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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO
14-21
14.
- ¿Qué pretendió el Concilio Vaticano ll?
Sin duda, en este siglo XX que estamos terminando, el hecho más importante para la Iglesia ha sido el Concilio Vaticano II. Como ha dicho Juan Pablo II en la carta en que convocaba a la preparación del Gran Jubileo del año 2000: "Fue un hecho providencial que marca una nueva era en la vida de la Iglesia".
¿Qué pretendió sobre todo el Concilio? Reformar y renovar la Iglesia, haciéndola más fiel al Evangelio de Jesús y más abierta y sensible a la humanidad actual. Pero no una reforma y renovación como quien arregla la fachada y el interior de su casa para satisfacción propia, para poder enseñarla con cierto orgullo. Sino que la finalidad de aquello que Juan XXIII llamó "vuelta a las fuentes evangélicas y puesta al día de la Iglesia", fue sobre todo una apuesta de cercanía y servicio: a todos los cristianos -de todas las Iglesias- para avanzar juntos hacia la unidad que el Señor quiere; a todas las mujeres y hombres de cualquier creencia y situación personal, para colaborar juntos en el camino de la paz y de la justicia, del bienestar para todos.
- La constatación de Jesús, entonces y ahora
Quizá os preguntéis a qué viene hoy recordar todo eso. Me explico: al preparar el comentario del evangelio de este domingo, al preguntarme qué nos dice a nosotros ahora y aquí, me ha parecido que tenía mucho que ver con lo que intentó ser el Concilio Vaticano II, con lo que sigue siendo la tarea pendiente hoy de la Iglesia. Es decir, nuestra tarea pendiente, que depende de todos los cristianos.
El evangelio que hemos leído partía de una constatación que hacia Jesús. La hacia entonces, pero podría hacerla -la hace- igualmente en la realidad humana de este final de siglo. La constatación era/es: una inmensa realidad de gentes, hombres y mujeres, de toda edad y condición, extenuadas y abandonadas. En búsqueda, anhelantes, pero sin encontrar respuestas ni soluciones. En el ambiente rural en que vivía Jesús, queda bien expresado: como ovejas que no tienen pastor.
La realidad humana de hoy, en este fin de siglo, es ciertamente muy distinta en lo cultural, en lo económico, en lo político, en tantas cosas, de la que era entonces. Pero si atendemos a lo más hondo, al corazón de cada persona, a su búsqueda y sus más profundos anhelos, quizá no sea tan distinta. Puede ser la búsqueda de la verdad, sin saber donde hallarla; el deseo de felicidad, sin atinar por qué caminos consolidarla; el grito por una justicia real para todos, sin respuestas efectivas. Y tantos otros interrogantes y ansias y empeños, sin caminos y respuestas consistentes.
- La propuesta de Jesús, entonces y ahora
Hemos visto la constatación entonces de Jesús, que podría ser también la de hoy. Pero, ¿cuál fue entonces la propuesta, la respuesta, de Jesús? Importa saberlo para deducir cuál debe ser hoy la nuestra, como seguidores suyos. Su respuesta, su propuesta, fue formar un grupo, crear una comunidad. De gente normal, sin títulos ni méritos especiales. Pero eso si: con buena voluntad.
Un grupo, una comunidad, los doce apóstoles. Como semilla de nuevos grupos y nuevas comunidades. Lo hemos recordado durante los domingos de Pascua en la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles: el Evangelio se encarna y transmite, la Iglesia nace, a base de pequeños grupos y comunidades que se forman en cada pueblo y ciudad. Con la misma tarea y finalidad que nos decía el evangelio de hoy: servir, ayudar, vencer el mal a base de mucho bien.
Y esto es -volvemos a lo que decíamos al comienzo de esta homilía- también lo que señaló e intentó en nuestro siglo, para nosotros, el Concilio Vaticano II. Reformar y renovar la Iglesia, esta comunión de comunidades y grupos cristianos, para servir, para ayudar. Es nuestra tarea pendiente, la que tenemos entre manos.
Ante la multitud y hondura de interrogantes, de búsquedas y anhelos, de los hombres y mujeres, jóvenes, adultos y mayores, de nuestra sociedad, nosotros no tenemos -cada uno- la respuesta, la solución. Pero una cosa sí podemos hacer: beber y alimentarnos de la palabra de Jesús, de su amor, de su fuerza. Y con ella, gracias a ella, ayudar, acompañar, escuchar y comprender, a todos aquellos que, en nuestra familia, en el trabajo, en la convivencia de cada día, añoran, buscan y anhelan. Sin sentirnos en absoluto superiores. Eran las últimas palabras del evangelio: "gratis habéis recibido, dad gratis". Que la Eucaristía de Jesús, su presencia y alimento, nos ayude a todos.
EQUIPO
MD
MISA DOMINICAL 1999/08/45-46
15.
LECTURAS DEL DÍA
1ª. Libro del Éxodo 19, 2-6a : "El Señor llamó a Moisés desde el monte diciendo:... si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos"
2ª. Carta a los romanos 5, 6-11 : "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros..."
3ª. Evangelio según san Mateo 9, 36-10, 8 : "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.."
CLAVES PARA LA LECTURA
1. La primera lectura nos enseña que Israel es, entre todos los pueblos, aquél al que Dios ha escogido y con el que ha hecho un pacto.
Por parte de Dios, se promete a Israel considerarlo como su especial propiedad entre todos los pueblos, y gente santa (v 5-6).
Y, en contrapartida, a Israel se le exige fidelidad a su voz y a la Alianza que se le ofrece. Por tanto, el contar con un puesto de privilegio otorgado por Yavé a Israel queda condicionado a que escuche y guarde su Alianza.
2. En la segunda lectura san Pablo expone a los fieles de Roma cuáles son las razones por las que hemos de tener plena confianza en Cristo.
Jesús se dejó matar por nosotros, que éramos pecadores y enemigos suyos, y por ese medio nos reconcilió con Dios y nos hizo amigos suyos.
