35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
30-35


30. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentario general

Sobre la Primera Lectura (Jer 20, 10-13)

Es una página autobiográfica del gran Profeta. Vemos en ella el vaivén de sentimientos que le embargan a través de las difíciles circunstancias en las que debe ejercer su misión.

Jeremías siente corno nadie el amor a la Tierra Santa: a su historia, a sus tradiciones, a su Capital, a su Templo. Y, portavoz de Yahvé, sólo puede ofrecer a su auditorio perspectivas seguras de destrucción y desolación: «Siempre que hablo tengo que gritar: ¡Ruina y devastación! " (20, 8) Este mensaje del Profeta escandaliza al Rey, a la corte, a los sacerdotes, al pueblo. La Teología oficial proclamaba muy ufana: Ni Sión, ni el Templo, ni la Dinastía de David pueden perecer. Dios faltaría a su palabra. Por tanto, hay que acallar la voz de aquel Profeta de calamidades. Jeremías tiene que sufrir esta imposición de la ley del silencio porque su mensaje no se acomoda a los gustos y criterios del ambiente y de la moda. Pero no es fácil encadenar y amordazar a un Profeta. Jeremías, consciente de que todos traman contra él, fiando en Dios, es fiel a su misión (11).

El vigor del Profeta arranca de la conciencia segura de su vocación y misión que implica la continua asistencia divina; de ahí su firme confianza, que expresa así: «Yahvé está conmigo» (11). Todos están contra él. No importa; con él está Dios. Tenía muy presente la promesa que le hizo Dios en los inicios de su difícil ministerio: «Irás a todos aquellos a quienes te enviaré y dirás todo cuanto te ordenaré. No los temas, porque Yo estoy contigo. Oráculo de Yahvé» (Jer 1, 7). El auténtico enviado y profeta no se entretiene en adular al auditorio ni se apoya en la popularidad. Proclama fielmente la Palabra de Dios y se apoya únicamente en el Señor que le envía.

En la oración de Jeremías (11. 12) no falta la imprecación contra sus adversarios. No nos extrañe que el A. T. no alcance la cima que aún para nosotros en el N.T. nos resulta tan difícil. Será Jesús el que pedirá para sus adversarios el perdón del Padre (Lc 23, 34) y nos abrirá nuevos caminos. Han sido la doctrina y los ejemplos de Jesús los que han cambiado el rostro del dolor. Jesús nos enseña a gozarnos en la persecución y a orar por los perseguidores.

Sobre el Evangelio (Mt 10, 23-33)

En el N.T. los mensajeros del Evangelio sufrirán persecuciones; es la comunión con la función de Cristo; es la comunión con el misterio Redentor de Cristo:

Deber de los mensajeros de Cristo es exponer con claridad y audacia (= parresia) a todos los hombres el mensaje del Evangelio (26). Faltarían a su misión si lo ocultaran o mutilaran.

Si la proclamación del mensaje desencadena contra ellos la persecución, deben refugiarse en la confianza filial en el Padre (30. 31). Y deben poner su mirada en el premio que les espera si son valientes y fieles (33), y en el castigo que van a sufrir si son cobardes (32),

El mensaje del N. T. se concentra en Cristo (32, 33). Es a Cristo a quien debemos predicar. La Teología es eminentemente cristiana. Cristo es Camino, Verdad, Vida. Quien se encuentra con Cristo se encuentra con la Vida. Y sin Cristo no hay vida posible. Sólo en el Hijo hallamos al Padre. De ahí la ineludible urgencia de que todos los mensajeros del N.T. anuncien y prediquen a Cristo a todos los hombres. Pero es la «Iglesia toda la que colabora a la conversión de los pecadores con la caridad, el ejemplo y la oración» (L.G. 11). Todos en la Iglesia debemos ser mensajeros de salvación con la caridad, la palabra, el ejemplo, la oración.

A todo seguidor de Cristo, y más a los que han de ser sus ministros y sus misioneros, se les exige: Valentía y fortaleza. Para ser valientes precisan: Ideas, claras, ideales altos, fidelidad a toda prueba.

En el confusionismo ideológico, en la vulgaridad y mediocridad de horizontes, en la adaptación fácil y en el hedonismo, no pueden surgir héroes.

Nuestra era con sus ambigüedades teológicas, con sus rebajas de las exigencias evangélicas, con sus adaptaciones a toda moda y corriente, ridiculiza a los héroes de la santidad; y a quienes no se someten a la tiranía de la moda, los margina y los obliga a enmudecer. Mas, como es imposible encadenar la luz, así lo es apagar el fulgor del genuino testigo del Evangelio.


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San Agustín

LA VIDA DEL ALMA (Sermón 65)

Sobre las palabras del evangelio de San Mateo (Jn. 25): No queráis temer los que matan el cuerpo, etc. En una fiesta de mártires.

1. TEMOR CONTRA TEMOR.

Las divinas palabras leídas nos enseñan a no temer temiendo y a temer no temiendo. Y echasteis de ver, cuando se leía el evangelio, cómo nuestro Señor Dios, antes de morir por nosotros, quiso darnos fortaleza encareciéndonos que temamos y avisándonos que no temamos. Porque dijo: No queráis temer a los que matan el cuerpo, mas son incapaces de dar muerte al alma. Ahí nos aconseja no temer, según veis. Ved dónde nos aconseja el temor: Temed, sí, a quien tiene facultad de mandar al infierno el alma y el cuerpo. Luego temamos para que no temamos. El temor parece de cobardes; el miedo parece de flojos, no de valientes; pero mirad qué dice la Escritura: El temor del Señor, esperanza de fortaleza. Temamos, pues, para que no temamos; o sea, temamos sabiamente para que no temamos neciamente. Los santos mártires, por razón de cuya celebridad se tomó esto del evangelio, temiendo no temieron; porque a Dios le temieron y de los hombres se rieron.

2. INOFENSIVIDAD DE LOS HOMBRES

¿Qué hay en efecto, para el hombre de temer en los hombres? Y ¿Cómo puede un hombre amedrentar a otro? Para darle temor, le dice: "Yo te mato", sin ver el amenazante que puede ir al sepulcro delante. "Yo te mato" dice. ¿Quién lo dice? ¿A quién lo dice? Oigo a dos: Uno, que amedrenta; otro que se amedrenta; de los cuales uno es fuerte, otro es débil, pero ambos mortales. ¿Qué se pavonea y engríe de poder hacer y acontecer, si en los dos es igual la debilidad de la carne? Amenace sin temor de muerte el exento de la muerte; porque, si quien amenaza teme lo mismo con que amenaza, vuelva los ojos a sí y compárese al amenazado; y pues hallará en ambos idéntico metal, pídale a Dios una compasión igual. Hombre que amenaza a un hombre, criatura que intimida a una criatura: eso es él; dos criaturas, en fin, mas una inflada bajo la mano del Criador, otra que se refugia en el Criador.

3. CAUSA DEL VALOR MATERIAL.

Frente a frente dos hombres, pues, el valentísimo confesor de la fe puede hablarle así al otro: "Yo no temo porque temo". Tú, si aquél (señalando al cielo), si aquél no quiere, no harás lo que amenazas; pero las amenazas de Dios nadie impedirá se cumplan. Además, ¿a qué se reduce tu acción, supuesto se te permita llevar adelante tus amenazas? Tus dardos en la carne se clavan; el alma bien segura está. ¿Cómo herir a quien no ves? Lo que yo veo en ti, amedra lo que tú ves en mí; ambos, sin embargo, tenemos un invisible Criador, a quien ambos debemos igual temor; un Criador que hizo al hombre de un elemento visible y otro invisible; lo visible, de la tierra lo formó; lo invisible con su aliento lo animó. Y esta substancia invisible, o digamos el alma, que puso en pie la caída tierra, nada teme cuando das golpes a la tierra. Podrás herir la morada, ¿puedes al morador? Un lazo los une que, si es cortado, huye, invisible, a ser invisiblemente coronado. ¿Qué amenazas, pues, si al alma no puedes hacerle nada? Y por los merecimientos de lo invisible, a quien no puedes hacer nada, resucitará esto visible contra lo que puedes algo. Por los méritos del alma, en efecto, resucitará también la carne y le será devuelta al morador, no ya para caer de nuevo, sino para seguir eternamente en pie. Mira la razón (hablo por boca del mártir), he ahí por qué aun las amenazas contra la carne misma me tienen descuidado. Esta carne mía bajo tu poder la tienes; mas el Criador del cielo me tiene contados hasta los cabellos de la cabeza. ¿Cómo temeré la pérdida de la carne, si no perderé un cabello? ¿No ha de cuidar mi carne quien así conoce lo sin valor alguno? Este cuerpo puede ser herido y muerto; será ceniza unos años, pero será inmortal eternamente. Mas ¿a quién sucederá esto? ¿A quién se le devolverá para vida eterna el cuerpo asesinado, aniquilado, aventado? ¿A quién se le devolverá? Al que no temió perder la vida, al que no temió la occisión de la carne.

4. EN QUÉ MODO SEA INMORTAL EL ALMA.

Se dice, hermanos, ser el alma inmortal, y lo es efectivamente, a su modo; es un principio vital cuya presencia vivifica la carne. La carne, en efecto, vive por acción del alma. Esta su vida no puede morir, y, en consecuencia, el alma es inmortal. ¿Por qué, pues, dije a su modo? Oíd la razón. Hay una inmortalidad verdadera, una inmortalidad que es la invariabilidad absoluta, sobre la cual dice el Apóstol, hablando de Dios: El es el único que posee la inmortalidad, a quien no vió ninguno de los hombres, ni puede verle; a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. Por tanto, si únicamente Dios posee la inmortalidad, cierto es mortal el alma. Ved por qué dije ser el alma inmortal a su modo. También puede morir. Entiéndalo bien vuestra caridad, y no haya lugar a disputas. Yo me atrevo a decir que el alma puede morir; puede ser muerta. Sin duda es inmortal; pero yo me atrevo a decir que, aun siendo inmortal, puede morir, en atención a lo cual dije antes: Hay una cierta inmortalidad, o sea, una invariabilidad absoluta, que únicamente posee Dios, de quien se dijo: El cual, y él solo, posee la inmortalidad. Si, pues, el alma no puede recibir la muerte, ¿cómo dijo el Señor cuando nos atemorizaba: Temed a quien puede darles al alma y al cuerpo la muerte del infierno?

5. CÓMO PUEDE MORIR EL ALMA.

Mas hasta ahora sólo he sentado la cuestión, sin resolverla. Probé que al alma se le puede inferir la muerte, y sólo un alma impía es capaz de contradecir al Evangelio. Ahora se me ocurre, ahora, en este momento, se me viene a la inteligencia lo que voy a deciros: sólo un alma puede contradecir a la vida. El Evangelio es vida; la impiedad e infidelidad son muerte para el alma. Ved cómo puede morir aun siendo inmortal. ¿Cómo inmortal? Por haber en ella siempre una suerte de vida inextinguible. ¿Cómo, pues, muere? No cesando de ser una vida, sino perdiendo la vida. En efecto, para una cosa, para el cuerpo, el alma es la vida; mas también ella, el alma, tiene su propia vida. Observad el orden de las criaturas; la vida del cuerpo es el alma; la vida del alma es Dios. Y así como en el cuerpo hay una vida, o digamos el alma, que hace no muera el cuerpo, así ha de haber en el alma una vida, o digamos Dios, para que no muera el alma. ¿Cuándo muere el cuerpo? En dejándolo el alma. En dejando, digo, el alma al cuerpo, éste muere; y quien algo antes atraía el afecto, yace ahora cadáver despreciable. Allí están los miembros: los ojos, los oídos... ; pero éstas son las ventanas de la casa; el inquilino se fue. Quien a un muerto llora, en balde grita junto a las ventanas de su morada; no hay dentro nadie que le oiga. ¡Qué de cosas no le dice el amor del lloroso, cuántas va nombrando, cuántas va recordando y cómo, enajenado, dis, por el desvarío de su dolor, habla y habla cual si le oyera, siendo así que habla con un ausente!. Va enumerando sus virtudes, va refiriendo las pruebas de amor que le había dado. "Tú, eres tú quien me dijiste aquello, y esto, y lo de más allá; tú fuiste quien de tal modo y de tal otro me hiciste conocer tu amor". Pero si, echando un freno al desvarío del dolor, reflexionas, advertirás que ya se fue quien te amó, y en vano golpeas a la puerta de la morada, que no puedes hallar sino deshabitada.

