COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Is 66, 10-14a

 

1.

-Contexto: "Aún es posible el renacer de Jerusalén" (Teología de la ciudad). Esta es la conclusión de varios siglos de experiencia humana (s. VIII-V a. de Xto.) a la que han llegado, al menos, tres autores-profetas cuyo mensaje conocemos a través de este libro atribuido a Isaías.

La ciudad de Jerusalén, madre de "ubres abundantes" para todos sus hijos en tiempos de Is. I, había perdido todo su esplendor cultural y religioso a principios del s. VI a. de Xto. La ciudad fue arrasada y sus habitantes fueron desterrados a Babilonia (a. 538 de Xto.). Is. II pintó de color muy rosa la vuelta del destierro, pero la realidad fue mucho más prosaica: ciudad devastada, las tierras enajenadas, odio y envidias entre sus habitantes. ¿Se podía esperar aún el renacer de la ciudad?

-Texto: "un pueblo renace".

Is III proclama ante los escépticos y desilusionados israelitas un mensaje de consuelo y de esperanza. Is. 66, 7-14 (leed el texto íntegro y no recortado como hace la liturgia) habla del renacer de un nuevo pueblo mediante la imagen de un parto inesperado. La tierra de Judá que tenía a sus hijos en el destierro (=muertos) han vuelto (=renacer). El parto ha sido milagroso, el pueblo nace antes de que la madre sienta los espasmos del parto (=sin guerras, sin revoluciones...): vs. 7.8b.

El inesperado y gozoso acontecimiento provoca la sorpresa de todos: "¿quién he oído tal cosa...?" "¿se engendra todo un país en un solo día...?" (v. 8a). El escepticismo aflora entre los que han vuelto de Babilonia y viven la dura realidad de la ciudad en ruinas, corroída por la envidia. ¿Será posible? Y el poeta sale al paso de todas estas objeciones: "abro yo la matriz, ¿y no haré que dé a luz?" (v. 9). ¿No será capaz de completar su obra el Dios que hizo posible la vuelta del destierro? El actuar de Dios en el pasado hace surgir la esperanza en el presente: espera esperanzadora.

Y el poeta se siente tan seguro de esta realidad esperanzadora que invita ya al pueblo al gozo y a la alegría (vs. 10-11). El parto inesperado y milagroso de la nueva ciudad debe transformar los sentimientos de sus hijos: el luto se convierte en alegría, "... el traje de luto en perfume de fiesta..." (61, 3.10), los huesos áridos y calcinados florecen como el prado (v. 14).

Jerusalén madre de ubres abundantes, será capaz de saciar todos los deseos, hasta ahora insatisfechos, de los que volvieron del destierro. Madre no sólo fecunda sino también tierna, femenina (v.13), que lleva a sus hijos en brazos y acaricia a los hambrientos de consuelo y de liberación.

Y esta ternura es capaz de convertir lo árido, la angustia, la desolación, en verdor, gozo y esperanza.

Con este nuevo re-nacer brota la paz y la abundancia. Paz como culmen del progreso, del desarrollo. El sufrimiento del pueblo debe desembocar en alegría, en resurrección, en progreso (v. 12; cfr. 60,5s. 13: 61,6). Esta es la auténtica esperanza. Quedarse en el dolor y regodearse en el mismo es puro "opio".

- Reflexiones: "Lo acaecido en Jerusalén, experiencia universal".

Nuestra nación, ciudad, pueblo... también se muestran muy escépticos y desilusionados. En sus campañas políticas de captación de votos, los líderes pintaban un cuadro muy hermoso, casi idílico: mayor justicia social, distribución de riquezas, paz, bienestar y prosperidad, libertad, abundancia... Pero la realidad ha sido mucho más prosaica: ¿Dónde ha ido a parar la leche abundante de sus ubres? ¿En provecho de quién? ¿Han sido tiernas madres que han acariciado y mimado por igual a todos los habitantes? ¿Han transformado el traje de luto en perfume de fiesta? El pueblo se siente hoy más escéptico, y razones no le faltan.

¿Las orientaciones de nuestros pastores religiosos son capaces de eliminar el escepticismo y la desilusión de las pobres ovejas? También esta ciudad está llena de envidias y de odios: importa más el poder que la comprensión, las ideas están sobre las personas. Se siente envidia de otras religiones, llamadas por ellos sectas, porque pueden quitar súbditos. Se intenta dominar, no servir ni acariciar. Con estas actitudes, ¿lo árido, la angustia, la desolación del pueblo puede convertirse alguna vez en verdor, gozo y esperanza? Y el pueblo se siente escéptico, y razones no le faltan.

Y en esta situación de angustia y de escepticismo, deben resonar de nuevo las palabras de Is. III; por encima de las más que discutibles orientaciones de nuestros líderes políticos y religiosos -frente a los que no debemos quedarnos con los brazos cruzados- debe brillar siempre la espera esperanzadora. El que obró en el pasado no puede dejar de atender a su pueblo: "abro yo la matriz, ¿y no haré que dé a luz?".

A. GIL MODREGO
DABAR 1989, 36


2.

El profeta, y el poeta, levanta el corazón del pueblo apelando a la Jerusalén futura, a la que compara a una madre de "ubres abundantes" que da de mamar a sus hijos, los sacia y los consuela (cf. 57, 18; 61,2). Porque a esa ciudad bienhadada afluirán las riquezas de todas las naciones (cf. 60, 5; 61,6).

Los hijos e hijas de Jerusalén, las criaturas hoy dispersas y alejadas en el exilio, serán traídos en brazos y devueltos cariñosamente a su madre por los mismos pueblos que ahora los retienen (cf. 49, 22s; 60,4). Y en todo esto experimentarán el favor de Dios, que es en definitiva el que consuela de verdad a su pueblo.

