24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO
8-14

8.

PROGRAMA LIBERADOR 

Id y proclamad...

Muchos cristianos piensan estar viviendo su fe con responsabilidad porque se preocupan  de cumplir determinadas prácticas religiosas y tratan de ajustar su comportamiento a unas  normas morales y unas leyes eclesiásticas.

Asimismo, muchas comunidades cristianas piensan estar cumpliendo fielmente su misión  porque se afanan en ofrecer diversos servicios de catequesis y educación de la fe y se  esfuerzan por celebrar con dignidad el culto cristiano. ¿Es esto lo que Jesús quería poner en marcha al enviar a sus discípulos por el mundo?  ¿Es ésta la vida que quería infundir en medio de los hombres? 

Necesitamos escuchar de nuevo las palabras de Jesús para redescubrir la verdadera  misión de los creyentes en medio de esta sociedad. Así recoge el evangelista Mateo su  mandato: "Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad  muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis".

Nuestra primera tarea también hoy es proclamar que Dios está cerca del hombre,  empeñado en salvar la felicidad de la humanidad. Pero este anuncio de un Dios salvador no  se hace a través de discursos y palabras sugestivas. No se proclama por la radio ni se  difunde desde la pantalla del televisor. No se asegura sólo con catequesis ni clases de  religión.

Sólo hay una manera de proclamar a Dios: Trabajar gratuitamente por infundir a los  hombres nueva vida.

Curar enfermos, es decir, liberar a las personas de todo lo que las paraliza, les roba vida  y hace sufrir. Sanar el alma y el cuerpo de todos los que se sienten destruidos por el dolor y  angustiados por la dureza despiadada de la vida diaria.

Resucitar muertos, es decir, liberar a las personas de todo aquello que bloquea sus vidas  y mata su esperanza. Despertar de nuevo el amor a la vida, la confianza en Dios, la  voluntad de lucha y el deseo de libertad de tantos hombres y mujeres en los que la vida se  ha ido muriendo.

Limpiar leprosos, es decir, limpiar esta sociedad de tanta mentira, hipocresía y  convencionalismo. Ayudar a las gentes a vivir con más verdad, sencillez y honradez.

Arrojar demonios, es decir, liberar a las personas de tantos ídolos que nos esclavizan,  nos poseen y pervierten nuestra convivencia.

Allí donde se está liberando a las personas allí se está anunciando a Dios.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 83 s.


9.

1. La elección de los doce. 

La muchedumbre que se congrega en torno a Jesús con una exigencia inexpresada, no  provoca en él la más mínima desazón de no poder estar a la altura de su tarea, sino que  suscita inmediatamente una profunda compasión interior (la palabra griega expresa esta  profundidad). Son varios los temas que aquí entran en juego simultáneamente. Uno,  todavía implícito en el evangelio pero que aparece claramente en las lecturas, es que Jesús  deberá cumplir solo su desmesurada tarea en pro de la muchedumbre: por su muerte, como  dirá Pablo, hemos sido «reconciliados con Dios» (Rm 5,1O). Pero esta acción no queda  aislada; en cuanto hombre que es, debía tener colaboradores, y éstos a su vez debían,  para poder ser realmente sus colaboradores, recibir algo de la naturaleza y del poder de su  misión. Y aquí se produce una reduplicación significativa: estos colaboradores, al igual que  él recibe su misión del Padre, deben ser pedidos también al Padre; una oración que Jesús  dirige indudablemente primero al Padre, y que es escuchada de tal forma que Jesús recibe  del Padre el poder de llamar él mismo a sus discípulos y de conferirles los poderes que  éstos necesitarán para su misión. Y sin embargo este poder depende de la obediencia  personal y total de Jesús hasta la muerte: sólo en virtud de la fuerza de esta totalidad de su  obediencia puede obtener auténticos colaboradores.