6. INDICIOS DE LA MUERTE CORPORAL Y ESPIRITUAL.

Volvamos al asunto de que ahora poco iba yo tratando. Murió el cuerpo. ¿Razón? Por ausencia de su vida, esto es, del alma. Vive el cuerpo, y es uno impío, infiel, duro para creer, de hierro para enmendar sus costumbres... ; entonces, aun viviendo el cuerpo, está muerta el alma, por quien el cuerpo vive. Es el alma un ser tan excelente, que, aun muerta ella, todavía es capaz de comunicarle al cuerpo la vida. Tan grande cosa, digo, es el alma, tan excelente criatura, que, aun muerta, puede vivificar la carne. El alma, en efecto, del impío, la del infiel, la del malvado, la del obstinado, está muerta; con todo, aun muerta ella, el cuerpo vive por ella. Ella mueve las manos a la acción, los pies a la ambulación, los ojos a la visión, los oídos a la audición; discierne los sabores, rehuye los dolores, apetece los deleites. Todo esto indica la vivencia del cuerpo y su causa: la presencia del alma. Si preguntare yo: "Este cuerpo, ¿vive?", se me respondería: "Mirándole andar, oyéndole hablar, viéndole actuar y desear esto y rechazar aquello, ¿no deduces que vive?" Por estas obras del alma, que dentro tiene su asiento, deduzco el vivir del cuerpo. Ahora interrogo al alma misma si vive. También ella tiene funciones específicas, manifestación de su vida. Si los pies andan, entiendo por ahí que vive el cuerpo, mas por la presencia del alma. Indago si el alma vive. Estos pies andan. Este solo movimiento me basta para saber cuál es la vida del cuerpo y cuál la del alma. Si los pies andan, luego el cuerpo vive. Mas ¿adónde van? A un adulterio, se me responde. Pues entonces el alma está muerta, porque la Escritura, la Verdad misma, dijo: Muerta está la viuda que se da a los placeres. Siendo, pues, tan grande la distancia entre los placeres y el adulterio, ¿cómo puede un alma vivir en el adulterio, si por sólo vivir en placeres ya está muerta? Está, pues, muerta. Y, sin embargo, ni aun haciendo eso está muerta. La oigo hablar, luego vive su cuerpo, porque la lengua no pudiera moverse dentro de la boca, ni formarla, cada uno en su sitio, los sonidos articulados, si dentro no morase alguien que usara la lengua cual un músico su instrumento. Sí; lo comprendo muy bien. Gracias al alma, habla y vive el cuerpo. Mas yo pregunto si el alma vive también. ¿Habla el cuerpo? Luego vive. ¿Qué habla? Lo mismo que, hablando de los pies, decía yo: Andan, luego el cuerpo vive, y preguntaba adónde iban, para deducir si vivía el alma también; así ahora, oyendo al que habla, infiero que su cuerpo vive, mas deseo saber qué habla para saber si también el alma vive. "Habla la mentira". "Pues si habla la mentira, está muerta". ¿Cómo demostrarlo? Preguntemos a la Verdad misma: La boca mentirosa, dice, mata el alma. Pregunto: ¿Por qué está muerta el alma? Insisto en la interrogación de poco ha: ¿Por qué está muerto el cuerpo? Porque se ausentó el alma, su vida. ¿Por qué está muerta el alma? Porque la dejó su vida, Dios.

7. CUÁN DE LLORAR SEA LA MUERTE DEL ALMA.

Con estas breves nociones por delante, sabed ya y tened por cierto que, si el cuerpo sin alma está muerto, muerta está el alma sin Dios. Todo hombre sin Dios tiene muerta el alma. Si, pues, lloras al muerto, llora, y más, al pecador, al impío, al sin fe. Dice la Escritura: El duelo por un muerto dura siete días; el duelo del necio y del impío, todos los días de su vida. ¿Cómo decir que tienes entrañas de compasión cristiana si, llorando el cuerpo de donde se retiró el alma, no lloras el alma de donde se retiró Dios? Afianzado en esta verdad, puede responder el mártir a quien le amenaza: ¿Por qué me fuerzas a negar a Cristo? ¿Voy a negar la verdad por tus violencias? Si me niego a ello, ¿qué harás tú? Herirás mi cuerpo para que se aleje de aquí el alma; este cuerpo, empero, es el albergue de un alma que no es imprudente que sabe lo que se hace. Tú quieres herir mi cuerpo; ¿quieres, además, que intimidándome con este maltratar mi cuerpo y separarle del alma, hiera yo mi alma separándola de mi Dios? No temas, no, confesor de la fe, la espada del tirano; teme a tu lengua, porque a ti mismo puedes herirte y darte muerte, no al cuerpo, sino al alma. Teme no caiga tu alma en la muerte del infierno.

8. MUERTE ETERNA DEL CUERPO Y DEL ALMA.

De ahí que diga el Señor: Temed más bien a aquel que tiene facultad para darles al alma y al cuerpo la muerte de la gehena. ¡Cómo! Cuando el impío sea enviado al fuego del infierno, ¿arderá su alma en aquel lugar como su cuerpo? La muerte del cuerpo es la pena eterna, la muerte del alma es la ausencia de Dios. Si quieres idearte la muerte del alma, oye al profeta, que dice: Desaparezca el impío para que no vea la claridad del Señor. Tema, pues, el alma su propia muerte, y no tema la muerte de su cuerpo. Porque, si temiere, su propia muerte y viviere unida a su Dios, procurando no echarle de sí por el pecado, merecerá recibir su cuerpo al fin de los siglos, no para tormento suyo, como los impíos, sino para vivir eternamente, como los justos. Y porque los mártires temieron aquella muerte y amaron aquella vida de allá y esperaron las promesas de Dios, despreciaron las amenazas de los perseguidores, merecieron ser coronados junto a Dios y nos dieron a nosotros ocasión de solemnizar sus fiestas.


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Dr. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

INSTRUCCIONES DE JESÚS A SUS APÓSTOLES: TERCERA PARTE: MT. 10, 24-42

Explicación. — Contiene esta última parte las instrucciones relativas a todas las predicaciones del Evangelio. Así Jesús ha formulado la carta magna de la evangelización del mundo, para mientras viva él, para luego de su muerte y para la sucesión de los siglos. Como en la segunda parte, la idea dominante es la de los deberes apostólicos en medio de las contradicciones de todo género.

Anunciadas las persecuciones a sus apóstoles, Jesús les da las siguientes interesantísimas lecciones:

PRIMERA: Les anima con el ejemplo de sí mismo y el pensamiento de la Providencia del Padre sobre ellos (24-31). — Jesús es el Maestro, el Señor, el Padre de familias; los apóstoles son los discípulos, los siervos, los domésticos; por ello no deben creerse de mejor condición que quien les envía; serán tratados como el mismo Jesús: No está el discípulo sobre el maestro, ni el siervo sobre el señor. Vendrán las persecuciones; no deben por ello desalentarse, sino gloriarse en ser iguales que el maestro: Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. A Jesús, que es el padre de la gran familia humana, "Padre de los tiempos futuros'

(Is. 9, 6), tuvieron sus perseguidores la procacidad de llamarle Beelzebub, mote que equivale a "padre de las moscas", "señor de la mansión" (del infierno), "dios del estercolero”; cosas más graves deberán esperar aún los apóstoles, auxiliares y domésticos de Jesús: Si llamaron Beelzebub al padre de familias: ¿cuánto más a sus domésticos? De estas palabras de Jesús ha nacido el valor inconmovible del apostolado cristiano, en la tesis (Rom. 5, 3; 1 Petr. 4, 14, etc.) y en el hecho de la evangelización del mundo.

Esta conformidad con Cristo debe quitarles todo temor: socios de la tribulación, lo serán asimismo del triunfo: Pues no los temáis. Como Jesús ha sido el grano de trigo escondido en las entrañas de la tierra, para ser luego proclamado ante la faz del mundo como redentor de los hombres, así los apóstoles serán perseguidos, en su persona y en sus doctrinas; pero éstas se abrirán paso, y los que las sembraron serán considerados como bienhechores de la humanidad: Porque nada hay encubierto que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de saber. Por ello, sin temor alguno, con el espíritu abierto, lo que Jesús ha enseñado en el pobre rincón de la Palestina, deben ellos predicarlo bajo todo cielo, en todo el mundo: Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz: y lo que les ha comunicado en las confidencias del trato íntimo que con ellos ha tenido; habrán de anunciarlo en los lugares públicos, para ser oídos de todos: Y lo que oís al oído, predicadlo sobre los tejados, que en la Palestina eran planos, lugar de reunión y de conversación con los vecinos de otras casas y de la calle.

Dos motivos podrían tener de temor, en la predicación del Evangelio; lo que pudiesen hacerles los hombres y lo que les puede hacer Dios. El temor humano deben desecharlo, porque son cosas temporales y breves las que los hombres pueden infligir; por ello hay que desestimarlas, predicando con toda confianza y audacia: Y no temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma. Por el contrario, deben temer a Dios vengador, que puede castigar todo el ser de los negligentes o apóstatas, alma y cuerpo, con los tormentos eternos: Temed antes al que puede echar el alma y el cuerpo en el infierno.

No sólo es el temor lo que debe incitar a los apóstoles al cumplimiento de su ministerio: es la benigna y suavísima providencia de Dios, que les rodeará de toda suerte de cuidados, haciendo que todo se les convierta en bien; lo que prueba Jesús con una comparación pintoresca: ¿Por ventura no se venden dos pajarillas por un cuarto: y uno de ellos no caerá sobre la tierra sin disposición de vuestro Padre? Véndense dos pájaros por un as, que es la menor de todas las monedas (6 a 7 céntimos), lo cual significa la vileza de estas bestezuelas; con todo, ni un pajarillo muere sin la voluntad y beneplácito de Dios: ¿cuánto más cuidará de hombres racionales, partícipes de su poder y sus plenipotenciarios en la Evangelización del mundo? Tanto cuida de ellos Dios, que conoce sus cosas más insignificantes y superfluas: Aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Lo que está minuciosamente contado se guarda con cuidado; conociendo el Padre hasta las cosas mínimas de sus apóstoles, nada tienen éstos que temer, siendo sin comparación más dignos que los pajarillos: No temáis, pues, porque mejores sois vosotros que muchos pájaros.

SEGUNDA: Obligación y premio de confesar virilmente la fe (32-36). — Este aviso va dirigido a todos, apóstoles y creyentes. Quien viviendo en Cristo lo confesare públicamente, no sólo en el secreto de su corazón, con la palabra y con las obras, Cristo le reconocerá como suyo ante el Padre, y le dará testimonio de su nombre y de su vida ante Dios, y le dará una participación de su herencia: Todo aquel, pues, que me confesare delante de los hombres, lo confesaré yo también delante de mi Padre, que está en los cielos. En la hipótesis contraria, será negado y condenado: Y el que me negare delante de los hombres, lo negaré yo también delante de mi Padre, que está en los cielos. .

De esta necesidad de la pública confesión, y de los peligros de la negación de la fe, se colige que habrá discordia entre creyentes y no creyentes; las luchas más enconadas, que repercuten en todo orden de la vida, son las luchas de ideas. Ello no debe sorprender a los apóstoles; ni es contrario a la paz del reino mesiánico, que no puede implantarse sin lucha con el mal y con las pasiones sus aliadas. De esta lucha, Jesús es la causa motiva, no la eficiente: por su predicación ha venido la guerra buena, en substitución de la paz mala. No penséis que vine a traer paz a la tierra: no vine a traer paz, sino espada, emblema de la guerra. Esta lucha puede entablarse entre individuos de la misma familia, si unos creen y otros no: Porque vine a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra; la juventud contra la mayor edad, la pasión contra la serenidad de la fe. Todas las revoluciones intelectuales comienzan por la juventud; así se verificarán las palabras de Miqueas, 7, 6: Y los enemigos del hombre, los de su casa.

Lecciones morales. — A) v. 24. — No está el discípulo sobre el maestro... — Gran consuelo y motivo de fortaleza es para predicadores y simples fieles el pensamiento de que jamás podremos aventajar a Jesús en sufrir persecuciones, oprobios y tormentos. De nada quiso eximirse, no obstante que su carácter de Señor, Maestro y Jefe de la gran familia humana, Hijo de Dios y Dios verdadero, parece le autorizaba a no someterse a las durísimas condiciones que quiso tolerar. Para que entendamos que la contradicción es el patrimonio natural de los que en nombre de Cristo ejercen un apostolado, o simplemente quieren llevar una vida ajustada a las normas de la de Jesús. A pesar de ello, muchos cristianos, invirtiendo los términos en forma lamentable, creen poder seguir un camino de bienandanzas que no quiso para sí el Hijo de Dios, cuya vida de evangelizador fue colmada de calumnias, denuestos, coacciones, insidias, etc.

B) v. 25. — Bástale al discípulo ser como su maestro... — El Señor, que es la luz eterna, el jefe de los creyentes y el padre de la inmortalidad, dice San Hilario, quiso aliviar los futuros trabajos de sus discípulos antes que los sufrieran; porque no deja de ser gran consuelo y título de honor el igualarnos a nuestro Señor, hasta en los padecimientos. Pero hemos llegado ya al punto deplorable de que nadie quiera gloriarse en los sufrimientos, aunque sean germen de gloria y marca de nuestra semejanza con Jesús, prefiriendo vivir según nuestras comodidades y caprichos, tal vez pactando paces vergonzosas con los enemigos de Cristo, aun a trueque de no parecernos a nuestro Maestro y Señor y de no recibir el premio que sólo se da a sus discípulos y siervos.

