COMENTARIOS AL SALMO 15

1.

Pido permiso para confesar a media voz mi alegría y así no molestar

¡Cuántas complicaciones por un grito de alegría! Parece imposible. Pero una oración de abandono confiado, de alegría, de paz, de seguridad, que quiere simplemente cantar las dulzuras de la intimidad divina, crea una serie considerable de rompecabezas a los intérpretes más cualificados.

Los v. 3-4 son una verdadera cruz para los exegetas. Además de la traducción que hemos hecho se podría haber hecho otra:

Los santos de la tierra, hombres excelentes, tienen todos mi favor (v. 3).

También los últimos dos versículos plantean grandes problemas: ¿se indica claramente la fe en una vida eterna o no?

De este modo un salmo de abandono confiado en el Señor desencadena una multitud de problemas llenos de dificultades y hace enloquecer la pluma de los estudiosos. Lo cual nos indica que si es difícil «entrar» en el sufrimiento de alguien, es aún más difícil «entrar» en la alegría de un hombre.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien» (v. 1-2).

Después de este arranque, que constituye el tema principal de toda su oración, el salmista debería haberse defendido: «Y protege mi alegría de las indiscreciones ­y de las vivisecciones­ de los estudiosos». Naturalmente, no pensó en ello.

Un individuo que ha apostado todo por Dios

Pero, ¿quién es este individuo? Aquí la mayoría de los intérpretes están de acuerdo. Se trataría de un sacerdote al servicio del templo. De sus labios brota uno de los más bellos cantos de confianza y de paz que se han cantado jamás.

No se limita a gritarnos su propia alegría. Nos da también la clave de ella. Vuelto hacia el Señor puede decir: «Tú eres mi bien» (v. 2).

El rasgo característico de este individuo es el de uno que ha apostado todo por Dios. Se ha «jugado» hasta su vida por él.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano (v. 5).

Ha aprendido un «ejercicio de piedad» fundamental: «Tengo siempre presente al Señor» (v. 8). Los resultados de este «ejercicio piadoso» son evidentes:

Con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena (v. 8-9).

No se para a hacer inventario de lo que está en manos de los demás. El tesoro que le espera está en buenas manos (v. 5).

Tampoco se dedica a repasar la lista de las cosas que le faltan, a las que ha renunciado. Está demasiado ocupado en descubrir la belleza de lo que el Señor le ha regalado:

Me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad (v. 6).

No bastará toda la vida para la exploración de este «lote» que le ha tocado en suerte. 1 Ciertamente no es, como sería hoy, fácil calificar ­o descalificar según las categorías en boga­ «un asegurado», en el sentido más banal del término. Su vida no está exenta de pruebas, de dudas y de peligros. La «seguridad» de Dios no elimina los propios riesgos de toda aventura humana y religiosa.

Apunta su desánimo al ver como se corre desenfrenadamente tras los ídolos (v. 4). Soledad, deserción en masa, competencia despiadada de los «ritos» más llamativos y más fáciles, el gusto inextinguible por la vanidad.

Pero él no cede ante soluciones fáciles. No se deja impresionar por las modas. No es conformista. No está dispuesto a correr tras naderías. Ni quiere rifar su propio corazón y llenarlo de bagatelas. Sabe que su Dios es terriblemente celoso.

Yo no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios (v. 4).

Es el rechazo intransigente de todos los ídolos en sus formas más variadas y fascinantes.

Pero no está inmune ni siquiera de dudas, inquietudes, equivocaciones. El versículo 7: «hasta de noche me instruye internamente» nos hace imaginar que no está asegurado contra el insomnio.

Sin embargo, no es presuntuoso. Sabe a quién dirigirse. Sabe orar para descubrir los planes de Dios para él: «Bendeciré al Señor que me aconseja» (v. 7).

La muerte es sólo para los egoístas

Incluso cuando se encuentra zambullido en un grave peligro, tiene una certeza:

Porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha (v. 10-11).

En este punto no me siento con fuerzas para embrollarme en las opiniones de los estudiosos acerca del alcance de estos dos versículos: es decir, si el salmista expresa una fe explícita en la vida eterna.

Para mí se trata de una intuición psicológica de la seguridad de uno que ama y por eso «siente» que la muerte no puede separarle de esa persona amada. Y como Dios es esta persona amada su omnipotencia puede extenderse sobre la vida y sobre la muerte. Estamos en la lógica del amor. El amor que desarma a la muerte: un tema vivo en cierta literatura contemporánea. Un novelista pone en boca de Cristo estas palabras:

Sí; esto es el milagro. Quien ame a los demás como yo he amado, después de la muerte vivirá...

Y el ángel del sepulcro dice: él no puede permanecer en la muerte; la muerte es el castigo del egoísmo, se apodera sólo de quien elige existir para si solo (L. Santucci).

Nos queda la expresión final:

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha (v. 11).

Quizá estas palabras molesten a más de un lector de nuestro tiempo. Parecerán dulcemente consoladoras.

