO
8-14

8.

-La eficacia de la palabra humana

Hay palabras que conmueven, incitan, sublevan, seducen, consuelan, animan... Porque la palabra no es sólo una expresión o signo para comunicarse o comunicar información sobre esto o aquello. Porque es también una fuerza o un vehículo de energía. Y así vemos que la propaganda y la publicidad nos hacen comprar y consumir incluso aquello que no necesitamos en absoluto, pero que alguien necesita vender. Aquí tenemos una prueba cotidiana de cómo puede abusarse de la palabra, degradándola, sirviéndose de ella "mecánicamente" como si de un puro estímulo se tratara. En cuyo caso lo que importa no es la calidad del mensaje que se emite, sino el modo de presentarlo de forma más atrayente y más reiterativa. Porque en esto, en la repetición mecánica, en la reproducción de lo mismo en el espacio y en el tiempo consiste el éxito de la propaganda mercantilista. Advertimos, además, que la propaganda se hace en beneficio del vendedor, pero la paga el consumidor.

La palabra humana puede y debe usarse para liberar al hombre, para sacarlo de su aislamiento, para comunicarse en profundidad, para entrar en comunión y en auténtica convivencia. Pero esto no siempre es así, ni mucho menos, en una sociedad como la nuestra en donde la persona se pierde en las masas y en el anonimato de las grandes ciudades.

-La eficacia de la palabra de Dios

Isaías compara la palabra de Dios con el agua de lluvia que no cae en vano sobre los campos, sino que los fecunda para que den pan al sembrador. Y Jesús nos dice que es como una semilla, pequeña e insignificante en apariencia, como un grano de mostaza o de trigo, pero llena de vlda y cargada de promesas.

Recordemos también que, según el Génesis, Dios dijo en el principio y fueron creados el cielo y la tierra. De igual manera, si Dios nos llama sus hijos, nosotros podemos creer que lo somos de hecho y no sólo de nombre. Porque su palabra es eficaz.

Sin embargo se trata de una eficacia distinta a la que hemos señalado antes respecto a la palabra humana, sobre todo cuando ésta se utiliza, mecánicamente para inducir determinados comportamientos o conductas. Cierto que el hombre se salva por la fe en Jesucristo y que, por lo tanto, necesita que le anuncien el evangelio o la palabra de Dios. Pero este anuncio, lejos de determinar al oyente y quitarle la responsabilidad, lo que hace es constituirlo en libertad y en responsabilidad: en libertad para ser libre o para no serlo en responsabilidad para creer o no creer. Por eso la predicación del evangelio es como un juicio y aun como la anticipación del último juicio: el que cree se salva; el que no cree y se opone a la palabra de Dios ya está condenado.

La eficacia de la palabra de Dios no depende de su repetición mecánica en los labios del hombre, pues no actúa como se supone en las fórmulas mágicas y por arte de birlibirloque, sin tener en cuenta el mensaje y de dónde viene y cuidando tan sólo en pronunciar con exactitud gramatical lo que hay que pronunciar. La palabra de Dios es eficaz porque se trata de una promesa de Aquel que es poderoso para hacer lo que promete y fiel para cumplirlo. Porque en última instancia es palabra de Dios y no del hombre.

Por eso Dios, al dirigirnos su palabra, nos dignifica y nos carga a la vez de responsabilidad. Nos considera tal y como nos ha creado a su imagen y semejanza, capaces de responder y llamados a responder a su palabra. Si Dios hubiera querido salvarnos sin nosotros, sin que nosotros nos hubiéramos enterado en absoluto y sin contar con nuestra libre respuesta a su iniciativa, no tendría por qué habernos dirigido su palabra. Pero esto no ha sido así. Pues la Palabra de Dios se ha hecho carne y ha sido plantada en medio de nosotros. La palabra de Dios ha salido, y no ha de volver vacía.

A pesar de las dificultades de la siembra, Jesús nos dice que habrá cosecha. Este es el sentido de su parábola pronunciada en unos momentos críticos de su vida pública. ¿Lo creemos? Pablo nos dice que "los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá". Isaías nos ha recordado que Dios no habla en vano. Podemos y debemos creer, podemos y debemos sembrar con lágrimas porque un día otros cosecharán con alegría. Y también nosotros, si practicamos lo que anunciamos a otros, estaremos presentes el día de la cosecha, cuando todo se cumpla.