2. La prioridad de la acción de Jesús. 

La dos lecturas muestran que la acción divina se produce con anterioridad a la inclusión  en ella de los colaboradores. En el Éxodo es Dios solo el que ha liberado a Israel de Egipto  llevándole sobre alas de águila. El solo ha llevado a cabo la formación del pueblo. Y  solamente después de esta formación podrá Moisés anunciar al pueblo de Israel que ha  sido elegido por Dios para «ser su propiedad personal entre todos los pueblos» y para  hacer de él «un reino de sacerdotes y una nación santa». Sólo posteriormente actuará Dios  junto con Israel en la historia del mundo; aunque «suya es toda la tierra», ha elegido un  pueblo para que actúe junto con él en la historia del mundo. Pablo es aún más claro en la  segunda lectura: «Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros», algo  realmente inconcebible, porque ya sería extraño de por sí que alguien se atreviera a morir  por un justo, y aquí muere alguien por impíos enemigos. Y sólo en virtud de este acto  incomprensible hemos sido asociados a él, nos hemos convertido como «reconciliados» y  «salvados» en «amigos» (Jn 1S,13s) e incluso «cooperadores» (1 Co 3,9; 3 Jn 8).  Preguntarse: ¿si él lo ha hecho ya todo, qué falta hacen los colaboradores?, carece de  sentido, pues hemos sido introducidos en su cruz y su resurrección, su obra capital.

3. Misión. 

El envío de los discípulos en el evangelio lo atestigua ya: Jesús hace partícipes a sus  discípulos de su poder misional. Pueden y deben anunciar la llegada del reino de Dios, pero  también curar enfermos, resucitar muertos y arrojar demonios. En los Hechos de los  Apóstoles se narran múltiples ejemplos en los que esto sucede física y literalmente. Pero,  ¿no es en realidad cada confesión y cada absolución sacramental una curación de  enfermos, y a menudo también una resurrección de muertos y una expulsión de demonios?  A la Iglesia en su totalidad -también los laicos participan a su manera en estos dones y en  estas tareas- se le confía lo que constituye la misión más personal de Jesús. En esto el  Padre, el «Señor de la mies», ha escuchado la oración de su Hijo. 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 83 s.


10.NO EXISTEN LOS JUBILADOS 

--«Cristo te necesita para amar...--No te importen las razas ni el color de la piel... ama a  todos como hermanos y haz el bien...».

Es una canción que cantan nuestras comunidades parroquiales. Y quiero subrayar su  estribillo --«Cristo te necesita para amar»-- porque viene a coincidir plenamente con lo que  dice Jesús en el evangelio de hoy: «La mies es mucha y los obreros, pocos. Rogad al Señor  de la mies para que envíe operarios...».

No deja de ser una paradoja. Por una parte, la más clara teología nos dice que Cristo nos  ha salvado a todos, que su muerte en la cruz ha liberado y redimido al hombre suficiente y  abundantemente. Incluso, que hubiera bastado, para nuestra salvación, cualquier acto de su  voluntad redentora. Pero también la teología nos dice --y lo remachó muy claramente contra  la doctrina protestante-- que esa salvación no se realiza sin nuestra cooperación, sino que  «nos necesita». En ese sentido San Pablo hablaba de «completar lo que falta a la pasión de  Cristo». San Agustín había advertido ya, hermosamente: «Dios que te creó sin ti, no te  salvará sin ti».

Me conmueve esta especie de menesterosidad de Dios. ¡Que todo un Dios, para mi  salvación y la de todos los hombres, esté pendiente de mi cooperación! ¡Que me pida que le  «eche una mano»! 

Un día dijo Jesús: «Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así  tampoco vosotros podéis hacer nada sin mí». ¡Es estremecedor! Porque resulta que ahora  nosotros podemos volver la oración por pasiva y decirle al Señor: «Tampoco Tú puedes  hacer nada sin nosotros: nos necesitas».

Pero no penséis, por favor, que todas estas cosas son devaneos literarios, «distinciones  de la razón razonante». No. Recordad la parábola de «los talentos» o la de «los invitados a  la viña». Y unidlas a esto de «la mies es mucha». Comprobaréis que el Señor nos está  diciendo a gritos que «nos necesita», que «a todas las horas del día nos está asignando la  tarea, que ha querido que nuestra personalidad de "uno", "dos" o "cinco" talentos se vaya  desarrollando precisamente en la construcción del Reino, que de ninguna manera quiere  que permanezcamos ociosos».

En una palabra: que, aunque Dios sea el Creador de todo, sin embargo ha querido contar  con nosotros para todo. Lo dijo desde el principio: «Creced, multiplicaos y someted la  tierra». Y del mismo modo Jesús, aunque sea el redentor de todos, nos ha dado parte en su  redención: «Id por todo el mundo y predicad a todos...».