El hecho es que, quizá, nos estamos avergonzando de hablar de la alegría. Afirmaba Bertrand Russel: «Lo único que necesita hay el hombre para elevarse es abrir el corazón a la alegría y dejar que el miedo continúe rechinando los dientes como un fantasma entre las sombras del pasado olvidado».

De acuerdo, con tal de no olvidar la primera fuente de la alegría; con tal de no perder tiempo detrás de todos los ídolos que van pregonando sus baratijas.

Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien» (v. 2).

Un sacerdote reivindica la alegría de ser verdadero

Un sacerdote del antiguo testamento no duda en divulgar la propia gloria. Pienso que le será lícito a un sacerdote del nuevo testamento, que interpreta este salmo, abrir un paréntesis personal.

Hoy se sabe todo, o al menos se cree saber todo sobre el sacerdote: crisis, exigencias, dificultades, inquietudes, sufrimientos y dichas.

Libros y periódicos, películas y asambleas, encuestas y noticias, revistas especializadas o no, intentan desvelar la problemática sacerdotal de hay que está a la búsqueda de su identidad en un mundo que se ha trasformado rápidamente.

Comprendo todo. Sería ridículo ­e incluso perjudicial­ ignorar que existen problemas complejos, malestar y fatigas no pequeñas.

Entiendo incluso a aquel predicador encargado de hablar en la jornada por las vocaciones. Había seguido el esquema clásico: el sacerdote es indispensable para la sociedad. Ahora bien, nos encontramos ante una preocupante falta de sacerdotes. Se había dirigido en primer término a los padres y les había suplicado que respetasen y no obstaculizasen jamás una eventual vocación religiosa de sus hijos. Después, dirigiéndose a los jóvenes, les rogaba que prestasen atención a la llamada del Señor, porque es imposible que esta llamada tenga menos fuerza hoy que en tiempos pasados.

Había puesto toda su fuerza, su convicción y su... voz. Cuando entraba en la sacristía, acalorado todavía, mientras se pasaba la mano por la frente sudorosa, se le oyó mascullar:

­Menudo oficio...

Entiendo todo.

Pero en tiempos de reivindicaciones quisiera únicamente reivindicar por mi parte el derecho a la alegría. Sí, pido permiso para confesar sumisamente mi alegría. Alegría de ser sacerdote en este tiempo tremendamente incómodo. Mientras no se duda en hablar públicamente de las propias crisis y sufrimientos, no veo por qué se deba tener tanto pudor para hablar de la propia alegría. Por eso me parece un deber de honradez, al comentar este salmo, manifestar a media voz, para no molestar a nadie, mi alegría.

Alegría de quien puede proclamar una palabra. Una palabra que le molesta y le serena, le inquieta y le conforta, le hace daño y le cura, le amedrenta y le da valor. Alegría de quien puede partir el pan todos los días entre los hermanos. Alegría de quien ­para no citar más que un ejemplo­ ha podido celebrar la eucaristía entre unos centenares de presidiarios, unidos alrededor de un altar improvisado en un oscuro corredor de la cárcel, custodiado por una implacable fila de rejas. Era el 11 de mayo de 1969. Porto Azzurro, Isla de Elba. Una fecha fundamental de mi sacerdocio. La acción de gracias se ha convertido en lágrimas. Y he sido capaz de balbucir: «Aunque sólo me hubiese hecho sacerdote para esta hora, valía realmente la pena... Gracias, Señor». Podría aún continuar... Pero que nadie crea que mi vida es coser y cantar y que mi camino está siempre iluminado por un haz de luz. Conozco momentos de equivocaciones, de desilusión, de desánimo. Alguna vez me sorprendo incluso mirando de reojo «el trozo de tierra» de los otros. Pero después, al hacer el inventario de lo que he recibido, me veo obligado a reconocer que «me ha tocado un lote hermoso» y a gritar que «me encanta mi heredad» (v. 6).

Es un lote que exteriormente puede parecer modesto y limitado. Pero me sobra. Es suficiente. Tengo mi cruz. Y también la de muchos otros. Puedo cultivar mis esperanzas y mis alegrías. Pero también las esperanzas y alegrías de los demás. Contiene mis afanes. Pero también las penas, los sufrimientos y las angustias de tantos otros hermanos. En definitiva estoy seguro de no mentir cuando exclamo:

Me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad (v. 6).

Me viene a la mente el título de un libro del sacerdote escritor J. Montaurier: «La alegría de ser verdadero». Pienso que se aplica especialmente al sacerdote. El sacerdote es verdadero cuando desaparece. Cuando detrás de sí deja adivinar, trasparentar a Alguien. Nuestro papel es el de ser «signos». «Significar» es ciertamente un papel ingrato porque deja subsistir la inquietud, la duda de la propia opacidad. Además nunca se sabe si se llega a hacer algo en el corazón del hombre.

