COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 9, 36-10, 8 

Par: Mc 6, 7-13   Lc 9, 1-6

1.

El pasado domingo leíamos la llamada personal de JC: "Sígueme" (una llamada dirigida especialmente a los "pecadores"). Pero esta llamada personal no es individual. No se termina en aquello que se denominaba "salvar el alma". Sino que JC llama para enviar. Es decir, para continuar su tarea -su misión- de conducir la humanidad hacia el Padre, hacia el Reino, la plenitud que el hombre anhela y que Dios realiza porque ama.

Convendrá insistir en la homilía en que esto nos afecta a todos. C/MISION:Quizá en los últimos años se ha insistido -a veces unilateralmente- en la necesidad de formar "comunidades cristianas", de "sentirse comunidad", sin percibir suficientemente que la comunidad no es un fin en sí mismo. Louis Evely escribía recientemente: "Es verdad que los cristianos se reunirán entre ellos para compartir la Palabra, el Pan y el Perdón, pero su encontrarse momentáneo simboliza y prepara la unificación del mundo y se termina con una dispersión hacia los no cristianos. Una comunidad cristiana es una contradicción en sus términos. Los cristianos no están para vivir entre ellos, como tampoco la sal o la levadura no están para conservarse en un pote. Los cristianos sólo forman asambleas litúrgicas, provisionales y proféticas" ("Avui", 14 de mayo). Más allá de la exageración de estas palabras, debe reconocerse que se hallan confirmadas sustancialmente por las de JC al llamar a los apóstoles.

El mismo número de doce es símbolo de una convocación universal (las doce tribus que son figura de un nuevo pueblo que debe incluir a toda la humanidad) Y lo confirman los tres momentos que hallamos en la elección: 1)percepción amorosa de la situación de las gentes extenuadas y abandonadas, sin pastor que guíe hacia la vida; 2)llamada a unos discípulos, a unos creyentes, no individualmente, sino como comunidad, como iglesia 3)misión de estos discípulos para que anuncien y realicen el Reino (un tema secundario es que JC los envíe inicialmente "a las ovejas descarriadas de Israel": el paso a todos los pueblos no vendrá hasta después de la Resurrección).

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/12


2. I/MUNDO. I/MISION.

La Iglesia, colectiva e individualmente -es decir, la Iglesia en su conjunto y los creyentes como individuos, de uno en uno- tiene una misión clara que cumplir, un quehacer idéntico a todo lo largo de la historia. Los matices de ese quehacer podrán mudar con los tiempos y habrá que esforzarse por encontrar el modo mejor de cumplirlo en cada momento. Pero la misión, el quehacer, son claros como la luz. Y las lecturas de hoy hablan de ello.

La Iglesia -toda la Iglesia y cada uno de nosotros- debe servir de puente entre Dios y la humanidad, debe servir de testigo del amor de Dios a los hombres. La fe, que es la respuesta humana a la invitación divina, debe reflejarse de tal modo en la tierra en que vivimos que cada creyente y el conjunto de todos los creyentes seamos testimonio de la gran Verdad: Dios nos ama con la más alta y profunda forma de amor. Y toda la actividad eclesial ha de estar dirigida a ese fin: ser espejos del amor de Dios. Dicho así puede no sonar a nada o sonar a cosa superdicha y hasta un poco cursi. Pensandolo bien resulta grandioso y comprometedor.

Solemos decir que "somos humanos" y como tales, imperfectos. De acuerdo. Pero eso no puede ser fácil disculpa para no cumplir nuestra tarea fundamental. Una cosa es que haya imperfecciones en el cumplimiento del deber y otra muy distinta es que nos equivoquemos de "deber", lo cual sería definitivamente grave, mortal de necesidad. Y nos equivocaríamos de "deber" si creyéramos -y actuáramos en consecuencia- que la Iglesia está para echar en cara al mundo su incredulidad, por ejemplo; o para servir de "modelo" a los demás; o para constituir un pequeño refugio de "salvados", un ghetto en el que vivir "los elegidos" (¿no se ha dicho tantas veces pomposamente aquello de que "fuera de la Iglesia no hay salvación"?)... De este modo la Iglesia se convertiría en orgulloso testimonio de un desamor. Exactamente lo contrario al deseo de Dios. Una terrible traición que nos descalificaría definitivamente. Conviene por tanto, pensar en serio si hemos caído o estamos en peligro de caer en este equívoco bien como colectividad eclesial bien como individuos.

