25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
(19-25)

19. I.V.E. 2004

Comentarios Generales

Zacarías 12, 10-11:

Zacarías, profeta posexílica, mantiene en su pueblo las esperanzas Mesiánicas. En la lectura de hoy se nos presenta la esperada Salvación Mesiánica con unos rasgos singulares:

- Un diluvio de gracia divina para la Casa Davídica; de esta gracia se hace participe toda la nación. Se realiza el feliz encuentro de la gracia divina con la oración del pueblo.

- Lo más singular en esta profecía es que la gracia Mesiánica se relaciona con la muerte de un Traspasado. La era de la Salvación Mesiánica depende de uno que muere misteriosamente y entre grandes sufrimientos. Esta muerte tiene algo que ver con todos los hombres, pues todos miran a este “Traspasado” y todos hacen por el llanto muy especial. Evidentemente esta profecía esta en la línea de la del “Siervo de Yahvé” de Isaías. (Is 52, 13, 53, 12).

- San Juan nos avisa como se cumplen en Jesús Crucificado estas profecías de Zacarías: “Todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: Miraran al que traspasaron” (Jn 37). Y en el Apocalipsis del dolor y llanto, explosión sincera de fe y amor al que murió crucificado por amor a todos nosotros; y con su muerte nos redimió y salvo: “Al que nos amo y rescato de los pecados por su sangre... A El la gloria por los siglos de los siglos. Amen. He aquí que viene en las nubes; y le miraran todos los ojos, y los mismos que le traspasaron; se compungirán dándose golpes de pecho a todas las tribus de la tierra. Cierto. Es así” (Ap 1,7). Evidentemente el Apocalipsis nos quiere señalar el cumplimiento de la profecía de Zacarías. Y es maravilla ver a las generaciones de todos los siglos de rodillas ante el Crucificado, fijo en El los ojos. Así el Reino Mesiánico es un diluvio de gracia de Dios que nos llega por el Traspasado; y es una nación regio-sacerdotal de orantes y adoradores de Dios; y todo en virtud de la Muerte del Redentor Crucificado (Zac 10, 10; Ap 1, 7)


Gálatas 3, 26-29:

Prosigue Pablo iluminando la doctrina de la justificación o salvación que alcanza por la fe en Cristo:

- Esta adhesión vital a Cristo me enriquece tanto, en sentido tan real a la expresión: “Vivo, mas no yo; es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20), que puede decir Pablo: “Todos sois hijos de Dios por la de en Cristo Jesús; pues cuantos en Cristo habéis sidos bautizados, de Cristo os habéis revestido” (26-27). El Bautismo es el sacramento de esta fe cristiana. Al decir que me “reviste” de Cristo no quiere expresar un efecto de mero revestimiento externo; con esta frase de sabor semita quiere indicarnos la unión vital, intima, entrañable con Cristo. Unión tan real que me hace a mi hijo de Dios. La fuerte personalidad del Hijo de Dios puede enriquecernos con su divina filiación no anulando, sino dignificando nuestra mísera condición.

- Esta adhesión por la fe (Bautismo) a Cristo tiene ecos ilimitados; individuales y sociales. A todos nos fusiona y unifica en una unidad superior, que plenifica y dignifica sin anularlos cuantos valores positivos contengan todas las diferencias y cualidades diversas humanas: “Ya no hay judío o gentil, siervo o libre, hombre o mujer: Todos sois uno en Cristo”

- Y con esto queda realizado de manera magnifica el plan de Dios: y llegan a pleno cumplimiento las “promesas”. La salvación no nos llegara por el camino de la ley. La ley era solo provisional para preparar el advenimiento del Salvador; no para que ella nos salvara. La Salvación nos la dará Dios del todo gratuita. Y aun la fe, que es condición para heredar esta Salvación o Promesa, también ella es gracia y don de Dios.


Lucas 9, 18-24:

El Evangelio nos explica como Dios, sin menoscabo de los derechos de su justicia, puede darnos a todos nosotros gratuitamente la salvación y perdón de los pecados. Tenemos un Redentor. Este Redentor Hijo de Dios y Hermano nuestro, Segundo Adán, nos redime desde dentro como desde dentro nos perdió el primer Adán. Cristo se hace hombre para redimirnos

- Con ocasión de este despiste de las multitudes, del que están contagiados sus mismos discípulos (Mt 16, 21-23), les manifiesta cual es el Mesianismo autentico: el de la cruz.

- La Redención la llevara a cabo El por la cruz; cruz que debemos compartir con El para ser salvos. Lucas, que es evangelista de la bondad y mansedumbre de Cristo, es a la vez el que acentúa el sentido de la cruz en el Mesianismo de Jesús. Aquí nos consigna esta exigencia del Mesianismo. Exigencia ineludible o infalsificable: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a su mismo, tome su cruz cada día; y venga conmigo”. “Y esto lo decía a todos”.

- “Salvar almas” es hebraísmo que significa salvar la vida. No se trata de contraponer alma y cuerpo, sino que la expresión de Jesús contrapone aprovechando el sentido ambivalente de la palabra, dos planos o dos series diversas de valores: naturales y sobrenaturales, temporales y eternos. ¿Que aprovecha entonces ganar los temporales si se pierden los eternos?

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.

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DR D. ISIDRO GOMA Y TOMAS

Jesús interroga a sus discípulos (13-15)

Dejó el Señor Betsaida Julias, donde había curado al ciego, y se remontó, a través de la Gaulanítide, y fue Jesús, con sus discípulos, a la región de Cesarea de Filipo, visitando las aldeas de aquella comarca. Era Cesarea la antigua Panias, donde el dios Pan tuvo un templo en una espaciosa gruta que subsiste todavía, sobre uno de los más copiosos manantiales del Jordán. Filipo el tetrarca, hijo de Herodes el Grande, ensanchó y embelleció la ciudad y le dio el nuevo nombre para hacerse grato al César Augusto; se le añadió el del mismo Filipo para distinguirla de la Cesarea marítima, en el Mediterráneo, entre Jaffa y el monte Carmelo. Eran gentiles en su mayor parte los habitantes de aquella región. Que Jesús fundara allí el primado de su Iglesia y se manifestara Hijo de Dios, tal vez era un presagio de que, rechazado el reino mesiánico por los judíos, se transfería definitivamente a los pueblos de la gentilidad.

Y aconteció que estando solo orando, se hallaban con él sus discípulos. Separado de la multitud que probablemente le seguía, a la vera del camino, oraba al Padre para que iluminara las inteligencias de sus discípulos. Tal vez oraban también éstos con el Señor. Siguió de nuevo su ruta la comitiva, y en el camino preguntaba a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Jesús sabe ya lo que de su persona piensan las multitudes; pero su intención, al proponer solemnemente esta cuestión gravísima, era sin duda preparar una segunda pregunta que reclamase la definición absoluta y precisa de su naturaleza y persona.

Y ellos respondieron y dijeron: Unos, que Juan el Bautista... Serían graves y frecuentes las controversias de la gente sencilla, no pervertida por la malicia de escribas y fariseos, sobre la personalidad del gran Maestro y Taumaturgo. Todos le creían un hombre extraordinario, de mayor poder que los antiguos Profetas, porque parece que era creencia entonces que los Profetas eran más poderosos cuando resucitaban de lo que lo fueron en anterior etapa (Mt. 14, 2). Pero imbuido el pueblo en las ideas de la magnificencia y poder terrenal del Mesías, ninguno le reconocía por tal; y decían los unos que Juan el Bautista, compartiendo la opinión de Herodes; otros, que Elías, de quien creían muchos vendría como precursor del Mesías, según la predicción de Malaquías (4, 5); y otros, que Jeremías, uno de los principales protectores de la nación teocrática (2 Mac. 15, 13.14), a quien se asemejaba Jesús, por su libertad en reprender a los conductores del pueblo; o uno de los Profetas antiguos, que resucitó.

Y Jesús, yendo al fondo del pensamiento de los Apóstoles, les dice: Mas vosotros, acentuando el pronombre y distinguiéndoles de las multitudes, indicándoles ya con ello que espera de ellos otra respuesta, ¿quién decís que soy yo? Vosotros, que me conocéis tan bien, que sois testigos de todos mis milagros y que los obráis por una virtud que os comuniqué, ¿pensáis de mí como el vulgo?


La confesión de Pedro y su premio (16-20)

Pedro previene la respuesta de los demás, quizás porque los vio vacilantes en su juicio sobre Jesús. Es la gracia de Dios la que ilumina su mente; y su natural impetuoso, ayudado de la misma gracia, le hace ser el primero en la confesión; ya otra vez había sido él solo quien había hablado altamente de Jesús (Ioh. 6, 69.70): Respondió Simón Pedro, y dijo... La definición que de Jesús da Pedro es llena, precisa, enérgica: Tú eres el Cristo, el Mesías en persona, prometido a los judíos y ardientemente por ellos esperado. Mas: Tú eres el hijo de Dios, no en el sentido de una relación moral de santidad o por una filiación adoptiva, como así eran llamados los santos, sino el Hijo único de Dios según la naturaleza divina, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Si el Apóstol no lo hubiese entendido así, no hubiese necesitado una especial revelación de Dios. Lo que imprecisamente han insinuado los Apóstoles en otras ocasiones (Mt. 14, 33; Ioh. 1, 49), lo afirma Pedro en forma clara y rotunda. Y el Padre de Jesús es Dios vivo: vivo porque es vida esencial que esencialmente engendra de toda la eternidad un Hijo vivo; vivo por oposición a las divinidades muertas del paganismo. ¿Habló Pedro por cuenta propia o en nombre de sus condiscípulos? La opinión más común es que habla por sí: Pedro no conocía el secreto de los corazones de sus compañeros; ni habla en plural, como en Ioh 6, 69.70; Jesús habla de la revelación particular en que se le han manifestado aquellas verdades; el premio es también personal.

Y respondiendo Jesús, le dijo, enfáticamente, alabándole y felicitándole con efusión: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan: es bienaventurado porque lo son los que conocen a Jesucristo, enviado del Padre (Ioh. 17, 3); llámale con el nombre personal y con el patronímico para dar solemnidad a sus palabras. El motivo de la felicitación de Jesús es porque no te lo reveló la carne ni la sangre; no la prudencia, ni la razón humana, ni el lenguaje de los hombres, sino mi Padre, que está en los cielos: el mismo Dios vivo de quien me has confesado Hijo y que revela las cosas grandes a los pequeños ('Mt. 11, 25). Esta aprobación solemne, por parte de Jesús, del juicio de Pedro sobre su persona, hace que derive a los demás la claridad y la firmeza de la fe del que es Príncipe de ellos. Así viene a ser como la Cabeza jurídica del Colegio Apostólico en orden a la fe, y lo será en sus sucesores mientras el mundo dure.