Considerando ese gesto de inmenso amor, si cuando éramos enemigos suyos nos trató con tan singular bondad, ¿cuánto más no debemos esperar de Él ahora, cuando, reconciliados, somos amigos suyos? (Rom 5, 6-11)
3. La tercera lectura pone el acento sobre el especial amor que Jesús sentía hacia sus connacionales hebreos a los que contemplaba como multitudes "fatigadas y decaídas", como "ovejas sin pastor" (v 36)
Como los pastores oficiales del judaísmo religioso han demostrado ser mercenarios egoístas en los que no se puede confiar, Cristo da al pueblo del Nuevo Testamento nuevos pastores en las personas de los doce Apóstoles.
En el texto se insiste, además, sobre el carácter de servicio que es propio del oficio apostólico. El pastor existe únicamente para el bien de las ovejas. Y Cristo, el solo y único Pastor del nuevo Israel, quiere atender a los hombres por medio de los hombres.
COMENTARIO TEOLÓGICO
1. En el texto que la Liturgia toma del Evangelio según san Mateo ( 9, 35-11, 1) se contiene una amplia instrucción dada por Jesús a sus discípulos, y se narran los primeros resultados prácticos de la misión. Ese texto, para su mejor comprensión, requiere que se le enmarque en el contexto de los discursos del Señor. Veámoslo.
2. San Mateo estructuró su Evangelio en torno a cinco grandes discursos del Señor:
-
el de la Montaña,
- el Misionero,
- el de las Parábolas,
- el Eclesiástico,
- y el Escatológico.
3. Los textos de su capítulo 10, que son los que ahora nos afectan, pertenecen al Discurso misionero, en el que se recogen todos los dichos de Jesús relativos a la misión de los discípulos. Pero ha de entenderse que lo dicho por el Señor no vale sólo para los Doce sino que está destinado a todos los cristianos.
4. El Discurso misionero de Jesús (Mt 10, 7-42) se divida, a su vez, en tres partes, a saber, Normas de apostolado (v 7-15), el apóstol perseguido (v 16-39), y la acogida del apóstol (v 40-42).
5. Detengámonos en esta homilía a examinar qué se le exige al apóstol de Cristo.
Se le exige:
despegarse de los bienes de este mundo y vida en pobreza,
gozar de plena libertad apostólica para dedicarse al anuncio del Reino,
desaparecer él mismo como sujeto, para que aparezca la sola acción de Dios, de quien él es simple ministro,
entregarse total y sacrificadamente al apostolado, sea con éxito o sin él, pues el apóstol ni debe estar preocupado por el éxito ni debe dar cabida al desánimo,
poseer lealtad y fidelidad absoluta a la persona de Cristo.
6. En cuanto a la persecución de que pueda ser objeto, ésta será el camino que conduzca al discípulo hacia el supremo grado de despego, para entrar así de lleno en el Reino de Dios. De ella se hablará en el próximo domingo.
7. En este momento, obsérvese cómo en la llamada de Cristo a sus apóstoles, para que colaboren, se acentúa un detalle fundamental en la economía salvífica divina: el detalle de que Cristo quiere conducir a los hombres a su salvación por medio de otros hombres. Es por ello por lo que la misión de Cristo se prolonga y multiplica mediante el envío de muchos discípulos al mundo. Y cada enviado participa del mandato recibido por Cristo del Padre.
EPÍLOGO
Al recordar el mensaje y oración de Jesús pidiendo operarios, a cualquiera le viene a la mente la carencia actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, sobre todo en Europa. Las palabras de Jesús, que se referían a las circunstancias de su tiempo, habrían de convertirse hoy en un huracán de oraciones de toda la cristiandad pidiendo nuevamente operarios para la mies (Mt 9, 37-38). Huracán de oraciones, porque todos somos conscientes de que los segadores llamados no pueden afrontar el trabajo por propia iniciativa sino que su colaboración se ha de dar a las órdenes del patrón de la mies.
Mas ¿por qué hoy escasean tanto las vocaciones? La respuesta tendría que aludir a muchas causas, y en esta homilía no procede investigarlas. Sin embargo, atrevámonos a subrayar un detalle de espíritus providencialistas: tal vez el Señor quiera fomentar en mayor grado la llamada de los laicos a la colaboración misionera (LG 31. 33. 35. 38).
Fray
José Salguero, op
Convento de Ntra. Sra. de Las Caldas
16.
Gratis habéis recibido, dadlo gratis"
Volvemos otra vez al "Tiempo Ordinario", es decir al tiempo normal. Esto no debe relajarnos en nuestro deseo de encontrarnos con el Señor cada domingo y celebrar su amor oblativo. Cada domingo celebramos que Cristo Jesús muere y resucita por nosotros y se entrega en alimento que nos fortalece y nos sostiene. Es memorial, esto es actualización del misterio de su muerte y resurrección. Pero sobre todo, la Eucaristía es un banquete al que Jesús nos invita, es comunión con Dios y con los hermanos.
Las lecturas de este domingo nos muestran "la compasión de Dios". Jesús se compadecía de las gentes porque "estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor". Comparando la situación que Jesús contemplaba con la nuestra, nos damos cuenta de las diferencias, pero también de las semejanzas entre ambas circunstancias a pesar del paso de los siglos. Hoy también nos encontramos cansados, pero estamos soñando en las vacaciones ya cercanas. Vivimos en la parte del mundo que corresponde a los privilegiados. Por ello, no nos falta el alimento cotidiano e incluso nos aferramos a otras "mil seguridades". Sin embargo, muchas personas en nuestro mundo no son felices, aunque no les falte nada de lo material. Van a la deriva, sin saber el camino, "extenuadas" y sedientas de felicidad.
