36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1.

1) Hemos escuchado en los últimos domingos que JC nos llamaba a seguirle. Y también a anunciar, a comunicar su Evangelio. Pero hoy damos un paso adelante. JC nos invita, de todo corazón, a vivir en comunión con él. Una comunión que ofrece especialmente a los sencillos (a quienes no se creen sabios ni entendidos), a los hombres y mujeres que andan cansados y agobiados (quizá muchos, quizá la mayoría de nosotros; no nos pese: éstos son los preferidos de JC).

Evitemos la tentación de pensar que JC, antes que nada, nos exige, nos manda, nos impone. No, antes que nada nos ama de tal modo que nos quiere comunicar aliento y fuerza para nuestro camino, porque él sabe que este camino es difícil. Es compañero antes que Señor (¿no es eso lo que significa su ser hombre como nosotros?).

2) Y nos quiere dar lo mejor que tiene: su comunión de vida con el Padre. Sí, no propone fáciles soluciones a nuestro andar "cansados y agobiados", no esconde que la realidad está llena de dureza; lo que hace es decir sencillamente: "Venid a mí... y encontraréis vuestro descanso". No es un descanso que escamotee nuestra lucha de cada día (dice JC: "cargad con mi yugo") sino un descanso que se halla por el extraño camino de saberse hijo de Dios, querido por el Padre, discípulo de JC. Es decir, en el vivir en comunión con Dios, comunión de vida y amor. Una comunión que no evita la dureza, el peso del yugo de cada día. Pero que -dice JC- puede convertirlo en un !yugo llevadero y una carga ligera!. Si es asumido como un compartir el camino de amor de JC, ante y con Dios, aunque a veces nos parezca que lo recorremos sin Dios.

3) Las palabras son insuficientes para expresar lo que JC nos dice. Pero, ¿no es verdad que algunas veces todos lo hemos experimentado? Cuando hemos conseguido la sencillez de corazón, cuando en momentos concretos de nuestra vida nos hemos sentido sólo sostenidos por esta extraña pero real comunión con el Padre que JC nos comunica. Quizá lo que habríamos de intentar es hacer de estos momentos excepcionales aquello que sea el fondo de nuestra vida. Con una entera confianza en el Espíritu de Dios que habita en nosotros -como hemos leído en la carta de Pablo-, ya que él nos da este aliento de vida que precisamos.

Y quizá un buen propósito para este tiempo de verano (en que para bastantes parece más fácil detenerse a mirar con cierta perspectiva nuestra vida) fuera el deseo de hallar unos momentos de paz, para ir a lo más hondo, para encontrar un espacio de oración, para escuchar las palabras de JC: "Venid a mí..."

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/13


2. 

-La plegaria de Jesús. La exclamación de Jesús es como una explosión en la que nos descubre sus sentimientos más íntimos. La plegaria de Jesús es un grito, un vitorear, un aplaudir al Padre por su benevolencia para con los sencillos. He ahí un estilo de plegaria muy simple y auténtico: la plegaria hecha grito. Un grito de gozo en los momentos de plenitud, un grito de angustia en los momentos dolorosos, un grito de auxilio en los momentos difíciles.

-Las has revelado a la gente sencilla. Nuestras asambleas dominicales están formadas en gran parte por gente sencilla. Las palabras de Jesús pueden resultarles especialmente alentadoras. El conocimiento de Dios no es patrimonio de los sabios: ni de los sabios de este mundo, deslumbrados a menudo por la ciencia, ni de los sabios en teología. Si se tratase de una simple teoría, sería patrimonio de los entendidos; pero, más que teórico, el conocimiento de Dios es un conocimiento experiencial, en el que por encima de todo cuenta la disposición del corazón y que el Padre ha reservado a los sencillos. Y no andemos buscándole muchas explicaciones: "así ha parecido mejor". Será porque también él es "manso y humilde de corazón" y el conocimiento de una persona exige siempre cierta connaturalidad con ella.

La verdadera sabiduría cristiana no está en proporción con los conocimientos, sino con la experiencia de Dios. Si el conocimiento de Dios desapareciese de la tierra, más que en los libros de los teólogos deberíamos buscarlo en el testimonio de aquellas personas sencillas, anónimas, que encuentran en la fe la fuerza para su vida de cada día. No se trata de minusvalorar una buena formación en las verdades de la fe. Debemos procurarla y puede hacernos un gran servicio, sobre todo si nos ayuda a ser más sencillos y abiertos a Dios. En el fondo, el cristianismo se reduce a unas pocas verdades muy sencillas pero muy grandes: lo que interesa es sacarles el máximo provecho y significado para la vida. Y la gente, lo que espera de nosotros, los cristianos, más que nuestros conocimientos librescos, es nuestro conocimiento vivido.

"Al fin y al cabo -escribía Pablo VI en la "Evangelii Nuntiandi"-, ¿existe otra manera de comunicar el Evangelio a no ser la de transmitir al otro la propia experiencia de fe?".

-Sólo Jesús puede darnos a conocer al Padre. Antes hacíamos todo lo contrario. Creíamos que ya conocíamos a Dios y, conociendo a Dios, conocíamos ya a Jesús, porque era Dios. El único que puede darnos a conocer a Dios es Jesús, porque sólo en él Dios se ha hecho presente de modo pleno, porque sólo él puede darnos el Espíritu que nos hace conocer desde dentro. La lectura del Evangelio y la oración serán siempre los dos modos privilegiados de conocer a Dios y que están al alcance de todos.

-Venid a mí los que estáis cansados y agobiados. Esta es la invitación que Jesús nos dirige cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía y que los predicadores deberíamos hacer llegar a la gente. Nuestras palabras deberían servir para hacer llegar un poco de paz y de consuelo a estos nuestros cristianos de misa dominical, a menudo cansados y agobiados de tantos trabajos, penas y preocupaciones. El poder vivir todo eso en comunión con Jesús, sintiéndose amado por Dios -y esto es lo específico del cristiano- no nos suprime la carga, pero le confiere otro sentido, nos quita el peso de la carga.