Lecciones morales. — A) v. 13 — ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? — Pregunta Cristo a sus discípulos, dice Orígenes, para que sepamos, por las respuestas de los Apóstoles, que había entonces varias opiniones sobre Jesús, y para que atendamos siempre qué opinión tengan los demás hombres de nosotros; a fin de que, si algo malo se dice de nosotros, cortemos la ocasión de ello, y si algo bueno, demos aún más ocasión de decirlo. Y deben también los discípulos de los Obispos aprender del ejemplo de los Apóstoles a transmitir a aquéllos cualesquiera opiniones que de los mismos oyeren. Aunque deba andarse con mucha cautela, para no caer en adulación o en pecado de maledicencia, al aplicar esta lección del gran Doctor alejandrino.

B) v. 16. —Respondió Simón Pedro... — Cuando se trata de preguntar a los Apóstoles la opinión de la plebe sobre Jesús, responden todos, y refieren todos los errores sobre su divina persona. Cuando se trata de preguntar su personal opinión, dice el Crisóstomo, responde uno solo. Y aunque responda Pedro en nombre propio y expresando su personal sentir, consienten los demás en su afirmación. Para que sepamos que la verdad religiosa está solamente en el Colegio Apostólico y sus sucesores y en los que con ellos viven en unidad de fe; y que fuera de Pedro y los Apóstoles, representados hoy por el Papa y los Obispos, pululan en todas las partes los erro-res sobre Jesús.


Jesús predice su pasión. Necesidad de la abnegación:

Explicación. —Después de la estupenda confesión de Pedro; de la clara afirmación de Jesús, que se llama a sí mismo Hijo de Dios y Mesías; del anuncio de una Iglesia gloriosa, obra del mismo Jesús; del vaticinio de las magníficas prerrogativas de Pedro; y cuando humanamente eran de esperar días brillantes para la predicación del reino de Dios, súbitamente, sin transición, desde entonces, señala el Señor la tremenda silueta de la cruz por vez primera. La predicción de su pasión y muerte va naturalmente seguida de una exhortación al propio renunciamiento.


Jesús anuncia su Pasión, Muerte y Resurrección (31-33))

Ha prohibido Jesús a los Apóstoles anunciar que él era el Mesías: una de las razones de ello, dada la ideología judía sobre el Mesías, fue sin duda evitar el escándalo y la decepción, cuando llegue, dentro de pocos meses, la muerte ignominiosa del Señor. Pero los discípulos deben estar preparados para la tremenda hora: Jesús comenzó a declararles que convenía que él, en propia persona, el Hijo del hombre, que acababa de ser confesado Hijo de Dios por 'San Pedro, fuese a Jerusalén y padeciese muchas cosas; esta frase es la síntesis de la pasión: convenían los padecimientos, porque eran la condición necesaria para entrar en su gloria (Lc. 24, 26). Luego especifica Jesús sus sufrimientos: tendrán lugar en Jerusalén; los jefes de la nación teocrática, los primeros magistrados del pueblo de Dios, que le rigen en el orden civil y religioso, que conocen y explican las profecías mesiánicas, la repudiarán: Y que fuese desechado por los ancianos y por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas. Todos estos poderes, conjurados contra Jesús, llegarán a quitarle la vida: Y que fuese entregado a la muerte. Pero al tercer día triunfará de todo, volviendo a la vida. Y que resucitase después de tres días.

El vaticinio era tan terrible como claro: Y decía esto claramente. Pudieron los Apóstoles presagiar los dolores de Jesús de algunos hechos singulares: de la humanidad con que aparecía, de la muerte del Precursor, del propósito de sus enemigos de perderle, del anuncio de la repetición del milagro de Jonás. Pero todo ello fue ineficaz para sugerir la idea de la muerte de Jesús, porque en el Mesías todo debía ser glorioso. Ahora ya no habrá dudas: el anuncio es categórico, sin ambages, ni metáforas.


Necesidad de la abnegación cristiana (34-39)

La escena anterior se había desarrollado sólo entre Jesús y los Apóstoles; las turbas, que habían reconocido a Jesús, seguiríanle a corta distancia, y estarían retenidas por el natural respeto a una conversación íntima. Entonces llama Jesús a la muchedumbre, que se junta a los discípulos: Y convocando al pueblo, con sus discípulos...; y dándoles una lección que brota naturalmente del anuncio de sus padecimientos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo. Seguir a Jesús es imitarle: el discípulo debe hacer lo que el Maestro le enseña. Negarse uno a sí mismo es desertar de sí mismo, de sus quereres, de los afectos e inclinaciones de su amor propio. Y tome su cruz: la locución es figurada; por la cruz, suplicio vulgarizado ya en la Palestina por los romanos, debieron entender los oyentes de Jesús las humillaciones, las afrentas, los tormentos, la misma muerte, si así lo exige el seguimiento de Jesús, por la cruz representados; la cruz debe tomarse siempre, cuando Dios la envíe, cuando la vida cristiana lo exija, y bien sabemos que frecuentísimamente lo exige: cada día. Y sígame: no basta llevar la cruz, porque las miserias de la vida pesan sobre todos, cristianos y paganos; se debe tomar por Cristo y con espíritu de imitación de Cristo.

Y da Jesús de ello una razón gravísima, que toca a la misma consecución, nuestro fin último: Porque el que quisiere salvar su vida, la perderá; morirá eternamente quien no esté dispuesto a abnegarse hasta dar la vida por Cristo, si fuere necesario. En cambio, logrará eterna vida quien muriere, o estuviere aparejado a morir por Cristo o por su Evangelio, en su predicación, en su defensa: Mas el que perdiere su vida por mí y por el Evangelio, la salvará, la hallará.

Otra razón para abnegarse y seguir a Cristo es la insignificancia que representa el conservar la propia vida, y aun ser dueño de todo el mundo, siguiendo las naturales concupiscencias, ante la definitiva desgracia de perder el alma: Porque, ¿qué aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma, si se pierde a sí mismo? Y se confirma con otra razón: si el hombre tuviese más de un alma, o pudiese rescatar la única que tiene, en el caso de perderla, aún podría vacilar en abnegarse por Cristo; pero no es así o ¿qué dará el hombre a cambio de su alma?


Lecciones morales. — A) v. 31. Comenzó a declararles que convenía que el Hijo del hombre padeciese muchas cosas... —Se lo declara inmediatamente después de haberles declarado su divinidad v de haberles dejado entrever la gloria de su reino, en la tierra y en los cielos. Para que comprendieran que el sufrimiento es ley fundamental del Cristianismo, y que para llegar a la fruición de la divinidad es preciso sorber antes las aguas amargas del dolor. El mismo Hijo de Dios quiso se cumpliera terriblemente en sí esta ley; no podrán sus discípulos escalar las alturas de la felicidad eterna sin antes salvar los durísimos caminos que a ella conducen.


c) v. 34. — Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... —Aun ahonda más Jesús en la psicología humana y en la vida cristiana. El dolor choca y repugna naturalmente al hombre, que le considera como un adversario; en cambio, el placer está como consubstanciado con nosotros, a lo menos con nuestros anhelos. Pues bien: Jesús quiere que el hombre salga, por decirlo así, de sí mismo, y se incorpore al dolor; que se niegue, es decir, que rompa con sus propios instintos ; que se considere a sí mismo como un adversario y se reconcilie y se abrace con su natural adversario, el dolor: «Y tome su cruz, y sígame...» Equivale esta doctrina a la que expresa aquella otra sentencia de Jesús: «Si alguien ama a su propia alma, la perderá» (Ioh. 12, 25).

D) v. 37.7 — ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma?—Así como si un hombre tuviese dos vidas podría dar una para conquistar todo el mundo si pudiese, porque con la otra podría gozar el fruto de su conquista, así si tuviese el hombre dos almas, podría gozar perdiendo una, porque le quedaría otra aún para gozar o para res-catarla. Pero no es así: si a cambio de la vida gana el hombre todo un mundo, es un infeliz, porque no puede gozarlo; de igual manera, si satisfaciendo sus inclinaciones pierde su alma, es asimismo un infeliz para siempre, porque no tiene otra para gozar, ni para rescatarse de su infelicidad.

(Dr. D. Isidro Goma y Tomas, El Evangelio explicado, Ed. Acervo, Barcelona, 1967, pp. 35 - 45)

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P. Juan de Maldonado, s. i.

Confesión de San Pedro y gran privilegio

En las partes de Cesarea de Filipo. Nadie ignora que hubo dos Cesareas. Una antigua, que antes se llamaba Torre de Estratón, ampliada por el rey Herodes, y adornada con construcciones magníficas, y denominada luego Cesarea para ganarse la gracia de Augusto, según nos informan Josefo y Jerónimo. Hallábase situada, dicen ambos escritores, en la costa del Mediterráneo entre Dora y Jope. Otra más reciente existió en la Fenicia, al pie del monte Líbano, en el nacimiento del río Jordán, que primero se nombró Paneas, y que Filipo, hijo de Herodes el Grande y tetrarca de la Traconítide amplió y adornó en honor de Tiberio César, y la apellidó Cesarea. Luego el rey Agripa, para adular a Nerón, la llamó Neroníades, según nos cuenta Josefo. Observa Jerónimo que ahora se dice Banias otra vez, no porque el santo desconociese esta historia, sino porque probablemente en su tiempo, olvidado el nombre adulatorio y pegadizo de Cesarea, volvió otra vez a denominarse a la antigua usanza. Llamábase también Cesarea de Filipo, del príncipe que la había reconstruido y para distinguirla de la otra Cesarea de Herodes.

Y preguntaba a sus discípulos. Marcos (8, 27) dice que fue en el camino. Lucas (9, 18) añade que cuando estaba solo orando. Eutimio concuerda a los dos, sugiriendo que hacía las dos cosas alternativamente, caminar y orar, lo cual es verdad; pero no puede serlo que al mismo tiempo orase y preguntase a los discípulos y llevase con ellos uno conversación larga y variada. Es más probable la escena tal como la concibe San Agustín: en el camino, antes de que llegasen al punto donde pensaban detenerse, debió de retirarse Cristo a algún lugar apartado para hacer oración. Y acabada ésta y continuando el camino, preguntó a los discípulos qué decían de él los hombres. Por lo tanto, la frase de Lucas: cuando oraba solo, interpretamos, después de haber orado solo, como nosotros los españoles solemos decir con semejante idiotismo: en haciendo la oración, que parece ser al mismo tiempo y es después que se tuvo la oración. Tal vez sea hebraísmo, y la partícula en significa lo mismo que después; v. gr.: En convirtiendo el Señor la cautividad de Sión (Salm. 125, 1), esto es, después de haber convertido el Señor la cautividad de Sión, o habiendo convertido, etc. Lo mismo significa esta frase: estando solo orando, no hay pues duda que debe interpretarse: después de haber orado, y así la traducimos.

Quién dicen. Muchos códices latinos y griegos dicen: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre?

