34 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
18-29

18.

Reunidos el domingo, por un don de Dios, queremos cantar sus misericordias, cuya cumbre es la muerte y resurrección de Cristo. Un canto de acción de gracias que es la realidad de la Eucaristía. Un canto con el corazón y los labios, porque la gracia de los misterios salvadores, en el memorial, se convierte en nuestra fuerza, el viático de la vida cristiana. Un canto transformador de la vida. Ella también se hace canto testimonio extraído de la doble mesa de la Palabra y la Eucaristía que el día del Señor nos es preparada amorosamente.

-Canto, alegría y cruz

La fe cristiana puede parecer, en determinados momentos, como una contradicción. Acabamos de referirnos al canto y a la fiesta. Y el evangelio, como contrastando, ha hablado de la cruz. ¿De qué manera un lenguaje tan claro y fuerte puede encontrarse en la fuente de la alegría que nos ha sido prometida como el máximo don de la fe? Ya se ve que la contraposición, la paradoja, sólo es posible ante una mirada superficial. Sabemos, por experiencia, que hay y puede haber un verdadero ensamblaje entre el canto, la alegría y la cruz. Porque la ley suprema de la fe es el misterio de la muerte y la resurrección, realidad que conduce la existencia de los discípulos del Señor.

La alegría brota del don de la entrega total. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. La fuente de la alegría es ir con Cristo. Sólo se le sigue en la identificación. Hay que abrazar, de corazón, su cruz. Ser discípulo es convertirse en El. Y, como culmen, tomar su cruz. Dejarlo todo, convertirse en persona libre y buscar la verdadera vida. Podemos pensar que el evangelio o bien es exagerado o bien es duro. Sí, dirá alguno, odiar al padre y a la madre, amar a Cristo más que a los hijos y las hijas... ¡Uf, es un modo de hablar! Otro podrá objetar que parece inhumana la expresión de Cristo. Sin negar las formas hebreas de hablar, y reconociendo que el evangelio no es suave como una seda, hemos de reivindicar la expresión del Maestro en toda su realidad.

Cristo, que es Dios, se convierte en absoluto para nosotros. Es claro, pues, que hemos de amarle por encima de todo otro amor. Es de pura lógica cristiana. Amar al Señor no se convierte en obstáculo para un amor pleno, entrañable y efectivo a los familiares. Amarlos con el amor de Cristo nos los hace reencontrar en aquello que es más genuino, en un amor que ofrece el rostro más humano del mundo... La caridad cristiana nos ata, desde Dios, a los hombres con un lazo estrechísimo, generoso y auténtico. Recuperar a los hermanos en la entrega a Cristo, es la garantía de los lazos humanos de familia o de amistad.

-Para una vida nueva

Todo apunta hacia una vida nueva, hacia una manera de ser coherente con la dignidad humana. Sólo con la cruz, sólo muriendo a nosotros mismos, somos capaces de contribuir a la evangelización humanizadora del mundo.

Unos cristianos que se afanan por el fervor de la identificación con Cristo, y sólo ellos, pueden ser el reclamo de la alegría que todo hombre, desde el fondo de su corazón, espera y busca. He aquí un misterio de fe en el que hemos de creer de verdad. Misterio que aleja el pecado de nuestro corazón y que nos hace vivir para Dios y para los demás. Pidamos que sepamos morir espiritualmente, que tengamos la valentía de alejarnos del pecado, de vivir positivamente la gracia que Dios pone siempre a nuestro alcance.

-Este hombre de Dios es un santo

Según aquello de que una imagen vale más que mil palabras, conviene que nos fijemos en el profeta Eliseo. Ciertamente, es un valor la acogida de la mujer. Pero también lo es la santidad hecha delicadeza de este hombre de Dios. Recompensa la acogida con un don inesperado. Delicadeza de la mujer y delicadeza del profeta. Como si se tratara de una competición para ver quién puede ser más delicado. Y la gran delicadeza es Dios mismo quien la ofrece dando el hijo anhelado a la piadosa sunamita.

La antífona de comunión recupera el espíritu de la Eucaristía como canto de las misericordias del Señor. Al recibir la comunión, que nos acompañe la expresión del salmo 102: "Bendice alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre". Todo por el canto, la alegría y la cruz. Así sea.

JOAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990/14


19.

El evangelio de hoy tiene dos partes: 1. el riesgo de perder todo lo propio y ganar la vida en Cristo (37-39, también la segunda lectura); 2. El riesgo de aceptar el más mínimo don que nos sea ofrecido por Dios para recibir a Dios en él (40-42, también la primera lectura).

1. El riesgo de perder todo lo propio.

En Cristo, Dios da todo al hombre; de ahí la exigencia de renunciar a todo lo propio para dejar a este «Uno y Todo» el espacio que necesita. La conciencia que el propio Jesús tiene de ser este «Uno y Todo» es ciertamente sorprendente: «El que quiere a su padre o a su madre o a su hijo más que a mí..., el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí». La exigencia incluye expresamente el camino de la cruz: el que no está dispuesto a acompañar a Jesús en este camino es que no ha arriesgado todo. Porque es precisamente ahí donde adquiere toda su seriedad la sentencia final, que habla de «perder la propia vida», y esto no en el sentido de una ley natural de la vida (como el «muere y realízate» de Goethe), sino que se añade expresamente «por mi causa», lo que en el fondo significa: un morir y un perder tan definitivo que excluye toda previsión tácita de recuperar lo que se ha perdido.

2. Morir, para vivir para Dios.

Pablo muestra, en la segunda lectura, que este morir y ser sepultado con Cristo incluye la esperanza de resucitar a una nueva vida en Cristo para Dios; pero en esta esperanza queda excluido todo cálculo de recuperar lo que se ha perdido. Sólo el «hombre viejo» podría permitirse semejante cálculo; pero nosotros, al morir con Cristo, nos convertimos en hombres nuevos sobre los que la muerte (y todo pensamiento egoísta pertenece a la muerte) no tiene ya ningún poder. Cristo murió «al pecado¦> no solamente porque le quitó definitivamente el poder que ejercía sobre el mundo, sino también porque así le privó de todo poder sobre los hombres; él vive, pero «para Dios», en la entrega más incondicional a Dios y a su voluntad de salvación con respecto al mundo. En el mismo sentido se exige también de nosotros, como muertos al pecado, que «vivamos para Dios en Cristo Jesús»; es decir, que, con los mismos sentimientos que tuvo Cristo, procuremos ponernos a su disposición para la obra de salvación de Dios en el mundo. En esta disponibilidad ganaremos nuestra vida en el sentido del Señor, perdiendo todo egoísmo calculador.

3. La acogida de «uno de estos pobrecillos».

Cuando alguien está dispuesto -como se exige en la segunda parte del evangelio- a recibir a un enviado de Dios, sea éste un «profeta», un «justo» o simplemente un «pobrecillo discípulo» de Cristo (¿y quién no es uno de estos «pobrecillos»?), participa de su gracia. Esto debe saberlo tanto el que acoge como el que es acogido. Este último irradia algo de la gracia de su misión siempre que se le da la oportunidad de hacerlo. La primera lectura nos ofrece un maravilloso ejemplo de ello: la mujer sunamita, que invita a su casa al profeta Eliseo e incluso le prepara una habitación permanente en ella, recibe de él lo que menos podía esperar: un hijo, aunque su marido era ya viejo. La fecundidad de la misión profética se expresa aquí, veterotestamentariamente, en esa fecundidad corporal de la mujer que acoge. En la Nueva Alianza el don puede ser el de una fecundidad espiritual aún mayor.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 86 s.


20. ¡EL CIENTO POR UNO!