¡Cuántas veces en nuestra predicación tendemos a imponer yugos y pesadas cargas sobre las conciencias! Por no haber comprendido o hacer más comprensible el cristianismo, tendemos a convertirlo en mera práctica ascética cuanto más dura mejor. Es lo peor que podemos hacer. Jesús ha venido para que el hombre viva y sea libre. Es manso y humilde de corazón, justo y salvador y dicta la paz a todas las naciones (primera lectura). Su peso y su fuerza son los de la verdad y el amor: los más exigentes, pero los más suaves.

JESÚS HUGUET
MISA DOMINICAL 1981/14


3.

El tema de la liturgia de hoy puede centrarse en torno al evangelio que leemos. A la altura del evangelio de Mateo en que figura el pasaje en cuestión. Jesús está exponiendo el misterio del Reino de Dios. Y una de las condiciones para entrar en él es ésta: la humildad, la sencillez, la acogida, la pobreza. Este puede ser el tema de la meditación de la asamblea eucarística hoy.

Jesús acaba de fracasar en una serie de ciudades de Galilea, su patria. Allí ha realizado numerosos milagros, pero no ha hecho brotar la conversión ni la fe. Y a pesar de su fracaso -es preciso observar la paradoja- Jesús prorrumpe en una acción de gracias: "Te doy gracias, Padre, porque estas cosas se las has revelado a la gente sencilla". Sólo la gente sencilla, los que no tienen doblez, los de corazón ancho, los que no tiene ánimo de complicar las cosas, los que ellos mismos no están complicados con las cosas, los abiertos, los limpios de corazón, los pobres, los disponibles, etc., sólo esos acogen el Reino que Jesús anuncia.

También lo dice Jesús. Y se lamenta. Si en Tiro y en Sidón (tierra pagana, no judía) se hubieran hecho los milagros que tú has visto... Sodoma misma no hubiera perecido -dirá Jesús- si hubiera gozado de la predicación y la acción de Jesús. Por eso Jesús llega a amenazar: "Os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti". Y esto lo dice Jesús, en concreto, frente a ciudades de Israel, de Galilea, en concreto, su propia patria. Sus conciudadanos, miembros del pueblo escogido, ya saben mucho del Dios de Israel como para atender a lo que pueda decir este nuevo profeta que, para colmo, es compatriota suyo (¿de dónde le viene a éste esa sabiduría?, ¿no conocemos a sus padres y hermanos? ¿no es el hijo del carpintero? (/Mt/13/54 COSTUMBRE/CON-D) Lo que ya sabían, lo que habían visto, aquello a lo que ya estaban acostumbrados, les impedía reconocer una noticia de salvación, una buena nueva. La gente sencilla, por el contrario, no se lo sabe todo, ni está acostumbrada a saberlo. Por eso está dispuesta a aprender. Es capaz de descubrir cosas, de sorprenderse por las noticias (para ella son de verdad noticias). La gente sencilla es capaz de admirarse ante realidades incluso pequeñas, cotidianas. Su sensibilidad intuitiva le hace descubrir en el más pequeño detalle la palabra inédita de una realidad sorprendente que nos trasciende. La gente sencilla no se basta a sí misma, no se cierra, no rompe la comunicación, permanece en constante apertura, está dispuesta a dejarse trascender, a dejarse ayudar, a acoger, a aceptar, a dar sin reparos lo poco que tiene. La sencillez no es sino una síntesis de humildad, pobreza, apertura, limpieza de corazón, falta de complicación, generosidad... Por eso forman parte de la legión de los proclamados por Jesús como bienaventurados. Los sabios, por el contrario, ya saben muchas cosas. Muchas noticias para ellos no son noticia. No pueden recibir nada con el alma abierta, ingenuamente: miran siempre los recovecos de cada afirmación, sus puntos flacos, su historia, su crítica, sus orígenes ("¿no es el hijo del carpintero?"), todas sus posibles interpretaciones ("éste echa los demonios por arte de Belcebú"). Por eso son muy amantes de libros, teorías pastorales o complicadas disquisiciones teológicas. Creen que saben muchas cosas, pero con frecuencia saborean muchos menos que los que tienen un corazón sencillo.

Los entendidos, los enterados, saben de qué va la cosa, lo que pinta en la vida como triunfo, lo que cuenta y lo que se cotiza.

Por eso invierten todos sus valores en la buena vida. Prefieren no invertir en la esperanza -muchos menos si se trata de una esperanza trascendente, del Reino de Dios-: de esto, ciertamente, no entienden. O, mejor, creen entender que no "sirve" para nada. Prefieren la instalación, la comodidad, las raíces, no los frutos de esperanza. Por ello, los sabios complican la vida y los entendidos se afanan en conquistarla y almacenarla. Los sencillos la viven y la saborean en simplicidad. Los sabios y los entendidos angustian con sus teorizaciones y sus afanes. Los sencillos se alegran con la buena noticia que les libera. Los sabios y los entendidos se agobian con el peso de la vida. Los sencillos dan gracias con Jesús por saborear la libertad.

Así le ha parecido bien al Padre, y Jesús se lo agradece. Ha parecido bien al Padre que el Reino no se merezca a base de estudiarlo mucho o de someterlo a una severa crítica. El reino lo adquieren los desposeídos de si mismos, los que quedan mal ante los valores cotizados en esta vida (cuando se mira desde la perspectiva de la carne y no del espíritu). Por eso, el Reino hay que merecerlo a base de quitarse afanes de méritos, a base de hacerse sencillo, a base de ensanchar el corazón y abrirlo con simplicidad hacia la Buena Noticia.