Porque existen tres lecciones. Primera: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Segunda: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Tercera: ¿Quién dicen los hombres que soy? De la primera manera lo leen todos los códices latinos y todos los autores. De la segunda manera lo leen Epifanio, Teofilacto y, según parece, también Hilario. De la tercera manera, Crisóstomo. No dudo que la primera lección, que es la vulgar y corriente, es la mejor. Y paréceme muy acertada la conjetura de los que piensan que primero estaba escrito así en el original: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Luego, algún lector debió de poner en el margen, con el fin de subrayar que se trataba de Cristo, el inciso: que soy yo. Más adelante otro copista creyó sin duda que la nota era una corrección y la incluyó en el texto; el cual se empezó a leer así: “¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre; y, por fin, hubo quien pensara que sobraba una de las dos indicaciones, borró lo de Hijo del hombre, frase obscura, y dejó que soy yo, anotación más clara.

Bien sé cómo muchos de los que leen ambas cosas suelen interpretar el pasaje: sin interrogación y por aposición, o con interrogación, de esta manera: “¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿El Hijo del hombre?” Ambas cosas me parecen a mí absurdas; pero la segunda más que la primera. No suele Cristo llamarse el Hijo del hombre por honra, sino por humildad, de la manera que nosotros hablamos de nosotros mismos por tercera persona.

De lo cual hay tantos ejemplos como veces se nombra Hijo del hombre en el Evangelio. También parece que se ha de notar aquí una antítesis: ¿qué dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Pedro responde: Tú eres el Hijo del Dios vivo. Luego no se pudo omitir lo de Hijo del hombre en la pregunta, para poder conservar la antítesis en la respuesta. No parece sino que Cristo con toda intención se daba a sí mismo la humilde, despreciable apelación de Hijo del hombre, con el fin de explorar la fe de los apóstoles y darles ocasión de decir libremente lo que sentían, aunque ello no excediera los límites de lo que podía sugerirles la santa Humanidad. Por lo cual juzgo inadmisible la observación del hereje que traduce el artículo con que el texto griego da énfasis particular a Hijo del hombre de esta manera: “¿Quién dicen los hombres que es aquel Hijo del hombre?” Porque no fue por aludir al Hijo del hombre de la profecía por lo que tomó Cristo semejante apelación, sino con el fin opuesto, para humillarse más y esperar, como si dijéramos, pecho por tierra su sentencia. Por eso se llamó Hijo del hombre.

Los hombres. El vulgo, hebraísmo ya conocido, que hemos explicado, y Lucas mismo explica. Porque, en lugar de la frase tal como la trae Mateo, pone Lucas (9, 18): ¿Quién dicen las turbas que soy yo? Lo cual no es oponer el tercer evangelista al primero: éste nos da las palabras, y aquel su sentido y explicación.

Unos que Juan el Bautista. Ya hemos explicado más arriba la razón de estas murmuraciones de las turbas. Algunos se hacen eco de lo que dice José-ben-Gorion: que Jeremías ha de venir al fin del mundo; todo ello es apócrifo, como cuanto dice el fantástico autor.

Pero vosotros, ¿ quién decís que soy yo? Antítesis bien clara: Pero vosotros. Piensa Jerónimo que Cristo opone aquí los apóstoles a los demás hombres, como si fuesen ellos más que hombres. Dice: “Prudente lector, considera que, de lo que se sigue y contexto de la frase, los apóstoles vienen a ser llamados más que hombres, dioses. Pues después de haber dicho Cristo: Qué dicen los HOMBRES..., añade: Y VOSOTROS...” No creo yo que Cristo ponga a los apóstoles en categoría de dioses, sino que los trata como a personas distinguidas, en oposición al vulgo, según notó el Crisóstomo: “Vosotros que estáis siempre conmigo, que me habéis visto hacer maravillas, que en mi nombre también vosotros habéis hecho milagros, ¿quién decís que soy yo?”.

Responde Pedro. ¿Por qué respondió Pedro y no otro ninguno? Explícanlo de diversa manera los autores, y con muchas razones. Una, que Pedro era el primero de todos, como dice el Crisóstomo; otra, porque era de más ardiente fe, según Jerónimo e Hilario; otra, porque era el portavoz de los demás, que hablaba en nombre de todos, como afirman el Crisóstomo y Agustín. También en Jn. 6, 68, cuando Cristo dice a los apóstoles: ¿Y vosotros queréis también iros?, Pedro es asimismo el que responde. Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Pero en este lugar, ¿habló por los demás o sólo por sí? Ya lo diremos en el versículo 18.

Tú eres el Hijo de Dios vivo. Llámale tal plenamente no por adopción, sino por naturaleza. De la primera manera todos confesaban que era hijo de Dios, porque todos reconocían en él al varón justo y profeta. Certísimo argumento es que Pedro llamó a Cristo hijo de Dios por naturaleza, cuando lo contrapone a Juan, Elías, Jeremías y los profetas, que fueron, claro está, hijos de Dios por adopción. Luego con toda razón sacaron los antiguos de este texto un argumento a favor de la divinidad de Cristo, como Hilario y Atanasio.

Vivo. Llama a Dios vivo según la costumbre de las Escrituras, para distinguirle de los ídolos, que son cosas muertas, como piensan Jerónimo, Beda y Eutimio. Pero notó rectamente Teofilacto que la palabra griega hijo lleva su artículo para designar al hijo único por naturaleza, y no a otro hijo cualquiera.

Que a nadie lo dijeran. Por qué Cristo tantas veces manda que no se divulgue lo que hace, a pesar de que probaban sus milagros que era Dios, ya lo dijimos. Por qué lo prohibió en esta ocasión, nos lo advierten Marcos (8, 30-31), Lucas (9, 22) y el mismo Mateo en el verso siguiente. Todos tres evangelistas cuentan que, apenas Cristo fue confesado por Pedro como hijo de Dios vivo, empezó a decirles que había de padecer y morir en Jerusalén; de la cual revelación se deduce que por eso no quiso que los apóstoles divulgaran su divinidad, no fuera que quienes lo oyesen y creyesen, si luego le vieran morir, ofendidos por la flaqueza de su carne, perdieran la fe. Algunos, en efecto, viéndole pendiente en la cruz, porque le habían oído llamar hijo de Dios, le decían: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz (Mt. 27, 40). No quiso Cristo que lo que a su muerte sucedió a unos pocos pasara a todos. Esta razón traen Crisóstomo, Jerónimo y Beda.

A los discípulos. Lucas escribe: Decía, pues, a todos (9, 23); y Marcos (8, 34): Convocada la turba con los discípulos, les dijo, etc. Esta disensión de los evangelistas la explico yo de dos maneras: o que Cristo, presentes las turbas, y como llamando testigos, dijo esto para solos los apóstoles, o que, diciéndolo principalmente a los apóstoles, la turba que estaba presente creyera que se lo decía a ella.

Si alguno quiere. Con razón Crisóstomo, Eutimio y Teofilacto advirtieron que con estas palabras se confirma la existencia del libre albedrío.

Niéguese a sí mismo. En qué consista semejante negación lo explican de diversas maneras los autores. Jerónimo, Beda y Gregorio creen que no es otra cosa que desnudarse del hombre viejo y vestirse del nuevo. “Entonces -dice Beda- nos negamos a nosotros mismos cuando evitamos lo que por vejez fuimos e insistimos en lo que por nueva vida somos llamados”. Pero es manifiesto que aquí no se trata de costumbres, sino de morir, como en el versículo 25 se declara: Quien quisiere salvar su alma, la perderá; pero el que perdiere su alma por mí, la salvará. Mucho mejor lo explica Crisóstomo cuando dice que se entenderá bien lo que es negarnos cuando sepamos qué es negar a los demás. Negar a los demás es despreciarlos, no tener cuenta de ellos, no cuidarlos, no apreciar su vida en un maravedí. Esto mismo es negarse a si mismo: no tener cuenta ninguna con la vida y, cuando sea preciso, despreciarla por Cristo. Dice a sí mismo, esto es, no el alma, sino la vida del cuerpo, que conviene despreciar para que el alma viva, porque el que quisiere salvar su alma, esto es, su vida, la perderá, esto es, la vida del alma (10, 38-39).

Pero padezca detrimento en su alma. —Esto es, perdiere su alma, es una metáfora tomada de los tribunales. Como si uno pleitease sobre una gran herencia y su vida al mismo tiempo: nada ganaría con conseguir la herencia si perdiera la vida.

(P. Juan de Maldonado, Comentarios a San Mateo, BAC, Madrid, 1950, pp. 577-602)

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San Ambrosio

Lucas 9, 18-24

"Tu eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho..."

Todo el amor redentor del Corazón de Cristo Jesús hacia nosotros se convirtió en una constante obsesión por el misterio de la Cruz. Su pasión fue el sello misterioso de su condición de verdadero Mesías y el aval del amor infinito que nos tiene.-


San Ambrosio explica:

Pedro no ha seguido el juicio del pueblo, sino que ha expresado el suyo propio al decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.-

El que es, es siempre, no ha comenzado a ser, ni dejará de ser.-

La bondad de Cristo es grande porque casi todos sus nombres los ha dado a sus discípulos...

Cristo es piedra -pues bebían de la roca que los seguía, y "la roca es Cristo..."(1Cor 10,4)-, y Él tampoco ha rehusado la gracia de este nombre a su discípulo, de tal forma que él es también Pedro, para que tenga de la piedra la solidez constante, la firmeza de la fe.-

Esfuérzate también tú en ser piedra. Y así, no busques la piedra fuera de ti, sino dentro de ti.-

Tu piedra es tu acción; tu piedra es tu espíritu..-

Sobre esta piedra se edifique tu casa, para que ninguna borrasca de los malos espíritus pueda tirarla.-

Tu piedra es la fe; la fe es el fundamento de la Iglesia. Si eres piedra estarás en la Iglesia, porque la Iglesia está fundada sobre piedra.-

Si estás en la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán sobre ti: las puertas del infierno son las puertas de la muerte y las puertas de la muerte no pueden ser las puertas de la Iglesia...

El Hijo del Hombre ha de padecer mucho...

Tal vez el Señor ha añadido esto porque sabía que sus discípulos difícilmente habían de creer en su pasión y en su resurrección.-

Por eso ha preferido afirmar Él mismo su pasión y su resurrección, para que naciese la fe del hecho y no la discordia del anuncio.-

Luego Cristo no ha querido glorificarse, sino que ha querido aparecer sin gloria para padecer el sufrimiento; y tú, que has nacido sin gloria, ¿quieres glorificarte?

Por el camino que ha recorrido Cristo es por donde tú has de caminar.-

Esto es reconocerle, esto es imitarle en la ignominia y en la buena fama (2 Cor 6,8), para que te gloríes en la cruz como Él mismo se ha gloriado...

Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI, 97-98 y 100

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Juan Pablo II

Cristo Mesías

La Iglesia no cesa de escuchar sus palabras, vuelve a leerlas continuamente, reconstruye con la máxima devoción todo detalle particular de su vida. Estas palabras son escuchadas también por los no cristianos. La vida de Cristo habla al mismo tiempo a tantos hombres que no están aún en condiciones de repetir con Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". El, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en la cruz, esto es, la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono. La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en la cruz y su resurrección que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, encontrando en ella la "fuente de la vida y de la santidad", el signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida eterna. La Iglesia vive su misterio, lo alcanza sin cansarse nunca y busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor al género humano: a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van sucediendo, a todo hombre en particular, como si repitiese siempre, a ejemplo del Apóstol, "que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado". La Iglesia permanece en la esfera del misterio de la Redención, que ha llegado a ser precisamente el principio fundamental de su vida y de su misión. (Redemptor Hominis 2,7).

Las diversas formas del «mandato misionero» tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los Apóstoles: «A todas las gentes» (Mt 28, 19); «por todo el mundo ... a toda la creación» (Mc 16, 15); «a todas las naciones» (Hch 1, 8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos» (Mc 16, 20).

En cuanto a las diferencias de acentuación en el mandato, Marcos presenta la misión como procla- mación o Kerigma: «Proclaman la Buena Nueva» (Mc 16, 15). Objetivo del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo» (Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión romano delante de Jesús muerto en la cruz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39). En Mateo el acento misional está puesto en la fundación de la Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él, pues, este mandato pone de relieve que la proclamación del Evangelio debe ser completada por una específica catequesis de orden eclesial y sacramental. En Lucas, la misión se presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48; Hch 1, 8), cuyo objeto ante todo es la resurrección (cf. Hch 1, 22). El misionero es invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas, a saber, la conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado. (Redemptoris Missio 3, 23).

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Catecismo de la Iglesia Católica

Cristo Mesías

436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". Pasa a ser nombre propio de Jesús porque El cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de El. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y, excepcionalmente, de los profetas. Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote, y también como profeta. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo" (Jn 10,36), concebido como "santo" (Lc 1,35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1,20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1,16).

438 La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobreentendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre, El que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción". Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo, por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10,38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1,31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el santo de Dios" (Mc 1,24; Jn 6,69; Hch 3,14).

439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel. Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política.

440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3,13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,28). Por esta razón, el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz. Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2,36).

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EJEMPLOS PREDICABLES


Un santo abrazado a la cruz

«Hubo un momento en que aquel hombre, cuya alma era no ascua, se creyó arrebatado por todas las tempestades del odio. Pablo de la Cruz pudo creerse muchas veces en su vida entregado al poder de las tinieblas. Tuvo grandes consuelos; aquel, por ejemplo, en que, según cuentan sus biógrafos, el brazo de Cristo se desclavó para abrazarle y acercarle a la herida de su corazón; pero siempre fueron pasajeros. Lo permanente en su vida son la aridez, la oscuridad, la lucha, la incertidumbre. Para los demonios era como un juguete: lo agotaban, lo arrastraban, le estorbaban de mil maneras en medio de sus trabajos y oraciones, y después de estas visitas, que se repetían diariamente, el santo quedaba lívido, llagado, magullado. Pero hay otro tormento más terrible: es la prueba que viene de Dios, la pena del abandono. Ese Dios buscado con gemidos inenarrables, se ha retirado, se ha escondido. Ni se le ve en el alma ni se le siente en el corazón. No hay paz, ni luz, ni amor sólo una noche profunda y un silencio de muerte. Esta es la angustia de Pablo, ésta su agonía suprema. Ante sus ojos horrorizados se abre el abismo de la blasfemia y de la desesperación; se siente empujado al suicidio, le viene la idea de tirarse por la ventana, y una voz machacona le dice sin cesar: Estás condenado. «Hasta en el sueño me persigue la tormenta—escribía—, me despierto temblando, y años hace que me encuentro a menudo en este estado. Una cruz terrible pesa sobre mí. La comparo al granizo, que lo destroza todo. Soy como un pobre náufrago asido a una tabla cada ola, cada empuje del viento le llena de terror, y ya se ve sumergido. Soy como un miserable condenado a la horca su corazón palpita y se estremece bajo el peso de continuas angustias. ¡Oh terrible espera! Cada momento es para él el que le va a llevar al suplicio. Así está mi alma». ¡Cosa extraña! En estos momentos de avidez es cuando salían de aquel corazón los acentos más vivos de amor y de ternura, y, llegando hasta amar el suplicio, exclamaba «Hacéis muy bien en huir, ¡Oh Dios!; pero yo os seguiré y os perseguiré mientras me quede un hálito de vida».

(Verbum Vitae, t. II, BAC, Madrid, 1954, p. 1198)


20.

Comentario: Rev. D. Ferran Jarabo i Carbonell (Agullana-Girona, España)

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Hoy, en el Evangelio, Jesús nos sitúa ante una pregunta clave, fundamental. De su respuesta depende nuestra vida: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Pedro responde en nombre de todos: «El Cristo de Dios». ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Conocemos suficientemente a Jesús como para poder responder? La oración, la lectura del Evangelio, la vida sacramental y la Iglesia son fuentes inseparables que nos llevan a conocerle y a “vivirlo”. Hasta que no seamos capaces de responder con Pedro con todo el corazón y con la misma sencillez..., seguramente todavía no nos habremos dejado transformar por Él. Hemos de conseguir sentir como Pedro, ¡hemos de lograr sentir como la Iglesia para poder responder de manera satisfactoria a la pregunta de Jesús!

Pero el Evangelio de hoy acaba con una exhortación a seguir al Señor desde la humildad, desde la negación y la cruz. Seguir a Jesús de esta manera sólo puede dar salvación, libertad. «Lo que sucede con el oro puro, también sucede con la Iglesia; esto es, que cuando pasa por el fuego, no experimenta ningún mal; más bien lo contrario, su esplendor aumenta» (San Ambrosio). Ni la contrariedad, ni la persecución por causa del Reino, nos han de dar miedo, más bien nos han de ser motivo de esperanza e, incluso, de alegría. Dar la vida por Cristo no es perderla, es ganarla para toda la eternidad. Jesús nos pide que nos humillemos totalmente por fidelidad al Evangelio, quiere que, libremente, le demos toda nuestra existencia. ¡Vale la pena dar la vida por el Reino!

Seguir, imitar, vivir la vida de la gracia, en definitiva, permanecer en Dios es el objetivo de nuestra vida cristiana: «Dios se hizo hombre para que imitando el ejemplo de un hombre, cosa posible, lleguemos a Dios, cosa que antes era imposible» (San Agustín). ¡Que Dios, con la fuerza del su Espíritu Santo, nos ayude a ello!


21. 20 de junio de 2004

MIRARAN AL QUE TRASPASARON

1."Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?", oyó Pablo, camino de Damasco: "Soy Jesús, a quien tu persigues" (Hech 9,4). Saulo perseguía ferozmente a los discipulos de Jesús, y Jesús se identificaba con ellos: Eran su cuerpo. Perseguir a los miembros es perseguir a la Cabeza, Cristo.

2. Pero antes de Jesús, Yavé según Zacarías, ya se había atribuído la transfixión: el pecado en su doble dimensión: contra él y contra sus ungidos, sus fieles, sus amadores, le atribulaba y le traspasaba: "Me mirarán a mí, a quien traspasaron” , como lo había profetizado Isaías, 53,5: “Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes”. La profecía de Zacarías tiene su pleno cumplimiento en Cristo crucificado, con el corazón atravesado por la lanza y herido en sus manos y pies; y por esas llagas, el Señor derramará sobre la dinastía de David un espíritu de consuelo y arrepentimiento, como lo confirma Pedro, en su 1ª carta 2,24: “Sus llagas os han curado”. La Carta a los Hebreos considera que el pecado es una crucifixión renovada: "Crucifican otra vez al Hijo del Hombre en sí mismos" (6,6). "Llorarán como se llora al hijo primogénito". Mas no basta llorar, porque el llanto humano no puede purificar sus conciencias del pecado. ¿Pues, qué?: "Aquel día manará una fuente para que en ella puedan lavar su pecado y su impureza" Zacarías,13,1. De las llagas de Jesús nace la Iglesia y manan los sacramentos y la gracia, fuentes de agua viva que curan y otorgan al mundo la amistad con Dios y la vida eterna. Como la fuerza de la gracia de Dios sólo la resiste la obcecación y la ceguera espiritual, si se arrepienten de su inmenso pecado, su misericordia infinita les perdonará.

3. A Jerusalén camina Jesús, a que le crucifiquen, le descoyunten, le destrocen los pies y las manos y le hieran su costado, para merecer el arrepentimiento y el perdón a los hombres, que tienen el alma reseca como tierra yerma; el corazón duro, encerrado en sus límites estrechos, enroscado en el caparazón de su egocentrismo, en su coraza inmisericorde. No tienen amor, no tienen virtud, carecen de mansedumbre; por eso les voy a infundir el fruto de mi Espíritu: "amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí" (Gal 5,22).

4. Aunque la inmensa mayoría lo ignore, la humanidad está sedienta de la gracia y de la misericordia de Dios: "Mi carne tiene ansia de tí, como tierra reseca, agostada, sin agua". Pero ya tiene donde apagar su sed de trascendencia: "Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos" Salmo 62, por la dulzura del agua de la fuente de tus llagas "Hemos sacado aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3),.

5. Jesús quiso saber lo que pensaba de él la gente, lo que decían de su identidad. Y quiso conocer también, la opinión de sus discípulos. Conocemos ya qué pensaba la gente del Mesías, ellos también: luchador, conquistador, triunfador, a lo sumo, un profeta. Pedro, en nombre de todos, confesó que era el Mesías. Y no era poco, aunque no era adecuada la confesión. Para los judíos, el Mesías era la esperanza de su pueblo porque sería el conquistador de todos los pueblos que les habían dominado a ellos, y el vengador de todas las injusticias y expolios que habían soportado, aunque dotado de un marcado espíritu religioso. Así pensaban los esenios de Qumram, donde se ha encontrado un papiro titulado “Reglas de la guerra” en la que se detallan las maniobras militares de la batalla final. Así también los discípulos, en tardío ambiente prepascual. Pero Jesús ha anunciado que va a padecer mucho, que va a triunfar como el Siervo de Yave que describe Isaías. Sólo después de la Pascua, Pedro confesará y pregonará al Mesías que ha muerto colgado de un madero, a quien el Señor ha resucitado, que está sentado a su derecha y que ha sido constituído Señor y Juez de la historia (Hch 2,22). Pero para llegar a ser Señor y Juez de la Historia, el que era Alfa y Omega, el Hijo de Dios encarnado, tenía que padecer mucho. No es un superhombre, sino un hombre ante quien se vuelve el rostro, que por obediente, será exaltado.