Pero la historia de la salvación no es desarrollo mecanicista, al margen de la libertad y de las conciencias. Todo sucede porque Dios lo dice, pero nada vendrá si los hombres no escuchan a Dios con la radicalidad de la obediencia. He aquí, pues, que el anuncio de lo que esperamos se convierte en el imperativo de lo que tenemos que hacer.

EUCARISTÍA 1978/32


9.

-Jesús habla a la gente de Cafarnaún y nos habla también a nosotros "Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas".

Son las palabras que acabamos de escuchar en el inicio del evangelio de hoy. Y seguramente que no nos cuesta mucho imaginarnos la escena, una escena muy representativa de la manera de actuar de Jesús.

Jesús, lo sabemos, cuando empezó su predicación dejó su pueblo, Nazaret, y se instaló en la capital del lago, Cafarnaún, seguramente en casa de Pedro. Por Cafarnaún pasaba mucha gente, era una ciudad con una gran actividad, y el lago era un centro fundamental de la vida del pueblo.

En la escena de hoy, Jesús sale de casa, de la casa donde vivía, y se va a la orilla del lago, a hablar a la gente que siempre tiene ganas de verle y escucharle. Y como la gente es tan numerosa, sube a una barca y, adentrándose un poco en el lago, habla a todos los que le escuchan desde la orilla.

Nosotros, como aquella gente, estamos hoy también en la orilla y escuchamos a Jesús que nos habla mientras la barca se mece suavemente. Jesús nos habla en parábolas. Es una manera sencilla de explicar las cosas, con ejemplos de la vida de cada día. Son unas historias que todos conocemos.

-El reino de Dios nos es un acto de magia, sino una semilla sembrada y que da fruto Seguramente que aquella gente que escuchaba a Jesús, y sobre todo los discípulos, habían oído muy a menudo a Jesús anunciándoles que el Reino de Dios estaba llegando, que había llegado ya la hora de la acción salvadora de Dios en el mundo. Y quizá pensaban que este anuncio de Jesús tardaba demasiado en hacerse realidad: que no se veía ningún cambio en el mundo, que no se notaba que la vida nueva del amor y la salvación de Dios se instalara de una vez en la vida tan difícil de los hombres y mujeres de aquella tierra. A aquellos discípulos impacientes y que querrían tenerlo ya todo claro, y a aquella gente que deseaba que Dios les resolviera todos sus problemas, Jesús les dirige esta parábola que acabamos de escuchar.

Y les dice algo fundamental: que el Reino de Dios no es un acto de magia que Dios realiza, sino que es una semilla sembrada en la vida de las personas que está llamada a dar fruto. Y que, aunque mucha de esta semilla sembrada se pierda, mucha otra arraiga, germina y crece y se convierte en un árbol vigoroso. El reino de Dios es esto: la semilla que Dios siembra y el árbol vigoroso que nace en aquellos que están dispuestos a recibir esa semilla.

-Estamos llamados a creer en el Reino y a ser tierra buena

Nosotros, escuchando esta parábola, lo primero que conviene que hagamos es reafirmar nuestra fe en esta semilla que Dios siembra, su Reino de vida. Realmente, ¿deseamos y creemos en esta vida de Dios? ¿Llevamos en nuestro interior el anhelo de que este mundo nuestro esté lleno del amor, de la bondad, de la generosidad, de la justicia, de la igualdad que Dios quiere para todos los hombres? ¿Tenemos ganas de ser dóciles a las llamadas de Dios?

Sólo así, sólo si creemos en este Reino que Dios siembra en nosotros y si lo deseamos de verdad, seremos tierra buena donde pueda dar fruto. Con esta fe, con este deseo, tendremos que dejarnos llenar por la Palabra de Jesús, por el Evangelio que él anuncia. Dejar que penetre en nuestro corazón, para convertir en semilla fecunda, todo lo que él ha vivido, todo lo que él ha enseñado, todo el camino que él ha abierto.