Es la pregunta hacia la que debe evocar en cada uno de nosotros el mensaje de la liturgia de la palabra de hoy. ¿Somos en verdad sencillos? ¿Seremos capaces de que se nos revele el Reino?

DABAR 1978/39


4. A/YUGO:

Subyugados. Se trata, sobre todo, de cargar con el yugo de Jesús. Mejor dicho, se trata de dejarse subyugar por Cristo y el evangelio. Esta palabra -subyugar expresa a las mil maravillas el profundo sentido evangélico de las palabras de Jesús, pues cuando el yugo es el amor, el único que puede cargar con el yugo es el enamorado. No se trata en consecuencia de cargar con nada, sino de hacerse cargo del amor de Dios para realizarlo en y con los hermanos, con todos los hombres. Sabéis muy bien que, para el que ama, todas las obligaciones están de más. No hace falta que nadie le diga qué tiene que hacer, pues se lo dicta su corazón. Y también sabéis que, cuando falta el amor, todas las leyes son insuficientes. Por eso el evangelio es algo muy sencillo, tan sencillo como amar.

Y por eso es sólo para gente sencilla, para los que se dejan llevar del amor: enamorarse y no especular con los sentimientos. Ser cristiano es dejarse llenar del amor de Dios y rebosarlo en los hermanos. Eso es todo.

EUCARISTÍA 1990/31


5.

Estos días de verano, quizá para bastantes de los que estamos aquí, son días que de algún modo NOS HACEN SENTIR CON MAS PAZ, con más tranquilidad, como si la vida normalmente atareada que llevamos se parase un poco y pudiéramos respirar más profundamente. Porque, en definitiva, ese es el clima que se crea en verano: o porque hacemos vacaciones, o porque las haremos más adelante, o porque por lo menos, notamos que el ritmo de la vida de la gente que nos rodea es distinto del resto del año.

-Jesús nos invita a tener su paz en nuestro corazón Y hoy se podría decir que las lecturas que hemos escuchado se colocan casi de acuerdo con eso que está ocurriendo en nuestra vida. Las lecturas de hoy son también una invitación a sentirnos en paz, a caminar por nuestra vida con tranquilidad y confianza, a sentirnos con la alegría de estar cerca de Jesús, a descubrir que Dios nuestro Padre nos ama profundamente.

Jesús, en el evangelio que hemos escuchado, hacía esta bella acción de gracias a su Padre porque el AMA TODO LO QUE ES SENCILLO, porque él no ha elegido a la gente importante y segura de sí misma para derramar en ella su bondad, sino que ha querido acercarse a nosotros, los que sentimos que nos faltan muchas cosas, los que sabemos que necesitamos todavía mucho amor y mucha paz y mucha confianza para seguir adelante en nuestra vida. Los que no sabemos sentirnos satisfechos con el dinero, ni con nuestra inteligencia, ni con nuestras cualidades.

-Nuestro camino no lo hacemos solos. Jesús agradece al Padre que haya querido dar a esos, a los pobres y sencillos, la certeza de su compañía. Y luego él mismo, Jesús, añade esta llamada al corazón de cada uno: "Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso". Porque esa es quizá la noticia más gozosa que tenemos en el centro de nuestra fe: el poder sentirnos con la paz que da el amor de Jesús; el poder encontrar, desde nuestro trabajo, desde la lucha de cada día, desde el esfuerzo constante, LA CERTEZA DE QUE EL SEÑOR NOS ACOMPAÑA, la seguridad de poder orar y ponernos en sus manos. Aunque a veces las cosas sean muy duras.

Porque, como nos decía san Pablo, "el Espíritu de Dios habita en vosotros". El Espíritu que conduce nuestra vida, el Espíritu que alumbra en nuestros corazones la fe y la esperanza. El Espíritu que nos renueva, que nos resucita, que nos llena de amor. Porque eso es ser cristiano: PODER DECIR QUE NUESTRO CAMINO NO LO RECORREMOS SOLOS; poder encontrar unos momentos de pausa y orar; poder reconocer que en medio de la historia a menudo difícil de cada uno de nosotros está ese Espíritu, y esa vida, y esa esperanza que Jesús nos ha infundido.

Por ello, también nosotros podemos decirnos mutuamente las mismas palabras que hemos escuchado en la primera lectura. Aquellas palabras que, hace ya muchos siglos, un profeta dirigía a los habitantes de Efraín y Jerusalén cuando les anunciaba que vendría un día en el que podrían vivir confiados, sin miedo de guerras ni ataques. Un día gozoso en el que el mundo se llenaría de paz. Porque el propio Dios lo quería, y vendría a vivir en medio de su pueblo. Y por eso el profeta lo anunciaba con gran alegría: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti. El destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén; romperá los arcos guerreros. Y dictará la paz a las naciones". Y esta paz que anunciaba el profeta es la que nosotros podemos empezar a encontrar en Jesús. Una paz que aún no es plena -porque nuestra vida y la vida del mundo siguen siendo difíciles y complicadas-, pero que es CAPAZ DE RECONFORTARNOS y darnos constante fuerza para caminar.

-Una invitación a la oración. Me parece que las palabras que hemos escuchado en las lecturas de hoy, esta invitación a respirar a fondo y a sentirnos en paz, podría convertirse en una llamada para que alimentemos en serio nuestra fe durante este tiempo de verano. Podrían ser una INVITACIÓN A ENCONTRAR, DURANTE ESAS SEMANAS, RATOS MAS TRANQUILOS PARA LA ORACIÓN, para experimentar más vivamente la relación con Jesucristo, para sentirnos en las manos de nuestro Padre que nos ama.

Momentos en los que no se trata de tener grandes pensamientos ni de descubrir muchas cosas nuevas. Momentos en los que, sea mirando la naturaleza o disfrutando del sol, o sea tranquilamente en casa, presentamos nuestra vida, nuestras tristezas y nuestra alegrías, nuestras ilusiones y nuestros desengaños, nuestros problemas y nuestras esperanzas, al Padre en el que creemos.