6. Pedro y los demás discípulos tenían que madurar mucho hasta poder asimilar la profecía de Jesús: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día" Lucas 9,18. Ha habido tiempos en que representar algo en la Iglesia, era sinónimo de privilegio y de ascenso en el escalafón y de poder. Y a ello no pocos aspiraban. Cristo era un escalón y puede seguir ocurriendo, no sólo en la jerarquía, sino también en organizaciones numerosas, más, cuanto más prestigiosas y numerosas. Todo es causa de desprestigio y desfiguración y esterilidad del evangelio. También en lo social y político ha existido el mesianismo. El marxismo lo fue, tras el paraiso del proletariado, vencedor del capital. También lo fue el nazismo, eliminando las razas consideradas espúreas, en busca de la super-raza. Para el nazismo, Hitler era el mesías, como lo es Castro para los de aquella isla. Y no quiero seguir; sólo diré que el Papa ha definido los nacionalismos exasperados como la idolatría actual.

7. Por eso, urge que también nosotros nos formulemos la pregunta de Jesús: Para mí, ¿quién es Jesús? Los teólogos de todos los tiempos han inquirido la identidad de Jesús. La Iglesia nos enseña unas cuantas verdades inmutables sobre su naturaleza divina y humana, y sobre su Persona. Pero para llegar a su conocimiento más íntimo y pleno, es necesario toda una vida de contemplación de esa maravilla estupenda de amor que el Padre nos ha entregado por pura gracia. Y no bastará una vida, ni todas las vidas y todos los corazones del mundo, que han existido, existen y existirán, si no nos lo revela el Padre, y el auxilio de su Madre Santísima, pues "hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de riquezas acá y allá" (San Juan de la Cruz).

8. El camino mejor y más seguro para prepararnos a ir conociendo a Cristo es asociarnos a su cruz, llevarla con paz cada día y seguirle con abnegación. El seguimiento es causa de conocimiento, como el mayor conocimiento, conduce a seguirle con mayor fidelidad, aun en medio de la noche del sufrimiento y a través de la muerte. Porque el conocimiento engendra amor. El amor que nos ha traído hoy a celebrar y cantar su amor escuchando decir al Maestro: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo".

9 "Cargar la cruz", es escuchar el mensaje del Reino, imitar al Maestro y seguir su ejemplo hasta el fin: ofrecer siempre el perdón, amar sin límites, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque esto signifique riesgo de muerte; es aceptar vivir en el mundo que vivimos, lleno de envidias y rencores, de competición y de empujones para subir más alto y de pisotones para que no se llegue, y de tirones de chaqueta para que no se suba. Es aceptarse uno a sí mismo, con sus defectos y limitaciones.

10 "Para entrar en las riquezas de su sabiduría la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear entrar por ella es de pocos; mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos" (Ib Canción 36,13).

11 Con el corazón abierto a la acción de gracias por todos sus dones, acerquémonos todos al altar a inmolar nuestro viejo hombre con Cristo para poder recibir con fruto de vida eterna su sacramento de amor.

JESUS MARTI BALLESTER


22. ¿QUIEN ES JESÚS?

San Marcos abre el Evangelio con una definición rotunda de Jesús: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios"

Después, para despertar el interés de los lectores, va manteniendo una constante interrogante sobre su persona: ¿Que doctrina es ésta, dicha con tal autoridad? ¿De dónde le viene tal sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es éste el hijo de José el carpintero? ¿Por que come y bebe con los pecadores y publicanos? ¿Quien es éste para perdonar pecados? ¿Quien es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?...

Era el rumor que había en torno a su persona. Para unos era un blasfemo, un endemoniado. Para otros un Profeta, enviado por Dios.

¿QUIEN DICE LA GENTE QUE SOY YO?

Esta es la pregunta de hoy. Los Apóstoles le dicen la impresión de la calle. La gente lo tiene por uno de los grandes Profetas: Elías, Jeremías o el Bautista.

Les pregunta Jesús sobre lo que piensan ellos y Pedro hace su confesión de fe: "Tú eres el Mesías"

Era clara la afirmación. Pero para evitar equívocos y que no creyeran que Jesús era el Mesías de las esperanzas judías. alguien fuerte que devolviera el poder y el esplendor al pueblo judío. Les anuncia el camino que le espera: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho... ser ejecutado y resucitar..."

Pedro, que un momento antes le ha reconocido como el Mesías, y que no le comprende, se opone tajante.

Y con severidad Jesús le reprende, anuncia esta senda de cruz para todos sus seguidores. "El que quiera venirse conmigo... que cargue con su cruz y me siga"

Más allá de lo que la gente piense o de lo que deseen los Apóstoles, Jesús es el que es: el Hijo de Dios que nos va a salvar, no precisamente por un camino de rosas, victorioso siempre, sino por la senda trillada de la fidelidad a Dios. que esconde la cruz en muchos momentos.

¿QUIEN ES JESÚS PARA MÍ?

Esta es la pregunta. Y no la vamos a contestar con el catecismo abierto, ni con ningún libro de Cristo logia.

La pregunta es profunda y personal, no admite esquemas teológicos, sino respuestas nacidas de nuestra vivencia de Jesús.

¿Que supone Jesús en mi vida? ¿Que influencia tiene en mis decisiones? ¿Como marca mi manera de vivir?

Lo realmente importante es que le descubra vivo en medio de nosotros y con nosotros. Que vive en mí, camina conmigo, le hablo, me habla, se me da en el banquete de la Eucaristía, me topo con él, cuando realmente me encuentro con mis hermanos. Se extrañaban los romanos de que Pablo hablaba de "un cierto Jesús, ya muerto, del que decía que estaba vivo" ( Hech. 25. 19)

Queridos hermanos de la lista. Un cristiano es alguien que cree profundamente en el Cristo que vive. Una persona que va por la calle, o en el trabajo y en la casa ... y es capaz de detenerse y gritar ( con sus más insignificantes obras ) "No soy yo quien vive, es Cristo el que vive en mí"

Que María de Guadalupe, nos acompañe siempre.

Con mis pobres oraciones.

P. Rodrigo


23.2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

El primero de los textos con el que hoy nos encontramos pertenece al profeta Zacarías, uno de los llamados “menores” de la Biblia. Su obra se divide en dos partes. La primera (caps. 1-8) comienza con unos versículos introductorios; a continuación se despliegan ocho visiones en forma quiástica y se concluye con una acción simbólica, oráculos y declaraciones sobre el futuro mesiánico. Todo ello referido fundamentalmente al templo y a la era escatológica. Respecto a la segunda parte (caps. 9-14) se distinguen dos secciones, introducidas por la fórmula massa’ más una formulación del mensajero. La primera (caps. 9-11) está redactada en verso y en ella podemos distinguir tres temas: la instauración del plan de Dios sobre las naciones extranjeras junto a la alegría de Jerusalén al recibir al mesías que viene a establecer la paz y liberar a los oprimidos (9, 1-10, 2), Israel y Judá como instrumentos y beneficiarios de la salvación (10, 3-11, 3) y el tema del profeta como pastor en nombre del Señor (11, 4-17). La segunda sección (caps. 12-14) escrita en prosa, se organiza por medio del estribillo “aquel día sucederá...” o “en aquel tiempo habrá...”. Los temas de esta última sección giran en torno a la visión de Jerusalén asediada por las naciones, arrepentimiento del pueblo y acción de Dios en su favor.

La ubicación temporal de la primera parte del libro es precisa, abarca desde el mes de octubre del año 520 a.C. hasta noviembre del 518 a.C. Para el Deutero-Zacarías resulta imposible delimitar las coordenadas espacio-temporales. A pesar de algunas referencias histórico-geográficas (Tiglatpileser III, Sargón II, Alejandro Magno) lo más conveniente es pensar que nos encontramos ante diversos autores y unidades independientes que fueron posteriormente amalgamadas. La fecha que mejor cuadra para esta segunda parte del libro es la de la conquista de Alejandro Magno (entre el 332 y el 300 a.C.).

El texto que ocupa nuestra atención (Zac 12, 10-11) pertenece a la segunda sección de la segunda parte del libro. A su vez, estos dos versículos se insertan en una unidad más amplia que comprende 12, 1-13, 6. El contexto presenta un tema ya clásico, el asedio de Jerusalén por parte de los pueblos (Sal 46, 7; 48, 5; Ez 38, 14). A partir de aquí el profeta describe la transformación que el Señor realizará en el seno de la comunidad y su retorno hacia Dios a través de la oración y el arrepentimiento. Esta descripción se concreta sorprendentemente en los versículos 10 y 11. La imagen del que “traspasaron” resulta enigmática. El texto hebreo lo refiere a Dios mismo, sin embargo, los LXX y la Vulgata comprenden este verbo en sentido figurado y lo traducen como “aquel a quien insultaron”, suponiendo una rebelión contra Dios. Sin embargo, el hecho de que volvamos a encontrar el mismo verbo en 13, 3 ha hecho pensar que se trata de alguien concreto. Algunos han propuesto que se trata de Jeremías, o del rey Josías, muerto en Meguido (2Re 23, 29) o Zorobabel, gobernador de Israel en tiempos del profeta Ageo o a otros tantos personajes de Dios rechazados por su pueblo. Dado que no se puede precisar más, lo mejor es comprender esta figura como la imagen del Siervo sufriente de Isaías (Is 52, 13-53, 12) que será tomada también por el cuarto evangelista (Jn 19, 37), es decir, un testigo mártir que será reconocido cuando el pueblo retorne hacia Dios; entonces celebrará un gran duelo, como el del hijo único o el del primogénito. La alusión a Hadad-Rimón (v. 11) especifica plásticamente el llanto al que acaba de aludir y se puede estar refiriendo a la muerte de Josías en el valle de Meguido (2 Cro 35, 22) o a las ceremonias fúnebres que se tributaban a Baal en este mismo lugar.


Para continuar el estudio acerca del profeta Zacarías:


- ABREGO DE LACY, J.M., Los libros proféticos, Verbo Divino, Estella 1993, 241-245 y 254-257.

Se trata de un libro bastante completo. Junto al estudio del texto presenta bibliografía e indicaciones prácticas para trabajar el texto a nivel académico. No obstante, estos ejercicios prácticos que presenta pueden acomodarse para que sean trabajados por las comunidades.


- AMSLER, S., Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquíqas y algunos otros, (Cuadernos Bíblicos 90) Verbo Divino, Estella 1996, 17-35.

Al igual que toda la colección de Cuadernos Bíblicos, la lectura de esta obra proporciona los conocimientos esenciales acerca del profeta que estamos estudiando. Otra de las ventajas es que presenta textos y cuadros explicativos relacionados con la obra. Puede ser un texto enriquecedor para las comunidades que decidan trabajarlo.


- SICRE, J.L., Profetismo en Israel, Verbo Divino, Estella 1992.