Deberemos dedicar ratos de paz a leer el evangelio, a repasar paso a paso su Palabra de vida, para que nos empape, nos llene, que se haga vida nuestra. Este tiempo de verano, que para muchos es un tiempo de más tranquilidad, puede ser una buena ocasión para dedicar ratos a esa lectura del evangelio, individualmente, o el matrimonio junto, o con un grupo de cristianos con quienes sea fácil reunirnos. ¡Es esta una buena manera de preparar la tierra para que la semilla dé fruto!

Y, además de leer el evangelio, debemos tener también ratos de oración y de diálogo para revisar nuestra vida, y debemos valorar mucho este encuentro nuestro de cada domingo en el que juntos escuchamos la Palabra y juntos nos alimentamos con el pan de vida.

Porque, ciertamente, ser cristiano es esto: intentar ser tierra buena en la que la semilla del Reino de Dios pueda dar fruto.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/09)


10.

UNA FUERZA OCULTA

Y dio grano...

La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible.

A pesar de todos los obstáculos y dificultades y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos y es superior a todas las expectativas.

Los creyentes no hemos de perder la alegría a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo, no es así.

El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.

Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que sólo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más apagadas o descorazonadoras.

Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos maravillaríamos ante tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero.

Hay violencia y sangre entre nosotros. Pero está creciendo en muchos hombres el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero cada vez son más los que descubren el gozo de la vida sencilla y del compartir. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero son muchos los corazones donde se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.

La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. Dar la vuelta a nuestra vida como una dura y difícil tierra que es preciso remover para que reciba y haga fructificar la siembra de Dios. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser mas humanos, a transfigurar nuestra vida, a edificar unas relaciones nuevas entre las personas, a vivir con mas transparencia, a abrimos con mas verdad a Dios?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 91 s.


11.

1. La parábola del sembrador debería entenderse.

En el evangelio, Jesús (sentado en una barca) cuenta una parábola a la muchedumbre: sólo la cuarta parte de la semilla sembrada brota y da un fruto sobreabundante. Los discípulos le preguntan: «¿Por qué les hablas en parábolas?». La respuesta detallada del Señor indica que en los corazones de los oyentes debe encontrarse al menos un principio de compresión de las cosas divinas para que la «palabra del reino» produzca fruto en ellos. «Porque al que tiene (este principio) se le dará» (v. 12). En el fondo, de Dios sólo se puede hablar en imágenes; el que tiene el corazón duro como una piedra, o no está dispuesto a comprender a causa de los afanes de la vida (v. 22) o de su espíritu superficial, no puede penetrar en las imágenes hasta descubrir la realidad divina significada en ellas; entonces la semilla se seca, el Maligno roba lo sembrado en su corazón (v. 19).

En los discípulos existe, gracias a Dios, ese principio de comprensión. Lo que se presenta como una explicación dada por Jesús, es, en el fondo, la inteligencia, la comprensión de los misterios divinos que el Espíritu Santo desarrolla en el corazón de la Iglesia.

2. La dicha de comprender.

Pero esta comprensión no se producirá hasta después de la Pascua. Por el momento los discípulos preguntan por el sentido de los discursos en parábolas; sólo el Espíritu les enseñará a pasar del símbolo a la realidad. Y los que son capaces en este mundo de semejante conocimiento serán siempre una minoría. La segunda lectura, de Pablo, nos dice que la creación entera está sometida a la «frustración», a la «esclavitud de la corrupción», que toda ella gime con dolores de parto, pero no produce nada, y que «también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestro cuerpo». Nosotros, los cristianos, pertenecemos a ese grupo privilegiado de hombres y mujeres en cuyo corazón se ha puesto un germen, un principio de comprensión, a pesar de lo cual nos cuesta mucho trabajo encontrar la verdad en la parábola. Sería ciertamente lamentable que también en nosotros, que deberíamos ver y entender, un suelo pedregoso abrasara o secara la semilla que Dios ha puesto en nuestros corazones.