Momentos, pues, que nos hagan sentir más cerca de Jesús. Momentos en los que, también, abramos las páginas vivas del Evangelio y recordemos su palabra. Para seguir sintiendo, muy adentro, su paz.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/13


6. 

Después de la recriminación a las ciudades galileas que no han respondido a sus obras y de la vuelta de los 72 discípulos, Jesús alaba al Padre por la respuesta que le están dando los sencillos, la gente del pueblo llano.

Dios ha decidido gratuitamente -"así te ha parecido mejor"- esconder "estas cosas a los sabios y entendidos" y revelarlas "a la gente sencilla". Jesús expresa la realidad que estaba experimentando. El "Señor de cielo y tierra" tiene preferencias por los sencillos. Parece que Dios ha hecho una opción de clase: está de parte de la gente sencilla, de los del montón, de los que no cuentan para nada, de los que son oprimidos y estrujados por otros. Está, decididamente, a favor del pueblo.

-¿Quiénes eran "los sabios y entendidos" y "la gente sencilla". Los "sabios y entendidos" eran las élites religiosas de Israel, los escribas y los fariseos, los rabinos que permanecían ciegos ante la claridad de las palabras de Jesús, que se escandalizaban por su predicación en favor de los pobres.

Son los autosuficientes que se creen que ya lo saben todo, que utilizan su ciencia y su conciencia para formarse una idea cerrada de Dios y del mundo y no están dispuestos a oír y aprender de nuevo. Creen que conocen bien a Dios y que poseen la verdadera doctrina.

El misterio del Reino de Dios no es accesible a esta clase de sabiduría humana, tan segura de sí misma. El hecho de que Dios "esconda estas cosas" no se debe a él, sino a los obstáculos de los hombres. De hecho, las obras de Jesús son manifiestas a todos, viene para ser conocido por todos. Este pasaje se puede relacionar con la frase de Jesús: "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9. 13). El que se cree justo se cierra a la llamada de Jesús por estar conforme con la vida que lleva. Los "sabios y entendidos" ya lo saben todo, ya lo viven todo de la mejor forma posible, ¿cómo es posible que puedan aprender y vivir cosas nuevas? Verán y oirán únicamente lo que les interese y que esté de acuerdo con lo ya sabido y vivido. Los "sencillos" no son sólo los niños, sino también los hombres sin cultura: los aldeanos de Galilea, los pastores de Belén, los publicanos y pecadores, las prostitutas. Todos aquellos que eran despreciados por los doctores de la Ley y por los fariseos, que decían de ellos: "Un ignorante no puede evitar el pecado y un hombre del campo no puede agradar a Dios".

El plan de Dios no puede ser aceptado más que por aquellos que se presentan ante él conscientes de su vacío y pequeñez, con la pobreza radical que caracteriza al ser humano, con la actitud de humilde y esperanzada búsqueda de algo o de Alguien que pueda llenar sus vidas. Características que pueden darse en la gente docta, como lo demuestra el caso de los Magos y de Nicodemo.

Los magistrados y los fariseos, los sabios y los entendidos, los que sabían leyes y teologías, no escucharon la palabra de Dios. Porque el Evangelio no es una palabra sabia para los sabios, sino una palabra de vida y para la vida. Para escuchar el Evangelio y para comprenderlo hace falta tener un corazón despejado de intereses bastardos, hace falta perder el miedo a las exigencias del amor y no tener nada que defender.

Con frecuencia, muchas de las dificultades para comprender las palabras de Jesús, provienen de ese miedo que tenemos a las exigencias del amor y entonces justificamos nuestro miedo que nos paraliza, entreteniéndonos en reflexiones y razonamientos interminables.

Otras veces adoptamos ante el Evangelio una actitud interesada más en justificar nuestra vida que en cambiarla, y entonces nos comportamos como los fariseos que escuchaban a Jesús para cogerle la palabra.

Tampoco entendemos el Evangelio desde una actitud académica, que nos obliga a fijarnos más en las palabras que se dicen que en lo que quieren decir. Porque cuando el Evangelio se escucha como pide ser escuchado, es muy fácil comprender lo que nos quiere decir, aunque no siempre resulte fácil saber qué significa concretamente cada una de sus palabras.


7.  

Cuando tiene lugar la escena que leemos hoy, Jesús ya lleva tiempo realizando su misión, y ya ve con claridad cómo le van las cosas. La Buena Nueva, la nueva manera de vivir en el mundo y de preparar el Reino de Dios que aporta Jesús, no es aceptada por aquellos en cuyas manos está depositada la gestión y la custodia de la religión de Israel: los fariseos no pueden aceptar que Jesús hable con tanta libertad de la Ley y diga que es más importante el servicio al hombre y la paz de la conciencia, y los sacerdotes y saduceos no pueden estar de acuerdo con alguien que "alborota el gallinero" y se entromete en el terreno que ellos consideraban exclusivamente suyo, el de la religión que ellos ya tenían bien estructurada. La Buena Noticia de Jesús no podía ser recibida por toda esa gente: los fariseos y sacerdotes, los "sabios y entendidos" tenían los intereses en otro lado.