A veces el hombre, en la vida, suele sufrir depresiones y traumas pensando que «ya no  cuentan con él» o que le ha llegado «la hora de la jubilación». Y se dice: «Ya no sirvo». Pues, no es así. En esta tarea del Reino, no existen los jubilados. La faena es inmensa y  requiere mucha mano de obra, todos los brazos son necesarios. Es más, esos que el mundo  considera «los débiles» --los enfermos, los abuelos, los minusválidos-- suelen ser los  elementos más valiosos. Porque Dios «esconde estas cosas a los sabios y entendidos y las  enseña a la gente sencilla». 

ELVIRA-1.Págs. 61 s.


11.

Frase evangélica: «Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca»

Tema de predicación: LA CONSTRUCCIÓN DEL REINO 

1. A la vista de un pueblo «extenuado» y «abandonado» (pobres y marginados, Tercer  Mundo), de la escasez de «trabajadores» (pocos militantes decididos) y de una tarea  «abundante» (la justicia del reino en el mundo), Cristo asocia a doce colaboradores (sentido  de colegio, de comunidad) en su propia actividad. Mediante un acto creador (una llamada),  Jesús «hizo» a los Doce. En este evangelio se trata de una misión menor, restringida a  Israel. Habrá otra misión universal al final del evangelio de Mateo.

2. Cristo encomienda a sus colaboradores dos cosas: expulsar «espíritus inmundos» (que  desaparezca lo diabólico o lo demoníaco) y curar «toda enfermedad» (que haya salud total,  personal y social) para la restauración final. Pero el reino ya está ahí.

3. Les pone unas condiciones mínimas: tener cuidado con la «tierra de paganos» (la  injusticia, el individualismo y la indiferencia), ir a las «ovejas descarriadas» (no centrarse en  la pastoral de conservación) y proclamar «el reino de los cielos» (con hechos y palabras, en  su totalidad) «gratis» (sin la obsesión del dinero).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Crece o decrece nuestro espíritu misionero? 

¿Qué sentido le damos a la evangelización? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 139 s.


12. VOCACIONES/FALTAN

EL CRISTIANISMO ES PASIÓN POR LA VIDA

En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes se compadeció de ellas, porque estaban  extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La  mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que  mande trabajadores a su mies».

Hay dos afirmaciones de Jesús en el evangelio que guardan el frescor del primer  momento porque las hemos cumplido al pie de la letra a lo largo de casi dos mil años de  historia. La primera es aquella expresión que dijo en ocasión de que María Magdalena  derramase sobre él un frasco de perfume muy caro: «Pobres siempre tendréis»; todavía  tenemos pobres y muchos, demasiados. La otra es la de este fragmento: «La mies es mucha  y los obreros son pocos»; la mies cada vez es más y los trabajadores cada vez menos.

Las causas pueden ser múltiples:

Porque no rogamos suficientemente al Señor.
Porque los que deberían llamar no lo hacen o lo hacen mal.
Porque los que podrían responder hacen oídos sordos.
Porque nuestra vivencia cristiana ni entusiasma ni ilusiona.

Sea como sea, lo cierto es que en muchas iglesias locales el problema vocacional es  grave. Y conviene recordar a quien corresponda que los obreros proceden de la misma  mies, o lo que es lo mismo: Una mies no está en su sazón hasta que da trabajadores. Mientras una comunidad cristiana no dé frutos de vocación, (cuando digo comunidad  cristiana tanto me refiero a una iglesia local como a una iglesia doméstica), debería ser  considerada territorio de misión.

Hoy en nuestras comunidades, entre el pueblo de Dios, el problema vocacional se vive  con cierta expectativa, (a ver qué pasa). Nos estamos acostumbrando a que falten  vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa y lo peor de todo es que nos mantenemos  impasibles ante tal hecho.

Personalmente temo a la apatía tanto como los médicos; la apatía es síntoma de  dolencia, de que algo marcha mal en el paciente. Jesús se manifiesta con un estado de  ánimo totalmente distinto al nuestro, se muestra con compasión. La pasión es la tónica, la  nota típica, de la vida de Cristo y lo debe ser de todo cristiano; la apatía es síntoma de  muerte.

Para colmo de desgracias estamos educando a los jóvenes en la idolatría por el trabajo,  la producción y el éxito; esas idolatrías reclaman, como todas las idolatrías, sus sacrificios.  Les inmolamos aquello que hace al hombre distinto al resto de la creación: los ideales de  altruismo, abnegación y entrega al prójimo.