Aunque se hiciera famoso el dicho de Pierre de Coubertin --«lo importante es participar»--, la verdad monda y lironda es que todos queremos «ganar». No está muy claro para qué. Pero lo cierto es que cada quisque, en el campo en el que se mueve, quiere «conquistar», «ganar», y si es posible «arrasar».

Vean a los políticos. Parece ser que, si son elegidos, ya no son dueños de su tiempo, de su vida, de su libertad. Pero, una por una, ganar. Ahí tienen a los artIstas cuando llegan a la cúspide. ¿Qué les ocurre? Nuestro último Premio Nobel decía: «ya no puedo escribir, ni tener un mínimo reposo, ni evitar a los inevitables medios de comunicación social». Pero no sólo hubiera querido ganar el Nobel, sino también el Cervantes. Y, ¿qué me dicen de los deportistas? Queda bien lo de: «participar es lo que importa, pero lo que todos anhelan es ganar». Es así. Nos han educado para «ganar». Lo que sea: oposiciones, elecciones, competiciones, concursos, juegos de azar... Es muy posible incluso que, cuando compramos boletos en una tómbola de Cáritas, lo que menos nos importe sea la «caridad» y lo que más nos importe sea «ganar» uno de los coches que allá se exhíben. El mundo de la banca se las ingenia cada vez más, con alambicados sistemas de «plazos fijos», «bonos», «regalos», «libretas únicas» y «libretones», para convencernos de la importancia de ganar con ellos más. Así están las cosas. Hasta el jefe de la tribu más primitiva dicta a su prole esta sentencia: «Ganar, bueno. Perder, malo».

Pues bien. Lean ahora despacio el evangelio de este domingo y a ver cómo entender esto: «El que gana su vida, la perderá. Y el que pierda su vida por mí, la ganará». Mucho me temo que toda nuestra filosofía del «ganar» sea, para Jesús, balones en «fuera de juego». «¿De qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma»?, dijo otro día. Parece que ese interrogante, repetido por el de Loyola, fue el que hizo comprender a nuestro Francisco de Javier que hay «otra» escala de valores, poco atractiva, pero más productiva. Igualmente, el día en que otro Francisco, el de Asís, se despojó de sus galas para casarse con madonna povertá, los bienpensantes del pueblo juzgaron que aquel chico estaba loco, que «había perdido» todo. Pero él sabía que había «ganado» al verdadero Padre del Cielo. El mendigo de Tagore, cuando vació sus alforjas, supo que, en vez de perder un grano de trigo, había ganado un grano de oro.

Cuando Jesús invitó al joven rico a «venderlo todo y dárselo a los pobres», no le invitaba a «perder», sino a «ganar». Haced las aplicaciones que queráis. Y siempre será lo mismo. El padre autoritario que pide perdón a su hijo cuando se equivoca, aunque crea «perder», pronto verá que «gana»: respeto, amor y admiración. El apóstol que «pierde su tiempo» atendiendo a los demás, en esas labores que nadie paga y casi nadie aplaude, al fin ve que es «ganar»: «Hasta un vaso de agua que deis en mi nombre, tendrá su recompensa».

Esa es la lección de este domingo de verano. Por ahí nos iremos soñando bingos, loterías y aplausos. No están mal las cosas cuando las cosas no están mal. Pero sepamos que hay otras cuentas a «plazo muy fijo» que aseguran y garantizan el «ciento por uno».

ELVIRA-1.Págs. 64 s.


21. V/SALVAR-PERDER

UNA CRUZ QUE NO LIBERA ES UN PESO MUERTO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí».

En ocasiones la vida te coloca en encrucijadas donde te has de definir y decidir sin medias tintas ni medias medidas. Situaciones en que tu corazón amará y deseará realizar lo que tu mente detesta y al revés. La decisión tendrá que ser radical, definitiva y definitoria para ti.

En estos casos conservar o encontrar la vida será perderla, se te pedirán heroicidades para el sí como para el no. Tanto la definirán tus afirmaciones como tus negaciones. Las dificultades que te acarrees por ello serán las cruces que tendrás que cargar para llevar a término tu proyecto de ser como Dios manda. La cruz es la consecuencia, el precio que hay que pagar por ser fiel al compromiso de procurar el bien y el amor al prójimo, pues el amor implica sacrificios pero nunca tristezas. De esto os puede hablar más y mejor cualquier madre que esté criando a su hijo.

«El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará».

Quien arriesga su vida y la entrega la ganará, la está ganando ya. Mantener la propia vida, es decir, afirmarse a sí mismo y no atreverse a vivir por cobardía o miedo a la muerte, como no atreverse a amar por miedo a la decepción, es estar perdiéndola ya; pues el que quiera mantener su vida de esa manera no vive. En el fondo se queda solo e infecundo, ya está muerto.

Sin dolor ni penitencia la religión se convierte en pura ideología. Los de vocación cristiana, los que Cristo ha elegido los conduce a su misma soledad y cruz. Y en la soledad, el silencio y la cruz, descubres las cosas por las que vale la pena morir, que son las que dan razón a la existencia.

En nuestro caminar cristiano hemos de evitar todo fanatismo que pueda derivar en sadismo, (matar herejes, quemar brujas) o al masoquismo, (sacrificarse por sacrificarse en una ascesis mal interpretada), así como hemos de evitar una lectura fatalista del mismo. El cristianismo es, ante todo, libertad; pero una libertad radical por encima de las conveniencias propias y a pesar de los inconvenientes. Por eso las cruces cristianas son siempre liberadoras, las que no liberan sino que esclavizan u oprimen han de ser sacudidas cuanto antes, no sea que acaben con nosotros y Dios eso no lo quiere.

Sentir la cruz cristiana es tomar conciencia de que uno, incluso en las situaciones límites de la vida, está siendo señor de su historia. El cristianismo, como el amor, hace de la vida del hombre un asunto tan apasionante que nos hace capaces de soportar el sufrimiento y el dolor. El cristianismo vivifica la existencia humana hasta el punto de hacerle desear el darla, el comunicarla, el compartirla. El cristianismo te enseña que dando la vida la recibes, pues amas y al amar la afirma

"EI que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro».

Siempre existe una correspondencia entre el sentido de la vida que se ha encontrado y el estilo de vida que se desarrolla. (Con el tiempo a uno se le pone la cara de lo que es). Quien acepta el cristianismo, el modelo de hombre que Jesús presenta y se atiene a él, desarrolla una vida personal donde la acogida es una de sus notas típicas, uno de los componentes de su estilo. La acogida es la regla de oro de la amistad, pues dos son amigos en la medida en que realizan la promesa de caminar juntos y existir el uno para el otro, es decir, en la medida en que hacen realidad la lealtad y fidelidad mutua.

No estamos cerca de Dios si no estamos cerca del hombre, es más: la distancia que nos separa de Dios es la misma que nos separa del hombre, del prójimo, de Cristo, del justo, del apóstol, del profeta.

El creyente cristiano es el hombre de la acogida, es un hombre acogedor porque creer no es aferrarse a unas ideas o atarse a algo sino a alguien: a Cristo y a éste encarnado. Creer es expresar una presencia personal en el mundo concreto en que vives y con aquellos que la providencia ha puesto en tu camino.

El que acoge y el que da y se da tiene el premio en su mismo esfuerzo. El creyente sólo puede recibir como herencia el cielo, la gloria, que es justamente la gozada de dar lo que se es y se tiene; cuestión de corazón y cartera. En esto, como en todo, cada cual recibe lo que ha dado, recoge lo que siembra. Nada se nos da gratis. Lo que fácilmente encontramos con mucha más facilidad lo perdemos. Vale lo que con esfuerzo, coraje y constancia vamos haciendo nuestro. Lo que podemos, de momento, ir haciendo nuestro es ensanchar el corazón para que quepan en él más vidas, incluso las vidas de los que no piensan como nosotros o las vidas de los que denuncian nuestros pecados e injusticias. Porque la vida del hombre es un quehacer temporal de responsabilidad eterna y en cierta manera nosotros somos responsables de la vida de los demás, porque las circunstancias y la historia, la providencia, los ha puesto en nuestro camino.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 65-68


22.