En cambio, la "gente sencilla" sí que lo podían entender. Jesús viene a decirles que lo que Dios quiere es que el hombre sea liberado de todo lo que le daña, y por eso, en nombre de Dios, cura a los enfermos. Y, al mismo tiempo viene a decirles que las complicaciones imposibles de la Ley (la lista de preceptos que la gente sencilla ni siquiera conocía) no son la puerta imprescindible de la salvación. La Ley dejaba a la gente sencilla cansada y extenuada, y Jesús le ofrece otra clase de "yugo": no se trata de un conjunto de leyes arbitrarias, sino de un camino exigente (un "yugo", no una invitación a que cada uno haga lo que le dé la gana) pero lleno de sentido, porque es el camino que dicta el amor que se experimenta en el interior del hombre y guía la manera de actuar. (S.Agustín:"Ama y haz lo que quieras") Por eso, tanto el convencimiento con el que se propone este giro religioso radical, como la manera como vive el diálogo con el Padre, contienen un elemento profundo que es el que da sentido a todo. Este elemento profundo es la experiencia de ser el Hijo, de vivir en plena unión y conocimiento mutuo con el Padre. Las palabras con las que el evangelio expresa esta experiencia no son fruto de ninguna elaboración teológica: son, simplemente, la manera como Jesús vive su misión. Y por eso Jesús dice que el camino de Dios no es el de la Ley -no es el de ninguna "sinagoga bien montada", en palabras de Pedro Casaldáliga- sino que es lo que el amor fiel y verdadero sea capaz de dictar en el corazón de cada hombre.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/14


8.

La alegría de Jesús por lo que los discípulos acaban de contarle (capítulo anterior) se traduce en una breve oración, que tiene un gran parecido con la parte esencial de la oración de su madre: el Magnificat (Lc 1,46-55). Lucas une a madre e hijo en las opciones y sentimientos fundamentales, lo que es más importante que el que sean auténticas o no cada una de las frases puestas en sus labios (ya sabemos que no). María y Jesús alaban al Padre que libera a los humildes y derrota a los opresores.

Esta clarificadora oración de Jesús contiene, según Mateo, tres afirmaciones fundamentales: la revelación del Padre Dios se abre a los pequeños y se cierra a los sabios; sólo el Hijo es capaz de revelar el verdadero rostro de Dios; todos los que están cansados y oprimidos pueden encontrar alivio en Jesús. La afirmación central es la segunda; las otras dos expresan parte de su contenido. Lucas no habla de la tercera; la cambia por una felicitación a los suyos por las cosas que están viendo y oyendo. Felicitación que Mateo intercala entre las parábolas del reino (Mt 13,16-17).

1. La revelación de Dios se abre a los pequeños y se cierra a los sabios

Después de la recriminación a las ciudades galileas que no han respondido a sus obras y de la vuelta de los setenta y dos discípulos, Jesús alaba al Padre por la respuesta que le están dando los sencillos, la gente del pueblo llano. En su oración de alabanza aparece el Padre como Creador y Señor del universo.

Dios ha decidido gratuitamente -"así te ha parecido mejor"- esconder "estas cosas a los sabios y entendidos" y revelarlas "a la gente sencilla". Jesús expresa la realidad que estaba experimentando. El "Señor de cielo y tierra" tiene preferencias por los sencillos. Parece que Dios ha hecho una opción de clase: está de parte de la gente sencilla, de los del montón, de los que no cuentan para nada, de los que son oprimidos y estrujados por otros. Está, decididamente, a favor del pueblo. Es la misma temática desde el nacimiento en Belén. En aquella sociedad -y como casi siempre- todos los privilegios religiosos, basados en la obediencia a la ley, eran para los entendidos en Escritura. Sólo contaban los que estaban dentro del circulo de los intelectuales, que se identificaban -¡cómo no!- con los acomodados.

¿Quiénes eran, entonces, "los sabios y entendidos" y "la gente sencilla"? ¿A qué se refiere Jesús al decir "estas cosas"?

"Los sabios y entendidos" eran las élites religiosas de Israel, los escribas y los fariseos, los rabinos, que permanecían ciegos ante la claridad de las palabras de Jesús, que se escandalizaban por su predicación en favor de los pobres. Son los autosuficientes que se creen que ya lo saben todo, que utilizan su ciencia y su conciencia para formarse una idea cerrada de Dios y del mundo y no están dispuestos a oír y aprender de nuevo. Creen que conocen bien a Dios y que poseen la verdadera doctrina. Es la eterna tentación del espíritu humano desde sus orígenes, tan bellamente expresada en la narración simbólica del paraíso: ser como dioses (Gén 3,5). Son los que hablan de Dios y de los hombres sin poner en ello su corazón. No captan el sentido de las obras de Jesús porque su hipocresía y sus intereses personales inutilizan su ciencia, impidiéndoles aceptar las conclusiones a las que su saber debería llevarles.

El misterio del reino de Dios no es accesible a esta clase de sabiduría humana, tan segura de sí misma. Dios no admite que el hombre entre en petulante competencia con él. Su plan puede ser aceptado o rechazado por el hombre, pero nunca discutido. El hecho de que Dios "esconda estas cosas" no se debe a él, sino a los obstáculos de los hombres. Se atribuye a Dios lo que es culpa del hombre. De hecho, las obras de Jesús son manifiestas a todos, viene para ser conocido por todos. Este pasaje se puede relacionar con la frase de Jesús: "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9,13). ¿Quién no es pecador? El que se cree justo -nadie lo es- se cierra a la llamada de Jesús por estar conforme con la vida que lleva. Los "sabios y entendidos" ya lo saben todo, ya lo viven todo; ¿cómo es posible que puedan aprender y vivir cosas nuevas? Verán y oirán únicamente lo que les interese y que esté de acuerdo con lo ya sabido y vivido. Y Jesús plantea un cambio total: se podía tener la sabiduría del reino sin conocer la ley, el saber religioso no daba ningún privilegio de cara al reino esperado; los pobres eran la única esperanza del mundo nuevo...

Los "sencillos" no son sólo los niños, sino también los hombres sin cultura (así se dice): los aldeanos de Galilea, los pastores de Belén, los publicanos y pecadores, las prostitutas. Todos aquellos que eran despreciados por los doctores de la ley y por los fariseos, que decían de ellos: "Un ignorante no puede evitar el pecado y un hombre del campo no puede ser de Dios".