Ante tanta infelicidad solo caben dos posturas: la indiferencia o la conmoción. Hemos de "aprender a mirar" con los ojos de Dios. En el libro del Éxodo se nos muestra cómo Dios ha visto "la aflicción de su pueblo" ( Ex. 7 ) y se acerca a los israelitas para "llevarles sobre alas de águila" y convenirles "en un reino de sacerdotes y una nación santa". Debemos graduamos la vista para no ser tan miopes, para poder ver al hermano que sufre a nuestro lado para "compadecemos de él", es decir para sentir con él. Miremos por dentro, con los ojos dulces y compasivos de Jesús y descubriremos la miseria, el fracaso, el vacío, la desilusión que anida en el corazón del hombre. Nuestra sociedad promete mucho, pero ofrece muy poco, de ahí viene el origen del sinsentido de la vida, de la depresión...
"La mies es abundante". Contemplamos en este tiempo los campos dorados, a punto de la siega, pero hacen falta braceros. Quizá pensamos que es demasiado para nosotros, que no podemos arreglar el mundo, "que alguien lo arregle". Somos unos quejicas. Jesús cuenta también contigo y conmigo, como también contó con Pedro, Andrés, Santiago...
Ellos eran unos pobres hombres: pescadores, recaudadores de impuestos, hasta había entre ellos guerrilleros "zelotes" y gente no bien considerada socialmente. Pero Jesús les llamó y les hizo pescadores de hombres. Jesús nos dice "rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies". No nos damos cuenta que el que da la fuerza es el Señor. El llama y envía. El nos ama, pues "siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros" (de la carta de San Pablo a los Romanos). Seguro que Jesús piensa "¡qué pena, si alguien se animara!" Nos pone delante una misión muy concreta: expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Nuestro mundo está enfermo, el hombre de hoy está enfermo: las guerras, el hambre, el egoísmo han hecho enfermar al hombre. Nosotros podemos ser instrumentos de salud. Hay pastores que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. En época de elecciones todos prometen muchas cosas, pero después muchas veces las promesas se olvidan. ¿Cómo distinguir los buenos, de los malos pastores? Muy sencillo: es verdadero líder aquél que es capaz de dar gratis, sin esperar nada a cambio. Hay muchos líderes que buscan beneficios económicos, o el poder, o la fama, o ...
Nosotros debemos convencer, más que vencer. Los tiempos han cambiado, no hay que ser nostálgicos del pasado, cuando se vivía una situación de cristiandad. Cristo no actuó desde el poder, sino desde el servicio y la entrega de la propia vida. Es posible que te asuste la tarea, no tengas miedo, Jesús ha vencido al mundo. No quieras de repente cambiarlo todo, ten paciencia, tú aporta tu granito de arena. "Lo que tú puedas hacer hoy por alguien que te necesita es como una gota en el océano, pero es lo que da sentido a tu vida" (Albert Schweitzer).
La respuesta de Jesús es clara: "dad gratis lo que habéis recibido gratis". Todo es gracia, es don, es amistad. La fe, el don más precioso, es gratuita, es un regalo de Dios. Toda la historia de la salvación es una bellísima historia de amor de Dios al hombre. A nosotros se nos invita a corresponder a ese amor de Dios, pues como decía San Agustín debemos vivir de manera digna para no hacer injuria a gracia tan sublime. Un médico extraordinario vino hasta nosotros y perdonó todos nuestros pecados" (Sermón 23 A, 2-3). Miremos con los ojos de la fe, seamos compasivos con el hermano que sufre, demos confianza y esperanza a este mundo perdido. Pidamos a Dios en esta Eucaristía que nos dé "ojos de águila penetrantes y compasivos". Si nos apoyamos en la comunidad todo será mucho más fácil. Jesús te llama por tu nombre, te dice: "¡Ven y sígueme!". Pero no sólo te lo dice a ti, también se lo está diciendo a otros muchos como tú. La tarea es inmensa, pero apasionante. ¡Señor, manda obreros a tu mies!
JOSÉ
MARÍA MARTÍN
Párroco de Sta. María de la Esperanza de Madrid
17.
Nexo
entre las lecturas
Sabed que el Señor es Dios, que Él nos ha hecho y somos suyos, su pueblo y
ovejas de su rebaño. Es el tema de la elección de Dios el que nos ofrece un
lazo de unidad entre las lecturas de este décimo primer domingo del tiempo
ordinario. Se trata de la llamada de Yahveh para ser su pueblo y ovejas de su
rebaño. (SAL). Si el pueblo guarda la alianza el Señor será su Dios y él su
propiedad personal entre todas las naciones (1L). El evangelio, por su parte,
nos habla de una nueva elección, la de los apóstoles para que anuncien la
buena noticia; para que hagan presente que en Jesucristo, se han cumplido todas
las promesas anunciadas por Dios a su pueblo. Dios se compadece de su pueblo al
verlo "como ovejas que no tienen pastor"(EV). Su misericordia es
eterna y va de edad en edad.. Pablo en el texto de la carta a los romanos nos
expresa la profundidad de esta misericordia pues Dios nos amó cuando todavía
éramos pecadores. Si siendo pecadores tuvo tanta misericordia de nosotros, cuánto
más la tendrá ahora que estamos reconciliados con él (2L). El tema de la
elección de Dios se abre a una gozosa esperanza.
Mensaje doctrinal
1. El amor y la compasión de Dios. El tema de la compasión de Dios
vuelve a aparecer en este undécimo domingo del tiempo ordinario y atraviesa y
penetra las lecturas de este día. La compasión de Dios, hessed, no es una
simple aflicción por el estado en el que se encuentra el hombre después de su
caída. Ciertamente es un estado dramático pues, una vez cometido el pecado, se
abre ante el hombre un abismo de miseria y caída que no conoce límites. Dios,
en su misericordia y en su amor, no permaneció ajeno a la situación
desgraciada y dramática del hombre. Las palabras de Jesús que expresan
misericordia al ver a la multitud "extenuada y abandonada como ovejas sin
pastor", no se detienen en un mero sentimiento, sino que pasan a la acción.