Luego no podemos llorar porque los jóvenes sean fríos ya que nuestro mundo está  helado. Con todo esto la crisis del cristianismo está servida, pues en vez de montar una  sociedad abierta y sin miedos al futuro, surge una sociedad cerrada y apática. El hombre de  hoy no vive en comunidad, vive en asociación. Hay quien piensa que el mundo va a padecer  una muerte atómica, los hay que opinan de muerte ecológica, yo temo más a la muerte por  apatía.

Muerte por apatía al menos que roguemos al Señor de la mies que envíe operarios y que  despertemos a los que puedan acudir a trabajar. Ah y recordar que los obreros proceden de  la mies.

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar  toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero,  Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan;  Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo; Simón el fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: "No vayáis a tierra de paganos ni  entréis en las ciudades de Samaría sino id a las ovejas descarriadas de Israel».

La vida merece ser vivida cuando se vive por y para los demás en un intento liberador de  cuanto atenaza al hombre material o espiritualmente. (Esto hay que decirlo, proclamarlo y  proponerlo a la gente joven que está cuestionando su futuro).

Lo que anima a Cristo no es el deseo de una vida después de la muerte, sino la voluntad  de vivir en presencia de una muerte por apatía y aún enfrente de la misma. Allí donde se  cura a los enfermos, se acoge a los leprosos o sidosos y las culpas no son vengadas, ahí  está presente la vida. Ahí envía Cristo, ése es el tajo de la tarea.

A los que fueron enviados, a los trabajadores oficiales de la mies, habría que recordarles  que en vez de ejercer su oficio, en vez de ejercer sus sacerdocio, harían mejor si se  empeñaran en vivirlo porque la pasión por la vida sólo se contagia cuando uno está  dispuesto al sufrimiento, porque quien agota su vida en el amor gana la vida, aunque  físicamente la pierda. Pues el amor hace de la vida una pasión, una cuestión apasionante,  que te hace capaz de soportar toda cruz.

«Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos,  limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Predicar y comprometerse con el reino de los cielos nos introduce cada vez más  profundamente en el dolor de la humanidad. Cuanto más intensamente se ama a esta tierra  y a estos hombres, tanto más fuertemente se siente en carne propia la injusticia que se  hacen los unos a los otros, o las enfermedades o carencias que sufren, su desamparo y su  autodestrucción.

El amor hace que el dolor de los otros sea insoportable. No es posible acostumbrarse a  eso. El amor nos introduce en el dolor, también en el gozo y en la oración. Predicad el Reino, esa nueva forma de convivencia entre los hombres: una forma de que  nadie esté solo con sus problemas; de que nadie se vea obligado a ocultar sus defectos. Enseñad a compaginar la vida privada con lo comunitario.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 59-61


H-13.

El capítulo 19 del libro del Exodo nos presenta la preparación a la primera gran alianza,  establecida por Dios con su pueblo en el Sinaí. En esta alianza, Dios se auto presenta ante  el pueblo que El se ha escogido como heredad. Antes de plantearse los términos de la  alianza , Dios hace consciente a su pueblo de su elección y le dice a Moisés que les  recuerde su acción liberadora: cómo los ha sacado con mano fuerte y brazo extendido de la  esclavitud en Egipto (v.4). Esta acción liberadora es recibida no por méritos propios, sino  por el amor misericordioso de Dios con su pueblo.

El pacto establecido entre Dios y su pueblo en la alianza sinaítica exige a Israel tres  compromisos o condiciones para mantener la palabra dada.

* El pueblo debe ser consciente del sentido de su pertenencia a Dios (v.5). Pertenencia  que se establece en una relación permanente con Yahveh. Estar en su presencia significa  dejarse llenar de su amor que lo irradia todo, que lo cambia todo. Sentir que su vida, sus  acciones y todo su existir no le pertenecen porque son propiedad total de Dios; y de esta  manera toda la orientación de la vida se debe construir solamente en la única perspectiva  de agradar a Dios.

* La fidelidad del pueblo con Dios (v.6). El pueblo debe tener una actitud de escucha, de  entrega y obediencia para estar en gracia con su Dios y ser su propiedad personal. Ser fiel  a la alianza es obedecer las normas y mandatos que Dios ha establecido a través de  Moisés.

