COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mc/03/20-35

Par: Mt 12, 22-32 - Mt 12, 43-50 - Lc 8, 19-21 - Lc 11, 14-28


1.

a) El tema esencial de este Evangelio es el combate entre los dos espíritus. Para la tradición judía, explotada ya en la doctrina de Qumrán, el mundo está entregado a merced del espíritu del mal por voluntad de los hombres que le siguen. Pero los últimos tiempos verán la aparición del Espíritu de bondad, que orienta al hombre hacia el bien y le abre el camino hacia el reino. El hecho de que Cristo arroje a los demonios es señal de que ese Espíritu de bondad está ya actuando en el mundo (Mt 12, 28).

Los escribas no niegan que Jesús arroje a los espíritus malos, sino que, en lugar de ver en ello la presencia del Espíritu bueno, se inventan una explicación de lo más peregrina: que seguramente es en nombre del jefe de los demonios como Jesús expulsa a los demonios subalternos (v. 22). Para Jesús, esta interpretación equivale a blasfemar contra el Espíritu Santo, negando su presencia en el mundo y negándole la capacidad de reconstruir un mundo nuevo. Este pecado no tiene perdón, porque quien comparte una afirmación así no puede formar parte del Reino, puesto que niega precisamente la misión del Espíritu, que es el único que puede instaurar el Reino (vv. 28-30).

El caso es que existen los dos espíritus y el combate que libra Cristo es justamente el del "más fuerte" contra el "fuerte" (versículo 27). Los fieles toman parte en ese combate optando por el uno o por el otro: ahora bien, optar por el espíritu de Dios es escuchar su Palabra y ponerla en práctica (vv. 33-35) adquiriendo el compromiso de practicar todas las rupturas necesarias -aun cuando sean familiares- para llevar a feliz término este proyecto.

b) Después de haber instituido a los Doce (Mc 3, 13-20), Cristo encuentra a su familia (Mc 3, 20-21 y 31-35). La oposición entre los apóstoles y la familia de Jesús es frecuente en los Evangelios, eco sin duda de las querellas que separaron a unos de otros sobre la sucesión del Mesías (cf., además, Jn 7, 2-4; Lc 11, 27-28). De hecho, esta oposición entre los "hermanos de Jesús" y sus "apóstoles" ilustra la cuestión de la fe. Los conciudadanos de Cristo, y especialmente su familia, no comprenden su enseñanza (Lc 4, 25). Ni la vista de los milagros, ni las victorias de Jesús sobre Satanás les hacen cambiar de parecer. Cristo no puede desde entonces más que fundar una nueva familia; la pertenencia a esta es cuestión de libertad y no de lazos naturales, de escucha de la Palabra y no de sentimentalismo.

El hombre ha sido creado para responder, mediante la fidelidad, a la iniciativa amorosa de Dios. Y como libre que es puede ser infiel y traicionar su vocación. Eso es el pecado. Pero la experiencia que el hombre saca de ese pecado es la de una especie de solidaridad que es anterior a cada uno de nosotros, una solidaridad que puede abarcar incluso a otras criaturas distintas del hombre: los demonios y la misma Naturaleza. Pecar es introducirse conscientemente en esa solidaridad casi cósmica.

Pero el hombre ha sido creado libre; y no puede, por tanto, ser juguete de otras criaturas, ni siquiera espirituales. Esto es lo que ha venido a revelar Cristo liberándose de la solidaridad cósmica que le rodeaba en cuanto hombre y liberando a sus hermanos de los lazos de los poderes demoníacos. Y no fueron precisamente sus exorcismos los que hicieron efectiva esa liberación, sino, más fundamentalmente, su obediencia victoriosa de la tentación y de la muerte.

Mientras espera la manifestación clara de esta victoria, el cristiano se encuentra entre dos fuerzas contradictorias: o sucumbe al pecado y se hunde en la primera, o escucha la Palabra y la obedece, con lo que elabora la solidaridad del Reino nuevo.

Esta audición de la Palabra toma cuerpo en la liturgia de la Palabra y su realización en la obediencia constituye el contenido del sacrificio espiritual ofrecido en la Eucaristía.

MAERTENS-FRISQUE 5. Pág. 43



2.

La frase "la blasfemia contra el Esp. Sto." y el "pecado eterno" (v.29), pone en claro que la vida humana no es un juego de canicas. El hombre es capaz de rebeldías que desencadenan su desdicha.



3. /Mc/03/20-21.

-La incomprensión de los parientes

La manifestación de Jesús deja a la gente asombrada y desconcertada y suscita un grupo de discípulos dispuestos a seguirle. Esta misma manifestación suscita la incomprensión de los parientes y la reacción contraria de los escribas. En un texto anterior (2, 1-3) ya hemos visto la oposición de los fariseos, los practicantes; ahora se trata de los escribas, los teólogos.