3. La infalibilidad de la palabra.

Y sin embargo existe la absoluta seguridad de que la semilla sembrada en tierra buena dará fruto y producirá ciento, setenta o treinta por uno: la cosecha será, pues, extraordinariamente buena. Dios recogerá el fruto previsto incluso en la tierra yerma de este mundo; para él un solo santo vale más que cien tibios o incrédulos. La primera lectura lo anuncia triunfalmente. La gracia de Dios es como la lluvia que fecunda la tierra y la hace germinar, da semilla al sembrador y pan al que come: «Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad», y no sólo conseguirá una parte de lo que se encontraba en el plan de Dios, sino que «cumplirá su encargo» totalmente. El cristiano no puede oír este grito de victoria sin pensar en la cruz del Hijo: si la obra de su vida pareció fracasar por la dureza del corazón de sus oyentes, la cruz vicaria fue la lluvia que empapó la tierra reseca.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 89 s.


12.

¿Cuál es la clave de este no entender que se repite obsesivamente, no ver, no oir? El quid de la cuestión está en si se escucha con o sin la mentalidad que se pide a quien se le da la Palabra del Reino. Es una mentalidad nueva que pueden no tener los hombres religiosos y que pueden, en cambio, tener incluso los no religiosos. ¿Por qué no germina la semilla? La segunda parte del texto nos habla de "escuchar la palabra del Reino sin entenderla", del "terreno pedregoso, sin raíces, en el que en cuanto viene una dificultad por la Palabra, sucumbe", de "lo sembrado entre zarzas... y los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y queda estéril", de "lo sembrado en tierra buena... que dará fruto...". Parece, pues, que no tienen la mentalidad para escuchar la palabra del Reino:

-Quienes no perciben su novedad (escuchan pero no entienden). Creen que saben de religión, que no les pueden decir nada nuevo y no tienen capacidad de percibir algo fuera de lo que ya saben. Y el Reino es una sorprendente novedad.

-Quienes no captan el Reino como un tesoro, y por lo tanto no son capaces de aceptar sus costes. La gracia del Reino es gratuita pero no barata. Origina persecuciones. Crea líos. Trae dificultades. Se sale de lo normal. Quienes no valoran lo que de "perla" tiene el Reino, es imposible que asuman sus costes.

Aceptan con alegría el Reino como un objeto más de consumo. Pero reaccionan con enorme miedo cuando llega la dificultad.

-Quienes no comprenden que hacen una opción libre, incompatible con otras opciones. No se puede servir a Dios y al dinero. No se puede ser hermano y dominar. No se puede ser cristiano y otras muchas cosas al mismo tiempo. Somos maestros en compatibilizar lo incompatible. Pero la verdad se abre paso, y llega el momento en que hay que optar: y entonces el Reino ya no interesa.

Por el contrario, quien percibe la novedad del Reino, lo considera un tesoro por el que merece la pena asumir grandes costes y opta libremente por el seguimiento de Jesús, "ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno".

Muchos del religioso Pueblo de Dios no escucharon la palabra con esta mentalidad... y fueron incapaces de comprender a Jesús. ¿Y nosotros?.

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1987/37


13. HOMILÍA A CARGO DE JESÚS

Veréis. Hoy podría evitarme mi comentario al evangelio. Porque fue el mismo Jesús, después de haber proclamado la Palabra --parábola del sembrador--, el que, a instancia de sus discípulos, hizo la glosa y la homilía. Dijo: «El sentido de la parábola es éste...». Y fue desglosando, una a una, las diferentes actitudes que solemos adoptar ante la siembra de la Palabra de Dios. Podía ser ésta, por tanto, una página en blanco.

Pero no quiero aprovechar la ganga. Al contrario. Haré mi glosa siguiendo el mismo estilo de Jesús. Y si El analizó las posturas de los receptores de la Palabra, me fijaré yo en otros elementos de la parábola.

EL SEMBRADOR.--El Sembrador siempre es El, está claro. Primero lo hizo «en directo», a todos sus coetáneos. Y, después, «a través de su Espíritu», que El mismo nos envió con ese fin: «El os enseñará la verdad plena. Y dejará convicto al mundo con la prueba de una condena, de un pecado y de una justicia». Bajo el impulso de ese Espíritu actúa el magisterio de la Iglesia: «El que a vosotros oye, a mí me oye». Bajo el aliento de ese Espíritu hablamos los sacerdotes como «embajadores de Cristo». Y bajo ese mismo Espíritu hemos de «tomar todos parte en las labores del evangelio», ya que a todos se nos ha dicho: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio...». La cuestión por lo tanto está en sentirnos «missi»: enviados de ese único sembrador que es Jesús. ¿Sembradores de qué?