El plan de Dios no puede ser aceptado más que por aquellos que se presenten ante él conscientes de su vacío y pequeñez, con la pobreza sustantiva que caracteriza al ser humano, con la actitud de humilde y esperanzada búsqueda de algo o Alguien que pueda llenar sus vidas. Características que pueden darse en la gente docta, como lo demuestra el caso de Nicodemo (Jn 3,1ss).

Dios sólo puede contar con los sencillos, con los pequeños, con los desechados y despreciados de la sociedad, con los que todo lo esperan de los otros y del Otro. A éstos ha llamado a ser sus discípulos y han creído en él.

¡Qué singular trastorno del orden!: Dios tiene predilección por los que no valen nada en el mundo. ¡Cuántas cosas se entienden en el mundo si se tienen en cuenta estas palabras!

De esta oración de Jesús se puede deducir que los discípulos, que han conocido y creído esto que Dios comunica a los sencillos, eran de éstos: gente pobre, del montón, de los que en la sociedad son tenidos por nadie.

"Estas cosas" son las obras de Jesús, el evangelio en su totalidad. Es decir, la nueva comprensión de Dios y de su reino que se contiene en las palabras y en los hechos de Jesús. Es comprender el sentido de las obras del Mesías, ver en ellas la actividad del Maestro. La revelación del Mesías podía haberse hecho de manera deslumbradora y autoritaria, única forma que tiene de entender la sociedad de las medallas y de las condecoraciones. Así no hubiera habido problema: habrían entendido "los listos" y no "los tontos".

Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, lo que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de Dios. En última instancia, depende de la disposición del hombre.

2. Sólo el Hijo revela el verdadero rostro de Dios

La segunda afirmación parece más propia del evangelio de Juan. Nos describe el misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, con la terminología y profundidad propias del cuarto evangelio.

La revelación de Dios como Padre y Amor y de su reino constituye el centro de la predicación de Jesús. En la paternidad de Dios resume la relación de Dios con los hombres; en la filiación divina, la relación de los hombres con Dios. Es el mejor resumen del evangelio: Dios es Padre, sobre todo de Jesús y, a través de él, de todos los hombres. "Todo me lo ha entregado mi Padre". Jesús es el único revelador pleno de Dios, la plenitud de la revelación, por su vida de intimidad con el Padre desde toda la eternidad. Todos los demás han sido reveladores parciales.

"Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".

CON/RV: Habla de conocer y revelar. Conocer no es una ciencia del entendimiento. Conocer en la Biblia tiene un significado mucho más hondo: llega a las últimas razones y causas de las cosas y de los acontecimientos humanos. Es una sabiduría. En la acción de conocer participan por igual la voluntad, los sentimientos y la inteligencia. Conocer y amar son una misma cosa. Estas palabras nos indican la profunda relación entre Dios y Jesús. Sólo el Padre sabe quién es en verdad Jesús; sólo Jesús sabe quién es realmente el Padre. Conocer es una experiencia personal. Se emplea en la Escritura para expresar también la relación íntima del hombre y de la mujer en el matrimonio.

Estas palabras contradicen a los que pretenden poseer y guardar el "depósito de la fe". Nadie es depositario de la revelación; nadie puede acaparar o imponer, con dogmatismos legislativos o culturales, las formas con las que los hombres pueden encontrarse con el Dios de Jesús y hablar con él: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y nadie conoce al Hijo sino el Padre".

Pero el Hijo no posee este conocimiento para sí solo, sino que debe transmitirlo, ya que el Padre se "lo ha entregado todo".

¿Y cómo lo transmite? ¿Cómo recibirlo? La respuesta nos la ha dado el apartado anterior, que traducido con otro pasaje evangélico dice así: "Quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10,15). No lo transmite como ciencia, a través del estudio de la ley o de la teología, sino como nuevo nacimiento por el Espíritu (Jn 3,3-8). Este fue el riesgo y la equivocación de los dirigentes judíos, custodios de la revelación de los profetas; y éste es el riesgo y la posible equivocación de los cristianos. ¿Qué son los sacramentos para nosotros? ¿Cómo los administramos y a qué edades? ¿Basta con el bautismo de agua para ser cristianos?...

¿Cómo puede hablar así un hombre? No entenderemos nada que merezca la pena si únicamente hemos nacido del agua, si nos falta nacer del Espíritu.

3. Todos los cansados y oprimidos pueden encontrar alivio en Jesús

"Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré". Jesús tiene delante a las personas a las que había dedicado toda su vida: los pobres, los hambrientos de tantas hambres, los ignorantes, la gente sencilla, los apenados y enfermos... Siempre le han rodeado. Ahora los llama a sí y les promete aliviarlos de una doble carga que les cansa y les deja embotados: la vida agobiante llena de dificultades y los insoportables centenares de preceptos de la ley (más de seiscientos), que había sido dada para la salvación y la vida; prescripciones que nadie era capaz de cumplir, ni los mismos que las imponían (Mt 23,4). Jesús los quiere liberar de la enseñanza de esos "sabios y entendidos". Les quiere decir que no sigan penando bajo las intolerables y complicadas prescripciones de los sacerdotes, que dejen de sentirse perdidos ante la sutil y difícil doctrina de los rabinos. Les invita a buscar en otra parte la verdadera voluntad del Padre; una voluntad sin duda exigente, pero clara y al alcance de todos. Les invita a buscar en él mismo la respuesta a sus problemas.

"Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso". La imagen del yugo perteneció a la relación señor-esclavo. Después se aplicó a la relación maestro-discípulo. Cada maestro tenía un "yugo" que imponer a sus discípulos. El yugo de Cristo va por otro camino que los demás. Para animarles a tomarlo se define a sí mismo como "manso y humilde de corazón": "manso" indica su actitud ante los hombres; es decir, misericordioso, no-violento, tolerante, pronto al perdón, pero también exigente. "Humilde" indica su actitud obediente y dócil en todo a la voluntad del Padre. "De corazón" quiere decir que su docilidad y obediencia es interior, libre, fundamentada en el amor.