Al ver a Jesús asediado por la gente, hasta el punto de que "ni siquiera podía comer", sus parientes creyeron que había perdido su sano juicio, que "se había vuelto loco". Y fueron a buscarlo para llevárselo a casa. Pero ¿por qué sus parientes lo toman por loco? No comprenden su tremenda actividad, su predicación a todos, su disponibilidad incondicionada. Los hombres no acaban de comprender las absolutas exigencias de Dios.

Además la fama que empieza a formarse en torno a él va creando problemas; y esos problemas afectan a toda la familia, empiezan a causarle disgustos. "¡Ha perdido la cabeza! ¡Está fuera de sí!": una forma muy frecuente de desacreditar las manifestaciones de Dios y tomar distancias frente a ellas. Dios debería permanecer encerrado dentro de nuestro concepto de orden y de sentido común, debería ahorrarse energías y efusiones de amor, debería entregarse con un poco más de prudencia. Decimos que carece de sentido todo lo que nos supera, todo lo que nos sorprende y nos desconcierta.

BRUNO MAGGIONI-B.Pág. 60s



4. /Mc/03/22-27. SAS/LUCHA.

-Discusión con los escribas

Los escribas no se limitan a proclamar loco a Jesús. Ellos (¡son teólogos!) hacen una lectura más teológica de su manera de proceder, más reflexiva y consciente; y su repulsa es más radical, más justificada: "echa a los demonios en nombre del príncipe de los demonios".

A pesar de que a Jesús no le gusta meterse en discusiones, aquí se enfrenta con ellos. Está en juego el sentido más profundo de su venida. No puede permitir que los signos de Dios se retuerzan y se utilicen para apartar a la gente de su presencia.

Antes de hacer algunas observaciones más concretas sobre esta discusión será oportuno (no lo hemos hecho todavía) detener nuestra atención sobre el significado general de la lucha contra Satanás, una lucha que aquí precisamente intenta defender Jesús contra la interpretación retorcida de los escribas. Ya desde el principio de su evangelio Marcos subraya que el Hijo de Dios toma parte en esta lucha que agita al mundo.

Mediante los relatos de la liberación de los posesos, el evangelio nos ofrece una visión de la historia, que se desarrolla en profundidad: una lucha entre el bien y el mal, cuyos protagonistas no son las fuerzas de la naturaleza, ni tampoco -simplemente- los seres humanos, sino Dios y el maligno.

Esta oposición entre Dios y su adversario se manifiesta en tres niveles: el contraste entre Jesús y sus opositores, entre Jesús y los endemoniados, entre el Espíritu de Dios y Satanás.

BIEN/MAL. Hemos de decir que Marcos simplifica (quizás voluntariamente) cuando parece eliminar esa ambigüedad que está siempre presente en la historia: el bien y el mal no está aquí o allí, divididos en sectores, sino que luchan en el interior de cada uno de los hombres y de cada institución. El contraste es radical; y este contraste pasa a través de cada cosa.

Localizar el bien y el mal en sectores bien definidos significaría hacer las paces con el mal, señalándolo y combatiéndolo fuera de nosotros, siendo así que está en nuestro mismo interior.

Profundicemos más aún: según Marcos la oposición está no sólo entre Dios y Satanás, sino que en definitiva se trata de una oposición en torno al hombre.

No sólo está en juego la gloria de Dios, sino ante todo el hombre, su consistencia y su libertad. La presencia de Satanás destruye: es el espíritu de confusión, de alienación, de disgregación. La presencia de Cristo es la paz. Se trata entonces de una historia en la que el hombre se debate entre la salvación y la alienación.

Pero este debate no afirma solamente que Jesús está en lucha contra Satanás, que no es ni mucho menos su aliado. En la afirmación de Jesús se encierra una convicción: con su venida la victoria sobre el mal es ya un hecho seguro. Las liberaciones del demonio no son únicamente derrotas parciales del mismo, sino el signo de una derrota total que ya se anticipa. Se trata de una afirmación única, inaudita para los judíos: de declaraciones como éstas no hallamos analogía alguna en el judaísmo contemporáneo; de una victoria sobre Satanás, de una victoria obtenida ya en el presente, no saben nada ni la sinagoga ni Qumrân.

CZ/VICTORIA. Podemos dar un paso más y observar que Jesús vence al maligno con la fuerza de la obediencia y del amor: la fuerza de Dios se hace presente en la disponibilidad de aquel que aceptó en el bautismo ser el Siervo que asume el peso del mal. "Este amor desinteresado de Cristo, dirigido a Dios y a los hombres confiados a él, desenmascara y vence al espíritu de egoísmo y le arranca el mundo del que estaba abusando. Este amor alcanza su plenitud en la cruz. En la cruz, esto es, con la pasión y la muerte, que en el fondo le habían preparado los mismos espíritus del mal, la arbitrariedad de Satanás se hunde ante el amor omnipotente de Dios, amor que soporta incluso la arbitrariedad en sus consecuencias. En la cruz queda derrotado el espíritu de la arbitrariedad. En la cruz de Cristo la fuerza de los espíritus del mal queda rota por la fuerza irrompible del amor que lo toma todo sobre sí" (J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento I, Sígueme, Salamanca 1974, 119).