C) v. 29. — ¿Por ventura no se venden dos pajarillas por un cuarto...? — ¡Cuánta confianza en la divina Providencia deben engendrar en nuestras almas estas palabras de Jesús! Un pajarillo se estima en nada, por la abundancia, por la insignificancia por la inutilidad; y Dios cuida de él; El da su alimento a los polluelos de los cuervos, dice el Salmista; y no consienta muera un pajarillo sin su voluntad. Y nosotros, racionales, inmortales, redimidos con la sangre de Cristo, herederos del cielo, ¿podríamos ser abandonados por nuestro Padre?

D) v 32. — Todo aquel que me confesare delante de los hombres... — Se entiende aquí por confesión la pública profesión de lo que en el corazón creemos, y que es condición indispensable de nuestra salvación. La fe debe ser integral: no debe solamente informar el pensamiento y la voluntad sino la palabra y las obras. Toda la vida es solidaria. Ni podríamos ser buenos creyentes si no lleváramos hasta sus últimas consecuencias la fe que profesamos. Y estas palabras de Jesús, dice el Crisóstomo, se dirigen no sólo a los apóstoles, sino a todos los creyentes, para que tengamos la virilidad de nuestras creencias, y al exteriorizarlas sin rebozo entre los hombres, no sólo les enseñemos la verdad, sino que les persuadamos a practicarla.

(Tomado de El Evangelio Explicado Vol.II Cuarta Edición. Editorial Casurellas-Barcelona, 1949, Pág. 331-338)


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SANTO TOMÁS de Aquino

EL TEMOR DE DIOS

1. Doble temor de Dios

1.° Temor filial y temor servil

Temor servil es aquel "por el que uno teme ser castigado por Dios" (2-2 q.7 a.1).

"Temor filial es aquel por el que uno teme separarse de Dios ó por el que rehuye compararse a Dios, reverenciándole al mismo tiempo, en cuanto que por la fe tenemos esta apreciación de Dios, de que es El un bien inmenso y altísimo, del cual es un gravísimo mal separarse, y querer igualarse a él es malo" (ibid.).

"Si, pues, uno se convierte y adhiere a Dios por el temor de la pena, habrá temor servil; si por temor de la culpa, temor filial, pues a los hijos pertenece temer la ofensa del padre" (2-2 q.19 a.2 c).

2.º Se diferencian específicamente

"El objeto propio del temor es el mal. Y puesto que los actos y los hábitos se distinguen según sus objetos, es necesario que, según la diversidad de males, difieran también en especie los temores. Pero difieren específicamente el mal del castigo, rehuido por el temor servil, y el mal de la culpa, evitado por el temor filial. Por lo tanto, es evidente que el temor servil y el filial no son lo mismo en sustancia, sino que difieren en especie" (2-2 q.19 a.5 e).

"El temor servil y el temor filial no tienen la misma relación a Dios; pues el temor servil mira a Dios como autor de las penas, y el filial, no como principio activo de la culpa, sino más bien como a término del que rehuye separarse por la culpa. Por consiguiente, de la identidad de este objeto, que es Dios, no resulta la identidad de la especie, puesto que también los movimientos naturales se diferencian en especie por la relación a algún término, porque no es lo mismo en especie el movimiento que proviene de la blancura que el que tiende hacia ella" (ibid., ad 2).

"La relación del siervo al señor es por la potestad del señor, que somete al siervo a su persona; pero la relación del hijo respecto del padre es al contrario, por el afecto del hijo, que se somete a aquél. Por consiguiente, el temor servil pertenece a otra esfera, porque no incluye en su razón la caridad" (ibid., a.2 ad 3).

3.º El temor servil procede del amor propio

"El temor servil es originado del amor de sí mismo, puesto que es el temor de la pena, que es un detrimento de nuestro bien propio" (2-2 q.19 a.6 e).

"Distínguese el temor de la pena sustancialmente del temor casto, puesto que el hombre teme el mal penal no porque le separe de Dios, sino en cuanto es nocivo a su propio bien, sin que por eso constituya su fin en este bien" (ibid.).

4.º Es en sí bueno y compatible con la caridad

"El temor del castigo puede coexistir con la caridad, como también el amor de sí mismo; porque hay la misma razón para que el hombre desee su bien que para que tema ser privado de él. Mas el amor de sí puede referirse a la caridad de tres modos: 1.° Es contrario a la caridad, en cuanto que una persona constituye su fin en el amor de su bien propio. 2.° Se incluye en la caridad cuando el hombre se ama por Dios y en Dios. 3.° Se distingue de la caridad, pero no la contraría, por ejemplo, cuando uno se ama según la razón de propio bien de tal modo, sin embargo, que no constituye su fin en este su propio bien. Así también se puede amar al prójimo con otro amor especial, además del de la caridad, que se funda en Dios; como cuando se ama al prójimo por los servicios que nos ha hecho, por consanguinidad o alguna otra condición humana, que sea, sin embargo, referible a la caridad. Así, pues, también el temor de la pena se incluye de un modo en la caridad, pues separarse de Dios es cierta pena que la caridad rehuye principalmente, por lo que esto pertenece al temor casto. En otro sentido, el temor es contrario a la caridad, en cuanto que rehuye uno la pena contraria al propio bien natural como principal mal contrario al bien que uno ama como fin; y en este concepto el temor de la pena no está acompañado de la caridad" (ibid.).

5.º El temor filial tiene dos actos

"El temor filial tiene dos actos: reverencia a Dios y temor de la separación del mismo" (1-2 q.67 a.4 ad 2).

6.º No contraría a la esperanza

"El temor filial no es contrario a la virtud de la esperanza, pues por el temor filial no tememos que nos falte lo que esperamos obtener por el auxilio divino; pero tememos sustraernos a este auxilio, puesto que el temor filial y la esperanza están ligados entre sí y se perfeccionan mutua-mente" (2-2 q.19 a.9 ad 1).

2. Objeto del temor

1.° Es Dios en cuanto que puede castigar

"Así como la esperanza tiene dos objetos, de los cuales uno es el mismo bien futuro, cuya adquisición espera uno, y el otro el auxilio de alguien, por el cual está a la expectativa de alcanzar lo que espera; así también el temor puede tener dos objetos: uno, el mismo mal que rehuye el hombre, y otro, aquello de lo que puede provenir el mal. Luego, por el primer modo, Dios, que es la bondad misma, no puede ser objeto de temor. Pero del segundo modo sí puede serle, en el sentido de que puede amenazarnos algún mal procedente de Dios o en relación con El. En efecto, Dios mismo puede infligirnos un mal de pena, el cual no es un mal simpliciter, sino sólo secundum quid, y es un bien simpliciter. Pues llamándose bien lo que se ordena a un fin, y mal lo que implica privación de este orden, es un mal absoluto lo que excluye el orden al fin último, como es el mal de culpa. Mas el mal de pena es ciertamente malo en cuanto priva de algún bien particular, y es, sin embargo, un bien absoluto en cuanto que depende de su ordenación al último fin" (2-2 q.19 a.1 c).

2.° La justicia divina. es objeto del temor, como la misericordia, de la esperanza

"En Dios hay que considerar la justicia, según la cual castiga a los pecadores, y la misericordia, según la cual nos libra. Según, pues, la consideración de la misma justicia, surge en nosotros el temor; pero según la consideración de su misma misericordia, la esperanza. Así, según diversos conceptos, Dios es objeto de esperanza y de temor" (ibid., ad 2).

3.º El temor no es una virtud teológica

"El objeto propio y principal del temor es el mal que uno rehuye, y por este modo Dios no puede ser objeto de temor" (ibid., a.9 ad 2).

"El amor tiene más razón de virtud que el temor, puesto que el amor mira al bien, al que principalmente se ordena la virtud según su propia esencia, y por esto también la esperanza se considera como virtud; mas el temor mira principalmente al mal, cuya fuga implica, y, por tanto, es algo menor que la virtud teologal" (ibid., ad 3).

3. Causa del temor

1.° El amor es causa del temor, y accidentalmente el tensor produce amor

"El objeto del temor es aquello que se estima como un mal futuro cercano, al que no puede resistirse con facilidad; y, por lo tanto, aquello que puede inferir tal mal es la causa eficiente del objeto del temor, y, por consiguiente, del temor mismo; y lo que contribuye a disponer al individuo, de manera que el objeto sea tal a su parecer, es la causa del temor y de su objeto, como disposición material, y así el amor es causa del temor; porque del hecho de que uno ame un bien determinado, se sigue que mire como malo lo que es causa de la privación de este bien y que, por consiguiente, lo tema como un mal" (1-2 q.43 a.1 c).

"El temor se refiere directamente y por sí al mal que rehuye, el cual se opone a un bien amado; y así el temor nace directamente (per se) del amor. Pero secundariamente mira aquello por cuyo medio proviene tal mal. Y, desde este punto de vista, el temor a veces produce accidentalmente el amor; esto es, en el sentido de que el hombre, que teme ser castigado por Dios, guarda sus preceptos, y de esta manera comienza a esperar, y la esperanza infunde en él el amor, como se ha dicho (ibid., q.40 a.7 ad 1).

2.° La fe produce el temor

"El temor es un movimiento de la potencia apetitiva. Pero el principio de todos los movimientos apetitivos es el bien o el mal conocido. Luego es preciso que el principio (del temor y de todos los movimientos apetitivos sea algún conocimiento. Pero por medio de la fe se verifica en nosotros un conocimiento de algunos males penales que se infieren según el juicio divino; y de esta manera la fe es causa del temor con el que uno teme ser castigado por Dios, cuyo temor es servil.

Es también causa del temor filial, por el que uno teme separarse de Dios y por el que rehuye compararse a El, reverenciándole, en cuanto por la fe tenemos este juicio de Dios, que es un bien inmenso y altísimo, del cual es un gravísimo mal separarse, y querer igualarse a él es malo. Pero del primer temor, a saber, del servil, es causa la fe informe; y del segundo temor, esto es, del filial, es causa la fe formada, que por medio de la caridad hace que el hombre se adhiera y se someta a Dios" (2-2 q.7 a.1 c).

4. Eficacia del temor en el arrepentimiento del pecado

"El temor de Dios conduce a evitar todo pecado, porque, como se dice (Prov. 15,27), por el temor del Señor todos se desvían del mal; y por esto el temor hace evitar la negligencia, no porque la negligencia se oponga directamente al temor, sino en cuanto éste excita al hombre a los actos de la razón. Así que también se ha demostrado, al tratar de las pasiones, que el temor incita a tomar consejo" (2-2 q.54 a.2 ad 4).

DON DE TEMOR DE DIOS

1. El temor filial es don del Espíritu Santo

"El temor de Dios, que se cuenta entre los siete dones del Espíritu Santo, es el temor filial o casto. Se ha dicho ya que los dones del Espíritu Santo son ciertas habituales perfecciones de las potencias del alma que las disponen a recibir bien los impulsos del Espíritu Santo, como las virtudes morales hacen a las potencias apetitivas aptas para ser bien movidas por la razón. Pero, para que una cosa sea movida bien por algún motor, se requiere primeramente que no repugne estarle sumisa ni le resista, porque de la repugnancia del móvil al motor se impide el movimiento. Esto, pues, lo produce el temor filial o casto, en cuanto que por él tememos a Dios y rehuimos separarnos de El. Por consiguiente, el temor filial ocupa como el primer lugar entre los dones del Espíritu Santo, si seguimos un orden ascendente, y el último lugar, si lo seguimos en línea descendente" (2-2 q.19 a.9 c).

2. En los bienaventurados existe en cuanto reverencia» a Dios

"El temor servil, o el temor de la pena, en manera alguna existirá en la patria, pues se excluye tal temor por la seguridad de la bienaventuranza eterna, que es de esencia de la misma. Pero el temor filial, así como aumentará aumentando la caridad, así también se perfeccionará perfeccionándose la caridad. Por consiguiente, no tendrá en el cielo el mismo acto en absoluto que al presente tiene"(ibid., a.11 e).

3. Perfecciona la esperanza y la templanza

"El don de temor tiene principalmente por objeto a Dios, cuya ofensa evita, y en este concepto corresponde a la virtud de la esperanza, como se ha dicho (q.19 a.9 ad 1); y secundariamente puede tener por objeto todas las cosas que uno rehuye para evitar la ofensa de Dios. El hombre, empero, necesita sobre todo del temor divino para huir de las cosas que le atraen con más fuerza, las cuales son el objeto de la templanza; por cuya razón a ésta corresponde también el don de temor" (2-2 q.141 a.1 ad 3).

4. El don de temor es como un principio de humildad contra la soberbia

"El principio de la soberbia del hombre es apostatar de Dios (Eccli. 10,14), esto es, no querer someterse a El, cosa que se opone al temor filial, que teme a Dios; y así el temor excluye el principio de la soberbia, por lo cual se designa como su contrario. Sin embargo, no se sigue que sea lo mismo que la virtud de la humildad, sino que es su principio; porque los dones del Espíritu Santo son los principios de las virtudes intelectuales y morales, pero las virtudes teologales son principios de los dones" (2-2 q.19 a.9 ad 4).

5. Temor y amor

"Hay dos clases de temor de Dios, según lo dicho (a.2 y 4) : uno filial, por el que se teme la ofensa del padre o la separación del mismo; el otro servil, por el que se teme la pena. El temor filial, empero, es necesario que crezca al crecer la caridad, como el efecto crece creciendo la causa; pues cuanto más ama uno a otro, tanto más teme ofenderle y separarse de él. Pero el temor servil, en cuanto al servilismo, es totalmente destruido al sobrevenir la caridad. Permanece, sin embargo, según la sustancia, el temor de la pena, como se ha dicho (a.6). Y este temor se disminuye creciendo la caridad, sobre todo en cuanto al acto; puesto que cuanto más ama uno a Dios, tanto menos teme la pena: primeramente, porque atiende menos al propio bien al que ea contrario la pena; y en segundo lugar, porque, adhiriéndose más firmemente a Dios, confía más en el premio y, por consiguiente, teme menos la pena" (ibid., a.10 e).

6. El temor es el principio de la sabiduría

"El comienzo de la sabiduría, según su esencia, son los primeros principios de la sabiduría, que son los artículos de la fe, ,y, según esto, la fe se llama principio de sabiduría. Pero, en cuanto a su efecto, el comienzo de la sabiduría es la operación por donde ella comienza, y de este modo el temor es el principio de la sabiduría. Sin embargo, uno es el temor servil y otro el temor filial. Porque el temor servil es como el principio que dispone exteriormente a la sabiduría, en cuanto que uno se retira del pecado por temor del castigo y se hace apto con esto para el efecto de la sabiduría, según aquello (Eccli. 1,27) : El temor del Señor expele el pecado. Pero el temor casto o filial es principio de la sabiduría como primer efecto de ella. Pues, perteneciendo a la sabiduría que la vida humana sea regulada según las razones divinas, es preciso tomar por principio que el hombre tema a Dios y se someta a El. De esta manera, pues, será regulado según Dios en todas las cosas" (ibid., a.7 e).

(Tomado de Verbum Vitae IV, BAC, pág.600-606)


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San Juan Crisóstomo

HOMILÍA XXXIV (Mat. X. 25)

(...) No les dice: seréis muertos, sino que con la solemnidad que convenía les declara todo diciendo: No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, y al alma no pueden matarla. Temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna. Y así según su costumbre, endereza el discurso a lo contrario. Porque ¿qué quiere decir? ¿Teméis la muerte y por tal motivo os mostráis perezosos en la predicación? Pues bien: precisamente por este motivo habéis de predicar, por temor de la muerte. Predicar será lo que os libre de la muerte. Y aunque os han de dar la muerte, cierto que no podrán dominar vuestra parte superior, aunque se empeñen en eso con todas sus fuerzas.

Y no les dijo: pero no matarán el alma, sino: No pueden perderla. Porque aun cuando ellos lo quisieran, no podrán destruirla. De modo que si temes los suplicios, más has de temer eso otro que es mucho más grave. ¿Ves cómo no les promete que los librará de los peligros, sino que les promete que no morirán, dándoles así mucho más que si no permitiera los peligros? Porque mucho más es el persuadidos que desprecien la muerte, que no el salvarlos de la muerte. De modo que propiamente no los lanza a los peligros, sino que los hace superiores a los peligros; y con breves palabras pone en su interior la doctrina de la inmortalidad del alma. Puesto ya en ellos, con dos o tres palabras, ese dogma saludable, luego pasa a consolarlos con otras razones. De nuevo les habla de la providencia de Dios, para que no piensen que serán muertos y degollado como gente abandonada. Les dice: ¿no se vende dos pajarillos por un as? Sin embargo, no uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. Como si dijera: ¿hay algo más vil que los pajarillos? Pues nunca caerán en la red sin que Dios lo sepa.

Y no dijo que cayeran por obra de Dios, cosa no digna de Dios; sino que a Dios nada de cuanto se hace se le oculta. Pero si nada ignora de cuanto sucede, y a vosotros os ama con una sinceridad mayor que la de un padre; y de tal modo os ama que aun tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, nada hay que temer. Y lo dijo, no porque Dios se entretenga en contar los cabellos, sino para declararles el claro conocimiento que de ellos tiene y su gran providencia. Conocimiento de Dios todo cuanto se hace, y queriendo que nos salvemos y pudiendo El hacerlo, cuando algo padezcáis no penséis que lo padecéis en absoluto abandono. No intenta librarlos de los males, sino persuadiros de que los despreciéis, porque esto es la verdadera liberación de los males.

No temáis, pues ¿acaso no aventajáis vosotros a los pajarillos? ¿Observas cómo ya se había apoderado de ellos el temor? Conocía Jesús los secretos pensamiento y por esto añadió: No temáis, pues. Aun cuando los adversarios prevalezcan, prevalecerán en la parte inferior que es el cuerpo; el cual, aun en el caso que ellos no lo maten, las leyes naturales lo destruirán. De manera que en realidad los adversarios ni sobre el cuerpo tienen potestad: es la naturaleza la que se proporciona. Y si temes esa potestad, mucho más debes temer, por ser cosa de mayor importancia, al que puede perder en la gehennas el cuerpo y el alma. (...)


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P Juan Lehman V.D.

¡Labios, abríos!

El Cardenal Rauscher, Arzobispo de Viena (+ 1875), decía en 1869: "Antaño el silencio era uno de los medios más excelentes de progresar en el camino de la virtud. Hoy, en cambio, las cosas han variado de tal modo que se pueden ganar muchos méritos hablando. No se necesitan siempre doctas palabras, ni mucha sabiduría: basta que se hable con decisión y convencimiento". ¿No es esto lo que está sucediendo actualmente? Se charla mucho, pero se habla poco de lo que fuera menester hablar; y en particular los católicos se callan cuando no deberían hacerlo; se podría creer a veces que son mudos, o que no existen. A esos católicos, mudos como peces, se dirige el Señor exclamando: ¡Efeta! ¡Abríos! ¡Hablad!

1° Para alabar a Dios.

2° Para confesar la fe.

3° Para defender la moral.

1° Hablad para alabar a Dios. — a) Exhortaciones. Al comenzar el rezo del Breviario dice el Sacerdote: "Abrid, Señor, mi boca para alabar vuestro santo nombre".

Así deberíamos todos orar. ¡Abramos los labios para alabar a Dios desde la madrugada, diciendo "Todo para gloria de Dios!". ¡Abramos los labios para rezar por la noche: "Gracias te doy, Dios mío, porque me has conservado este día!". ¡Abramos los labios para rezar antes y después de cada comida! ¡Abramos los labios para orar y cantar en la casa del Señor!

Dios nos dio la lengua y el habla para alabar y bendecir y pronunciar su santo nombre con respeto y devoción. "¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su santo nombre, en el cielo y en la tierra, ahora y por toda la eternidad!

¡Gloria y honor, gracias y honra sean dados a la Santísima Trinidad!

¡Que todo el universo aumente, Señor, vuestra gloria!".

La última palabra del convertido Conde Federico Stolberg (+ 1819) fue: "¡Alabado sea Jesucristo!".

Debiéramos estar siempre cantando: "Santo, Santo, Santo", o "Gloria", o el "Benedícite", o el "Tedéum".

Los Cartujos sólo abren los labios para orar y cantar. Fuera de eso guardan absoluto silencio. San Baldomero, artesano de una aldea próxima a Lyón, en el sur de Francia ( + 669) comenzaba su trabajo con estas palabras: "En nombre de Dios.

¡Gracias y loores sean dados a Dios!". Y repetía con frecuencia estas palabras. Muchas veces dirigiéndose a sus compañeros de trabajo les decía: "Vamos, hijos míos, comencemos en nombre de Dios".

Murió por fin en un monasterio, como piadoso monje, repitiendo: "¡Gracias y loores sean dados a Dios!". Imitemos tan bello ejemplo.

2º Hablemos para confesar la fe. — a) Palabras de Cristo. No debemos avergonzarnos de confesar nuestra fe, "porque quien se avergonzare de mi y de mis palabras, de ese tal se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su majestad, y en la de su Padre, y de los santos ángeles" (Luc., 9, 26). "A todo aquel que me reconociere delante de los hombres, yo también le reconoceré delante de mi Padre que está en los cielos. Mas a quien me negare delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mat., X, 32, 33), Algunos quieren, como en otro tiempo el orador romano Mario Victorio ser cristianos "pero sólo en secreto, y no en público". Mas esto no es posible. Es necesario: ¡confesar la fe! ¡abrir los labios! ¡Todos pueden y deben saber que sois católicos!

El gran estadista inglés Sir Roberto Peel, hallábase un día en cierta elegante tertulia, donde se comenzó a hacer burla de la religión cristiana. Durante algún tiempo permaneció callado; pero por fin se levantó y les dijo: "Discúlpenme; soy cristiano". E inmediatamente dió a su cochero la orden de partir. Este resuelto proceder del primer ministro causó profunda impresión en los circunstantes (Spirago). Así obraba un protestante. ¿Y vosotros. católicos, os avergonzaréis de confesar que sois católicos' ¡Abrid vuestros labios para confesar la fe!

¡Hable también vuestra boca en defensa de la fe! ¡No debéis callaros cuando la fe, la Iglesia, los sacerdotes son calumniados o injuriados! Hablad, sin temor. Hablad con toda calma, pero firme y decididamente. Eso es de gran efecto. Si nosotros los católicos, nos callamos, los adversarios gritarán más fuerte.

Es necesario, como tan felizmente dijo una vez el gran estadista alemán Windthorst (+1891), es necesario "repetir el catecismo que nuestros adversarios no conocen".

A imitación de los Apóstoles ante el Sanedrín, debemos exclamar: "¡No podemos callar!".

En una reunión electoral nacional-socialista efectuada en Bamberg el año 1929, el jefe comunista Geyer ofendió al Prelado Leicht de la manera más indigna. Nególe el derecho de hablar sobre la reforma del divorcio y dijo textualmente: "Un hombre que no tiene hijos, al menos oficialmente...". Una tempestad de aplausos resonó en la sala, donde había mayoría de católicos. Mas he aquí que se levanta un protestante, el Dr. Buttmann y dice con visible emoción: "Acabo de oír aquí, en Bamberg, burlarse de un modo indigno y soez del celibato, institución de la Iglesia Católica, ante la cual, aunque soy protestante, me inclino respetuoso, y veo que el público aplaude la burla regocijado. ¡Qué caramba! Yo combato al Sr. Obispo y sus ideales políticos, pero no permito que se toque a su honra personal. ¡Jamás hubiera creído posible que estos Señores aplaudiesen a un hombre, que sube a esa tribuna para burlarse tan vil e indignamente!".

¡Un protestante tomando la defensa, y los católicos callando! ¿No es cosa triste?

3° Abrid los labios para defender la moral. — a) Deber. Ante los falsos principios que sustenta el mundo acerca de la familia y educación de los hijos, y ante la creciente inmoralidad de la moda, de los cines, de las diversiones, de las playas, etc., no es posible ya callar. ¡Tenemos el deber de abrir los labios para salvar lo que fuere posible! ¡Abrid, padres, los labios; hablad a vuestros hijos! ¡No debéis tolerar modas indecentes, ni relaciones precoces! Mirad no os suceda lo que al sacerdote Helí, que por ser débil con sus hijos, por no castigarlos como debía, por no corregirlos, por callarse, fué castigado por Dios.

¡Maestros, Superiores, educadores, abrid vuestros labios! No os calléis a vista de las faltas y negligencias de aquellos que os están confiados. ¡Amigos, abrid vuestros labios! Decid a vuestro camarada: ¡no puedes continuar así, deja eso, corrígete, confiésate!

¡Exhortad, avisad, amonestad, reprended! ¡Patronos, abrid vuestros labios ante vuestros empleados! Es falso que no tenéis nada que ver con el comportamiento de vuestros subordinados, fuera de las horas de trabajo. ¡Sacerdotes, confesores, hablad! No podéis callaros ante los vicios y pecados. "Clama, no ceses: haz resonar tu voz como una trompeta, y declara a mi pueblo sus maldades" (Is., 58, 1).

¡Prefectos, Diputados, Senadores, Estadistas, abrid vuestros labios en las reuniones parlamentarias! Pecáis gravemente si os calláis ante la injusticia.

Escuche el mundo o no escuche, debéis hablar, debéis poner coto a la corrupción de las costumbres. Debéis levantar vuestra voz. ¡Cuando un hombre no tiene el valor de combatir la inmoralidad, no tiene derecho a decir que quiere el bien del pueblo!

El duque Carlos Augusto de Weimar, gran protector de los poetas Schiller, Goethe, Herder y Wieland, se entretenía una vez contando anécdotas inmorales en extremo ante un grupo de jóvenes oficiales. Nadie se atrevía a replicar al Príncipe, cuando he aquí que se levanta el Barón de Stein y le dice: "Considero inconveniente e indigno de un Príncipe alemán proferir tales palabras ante estos jóvenes oficiales". ¡Imitadlo! ¡Abrid vuestros labios!

Se ha dicho con frase feliz: "La palabra es plata, el silencio oro". Es verdad; pero también es verdad que el callar en ciertas ocasiones no sólo no es plata, sino que es un gran pecado, mientras que entonces la palabra es oro.

La Sagrada Escritura nos dice: "Hay tiempo de callar y tiempo de hablar".

Ambas cosas son buenas según las circunstancias. Dos lenguas se han conservado incorruptas por un milagro del cielo: la de San Juan Nepomuceno y la de San Antonio de Padua; la del primero por callar, la del segundo por hablar.

Ahora, católicos, es para nosotros el tiempo de hablar. Por eso ¡abramos los labios para alabar a Dios! ¡Abramos los labios para confesar y defender la fe! ¡Abramos los labios para defender las buenas costumbres!

¡Omnipotente Salvador, obrad un nuevo milagro! ¡Haced que hablen todos los católicos mudos! ¡Pronunciad sobre ellos vuestro clamoroso "Efeta" —¡Abríos"! ¡Qué se pueda decir de todos: "Se les soltó el impedimento de la lengua y hablaban claramente! ".

(Salió el Sembrador…, Tomo III Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947 Pag. 489-495)


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Juan Pablo II

BEATIFICACIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS
JOSÉ APARICIO SANZ Y 232 COMPAÑEROS MÁRTIRES EN ESPAÑA

Homilía del Santo Padre Juan Pablo II
Domingo 11 de marzo de 2001

Amados hermanos y hermanas:

1. "El Señor Jesucristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa" (Flp 3,21). Estas palabras de San Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos recuerdan que nuestra verdadera patria está en el cielo y que Jesús transfigurará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso como el suyo. El Apóstol comenta así el misterio de la Transfiguración del Señor que la Iglesia proclama en este segundo domingo de Cuaresma. En efecto, Jesús quiso dar un signo y una profecía de su Resurrección gloriosa, en la cual nosotros estamos llamados también a participar. Lo que se ha realizado en Jesús, nuestra Cabeza, tiene que completarse también en nosotros, que somos su Cuerpo.

Éste es un gran misterio para la vida de la Iglesia, pues no se ha de pensar que la transfiguración se producirá sólo en el más allá, después de la muerte. La vida de los santos y el testimonio de los mártires nos enseñan que, si la transfiguración del cuerpo ocurrirá al final de los tiempos con la resurrección de la carne, la del corazón tiene lugar ya ahora en esta tierra, con la ayuda de la gracia.

Podemos preguntarnos: ¿Cómo son los hombres y mujeres "transfigurados"? La respuesta es muy hermosa: Son los que siguen a Cristo en su vida y en su muerte, se inspiran en Él y se dejan inundar por la gracia que Él nos da; son aquéllos cuyo alimento es cumplir la voluntad del Padre; los que se dejan llevar por el Espíritu; los que nada anteponen al Reino de Cristo; los que aman a los demás hasta derramar su sangre por ellos; los que están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que -en pocas palabras- viven amando y mueren perdonando.

2. Así vivieron y murieron José Aparicio Sanz y sus doscientos treinta y dos compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos. Fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia. Todos ellos, según consta en los procesos canónicos para su declaración como mártires, antes de morir perdonaron de corazón a sus verdugos.

La lista de los que hoy suben a la gloria de los altares por haber confesado su fe y dado su vida por ella es numerosa. Hay treinta y ocho sacerdotes de la Archidiócesis de Valencia, junto con un numeroso grupo de hombres y mujeres de la Acción Católica también de Valencia; dieciocho dominicos y dos sacerdotes de la Archidiócesis de Zaragoza; cuatro Frailes Menores Franciscanos y seis Frailes Menores Franciscanos Conventuales; trece Frailes Menores Capuchinos, con cuatro Religiosas Capuchinas y una Agustina Descalza; once Jesuitas con un joven laico; treinta y dos Salesianos y dos Hijas de María Auxiliadora; diecinueve Terciarios Capuchinos con una cooperadora laica; un sacerdote dehoniano; el Capellán de Colegio La Salle de la Bonanova, de Barcelona, con cinco Hermanos de las Escuelas Cristianas; veinticuatro Carmelitas de la Caridad; una Religiosa Servita; seis Religiosas Escolapias con dos cooperadoras laicas provenientes éstas últimas del Uruguay y primeras beatas de ese País latinoamericano; dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados; tres Terciarias Capuchinas de Nuestra Señora de los Dolores; una Misionera Claretiana; y, en fin, el joven Francisco Castelló i Aleu, de la Acción Católica de Lleida.

Los testimonios que nos han llegado hablan de personas honestas y ejemplares, cuyo martirio selló unas vidas entretejidas por el trabajo, la oración y el compromiso religioso en sus familias, parroquias y congregaciones religiosas. Muchos de ellos gozaban ya en vida de fama de santidad entre sus paisanos. Se puede decir que su conducta ejemplar fue como una preparación para esa confesión suprema de la fe que es el martirio.

¿Cómo no conmovernos profundamente al escuchar los relatos de su martirio? La anciana María Teresa Ferragud fue arrestada a los ochenta y tres años de edad junto con sus cuatro hijas religiosas contemplativas. El 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey, pidió acompañar a sus hijas al martirio y ser ejecutada en último lugar para poder así alentarlas a morir por la fe. Su muerte impresionó tanto a sus verdugos que exclamaron: "Esta es una verdadera santa". No menos edificante fue el testimonio de los demás mártires, como el joven Francisco Alacreu, de veintidós años, químico de profesión y miembro de la Acción Católica, que consciente de la gravedad del momento no quiso esconderse, sino ofrecer su juventud en sacrificio de amor a Dios y a los hermanos, dejándonos tres cartas, ejemplo de fortaleza, generosidad, serenidad y alegría, escritas instantes antes de morir, a sus hermanas, a su director espiritual y a quien fuera su novia. O también el neosacerdote Germán Gozalbo, de veintitrés años, que fue fusilado sólo dos meses después de haber celebrado su Primera Misa, después de sufrir un sinfín de humillaciones y malos tratos.

3. ¡Cuántos ejemplos de serenidad y esperanza cristiana! Todos estos nuevos Beatos y muchos otros mártires anónimos pagaron con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado con la persecución religiosa y el estallido de la guerra civil, esa gran tragedia vivida en España durante el siglo XX. En aquellos años terribles muchos sacerdotes, religiosos y laicos fueron asesinados sencillamente por ser miembros activos de la Iglesia. Los nuevos beatos que hoy suben a los altares no estuvieron implicados en luchas políticas o ideológicas, ni quisieron entrar en ellas. Bien lo sabéis muchos de vosotros que sois familiares suyos y hoy participáis con gran alegría en esta beatificación. Ellos murieron únicamente por motivos religiosos. Ahora, con esta solemne proclamación de martirio, la Iglesia quiere reconocer en aquellos hombres y mujeres un ejemplo de valentía y constancia en la fe, auxiliados por la gracia de Dios. Son para nosotros modelo de coherencia con la verdad profesada, a la vez que honran al noble pueblo español y a la Iglesia.

¡Que su recuerdo bendito aleje para siempre del suelo español cualquier forma de violencia, odio y resentimiento! Que todos, y especialmente los jóvenes, puedan experimentar la bendición de la paz en libertad: ¡Paz siempre, paz con todos y para todos!

4. Queridos hermanos, en diversas ocasiones he recordado la necesidad de custodiar la memoria de los mártires. Su testimonio no debe ser olvidado. Ellos son la prueba más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y manifiesta su belleza aun en medio de atroces padecimientos. Es preciso que las Iglesias particulares hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio.

Al inicio del tercer milenio, la Iglesia que camina en España está llamada a vivir una nueva primavera de cristianismo, pues ha sido bañada y fecundada con la sangre de tantos mártires. Sanguis martyrum, semen christianorum! ¡La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos! (Tertuliano, Apol., 50,13: CCL 1,171). Esta expresión, acuñada durante las persecuciones de los primeros siglos, debe hoy llenar de esperanza vuestras iniciativas apostólicas y esfuerzos pastorales en la tarea, no siempre fácil, de la nueva evangelización. Contáis para ello con la ayuda inigualable de vuestros mártires. Acordaos de su valor, "fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre" (Hb 13,7-8).

5. Deseo confiar a la intercesión de los nuevos beatos una intención que lleváis profundamente arraigada en vuestros corazones: el fin del terrorismo en España. Desde hace varias décadas estáis siendo probados por una serie horrenda de violencias y asesinatos que han causado numerosas víctimas y grandes sufrimientos. En la raíz de tan lamentables sucesos hay una lógica perversa que es preciso denunciar. El terrorismo nace del odio y a su vez lo alimenta, es radicalmente injusto e acrecienta las situaciones de injusticia, pues ofende gravemente a Dios y a la dignidad y los derechos de las personas. ¡Con el terror, el hombre siempre sale perdiendo! Ningún motivo, ninguna causa o ideología pueden justificarlo. Sólo la paz construye los pueblos. El terror es enemigo de la humanidad.

6. Amados en el Señor, también a nosotros la voz del Padre nos ha dicho hoy en el Evangelio: "Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle" (Lc 9,35). Escuchar a Jesús es seguirlo e imitarlo. La cruz ocupa un lugar muy especial en este camino. Entre la cruz y nuestra transfiguración hay una relación directa. Hacernos semejantes a Cristo en la muerte es la vía que conduce a la resurrección de los muertos, es decir, a nuestra transformación en Él (cf. Flp 3,10-11). Ahora, al celebrar la Eucaristía, Jesús nos da su cuerpo y su sangre, para que en cierto modo podamos pregustar aquí en la tierra la situación final, cuando nuestros cuerpos mortales sean transfigurados a imagen del cuerpo glorioso de Cristo.

Que María, Reina de los mártires, nos ayude a escuchar e imitar a su Hijo. A Ella, que acompañó a su divino Hijo durante su existencia terrena y permaneció fiel a los pies de la Cruz, le pedimos que nos enseñe a ser fieles a Cristo en todo momento, sin decaer ante las dificultades; nos conceda la misma fuerza con que los mártires confesaron su fe. Al invocarla como Madre, imploro sobre todos los aquí presentes, así como sobre vuestras familias los dones de la paz, la alegría y la esperanza firme.


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EJEMPLOS PREDICABLES

Una confesión pública que salva a un pueblo.

Bangkok, Siam. — La confesión pública de un mal cristiano salvó la fe de 3000 católicos en una villa siamesa, cuando, durante la guerra, el gobierno trató de forzar la apostasía en masa de los católicos y su conversión a la religión nacional, el budismo. Tres mil católicos de la subprefectura de San Plai Na, en la provincia de Juthia, fueron alineados en frente de la estación de la policía. A la cabeza del grupo fueron colocados cuatro de los más influyentes ciudadanos. El Inspector de la policía, dirigiéndose a todo el grupo, les intimó a apostatar, después de explicarles que para ser fieles a su patria debían profesar el budismo y no una religión que adoraba a un dios europeo. En confianza de que todos le seguirían, pidió luego uno de los cuatro que figuraban en primera fila y cuya fe consideraba más débil, que diese el pedido ejemplo de patriotismo adorando a Buda renegando de Cristo. El hombre replicó: "Soy un pecador, lo admito. Por años enteros he sido u escándalo para los demás, pero nunca renegaré Cristo". Y continuó: "No soy un intelectual, pero en la escuela aprendí que Jesús nació en Palestina y que Palestina está en Asia. Cristo es por lo tanto un asiático; y son los europeos quienes siguen la religión de un asiático, no los asiáticos quienes seguimos la religión de un europeo". Estupefacto, el Inspector ordenó que el grupo se disolviera y así terminó abruptamente la reunión. La cristiandad de Ban Na había sido salvada por el hombre que se esperaba la traicionara.

(Salió el Sembrador…, Tomo VII Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947 Pag. 399)


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Símiles y Analogías

Vicente Muzzatti


1.- Existencia del infierno.

¿Quién es capaz de blandir la espada y repartir mandobles contra una sombra, un fantasma, un enemigo ficticio, imaginario, creación tan sólo de la fantasía? Nadie ciertamente. Se lucha contra loe enemigos reales, no contra los ficticios. He aquí la refutación de quien niega el infierno, al tiempo que se esfuerza por demostrar que no existe. La misma manía en combatir con todo empeño la creencia en el infierno prueba que se tiene clavada en lo más íntimo del alma; se esfuerzan muchos en combatirla porque no pueden arrancársela del corazón. El infierno está ante ellos como un enemigo invencible; está allí; antójaseles percibir el fragor del mismo, y pugnan por evitarlo, cuando menos negándolo. ¡Vanos esfuerzos! El infierno existe.(Bongioanni)

Hay cristianos que, pensando en el infierno, no aciertan a comprender que Dios sea capaz de condenar a los hombres. Dios es bueno, dicen, y nos creó para el cielo: ¿cómo podrá, pues, enviarnos a sufrir para siempre en el infierno? Esto no es verosímil... Pregunto yo a éstos: ¿Creéis que los reyes en general son buenos, que aman a sus súbditos, que dictan leyes para el bien del país, que en las leyes se previene la existencia de cárceles y que aquéllos desean verlas siempre vacías? ¿Cómo pues se explica que, dictando leyes los reyes y disponiendo de unas cárceles que ellos quisieran ver siempre desocupadas, estén éstas pobladas de malhechores? ¿Obedece esto a un cambio del corazón de los reyes respecto a sus súbditos, de suerte que pueda y deba decirse que los reyes envían a sus súbditos a la cárcel? No, ciertamente. Si las cárceles están llenas de malhechores, es por culpa de ésto!, ¡no del rey, el cual se vió obligado a condenarlos precisamente porque ama a todos sus súbditos y vela por los intereses de todos! Y concluyo diciendo a los objetantes, No os parece bien que Dios envíe a alguien al infierno .Esto es verdad, por cuanto Dios no ha enviado allá por su voluntad a una sola alma; son los pecadores obstinados los que han querido ir allá, y Él no ha podido impedirlo, porque eran libres de obrar bien o mal. Obraron mal, y la justicia demanda que hagan penitencia, como demanda que vaya a la cárcel el que conculca las leyes civiles. Quien va, pues, al infierno, va allá de su voluntad; no es Dios quien le envía.(Rossi)

Si se estudia atentamente el corazón humano, resulta claro que las dificultades contra la existencia del infierno y la eternidad de las penas no provienen de arriba, sino de abajo; salen del corazón; no descienden de la mente. Como en la sociedad civil los hombres honrados y pacíficos no se quejan de que haya cárceles ni penas señaladas por la ley, así también ningún cristiano bueno se admira de que exista el infierno ni tiene por injustas las penas que en él se padecen. El mal que puede ser libremente evitado, no se teme, por grande que sea. Tal es el infierno. Sólo lo teme el hombre que quisiera dar satisfacción a todas sus pasiones, lo cual prueba precisamente que el infierno es necesario.(Bonomelli)

El que obra mal, con sus propias manos se causa una suerte desdichada. Un padre muy bueno tiene un hijo del cual se promete mucho. Lo envía a la escuela, y gasta mucho dinero para procurarle una educación privilegiada. Pero el hijo no quiere estudiar, destroza los libros, porque los encuentra difíciles, y gasta el tiempo merodeando por las calles y cometiendo toda clase de travesuras con sus compañeros. Llegan los exámenes, y es suspendido. Pregunto: cuando ese muchacho sea mayor y, en vez de ejercer una profesión liberal, se vea forzado a emplearse en un oficio vulgar, ¿podrá culpar a su padre? No; deberá culparse solamente a sí mismo, pues el padre no pudo hacer más para procurarle una posición ventajosa.

Un hombre se está ahogando en el mar; las olas se ensañan en él en todos sentidos, y amenazan anegarle. Le ve un señor compasivo, y le arroja una tabla, gritándole. —Agárrate a esta tabla, y te salvarás. — Pero el ingrato le insulta, y tira lejos la tabla de salvación. Entonces el buen señor se arroja al mar para salvarle; lo coge y lo levanta... Aquel ingrato, no bien ha recobrado la respiración, se esfuerza por reprimirla y sofocarla. Si ese miserable se ahoga, ¿quién tendrá la culpa? Será exclusivamente suya. — Pues bien, Dios nos puso en la tierra para salvarnos y para elevarnos a la gloria del cielo. Nos dió su Ley; nos enriqueció con gracias; vino Él mismo al mundo para redimirnos. ¿Podía hacer más por nosotros después de haber muerto en la cruz? Si, pues, alguno desprecia su Ley y sus gracias, y vive mal hasta proponerse maltratar al mismo Dios, ¿quién tendrá la culpa de que se pierda? Evidentemente, la culpa será suya; no podrá quejarse de nadie, y mucho menos de Dios, que le profesó tan singular amor.

Si un campesino siembra abrojos, cosechará abrojos; con sus propias manos se habrá labrado su mala suerte. Si un pródigo disipa sus riquezas y se ve reducido a extrema miseria, debe achacárselo a sí mismo. Si un necio pega fuego a su casa, lo pierde todo por su culpa. El condenado sembró abrojos y recoge abrojos; desperdició sus riquezas eternas, y queda privado de ellas; pegó fuego a su casa, y arde.(Ruotolo)

Por lo demás, ¿no vino Jesucristo expresamente del cielo a hablarnos de la otra vida y del mismo infierno? ¿No contó la parábola del rico Epulón, el cual rogaba a Abraham que mandara alguien a decir a sus hermanos que él estaba condenado, a fin de que pudieran eludir tamaña desgracia, habiéndosele contestado que tenían a los profetas y la religión para informarse, y que esto les bastaba?

Por lo que hace a convencernos de que hay infierno, sin previa demostración y sin aguardar a que alguno venga de allá a visitarnos para que nos guardemos de merecerlo, la cosa es muy sencilla. ¿Qué hacemos para saber que existe la galera? Consultamos el código general vigente aprobado por el rey y promulgado en su nombre. Al leer en él que se establecen las penas de cárcel y de galera para ladrones y asesinos, aunque no las veamos y nos hallemos, a lo mejor, a una distancia de miles de kilómetros, llegamos a la conclusión de que existen en el reino esos lugares de castigo desde el momento que figuran en el código; de lo contrario sería inútil consignarlos. Semejantemente, nos basta consultar el Evangelio, que es el código divino, para convencernos de que existe el infierno, desde el momento que se amenaza con él a los infractores de la Ley de Dios. Así, pues, como nadie se burla de las leyes humanas, ya que la Guardia civil y el Juez se encargan de hacer conocer a la fuerza, la cárcel y la galera a los ladrones y asesinos, así tampoco, y con mayor razón, nadie se burla de las leyes divinas, ya que quien las conculcas es enviado a comprobar que hay un infierno. (Bongioanni)

(Enciclopedia Catequística de Símiles y analogías, Ed. Litúrgica Española, Barcelona, 1950, PAG. 319)


31.

Hoy celebramos el domingo 12 del tiempo ordinario.

Estos tres últimos domingos forman una catequesis o enseñanza unitaria y lógica. En el domingo 10, se nos dijo que Dios llama a personas para que sean sus colaboradores y testigos (mártir, en griego). En el 11, el pasado domingo, se nos dijo que busca colaboradores y los llama por su nombre, los nombra y los envía (enviado = apóstol, en griego), que anuncien esta buena noticia o evangelio a toda la Humanidad.

Elige a los que tienen un talante de disponibilidad. No importan que sean inteligentes o no, ricos o pobres, viejos, como a Abraham o jóvenes. Elige a los que están dispuestos a colaborar, cuando él los llame. Mateo, el publicano, el que se enriquecía con malas artes, cobrando el impuesto romano, estaba dispuesto a dejar toda aquella vida de tinieblas y obscuridades y colaborar con Jesús, y cuando él lo llamó, diciéndole: “Sígueme”, Mateo, el cobrador sórdido de impuestos, lo dejó todo al momento y lo siguió.

El domingo 11 se nos decía, repito, que aquellos que están dispuestos a colaborar con Dios en esta gran misión de evangelización los elige y los llama.

¿Para qué? Para ser enviados. (Apóstoles)

Los envía con su poder y autoridad para arrancar el mal y el pecado y hacer el bien a las gentes extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. “Id, les dijo, nos dice hoy a nosotros, y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”.

Y en este domingo 12 se nos revela, que si estamos dispuestos a ser evangelizadores, a predicar, enseñar, vivir y ayudar a vivir esta nueva escala de valores del Evangelio: ser desprendido y generoso, ser manso y paciente, no vengativo y rencoroso, ser limpio de corazón y no lujurioso, saber sufrir sin desesperase, defensores de toda justicia, misericordiosos, trabajar y ser constructor de paz y no hacedores de guerras, padecer persecución por ser justos, trabajar por la paz; si estamos, pues, dispuestos a ser “Hombres de las Bienaventuranzas”, evangelizadores, dispuestos a predicar, enseñar, vivir y ayudar a vivir estos valores del evangelio, seremos perseguidos, despreciados y hasta “nos darán muerte, creyendo que hacen con ello una buena obra”.

Pero Jesús nos dice: “No tengáis miedo a los hombres”. “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”

Hemos celebrado y profundizado un poco más la fiesta de Pentecostés, que es Dios plenitud de amor para con la humanidad, Dios Paráclito o Defensor. No tenemos, pues, que tener miedo con tal Paráclito o Defensor. Nuestros enemigos nos acechan y hasta los amigos nos hacen traición. Pero el señor está a nuestro lado como fuerte soldado y en sus manos, nosotros hemos puesto nuestra causa.

Ese Espíritu de Dios, que llena el mundo, va haciendo su obra de artista, llevando a su perfección, a su triunfo, a su felicidad a esta humanidad. Lo va haciendo de una manera imperceptible, callada, silenciosa. No es una obra de escaparate o de publicidad.

Nos va preparando a esta gran misión y nos envía o hace apóstoles, a cada uno a su nivel y según sus carismas. Esta misión de todo cristiano, de proclamar y hacer realidad en la vida los valores de las Bienaventuranzas, que realizan y salvan al ser humano, conlleva, como os decía antes, la persecución, porque la edificación del Reino de la gloria y de la trascendencia, no puede hacerse sin el desgarramiento del corazón, pues hay que renunciar a muchas cosas, ni sin la oposición de un mundo, que cree darse a sí mismo los medios para su salvación y felicidad. No quiere competidores, ni opositores a su escala de contravalores.

Entre la sabiduría del mundo y la sabiduría de Jesucristo, la oposición es irreductible. El mundo se defenderá; defenderá sus valores, que, dando una apariencia de bienestar y de triunfo, deshacen y destruyen al ser humano. Ved, si no ese ejército de drogadictos, alcohólicos y prostitutas sin recato, que creyendo alcanzar la felicidad por esos caminos, hoy se arrastran, los pobres, como basura y desperdicios de una humanidad opulenta y materialista, que no tiene entrañas de misericordia, que es valor de las bienaventuranzas… y nosotros los recibimos y acogemos, no como basura, sino como hijos de Dios, heridos, los recibimos y acogemos en centros de caridad de muchas diócesis por el mundo entero.

Este mundo, pues, defenderá sus contravalores con calumnia, con desprecio, con ira y con enojo, incluso habrá quienes dándoos muerte (como os decía antes) “creerán rendir con ello culto a Dios”. Hasta a esta paradoja Puede llegar hasta esta paradoja, haciendo el mal, creen hacer el bien para la humanidad, porque nosotros, los cristianos, “somos opio del pueblo” y lo seguimos siendo.

Jesús nos advertirá para que no perdamos la esperanza en este caminar:

“Si a mi me persiguieron, también os perseguirán a vosotros...Lo que han hecho conmigo lo harán también con vosotros”. Por aquello que: “no es el discípulo mayor que su Señor o Maestro”.

Hoy vemos, como en nuestro país se pone en ridículo y se les llama retrógrados a cuantos defienden los valores de la vida, contra el aborto; los valores del matrimonio, de la familia, del pudor y de la decencia. Atacan y ridiculizan, queriendo callar la voz de viejo chocho y caduco del Papa Juan Pablo II, porque defiende la vida contra todos esos criminales, que de manera macabra, llegan incluso a comercializar los fetos del aborto para hacer productos de belleza para estrambóticas viejas millonarias. Y matan a más de cincuenta millones de niños, que ni les dejan nacer. Mucho les tenemos que ayudar y no condenar, porque su actitud no llega ni a la del hijo pródigo, sino a lo diabólico, no aceptando a Dios: “non servían”, que dijo Luzbel. No quiero estar sometido a nadie, ni a Dios, porque yo mismo soy Dios.

Se persigue a los cristianos y se trata de desanimarlos y que renieguen de su fe al ridiculizar a sacerdotes que se dicen homosexuales o que encuentran mujer por Internet. Y los muestran una y otra vez en la televisión, como la noticia más importante de toda la comunidad nacional de cualquier país del mundo. Salen y salen en la televisión, en los periódicos, en las revistas y se ridiculiza sin cesar a la Iglesia, con películas, con artículos de prensa, con chistes y dibujos y canciones

Pero hoy se nos llena de esperanzas a cuantos hemos decidido ser discípulos de Jesús a pesar de todas las persecuciones y desprecios, porque eso es signo y sello de garantía, de que nuestro trabajo evangélico es el de Jesús y no el nuestro. Construiremos esta maravilla de ser humano, de santos y de santas, que somos en potencia todos nosotros. “No tengáis, pues, miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma...¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre....Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones”

1 Los cristianos, poco a poco colaboramos en esta obra ingente, renovadora y trasformadora de toda la humanidad, cristianos y no cristianos, porque a todos los vemos como hermanos, aunque nos persigan, porque Dios es nuestro Padre.

2 Vamos camino de una apoteosis, en que Dios estará en nosotros y nosotros en Dios. Jesús siempre estará con nosotros y de nuestra parte si somos fieles a nuestra fe, a nuestro compromiso de esperanza y de amor.

Que en esta Eucaristía, que vamos a celebrar, saquemos fuerza con este alimento divino para saber ser fuertes, comprensivos y caritativos en esta lucha de todos los días. Lucha entre la luz y las tinieblas que se disfraza de luces de colores.

AMEN

Eduardo Martínez Abad, escolapio


32. Fray Nelson Domingo 19 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados * El don de Dios supera con mucho al delito * No tengan miedo a los que matan el cuerpo.

1. ¿Un "Rambo" del Antiguo Testamento?
1.1 Millones de personas recuerdan a Rambo, arquetipo del guerrero americano que, solo contra el mundo, finalmente sale vencedor. Es un hombre resistente, de rostro de piedra, capaz de aguantar todo y con una gran fuerza y capacidad de respuesta.

1.2 Jeremías pareciera estar en una situación similar. Todos le atacan; todos se burlan; está solo contra el mundo. Pero hasta ahí llegan las semejanzas. Mientras que Rambo se apoya en sí mismo y en su formidable preparación física y psicológica, Jeremías tiene un secreto distinto: "el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado." Rambo sólo aguanta. Jeremías aguanta porque ora.

2. Fuertes con la Fuerza de Dios
2.1 Lo que hizo Jeremías es una proeza, por supuesto, porque no fueron pocos sus sufrimientos y a pesar de todo y de todos logró salir adelante con su misión y su mensaje. Pero esta proeza no debe quedarse sólo en el siglo VI antes de Cristo. Hoy somos invitados a tener la fe de Jeremías para lograr como él la victoria.

2.2 Jesús nos da fuerza ante todo con su ejemplo, luego con su oración por nosotros, y también con su enseñanza. "No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma," nos dice, y así le da un centro de reposo y un criterio de acción a nuestros corazones, cuando llega el momento de la batalla.

3. los Argumentos de Cristo para Darnos Fuerza en la Prueba
3.1 Y estos son los argumentos del Señor para darnos fortaleza. Primero, que la verdad es una sola, y que por lo tanto la mentira tiene sus días contados. El que se pone de parte de la verdad sufrirá, pero verá la victoria.

3.2 En segundo lugar, lo ya dicho: hay valores que priman. No es lo mismo perder la salud que perder la gracia. No es lo mismo sufrir dolor que escuchar el lamento de la propia conciencia.

3.3 En tercer lugar, que hay un límite para lo que los enemigos pueden hacer. Esto es algo que han experimentado quienes han pasado por espantosas experiencias de prisión o tortura. En el centro de su mente han encontrado un reducto de libertad que a veces ni la muerte mismo les pudo arrebatar. Santa Catalina de Siena decía que ni el demonio ni criatura alguna puede forzarnos a pecar.

3.4 En cuarto lugar, la consideración de quién es el verdadero Juez. Este cargo supremo no lo tiene la opinión pública ni la palabra de nuestros adversarios. El que puede condenar o salvar es Dios. Lo único sensato es permanecer adheridos a él, pase lo que pase.

3.5 En quinto lugar, él no es sólo nuestro Juez al final; es ya quien mejor nos conoce y quien más nos ama. El mundo, aunque a veces lo dudemos, no está al garete de fuerzas incomprensibles u hostiles. No somos juguetes del azar ni piñones de un mecanismo anónimo. Cada uno es precioso ante Dios. Lo único sabio es unirse a él.

3.6 En sexto lugar, Cristo mismo sabe de nuestro combate, y es generoso en retribuir a sus leales. Aunque no es exactamente un negocio, en realidad ningún negocio es mejor que invertir en fidelidad a Jesucristo. Nadie es tan agradecido, tan hermosamente agradecido, como él.


33.

19 de junio de 2005
NO TENGÁIS MIEDO

1. "El Señor está conmigo, como fuerte soldado" Jeremías 20 10. El profeta Jeremías ha sido elegido y enviado por Dios para anunciar su palabra, por eso sus enemigos le persiguen a muerte, pero él confía en el Señor que le ha enviado y está seguro en medio de sus persecuciones, de que Dios lo librará de las manos de los impíos. ¡Y no podía callar! Pero tampoco se le ahorraba el sufrimiento, el dolor y la angustia, y las noches sin dormir.

2. Jeremías puede decir con el salmista: "Por ti he aguantado afrentas. Soy un extraño para mis hermanos, porque me devora el celo de tu templo y caen sobre mí las afrentas con que te afrentan" Salmo 68. Si te quisiera menos, no sufriría tanto, mi vida sería más tranquila. Si no buscara tu gloria con tanto ardor, no me arrinconarían, sino que me darían honores; como te soy fiel, si te han perseguido a ti, ¿cómo no van a perseguir a los que te son fieles y te siguen? Me siento extraño en mi propia patria, porque los hombres sólo consideran y honran a los que están a su nivel; lo que se sale de lo normal se considera raro y como que deja al descubierto a los arribistas y a los trepas, a los que buscan las glorias del mundo y se sirven de Dios para encumbrarse. Pero los que buscáis a Dios, viviréis, porque él os protegerá y os defenderá, porque, aunque tarde, escucha a los pobres y su bondad se compadece de los humildes. Poned los ojos en el Señor los humildes y humillados, los preteridos y postergados, El colmará vuestra medida con dones mejores que os llenarán de alegría y de felicidad.

3. También los discípulos de Jesús son enviados a predicar el evangelio y a transmitir lo que ellos han escuchado en su grupo reducido y privilegiado "de noche y al oído, gritándolo desde la azotea". Jesús utiliza la imagen que ofrecía el ministro de la sinagoga los viernes por la tarde cuando, desde el tejado más alto del pueblo, tocaba la trompeta para anunciar el día del sábado y su descanso. El evangelio ha de ser anunciado así, como en la plaza de Colón de Madrid, en la de San Pedro en Roma, y en tantas plazas del orbe, lo ha anunciado Juan Pablo II, sin miedo, con fuerte presencia dee ánimo y con valentía. El evangelio ha de ser proclamado desde todas las azoteas, incluso de ésta nueva, singular, atractiva y moderna, multiplicadora y colosal, cada día más. La historia de la evangelización no es sólo una cuestión de expansión geográfica, ya que la Iglesia también ha tenido que cruzar muchos umbrales culturales, cada uno de los cuales ha requerido nuevas energías e imaginación para proclamar el único Evangelio de Jesucristo. La era de los grandes descubrimientos, - ha dicho Juan Pablo II- el Renacimiento y la invención de la imprenta, la Revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno fueron momentos críticos, que exigieron nuevas formas de evangelización. Ahora, con la revolución de las comunicaciones y la información en plena transformación, la Iglesia se encuentra indudablemente ante otro camino decisivo. Por tanto, es conveniente que reflexionemos en el tema: «Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio».

3. Internet es ciertamente un nuevo «foro», entendido en el sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy concurrido y animado, que además de reflejar la cultura del ambiente, creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que es una nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, también ésta entraña peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa seguir el mandato del Señor de «remar mar adentro»: «Duc in altum» (Lc 5, 4).

4. Pero, sobre todo, el evangelio ha de ser anunciado encarnado en la propia vida y anunciado boca a boca, como fue anunciado por los primeros cristianos, que convencían por su vida y por su tenacidad en la propagación, tanto en el palacio del emperador, como en los gimnasios y en las tahonas de Roma, o entre los presos en las cárceles. Con ello no hacían más que imitar lo que hizo Jesús: "Coepit facere et docere”. “Comenzó a hacer y a enseñar”. Primero hacer, después, enseñar.

5. "No tengáis miedo a los que os pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma" Mateo 10,26. Sólo debéis tener miedo al pecado que os puede llevar al infierno, separación de Dios, fracaso total, desengaño eterno. Ya hace tiempo que se viene omitiendo sistemáticamente y culpablemente la predicación sobre el infierno, arrastrados por la corriente que no lo quiere ni oír mencionar. “El infierno son los otros”, dijo Sastre. Y se cree llenar esa laguna con la realidad de los infiernos que pueden crear los hombres. En verdad que los hombres pueden ser creadores de infiernos terribles, Auschwitz, Hirosima, Nagasaki, Kosovo, la persecución de los kurdos, derrumbe de las Torres Gemelas, Atocha y un largo etcétera. También se hace incomprensible a la sensibilidad actual la imagen de un Dios lleno de bondad que castiga con las penas del infierno. Sin embargo, Jesús habla del infierno escatológico muchas veces, y no habrá querido engañarnos como a los niños, a nosotros. La Sagrada Escritura y el Magisterio abundan en textos y definiciones sobre la existencia del infierno, sus penas y su eternidad. La doctrina de la Iglesia, actualizada, la encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica: "Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna en él" (1 Jn 3, 15). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. El estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno".

"Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse y donde se puede perder el alma y el cuerpo a la vez. Jesús anuncia en términos graves que enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad... y los arrojarán al horno encendido y que pronunciará la condenación: "Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25, 41)".

"La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad, cuya pena principal consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente el hombre puede tener la vida y la felicidad a la que ha sido creado y a las que aspira" (1033-1035). Cuando, pues, el Magisterio de la Iglesia reafirma las penas del infierno se apoya en un fundamento bíblico sólido. Y ya en el siglo III condenó la apokatástasis de Orígenes. Pues ¿dónde quedaría la libertad y la dignidad del hombre si ésta doctrina fuera verdadera? ¿Dónde la justicia de Dios, reparadora de todas las injusticias interhumanas?

Dos son las penas del infierno: de daño y de sentido. Aquella es esencialmente privativa, que supone privación, a diferencia de la carencia, que sólo dice negación. La privación es ausencia de lo que se debe tener: por eso es penal. Es una carencia y no una negación, que una piedra no tenga ojos porque no le corresponden a su naturaleza. Pero si el hombre carece de ojos, sí que es en él una negación, porque su integridad de cuerpo humano los exige. La privación del bien divino en el hombre, que está destinado a la visión y posesión de Dios en la bienaventuranza, es una ausencia y lejanía que tiene carácter de pena. Pena de daño, que es la pena esencial del infierno, y corresponde al desorden de la separación de Dios. Es la imposibilidad de amar, cuando el hombre ha sido creado para amar, en el infierno no podrá amar.

La pena de sentido corresponde al segundo desorden, que es la entrega de sí mismo que hizo el pecador entregándose a las criaturas. Las penas de sentido son el fuego, la llama, el lago, el crujir de dientes, el gusano roedor. Este fuego, llama, crujir de dientes y gusano no tienen un sentido burdamente realista; ni nos deben dar pie a pensar en torturas sádicas. Pero tampoco nos dan derecho a deducir que se trata de un fuego y unos tormentos puramente simbólicos. Cuando la revelación nos habla de estos misterios tremendos, utiliza un lenguaje propio y claro, con analogías y metáforas abundantes, que envuelven grandes y profundas verdades. Detrás de estas palabras hay una realidad auténtica, un dolor físico, real, añadido a la ausencia de Dios, que quiere expresar el fuego devorador de la santidad de Dios frente al mal, la mentira, el odio y la violencia. Si el cielo es el mismo Dios poseído para siempre, el infierno es Dios mismo perdido para siempre. Y como sólo Dios es la plenitud total y definitiva del hombre, el infierno es el fracaso total y definitivo del hombre y su dolor sin límites y su total desesperación. “Los que entráis aquí, perded toda esperanza”, escribe Dante en la Divina Comedia.

También es clara la eternidad del infierno, aunque no pueda ser entendido por la inteligencia humana. Tengamos por seguro que cuando Dios, suprema bondad y amor, castiga así, es que debe ser así y está cargado de razón, aunque sea un misterio para el hombre. Por eso la Santa Madre Iglesia nos exhorta en la LG 48: "Como no sabemos ni el día ni la hora es necesario según el consejo del Señor estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes". Santa Teresa es un excepcional testigo del infierno. Y San Ignacio, en el libro de los Ejercicios, impone la siguiente petición: “Interno conocimiento de lo que sienten los condenados, para que si me olvido del amor del Señor, el temor de las penas, me ayude a no caer en pecado”. Por si falla el freno neumático, echar mano del mecánico.

6. Tampoco debemos olvidar que, aunque los misterios de la escatología tienen por sí mismos un valor muy importante, su valor moral y social es también muy influyente, pues, aunque el vivir humano ha de ser determinado por el amor, la repercusión de sus actos en el más allá, ayuda a los hombres a cumplir con sus deberes acá. Por eso la Escritura nos dice: “Acuérdate de tus postrimerías en todas tus obras, y no pecarás nunca” (Si 7,40). La historia entera demuestra que cuando desaparece Dios y su retribución del horizonte de la cultura, deviene el cataclismo moral en todos los órdenes. Lo estamos comprobando en la actualidad minuto a minuto.

7. Ese miedo sí lo debemos tener. Pero, como puede atenazarnos el miedo a las consecuencias de la predicación del evangelio, ya que se trata de una pasión del apetito sensitivo incontrolable, que se conmueve ante un mal futuro y difícil cuando se siente la impotencia de evitarlo, y Santo Tomás no duda en afirmar que el temor está relacionado con la esperanza, que procede de un mal que nos amenaza, y nos fuerza a huir por temor de perder algo que amamos, diferentes bienes e, incluso la vida, Jesús ya les había advertido a los discípulos que “el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el Reino de los Cielos” (Lc 9,62).

8. Hay otra clase de miedo que puede paralizar el dinamismo cristiano: la acogida fría o despreciativa de las iniciativas generosas por parte de los encargados de no apagar el espíritu (1 Tes 5,19), sólo porque no se les ha ocurrido a él o porque temen ser eclipsados o, porque carecen de sensibilidad para lo sobrenatural. En la Vida de D. Rufino Aldabalde, cuenta Javierre, cómo su obispo hacía esta pregunta ante la grave enfermedad de Aldabalde: ¿Le habrán dado algún disgusto a Don Rufino? Y él no había hecho otra cosa. Y dice Javierre: ¡Miren la cara ilustrísima de su ilustrísima! Y termina el episodio Javierre: ¡Lástima de crisma que derrocha el Espíritu Santo en tantas consagraciones! A veces serán los mismos compañeros, sus cuchufletas, sus aislamientos, sus abandonos, sus críticas capaces de infundir el miedo en el corazón del más valiente. Aún hay otro miedo que nos puede paralizar: la falta de fervor, el sentir la esterilidad, el preguntarse por qué no hacer lo que los otros… los sufrimientos interiores, las deserciones de los más íntimos, la estrategia del ostracismo. Se puede sentir miedo y con él la tentación de abandonarlo todo ante las dificultades grandes y graves que se tienen que superar; miedo ante la heroicidad del seguimiento de Cristo; miedo viendo que la muerte está a la puerta si se predica el evangelio íntegramente; miedo porque se ha perdido toda posibilidad de prosperidad humana. Y miedo, cuando el amor de la juventud y el heroísmo se convirtió en monotonía; cuando el amor que experimentábamos parece que no nos dice nada.

9. La Iglesia es jerárquica e infalible en el depósito de la fe; pero no tiene por qué serlo en la digitalina, ni es infalible en el gobierno, y por consiguiente debe recabar información leal y veraz, considerar aptitudes, y carismas diferentes, y debe estar libre de acepción de personas. En esto una cierta democracia real, al modo como se desea y se pide y se predica para la sociedad civil, sería muy útil y progresiva para la extensión del Reino de Dios y su justicia. Pero ocurre que se tiene miedo de escuchar la verdad y no digamos miedo de decirla, aunque se trate de secretos a voces. Se impone la ley del silencio. A los políticos se les puede criticar, censurar y condenar, pero no se puede poner en tela de juicio con modos y caridad, a los actos que, afectando a la comunidad eclesial y siendo públicos, deben estar sujetos también, a la interpretación y a la crítica, para mejor conseguir la extensión del Reino. Pero parece que está investida de infalibilidad hasta para recetar bicarbonato. Se cuenta que Juan XXIII, aconsejaba a un obispo americano que padecía cáncer de estómago que tomara bicarbonato. El obispo le contestó: menos mal que S.S. no es infalible en medicina. San Ignacio creció, se formó y gobernó en tiempos lejanos a la democracia y totalmente absolutistas, y, sin embargo, deja en sus Constituciones el derecho del súbdito a representar sus objeciones, condiciones, razones. Hoy, aunque menos, se sigue teniendo miedo, porque todo está en sus manos que, no pocas veces, son interesadas y hasta apasionadas y vengativas.

10. Pero así como Jeremías ve a Dios como un soldado valeroso que le libra de los enemigos, lo han visto todos los mártires, y lo han superado por la fuerza del Espíritu.. Jesús anuncia al Padre, que cuida de los pajarillos que se caen del nido, o que mueren por el disparo del cazador.

La caída del pájaro del nido, o el disparo del cazador entran dentro de los planes de Dios. Si el pájaro muere es para bien, y si vosotros morís, el Padre sacará gloria y bien de vuestra muerte: "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos" (Rm 14,8). Los cabellos de vuestra cabeza están contados por el Padre. Si no cae un cabello sin que el Padre lo quiera o lo permita, ¡cuánto menos las persecuciones, las enfermedades, la maledicencia, las persecuciones, la buena o mala fama, escapan de la acción de su Providencia! Si no se mueve la hojita del árbol sin la voluntad de Dios, ¡cuánto menos vuestras vidas de discípulos de Jesús sufrirán menoscabo por vuestra fidelidad en cumplir la misión!

11. “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”. Al que defienda los intereses de Cristo, pasando por encima de las dificultades, injusticias, postergaciones, sarcasmos y burlas, desprecios y menoscabos, tendrá un buen defensor ante el Padre: Jesucristo. “Si uno lo niega ante los hombres, también lo negará ante su Padre”. Es una voz de alerta y un estímulo que nos aboca hacia una evangelización intrépida y valerosa, cuando está vigente un cristianismo descafeinado y facilón, que quiere presentarse como un descubrimiento del auténtico cristianismo, para no perder gente, dicen.

12. El Señor que nos ha librado de la muerte eterna por la muerte temporal de su Hijo y Hermano nuestro, Jesús, está ahora mismo librándonos y ofreciéndonos su Espíritu de amor, de energía y entusiasmo, en el sacramento que vamos a consagrar y a comer para fortalecernos en la superación del miedo y encorajarnos en la extensión del Reino, como semilla vivificante de vida eterna.

JESÚS MARTÍ BALLESTER


34. El padre Raniero Cantalamessa comenta las lecturas del domingo

¡No tengáis miedo!

¡Este domingo el tema dominante del Evangelio es que Cristo nos libera del miedo! Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos son determinados por una situación de peligro extraordinario. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o empiezo a notar que la tierra se mueve bajo mis pies por un terremoto, se trata de temores agudos. Como surgen de improviso y sin preaviso, así desaparecen con el cese del peligro, dejando si acaso sólo un mal recuerdo. No dependen de nosotros y son naturales. Más peligrosos son los miedos crónicos, los que viven con nosotros, que llevamos desde el nacimiento o de la infancia, que se convierten en parte de nuestro ser y a los cuales acabamos a veces hasta encariñándonos.

El miedo no es un mal en sí mismo. Frecuentemente es la ocasión para revelar un valor y una fuerza insospechados. Sólo quien conoce el temor sabe qué es el valor. Se transforma verdaderamente en un mal que consume y no deja vivir cuando, en vez de estímulo para reaccionar y resorte para la acción, pasa a ser excusa para la inacción, algo que paraliza. Cuando se transforma en ansia: Jesús dio un nombre a las ansias más comunes del hombre: «¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?» (Mt 6,31). El ansia se ha convertido en la enfermedad del siglo y es una de las causas principales de la multiplicación de los infartos.

Vivimos en el ansia, ¡y así es como no vivimos! La ansiedad es el miedo irracional de un objeto desconocido. Temer siempre, de todo, esperarse sistemáticamente lo peor y vivir siempre en una palpitación. Si el peligro no existe, el ansia lo inventa; si existe lo agiganta. La persona ansiosa sufre siempre los males dos veces: primero en la previsión y después en la realidad. Lo que Jesús en el Evangelio condena no es tanto el simple temor o la justa solicitud por el mañana, sino precisamente este ansia y esta inquietud. «No os preocupéis», dice, «del mañana. Cada día tiene bastante con su propio mal».

Pero dejemos de describir nuestros miedos de distinto tipo e intentemos en cambio ver cuál es el remedio que el Evangelio nos ofrece para vencer nuestros temores. El remedio se resume en una palabra: confianza en Dios, creer en la providencia y en el amor del Padre celeste. La verdadera raíz de todos los temores es el de encontrarse solo. Ese continuo miedo del niño a ser abandonado.

Y Jesús nos asegura justamente esto: que no seremos abandonados. «Si mi madre y mi padre me abandonan, el Señor me acogerá», dice un Salmo (27,10). Aunque todos nos abandonaran, él no. Su amor es más fuerte que todo.

No podemos sin embargo dejar el tema del miedo en este punto. Resultaría poco próximo a la realidad. Jesús quiere liberarnos de los temores y nos libera siempre. Pero Él no tiene un solo modo para hacerlo; tiene dos: o nos quita el miedo del corazón o nos ayuda a vivirlo de manera nueva, más libremente, haciendo de ello una ocasión de gracia para nosotros y para los demás. Él mismo quiso hacer esa experiencia. En el Huerto de los Olivos está escrito que «comenzó a experimentar tristeza y angustia». El texto original sugiere hasta la idea de un terror solitario, como de quien se siente aislado del consorcio humano, en una soledad inmensa. Y la quiso experimentar precisamente para redimir también este aspecto de la condición humana. Desde aquel día, vivido en unión con Él, el miedo, especialmente el de la muerte, tienen el poder de levantarnos en vez de deprimirnos, de hacernos más atentos a los demás, más comprensivos; en una palabra, más humanos.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]


35. domingo, 22 de junio de 2008 - Alocución con motivo del Ángelus
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 22 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la alocución que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

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Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo presenta dos invitaciones de Jesús: por una parte, "no tengáis miedo de los hombres" y, por otra, "temed" a Dios (Cf. Mateo 10, 26.28). Nos estimula a reflexionar sobre la diferencia que existe entre los miedos humanos y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde que uno es pequeño experimenta formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen; y surgen sucesivamente otras, que tienen un fundamento en la realidad: tienen que ser afrontadas y superadas con el empeño humano y con la confianza en Dios. Pero sobre todo hoy se da una forma de miedo más profunda, existencial, que acaba en ocasiones en angustia: nace de un sentido de vacío, ligado a una cierta cultura penetradas por la influencia del nihilismo teórico y práctico.

Ante el amplio y variado panorama de los miedos humanos, la Palabra de Dios es clara: quien "teme" a Dios "no tiene miedo". El temor de Dios que las Escrituras definen como "el principio de la verdadera sabiduría" coincide con la fe en Él, con el respeto sacro por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. No "tener temor de Dios" equivale a ponerse en su lugar, sentirse dueños del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Por el contrario, quien teme a Dios experimenta en sí la seguridad del niño en brazos de su madre (Cf. Salmo 130,2): quien teme a Dios está tranquilo incluso en medio de las tempestades, pues Dios, como Jesús nos ha revelado, es un Padre lleno de misericordia y de bondad. Quien le ama no tiene miedo: "No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor" (1 Gv 4,18). El creyente, por tanto, no se asusta con nada, pues sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos ha amado hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.

Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, más fácilmente superamos toda forma de miedo. En el pasaje evangélico de este día Jesús repite varias veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza, como hizo con los discípulos, como hizo con san Pablo, cuando se le apareció en una visión una noche, durante un momento particularmente difícil de su predicación: "No tengas miedo --le dijo-- porque yo estoy contigo" (Hechos 18,9). Fortalecido por la presencia de Cristo y confortado por su amor, el apóstol de las gentes, de quien nos disponemos a celebrar los dos mil años de nacimiento con un año jubilar especial, no tuvo miedo ni siquiera del martirio. Que este gran acontecimiento espiritual y pastoral suscite también en nosotros una nueva confianza en Jesucristo, que nos llama a anunciar y testimoniar su Evangelio, sin tener miedo de nada.

Os invito, por tanto, queridos hermanos y hermanas, a prepararos para celebrar con fe el Año Paulino que, si Dios quiere, inauguraré solemnemente el próximo sábado, a las 18.00 horas, en la Basílica de san Pablo Extramuros, con la liturgia de las primeras vísperas de la solemnidad de los santo Pedro y Pablo.

Encomendamos ya desde ahora esta gran iniciativa eclesial a la intercesión de san Pablo y de María santísima, reina de los apóstoles y madre de Cristo, manantial de nuestra alegría y de nuestra paz.