Se trata de una obra de investigación que estudia los profetas bíblicos desde diversas perspectivas (la institución profética, la persona del profeta y su mensaje).

El segundo texto que centra nuestra atención es el Salmo 62. Corresponde al 63 en la ordenación de la Biblia Hebrea y está incluido a su vez en el gran cuerpo de los Escritos, donde se encuentra toda la literatura sapiencial y lírica, así como otros textos de tipo histórico-teológico y relatos edificantes y apocalípticos. A lo largo de la historia ha habido intentos de clasificación de los salmos atendiendo en muchos momentos a agrupaciones que están ya presentes en el mismo libro (salmos de David, de Coré, de Asaf, salterio elohista, cantos, himnos, poemas didácticos, etc.). De acuerdo a una antigua división, el salmo 62 pertenecería al segundo libro de los Salmos (el primero correspondería a los salmos 1-41, el segundo del 42 al 72, el tercero del 73-89, el cuarto del 90-106 y el quinto del 107-150). Sin embargo, estas divisiones no ayudan a comprender mejor estas composiciones, de ahí que la investigación se centre más en su substrato que parte del entorno cultural del antiguo Oriente próximo que se remonta hasta el segundo milenio a.C. y en una clasificación teológica en torno a dos polos: Jerusalén y la Ley. Pero tampoco es unánime la opinión de que los salmos estén directamente relacionados con la liturgia. Si bien son muchos cuya vinculación con el culto es clara, algunos entroncan con acontecimientos históricos determinados y otros son reflejo de una vasta gama de expresión religiosa desarrollada a lo largo de los siglos. Respecto a la fecha de composición del libro hemos de pensar en un arco de tiempo de varios siglos. Seguramente ya circularían algunas colecciones durante los siglos VI y V a.C., aunque la redacción definitiva no pueda situarse antes del año 300 a.C.


El Salmo 62 lleva el título de “Salmo de David cuando estaba en el desierto de Judá”, que para algunos refleja la situación descrita en 1Sam 23, 14. Se trata de una oración de confianza (cfr. Sal 4; 16; 52) desarrollada en torno al templo (no como lugar anhelado, sino hecho ya realidad), al Dios que sustenta la vida y a la relación íntima que une al orante con Dios. Se puede dividir en cuatro partes. La primera (“madrugar”) y la tercera (“velar”) arropan la segunda (en nuestro texto la tercera no está recogida), centrada en la contemplación y en una especie de banquete que motivan la alabanza. Hasta aquí se extienden los versículos propuestos para la liturgia de este día, aunque para su total comprensión hemos de tener en cuenta el resto del salmo que comprendería la cuarta parte que presenta el tema del perseguido (¿un rey o un sacerdote?) para quien el templo le ha servido de asilo. Es interesante fijarse en los elementos corpóreos que expresan la densidad de la confianza del salmista y son símbolos de su experiencia espiritual. Otros elementos importantes son los términos “Elohim” (aparece también al final), “nefesh” (puede significar “espíritu”, al contraponerse a “carne”, o bien “garganta” si se refiere a la sed), “contemplar” y “ver” (referidos a la gloria, bondad y lealtad divinas hacen pensar en textos como Ex 24, 11 y Sal 11, 7; 17, 15) y las expresiones “tu gracia vale más que la vida” (que puede estar expresando el valor que para el orante tiene alabar y bendecir al Señor o a la convicción veterotestamentaria de la imposibilidad de quedar con vida cuando se ha contemplado la gloria de Dios), “como de enjundia y de manteca” (posible alusión al sacerdote del templo y a los sacrificios que aprovechan al pueblo) y “tu diestra me sostiene” (punto de partida para la referencia a los enemigos que encontramos más tarde).


Para continuar el estudio:


- MORLA ASENSIO, V., Libros sapienciales y otros escritos, (Introducción al Estudio de la Biblia 5), Verbo Divino, Estella 1994, 289-456.

Estudia detenidamente los aspectos históricos, literarios y teológicos del libro de los salmos en general. Como otros trabajos de esta colección tiene la ventaja de ofrecer pistas para el trabajo personal que bien pueden ser aprovechadas para el trabajo en grupo y la reflexión comunitaria.


- PRÉVOST, J.P., Diccionario de los salmos, (Cuadernos Bíblicos 71) Verbo Divino, Estella 1991.

Como todos los Cuadernos Bíblicos su lectura es amena y clara. Presenta los términos más utilizados en el salterio y de mayor densidad teológica. Además de algunos cuadros orientativos ofrece algunas indicaciones para la oración y una reseña bibliográfica.


- SCHÖKEL, L.A.-CARNITI, C., Salmos (2 vols.), Verbo Divino, Estella 1992-1993.

Se trata de una obra de carácter científico que aborda en su primera parte las cuestiones relativas al libro de los salmos y el resto trata cada uno de ellos en su dimensión principalmente literaria. Ofrece también una traducción de los mismos. Resulta interesante dado que explora ampliamente los recursos poéticos de estas composiciones.

El tercer texto con el que nos encontramos es Gal 3, 26-29. La lectura de esta carta ya nos ha venido acompañando en domingos anteriores. La carta a los Gálatas está directamente relacionada con la de los Romanos. Ambas abordan el tema de la relación Ley y cristianismo, pero mientras Gálatas es una respuesta inmediata e impetuosa provocada por una situación concreta, Romanos es un escrito más sereno y ordenado. La región de Galacia se localiza en el centro de la actual Turquía. Sus habitantes estaban emparentados con los pueblos celtas que invadieron esta región antes del siglo IV a.C. A partir del año 25 a.C. formaron una provincia romana junto a las regiones de Pisidia, Frigia y Licaonia. Pablo se dirigió a algunas regiones de esta provincia romana ya en su primer viaje misionero (Gal 4, 13; Hech 13, 14-14, 20), alrededor del año 40, pero fue en su segundo y tercer viaje, durante los años 47-51 y 53-58 respectivamente (cfr. Hech 15, 36-18, 22 y Hech 18, 23-21-17) cuando evangelizó la región (Hech 16, 3; 18, 23). La ocasión de la carta, tal como se nos narra, vino provocada por las nuevas ideas que con la llegada de judíos o judaizantes habían penetrado en las comunidades (cfr. Hech 15, 1.5.24) y por su distanciamiento respecto a Pablo (Gal 4, 10.16-18; 5, 2; 6, 12). El apóstol tendría conocimiento de tal situación y compondría su carta durante su estancia en Éfeso (Hch 19, 10), entre el año 55 y 56,

La carta puede dividirse en las siguientes partes: Prólogo (1, 1-10), sección histórico-apologética (1, 11-2, 21), sección doctrinal (3, 1-5, 1), exhortaciones (5, 2-6, 10), conclusión y despedida (6, 11-18). El tema central es el de la relación que tiene la Ley en sentido farisaico (quien cumple la Ley queda justificado ante Dios) y la fe en Jesucristo. Su estilo es agresivo, tratando en todo momento de derrotar al enemigo utilizando todo tipo de argumentos (referencias a la Escritura o a la historia, evocaciones personales, argumentos rabínicos, ironías, etc.) que se desenvuelven en tonos que giran entre la maldición y la ternura.


Gal 3, 26-29 pertenece a la sección doctrinal de la carta. El texto es la conclusión a la que se llega a partir del razonamiento iniciado en 3, 15 desde donde se desencadena la descripción de una serie de elementos (muchos, Abraham, Ley, pecado, pedagogo, etc.) que se oponen a otros (uno, Cristo, testamento, justificación, hijos, etc.). En estos cuatro versículos la tesis principal del apóstol es mostrar que no existe distinción entre judíos y gentiles dado que el cristiano pertenece a una nueva creación. La expresión “hijos de Dios” detalla la dignidad de esta nueva creación. Dicha expresión, si bien está enraizada en la historia del pueblo de Israel (Ex 4, 22; Os 11, 1; Sab 2, 13.18) ahora es comprendida de forma nueva al situarse no en el ámbito de la Ley (circuncisión) sino en el de la fe en Cristo Jesús. El siguiente elemento importante del texto es el del “bautismo en Cristo”. Éste puede ser comprendido desde la fuerza de la expresión “revestido de cristo” (en cuanto el vestido forma parte de la personalidad, como aparece, por ejemplo, en 1Re 19, 19; 2Re 2, 13 y más concretamente en Rom 13, 14; Ef 4, 24; Col 3, 10 donde alude Pablo al vestido que Dios pone a Adán y Eva –Gen 3, 21) pero además, sitúa en el ámbito personal el significado de la primera expresión (cfr. Rom 6, 3s.). A continuación se detalla que la oposición de elementos “judíos-gentiles”, “esclavos-libres” y “hombres-mujeres” queda superada. Se trata de una de las implicaciones más tajantes de la participación en la nueva creación, y se extiende ahora al ámbito comunitario. Para terminar se recoge una de las imágenes que antes aparecía (Abraham y la promesa) comprendida desde el primero de los elementos del texto (“hijos de Dios”). En el capítulo cuarto desarrollará aún más su significado.


Para continuar el estudio:

- BOUTTIER, M.-BROSSIER, F.-CARREZ, M.-Y otros, Vocabulario de las epístolas paulinas, (Cuadernos Bíblicos 88) Verbo Divino, 1996.

Presenta los términos más utilizados por los escritos paulinos. Puede resultar interesante como pequeño libro de consulta para las comunidades o ser aprovechado para ir adquiriendo hábito de trabajo con estos textos en los distintos grupos.


- COTHENET, E., La carta a los Gálatas, (Cuadernos Bíblicos 34) Verbo Divino, Estella 1981.

Con su sencillez característica este cuaderno bíblico realiza un estudio siguiendo el orden de la carta. Además de los cuadros explicativos presenta reflexiones y cuestiones que bien pueden ser utilizadas en las comunidades.


- SÁNCHEZ BOSCH, J., Escritos paulinos, (Introducción al Estudio de la Biblia 7) Verbo Divino, Estella 1998, 253-280.

Se trata también de un estudio de la carta siguiendo su orden. Con algunas nociones previas puede ser comprendido y trabajado. Además ofrece también bibliografía y propuestas de trabajo.