La primera lectura nos habla de la actividad profética de Eliseo que continua la tarea de su maestro Elías. Su misión profética se conservó sobre todo en referencia al poder de hacer milagros.

El relato del nacimiento, muerte y resurrección del hijo de la sunamita, que nos transmite el segundo libro de los Reyes, en el capítulo cuarto, esta construido como una historia llena de ternura y afecto donde se juntan todos los elementos de la tragedia humana: esperanza, vida feliz, muerte. El autor utiliza el genero literario de la "saga" para transmitir la promesa de un hijo a padres ya ancianos como recompensa por la hospitalidad y la acogida que han tenido con él.

El texto nos transmite la hospitalidad de la sunamita como prototipo de todo ser capaz de descubrir a Dios en la persona y obra del profeta. Recibir al profeta es un gran honor, pero se necesita de una gran apertura de espíritu y una mentalidad muy amplia, como la de esta mujer, para saber entender y discernir la manifestación de Dios que pasa obrando el bien, rescatando de la muerte y dando la vida. Si la mujer no hubiera abierto las puertas de sus casa al profeta, Dios no habría podido entrar en su casa y ella no habría sido rescatada de la muerte con su hijo.

Eliseo, como profeta, no está abierto sólo a la trascendencia y cerrado a la problemática humana. Eliseo es el profeta de la compasión, que pasó por el mundo haciendo el bien, rescatando a hombres y mujeres de la muerte dándoles nueva vida. Por tanto, es inconcebible una actitud profética sin un compromiso social.

Pablo nos transmite en la carta a los Romanos que por medio del Bautismo, los cristianos nos incorporamos a la obra salvífica de Cristo. Pero éste Bautismo no podemos entenderlo como algo mágico, sino como una unión personal al Señor por medio de la fe y del compromiso cristiano.

La idea central del texto es la incorporación, la unión, establecida entre el cristiano y el Señor Jesús muerto y resucitado. Porque la humanidad estaba en una situación de muerte por consecuencia del pecado. Para cambiar esta situación y tener nueva vida, el hombre tiene que unirse a Cristo en su pasión y en su muerte, es decir, morir con él y resucitar con él. Este morir y resucitar es la gracia que nos da el Bautismo. Porque cuando Pablo nos habla de Bautismo no piensa solamente en el rito, piensa sobre todo en el paso que damos de la muerte a la vida a través de la conversión y el cambio de vida.

El Bautismo significa que uno se incorpora a Cristo para compartir los beneficios de su sacrificio. También significa la aceptación de un cambio total de vida, como el de Cristo por su muerte y su resurrección. Por tanto, estamos llamados a morir al pecado para vivir en la gracia de los hijos de Dios.

Mateo nos presenta en este texto las implicaciones de las palabras de Jesús que se manifiestan hoy desde la abnegación.

En los dos primero versículos nos encontramos con las exigencias sin limite para seguir a Jesús. El evangelio y el compromiso por su causa, están por encima del modelo que expresa el amor, la seguridad y la satisfacción que es la familia. Los verdaderos discípulos de Jesús, son aquellos que son capaces de romper con las ataduras y dependencias que generan los vínculos de la sangre y de la carne. Mateo nos habla de cosas concretas y reales, nos habla del amor a una persona (Papá mamá - hijos). Ser digno de Jesús es ir más allá de este amor. Sólo Dios puede exigir tanto.

Seguidamente Mateo aumenta las exigencias del seguimiento. "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí" (v. 38). Para uno mantenerse en actitud de discípulo, es preciso estar dispuestos a dar la vida por la causa del evangelio, llevando hasta el fin el compromiso del seguimiento a imitación del maestro que entregó su vida en el máximo suplicio de la cruz. De esta manera nos encontramos con la formulación paradójica que nos presenta Jesús "El que encuentre su vida la perderá y el que pierda su vida por mí, la encontrará (v. 39). La expresión encontrar la vida quiere decir ganar la vida. Así pues, el que por fidelidad a Jesús y su proyecto, acepta perder la vida, inmolarse por los demás, habrá ganado con ello su autentica vida, la vida del Reno.

En los versículos finales nos plantean el tema de la abnegación y retoma la perspectiva del envío bajo la idea de la acogida y la hospitalidad porque el que os recibe a vosotros me recibe a mi y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. Mateo nos presenta entonces con esta imagen encadenada del Padre al discípulo que pasa por Jesús la idea que recibiendo a un discípulo se recibe al Padre y a su vez se recibe de él toda su gracia como ha hecho Eliseo en la primera lectura con la sunamita.

Los textos de este Domingo nos invitan a la radicalidad evangélica. Mateo nos expresa en el evangelio las exigencias para ser discípulo de Jesús, el cual debe estar dispuesto a todo: renunciar con aquello que es más preciado para cualquier ser humano, el amor al padre, a la madre a los hijos y a la propia vida. A todo esto hay que saber renunciar para poder asumir con toda radicalidad el seguimiento de Cristo. Por otro lado nos presenta la posibilidad que tenemos en algún momento de nuestra vida que optar entre nuestros seres queridos y el evangelio o entre El y nuestra propia vida. Frente a esta realidad todos sabemos que en el momento de tomar grandes decisiones en nuestra historia personal se mezclan las dudas, las vacilaciones, las indecisiones, los triunfos y las derrotas. Todas estas realidades están contempladas en las lecturas de hoy como un llamado a descubrir en nuestra propia vida las exigencias de acoger y recibir el mensaje de Jesús que es recibir el mensaje del Padre con su gracia de amor para todos nosotros.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


23.

- ¿Nos sabemos acoger? ¿Nos ayudamos? ¿Procuramos hablar bien, con simpatía, unos de otros? Aunque seamos diversos, aunque quizá pensemos de distinto modo, ¿nos esforzamos por comprender estas diferencias, viéndolas incluso como una posibilidad de complementarnos?

Son preguntas que me ha sugerido la última parte del evangelio (y que ya anticipaba la primera lectura, aquella historia de la hospitalidad recibida por el profeta Eliseo). Son preguntas que podríamos hacernos en relación a todas las personas que nos rodean, en la familia y en la amistad, en el trabajo y en la vecindad. Pero que hoy, el evangelio de Jesús sitúa muy concretamente en el ámbito de la comunidad cristiana. Y es esta la reflexión que os propongo.

- Diferencias en la comunidad cristiana

Los cristianos, hoy, afortunadamente, hablamos mucho de amor. De amor fraterno, de amor preferencial por los más necesitados. La Iglesia de este siglo que va terminando, ha redescubierto que, según el mensaje de Jesús, el amor es más importante que la ley, que todo el evangelio se resume y basa en el precepto del amor.

La sorpresa, sin embargo, la paradoja, incluso quizá el escándalo, es que a veces donde menos practicamos este amor es precisamente en el seno de la comunidad cristiana, en el interior de la Iglesia. Que entre católicos de diversas tendencias o mentalidades (para entendernos: más de derecha o más de izquierda), entre miembros o simpatizantes de distintos grupos o asociaciones cristianas (unas, por ejemplo, más espiritualistas, otras más preocupadas por la problemática social), etc., etc., entre unos y otros, fácilmente falte comprensión, colaboración.