Cuando se es «signo» no es posible jamás hablar de éxito, de conquistas, y ni quisiera tener una contabilidad que tranquilice en los momentos de desaliento. El éxito es siempre el éxito de otro 3.

Sin embargo es ésta precisamente la fuente más segura de la alegría de un sacerdote. Desaparecer ­la gloria del «siervo inútil»­, hacerse trasparente, para dejar entrever la presencia de otro. Con esta clave creo que hemos de leer el v. 1 del salmo: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti».

Este «refugiarse» no es una evasión, una solución cómoda impuesta por el miedo. Es simplemente la «verdad» del sacerdote. De quien puede gritar la propia alegría de ser verdadero.

(Creo que no habré hecho enfadar a nadie por haber hablado de mi alegría, si he reivindicado públicamente el derecho a confesar a media voz mi alegría). Pero el salmo es para todos. Porque la alegría, la paz, la seguridad afectan a todos. El salmo 16 nos propone un test para la verificación de nuestra alegría.

Yo digo al Señor: «Tu eres mi bien» (v. 2).

Hagamos la prueba de repetir cientos, miles de veces esta frase. Especialmente la última palabra: «Tú eres mi bien».

Puede suceder que un cierto momento el disco se raye y que oigamos un chirriar estridente.

Signo inequívoco de que nuestro corazón alberga muchas baratijas. Que además de «apostar» por el Señor, hemos «apostado» también por la vanidad, el vacío, el éxito, el prestigio y por mil bagatelas más...

Por tanto, no hemos de admirarnos de que nuestra alegría haya sido hecha pedazos. Y que los pedazos que fatigosamente recogemos nos hieren las manos...

ALESSANDRO PRONZATO
FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-198O.Págs. 230-234

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1. La traducción literal dice «la cuerda me ha señalado un lote hermoso», porque según el uso del tiempo, las partes eran hechas con una cuerda.

2. Tu hassid. Cf. sobre esto el salmo 11.

3. A. Manaranche. Al servicio de los hombres, Salamanca 1969. 234.


2.

La resurrección de Cristo es esperanza de incorrupción. Ella hace posible que las afirmaciones del salmista tengan plenitud de sentido en los labios del cristiano. Por Cristo, el cristiano puede vivir su vida en clave de inmortalidad.

BIBLICOS-4.Pág. 238


3.

DICHOSA LA INTIMIDAD CON DIOS:

"No me arrepiento de nada",
mi opción es maravillosa.
Dios "mi consejero"...
Dios "presencia constante y protectora"...
Dios "mi alegría, mi fiesta"...
Dios "mi vida, mi resurrección"..,
Dios "mi camino, el sentido de mi vida"...
Dios "mi felicidad eterna"...

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Este salmo se clasifica en la categoría de los "Salmos del huésped de Yahveh". El hombre que ora aquí, vive en un mundo materialista, en que los cultos paganos han invadido la sociedad "tras los ídolos van corriendo".. se someten a sus "libaciones sangrientas". En esa época se inmolaban niños a Moloc. El autor denuncia esta increíble propagación del paganismo, sus prácticas y sus devastaciones.

Es más: este hombre está tentado por este mundo circundante, por "los ídolos del país, sus dioses que tanto amé". Convertido al verdadero Dios, está turbado por el éxito y la prosperidad aparente de las grandes naciones paganas. El materialismo sin Dios es atractivo: "tras ellos van corriendo"... hay que armarse de valor para enfrentarse a una corriente de opinión. La gran tentación en todos los tiempos, ha sido el "sincretismo": esto es, juntar una pequeña dosis de "fe y una gran dosis de "materialismo"... algo de verdadera religión y algo de ídolos... un poco de Dios y mucho del dios Mamon, el dinero...

Tentado, turbado, por el mundo circundante el salmista pide a Dios ilumine el sentido de su existencia como "pueblo separado", "pueblo elegido". Siente en el fondo de su corazón la seguridad de "tener la mejor parte". Su opción de creyente y practicante, lejos de ser un peso, una obligación onerosa, es para él fuente pura de dicha incomprensible para los paganos, y describe su vida de intimidad con Dios. Entonces todo el vocabulario de dicha aflora a sus labios: "mi refugio"... "mi dicha"... "mi heredad"... "mi copa embriagadora"... "mi destino"... "suerte maravillosa"... "mi herencia primorosa" "mi alegría"... "mi fiesta"...

Los versículos 5 y 6 hacen alusión al hecho de que la tribu de Leví (aquellos que servían a Dios en el templo), en el momento de la división de Palestina, hecha por suerte, no recibieron territorio: su parte, su heredad, era Yahveh. (/Nm/18/20, Deuteronomio 10,9, Sirac, el sabio 45,22). En esta forma la "vida de los levitas", que vivían en el templo, se convirtió en un símbolo de intimidad con Dios: la tierra de Canaán, dominio sagrado de Dios, dado a su pueblo... la casa de Dios, dominio sagrado al que introdujo a sus huéspedes... anuncios proféticos de la "era mesiánica" en que Dios "morará con los suyos y ellos con El".