Por último, el texto que nos presenta la liturgia de hoy es Lc 9, 18-24. El evangelio de Lucas forma parte de los llamados sinópticos. No nos vamos a detener en analizar las cuestiones relativas a esto, pero sí hemos de tener en cuenta, a la hora de estudiar los textos, que estos escritos parten de una abundante tradición escrita surgida de diversos ambientes y que los evangelistas seleccionaron este material de acuerdo a su finalidad. El propósito de Lucas, como él mismo indica, es el de dar a conocer de forma ordenada las enseñanzas recibidas (Lc 1, 1). El tema central del evangelio es, por tanto, la persona y obra de Jesús manifestadas en los anuncios del Antiguo Testamento, en su vida terrestre de Jesús y en el período que comienza a partir de la pascua. De ahí la segunda parte de su obra, el libro de los Hechos de los Apóstoles. En los prólogos de ambos libros el autor se dirige a la misma persona, Teófilo, siguiendo la costumbre de los escritos helenísticos, con la finalidad de narrar los “acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros” (vida de Jesús y nacimiento de la Iglesia) apoyado en la tradición y en los que fueron testigos oculares. La obra del tercer evangelio se puede estructurar en siete partes: Prólogo (1, 1-4), presentación de Jesús (1, 5-4, 13), actividad de Jesús en Galilea (4, 14-9, 50), viaje de Jesús a Jerusalén (9, 51-19, 28), actividad de Jesús en Jerusalén (19, 29-21, 38), pasión y resurrección de Jesús (22, 1-24, 49) y epílogo (24, 50-53). Como vemos, sigue prácticamente la misma línea de los otros dos sinópticos, aunque contiene abundante material propio como, por ejemplo, los relatos de la infancia (1-2), la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7, 11-17), la presencia de mujeres en el ministerio de Jesús (7, 36-8, 3), las parábolas de la misericordia (13, 22-18, 14), la peregrinación de Jesús a Jerusalén comprendida como una misión dirigida a toda la humanidad (9, 51-19, 44), etc. El tercer evangelista es muy cuidadoso del lenguaje, procurando cambiarlo a tenor de los diversos temas tratados o de los personajes que aparecen en escena. La fecha de composición de este evangelio se sitúa entre los años 80 y 90 a tenor de las referencias que hallamos en Hech 16, 10-17; 20, 5-15; 21, 1-18 o en Col 4, 14; Flm 23s.; Tim 4, 11.

El texto de Lc 9, 18-24 pertenece a la tercera parte del evangelio cuya finalidad es presentar a Jesús y su obra a través de distintos cuadros (presentación global de Jesús en Nazaret, presentación de las obras del profeta salvador, etc.), el último de los cuales corresponde a este texto y tiene el carácter de culmen de esta presentación: Jesús es el Mesías, el enviado por Dios para realizar su designio de salvación, respuesta a un interrogante muy vivo en muchos de los grupos religiosos de Israel en aquel momento. La escena, cuyo núcleo tiene sus paralelos en Mt 16, 13-20 y Mc 8, 27-30, puede dividirse en dos partes enlazadas por la expresión “y añadió”. La primera parte comienza presentando a Jesús orando para realzar la importancia del acontecimiento, como en el caso del bautismo y la elección de los doce (Lc 3, 21; 6, 12). A continuación Jesús formula una pregunta general a lo que los discípulos responden de la misma manera. Así llegamos al núcleo fundamental, por la pregunta personal de Jesús nos encontramos con la declaración de su identidad puesta en boca de Pedro. En los otros sinópticos la fórmula empleada es distinta, aquí Lucas es más solemne que Marcos e indica una relación particular entre Dios y Jesús, puesto que aunque no se afirme explícitamente la divinidad de Jesús, sí se recoge su mesianidad y, por lo tanto, que en él se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas del Antiguo Testamento. La prohibición final de Jesús tiene como finalidad que no se interprete su mesianidad en sentido político o triunfalista, su mesianismo no puede separarse del sufrimiento y de la muerte, motivo que le sirve para enlazar con la segunda parte. Aquí nos encontramos con dos declaraciones de Jesús. La que se refiere a sí mismo corrobora la prohibición anterior y se convierte en la primera predicción de su muerte (el tercer día puede entenderse literalmente o como semitismo, “unos días”). La segunda declaración emplea la expresión “llevar a cuestas” que se refiere no sólo a su viacrucis, sino al programa de los que se adhieran a él o la actitud permanente de la existencia cristiana. A partir de la segunda parte de la escena Jesús se dirigirá hacia Jerusalén y centrará en sus discípulos la revelación de su persona.


Para continuar el estudio:

- RODRÍGUEZ CARMONA, A., La obra de Lucas (Lc-Hech), en R. AGUIRRE MONASTERIO-A. RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, (Introducción al Estudio de la Biblia 6) Verbo Divino, Estella 1992, 277-388.

Es un estudio científico global del tercer evangelio y del libro de los Hechos. Trata los aspectos literarios, históricos y teológicos y ofrece bibliografía y propuestas para el trabajo de los textos.


- GEORGE, A., El evangelio según San Lucas, (Cuadernos Bíblicos 3) Verbo Divino, Estella 1981.

Es un documento importante por las mismas razones que ya hemos dicho al presentar otros Cuadernos Bíblicos.


- SALAS A., El mesianismo: promesas y esperanzas, (Curso Cómo leer el Antiguo Testamento 11) Fundación Santa María, Madrid 1990.

Es un libro denso que trata científicamente la cuestión del mesianismo en los principales textos judíos. Su brevedad (77 páginas) es una ocasión para que pueda ser trabajado en grupos de reflexión.


Comentario teológico

Una de las claves más importantes para comprender el conjunto de los textos de hoy es el sufrimiento.

El profeta Zacarías, desde una perspectiva escatológica, ha llegado a esta declaración de Dios tras haber detallado un panorama desolador. Jerusalén se verá cercada por sus enemigos y sus habitantes serán consumidos en pago por su olvido de Dios. Él mismo será quien lo permita. De este modo la dinastía de David podrá recibir el espíritu de gracia y de clemencia y se hallará capacitada para llorar hasta el extremo su extravío. El oráculo divino del profeta Zacarías responde a las coordenadas de pensamiento deuteronomísticas (alianza Dios-pueblo, pecado del pueblo, castigo, arrepentimiento y recuperación de la alianza) que están presentes en muchos de los libros del AT y que sirven para explicar muchas veces la situación de opresión que vivió Judá durante el destierro babilónico y la continua llamada a la fidelidad y la esperanza. Para definir los detalles que presenta el profeta, no tenemos más referencias que las del texto: Jerusalén es el pueblo, el traspasado el mismo Dios. El sufrimiento de Dios al verse rechazado por su pueblo se ha trocado en sufrimiento del pueblo.

El Salmo 62 desarrolla de forma intimista esta experiencia del sufrimiento. Para comprenderlo de esta manera hemos de leerlo focalizándolo hacia el final: el auxilio divino y la diestra que sostiene. Ahora es la experiencia personal la que habla del encuentro con Dios, su auxilio y protección refieren la existencia del dolor en la vida cotidiana al mismo tiempo que de la alegría (como de enjundia y manteca) que desemboca en pasión (tu gracia vale más que la vida).

En las palabras que Pablo dirige a los Gálatas el tema del sufrimiento podemos encontrarlo desarrollado desde una perspectiva eclesial. El sufrimiento del apóstol es provocado por el comportamiento de los Gálatas que tratan de separarse entre ellos mismos y de distanciarse de la iglesia. Por la participación en el misterio de Cristo muerto y resucitado se participa de una única promesa que llama a superar el sufrimiento que nace de la división y la separación.

Por último el evangelio desarrolla esta misma perspectiva desde una nueva comprensión del mesianismo de Jesús. A la afirmación entusiasta de Pedro se opone la declaración de Jesús. Al lado está la creencia en la llegada de un mesías de la estirpe de David que sometería a los pueblos en venganza por su acoso a Israel y, al final de los tiempos, un mesías sacerdote que dominaría sobre todo Israel y que conduciría a sus fieles al triunfo definitivo sobre la historia. Pero tampoco los seguidores de Jesús son llamados a formar un grupo triunfante. El triunfo y la resurrección anhelados nacen de la realidad del sufrimiento. De repente, éste es el elemento identificador del Mesías que había de venir y de sus seguidores. La historia es, ahora más que nunca, historia de Dios.

En ningún momento se está expresando que el dolor tenga por sí mismo sentido (en sí mismo es indicativo de separación, como hemos visto). Lo que se da es razón de esta experiencia desde distintas claves. No se comprende el sentido del sufrimiento sin la presencia de Dios, pero tampoco se llega a la alegría que nace de esta presencia sin la experiencia de dolor.


Para la revisión de vida

- Ante mis experiencias de sufrimiento me pregunto ¿qué habré hecho yo para merecer tal cosa? O más bien ¿qué es lo que Dios me quiere decir a través de esto?

- ¿Soy consciente del sufrimiento que provoco a los demás? ¿De qué manera?

- ¿Mi actitud en la comunidad a la que pertenezco ¿es una actitud de llevar a cabo el plan de Dios o de cargar mis sufrimientos sobre los demás?


Para la reunión de grupo

- ¿Qué definición podemos dar del sufrimiento? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué respuestas se han ido dando a partir de la fe? ¿Cuál debe ser la respuesta actual a estas situaciones desde nuestra fe?

- ¿En qué sentido es necesaria la experiencia del sufrimiento en el ámbito de la fe y del agradecimiento?

- ¿Qué significa la unidad dentro de nuestra Iglesia? ¿Es lo mismo unidad que uniformidad?

- A partir del texto evangélico, ¿cómo entendía Jesús su mesianismo?


Para la oración de los fieles

- Señor, te pedimos por los dolores de nuestra Iglesia, por las divisiones que siguen estando presentes. Ayùdanos a poner en Ti nuestras ilusiones. Que abandonemos la situación de injusticia económica, social o de cualquier tipo en las que aún seguimos viviendo.

- Te pedimos, Señor, por nuestra tierra, por las injusticias que padecen las personas que la habitamos. Danos la capacidad y la sabiduría para comprometernos con un mundo más solidario.

- Que nuestra comunidad, Señor, comprenda la alegría que nace de compartir el sufrimiento. Que encontremos tu voz en esas situaciones.

- El profeta Zacarías hablaba del arrepentimiento y del reconocimiento de Dios en la propia historia. Te pedimos, Señor, nos concedas la aceptación de nuestros errores.

- Por todos nosotros, por los niños, los jóvenes, por las mujeres y los hombres que queremos seguir al Maestro. Para que tomemos ejemplo de Jesús al llevar a cabo el plan de Dios.


Oración comunitaria

Gracias, Señor, por las enseñanzas que hoy nos transmites. Gracias porque podemos compartir contigo nuestros sufrimientos. Te pedimos que nos ayudes a mostrarnos disponibles a tu llamada y que nos des un corazón atento a los dolores de los demás y un espíritu de valentía para superar las situaciones de división que nos separan de tu Reino. Por Jesucristo Nuestro Señor.


24. Una encuesta, un compromiso, un misterio

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova

Reflexión

Después de la Cuaresma, la Pascua y las solemnidades que siguen inmediatamente al período pascual –Pentecostés, Santísima Trinidad, Corpus Christi y Sagrado Corazón de Jesús— reanudamos nuevamente el itinerario litúrgico del tiempo “ordinario”.