Las diferencias, las distintas acentuaciones de la gran riqueza del Evangelio de Jesús, pueden ser legitimas. Incluso es mejor que así sea: ninguno de nosotros puede pretender tener el monopolio, la visión completa de la herencia de Jesucristo, de la Palabra de Dios. Si incluso en los escritos del Nuevo Testamento encontramos distintas perspectivas, diversas acentuaciones (por ejemplo, entre los escritos de san Pablo o los de san Juan), si la historia de tantos santas y santos nos ofrece un florilegio calidoscópio de múltiples modos de vivir la fe y el amor cristiano, es también normal, bueno, que hoy, en nuestra Iglesia y en nuestras comunidades, existan y convivan modos distintos, quizá complementarios, todos probablemente legítimos, de seguir el camino de Jesús.

- Todo es relativo menos Dios

El evangelio que hemos leído, es el final de una agrupación que san Mateo realiza de palabras de Jesús sobre la tarea que él nos encomienda de comunicar su Reino, su mensaje. Jesús recibió de su Padre una tarea a realizar, una tarea que nos pide a nosotros que continuemos. Es nuestra responsabilidad pero es también nuestra suerte, nuestra gracia.

Y para continuar esta tarea, Jesús nos presenta dos advertencias. Una muy radical, la otra muy cordial. La radical es recordarnos que todo es relativo menos Dios. Que incluso lo más sagrado de la vida humana -por ejemplo, el amor a los padres o el amor a los hijos, y podríamos añadir el amor entre los esposos, el amor a la patria, a nuestras más íntimas convicciones-, todo, sin ninguna excepción, nunca puede convertirse en un absoluto. Todo lo excesivo puede ser nocivo. No se trata de amar menos, de poner reservas a ningún amor. Sino de que todo esté penetrado, matizado, corregido si es preciso, por el único absoluto que es Dios, por la norma y el camino radical que es el Evangelio de Jesús.

Y, la otra advertencia, la cordial, la que inspiraba nuestro comentario de hoy, es la de exhortarnos a acoger, comprender y ayudar -también a perdonar- a todo aquel que procura vivir, comunicar y servir el Evangelio, el Reino del Padre.

Cada domingo, en la Eucaristía de Jesús, nos reunimos un personal bastante distinto. Pero todos -si lo podemos decir en lenguaje juvenil- "colegas" de Jesús. Que él nos ayude a comprendernos y amarnos.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/09 11-12


24.

LECTURAS DEL DÍA

1ª. Libro II de los Reyes 4, 8-11: "Un día pasaba Eliseo por Sunem y una mujer rica le invitó a comer. Siempre que pasaba por allí iba a comer a su casa... Un día Eliseo dijo a su criado Guiezi: ¿qué podemos hacer por ella?.. No tienen hijos y su marido ya es viejo...La llamó y le dijo:"el año que viene, por estas fechas, abrazarás a tu hijo".

2ª. Carta a los romanos 6, 3-4. 8-11 : "Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado, ya no muere más..."

3ª. Evangelio según san Mateo 10, 37-42 : "El que quiere a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí... El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará..."

CLAVES PARA LA LECTURA

1. En la primera lectura, el profeta Eliseo anuncia un hijo a una mujer estéril de Sunem en cuya casa solía hospedarse. Sunem es un pueblo a 10 kilómetros del Tabor.

El anuncio se cumplió, y, al realizarse lo anunciado, Eliseo quedó acreditado como lo que era, profeta.

A su vez, la mujer aparece recibiendo el don de Dios, por su hospitalidad, porque, al recibir al mensajero de Dios, recibía a Dios.

2. La segunda lectura presenta algunas ideas centrales de la teología bautismal de san Pablo. El apóstol ve realizado en el bautismo el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. En la inmersión y emersión se significa lo que sucede interiormente en quien se bautiza. Inmersión=sepultura, es morir con Cristo; emersión=resurrección es vivir con Cristo.

3. En la tercera lectura se nos ofrece la parte conclusiva del discurso misionero (Mt 10, 7-42) , y en ella se contienen dos ideas : la abnegación como condición del seguimiento de Cristo (v 37-39) y la hospitalidad (v 40-42).

Este segundo tema (hospitalidad) se corresponde con el de la segunda lectura.

Y en cuanto a los dichos de Jesús sobre la abnegación, debemos suponer que él los pronunció durante el último viaje a Jerusalén, cuando anunció a los discípulos su pasión (Mt 16, 21-23) y expuso las condiciones para seguirlo (16, 24-29).

COMENTARIO TEOLÓGICO

1. Las exigencias de Jesús en su seguimiento son radicales y dolorosas: "el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí" (v 37). No debemos olvidar, sin embargo, que cuanto Jesús exige a sus discípulos lo ha cumplido él primero fielmente mediante la entrega hasta la muerte.

2. Quien quiera seguir a Cristo ha de tener muy presente la radicalidad de su compromiso, porque ante la prioridad exigente del Reino de Dios todo otro vínculo ha de pasar a segundo plano (v 37).

3. El programa que ofrece Jesús a sus fieles es muy duro y realístico: persecución, cruz, pérdida de la vida (v 38-39) Cuando en la vida del cristiano o de la Iglesia todo va y bien y tranquilo , acaso haya que cuestionarse si mediante fáciles compromisos y concesiones a los deseos del mundo no se estará traicionando a la causa de Jesús.

4. La persona y la obra de Cristo revisten siempre un carácter provocativo que coloca a las personas y a la sociedad en una crisis tan aguda que a ella nadie puede sustraerse. Lo que Jesús nos pide es lealtad y fidelidad absoluta a su persona, y esto en grado mucho más alto que el que estamos obligados a practicar a los seres amados, por lo cual, puede a veces suceder que el amor excesivo a éstos sea un obstáculo para el seguimiento de Cristo. Superar esa posible tensión es deber del cristiano.

5. En cuanto a la hospitalidad, el apóstol debe ser acogido siempre (v 40-42). Acogerle a él es acoger al mismo Cristo y merecer la misma recompensa que recibe el apóstol: el Reino de Dios (v 41-42).

6. Prolongando ese pensamiento, digamos que todo sufrimiento, todo esfuerzo, todo sacrificio en favor del prójimo, tendrá su recompensa en el Reino ( Mt 25, 35ss).

7. La insistencia en la recompensa , después de haber subrayado las duras exigencias del seguimiento, puede desconcertar a algunos. Sería, en efecto, egoísmo ponerse a disposición de Cristo en vista de la recompensa. Sin embargo, ¿se podría echar en cara a Cristo el que quiera mostrar a sus fieles su amor, su bondad, su reconocimiento? El amor verdadero no hace nada por la mera recompensa, pero se alegra y goza por cualquier signo de gratitud.

8. Detengámonos a reflexionar también sobre el proverbio paradójico que Jesús emplea: el que halla su vida, la perderá; y el que la pierda por amor de mí la hallará (v 39)

Quien crea haber salvado la propia vida física, renegando de Cristo, perderá la verdadera vida, según el espíritu.

Quien acepte la muerte física, por confesar su fe en Jesús, adquiere la vida, la salvación. Estos son los odiados por el mundo, los que profesan su fe hasta la consumación.

9. La cruz de Cristo es escándalo y locura para muchos (1Cor 1,23) Los judíos y gentiles miraban como un auténtico absurdo y locura el hecho de que la salvación universal dependiera de un muerto en el suplicio de los esclavos (Jn 3,16; 31,1)

10. El sacrificio de la cruz fue un hecho histórico en el que se esconde un misterio profundo: el gran misterio del amor de Dios al hombre (Gál 2,20). En la cruz está la verdadera sabiduría de Dios, la única que debe interesar al hombre (1Cor 1,25), pues en ella tenemos la salvación.