CR/A-MUNDO: Ser cristiano sucesor para los nuevos tiempos del antiguo Israel comporta un talante de "simpatía" hacia el mundo que ha de ser salvado por el amor de Dios y no por nuestros trabajos denodados y sudorosos o por nuestras connivencias y coincidencias personales. Pertenecer a la Iglesia no es colocarse el cartel de "anti..." tantas cosas, como si creer fuera una afirmación de exclusivismos: es levantar bandera de comprensión, de abrazo universal, de radical aceptación de cuanto puede ser "salvado" es decir, de TODO. Con demasiada frecuencia "cristiano" -¡y más todavía "católico"!- viene a ser sinónimo, en la mente de muchos, de "conservador, retrógrado y anti...". En nombre del cristianismo se toman actitudes de protesta contra esto y aquello; pero pocas veces se toman actitudes de aceptación y alabanza, de apertura y comprensión... Nada, sin embargo, tan positivo como una fe que debe ser testigo de lo más positivo del mundo que es el amor de Dios a los hombres.

La imagen de la Iglesia que deberían tener todos los hombres grabada en el corazón es la imagen de una realidad acogedora y no excluyente, la imagen de un "recinto" en el que todos caben porque a todos se les recibe con amor. Pero tal imagen es imposible si cada uno de nosotros y la institución eclesial en sus manifestaciones no nos sentimos desde dentro testigos del amor, en lugar de sentirnos testigos de la justicia o de una especie de no santa revancha espiritual. En eso pecó gravemente Israel. ¿No hemos pecado nosotros igual? ¿No hemos hecho que el N.T. huela demasiado a Viejo? Algo de esto confesó la Iglesia en el Vaticano II. La conversión es, al fin y al cabo, la raíz de todas las actitudes cristianas. Nuestra constante conversión es de dirigirnos hacia el Amor y su más eficaz testimonio.

BERNARDINO M. HERNANDO
VIDA NUEVA 1975/06/07-985


3. MISION/VOCACION:

Más importante parece ser la expresión de la conciencia que Cristo adquiere de su papel de rabí en su tierra. Al contrario de los rabinos de su tiempo, que se rodeaban de algunos discípulos en una escuela o a la puerta de una ciudad, Jesús quiere ser un rabino ambulante: no se trata de esperar a que los discípulos vengan a El, hay que ir a su encuentro y abordarles en su situación vivencial. Cristo no será, pues, como los sacerdotes del Templo que reciben materias de sacrificio y dinero de los fieles, pero sin preocuparse de su salvación; tampoco será como los fariseos, que no se ocupan más que de las almas de excepción; va a las "ovejas perdidas" de Israel: perdidas y olvidadas (v. 35). Si acepta tener discípulos, no lo será, a la manera de los rabinos de su tiempo, para razonar con ellos, sino para hacerles compartir sus periplos misionales y atraer su atención hacia las ovejas abandonadas (vv. 36 y 10, 1).

Esta perspectiva es absolutamente nueva en los hábitos de los rabinos de Israel y hace, automáticamente, de la misión una obra de "compasión" (v. 36) y de misericordia para con los pobres, los enfermos y los pecadores (vv. 7-8), "ovejas sin pastores" (v. 36) de las que ni sacerdotes, ni fariseos, ni rabinos se dignan preocuparse.

Contrariamente a los otros sinópticos, Mateo nos da la lista de los doce apóstoles no en el momento en que Cristo les llama (Mc 3, 16-19; Lc 6, 14-16), sino en el momento en que los envía. De esa forma se manifiesta más sensible a la misión de los apóstoles que a su vocación. Al mencionar al colegio apostólico al comienzo del discurso de misión, quiere al mismo tiempo establecer un nexo entre colegialidad apostólica y misión, tal como insistirá en subrayarlo Hch/02/14; Mc/01/36 y Lc/09/32.

La misión no apunta, sin embargo, más que a las ovejas de Israel. Jesús excluye incluso nominalmente a los paganos y a los samaritanos (vv. 5-6). Seguramente tiene conciencia de que su mesianidad no beneficia todavía más que al pueblo elegido.

Comparte la mentalidad de su tiempo según la cual el llamamiento de los paganos al Reino queda situado tan sólo en el futuro escatológico, como acto gratuito de Dios. Jesús esperaba de tal forma la congregación de las naciones como una iniciativa escatológica de su Padre, que no se ha preocupado de su llamamiento durante su vida pública (Lc 13, 23-30; Mc 7, 24-30).

De esa forma ha actualizado una economía de la salvación que es "primeramente para los judíos" (Rom 1, 16) y que Lucas respetará escrupulosamente en su redacción de los Hechos por la forma en que presentará la extensión de la Buena Nueva a partir de Jerusalén y de Judea.

Es un hecho innegable que la conciencia misionera de la Iglesia y de los apóstoles se fue ampliando progresivamente. Textos como el de Mt 10, en el que el evangelista se preocupa, sin embargo, de elaborar una teología de la misión, se sitúa aún en una perspectiva limitada a Israel; será precisa la persecución para que los apóstoles salgan de Jerusalén y comiencen a extenderse en la Diáspora.

