PARA
VER LA IMAGEN AMPLIADA HAGA CLIC SOBRE LA MISMA
*
LAS COSAS SON COMO SON
En
España estamos en pleno verano. Muchos ya disfrutan de sus vacaciones.
El final de lo que llamamos "el curso" nos predispone a todos
a no insistir en un ritmo intenso de trabajo. (Fuera de España,
perdonarán que de vez en cuando, en nuestros materiales, aparezcan
estas inevitables concreciones: sin ellas, todo quedaría demasiado etéreo).
El
verano y el fin de curso, aunque no sean datos bíblicos, ni litúrgicos,
ni eclesiales, son cosas que suceden en el presente domingo. Un domingo
en el que recuperamos el ritmo normal de los domingos, de los que no
tienen otra connotación que el "ser domingo". Esto es, que
tan sólo tienen la importancia ¡que es mucha!- de ser domingo. A
pesar, pues, de las intemperancias del calendario, tendremos que
procurar sea la celebración una asamblea dominical gozosa; que nos
aporte el gozo de la presencia del Señor resucitado y la fuerza que
proviene de la comunión con su Cuerpo. Aunque no nos lo pregunten ante
un tribunal, como a aquellos mártires de Abitinia del siglo IV (no
podemos olvidar que en este Año jubilar hemos de rememorar a los mártires:
Incarnationís Mysterium 13), hemos de tener claro que la celebración
del domingo siempre se ha de asegurar, porque somos cristianos y sin el
domingo no podemos vivir, no podemos vivir sin la Eucaristía Dominical.
Haga
frío o calor, estemos relajados o cansados, las cosas son como son y el
domingo es siempre domingo para los cristianos. Venga, pues. Celebrémoslo
con fe. Se trata del día del Señor. Del día de la Iglesia. El día en
que fortalecemos nuestra vida cristiana, viviéndolo unidos
fraternalmente con todos los que confesamos una misma fe en torno a un
mismo altar: la mesa de la Eucaristía.
Respecto
a la mesa de la Palabra, cabe notar que hoy recuperamos el evangelio de
san Marcos, a pesar del pequeño paréntesis que habremos hecho en el
texto de las parábolas sobre el Reino de Dios. Recuperamos también la
lectura de la segunda carta a los corintios (aunque, en este caso, sólo
sea durante dos domingos, antes de iniciar la lectura de la carta a los
efesios).
*
LA FE QUE NOS ACERCA A JESÚS
La
narración evangélica de este domingo nos presenta, a través de dos
personajes muy distintos, la actitud de fe necesaria para acercarse a
Jesús. El primer personaje es el de uno de los responsables de la
sinagoga. Éste, con una actitud muy distinta a la beligerancia de los
escribas, se acerca a Jesús creyendo firmemente en lo que el Salvador
puede hacer: no le pide tan sólo que cure a su hija de la enfermedad,
sino que la salve de la muerte ("mi hija está en las últimas").
Pidiendo que su hija no muera, que "la saque del abismo"
(salmo), confiesa el poder divino de Jesús. El segundo personaje es el
de una mujer que, a causa de la enfermedad que sufre, es tenida por
impura. A Jesús sólo se le puede acercar con disimulo. Por eso sólo
se atreve a tocarle el manto. Pero, en verdad, lo hace con tanta
humildad como con fe sincera.
Jesús,
en ambos casos, deja claro que es la fe lo que le mueve a manifestar su
poder: curando a la mujer (no porque le haya tocado, sino porque se ha
acercado a él con fe) y resucitando (haciendo que se
"levantara") a la hija de Jairo (que, pase lo que pase, no
desfallece en su fe). En ambas ocasiones la fe de aquellos que a él se
acercan es la que hace que "salga fuerza de él"' que salva.
Al acercarnos a Jesús con fe, al acercarnos ahora a los sacramentos
creyendo firmemente que en ellos están la presencia y la acción de Jesús,
él nos manifiesta su poder, concediéndonos los dones de su gracia
divina que nos salva.
Recordemos,
además, al examinar con qué fe nos acercamos nosotros a Jesús, que
"confirmar y fortalecer la fe y el testimonio de los
cristianos" es el objetivo primordial del Jubileo (cf. Tertio
Millenio Adveniente 42). Recordémoslo a la hora de orientar las
diversas acciones pastorales con motivo del Jubileo.
*
LA FE QUE ACTÚA POR LA CARIDAD
El
texto apostólico de este domingo nos mueve a que nuestra fe se traduzca
en obras de caridad. Nos exhorta a saber compartir los dones que tenemos
-sean cuales sean- con los demás. El ejemplo que se nos propone es el
de la generosidad de Jesús. Puesta la mirada en Jesús aprenderemos a
ser solidarios con los demás. Lo cual significa que hemos de
contemplarlo a él, a la vez que nuestra caridad está atenta a
descubrir las necesidades concretas de los demás.
El
Año Jubilar, que nos invita a fijarnos en la generosidad de Jesús para
con nosotros -manifestada en su encarnación y en su redención-, nos
invita a no olvidar que, junto a los signos que nos han de acercar a la
generosidad de gracia de la indulgencia, tenemos que dar vida al
expresivo signo de la caridad "que nos abre los ojos a las
necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación", una
situación "que hoy afecta a grandes áreas de la sociedad y cubre
con su sombra de muerte a pueblos enteros". Por ello se nos exhorta
a colaborar en la creación "de una nueva cultura de solidaridad y
cooperación internacionales" (Bula del Jubileo, 12). Un Jubileo
vacío de caridad sería un Jubileo tan vacío de sentido como el que no
nos hiciera crecer y fortalecer nuestra vida de fe.
JOSEP
URDEIX
MISA DOMINICAL 2000, 8, 41-42
|