Volverá la alegría al corazón de los justos, y los que habían quedado en los huesos verán que su carne florece como un campo de primavera, después del invierno. La era de la salvación, el día en que se manifieste el Señor a los que le sirven, será el tiempo de la abundancia de todos los bienes: justicia, gozo, consuelo, paz... (cf. Sal 84, 11; Is 9-11; Rom 14,17; Gal 5, 22). Siendo la palabra de Dios una gran promesa, la esperanza ha madrugado más que ninguna otra de las virtudes y sigue siendo la fuerza que impulsa la historia de nuestra salvación.

EUCARISTÍA 1989, 31


3.D/MADRE.

Este pasaje de III Isaías está construido por contraposiciones.

Junto a los fieles, a los que el profeta quiere animar, están los perversos, a los que lanza sus amenazas. A los verdaderos amadores de Dios (vv. 2 y 5a) se oponen los que practican una religión vacía (vv. 3-6). Mientras que los verdaderos servidores de Dios se alegrarán en una Jerusalén renovada (vv. 7-14: nuestro pasaje), los impíos sufrirán un gran castigo (vv. 15-17). En el fondo, lo que decidirá la suerte de todos los hombres es su docilidad o su hostilidad hacia Dios. No hay posibilidad de resurgimiento espiritual sin la renovación personal e interior.

Querer estar en paz con Dios haciendo la guerra al que vive con nosotros es pretender una vanidad.

La palabra paz expresa algo más que la pura ausencia de guerra. Teológicamente la paz es un don de Dios (Núm. 6, 26) y signo de su bendición (Sal 29, 11). El realismo bíblico no separa nunca la paz interior (o espiritual) de la paz exterior, de la no-guerra: ésta es signo de aquella y la primera anuncia y condiciona la segunda (sal 122, 6-7). En este pasaje de Isaías la paz incluye los matices de salud, fecundidad, prosperidad, amistad con Dios y con los hombres. Porque sin justicia no hay paz cuando realmente no hay tal paz (Ez 13, 10).

Es tal vez éste el único pasaje de todo el AT en que expresamente Dios se autopresenta bajo la comparación de una madre. Aunque otras veces se habla del amor entrañable de la madre (cf. Is 49,15), es aquí donde aparece de forma directa la ternura de Dios: Israel cuenta siempre con el consuelo y el perdón de Dios (cf. Jer 31, 20). Cuando Dios ha hecho la paz con el hombre es que es posible la paz entre los hombres.

Isaías tiene la audacia de trasladar la alegría ritual de Israel (cf. 2 Cro 29, 30) al plano escatológico (Is 9, 1). En pasajes como éste, esta alegría se abre a una alborozo cósmico. En adelante, la alegría estará unida en el judaísmo posterior a los últimos tiempos, una paz auténtica trae al hombre la alegría más profunda.

EUCARISTÍA 1977, 32


4. /Is/66/10-14: /Is/66/18-23

La primera parte del texto de hoy (vv 10-14) es una invitación a la alegría, fruto característico de la salvación. Debemos alegrarnos porque es grande la «gloria» (salvación) de Jerusalén, su paz; porque Dios la consuela como una madre a su hijo. La presencia de Yahvé, causa de tanta alegría, tiene repercusiones incluso en el mundo físico.

La segunda parte (18-23), que constituye el final de la gran obra literaria llamada "Libro de Isaías", contempla la "gloria" del Señor, es decir, su manifestación salvadora a todos los pueblos, llamados a participar en los beneficios que durante siglos han tenido en Jerusalén una humilde mediación. Este es el sentido de los «cielos nuevos y de la tierra nueva». El texto no elimina por completo una ambigüedad que podría dar pie a cierto orgullo nacionalista. Pero el encuentro de todos los pueblos con Dios por medio de Israel no depende del mismo Israel, pueblo sin fuerza política y con una cultura muy ecléctica, sino de la libre iniciativa divina. Jerusalén se convierte en el centro ecuménico de todos los pueblos, llamados a escuchar la palabra de Yahvé y a vivir su presencia. A partir de este momento se rompen las barreras nacionalistas: «No todos los descendientes de Israel son pueblo de Israel, como tampoco todos los descendientes de Abrahán son hijos de Abrahán; no por Isaac continuará tu apellido. Es decir, que no es la generación natural la que hace hijos de Dios» (Rom 9 ,6-8 ).

Pablo, inspirándose en la actitud universalista de Jesús, proclamará una Iglesia abierta a todos los que quieran salvarse, así como la conciliación de los contrastes naturales en una comunidad de fe y de amor. El mismo se hace «todo para todos» y no se preocupa demasiado de la forma exterior de vida, acorde o no con la ley judía, sino que se adapta en lo posible a la mentalidad de cada uno: «Soy libre..., nadie es mi amo, sin embargo, me he puesto al servicio de todos para ganar a los más posibles. Con los judíos me porté como judío para ganar judíos... Con los que no tienen la ley me porté como libre de la ley para ganar a los que no tienen ley... Con los inseguros me porté como inseguro para ganar a los inseguros. Con los que sea me hago lo que sea para ganar a algunos como sea. Y todo lo hago por el evangelio para que la buena nueva me aproveche también a mí» (1 Cor 9,19-22). Las diferencias externas pierden su importancia y la comunidad de Cristo reúne a todos en la unidad en un plano más alto: «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús... Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón y hembra, pues vosotros hacéis todos uno en Cristo (Gál 3,26.28).

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 480 s.