Pero no por eso deja de ser menos cierto que la Iglesia es misionera por esencia y que la relación con el mundo no cristiano es constitutiva de su vocación. La Eucaristía no puede comprenderse sino en la medida en que llama a ese universalismo a los cristianos que reúne.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 65


4.

Contexto. Compárese Mt. 9, 36 con Mt. 5, 1. Entre ambos textos hay una relación literaria clara. Ambos constituyen el comienzo de una sección discursiva. En 5, 1 comenzaba la primera compilación de palabras de Jesús (sermón de la montaña, caps. 5-7); en 9, 36 comienza la segunda compilación.

Texto. Una circunstancia (las gentes) motiva una reacción psicológica de Jesús (9, 36), unas palabras a sus discípulos (9, 37-38) y una transmisión de autoridad (10, 1). Mención concreta de los nombres (10, 2-4). Envío y código del enviado (10, 5-8). La articulación literaria del texto es clara. Esta misma concatenación es la razón por la que los discípulos de 9, 37 y los doce apóstoles de 10, 2 son las mismas personas. En Mateo, discípulo y apóstol son términos equivalentes.

Pre-texto. "Como ovejas que no tienen pastor": expresión clásica para designar al pueblo de Israel en cuanto carente de dirección.

Se encuentra en los libros históricos (Núm. 27, 17; 1 rey. 22, 17; 2 Crón. 18, 16), en los proféticos (Ez. 34, 5; Zac. 10, 2) y en los de carácter didáctico (Judit 11, 19). En Mt. 9, 36 el pueblo carente de dirección es la muchedumbre en torno a Jesús. Ahora bien, desde Mt. 5, 1 el autor distingue entre muchedumbre y discípulos como dos grupos distintos. Los discípulos son los destinatarios del sermón del monte. El monte, en la tradición judía, es el Sinaí, donde quedó constituido el pueblo de Dios. En la concepción de Mateo el sermón del monte es, pues, el canon constitutivo del nuevo pueblo de Dios. Este pueblo de Dios Mateo lo esquematiza usando el modelo clásico: las doce tribus. Los doce apóstoles representan, pues, al pueblo de Dios en su totalidad.

Sentido del texto. Evidentemente, se trata de un texto de misión. ¿Quiénes son los enviados? ¿Los doce en cuanto pueblo de Dios o en cuanto miembros-guías dentro del pueblo de Dios? A la luz del texto y del pre-texto, "los doce" es sinónimo de un "pueblo de Dios". Mateo ha compuesto un texto eclesiológico, no un texto jerárquico o de vocación específica. Se trata, pues, de la misión de todo el pueblo de Dios (sacerdotes+seglares, diríamos hoy). ¿A quiénes? "A las gentes". Mateo entiende por gentes todos los que escuchan la palabra de Jesús pero no la ponen en práctica (cfr. final del sermón del monte, 7, 24-27). Todas aquellas gentes eran "cristianos", es decir, oían y seguían a Cristo, pero no eran sus discípulos. Discípulo es el que pone en práctica el programa del Reino (cfr. Mt. 5-7). Este programa es algo más que una ética; es una renovación integral del mundo; es una alternativa a los modelos sociológicos al uso (incluso éticamente buenos). Hay muchos modelos; hay muchos "cristianos"; pero faltan trabajadores del Reino. Ya en tiempo de Jesús el número de estos trabajadores del Reino era escaso en comparación con la gran muchedumbre que seguía a Jesús. Y ya entonces algo faltaba en la religiosa sociedad judía. Esa falta motiva la profunda conmoción de Jesús, su invitación a pedir trabajadores al Padre y el envío de los escasos trabajadores con que cuenta (9, 36 - 10, 4).

Desde este momento los discípulos adquieren una nueva connotación. Hasta ahora se les llamaba discípulos en razón de su relación con el maestro (relación hacia dentro); ahora se les llama también apóstoles, es decir, enviados, en razón de su relación con la demás gente (relación hacia fuera).

La gente a la que son enviados son el antiguo pueblo judío, el Israel en sentido étnico (10, 5-6). Este Israel era precisamente el que debía ofrecer a los demás pueblos del mundo una alternativa de vida distinta, la alternativa de Reino de Dios. De ahí el interés y los esfuerzos de Jesús por dar forma en Israel a esa alternativa. Los milagros son las señales de ella. Esas señales, en cuanto expresión de la presencia de Dios, son pura gracia de Dios y, por tanto, no es algo sobre lo que se pueda especular en beneficio propio (10, 8).

DABAR 1978/36