* El llamado a vivir en santidad. "Serán para mí un pueblo de sacerdotes y una nación  santa": consagrarse a su Dios y ser testimonio de su presencia el mundo. El Señor se ha  revelado a Israel, haciéndolo objeto de su especial predilección, pero esta elección implica  exigencia, consagración: ser testigo de la divinidad y bendición para todos los pueblos.

Pablo, en la segunda lectura, nos habla de la justificación y de sus consecuencias. El  amor de Dios ocupa un lugar fundamental en el proceso salvación. En los primeros  versículos, desarrolla la idea del amor de Dios que se expresa como entrega y donación de  su propio hijo en la cruz. Pablo utiliza una comparación con algo muy claro: morir por otra  persona es la prueba más grande del amor a los demás. Este amor tan grande lo ha tenido  Dios para con nosotros, ofreciendo la vida de su Hijo como víctima de salvación. Cristo ha  muerto por los pecadores y su muerte es una prueba del amor desinteresado de Dios por la  humanidad.

Pablo nos invita a que nos abramos al amor de Dios para que se lleve a cabo la  justificación; es decir, para que establezcamos otro tipo de relación con Dios desde la  reconciliación. Porque el cristiano debe darse cuenta de que, entre su vida anterior y su vida  actual, hay un abismo. Los principios que regulaban su anterior vida de pecado eran  principios de enemistad con Dios y con el hermano. En cambio, los principios que regulan su  actual vida de cristiano deben ser principios de vida. Y la vida se expresa cristianamente en  la entrega y el servicio a los demás, transformando nuestras tendencias egoístas de poder,  en ofrendar hasta la propia vida por la causa del Evangelio.

Finalmente, Pablo nos dice que un primer efecto de la justificación es la reconciliación. Sin  reconciliación no puede haber verdadera vida comunitaria. Pablo afirma que la injusticia se  reproduce en el interior del Cristiano; y esto sucede cuando no hay reconciliación, cuando  las relaciones no son relaciones de hermanos sino de dominación y poder.

Jesús es consciente de la realidad que vive su pueblo: pobreza, abandono, discriminación,  hambre, etc. Por eso dice el texto: "al ver Jesús a la gente se compadecía de ella".  Compadecer significa: padecer - con; es decir, sensibilizarse desde lo más profundo de sus  entrañas, sentir dolor ante determinadas situaciones que viven los demás. Por eso Jesús en  el versículo 37, recalca estas palabras: "La mies es mucha, los trabajadores pocos". Es  mucha la gente que debe salir de la situación difícil en la que vive: los rechazados y  marginados de la sociedad que deben ser incorporados; los hombres y mujeres que deben  recuperar su dignidad como hijos de Dios (leprosos, inválidos, prostitutas, pecadores).

Este es el pasaje introductorio al envío de los discípulos (cap. 10,1). Llamó unos hombres  para una misión especial, para que ellos también sintieran "compasión" por los demás. "Les  dio autoridad y poder para expulsar espíritus inmundos", es decir , combatir el mal que hay  en el interior de los hombres o que les impone la sociedad y que no les permite  incorporarse, volver a levantarse y recuperar su dignidad como personas. Los escogió, los  eligió para proclamar que el Reino de Dios está cerca. Es decir, en la medida en que se  practique la justicia, la compasión, la solidaridad, se acaben las discriminaciones y se  construyan proyectos de comunidad, el Reino de Dios estará al alcance de todos.

Dios llama a cada persona a una misión en la vida. Al igual que el pueblo de Israel, hemos  sido escogidos por Dios. Si somos conscientes de que le pertenecemos, el proyecto de  nuestra vida personal tiene que estar fundamentado en sus leyes y designios, imitando en  todo momento a Jesús; por él somos reconciliados y salvados. Si vivimos unidos a Cristo,  debemos sentir compasión por los demás.

No podemos malinterpretar las palabras de Jesús, ni sus acciones. El no vino a hacer  señales milagrosas como los magos; vino a transformar la vida de los hombres, a que  nosotros comprendiéramos cual es nuestra misión.

Al igual que a los discípulos, Jesús nos sigue llamando hoy a anunciar y proclamar el  Reino de Dios; especialmente allí donde los hombres y mujeres viven sumidos en la  pobreza, abandono, y explotación; aquellos que son rechazados por ser diferentes, por  pensar distinto (leprosos, paralíticos y enfermos de la sociedad). Nos ha dado autoridad  para levantar a los caídos, para fortalecer sus luchas y para construir con ellos la alternativa  de la nueva sociedad. 

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