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1.
En el comportamiento de la gente de Nazaret ante Jesús hay como una parábola
del comportamiento del pueblo de Israel, "hijos testarudos y
obstinados" (1. lectura), a lo largo de su historia y que no reconocieron
en Jesús al profeta del Reino ni reconocieron a Yahvé en su anuncio del Padre
misericordioso. Y también de lo que sucedió con la primera iglesia, que se
sintió perseguida por la sinagoga y se abrió a los paganos (léase también
Ezequiel 3,6).
2.
En Nazaret conocían demasiado a Jesús. Es decir, creían conocerlo. ¿Qué
podían esperar, pues, de él? También los círculos dirigentes de Israel
creían conocer a Dios hasta el más mínimo detalle. Por eso el modo de hablar
y comportarse de Jesús (no cesaba de apelar al Padre) les resultaba un
escándalo. Una buena ocasión para invitar a los cristianos de buena fe (que
somos todos nosotros) a no creernos tan familiarizados con Dios y con Jesús que
ya lo sepamos todo y no tengamos nada nuevo que esperar. A no cerrarnos en
nuestra rutina y a dejarnos interpelar por situaciones, personas,
acontecimientos, que nos presenten una imagen nueva e insólita de Dios o de su
Reino.
FE/ESCANDALO:
3. Las palabras de la gente de Nazaret ponen de manifiesto la profunda humanidad
de Jesús. Sí: es el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de
José, de Judas y de Simón. ¿Y pretende anunciar el Reino de Dios? ¡Qué
escándalo! Quizá sólo después de haber pasado por este escándalo (la
encarnación) podremos comenzar a vislumbrar los caminos de Dios y a Dios mismo.
Y comprenderemos que los milagros del evangelio no son tan espectaculares como
pensamos y que la fe no se impone por ninguna fuerza intelectual o maravillosa,
sino que se descubre como un tesoro escondido entre los acontecimientos de la
vida ordinaria y como una luz viva, que parece insignificante entre tantas
lucecitas de colores, y como una diminuta semilla por la que no daríamos nada a
simple vista, con nuestra mirada de cada día... Ni milagros, pues, ni
sabiduría, como diría san Pablo, sino un Mesías crucificado, escándalo para
los judíos y necedad para los griegos (1Co 1,22-24).
4.
La primera lectura insiste en la incomprensión. Vuelta del revés, se podría
poner de manifiesto la fidelidad de Dios, que nunca se echa atrás y siempre
está en la puerta y llama. No como un premio a nuestro buen comportamiento, a
nuestra fidelidad, sino ¡como una manera de ser él mismo! El salmo expresa la
actitud del creyente, que tiene siempre los ojos puestos en el Señor. Pero,
¡cuidado!, la lección de hoy es que sus caminos son desconcertantes e
inesperados.
La
fuerza se realiza en la debilidad, escribe san Pablo. El apóstol ha aprendido
bien la lección: también el poder de Dios ha resplandecido en la debilidad de
la cruz de Jesús.
II.
ALGUNAS INDICACIONES
1.
Sabrán que hubo un profeta en medio de ellos (1. lectura).
Dios continúa siempre fiel aunque nosotros no le seamos fieles, ya que no puede
negarse a sí mismo (2Tm 2,13). Su palabra está siempre viva entre nosotros, y
su llamada siempre resuena. Aunque no nos diga lo que esperamos oír sino cosas
muy distintas. Somos nosotros los que debemos afinar nuestra mirada y nuestro
oído y acoplarnos al rostro de Dios y a su mensaje, y no esperar que sea él el
que venga a nosotros y se acople a nuestros deseos y a nuestras rutinas.
2.
Nuestros ojos están en el Señor (salmo).
Esta es la actitud del creyente: tener los ojos fijos en el Señor en todas las
situaciones de la vida y en todos los momentos. Pero su voluntad no se nos
manifiesta con la trasparencia que esperaríamos. O bien -aunque es bastante
transparente- nosotros no acabamos de reconocerla (o quizá no queremos
reconocerla, cerrados como estamos en nuestra manera de hacer y de ver las
cosas). Ya nos recuerda Jesús en el evangelio que no basta decir Señor,
Señor. Saber escuchar, saber mirar no es tan fácil como parece. Necesitamos
educar la mirada y el oído para ser verdaderos creyentes.
3.
Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad (2. lectura).
Estas palabras, san Pablo se las aplica a sí mismo. También podemos
aplicárnoslas a nosotros mismos, a la Iglesia entera. Y entonces son como una
invitación a despojarnos de tantos poderes que pretendemos poner al servicio de
Dios y de su Reino. ¿No nos ha enseñado Jesús que la grandeza del Reino no es
homologable a las grandezas humanas, sino que, a su lado, no tiene ningún color
ni ejerce ningún atractivo? (parábola del grano de mostaza). ¿Cómo
podríamos pretender poner esas grandezas al servicio del Reino? Ver también
los textos y los comentarios del próximo domingo.
4.
Y se extrañó de su falta de fe (evangelio).
Y se extrañaba de su falta de fe. Se admiraba de su incredulidad. Le parecía
imposible que no le creyeran. Son diversas versiones. ¿Qué querrá decir esta
expresión? ¿Acaso la fe es algo normal? En todo caso, el comportamiento de los
compatricios de Jesús debería hacernos pensar. ¡Creían conocerle tanto,
saber de él hasta los más mínimos detalles... ! ¿Qué son este don de
sabiduría y estos milagros? ¡Si al fin y al cabo es el hijo del carpintero del
pueblo! Cuántas veces no hemos razonado, prácticamente, de la misma manera:
¿qué tiene que explicarnos éste, qué tiene que decirnos aquél? La seguridad
de tenerlo todo nos puede alejar de los caminos de Dios, nos puede impedir
captar su presencia y escuchar su llamada.
JOSEP
M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1994,9
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