El se presenta como Maestro, pero no como los letrados que dominaban a los discípulos. No es violento, sino humilde y manso, en contraposición al orgullo de los rabinos de Israel. Su enseñanza lleva al descanso, a la paz, si se acepta desde él su doctrina. El que vive desde el amor es levantado interiormente y se serena. La fe nunca debe convertirse en carga agobiante, en yugo que cause heridas con el roce. En la libertad en vivir la fe debería conocerse al discípulo de Jesús.

"Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Mateo ha hablado ya de las tremendas exigencias de Jesús. ¿Cómo puede afirmar que su yugo y su carga son suaves? Porque nos inculca el espíritu de la ley, con lo que nos libera de la esclavitud de la letra. Aunque tiene exigencias más duras que las enseñadas por los escribas y los fariseos, su yugo es provechoso al hombre, da sentido pleno a su vida. Sólo exige amor, que es gozo al vivirlo, aunque no exento de sufrimiento. Jesús obra una profunda revolución religiosa: el culto, el dogma, las instituciones religiosas..., todo debe estar al servicio del hombre.

"¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros véis!" (Lc 10,23). Jesús felicita a los suyos. Estaba convencido de que había llegado la etapa definitiva en la larga marcha de la historia humana hacia la plena libertad. Las esperanzas mantenidas por los profetas durante tantos siglos eran ya una realidad.

Para descubrirlo son necesarios ojos y oídos abiertos a la novedad, al futuro, a la utopía; apertura que sólo son capaces de tener los sencillos, los insatisfechos, los buscadores, los artesanos de la paz, los luchadores por la justicia y la libertad...

¿Descubrimos nosotros a nuestro alrededor signos de los tiempos nuevos? ¿Caminos que se abren a un futuro de paz y fraternidad? ¿Cuáles? ¿Participamos en ellos? O, por el contrario, ¿estamos satisfechos de cómo van las cosas?

Con Jesús irrumpió el reino de Dios entre nosotros. Su vida es el modelo que hemos de imitar para hacerlo realidad. Según vayamos viviendo de su vida, iremos "viendo y oyendo", iremos experimentando ese reino dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Ya no serán necesarias las explicaciones. ¿Cómo necesitar razones para creer lo que ya se vive?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 111-117


9.

1. La fe, experiencia de vida Si mucha gente «sencilla» escuchara o leyera con detención este evangelio, podría sentirse altamente sorprendida: ¿Qué quiere decir que solamente las personas sencillas, y no los doctos, pueden llegar al verdadero conocimiento de Dios? ¿No se ha afirmado siempre lo contrario? Y la misma sorpresa pueden tener los «doctos» que han buscado en la ciencia teológica la manera de encontrarse con Dios.

El lenguaje de Jesús, explícitamente paradójico, es casi una bofetada que nos hiere en la cara. Pero tratemos de defendernos: digamos, por ejemplo, que el texto se refiere exclusivamente a los conductores espirituales del pueblo judío que desoyeron la llamada de Jesús; digamos que la sencillez aludida es solamente una cualidad espiritual; o que el conocimiento de Dios que tienen los hombres sencillos es sólo el primer estadio o la puerta del Reino, pero que después las cosas se complican más. Si queremos una defensa más cerrada, digamos que el texto no es de Jesús, sino de algunos cristianos influenciados por la mística gnóstica, etc., etc.

Desahogado nuestro corazón, retomemos el texto. Una lectura libre de prejuicios nos dice que el camino que conduce a Dios no pasa por la ciencia religiosa ni por el orgullo de pertenecer a una institución sagrada, pues está abierto precisamente a aquellas personas que, dentro del esquema social, son consideradas como "sencillas". Son ellas las que pueden llegar a una experiencia de Dios verdaderamente sincera, interior y vital. Efectivamente, el mismo Jesús fue uno de esos hombres sencillos que no pertenecía a ningún estrato de la alta clerecía de su pueblo. No era sacerdote ni levita, no era doctor de la Ley, no era discípulo de ningún rabino famoso, no pertenecía a la clase gobernante de los saduceos, no simpatizaba con los representantes de la ortodoxia legalista, los fariseos; ni siquiera era judío en el sentido más estricto de la palabra. Era galileo, de Nazaret, un pueblo sin ninguna resonancia bíblica; era laico, pobre, profeta ambulante e independiente. Y fue a él a quien el Padre quiso revelársele en toda su intimidad.

Tomado, pues, el texto en su primera acepción, se refiere directamente a la gente humilde, pobre, marginada, semianalfabeta. despreciada por su escasa cultura religiosa. Su misma situación, libre totalmente de orgullo de clase y de autosuficiencia dogmática, los predisponía ayer y los predispone hoy a una captación fresca y desprejuiciada del Evangelio. Jesús distingue claramente entre una actitud religiosa y un saber religioso. No reniega del segundo, pero lo subordina totalmente a la primera.

CON-D/QUÉ-ES: Para comprender mejor todo esto, tengamos en cuenta que la expresión «conocer a Dios» o "conocer al Hijo" no se refiere al conocimiento intelectual, sino a una «especial relación» o comunión con el Padre y con Cristo. En aquella época eran frecuente en la literatura religiosa, tanto judía, como cristiana y gnóstica, como asimismo en los cultos de los misterios, el concepto de «conocer» a Dios, la verdad, la vida, el bien, etc. Es un conocer existencial, experiencial. Hoy lo podemos traducir como un «vivir una experiencia religiosa» que abarca al hombre todo entero, en su realidad física, psíquica y social. Ningún área de la personalidad debe quedar excluida: se vive de la fe con el cuerpo, con el espíritu y con el mundo. Lo religioso, la experiencia de Dios, es como el medio ambiente en el que respira el creyente.