LA SIMIENTE.--La simiente ha de ser la Palabra de Dios, también está claro. San Pablo lo entendió muy bien cuando decía: «Cuando vine a vosotros no lo hice con palabras de humana sabiduría, sino que os prediqué a Cristo y éste crucificado». Es evidente, por tanto, que no debemos predicarnos a nosotros mismos. O lo que es lo mismo, no podemos teñir el evangelio de Jesús en «otros tintes», como pueden ser mis propias ideologías, tanto políticas, como pasionales, o étnicas o clasistas.

No he de servir «mi evangelio», sino «el» evangelio. No he de llevar el evangelio a mi terreno, sino al terreno de Jesús. Y para ello habré de cuidar también.

EL SEMILLERO.--Permitidme esta expresión: «A la vez que sembrador, he de ser semillero»: una especie de cálido granero, sano y fiable, en el que primeramente se acoja la Palabra de Dios con fervor allá se cuida en las condiciones debidas y se disponga después para ser lanzada a voleo a todos los campos. No un almacén frío y pasivo, sino un lugar vivo, preparado y entrañable. Todos mis «conocimiento» y «vivencias», todo mi «aggiornamento» en las ciencias pastorales del día --la hermenéutica y la sicología, la antropología y la sociología, la liturgia y la oración...-- todo, puede contribuir a crear el clima adecuado para que la Palabra de Dios llegue con garantías a ese problemático suelo que es el corazón del hombre. De mí no ha de salir una Palabra de Dios seca, fosilizada y literalista, sino fresca y jugosa para que sea encarnada en el «hoy y aquí» de nuestro mundo.

EL CLIMA.--Hay que contar también, amigos, con el sol y la lluvia, con los abonos y la poda. La oración, los sacramentos y la voluntad decidida de «vivir en gracia» son elementos valiosísimos de los que no se puede prescindir.

Y DESPUÉS, ¿QUE?.--Después, esperar, que es virtud altamente cristiana. Porque, aunque he dicho todo lo que he dicho, sigue siendo verdad lo que dijo Pablo: «Ni el que siembra es nada, ni el que riega, si- no Dios que da el incremento».

ELVIRA-1.Págs. 66 s.


14.

Frase evangélica: «El que escucha la palabra y la entiende... dará fruto»

Tema de predicación: LA SIEMBRA DE LA PALABRA

1. Después de exponer Mateo la justicia del reino de Dios (caps. 5-7) y la proclamación de este reino al mundo (cap. 10), trata ahora el evangelista de exponer, en un tercer momento, el misterio del reino (cap. 13), aparentemente desprovisto de grandeza y de poder, cuyo crecimiento es lento y profundo y cuyo final será espléndido. Los de «fuera» (fariseos) no entienden la naturaleza del reino; tampoco lo entienden las multitudes; es necesario que lo comprendan los discípulos. El secreto de las parábolas es el secreto de la actividad y la persona de Jesús.

2. La parábola de este domingo nos habla de un sembrador y de la semilla que siembra; de los cuatro tipos de terreno en los que cae la semilla y de los resultados obtenidos. Los tres fracasos cosechados son debidos a un factor de destrucción en la sementera: pájaros, sol, espinas... Frente a una buena cosecha, hay pérdidas considerables. Con todo, la espléndida cosecha final deberá animar a los discípulos. Los cuatro tipos de terreno son otras tantas disposiciones o actitudes de egoísmo cerrado, entusiasmo superficial, obsesión por uno mismo y apertura al prójimo.

3. Con el reino ocurrirá lo mismo: se pretenderá ahogarlo antes de su plena realización final. Discípulos son los que acogen a Jesús y al reino; son las personas sencillas a las que Dios ha revelado el misterio del reino. No entienden, en cambio, los que tienen embotado el corazón y cerrados los ojos y oídos. Al aplicar esta parábola a la Iglesia, se pone el acento en la siembra de la semilla, en la evangelización. Mejor dicho, en la responsabilidad de los que comprenden la parábola del reino. Se comprende su sentido cuando se le da vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con qué tipo de terreno nos identificamos al recibir la palabra de Dios? ¿Somos sembradores de esta palabra?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 144 s.