REFLEXIÓN FINAL

Por medio de la humillación de la cruz obtuvo Cristo el señorío universal sobre toda la creación. Justo será, en consecuencia, que sea señal del cristiano la cruz sufrida con amor para que otros no sufran, la humillación y sencillez, la renuncia a todo egoísmo que nos corroe personal y socialmente, la abnegación de sí mismo en favor de los demás, la búsqueda de identificación con Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 26,24)

Muerte y vida son inseparables en el cristiano: muerte a todo germen que destruya la imagen de Dios y de humanidad; vida que nos transfigure poco a poco conforme al espíritu de Jesús haciendo visible la presencia del Reino de amor, de justicia y de paz.

Fray José Salguero, op
Convento de Ntra. Sra. de Las Caldas


25.

Nexo entre las lecturas

El texto de la carta de Pablo a los romanos constituye una de las exposiciones más bellas y profundas del sacramento del bautismo. En ella se subraya el binomio muerte-nueva vida y nos ofrece una clave de lectura para la comprensión y profundización de las lecturas. San Pablo explica que el bautismo nos incorpora a la muerte de Cristo para que así como Cristo resucitó de entre los muertos, así también el cristiano camine por una vida nueva. En Cristo estamos muertos al pecado y a las obras de las tinieblas y en Él hemos nacido a una nueva vida (2L). En el evangelio el tema de la nueva vida en Cristo se presenta de modo dramático y excluyente: el que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. Sólo quien da prioridad total a Cristo en la vida, el que muere cada día a sí mismo y toma su cruz, encuentra la vida. Cristo nos pide que no antepongamos nada a su amor, sobre todo, que no antepongamos nuestro egoísmo y amor propio (EV). La primera lectura nos recuerda que toda fecundidad en la vida proviene de Dios. La nueva vida que concibe la sunamita, que era estéril y tenía un esposo anciano, es un don de Dios en respuesta a su apertura ante los planes divinos. Aquella persona que acoge y recibe al enviado de Dios por ser precisamente enviado de Dios, no quedará sin recompensa. Dios se hace presente y fecunda su vida de un modo inesperado y superior a las posibilidades humanas.


Mensaje doctrinal

1. No anteponer nada a Cristo. "No anteponer ninguna persona , ni cosa alguna al amor de Cristo" se lee en el capítulo cuarto de la Regla de san Benito. Se trata de una expresión muy concreta del evangelio de este domingo. Cristo nos pide que lo amemos a Él por encima del amor paterno, materno o filial. Nos pide que tomemos la cruz propia y le sigamos por esa senda que no es fácil, ni amplia, pero que conduce a la salvación. Para comprender apropiadamente esta exigencia del Señor es preciso volver la mirada a la Encarnación del Verbo: En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Gaudium et spes 22. Sólo en la comprensión del Verbo, consusbstancial al Padre, que se encarna por nuestro amor, podemos comprender el misterio de nuestra propia existencia , y sólo a la luz de Cristo todas las realidades humanas, incluso las realidades humanas más queridas, como son las relaciones familiares, encuentran su sentido más profundo. Sin Cristo o al margen de Cristo la vida humana permanece como un enigma indescifrable.

En Cristo y por medio del bautismo hemos nacido a una nueva vida. Antes vivíamos en el pecado, pero ahora hemos sido trasladados a un nuevo reino, a una nueva vida. Teodoro de Mopsuestia tiene un texto extraordinario sobre lo que Cristo, mediante el bautismo, ha obrado en nuestras almas: El fundamento de nuestra condición actual es Adán. Pero, el fundamento de nuestra vida futura es Cristo, porque así como Adán fue el primer hombre mortal y todos a continuación fueron mortales por su causa, así Cristo es el primer resucitado de entre los muertos, y ha donado el germen de la resurrección a aquellos que vendrían después de él. Nosotros entramos en esta vida visible con el nacimiento corporal, y por ello todos somos corruptibles. En cambio, en la vida futura todos seremos transformados por el poder del Espíritu y por ello resucitaremos incorruptibles. Y puesto que esto sólo tendrá lugar en los últimos tiempos, Cristo Nuestro Señor ha querido transferirnos a aquella vida de manera incipiente y simbólica, donándonos, con el bautismo, una nueva vida en Él. Este nacimiento espiritual es la figura presente de la resurrección y de la regeneración que deben realizarse plenamente en nosotros, cuando lleguemos a aquella vida. Por eso, al bautismo se le llama también regeneración.. Teodoro de Mopsuestia Comentario al Evangelio de San Juan l.II, CSEO 116, p.55.

2. La fecundidad espiritual. El texto de la sunamita nos ofrece la oportunidad para reflexionar sobre el misterio de la fecundidad espiritual. Se trata de un tema de gran importancia para todo cristiano llamado a dar frutos de vida eterna, pero especialmente importante para las personas consagradas, quienes habiendo renunciado a una fecundidad física, viven y anhelan una creciente fecundidad espiritual. Aquí encuentra razón de ser el tema de la paternidad y maternidad espiritual.

Este pasaje de la Escritura, como otros en los que se hace presente la intervención de Dios ante la esterilidad humana (Cfr. la historia de Abraham y de Sara Gen 18,10; a la de Ana 1 Samuel 1, 20 etc.), nos hace patente que toda fecundidad, sea física sea espiritual, proviene de Dios que ama y dona la vida. La actitud de hospitalidad, veneración y respeto de la sunamita es premiada por Dios con el don de la concepción de una nueva vida. Ella acoge al enviado de Dios, Eliseo, y éste, al ser acogido, comunica una luz y una gracia que viene de lo alto.

Si reflexionamos advertiremos que la transmisión de la fe -misión propia y específica, aunque no exclusiva, de las personas consagradas-, tiende por su propia naturaleza a la fecundidad espiritual. Ellos desean transmitir, más allá del contenido de la fe, la experiencia misma de creer y abandonarse completamente en las manos de Dios. Es decir, su acción evangelizadora mira propiamente a una fecundidad espiritual, una fecundidad eclesial. Desean dar vida, proteger la vida, animar la vida espiritual en cada una de las personas que son objeto de su entrega y sacrificio. Aquí no nos referimos simplemente a la eficacia en el apostolado, sino a la fecundidad que nace en las almas santas que testimonian con verdad y sinceridad su fe. Transmitir la fe significa, de algún modo, ser padre en el orden espiritual. San Pablo en varias ocasiones habla de ello: Podéis tener en efecto diez mil pedagogos en Cristo, pero ciertamente no muchos padres. Soy yo quien os ha generado en Cristo, mediante el evangelio (1 Cor 4, 15). Al hablar de Onésimo, Pablo se refiere a él como el hijo que he generado en cadenas. A los Galatas les dice co afecto: Hijitos míos a quienes de nuevo he dado a luz en el dolor (Gal 4, 19). Es el amor que genera y da vida. Es el amor el que da fecundidad.

Ahora bien, una condición indispensable para ser fecundo espiritualmente es la de mantenerse unido a Cristo Nuestro Señor: El que permanece en mí y yo en él ése da frutos de vida eterna, porque sin mí, no podéis hacer nada ( Jn 15,5). La unión del apóstol con Dios es condición indispensable de toda transmisión de la fe y, en consecuencia, de toda transmisión de la vida divina en el orden de la gracia. Unido de esta manera a Dios, el apóstol es un educador privilegiado de la relación con Dios, en cuanto él mismo está familiarizado con Dios y unido a Él.