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** "Tú no puedes abandonarme a la muerte, ni dejar que tu "Hassid", tu "amigo", vea la corrupción."

En hebreo hay una palabra cuyos matices son intraducibles. El "Hassid" es el hombre que ha sido objeto de la Hessed divina: el amor misericordioso. El hombre se convierte en "fiel", "amigo", de Dios: él corresponde al amor. ·Chouraqui, antiguo alcalde de Jerusalén, gran conocedor de la lengua judía traduce así este texto: "tu no puedes permitir que tu "amante" vea la corrupción".

El verdadero "Hassid ", es Jesús. El único que puede hoy recitar este salmo es Cristo resucitado, vencedor de la muerte. "Aun durante la noche mi corazón se alegra... mi carne reposa tranquila... ¡Tú no puedes abandonarme a la muerte, ni dejar que aquel que tú amas y que te ama, vea la corrupción!" Seguramente el levita que escribió esto, no pensó en la doctrina de la resurrección, sino confusamente, y adivinó que una de las exigencias del amor es la no separación del ser amado: nuestra fe en la resurrección se apoya en esta certeza, miles de veces repetida, que Dios nos ama con amor (Hessed).

"Señor, la parte de mi herencia, y mi copa". Jesús, un día tomó también una "copa" ... y nosotros la tomamos siguiendo su mandato: "Tomad y bebed". Sí, nuestra suerte es maravillosa, nuestra parte la más bella... y sin cesar nos reunimos para dar "gracias". Esto es la Eucaristía.

"Tengo al Señor ante mí... está a mi derecha... en tu presencia, la alegría... a tu derecha la felicidad..." ¿Escuchamos a Jesús que pronuncia estas palabras ardientes? Nos preguntamos a veces lo que Jesús podría decir durante las largas noches que pasaba en oración (Lucas 6,12 - Mateo 5,1 - Marcos 3,13). Formado en la oración mediante los salmos, era quizá este salmo el que repetía. Al recitarlo nosotros, repetimos la "oración de Jesús". Para expresar su intimidad con el Padre, Jesús utilizó a menudo la imagen de la "morada", de la "casa" de Dios. "Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotros" (Juan 15,4). "Estoy a la puerta y llamo... si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apocalipsis 3,20). No es por mera casualidad que Jesús tomara como signo de su presencia ¡"una comida", a la cual nos invita!...

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** El lado dramático de la vida de un verdadero creyente. Quien tiene fe es un hombre inmerso en un mundo que vive en forma muy diferente a él. "Nosotros por causa de Cristo, pasamos por locos" (/1Co/04/10). Podemos, como el levita de este salmo, sentirnos muy solos; el paganismo nos rodea por todas partes. Los "ídolos" están cerca, siempre tentadores: el sexo, el poder, el placer, la independencia total, etc... Si miro la vida de cerca, descubro mi idolillo personal... esta fruslería a la que doy demasiada importancia. Mediante este salmo pedimos a Dios no "absolutizar" nada. ¡Dios es el único absoluto! Nadie más... Si doy a algo distinto un carácter absoluto, estoy creando un ídolo, que tarde o temprano se romperá en mis manos. "¡Señor, líbrame, líbranos de los ídolos!"

La certeza que Dios está con nosotros, Emmanuel. Podemos mantener con él una conversación continua, día y noche: meditación-conversación-oración... De lo contrario preferiremos los ídolos del mundo. Señor, que te busque, que Tú seas mi único amor absoluto.

El tema de la felicidad. Escuchemos una traducción del Padre Claudel "Permitidme medir maravillado esta herencia que me cayó del cielo... Tú me has saciado con tu rostro... Escucha lo que te digo muy quedo para que solamente Tú lo oigas: Oh, el Señor que no he merecido de ninguna manera... ¡Magnífico! ¡La porción que me tocó es algo del otro mundo! ¡La parte que me tocó no hay cómo ponderarla, es algo bello!... Tú has embriagado mi corazón, Tú has desatado mi lengua... Lléname de las delicias de tu rostro, lugar en que todos los caminos terminan..."

Este salmo nos permite descubrir con Dios el lenguaje de los "enamorados", de los "Hassidim" (plural de "Hassid").

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 24-27


4.

1. Espiritualidad sacerdotal en el salmo 15

En segundo lugar, y dado que me interesa mucho insistir en la unidad de los dos Testamentos, deseo abordar ahora un texto del Antiguo Testamento, el salmo 16 (15 según la numeración griega). Los mayores de entre nosotros pronunciaron el versículo 5 de este salmo en el momento de recibir la tonsura, cuando fueron aceptados al estado clerical, casi como divisa de la misión que entonces asumieron. Cuando vuelvo sobre este salmo (ahora se reza en las Completas del jueves) me viene siempre a la memoria cómo traté entonces, penetrando el sentido de este texto, de hacerme cargo del compromiso que abrazaba, para poder vivirlo desde una comprensión profunda. Y así, este versículo ha venido a ser para mí una luz preciosa, de suerte que lo he tenido siempre como emblema de lo que significa ser sacerdote y de cómo vivirlo en la práctica. Así reza este versículo en la traducción de la Vulgata: «Dominus pars haereditatis meae, et calicis mei. Tu es qui restitues haereditatem meam mihi» («El Señor es la parte de mi heredad y mi cáliz; tú eres quien me garantizas mi lote»).