Y el Evangelio de este domingo me trae a la memoria una experiencia de mi niñez que se me quedó muy grabada. Recuerdo que, cuando yo estudiaba la primaria, nuestro profesor nos mandó un día hacer una encuesta. Era la tarea que debíamos llevar la siguiente vez a la clase de religión. Cada uno de nosotros teníamos que preguntar a treinta personas –familiares, vecinos y gente de la calle— quién era Jesús para ellos.

Por la tarde de aquel mismo día, inicié mi recorrido “periodístico”. Yo vivía en un pueblecito de unos 25.000 habitantes, muy católico. Todas las respuestas fueron, pues, doctrinalmente muy correctas.

Pero yo creo que, si realizáramos hoy la misma encuesta en Norteamérica o en las grandes ciudades de cualquier país de la Europa “pluralista” y secularizada –por no decir de Asia—, escucharíamos respuestas bastante variopintas: desde el hombre excepcional, el maestro y modelo de buenas costumbres, el revolucionario y reformador de la sociedad; pasando por el Cristo poético y romántico al estilo “hippy” –el Jesus Christ Super Star de los años setentas— o el Jesús deformado por las diversas filosofías e ideologías; hasta llegar al Cristo visto por hombres y mujeres de fe, pero de distinto credo y religión. Un teólogo católico contemporáneo, el P. Javier García, presenta un abanico muy interesante de posibilidades en su libro: “Jesucristo, Hijo de Dios, nacido de mujer”.

Jesús fue el primero, en la historia del cristianismo, en llevar a cabo una encuesta o un “sondeo de opinión” acerca de su propia persona. Y sus discípulos se manejaron en aquella ocasión con bastante desenvoltura.

Pero los resultados de la sociología y de las encuestas no le interesan a Jesús. Lo que a Él realmente le importa es la respuesta personal: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” –les pregunta a sus apóstoles—. Sin duda, esa pregunta les provocó un silencio embazoso. Hasta que Pedro, armándose de valor, se pronunció en nombre de los Doce: “Tú eres el Mesías de Dios”.

Pues también ahora Jesús nos plantea este mismo interrogante a cada uno de nosotros, a ti, que estás leyendo ahora este artículo: “Y tú, ¿quién dices que soy yo?”. Aquí no se valen las respuestas evasivas, ambiguas o de mero “compromiso”. Ni tampoco espera Cristo respuestas teóricas, académicas y doctrinalmente “correctas”. Él no quiere ver qué es lo que “sabemos” sobre Él, sino lo que realmente creemos y testimoniamos –con nuestra fe, nuestras obras y nuestra vida entera— acerca de Él.

De verdad, ¿quién es Jesucristo para nosotros? Es un interrogante existencial, que hay que responder desde el fondo de nuestra conciencia, a solas con Cristo, mirándole directamente a los ojos. Y hay que darla con el corazón. Es una pregunta que requiere un verdadero compromiso personal y vital con el Señor. Una respuesta que debe cambiar toda nuestra existencia, nuestros criterios y comportamientos “mundanos”, para comenzar a asemejarnos un poco más a Él en nuestras palabras, gestos, pensamientos y acciones concretas de cada día.

Pero a continuación viene la siguiente escena, que es desconcertante para nuestras categorías humanas: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Pedro le acaba de proclamar el Mesías de Dios. La narración del evangelio de san Mateo es mucho más fuerte que la de Lucas.

Después de la confesión de Pedro, en efecto, Jesús lo felicita, lo llama bienaventurado y le otorga los poderes del Primado sobre los demás apóstoles. Enseguida, Jesús les comunica el primer anuncio de la pasión. Y Pedro trata de disuadirlo y de apartarle de ese camino. Es entonces cuando Jesús reacciona de un modo enérgico llamándolo “Satanás” porque no entiende las cosas de Dios; es decir, el valor de la cruz.

Seguir a Jesús no es –glosando las palabras de aquel famoso rey azteca— como “estar en un lecho de rosas”. Ser discípulo de Cristo, ser auténtico cristiano, no siempre es cosa fácil. Porque muchas veces nos exige ir “contra corriente” y plantar cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana –o sea, “mundana”, sensual y naturalista— propia del mundo y de la cultura de nuestro tiempo. Ser un cristiano de verdad es un compromiso exigente. Y en ocasiones también misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de actuar no son como los de los hombres, ni siempre inteligibles para nuestra razón.

Vivir el Evangelio exige mucha fe porque Dios es misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el misterio. Y exige también mucha valentía, generosidad y amor porque, para hay que seguir a Jesús por la vía de la cruz: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Tenemos que pasar por el misterio de la cruz, del dolor y del sufrimiento para poder llegar hasta Él, para tener vida eterna, para ayudarle en la redención de la humanidad. Y sólo con mucha fe y con un amor muy grande y generoso, la cruz no será para nosotros un motivo de escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de santificación.

¡Una encuesta, un compromiso, un misterio! Éste es el reto que Cristo hoy nos presenta. Ojalá que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos “cristianos”. O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado.


25. CLARETIANOS 2004

Y VOSOTROS... ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

"Los cristianos" vamos diciendo a los demás quién es Jesús: ¡de una manera u otra, con unas palabras u otras, con unos gestos u otros! Nuestra vida y actuación es como un Evangelio en el que está escrito quién es Jesús. Aunque nos amenaza el peligro de ser un evangelio apócrifo, nuestro deseo es ser evangelio auténtico, anuncio fidedigno de Jesús.

"La gente", es decir, todos aquellos a quienes ha llegado de alguna manera la influencia de Jesús, tienen un cierto conocimiento de él, de su persona. Es un conocimiento que brota de su experiencia, de aquello que ven y que interpretan de acuerdo con sus esquemas culturales. En tiempos de Jesús la gente tenía un altísimo concepto de Jesús. Llegaban a pensar -tal como nos dice hoy el Evangelio- que era como un gran profeta "redivivo", "vuelto a la vida". Decían que era nada más y nada menos que Elías, Jeremías o uno de los profetas que había vuelto a la vida. La gente de nuestro tiempo también admira a Jesús, e incluso a su misma madre, hasta la superstición. La gente se emociona ante las películas que lo representan, las estatuas, cuadros e imágenes que lo evocan, los textos sagrados que nos hablan de él. Lo consideran como la aparición de la mejor profecía dentro de nuestro mundo.

Esto no impide que Jesús también hoy nos dirija la misma pregunta que dirigió a sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". No se trata de hacer o elaborar una respuesta académica, dogmática, de poner uno tras otro los artículos del Credo oficial. La pregunta podría ser traducida también así: "Y vosotros, ¿de quién vais hablando por ahí cuando decís que habláis de mí? ¿de qué Jesús habla vuestra conducta, vuestra forma de sentir, vuestra forma de pensar? La respuesta que se pide no es solo cuestión de ortodoxia y precisión teológica, sino de una vida que transparente al verdadero Jesús.

Habla bien de Jesús no quien lo ha estudiado, o quien está bien informado, sino aquella persona que ha sido agraciada con una revelación interior y personal, proveniente del Abbá y del mismo Jesús. ¡Así le sucedió a Pedro!: "Eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre". Y ¡a Pablo!: "cuando Dios Padre tuvo a bien revelar en mí a su Hijo" (Gal 1, 15-16) El Abbá revela a su Hijo en el Bautismo, en la Transfiguración: "Este es mi Hijo..."yo lo he engendrado hoy... escuchadlo". Quien ha sido agraciado con esta revelación puede ir por ahí anunciando a Jesús. En ésto consiste la quintaesencia del Bautismo-Confirmación: ¡ser agraciada, agraciado con la revelación del Hijo por parte del Abbá! Hasta que ésto no suceda uno está bautizado todavía de forma provisoria, ¡todavía no se ha cerrado el pacto, la Alianza!

Jesús, además, se autorevela y añade su contribución a la revelación que viene del Abbá. Se revela como el Hijo del hombre apocalíptico. ¡Esto es muy serio! porque corrige una visión esplendorosa e imperialista del Hijo de Dios, Hijo de David, que -por cierto- tenían Pedro y los discípulos. Jesús se revela como aquel Hijo de Dios que entra en el drama de los perdedores dentro de la historia humana, como aquel que se olvida de sí mismo para defender la causa de los otros, como aquel que estará dispuesto a morir por los demás y nunca a matar para él sobrevivir e imponerse. Jesús se autorevela como aquel que será víctima de la injusticia, del acoso de las autoridades religiosas de Israel. Esta autorevelación de Jesús a sus apóstoles le causó tal impresión a Simón Pedro que se opuso abiertamente a Jesús.... y Jesús a él hasta llegar a decirle: "¡Apártate de mí, Satanás!".

No es extraño, entonces, que inmediatamente después de esta revelación Jesús hable de cómo ha de hablar de Él su verdadero discípulo: "que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Aquí nos habla Jesús de una persona que no es egocéntrica, que separa constantemente su "ego" de los centros de poder y de admiración, que es dejada aparte con su cruz y sacada de la escena de los vencedores, que entra en el espacio liberador del Hijo del hombre y está dispuesta a perderlo todo. ¿Quién decís vosotros que soy yo? La pregunta adquiere en el contexto de estas palabras toda su fuerza.

No necesitamos palabras que nos hablen de Jesús, ni matizaciones teológicas, ni formulaciones ortodoxas, sino actitudes que nos hablen de Él y lo anuncien en toda su verdad. Decimos quién es Jesús, el Hijo de Dios e Hijo del hombre, anunciamos la verdad de Jesús, cuando:

-renunciamos a la pompa, a las ostentaciones de poder, a la búsqueda del prestigio mundano de nuestra iglesia, a la acumulación de dinero, a la defensa excesiva de nuestros derechos y privilegios;

-hablamos más de Dios que de la religión, más del Espíritu que de la espiritualidad; más de las personas que de política;

-como Jesús estamos dispuestos a pasar, a renunciar, a irnos para que venga el Espíritu, para que llegue a su Iglesia una nueva etapa: "Os conviene que yo me vaya";

-no hacemos distinciones entre unos y otros, entre judíos y gentiles, esclavos y libres, mujeres y hombres;

-renunciamos a elegir a los de nuestra propia cuerda y dejamos de lado a otros "proscritos", para que la iglesia sea la de Jesús y no la de "nuestra imagen y semejanza": "¡todos somos hijos de Dios... todos hemos sido revestidos de Cristo".

¿Quién decís vosotros que soy yo? Es una pregunta que hoy no podemos obviar. Nos tiene que doler en lo más profundo del corazón que la gente aprecie "tanto" a Jesús y "tan poco" a su Iglesia. Pidamos al Señor el don de la humildad que nos haga olvidarnos de nosotros mismos, de nuestras instituciones, de nuestra autoproyección. Pidamos un Espíritu de clemencia y gracia, que vaya diseñando en nuestras conductas al auténtico Jesús, Hijo de Dios y del Hombre. Vayamos al manantial donde se purifican todos los pecados e impurezas, que es el mismo Jesús, Palabra de Vida y su Espíritu.

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES