COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mc/04/26-34

 
1. PARA/GRANO-MOSTAZA PARA/SEMILLA

Las dos parábolas del campesino perseverante y del grano de mostaza, recogidas en este pasaje, constituyen, junto con la del sembrador (Mc 4, 3-8) y la de la levadura (Mt 13, 33), un grupo de relatos orientados hacia la misma conclusión: la justificación de la actitud del Mesías frente a los fracasos de su predicación.

No es imposible que estas parábolas hayan sido compuestas pensando de manera especial en Simón Zelotes y en Judas Iscariote (o el Sicario), discípulos de una secta particularmente extremista que quería provocar la guerra santa contra Roma con vistas a establecer el reino mesiánico.

a) En la parábola del campesino perseverante (vv. 26-29), el reino de Dios es comparado al lento crecimiento de la semilla hasta su cosecha, y, simultáneamente, con la larga inactividad del campesino antes de su febril actividad de la recolección (que es descrita, por lo demás, partiendo de Jl 4, 13; cf. también Ap 14, 14-16). Esa recolección, de conformidad con toda la Biblia y con la referencia a Joel, es, sin duda alguna, el juicio de Dios que inaugura su reino efectivo. Esto equivale a decir que es Dios el agricultor: es indudable que no va a tardar en intervenir y de forma tan espectacular como un segador en la recolección.

Es verdad que ahora, y de manera especial a lo largo del ministerio de Jesús, Dios parece no intervenir: deja a Cristo aislado, sin éxito, cada vez más rechazado por los suyos. Pero este silencio de Dios no deja por eso de estar vinculado al juicio venidero, lo mismo que la inactividad del agricultor mientras brota la semilla no deja de estar vinculada a su actividad de segador.

Jesús es atacado por los judíos: ¡si se presenta como Mesías que presente los signos precursores del reino! Jesús le responde que no hay signos extraordinarios: Dios deja crecer la semilla lentamente, pero no se pierde nada con esperar: no hay continuidad absoluta entre ese laborioso parto del reino de Dios y su manifestación en plenitud. Que quienes hayan de colaborar en la instauración del reino no pierdan su confianza en Dios: El ha comenzado y no puede haber duda de que, tras el silencio, dé cumplimiento a su obra. Que se le espere con paciencia, sin querer adelantarse a El. Y que quienes no quieran creer en el reino sino en el momento de su manifestación, estén muy atentos: ese reino está ya cerca de ellos en Jesús y hay que saber reconocerlo actuando ya en la pobreza de los medios y la lentitud del crecimiento.

b) La parábola del grano de mostaza alimenta la confianza en Dios al subrayar el contraste entre los humildes comienzos del reino (v. 31) y la magnitud de la tarea escatológica (v. 32, en donde el tema del nido está tomado de las escatologías judías consagradas a la incorporación de los paganos en el pueblo de Dios; cf. Ez 17, 22-24). Con esta parábola Jesús ha querido, seguramente, responder a la objeción de quienes se oponían a la pequeñez de los medios utilizados por Jesús para la gloria del Reino esperado, y que ridiculizaban la pobreza y la ignorancia de los discípulos de Jesús frente al cortejo triunfal que habría de inaugurar los últimos tiempos.

En realidad, en lo minúsculo actúa ya lo grandioso: incluso en el mundo que no conoce el reino, este está ya actuando; incluso en el corazón del pecador más endurecido puede brillar aún una lucecita y convertirse en gloria y fuego devorador. Se trata de tomar a Dios en serio a pesar de todas sus apariencias.

MAERTENS-FRISQUE 5.Pág. 67



2.

Texto. En un contexto de incomprensión Marcos introducía el domingo pasado el tema de la nueva familia de Jesús (Mc. 3. 20-35). Sigue a continuación el capítulo 4, del que está tomado el texto de hoy. Hasta ese capítulo el contenido de la enseñanza de Jesús ha sido el formulado en Mc. 1, 15: Se ha cumplido el plazo: el Reino de Dios ha llegado. En el capítulo 4 este contenido es formulado y ampliado por medio de parábolas. Marcos nos ofrece unas cuantas, una selección, y además nos informa de que el sentido de estas parábolas no es obvio ni inmediato.

La primera parábola habla de la semilla de cereal desde su siembra hasta la siega, pasando por las etapas intermedias. La segunda habla de la semilla de mostaza desde su pequeñez como semilla hasta su magnitud como hortaliza, capaz de dar cobijo a los pájaros. Ambas parábolas presentan ciclos completos, totalidades. El Reino de Dios es comparado con una totalidad, simplemente constatada en la primera parábola; exuberante y rica en la segunda.

Comentario. Si en vez del abstracto "totalidad" empleamos el concreto "todos", probablemente habremos dado un paso importante para la comprensión que Marcos tiene de la enseñanza de Jesús en parábola. El texto del domingo pasado marca el final de una concepción del Reino de Dios restringida a unos pocos; las parábolas de hoy señalan el comienzo de un Reino de Dios universal, abierto a todos. De la familia según la carne a la familia según el espíritu: de la semilla a la siega; de lo pequeño a lo grande; de lo limitado a lo espacioso. Donde hay totalidad no hay restricción y donde hay pájaros hay libertad de movimientos. Con el lenguaje de las imágenes Jesús habla de un espacio donde todos podemos volar. ¡Y Jesús sabía mucho de esto: pasó mucho tiempo al aire libre! La literatura judía contemporánea de Jesús era más bien reacia a dar cabida a los no judíos en el Reino de Dios. Incluso un escrito, el cuarto libro de Esdras, obra de talante pesimista, consideraba difícil la salvación de los propios israelitas.

A las parábolas de hoy se las suele denominar parábolas del crecimiento progresivo. Queda por ver si la elección de este título es atinada o no, se pregunta un comentarista actual de Marcos.

No es ciertamente atinada la elección si por crecimiento entendemos algo que nosotros podemos forjar con nuestras buenas obras. Si fuese éste el punto de vista de las parábolas, ciertamente no constituiría una novedad reseñable dentro del judaísmo. Es preciso, pues, superar una interpretación de corte moral que relaciona el proceso del Reino de Dios con el progreso del cristiano en el bien. En realidad, las dos parábolas de hoy se sitúan en una óptica distinta y radical: ¿Es o no el Reino de Dios una realidad abierta a todos? Sirviéndose del lenguaje de las imágenes, Jesús abre el Reino de Dios a todos de una vez por todas. El centro de atención de las imágenes es la totalidad de los ciclos, su compleción, no el crecimiento. Desde una óptica así carece de sentido hablar de crecimiento progresivo. En Jesús y gracias a Jesús el Reino de Dios está abierto a todos, es un espacio donde todos podemos volar y anidar. No es, pues, de extrañar que las concepciones religiosas de corte exclusivistas sientan que sus fundamentos se resienten con estas dos parábolas.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988/34



3. Mc/04/26-29.

La parábola de la semilla que crece por sí misma (4, 26-29) es propia de Marcos. Mateo y Lucas prescinden de ella, a pesar de que conocen el discurso.

Jesús habla de la siembra y luego se olvida, voluntariamente, de todo el trabajo que viene después: la poda, la lucha contra la sequía, la preocupación por el mal tiempo... Prescinde de todo esto porque tiene una lección concreta que ofrecernos: el Reino crece de todos modos, "lo mismo que la luz brilla sin que nosotros podamos hacer nada, lo mismo que nada puede ocultarse cuando Dios abre el camino". No son los hombres los que le dan fuerza a la palabra ni son sus resistencias las que pueden detenerla. Por eso el discípulo hará bien en despojarse de toda forma de inútil ansiedad.

MAGGIONI-B.Pág. 74s



4. Mc/04/30-32.

La breve parábola del grano de mostaza (4, 30-32) encuentra su sentido en el contraste y en la continuidad entre la humildad del punto de partida (un pequeño grano) y la magnitud del punto de llegada (el árbol). El Reino, el Reino grandioso, está ya presente en esta pequeña semilla, o sea, en la vida y en la predicación de Jesús y más tarde en la vida y en la predicación de la comunidad cristiana. Pensamos en la actuación de Jesús: una misión que camina poco a poco hacia el fracaso y un rebaño que se va encogiendo; pueden surgir las dudas y las crisis: ¿cómo compaginar esta situación con la pretensión de universalidad que proclama el Reino? Esta semilla -afirma Jesús- encierra dentro de sí una enorme potencialidad.

Se trata, por tanto, de una lección de confianza válida para entonces y válida, quizás más todavía, para la experiencia de minoría y de diáspora que vive la Iglesia en el seno de la humanidad. Pero no se trata solamente de confianza. Jesús quiere recordar el compromiso que exigen la importancia y el significado de la situación presente: es importante esta ocasión, este encuentro con Cristo; el Reino de Dios está en esta semilla. La humildad de la situación no debe convertirse en motivo de dejadez y de abandono. No se trata de rechazar una cosa sin importancia (como podría sugerir quizás la pequeñez exterior), sino de rechazar ocasiones de consecuencias incalculables. "La enseñanza de esta parábola no concierne propiamente al futuro. No pretende enseñarnos que el Reino de Dios habrá de venir con toda seguridad, o que vendrá pronto, o que el misterio de Jesús dará ciertamente frutos maravillosos. Se trata de hacernos comprender el significado decisivo del tiempo presente". Así pues, la parábola nos enseña a tomar en serio "nuestras" ocasiones, las ocasiones que se ofrecen aquí y ahora, por muy humildes y terrenas que parezcan. Son, en el fondo, ellas las que esconden la presencia del Reino.

Dos conclusiones. Como el Reino está aquí, en medio de las oposiciones y de los fracasos, entonces no tenemos que huir de la historia (aunque ésta sea fragmentaria, equívoca y mezquina). El discípulo sabe ver en todo esto la presencia de Dios. En cierto sentido -y ésta es la segunda conclusión- en el Reino de Dios se desperdician muchas cosas (intentos repetidos, obstinados, como el gesto del sembrador); no se puede ahorrar. Pero se trata sólo de un despilfarro para los que razonan según los cálculos mezquinos de los hombres.

Realmente en el amor no se desperdicia nada, ni tampoco en la actividad de Dios: sólo hay riqueza de obstinación y de fantasía. Dios (y el amor que se le parece) no pretende que cada gesto tenga un fruto, que cada esfuerzo obtenga su recompensa. El amor vale por sí mismo, lo mismo que la atención a los hombres, la obstinación en la solidaridad, la esperanza. Dios se da sin reservas.

MAGGIONI-B.Pág. 75



5.

La semilla tiene una fuerza que no depende del sembrador. Una vez sembrada, crece misteriosamente hasta dar fruto, sin que el sembrador intervenga. Este ni siquiera sabe cómo acontece todo el proceso de crecimiento de la semilla. Lo mismo ocurre con el reino de Dios, que nadie puede detener y ha de llegar a su plenitud cuando sea la hora. El crecimiento del reino de Dios es un misterio que sólo Dios conoce, él es el que le da el incremento. No debe confundirse a la Iglesia con el reino de Dios y atribuirle una evolución orgánica siempre ascendente en el mundo: la parábola no dice nada de esto. La Iglesia es solamente el "sacramento del reino", es decir, un signo exterior en el que se esconde y anuncia la realidad de la victoria de Dios y la obediencia de los hombres a Dios, en lo que consiste nuestra salvación y el verdadero reino de Dios. Pero la Iglesia está todavía en camino hacia la plena manifestación y el establecimiento definitivo del reino.

Lo importante en esta segunda parábola es la desproporción entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Así ocurre con el reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día (el "día del Señor"), cuando vuelva con "poder y majestad", en que se manifieste según toda su dimensión.

EUCARISTÍA 1988/29



6.

-"El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra": Esta lectura evangélica está formada por dos parábolas sobre el Reino. En la primera se compara el Reino con lo que sucede en un proceso de siembra. En este proceso se subraya la pasividad del hombre ("la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo") y la productividad de la tierra ("la tierra va produciendo la cosecha ella sola"). Del mismo modo el Reino irrumpe en el mundo de una forma inexorable, como de una semilla nacerán las espigas, y sin que los hombres puedan hacer nada. Ni a favor ni en contra. El Reino crece a pesar del celo, la pereza o la incredulidad de los hombres. Dios es quien tiene en sus manos el futuro del Reino, pero este futuro será en bien del hombre, es él quien recogerá los frutos salvíficos: "Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega".

-"Con un grano de mostaza": La segunda parábola tiene el cuño del estilo narrativo rabínico. El grano de mostaza, imagen de lo que es insignificante, pero que después se hace muy grande. Nos indica el mismo movimiento de crecimiento que la parábola anterior: el Reino está ya presente y va creciendo por sí mismo.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988/13



7.

Texto. Está compuesto de dos parábolas sobre el Reino de Dios y de una nota informativa del autor sobre el hecho general de la enseñanza en parábolas y el de la explicación de las mismas a los discípulos.

La fórmula introductoria "el Reino de Dios se parece a" puede dar pie a malentendidos. El parecido no es con el hombre que siembra o con el grano de mostaza sembrado; sino con la totalidad del proceso reseñado. Ambas parábolas, en efecto, reflejan procesos completos: la siembra termina en siega; el grano de mostaza, en planta frondosa. Con el Reino de Dios sucede lo mismo que con la semilla o con el grano de mostaza: tiene una culminación intrínseca. No habría que hablar de parábolas de crecimiento, sino de parábolas de culminación.

En el contexto de Marcos las parábolas no vienen a dar respuesta a dificultades o fracasos en el trabajo de consolidación del Reino de Dios. Las parábolas están al servicio del "misterio del Reino de Dios" (Mc. 4, 11). Este misterio o secreto escondido es el mismo que existe en la semilla o en el grano de mostaza: parece imposible que de ellos pueda surgir una cosecha, una frondosidad. ¡Y sin embargo surge! Lo mismo sucede con el Reino de Dios: desemboca en cosecha y frondosidad. Todos están llamamos a él. Ya no hay judío y no judío, esclavo y libre, hombre y mujer, rico y pobre. Existen incluso testimonios antiguos que ven en los pájaros un símbolo de los paganos.

Comentario. El particularismo o exclusivismo adopta hoy, indudablemente, formas distintas a las reflejadas en la polémica judío-pagana de tiempos de Jesús. Pero detrás de formas distintas se esconden siempre unos mismos fondos: afán acaparador, espíritu cerrado, orgullo, pobreza de espíritu, corporativismo. Son increíbles, al respecto, la mezquindad y el miedo a desmerecer.

No obstante nuestras proclamas universalistas, no estamos dispuestos a diluirnos unos en otros, a mezclarnos. ¡Nos ha costado tanto trabajo ser lo que somos y conseguir lo que tenemos! La valía es desgraciadamente egoísta y miope.

El universalismo real empieza por los más próximos. Solemos ser muy universalistas con los que están lejos; cuanto más lejos, más universa- listas. El universalismo suele empezar a quebrar con el acortamiento de las distancias.

A. BENITO
DABAR 1991/32

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