Estas palabras expresan de manera concreta el contenido del versículo 2: «¡No hay dicha para mí fuera de ti!» Lo hacen en un lenguaje realmente profano, en un contexto pragmático y casi me atrevería a decir no teológico, es decir, en el lenguaje del propietario de hacienda y de la distribución de la tierra en Israel, tal como se describe en el Pentateuco y en el libro de Josué.

De esta distribución de la tierra entre las tribus de Israel quedó excluida la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes. Esta no recibió territorio alguno. A ella se refieren estas palabras: «Es Yahveh su heredad» (Dt 10,9; Jos 14,4); «Soy yo (Yahveh); tu parte y heredad» (Núm 18,20). Aquí se trata, ante todo, de una ley de conservación simple y concreta: los israelitas viven de la tierra que les es asignada; la tierra es la base física de su existencia. A través de la posesión de la tierra, el israelita recibe la parte de vida que le corresponde, valga la expresión. Sólo los sacerdotes no logran su sustento por medio del trabajo agrícola, al modo de los campesinos, que viven del cultivo de sus campos; el único fundamento de su vida, incluso de su vida física, es el mismo Yahveh. En términos concretos: los sacerdotes viven de su participación en las ofrendas y otras donaciones cultuales, de los bienes que se ofrecen a Dios; de estos bienes reciben ellos una parte, como encargados del servicio divino.

Se trata, en primer término, de dos formas de sustento físico; pero, en el contexto general del pensamiento de Israel, estas formas entrañan una significación mucho más profunda. Para un israelita, la tierra no es únicamente garantía de subsistencia; es el modo en que participa de la promesa hecha por Dios a Abraham, es decir, la promesa de su inserción en el contexto vital del futuro pueblo elegido. De este modo, la tierra vino a garantizar, al mismo tiempo, la participación en el poder mismo del Dios vivo. El levita, por el contrario, se caracteriza por no tener parte en la tierra y, en este sentido, es el hombre que no se halla protegido por garantía terrena alguna, que se encuentra excluido de tales garantías. Su vida se proyecta directa y exclusivamente hacia Yahveh, como se afirma en el salmo 22 (v.11). Tal vez pueda parecer, a primera vista, que la tierra viene a sustituir a Dios como garantía de subsistencia, casi como si ofreciera una forma independiente de seguridad; pero es ésta una visión que nada tiene que ver con la concepción levítica de la existencia. Dios es el único que garantiza la vida de una manera directa; en El se funda incluso la vida terrena, la vida física. En el momento en que desapareciera el culto divino, la vida perdería la fuente de su sustento. De esta suerte, la vida del levita es, al tiempo, privilegio y riesgo. La cercanía de Dios es su único y directo medio de vida.

Me parece importante introducir aquí una consideración. Resulta evidente que la terminología de los versículos 5 y 6 es la terminología de la apropiación de la tierra y de la diferente atribución a la tribu de Leví de lo necesario para el sustento. Esto significa que este salmo es el canto de un sacerdote que expresa aquello que constituye el centro físico y espiritual de su existencia. Quien en este salmo ora, cumple todo cuanto la Ley ha establecido para él: la privación de posesiones exteriores y una vida sustentada por el culto divino y para el culto divino, de tal manera que este culto no se entiende únicamente en el sentido de una forma determinada de subsistencia, sino que se vive como verdadero fundamento. Este orante espiritualiza la Ley, la transfiere a Cristo, precisamente porque en él no llega a realizarse en plenitud su genuino contenido. Este salmo reviste indudable importancia para nosotros: en primer lugar, porque se trata de una plegaria sacerdotal; en segundo lugar, porque encontramos aquí la autosuperación interna del Antiguo Testamento en movimiento hacia Cristo, el impulso de aproximación por el que el Antiguo Testamento se proyecta hacia el Nuevo, y de este modo podemos admirar la unidad de la historia de la salvación. No vivir en virtud de lo que uno posee, sino del culto, significa para el orante vivir en la presencia de Dios, fundar la propia existencia en un confiarse a El desde lo más íntimo. A este propósito, Hans-Joachim Kraus observa acertadamente que el Antiguo Testamento nos permite entrever aquí una cierta comunión mística con Dios, que se desarrolla a partir de esa singular condición de la prerrogativa levítica.