3. Sugerencias pastorales

1. Una nueva catequesis sobre el bautismo. Para Pablo y para los santos padres, el bautismo contenía un rico simbolismo que es posible que ya no perciba el hombre moderno de hoy. El bautismo por inmersión expresaba con un símbolo muy claro "el morir" del hombre viejo y el "renacer" del hombre nuevo. Quien recibía el bautismo se introducía en el agua simbolizando la incorporación a la muerte de Cristo, y salía de ella "regenerado", "un hombre nuevo", "llamado a una nueva vida". El que era de Cristo era una creatura nueva, lo antiguo había pasado y lo nuevo había comenzado. Es muy oportuno reavivar el sentido del propio bautismo y el rico simbolismo que entraña entre nuestros fieles y en la catequesis para adulto. Aquí se encierra, sin duda, un gran tesoro del que hay que echar mano para ilustrar la fe de las personas. Mucho ayudará el preparar adecuadamente los bautizos que tengan lugar en nuestras parroquias, así como el organizar ceremonias de renovación de las promesas del bautismo al concluir un retiro o unos días de ejercicios espirituales. En algunos lugares existe la tradición de conservar un cirio como símbolo del propio bautismo y hacer un tiempo especial de oración en el aniversario del propio bautismo. En todo caso, se trata de descubrir los tesoros de nuestra fe y de nuestro bautismo.

2. Las relaciones familiares iluminadas y llevadas a su más alta expresión en el amor a Cristo.
El evangelio de este día ilumina las relaciones familiares con su significado profundo. No se trata, en efecto, de dividir las familias en nombre de la fe, sino más bien unir a la familia y hacerle ver la misión tan estupenda que tiene a la luz del misterio de Cristo. Se trata de enseñar a los padres y madres de familia que lo más importante de su hogar es Dios, y que ellos lograrán cumplir con su función paterna si logran infundir el amor y temor de Dios en el corazón de sus hijos. Se trata de que ellos logren que sus hijos "no antepongan nada en sus vidas al amor de Cristo". Así en esta reflexión vemos como la fecundidad física -el haber generado nuevos hijos- va de la mano, y muy estrechamente, de la fecundidad espiritual. Los padres que generaron para la vida física a sus hijos, los generan para la vida espiritual con su testimonio, con su palabra, con su amor y sacrificio, con su catequesis. No cabe duda que la primera catequesis, y quizá la más importante, es la que recibe el niño en el propio hogar las más de las veces de los labios y ejemplos de la propia madre. José Luis Martín Descalzo habla con emoción de una oración que le enseñó su madre cuando él era sólo un niño:

Recuerdo que una mano me llevaba
y que, en la mano, un corazón latía,
una savia caliente que subía
por mis dedos y que me confortaba.

Recuerdo que mi madre la apretaba
como abrazando mi alma, que decía:
"Mira aquí está Dios, Dios", y que tenía
temblor su voz cuando lo mencionaba.
Y yo buscaba al Dios desconocido
en los altares, sobre la vidriera
en que jugaba el sol a ser fuego y cristal

Y ella añadía "No le busques fuera,
cierra los ojos, oye su latido.
Tú eres, hijo, la mejor catedral".

P. Octavio Ortíz


26.

REFLEXIÓN EL TEXTO

Texto difícil de comprender cuando no se ha entendido el valor que Jesús le da al Reino de Dios y la salvación que se obtiene a través de su Persona. Jesús llega a la cumbre de su discurso de envío; ha exhortado a sus discípulos a ir y llevar su Buena Nueva y a no tener miedo ante las adversidades. Hoy escuchamos el final de su discurso de envío donde nos pide radicalidad en nuestra opción. Para Jesús no parece existir valor más grande que el valor de difundir el amor de Dios entre los hombres. Para Él, todo lo demás pasará: las persecuciones, los temores, las bienes materiales e incluso la familia. Al final, sólo permanecerá nuestro amor como testimonio del amor de Dios por su pueblo.

Jesús es muy claro, su seguimiento implicará muchas veces ruptura, contradicción, enfrentamiento y si el seguimiento lo pide, a veces la muerte (como le sucedió a Jesús mismo y a muchos otros mártires). Quien haya buscado seguir a Cristo con sincero corazón no le parecerán tan extrañas estas palabras de Cristo. Decidir en nuestro interior vivir como cristianos a veces ha implicado división y lucha con nuestra voluntad, nuestra afectividad y nuestras costumbres.

ACTUALIDAD

¿Cómo aceptar esta radicalidad en nuestra vida diaria? Tendríamos que comenzar por aceptar el amor de Dios por nuestras vidas. Reconocer lo importante que esto ha sido en nuestras vidas para poder tener la fuerza de dejar aquello que nos separe de ser testigos de su amor. Nadie es capaz de dar testimonio de lo que no ha experimentado. Aun menos sería capaz una persona de dejar a su familia o sus “seguridades” por hacer la voluntad de un Dios al que no ha conocido personalmente. Por esto mismo, la experiencia del amor en la persona de Jesús es el inicio de cualquier renuncia o separación. Es como un matrimonio que deja su familia, sus costumbres o sus comodidades por el amor que se tienen el uno al otro. Sólo desde el amor se comprenden las renuncias que hace la pareja al casarse y tener hijos. De la misma manera sucede en el cristianismo: sólo desde la experiencia del amor de Dios y del deseo de hacer sólo su voluntad podemos comprender las renuncias de las que habla Cristo en el Evangelio.

PROPÓSITO

Intentemos esta semana, vencer ese miedo que no me deja acercarme a otros para llevarles la presencia de Cristo; o en su defecto, vencer el miedo o la indiferencia que no me deja acercarme a Cristo y buscar reconciliarme con Él.

Por tu Pueblo, Para tu Gloria, Siempre Tuyo Señor.

Héctor M. Pérez V., Pbro.


27. COMENTARIO 1

¿PAZ? PERO ¿QUE PAZ?

Mantener la paz entre los hermanos es algo de mucho va­lor; sólo que a veces, cuando sale un hermano dominante que pretende, sin que nadie se lo pida, hacer las ¡unciones del pa­dre y ser él jefe de la familia, o cuando sale un hermano ambi­cioso que decide por su cuenta y riesgo ser él el administrador de los bienes del resto de los hermanos (cobrándose su tra­bajo, naturalmente), ¿qué paz es la que se quiere conservar?


LA RESIGNACION CRISTIANA

Durante mucho tiempo le hemos estado echando a Dios la culpa de todos los males del mundo. Se decía que la pobreza y la riqueza eran situaciones en las que los hombres se encon­traban porque ése era el designio de Dios, designio que decía­mos que era inescrutable, esto es, incomprensible para la men­te humana. Y se decía que si los pobres eran buenos y no se rebelaban contra este inescrutable designio, Dios los premiaría en la otra vida. Eso sí, como Dios es infinitamente misericor­dioso, pues también los ricos serían perdonados de sus peca­dillos, y así, ya en la otra vida, pues ¡todos contentos! Lo que, según decían, Dios no estaba dispuesto a tolerar -debemos insistir de nuevo- es que nadie, en un acto de satánica sober­bia, se rebelara contra el orden que él, en su infinita sabiduría, había establecido.

El párrafo anterior puede resultar exagerado, pero así se ha presentado el evangelio en una etapa no demasiado lejana de nuestra historia. O, por lo menos, así lo han entendido los pobres porque así se ha permitido que los pobres lo entendie­ran. Y presentar o permitir que se entienda así a Dios es ofen­derle; porque es hacerlo responsable de todas las injusticias, pasadas y presentes, cometidas por los poderosos de este mundo.


NO PAZ, SINO ESPADAS

Presentar así a Dios es un tremendo error que, además, es difícilmente justificable. Porque si hay algo que no se puede decir de Jesús es que fue un conformista; y si algo está claro que no predicó es lo que después se ha llamado «resignación cristiana». Valga como prueba el párrafo con el que empieza el evangelio que comentamos: «No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra; no he venido a sembrar paz, sino es­padas» (Mt 10,34).