Así entendidas las cosas, resulta claro comprender que existen personas que pretenden que Dios ocupe solamente el área de la inteligencia, como si el hombre pudiera cercenarse en compartimientos estancos. Mientras el hombre sencillo vive plásticamente su fe y la expresa con los ojos, las manos, el canto, la danza, los colores, trabajando, amando, casándose y divirtiéndose..., hay quienes sólo se atienen a una búsqueda racionalista y abstracta de Dios.

Para ellos la religión es un tema, o un problema. Estudian a Dios, buscan sus cualidades, las dividen en categorías, establecen dogmas, se preocupan por estrechas formulaciones, discuten minucias y continúan en sus abstracciones como si estuviesen totalmente de espaldas al mundo y a la realidad que hoy se está viviendo.

No se trata, por lo tanto, de oponer la fe al conocimiento; pero un conocimiento que no parte de una experiencia de vida y que no lleva a profundizar dicha experiencia, desde el punto de vista religioso, es prácticamente nulo. Todo esto debe movernos a examinar nuestro sistema de catequesis, basado en gran medida en un simple estudio sistemático de libros y de programas desconectados de la misma experiencia de los catequizados.

2. A Dios por el hombre: H/CAMINO-D

Si toda experiencia de Dios debe estar acompañada de una actitud de sencillez, no menos cierto es que la experiencia cristiana pasa por Jesucristo: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» Jesús es el modo que tenemos los cristianos de encontrarnos con Dios; más aún, el modo de mirar la vida, el modo de dar última solución a nuestros grandes problemas.

Cuando hablamos de Jesús, no nos referimos fundamentalmente a su biografía, de por sí inalcanzable por otra parte. Hoy vivimos una experiencia radicalmente diferente a la de Cristo; las circunstancias son otras, como otra es la mentalidad y la cultura. Sin embargo, nos es válida la experiencia religiosa de Jesús: el sentido que le dio a la vida, los criterios para enfrentarse con los problemas humanos, su punto de vista sobre las relaciones entre Dios y los hombres o entre los hombres entre sí. Tampoco tiene Cristo validez si lo desconectamos de nuestra realidad humana. Un estudio sobre Jesucristo sólo tiene valor para los científicos de la historia de la cultura humana. Para nosotros, llegar a Dios por Cristo significa llegar pasando por el hombre; no por el hombre en abstracto, el hombre de los filósofos, sino este hombre que vive aquí y ahora esta experiencia. Más todavía: por el hombre que soy yo. El cristiano no debe desentenderse de sí mismo para ser religioso; todo lo contrario: sólo siendo totalmente él mismo, puede verse desde la dimensión religiosa.

El cristianismo de estos últimos siglos ha pecado, en gran medida, de falta de humanismo. No lo buscamos a Dios a través de los hombres y de la historia, sino a través de lo institucional eclesiástico, de los libros y de las normas. Por eso llegó un momento en que los hombres sintieron que el «yugo» cristiano o católico era muy pesado; no sólo eso: era un yugo que en gran medida era el apoyo de poderes opresores. Jesús, en cambio, usando una comparación de la época, nos invita a cargar con su yugo, «porque su yugo es llevadero y su carga ligera». Esto puede parecer en contradicción con lo que vimos en domingos anteriores acerca de la seriedad del seguimiento de Jesús. Sin embargo, una cosa no impide la otra.

Jesús es radical en las exigencias del seguimiento por el mismo hecho de que la vida es exigente. La actitud contraria sería demagógica. Sin embargo, su yugo es llevadero precisamente porque no es otro que el yugo normal de todo hombre.

Apartándose de otras concepciones religiosas, Jesús no carga a sus fieles con más peso que la fidelidad a sí mismo: no habla de ayunos ni de exigentes ritos penitenciales (a pesar de que después harán su aparición en la Iglesia); no pide actos de culto ni sacrificios..., sí la ofrenda permanente del amor fraterno; no impone el peso de una institución religiosa sino que crea un movimiento amplio y abierto, basado en la fe y en la caridad; tampoco pide llevar un sistema de vida distinto del normal: no pensó en imponernos un régimen monacal. Es fundamental tener en cuenta que si bien posteriormente la vida cristiana se complicó más de la medida con los elementos enunciados anteriormente, propios de toda religión institucionalizada, de la lectura de los evangelios surge de parte de Jesús una modalidad muy distinta, hasta el punto de que en sentido estricto no podemos llamar a Jesús el fundador de una nueva religión.

Sintetizando: hay un camino para llegar a Dios; es el camino normal del hombre que asume toda su realidad, feliz o desgraciada, alegre o triste, es decir, siempre ambivalente y compleja, para hacer de esa vida «su ofrenda» a Dios. El cristiano que no se asume a sí mismo como hombre o que no quiere asumir la historia humana, es inútil que se refugie en la religión. Lamentablemente hemos hecho de la religión un conglomerad, o de cosas, ritos y palabras que, actualmente, poco tiene que ver con el hombre y casi nada aportan a la solución de los problemas humanos. Es una religión a-histórica, descolgada y, a veces, hasta opuesta al movimiento de la historia.

Se trata de un fatal error de óptica: nos olvidamos de que Jesús fue totalmente hombre y sólo así pudo llegar al Padre. Sólo una Iglesia totalmente encarnada en la realidad histórica puede ser camino hacia Dios.

Bueno es, por lo tanto, que recordemos el Evangelio de hoy, que retraducido puede decir lo siguiente: Sólo Dios conoce íntimamente al hombre y lo ama tal cual es; y, en consecuencia, sólo el hombre que se ve a sí mismo como hombre puede descubrir a Dios en su vida.

Ahora sólo nos queda revisar todo esto que llamamos religión y ver en qué medida separamos la fe de la vida, la experiencia del conocimiento, el amor del culto, la conciencia de la moralidad, y así sucesivamente. Quienes sólo se quedan con lo segundo, son esos «doctos a los que alude el Evangelio de hoy. Elijamos...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 110 ss.