Dios ha venido a ser, por consiguiente, la «Tierra» del orante. En los versículos siguientes aparece con toda claridad qué dimensiones asume concretamente esta realidad en la vida cotidiana. En ellos se dice: «El Señor está siempre a mi diestra». Caminar con Dios, saberlo siempre cercano, tratar con él, mirarle y dejarse examinar por El, he ahí lo que constituye el centro de esta prerrogativa de los levitas. De esta suerte, Dios se hace verdaderamente una tierra, el territorio de nuestra vida. Y así vivimos y «moramos» en su casa. El salmo enlaza aquí con todo lo que hemos encontrado en Juan. En consecuencia, ser sacerdote significa: ir a su casa y de este modo aprender a ver, permanecer en su morada.

En los versículos siguientes se aprecia de una manera todavía más intensa cómo esto puede acontecer. El salmista ora a Yahveh, que le «aconseja»; o le da gracias porque de noche le «instruye». Es evidente que, con estas expresiones, los Setenta y la Vulgata piensan en la corrección física, que «educa» al hombre. La «educación» se entiende como un someterse el hombre a su verdadera medida, lo cual no se realiza sin sufrimiento. La palabra «educación», en este caso, quiere expresar en suma la orientación del hombre en el camino de la salvación, el proceso de transformaciones en virtud del cual pasamos de ser barro a ser imagen de Dios, y así nos hacemos capaces de Dios para la eternidad. La vara de aquel que corrige es aquí sustituida por el sufrimiento de la vida, por medio del cual Dios nos conduce y nos lleva a habitar en su morada. Todo esto trae a nuestra memoria el gran salmo de la palabra de Dios, el /sal/119, que recitamos a lo largo de la semana en la Hora intermedia.

Este salmo se halla construido en torno a la afirmación fundamental de la existencia del levita: «El Señor es mi porción» (v.57; cf. v.14). Y con esta afirmación se hacen de nuevo presentes, en múltiples variaciones, los motivos mediante los cuales el salmo 16 explica esta realidad: «Tus preceptos (...) son mis consejeros» (v.24). «Bien me ha estado ser humillado para aprender tus estatutos» (v.71). «Conozco, oh Yahveh, que son justos tus juicios y que con razón me afligiste» (v.75). De este modo se comienza a comprender la profundidad de la invocación que recorre todo el salmo, como un ritornello: «¡Enséñame tus preceptos!» (v.12.26.29.33.64). Cuando nuestra vida se halla verdaderamente anclada en la palabra de Dios, el Señor nos «aconseja». La palabra bíblica deja de ser entonces un vocablo cualquiera, genérico y distante, y se convierte en un término que compromete directamente mi vida. Supera la distancia de la historia y se hace para mí palabra personal. «El Señor me aconseja»; mi vida se convierte en una palabra que proviene de El. De esta suerte se hace realidad el dicho: «Tú me enseñarás el sendero de la vida» (Sal 16,11). La vida deja de ser un oscuro enigma. Aprendemos qué significa vivir. La vida se aclara, y, en el centro mismo de ese «ser educado», se transforma en alegría. «Fueron para mí cantos tus estatutos», leemos en el salmo 119 (v.54); no de otro modo se expresa el salmo 16: «Por eso se alegra mi corazón, jubila mi lengua» (v.9); «la hartura de alegría ante ti, las delicias a tu diestra para siempre» (v.11).

Cuando estas lecturas del Antiguo Testamento se ponen en práctica y la palabra de Dios es acogida como tierra de la vida, entonces surge espontáneamente el contacto con aquel en quien creemos como Palabra viviente de Dios. No me parece en absoluto casual que este salmo representara para la Iglesia antigua la gran profecía de la Resurrección, la descripción del nuevo David y del Sacerdote definitivo, Jesucristo. Conocer la vida no significa dominar una técnica cualquiera, sino superar los límites de la muerte. El misterio de Jesucristo, su muerte y su resurrección resplandecen allí donde la pasión de la palabra y su indestructible fuerza vital se hacen experiencia viva.

Para que esto se haga realidad no es preciso llevar a cabo grandes transposiciones en nuestra propia espiritualidad. Pertenecen a la esencia misma del sacerdocio aspectos tales como el estar expuesto del levita, la carencia de una tierra, el vivir proyectado hacia Dios. El relato de la vocación de Lucas (5,1-11), que consideramos al principio, concluye lógicamente con estas palabras: «Ellos lo dejaron todo y le siguieron» (v.11). Sin ese despojarse de todas nuestras posesiones no hay sacerdocio. La llamada al seguimiento de Cristo no es posible sin ese gesto de libertad y de renuncia ante cualquier compromiso. Creo que, bajo esta luz, adquiere todo su profundo significado el celibato como renuncia a un futuro afincamiento terreno y a un ámbito propio de vida familiar; más aún, se hace indispensable para asegurar el carácter fundamental y la realización concreta de la entrega a Dios. Esto significa, claro está, que el celibato impone sus exigencias respecto a toda forma de plantearse la existencia. No puede alcanzar su pleno significado si nos plegamos a las reglas de la propiedad y del juego de la vida, tal como hoy se aceptan comúnmente. Sobre todo, no puede consolidarse si no hacemos de ese nuestro habitar en la presencia de Dios el centro de nuestra existencia. El salmo 16, como el salmo 119, acentúa vigorosamente la necesidad de una continua familiaridad meditativa con la palabra de Dios; únicamente así puede esta palabra convertirse en morada nuestra. El aspecto comunitario de la piedad litúrgica, que esta plegaria sálmica necesariamente implica, queda de manifiesto cuando el salmo habla del Señor como «mi cáliz» (v.5). Según el lenguaje habitual del Antiguo Testamento, esta alusión se refiere al cáliz festivo que se hacía pasar de mano en mano durante la cena cultual, o al cáliz fatídico, al cáliz de la ira o al de la salvación. El orante sacerdotal del Nuevo Testamento puede encontrar aquí indicado, de un modo particular, aquel cáliz por medio del cual el Señor, en el más profundo de los sentidos, se ha hecho nuestra tierra, el Cáliz eucarístico, en el que él se entrega como vida nuestra. La vida sacerdotal en la presencia de Dios viene de este modo a realizarse de una manera concreta como vida que vive en virtud del misterio eucarístico. La Eucaristía, en su más profunda significación, es la tierra que se ha hecho nuestra heredad y de la que podemos decir: «Cayó para mí la suerte en parajes amenos y es mi heredad muy agradable para mí» (v.6).

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL 
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 178-184


5. SINCERIDAD CONMIGO MISMO

Digo a mi Señor: «Tú eres mi Dios; mi felicidad está en ti. Los que buscan a otros dioses no hacen más que aumentar sus penas; jamás pronunciarán mis labios su nombre».

Repito esas palabras, te digo a ti y a todo el mundo y a mí mismo que soy de veras feliz en tu servicio, que me dan pena los que siguen a «otros dioses»; los que hacen del dinero o del placer, de la fama o del éxito, la meta de sus vidas; los que se afanan sólo por los bienes de este mundo y sólo piensan en disfrutar de gozos terrenos y ganancias perecederas. Yo no he de adorar a sus «dioses».

Y, sin embargo, en momentos de sinceridad conmigo mismo caigo en la cuenta, con claridad irrefutable, que también yo adoro a esos dioses en secreto y me postro ante sus altares. También yo busco el placer y las alabanzas y el éxito, y aun llego a envidiar a aquellos que disfrutan los «bienes de este mundo» que a mí me prohíbe mi fe. Sí que renuevo mi entrega a ti, Señor, pero confieso que sigo sintiendo en mi alma y en mi cuerpo la atracción de los placeres de la materia, la fuerza de gravedad de la tierra, la pena escondida de no poder disfrutar de lo que otros disfrutan. Aún tomo parte, al amparo de la oscuridad y el anónimo, en la idolatría de dioses falsos, y ofrezco irresponsablemente sacrificios en sus altares. Aún sigo buscando la felicidad fuera de ti, a pesar de saber perfectamente que sólo se encuentra en ti.

Por eso mis palabras hoy no son jactancia, sino plegaria; no son constancia de victoria, sino petición de ayuda. Hazme encontrar la verdadera felicidad en ti; hazme sentirme satisfecho con mi «heredad», mi «lote» y mi «suerte», como me has enseñado a decir.

«El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en su mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad».

Enséñame a apreciar la propiedad que me has asignado en tu Tierra Santa, a disfrutar de veras con tu herencia, a deleitarme en tu palabra y descansar en tu amor. Y prepárame con eso a hacer mías en fe y en experiencia las palabras esperanzadoras que pones en mis labios al acabar este Salmo:

«Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha».

Hazlo así, Señor.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los salmos
Sal Terrae, Santander 1989


6.  Juan Pablo II: Dios es nuestra única riqueza
Medita en el Salmo 15, «El Señor es el lote de mi heredad».

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 julio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 15, «El Señor es el lote de mi heredad».

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien".
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.



1. Tenemos la oportunidad de meditar, después de haberlo escuchado y convertido en oración, en un salmo de una fuerte tensión espiritual. A pesar de las dificultades del texto, que se aprecian en el original hebreo sobre todo en los primeros versículos, el Salmo 15 es un luminoso cántico místico, como sugiere la profesión de fe del inicio: «yo digo al Señor: "Tú eres mi bien"» (versículo 2). Dios es visto como el único bien y, por este motivo, el que ora decide formar parte de la comunidad de todos aquellos que son fieles al Señor: «los santos que hay en la tierra» (versículo 3). Por este motivo, el salmista rechaza radicalmente la tentación de la idolatría con sus ritos sanguinarios y con sus invocaciones blasfemas (Cf. versículo 4).

Es una opción clara y decisiva, que parece hacer eco a la del Salmo 72, otro canto de confianza en Dios, conquistada a través de una fuerte y difícil opción moral: «¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra... Para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor» (Salmo 72, 25.28).

2. Nuestro salmo desarrolla dos temas que son expresados a través de tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la «heredad», término que cimienta los versículos 5 y 6: se habla de «lote de mi heredad», «mi copa»; «suerte». Se usaban estos términos para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Nosotros sabemos ahora que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, pues el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara: «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa... me encanta mi heredad» (versículos 5 y 6). Por tanto, da la impresión de ser un sacerdote que está proclamando la alegría de estar totalmente entregado al servicio de Dios.

San Agustín comenta: «El salmista no dice: "Dios, ¡dame una heredad! ¿Qué me darás como heredad?". Dice por el contrario: todo lo que me des fuera de ti no vale nada. Sé tu mismo mi heredad. Eres tú a quien yo amo... Buscar a Dios en Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar» (Sermón 334,3: PL 38, 1469).

3. El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista expresa la firme esperanza de se preservado de la muerte para poder permanecer en la intimidad de Dios, pues ésta no es posible en la muerte (Cf. Salmo 6, 6; 87, 6). Sus expresiones no ponen, sin embargo, ningún límite a esta preservación; es más, pueden ser entendidas en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios.

El orante utiliza dos símbolos. Ante todo, evoca el cuerpo: los exegetas nos dicen que en el original hebreo (Cf. Salmo 15, 7-10) se habla de «riñones», símbolo de las pasiones y de la interioridad más escondida; de «derecha», signo de fuerza; de «corazón», sede de la conciencia; incluso de «hígado», que expresa emotividad; de «carne», que indica la existencia frágil del hombre; y por último de «aliento de vida».

Se trata por tanto de la representación de todo el ser de la persona, que no es absorbido ni aniquilado en la corrupción del sepulcro (Cf. versículo 10), sino que es mantenido en una vida plena y feliz con Dios.

4. Aparece, así, el segundo símbolo del Salmo 15, el del «camino»: «Me enseñarás el sendero de la vida» (versículo 11). Es el camino que conduce al «gozo en tu presencia» divina, a la «alegría perpetua a tu derecha». Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que amplía la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna.

De este modo, es fácil comprender por qué el Salmo ha sido tomado por el Nuevo Testamento para hacer referencia a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte del himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: «Dios le resucitó [a Cristo] librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio» (Hechos de los Apóstoles 2, 24).

San Pablo hace referencia al Salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo durante su discurso en la sinagoga de Antioquia de Pisidia. También nosotros lo proclamamos desde esta perspectiva: «No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó [Jesucristo], no experimentó la corrupción» (Hechos de los Apóstoles 13, 35-37).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, uno de los colaboradores de Juan Pablo II leyó esta síntesis de su intervención en castellano:]

El Salmo 15 es un vibrante cántico místico que presenta a Dios como el único bien, que sitúa al orante dentro de la comunidad de los que son fieles al Señor. Este salmo desarrolla dos temas; primero el de la herencia, considerada como el don de la tierra prometida, que la casa de Leví no recibió porque su heredad era el Señor. El segundo tema es el de la comunión perfecta y perdurable con el Señor. Para alcanzarla el salmista expresa su firme esperanza de que para llegar a su plenitud ha de superar el escollo de la muerte. Por eso, se abre, pues, a la esperanza de una vida sin fin para gozar eternamente de la intimidad con Dios.


7.

“Tú eres Señor, mi bien, nada hay fuera de Ti” (Salmo 15, 2. Vulgata)

Santa Teresa de Lisieux decía que es mejor hablar con Dios en lugar de hablar de Dios, porque en las conversaciones con los demás siempre se puede introducir el amor propio. Cómo hacerlo? Con la oración de cada día, pero verificando durante el día, a través de alguna jaculatoria si nuestro corazón está verdaderamente con El; si El es el ideal de nuestra vida, si lo ponemos verdaderamente en el primer lugar de nuestro corazón, si lo amamos sinceramente con todo nuestro ser.

Las jaculatorias son como flechas de amor que salen de nuestro corazón y que nos van a servir para “enderezar” el corazón hacia Dios. Una bellísima exclamación, que nos puede servir como jaculatoria, la encontramos en el salmo 16, versículo 2 y que dice: “Tú eres Señor, mi bien, nada hay fuera de Ti” Tratemos de repetirla durante todo el día, en especial cuando diferentes apegos quieran arrastrar nuestro corazón hacia las cosas, hacia las personas o hacia nosotros mismos. Tratemos de repetirla cuando la agitación o la prisa, la curiosidad, el amor propio o las muchas distracciones del mundo, estuviesen por dañar nuestra relación con Dios. Tratemos de repetirla cuando cualquier sombra ofusque nuestra alma o cuando el dolor toque a la puerta. “Tú eres Señor, mi bien, nada hay fuera de Ti”

Estas sencillas palabras nos ayudarán a tener confianza en El, nos entrenarán a convivir con el amor y así al final del día, tendremos la confirmación que han sido una medicina para el alma y han hecho que nuestro corazón sea una lámpara derecha. Adaptación del mensaje de Chiara Lubich del Movimiento de los Focolares.