Son muchos los que encuentran de difícil digestión estas palabras que el evangelista pone en boca de Jesús. Tan difíci­les resultan de entender, que en el libro oficial de lecturas de la misa de los domingos se ha suprimido ese párrafo del evan­gelio; y el resto de la lectura ha perdido su pleno y auténtico sentido.

Cierto que, desde la doctrina de la resignación de la que hablábamos antes, eso de que Jesús ha venido a sembrar espa­das en lugar de paz, es imposible de entender, de explicar... y de aceptar.

Pero ahí están esas palabras de Jesús, que hay que aceptar y explicar dentro del contexto del evangelio y, por tanto, de acuerdo con la bienaventuranza «dichosos los que trabajan por la paz» (5,9).


LA PAZ DE CRISTO

Jesús quiere la paz, ¡claro que si! Y la quiere más que todos los que a lo largo de la historia se han llenado la boca de paz mientras hacían o fomentaban la guerra y negociaban, llenándose los bolsillos, con ella.

Jesús quiere la paz, ¡por supuesto!, pero quiere que la paz sea para todos y que, empezando porque todos tengan en paz el estómago, permita a todos desarrollarse como personas libres y relacionarse como hermanos.

Jesús quiere la paz -¿se atrevería alguien a negarlo? (la verdad: también se han atrevido a negarlo, pues, cuando ha interesado, han cristianizado la guerra, llamándola «cruza­da»,, pero una paz verdadera: la que nace de la justicia y no la que se intenta simular debajo de la opresión de los pode­rosos y del silencio que su prepotencia impone.

Jesús quiere la paz: ya, en este mundo, sin tener que es­perar a la paz de los cementerios.

Pero la simple pretensión de construir esa paz, el más pe­queño intento de hacerla realidad, levanta la más violenta opo­sición de parte de aquellos que llenan sus platos gracias al hambre de los pobres y asientan sus palacios sobre la resigna­ción de los humillados de la tierra. Por eso, para construir la paz será necesario luchar por ella.


LA CRUZ DE LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ

Y en esa lucha, llevada a cabo con las armas del amor, pero también las del rigor, la firmeza y la radicalidad (ir a la raíz de los problemas y dejarse de paños calientes), en esa lucha habrá quienes se verán enfrentados a los de su misma familia («porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra; así que los enemi­gos de uno serán los de su casa»: Mt 10,35; véase Miq 7,6), y quienes serán considerados herejes o criminales subversivos, dignos de la muerte en una cruz, o en la hoguera, o en la hor­ca, o en el garrote vil, o en la silla eléctrica... Y hay que estar dispuestos a cargar con esa cruz: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí».

Sí. Porque la cruz que Jesús nos invita a soportar sin odio (ésa es la única resignación verdaderamente cristiana) es aque­lla que es consecuencia de nuestra lucha por la paz, aquella que es consecuencia de haber colocado nuestra lealtad a su proyecto -convertir este mundo en un mundo de buenos her­manos- por encima de todas las lealtades y de todos nuestros intereses: de nuestra familia, de nuestra buena fama, de nues­tra propia vida. Y, además -ya lo decíamos el domingo pa­sado, sin miedo a la muerte, pues «el que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará». Y sin miedo a perder la mejor recompensa: el colmo de la paz, la cercanía del Padre que a todos nos hace hermanos: «El que os recibe a vosotros, me recibe a mi, y el que me recibe a mi, recibe al que me ha enviado».


28. COMENTARIO 2

vv. 37-39: E1 que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; 38y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí.

39E1 que ponga al seguro su vida, la perderá, y el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro.

En este ambiente de división, la primera lealtad ha de ser para Jesús; no puede uno renunciar a ella por fidelidad a vínculos fa­miliares. Lo mismo pasa respecto a la sociedad: quien desafía sus principios será considerado como un criminal digno de muerte. Hay que aceptar también esa eventualidad.

Enuncia Jesús el principio general con una paradoja basada en la oposición encontrar-perder. Hallar, encontrar = apropiarse, hacer suya. «Encontrar» significa reservarse, tener para sí. El discípulo no debe tener un apego a su persona que lo lleve a reservarse su vida, debe saber darla. El que se desentiende de la necesidad del mun­do y busca su comodidad o seguridad, ése se pierde. El que se arriesga, ése se encuentra. Son nuevas formulaciones de la salva­ción (22.32) y del peligro de perderse por el miedo (26.28.33).



vv. 40-42: E1 que os recibe a vosotros, me recibe a mi, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. 41E1 que re­cibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta: el que recibe a un justo en calidad de justo, tendrá recompensa de justo; 42y cualquiera que le dé a be­ber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos pe­queños por su calidad de discípulo, no se quedará sin re­compensa, os lo aseguro.

La fidelidad de los discípulos los hace ser portadores, para el que los acoge, de la presencia de Jesús y del Padre (40). La bendición que obtiene el que los acoge está en proporción con la clase de acogida que les haga. Acoger significa compartir lo que se tiene con la persona a quien se acoge; es la generosidad la que da valor a la persona (6,22s). Jesús se remite al AT; el dicho «quien recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta» se refiere a los ejemplos de Elías y Eliseo narrados en 1 Re 17,9-24 y 2 Re 4,8-37. «La recompensa de profeta» consiste en el beneficio que se puede recibir de un profeta; paralelamente, «la recompensa de justo». En cambio, la que se recibe por acoger a un discípulo no es una «recompensa de discípulo», sino la expresada al principio, la presencia de Jesús y del Padre con la persona que acoge.

La última afirmación de Jesús presenta una aparente incongruencia por el paso de la tercera per­sona a la segunda, que debería estar incluida en ella: «Quien da de beber a uno de estos pequeños... en calidad de discípulo.. os lo aseguro.» Lo normal sería que dijese «a uno de vosotros, que sois pequeños», pues ellos son los doce discípulos de Jesús (10,1; 11,1). Con esto indica Mt que los discípulos no son realmente doce ni se limitan a los que vivían de hecho con Jesús, sino que esa cate­goría es más numerosa y que Jesús habla de toda época. Los doce mencionados por sus nombres representan a la entera comunidad de Jesús, pero no la agotan. Lo característico del discípulo es ser «un pequeño», uno que no pretende la grandeza mundana se­gún el contenido de la primera bienaventuranza (5,3).

Dar un vaso de agua fresca, en el clima caliente y seco de Pa­lestina, era una muestra de verdadera hospitalidad.


29. COMENTARIO 3

Los textos de la celebración señalan la necesidad de tomar una decisión a favor o en contra de Jesús. La misión de Jesús es descrita en términos de tarea profética que ha implicado siempre, junto al anuncio de un mensaje de salvación, la denuncia de todo aquello que es incompatible con este mensaje.

La primera lectura muestra la íntima asociación que se establece entre Eliseo y la mujer de Sunem. Al ofrecimiento de hospitalidad por parte de ésta responde la recompensa de la promesa del nacimiento de un hijo como retribución del profeta. El salmo recalca el compromiso del amor de Dios respecto de su pueblo y la carta a los Romanos la profunda comunión con Cristo que crea el bautismo en la existencia cristiana.

La misma temática se subraya en el pasaje evangélico en términos de participación en la recompensa que se establece entre los enviados y los que le ofrecen hospitalidad.

La profunda intimidad entre Jesús y su Padre hace que la recepción del primero sea acogida a Dios mismo. Esta ley se transfiere también a los enviados de Jesús de modo que éste es recibido en la persona de aquéllos. La identificación que se realiza por la actuación de acciones hospitalarias produce una participación plena en el premio prometido a los enviados a los que se acoge. Frente a la ley de particularización (“privatización”) del salario, propia de aquella y de otras épocas de la historia humana, Jesús reinvidica la solidaridad indestructible que crea la acogida de los portadores del mensaje evangélico.