El amor cuando es crecido, no puede estar si obrar. Gregorio de Nisa expresa con
acierto el amor que Dios nutría por su creatura al verla desbarrancada en el
pecado:
¿Por medio de quién necesitaba (el hombre caído en pecado) ser de nuevo
llamado a la gracia del principio? ¿A quién importaba el levantamiento del que
estaba caído, la reanimación del que había perecido, el encarrilamiento del
que estaba extraviado? ¿A quién más, sino al Señor absoluto de la
naturaleza? Porque solamente al que desde el principio otorgó la vida le
correspondía y le era posible reanimarla incluso perdida. Esto es lo que
escuchamos de parte del misterio de la verdad al enseñarnos que en el principio
Dios creó al hombre, y que lo ha salvado después de su caída. (Or. Cat. VIII,
PG 45, 39C)
Así pues, la compasión de Dios nace de su amor y se manifiesta en una
intervención salvífica en favor de quien tan gravemente se había
desbarrancado. Es un que amor que sufre cuando ve privado al amado del bien
original; es decir, cuando ve privado al hombre de la inocencia primera con la
que lo creó: la gracia del principio.
Era tal la magnitud del desorden que se había introducido que sólo Dios podía
salvar al hombre. Éste es regenerado por medio de un nuevo nacimiento; su
regeneración excede las fuerzas de la criatura ; se encuentra en la línea de
la creación. Sólo aquel que dio al hombre la vida en el principio, puede
devolvérsela ahora, puede restaurarlo conforme a la primitiva imagen. Sólo
Dios podía llamar de nuevo al hombre, y esto era conveniente. Es conveniente
por ser una obra buena, y esta obra buena es coherente con el primitivo móvil
de la creación: Dios creó al hombre por amor.
Mientras el pecado se describe como "abulia", falta de energía en el
bien. La obra salvadora se ve como una nueva vocación, una nueva llamada, como
una conducción de la mano del hombre por parte de Dios. Se trata _y por eso es
necesario un poder creador_ de volver al hombre, que ha perdido su parentesco
con Dios, su impasibilidad y su inmortalidad, al primitivo estado en que fue
creado.
¿Cuál es, pues, la causa de que la divinidad se abaje a tan vil condición que
la misma fe duda en creer que Dios, el ser infinito, incomprensible,
inexpresable, el que está por encima de toda concepción y de toda grandeza, se
mezcle con la impureza de la naturaleza humana...? Se pregunta Gregorio de Nisa
Es tal el abajamiento, la kénosis de un Dios trascendente que resulta difícil
para la fe consentir en la Encarnación. Ha sido de tal manera fuerte la unión
de las naturalezas que todo aquello que sucede en la naturaleza humana es
atribuido a la única persona del Verbo: el nacer, el morir, el sufrir... Así
pues, si buscamos la causa del nacer de Dios entre los hombres tenemos que
recurrir al amor divino y a su deseo de dispensar bienes. Sólo si atendemos a
los bienes de origen divino que nos han sido dados, podemos reconocer al autor
de los mismos. Al bienhechor lo reconocemos por los bienes recibidos. Si, pues,
el amor a la humanidad es una marca propia de la naturaleza divina, ya tenemos
la razón que buscábamos, ya tenemos la causa de la presencia de Dios entre los
hombres. Conviene insistir en esta afirmación: "el amor a la humanidad es
una marca propia de la naturaleza divina". Aquí se encierra el misterio de
la presencia de Dios entre los hombres.
2. De la misericordia a la elección. «Jesús, viendo a la muchedumbre,
sintió compasión de ellos, porque estaban [...] como ovejas sin pastor». En
el Evangelio es la compasión la que precede inmediatamente a la elección.
Cristo siente compasión no sólo por la situación física de la muchedumbre
-de modo que enviará a los apóstoles a sanar los cuerpos- sino, sobre todo, de
su estado espiritual y de su salvación eterna. Cristo quiere que esa sangre que
derramará «por todos los hombres» llegue a todos; que todos se puedan
beneficiar de su redención. Pero para lograr esto necesitará de operarios, de
muchos operarios, en este contexto se pone la elección de los Doce.
No es difícil entender por qué les manda ceñirse a la predicación al pueblo
de Israel excluyendo a los gentiles. En realidad Israel fue el pueblo elegido el
«reino de sacerdotes y la nación santa» que el Señor se quiso, y por lo
tanto a ellos les correspondía en primer lugar el anuncio de la buena nueva. En
la elección de Israel notamos un amor totalmente desinteresado por parte de
Dios. Este amor es gratuito y de alcance universal: Dios quiso amarlo, y lo amó
y le fue fiel hasta el fin. Pero al mismo tiempo este amor es una imagen del
amor que después Dios tendrá a su Iglesia, su nuevo pueblo. Una vez que Cristo
resucite, ordenará a sus discípulos que lleven la Buena Nueva a todas las
gentes.
Sugerencias pastorales
1. La misión y la evangelización. La misión apostólica de los laicos
consiste fundamentalmente en vivir santamente consagrando así el mundo a Dios (cf.
Lumen Gentium, 34). Sin embargo el seglar también puede y debe, si tiene la
posibilidad, colaborar activamente en la evangelización. No se trata de algo
accidental, sino algo que toca la esencia misma de su vocación como bautizado.
Es preciso que todos nos dejemos penetrar por el amor de Cristo hacia la
humanidad, de forma que tengamos el mismo corazón de Él inflamado de amor por
los hombres. Así nacerá, también en los fieles, la «compasión» que, con
Cristo, surge al contemplar a las muchedumbres sin pastor. Es una necesidad que
surge en la propia conciencia y que es preciso no acallar. El Papa en la encíclica
Solicitudo rei socialis dice: La Solidaridad no es, pues, un sentimiento
superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario,
es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos. (Solicitudo rei socialis 38). Ciertamente el Papa está
haciendo una referencia a la solidaridad de carácter material, pero que es
aplicable y de modo muy profundo, a los bienes del espíritu. Es necesario
sentir en la propia alma la tristeza por el sufrimiento material y espiritual de
nuestros prójimos. Nada de lo propiamente humano nos puede resultar
indiferente.
2. Las vocaciones. También es cierto que el texto evangélico nos hace
pensar inmediatamente en los ministros del altar, en los sacerdotes. Aunque en
la Iglesia se da una progresiva recuperación en el número de las vocaciones
sacerdotales y a la vida consagrada, es todavía muy insuficiente de frente a
las grandes necesidades del mundo. Nos corresponde, por tanto, rezar siempre
para que Dios envíe operarios a su mies y trabajar activamente para lograrlo.
No podemos esperar que las vocaciones nazcan sin un verdadero compromiso de
nuestra parte. En este sentido conviene avivar en nuestros corazones el sentido
de misión de nuestra vocación cristiana: el tema de las vocaciones es una
responsabilidad de todos y nos afecta a todos. ¡Cuánto bien podemos hacer en
el seno de nuestra familias creando un ambiente favorable al surgimiento de
nuevas vocaciones! En este sentido, es la madre quien desempeña un papel
importantísimo. Ella es la educadora en la fe y la educadora del corazón de
sus hijos. A través del amor plenamente desinteresado de la madre, los esposos
y los hijos se abren a un amor de esta misma índole, un amor desinteresado
capaz de arriesgar la propia vida por el ser amado.
P. Octavio Ortíz
18. Doce pescadores con un corazón más grande que sus manos
"Entonces Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus y curar toda enfermedad". San Mateo, cap. 10.
Una cita de Comblin nos señala cómo es Jesús, al comienzo de su vida pública: "Un solitario, es cierto. Pero no un ser aéreo, distante, inalcanzable. No aborda a las personas como quien siempre está de prisa, porque mil negocios lo esperan. No organiza todavía planes concretos. Continúa como un simple artesano, discípulo del Precursor".
Unos días más tarde, comienza su tarea de Mesías. ¿Con qué estilo? Pudiera imitar al Bautista, predicador huraño que se limita a despertar las conciencias. O integrarse al grupo de los esenios, que allí cerca se defienden del mundo. O volverse un afamado levita que desentraña los secretos de la Ley y los explica a sus oyentes.
Pero Jesús decidió, de entrada, invitar a un grupo de amigos y compartir con ellos su programa. Los tres primeros evangelistas cuentan el llamamiento de algunos apóstoles, con sus circunstancias concretas: Andrés y Pedro, Juan y Santiago, Bartolomé y Felipe que, en su mayoría, eran pescadores. También la vocación de Mateo, el cobrador de impuestos. De los otros cinco ignoramos cuándo se unieron al grupo.
Todos eran gente común como nosotros. Sólo que, según afirma un escritor, tenían un corazón más grande que sus manos.
Los evangelistas guardan la lista oficial de los escogidos por Jesús, que comienza por Pedro y concluye con Judas, el traidor. Anotan además que la noche anterior a ese llamado, Jesús la pasó en oración.
Nos preguntamos por qué fueron doce. En la historia judía los doce hijos de Jacob tuvieron capital importancia. Ellos hilvanaron a un Israel errante, con el pueblo que padeció en Egipto y alcanzó luego la tierra prometida. Y aquel territorio conquistado a sangre y fuego que fue luego Palestina, se nombraba geográficamente según las doce tribus.
El Maestro quiso enseñarnos que estos pescadores fundaban ahora un nuevo pueblo, el de la otra alianza.
Luego de su llamamiento, Jesús los envía a buscar las ovejas descarriadas de Israel. Los Doce anunciarán que el Reino de Dios ya está próximo. Que el Mesías, ansiado desde siglos atrás, ya está en medio. En las circunstancias religiosas y políticas de entonces hablar de un reino nuevo era un señuelo interesante.
Para garantizar su anuncio, estos discípulos sanarán enfermos, resucitarán muertos, limpiarán leprosos, expulsarán demonios. Jesús sabía que aquellos doce pescadores no habían venido al mundo, únicamente para rondar el Tiberíades, remendando sus redes por la tarde y capeando el mar de madrugada. Su vocación no terminaba sobre una red colmada de pescados. Tenía otro más excelente contenido.
No puede haber entonces seguidores de Cristo sin una tarea propia. No existe vocación a la fe sólo para adornar la vida. Aunque los signos que hoy nos acompañan serán de otra especie. Hoy son distintos los enfermos, los muertos y los endemoniados.
Conocer a Jesucristo no es obra del destino. Es la elección amorosa, aunque mediatizada del Señor, quien por el Bautismo nos marcó, para asignarnos también una tarea de salvación. Como a los apóstoles.
En el mundo actual es necesario que todos los bautizados empecemos a anunciar a Jesucristo. Es decir, a vivir de tal manera que muchos, en nuestro entorno, descubran que el Señor Jesús nos ha trasformado definitivamente.
Gustavo Vélez (Colombia)
19. COMENTARIO 1
UNA NUEVA HUMANIDAD
Los profetas de Israel anunciaron tiempos de armonía y paz entre los hombres. Su
anuncio se realiza plenamente con la misión de Jesús: él forma un nuevo pueblo,
invitando a los hombres a unirse por encima de razas, ideologías o de cualquier
otra barrera que los separe. Y a los que aceptan su invitación les encarga la
tarea de continuar invitando a otros hombres a formar parte de esta nueva
humanidad.
COMO OVEJAS SIN PASTOR
«Que no quede la comunidad del Señor como rebaño sin pastor» (Nm 27,17). Esta
fue la petición que hizo Moisés a Dios cuando supo que su muerte estaba cerca.
El había sido un guía político y religioso para el pueblo, él lo había
conducido de la esclavitud a la libertad; ahora llegaba el momento de su
muerte, y le pedía al Dios liberador, con cuya fuerza y en nombre del cual había
dirigido a los israelitas, que éstos no quedaran desasistidos, que alguien
ocupara su lugar para ser el instrumento mediante el cual Dios siguiera
consolidando la liberación obtenida y garantizara que no se volvería a la
esclavitud de la que acababan de salir.
Israel tenía que ser una primera muestra del modelo de convivencia que Dios
quería para toda la humanidad, modelo basado en «abrir las prisiones injustas,
hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper
todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin
techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne» (Is 58,6-7).
Este modelo tendría como resultado un mundo en el que «el lobo y el cordero irán
juntos y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán
juntos; un chiquillo los pastorea; la vaca pastará con el oso, sus crías se
tumbarán juntas...» (Is 11,6-7).
Pero a lo largo de la historia, los que habían asumido el papel de pastores
dejaron de lado, una y otra vez, su responsabilidad respecto al pueblo y se
dedicaron a apacentarse a sí mismos: « ¡Ay de los pastores de Israel que se
apacientan a sí mismos... No fortalecen a las débiles, ni curan a las enfermas,
ni vendan a las heridas, ni recogen las descarriadas, ni buscan las perdidas y
maltratan brutalmente a las fuertes... »
Por eso Dios había anunciado que las cosas iban a cambiar y que un enviado suyo
«reinará como rey prudente y administrará la justicia y el derecho en el
país...» (Jr 23,5).
Jesús, que se definirá como «el modelo de pastor» según el evangelio de Juan (Jn
10,11.14), realiza plenamente ese anuncio; desde el principio de su actividad,
su preocupación se centra en eliminar las esclavitudes y los sufrimientos del
pueblo: «Recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de
ellos, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y
enfermedad»; y en el desarrollo de esa actividad puede constatar que la
situación descrita por Ezequiel no ha cambiado demasiado: «Viendo a las
multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas
sin pastor».
MUCHOS PASTORES
Cambiando la imagen del rebaño por la de la tierra de labor, Jesús se dirige a
sus discípulos para invitarlos a unirse a la tarea de defender la libertad, la
dignidad y la vida de los hombres: «La mies es abundante y los braceros pocos;
por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies. Y llamando a sus doce
discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y
curar todo achaque y enfermedad».
El número «doce» era el número de Israel, del pueblo de Dios; estos doce
discípulos simbolizan al nuevo pueblo que empieza a formarse como consecuencia
de la proclamación de la buena noticia.
Por un lado, ellos son la semilla de una humanidad nueva en la que quedan
superadas todas las barreras con las que los hombres se separan y se marginan
unos a otros: ideologías, manifestaciones religiosas, razas... Entre ellos está
Mateo, que había sido recaudador (Mt 9,9-12), por lo que no se le consideraba
miembro del pueblo de Israel; y estaban Simón Pedro y Simón el fanático, que es
posible que hubieran pertenecido al partido de los nacionalistas fanáticos; de
cuatro sabemos que eran pescadores (Simón Pedro, Andrés, Santiago Zebedeo y
Juan: Mt 4,18-22); uno de ellos fue el que entregó a Jesús a la muerte. De los
demás no sabemos prácticamente nada: en ese grupo de desconocidos podemos
incluirnos nosotros.
DADLO GRATIS
Por otro lado, a ellos encomienda Jesús la tarea de proponer a todos los
hombres que se integren en este proyecto de una nueva humanidad en la que el
anuncio de los antiguos profetas se debe ver realizado y superado con creces. Y
ése es el encargo que nos hace también a todos los que hemos decidido seguirlo:
«Proclamad que está cerca el reinado de Dios, curad enfermos, resucitad muertos,
limpiad leprosos, echad demonios».
Al principio, esta tarea de liberación interior («echad demonios») y exterior
(«curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos...») se reduce al pueblo
de Israel; después de su muerte, la misión se ampliará a «todas las naciones» (Mt
28,19-20).
La comunidad de seguidores de Jesús se convierte así, como tal grupo, en pastor
de la humanidad. Naturalmente que esta tarea no debe significar ningún
privilegio, ni ningún poder sobre los hombres; es, en el sentido más estricto
de la palabra, un servicio de defensa de la vida, la libertad y la felicidad de
las gentes, una propuesta apasionada, pero siempre respetuosa, dirigida a todo
el que sienta la necesidad de buscar un modo de vivir alternativo al que nos
ofrece el mundo este.
Esta es una tarea que compete a todos los seguidores de Jesús. Y el hecho de que
haya en la Iglesia personas que se entregan a esta tarea con una especial
dedicación no puede ser una excusa para los demás.
Lo que no parece que pretenda formar Jesús es una casta de profesionales de lo
religioso. A los doce, y a todos los que habrán de seguir después, les dice que
acepten la solidaridad de quienes los reciban («Cuando entréis en un pueblo o
aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que
os vayáis»), pero que no acepten una paga por el anuncio del mensaje de libertad
y vida que deben proclamar; la buena noticia ha de ser siempre un regalo, un
don, una muestra de solidaridad y amor: «De balde lo recibisteis, dadlo de
balde».
20.
COMENTARIO 2
v. 36: Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y
derrengadas como ovejas sin pastor.
«Las multitudes están como ovejas sin pastor». La frase alude a Nm 27,17, donde
Moisés nombra a Josué precisamente para que el pueblo no se disperse. Nadie se
ocupa de este pueblo que se encuentra en situación desesperada.
v: 37: Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante y los braceros
pocos...
Ante este espectáculo, Jesús expone la situación a sus discípulos. Usa un
término (gr. therismos) que significa «mies» y «siega». Se usa en 13,30.39,
aplicado a la separación final entre buenos y malvados, y «la siega» se atribuye
a los ángeles. «Los braceros» u obreros de que habla Jesús ejercen, pues, en la
historia la misma actividad que «los ángeles» harán en el momento final. Se ve
ahora el sentido de «los ángeles» que servían a Jesús, es decir, colaboraban con
él, en la escena del desierto: eran figura de los que colaboran en su misión. La
alusión indica que comienza el tiempo escatológico, la etapa final de la
historia, inaugurada con la presencia de Jesús y la cercanía del reinado de
Dios.
v. 38: por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies.
La petición se dirige al dueño de la mies, el Padre. Jesús no pide al Padre que
envíe segadores, pero recomienda a los discípulos que lo hagan. Es una manera
de prepararlos a la misión que sigue. La petición les hará tomar conciencia de
la necesidad y los dispondrá a responder a la llamada de Jesús.
v. 10, 1: Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los
espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad.
Mateo no describe la institución de los Doce. Su puesto lo ocupan las
bienaventuranzas, donde establece el estatuto de la nueva alianza y, por tanto,
funda el nuevo Israel. «Sus doce discípulos», nombrados por primera vez, son,
por tanto, la figura representativa del Israel mesiánico. El número doce alude a
la plenitud escatológica de Israel. En su estadio final, el pueblo elegido
comprende tanto a israelitas como a «pecadores» e incluirá también a los
paganos.
Para la misión, los hace participar de su autoridad sobre «los espíritus
inmundos». Es la primera vez que aparece en Mt esta expresión, aunque se ha
mencionado a los «espíritus» que Jesús expulsaba en 8,16. Se repetirá en
12,43.45. El texto de 8,16 prueba que estos espíritus equivalen a «los
demonios».
Jesús capacita a los discípulos para vencer la resistencia al mensaje opuesta
por las ideologías que dominan al hombre. Según la construcción del texto,
parece que los espíritus inmundos están también en relación con las
enfermedades. Esto mostraría que estas enfermedades son efecto de la adhesión a
ideologías contrarias al plan de Dios.
v. 2: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: en primer lugar, Simón, el
llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago Zebedeo y su hermano Juan; 3Felipe
y Bartolomé, Tomás y Mateo el recaudador, Santiago Alfeo y Tadeo, 4Simón el
fanático y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Los doce discípulos son llamados ahora los doce apóstoles o enviados (sólo aquí
en Mt). Esto significa que la misión es propia de todo discípulo de Jesús, y que
todo el Israel mesiánico está llamado a la misión de «pescadores de hombres»,
anunciada a Simón y Andrés en 4,19.
El Israel mesiánico se concreta en doce nombres, entre los cuales, como primero,
destaca Simón, al que llamaban Piedra / Pedro. De nuevo aparece esta cláusula (cf.
4,18) que menciona el sobrenombre de Simón, sin que se explique su origen. Pedro
y los tres siguientes se mencionan en el mismo orden de 4,18-22, explicitando
también el parentesco que los une.
Sigue un grupo de siete, de los cuales el único conocido es Mateo el recaudador
(9,9). La inclusión de este «pecador» en la lista de los doce anuncia la
integración de los paganos en el Israel mesiánico; para Mt, la comunidad
cristiana universal es la plenitud de Israel. Los demás de este grupo de siete
no han sido nombrados antes ni lo serán después en el relato evangélico.
Representan el pueblo anónimo que da su adhesión a Jesús. El último de los siete
se llama, como Pedro, Simón, y está caracterizado por el calificativo «el
fanático» o «zelota», por pertenecer, como Simón Pedro (8,14s), a círculos
nacionalistas exaltados. El último de la lista es Judas Iscariote, el traidor.
Su figura volverá a aparecer en el relato de la pasión (26,14.25.47; 27,3).
vv. 5-8: A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: -No toméis el
camino de los paganos ni entréis en ciudad de samaritanos; 6mejor es que vayáis
a las ovejas descarriadas de Israel. 7Por el camino proclamad que está cerca el
reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.
Jesús envía a los «Doce», es decir, al Israel mesiánico que representa a todos
sus discípulos, dándoles instrucciones para la misión. Por el momento, limita
ésta a Israel, que se encuentra en situación lastimosa (cf. 9,36; 15,24; Ez 34).
No ha llegado aún la hora de la misión universal (26,13; 28,19). La proclamación
de los Doce tiene el mismo contenido que la de Jesús (4,17), pero sin la
exhortación a la enmienda. Dan escuetamente la buena noticia. Su proclamación va
acompañada de toda clase de señales. El significado de éstas es el mismo que el
de las realizadas por Jesús. El ha resucitado a la hija del jefe (9,18-26), ha
limpiado a un leproso (8,2-4), ha curado enfermos (8,16; 9,35), ha expulsado
demonios (9,32s). El significado es liberar a los habitantes de Galilea de las
doctrinas que los tienen postrados y privados de vida. Estas obras se realizan
con «las ovejas descarriadas de Israel»; son, por tanto, una expresión de la
ayuda que el discípulo debe prestar (5,7).
Jesús añade ahora un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta
actividad. Se hace, por tanto, con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas
intenciones.
21.
COMENTARIO 3
La liturgia del presente domingo está centrada en torno a la relación entablada
entre Dios y su pueblo y la finalidad asignada por Dios a esa relación. Los
textos señalan la iniciativa de Dios que se comunica gratuitamente con los seres
humanos y que les encomienda a éstos una misión.
En el pasaje evangélico que nos ocupa podemos señalar tres partes: En la
primera, se exponen las carencias y necesidades de la multitud colocada delante
de Jesús y la actitud de éste frente a ella (9, 36-38); la segunda presenta el
llamado y la institución de los Doce (10, 1-4); la tercera, por boca de Jesús,
señala los requisitos necesarios (10, 5-8) con el objeto de que los Doce puedan
dar respuesta adecuada a aquellas carencias y necesidades.
El inicio nos muestra la situación de la multitud por medio del recurso a
comparaciones. Estas presentan imágenes corrientes tomadas de la vida campesina:
los israelitas son como ovejas sin pastor y como una mies necesitada de obreros
para la cosecha. Dicha multitud despierta en Jesús el sentimiento de la
compasión, compasión que la segunda lectura señala como una constante de toda su
actividad salvífica y describe en términos de una acción realizada en favor de
aquellos que eran enemigos. La reconciliación, fruto de la acción de Cristo,
manifiesta la gratuidad de la acción divina lo mismo que la acción de Dios que,
en el Antiguo Testamento, ha conducido al pueblo desde la esclavitud de Egipto
ante su presencia en el Sinaí. Es también la misma compasión que el domingo
pasado Jesús nos inculcaba retomando la predicación profética (Os 6,6 = Mt 9,13)
No hay en ninguno de los llamados, según aparece en las tres lecturas, mérito
propio previo a la llamada. Todo es acción de la libre iniciativa divina que
crea para los convocados un ámbito sacral a tal punto que al pie del Sinaí
pueden ser llamados “pueblo sagrado regido por sacerdotes” y esa elección se
prolonga en un Nuevo Pueblo llamado a compartir los mismos sentimientos frente a
la multitud. Desde este marco debe entenderse la mención de los Doce en el texto
evangélico.
De los 12 se señalan particularizadamente los nombres. De algunos de ellos ya el
evangelista ha relatado precedentemente la vocación: la doble pareja de
hermanos: Simón llamado Pedro y Andrés y los hijos del Zebedeo al inicio de la
actividad de Jesús, y Mateo el publicano en el capítulo precedente. Los nombres
de los restantes tienen como finalidad señalar la fundación de un nuevo Israel,
el Israel mesiánico. A él pertenecen israelitas observantes y pecadores.
Pero tanto el sentimiento de los llamados, cuanto las acciones que se les invita
a realizar están en función de la misión en favor de la multitud.
Por única vez en el evangelio de Mateo se les da el nombre de Enviados o
Apóstoles. Los discípulos, título que refleja su condición permanente, son
capacitados para esa nueva función y esto se realiza por medio de la transmisión
del poder de expulsar los espíritus impuros y de sanar las dolencias. La función
de todos ellos, por tanto, es la de participar en la misión de Jesús en favor de
la multitud.
Por consiguiente, se les encomienda la realización de las obras cumplidas ya por
Jesús en los capítulos precedentes. Esta íntima asociación con su Maestro es la
característica más importante de la tarea que se les asigna.
Antes de la lista de los nombres, el evangelista anticipa el sentido del envío.
Y este tema se retoma y se desarrolla a partir de 10,5.
En esta parte final, se señala el ámbito en que se debe realizar esa misión. En
este momento de la actividad de Jesús, los discípulos deben limitarse a las
multitudes israelitas. Por ello se les recomienda el evitar las regiones
habitadas por paganos o por samaritanos.
Frente a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” los discípulos deben
anunciar la presencia del Reino. Dicha presencia del Reino supone un combate
contra las potencias del mal. La acción de los discípulos es acorde a los
poderes que Jesús le ha conferido en 10,1: victoria sobre toda marginación
curando enfermedades, resucitando muertos, purificando leprosos.
La última parte de 10,8 enuncia de forma general el modo de desarrollar esa
misión, que se presentará en los versículos siguientes. La gratuidad del don
capaz de revelar la gratuidad de lo recibido.
El designio salvador de Dios, gratuito en su origen, debe por tanto ser
conservado en el ámbito de la gratuidad. Frente a la sociedad en la que todo
tiene su precio se muestra la dinámica de la actuación del Reino en la vida de
los seres humanos. Esta dinámica se origina en una iniciativa de Dios y de su
Ungido referida a “los que no tienen precio (des-preciados)” y coloca una escala
de valores distinta como alternativa a la sociedad que, en su egoísmo, los seres
humanos han construido.
La comunidad cristiana está al servicio de este proyecto de la libre voluntad de
Dios y debe ser capaz de expresar esos nuevos valores.
Para la revisión de vida
Jesús envía a sus apóstoles con unas instrucciones muy claras: “Proclamen que el
Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien
leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, denlo gratis”. Yo, ¿a qué creo
que me ha enviado Jesús en medio del mundo?
Para la reunión de grupo
Se compadeció Jesús, porque «los vio que estaban cansados y decaídos, como
ovejas sin pastor»… ¿Qué sentiría Jesús si mirara hoy este planeta con esa
muchedumbre de 6.000 millones de personas? ¿Ovejas sin pastor?
Jesús siente que hay pocos obreros para «cosechar»…Algún teólogo ha señalado que
la metáfora o el símbolo de la evangelización como “siembra” no figura en el
evangelio, que Jesús siempre que se refiere a la misión habla más bien de
“cosechar”… ¿Qué sugerencias nos provoca esta constatación? ¿Será que Jesús es
más optimista que nosotros?
«No vayan a tierras extranjeras ni entren en ciudades de los samaritanos…». Está
claro que Jesús no fue “misionero ad gentes”, no estuvo por ir a convertir a
nadie fuera de Israel… Y hay consenso entre los exégetas en que el final del
evangelio de Marcos, por ejemplo, es un añadido que no formaba parte del
evangelio original…). ¿Jesús quiere que los cristianos vayamos a otros pueblos
de otras religiones? ¿Por qué? ¿A hacer qué?
Para la oración de los fieles
Para que la Iglesia respete y defienda siempre la dignidad de todas las
personas, como los hijos e hijas de Dios que todos somos. Oremos.
Para que nuestra sociedad favorezca las relaciones de igualdad, justicia,
tolerancia y respeto. Oremos.
Para que todos los que nos confesamos cristianos seamos conscientes de la misión
que Dios nos encomienda y demos los frutos de derecho y justicia que espera de
nosotros. Oremos.
Para que todos nosotros vivamos nuestra condición de elegidos no como excusa
para buscar privilegios, sino como motivo y aliciente para estar en primera
línea en la lucha por la paz, la justicia y la fraternidad. Oremos.
Para que los gobernantes busquen siempre y en todo el bien de los pueblos cuyos
destinos tienen que regir. Oremos.
Para que nuestra comunidad descubra día a día el amor liberador y transformador
que recibimos de Dios. Oremos.
Oración comunitaria
Señor, te pedimos que vayas transformando nuestra vida, de manera que
desaparezca de nuestro corazón toda duda, todo temor y toda vacilación, y que
así podamos ser instrumentos de tu amor, de modo que las personas y las
sociedades vivan llenas de esperanza, de justicia y de paz. Por Jesucristo
Nuestro Señor.
1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.
3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).