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H O M I L Í A

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DOMINGO DÉCIMO DEL
TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

 

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Como recordábamos al comenzar esta misa, terminada la gran celebración de Pascua (a la que nos preparamos durante la Cuaresma), volvemos al ritmo normal de los domingos que podríamos denominar "normales" del año. Y, por eso, en este 1988, volvemos a leer de modo casi seguido, domingo tras domingo, el evangelio de san Marcos, el más breve, probablemente el más antiguo. Evangelio que nos presenta los hechos y las palabras de Jesús de un modo radical, en ocasiones de un modo abrupto y duro.

El texto de hoy nos ofrece un ejemplo. Incluso parece que queda mal la familia de Jesús, su misma madre. Pero es que Marcos -y aún más claramente el evangelio de Juan- quieren que quede claro que María es grande no porque fuera la madre biológica de Jesús, sino porque creyó en El con todo su corazón. María es grande porque fue grande su fe, su amor, su esperanza.

-El mal, esa realidad cotidiana

Con todo, el "tema" central del evangelio de hoy -y de la primera lectura que, como cada domingo "normal" prepara el evangelio- es la realidad del mal y la capacidad que tenemos todos por llegar a disimular el mal auténtico.

No es difícil hacer la lista del mal en el mundo. Y la lista sería larga, dolorosa. Nuestra envidia y nuestro egoísmo, la imposición de nuestra voluntad a los demás, el hacer lo que nos viene en gana sin pensar si con ello perjudicamos a otros, nuestra capacidad para criticar e incluso calumniar sin pensarlo dos veces, nuestro afán por medrar aunque sea a costa de los que nos rodean... Y luego, junto a esa lista, otra dramática y horrorosa, hecha de armas y más armas, hambre y más hambre, países del Norte de nuestro mundo que son cada vez más ricos mientras que muchos del Sur del mundo son cada vez más pobres...

Siglos y siglos atrás, meditando sobre el origen y la situación del hombre, alguien -que nosotros reconocemos inspirado por Dios- escribió la página que hemos escuchado como primera lectura.

Alguien que quiso explicar la marca del mal y del pecado que rompen, desde el principio, la historia de los hombres, el corazón mismo de los hombres. Alguien que nos legó esta constatación: desde el principio los hombres nos hemos dejado seducir por una fuerza de mal, la fuerza de la serpiente, el diablo, y hemos escogido un camino que nos alejaba del proyecto amoroso de Dios. Y que desde entonces, toda la historia, todo el camino de la humanidad, es una dolorosa batalla entre la fuerza de la serpiente, la estirpe de la serpiente, y la fuerza que pueda surgir de la semilla de amor y de esperanza que el propio Dios sembró en nosotros desde el principio de todo.

-Jesús no se dejó seducir

Todo eso es mucho más que una fábula o una historia más o menos curiosa. Todo eso es nuestra realidad, nuestra dramática realidad.

Nuestra realidad que, sin embargo, desde entonces, desde siempre -como nos decía también la lectura- lleva dentro de sí una promesa, una certidumbre contenida en las palabras definitivamente descalificadoras que Dios dirige a la serpiente: "Ella, la estirpe de la mujer, te herirá en la cabeza; y tú, por mucho que lo intentes, sólo lograrás herirla en el talón".

Esta es nuestra fe. Existe alguien que ha escogido decididamente el plan amoroso de Dios, alguien que no se ha dejado atrapar por el estilo que la serpiente quería imbuirle, también a él. Ese alguien es Jesús. Y nosotros miramos hacia él, y nos agarramos a él, y creemos que, a pesar de tanto mal, la fuerza de la serpiente no lo domina todo. Creemos que la fuerza del amor de Dios que se manifiesta en Jesús es más fuerte.

-El peligro de auto-engañarnos

Ocurre, sin embargo, que los hombres somos muy complicados, y somos capaces de entenderlo todo al revés y llegar a convencernos de que lo blanco es negro. Si nos conviene para nuestros intereses y nuestra tranquilidad personal, podemos llegar a convencernos a nosotros mismos, y a creénoslo realmente, que lo bueno es lo que nos resulta fácil y lo malo lo que nos cuesta: llegamos a decir que son cosas del diablo algunas cosas que en realidad son del Evangelio, y viceversa.

Nosotros, si no estamos atentos, podemos hacer como hacían con Jesús la gente de su tiempo, según hemos escuchado en el evangelio. El viene a liberar del mal, él viene a abrir caminos de vida nueva. Pero la gente de su misma familia decía que no estaba en sus cabales. Y los letrados decían que estaba poseído por el demonio.

Ante esas acusaciones, la respuesta de Jesús es muy dura, y es también una advertencia para nosotros: podemos ser débiles, podemos ser pecadores, podemos ser egoístas, y Dios nos lo perdonará. Pero lo que no podemos hacer es insultar al Espíritu Santo. No podemos decir que es obra del diablo lo que es obra de Dios. Y no podemos atribuir a Dios, al Espíritu de Dios, lo que es obra del mal y del egoísmo humano. Tenemos que andar muy atentos, muy despiertos, muy dispuestos a convertirnos siempre. Jesús lo espera de nosotros.

J. LLIGADAS-J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1988/12



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