Continuando su comportamiento respecto a la viuda hospitalaria frente al profeta Eliseo (primera lectura), Dios se compromete a extender la recompensa del profeta a todos aquellos que son capaces de ofrecerle hospitalidad movidos por el reconocimiento de su actuación como Enviado de Dios.

Igual actitud se revela en la recompensa prometida a la recepción del justo y a todo aquel que sepa descubrir en la aparente insignificancia personal la condición del discípulo de Jesús.

Junto a este anuncio gozoso de recompensa compartida, Mateo insiste de nuevo sobre la opción por Jesús en el horizonte de rechazo que encontrarán a cada paso los mensajeros y advierte sobre la necesidad de colocar los valores del Reino por encima de cualquier otro valor.

Porque ésta no puede conciliarse con la aceptación del orden existente, según se señalaba en los versículos precedentes, Jesús señala que el seguimiento debe colocarse por encima de otra fidelidad, incluso de la que brota de los lazos naturales de parentesco: paternidad, maternidad o filiación. Su mensaje pone en cuestión el orden establecido colocando ante la necesidad de una clara opción en contra de los valores generalmente admitidos en la vida social. De allí que la paz de Jesús deba definirse muchas veces en contra de las relaciones familiares ya que produce un profundo cuestionamiento de las relaciones humanas.

Continuando las palabras de Miq 7, 6, que señalan la división familiar fruto de una actitud decidida frente a la corrupción de la sociedad (palabras a las que ha citado precedentemente en los vv. 35-36), Jesús señala que el mensaje en tal contexto sólo puede producir la división y confrontación. Porque la sociedad en que se proclama el mensaje está impregnada de violencia, el mensaje cristiano sólo puede ser entendido como lucha contra esa violencia y, por consiguiente, frecuentemente será entendido como deslealtad al ordenamiento existente y como subversión de lo que ese ordenamiento considera como sus valores.

De ahí la necesidad de una decisión que puede acarrear incluso la división en la propia familia, el ámbito más íntimo de la relación social. De esta forma se indica que la principal lealtad del discípulo de Jesús tiene que comprobarse en su relación con Éste. La fidelidad al mensaje de Jesús debe colocarse por encima de toda otra fidelidad, aun la debida a los lazos familiares más cercanos.

Adentrándose aún más en la existencia del discípulo, el v. 39 contrapone el perder y el encontrar la vida en una aparente contradicción. El intento de encontrar, hacer suya , reservar para sí la propia vida, producirá la pérdida de la misma. Desentenderse de las exigencias del mensaje buscando la comodidad o encubriendo los conflictos conduce a la ruina personal. Por el contrario, quien es capaz de arriesgar la vida por Jesús encontrará su realización plena.

El mensaje evangélico coloca al discípulo en conflicto irreductible con aquellos que han construido las relaciones sociales sobre el fundamento del poder, del prestigio y de las riquezas. Este conflicto puede presentarse aún en su entorno familiar y en la propia intimidad personal. La fidelidad a Jesús exigirá constantemente una proclamación que desenmascare el egoísmo, raíz de las injusticias.

Sin embargo, la fidelidad a Jesús es capaz de crear nuevos lazos que sustituyan a los anteriores. La solidaridad en torno a Jesús y a su proyecto acerca y une indisolublemente a todos los seres humanos de buena voluntad que trabajan por una sociedad más justa. Los gestos de acogida que se realizan en favor de los trabajadores evangélicos convierten al que los realiza en operario evangélico. Las recompensas se comparten. Se ofrece un nuevo horizonte para la humanidad, fruto del esfuerzo y de la lucha por la justicia.

Participar en este nuevo horizonte es la recompensa prometida al discípulo y a todos los y las que se comprometan con Jesús a la construcción de un mundo más humano.


Para la revisión de vida

Triunfar en la vida es el deseo de todo ser humano; alcanzar el poder, la fama, la comodidad, la riqueza es la meta de la mayoría de las personas; pero Jesús nos avisa: “El que crea ganar su vida la perderá; y el que la pierda por mí, la encontrara”. ¿Cómo quiero yo triunfar en la vida, al estilo de Jesús o al estilo del mundo? ¿Me doy cuenta de que son dos estilos absolutamente irreconciliables?


Para la reunión de grupo

“El que se guarde su vida la perderá, y el que la pierda, la ganará”. Esta es una de las “paradojas” más célebres del Evangelio. Paradoja se llama a una “contradicción aparente”: la expresión parece encerrar una flagrante contradicción, y sin embargo no es una contradicción sino una verdad profunda. Glosar entre todos los miembros del grupo esta paradoja expresada en este evangelio. ¿A qué llama Jesús “perder” la vida? ¿Y a qué llama “ganarla”? ¿Ese perder y ese ganar… lo son ante los mismos ojos?

En Jesús, “tomar la cruz” no se refiere a algo místico, o a los sufrimientos y penalidades que la vida trae para todos, o a mortificaciones que uno pueda infligirse a sí mismo… La cruz que hay que esta dispuesto a tomar, según dice Jesús, para ser su discípulo es otra: la que conlleva el simple hecho de ser cristiano, o sea, lo que cuesta “vivir y luchar por la Causa de Jesús”, la persecución que eso pueda acarrear de parte de los interesados en que no triunfe la Causa de Jesús (que no es otra que el amor, la justicia, la libertad, la fraternidad…). Compartir entre todos los conceptos adecuados e inadecuados que hemos solido tener respecto al “tomar la cruz”… ¿Qué es y qué no es “tomar la cruz”? ¿Qué es y qué no es la “cruz” a la que se refiere Jesús?…


Para la oración de los fieles

Por la iglesia, para que se libere de todo lo que la esclaviza y le impide servir fielmente a la causa de Jesús. Roguemos al Señor.

Por los que encuentran obstáculos para seguir a Jesús por causa de su familia, de sus miedos e indecisiones, de su apego a las riquezas, para que logren vencer las dificultades. Roguemos...

Por los pequeños, los pobres, los necesitados, para que encuentren en nosotros a personas dispuestas a servirles y sacarles de su necesidad. Roguemos...

Por todos los bautizados, para que seamos conscientes de nuestra unión con Cristo muerto y resucitado y así también nos unamos a su trabajo por hacer crecer en el reino. Roguemos...

Por todos los pueblos del mundo, para que vivan una paz estable, basada en la justicia y en el respeto a los demás. Roguemos...

Por todos los emigrantes, para que sean acogidos con cariño y hospitalidad, y puedan reunirse pronto con sus familias. Roguemos...


Oración comunitaria

Te damos gracias, Padre, por todas las cosas buenas que nos das en la vida, y te pedimos que fortalezcas nuestros corazones para que pongamos nuestro amor a Ti por encima de todo lo demás, de modo que sepamos aceptar la Cruz por servir a los hermanos. Por Jesucristo.


Oh Dios, misterio profundo que habita en lo hondo del ser humano, y en el corazón de todos los Pueblos. Tú has revelado a todos los humanos que el amor es valioso frente al egoísmo, y que, más allá de las ventajas banales del egoísmo, hay otros valores por los que vale la pena arriesgar, dar y hasta “perder”, porque en esa pérdida hay una ganancia más honda… Queremos expresarte nuestra decisión de aclarar nuestra mirada y serenar nuestro corazón, para que nuestra vida esté construida sobre la opción por los valores que perduran. Tú que vives y haces vivir por siglos de siglos y milenios de milenios. Amén.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).