BRUNO MAGGIONI-B.Pág. 61s



5. Mc/03/28-30. P/IMPERDONABLE  BLASFEMIA/ES

-El pecado imperdonable El pecado de los escribas es imperdonable. Es el pecado de quien rechaza la verdad "con los ojos abiertos". Pero quizás fuera mejor hablar de justicia: el pecado imperdonable es la actitud del que niega y pisotea -a sabiendas- los derechos de los demás. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado que tiene lugar no sólo "sabiendo", sino sabiendo y "enmascarando", sabiendo y justificando, incluso distorsionando la misma manifestación de Dios en beneficio propio. Es el pecado cometido con los ojos abiertos y al mismo tiempo justificado, aceptado, racionalizado. Por eso es imperdonable, por estar justificado. ¿No será ése el pecado del mundo que rechaza la verdad y aplasta al hombre, llamando a todo eso "tener mano izquierda", hacer carrera, competir? La frase de Jesús sobre el pecado contra el Espíritu Santo (3, 29) "nos pone en guardia, con profunda seriedad, contra esa extrema y casi inimaginable posibilidad demoníaca del hombre de declarar la guerra a Dios, no en la debilidad y en la duda, sino después de haberse enfrentado a sabiendas contra el Espíritu, plenamente consciente de quién es al que declara la guerra.

Así pues, no es el pecado de los débiles y de los vacilantes, sino el de los hombres duros como el acero que no buscan (ni siquiera a tientas) la gloria de Dios, sino que se ponen a sí mismos en su lugar.

BRUNO MAGGIONI-B.Pág. 53



6. Mc/03/31-35.

-Los verdaderos parientes del Señor

Las palabras de Jesús ("¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?") pueden parecer duras: en ellas resuena el motivo de la separación de la familia; Jesús ha escogido el Reino y ningún vínculo puede retenerlo. Una antigua colección de frases del Señor (la fuente Q), a la que acudieron Mateo y Lucas, ha conservado una frase de análogo significado: "Si alguno quiere venir a mí, y no deja a un lado a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, o aun a su propia persona, no puede ser mi discípulo" (/Lc/14/26).

En las palabras de Jesús hay algo más: no es el parentesco lo que importa, sino el coraje de la fe. Los discípulos que, con su decisión al seguirle, se separan de la gente y de sus mismos parientes son los que constituyen la verdadera familia de Jesús. Se trata de algo que la comunidad de siempre tiene que tener continuamente ante la vista: la fe y la voluntad de compartir la vida del Maestro es lo que constituye a la verdadera comunidad cristiana; no hay que apelar a más vínculos.

BRUNO MAGGIONI-B.Pág. 64



7.

Posiblemente se trata de la casa de Pedro en Cafarnaún (cf. 2, 1).

El texto griego habla de "los suyos", una expresión que puede referirse efectivamente a la familia de Jesús, pero también a sus discípulos. No obstante, puesto que los discípulos ya se encuentran con Jesús, parece más probable que éstos que lo buscan ahora sean sus familiares. En este sentido, la escena que relata Marcos, interrumpida por el altercado con los escribas que vienen de Jerusalén, se continúa en los versículos 31-35.

Los familiares están preocupados por la salud de Jesús, bien sea que ellos mismos piensen que está "fuera de sí" o que han oído decir que éste es el rumor de la gente. En cualquier caso, la expresión no indica de suyo una enfermedad psíquica, sino un estado poco normal en sentido amplio (cf. 2, 12; 5; 42; Mt 12, 23). Hay que pensar que "los suyos" miran también por la buena fama de toda la familia. Se trata, pues, de una presión ejercida por los familiares sobre la actividad pública de Jesús y que, a diferencia de lo que ocurre con los fariseos, nace de una buena voluntad. El celo de Jesús por cumplir su misión ni siquiera fue comprendido por los de su casa, sus familiares, que no acababan de superar una mentalidad de pequeños burgueses. Es natural que esto resulte chocante a nuestros oídos; así ocurrió ya desde el principio, como lo atestiguan las numerosas correcciones que ha sufrido este texto y los intentos de algunos comentaristas, incluso actuales, que lo interpretan de otra manera. Es posible que también por este motivo lo silenciaran Mateo y Lucas, pero no hay que olvidar que el mismo Jesús dijo cómo la predicación del evangelio iba a traer consigo conflictos familiares: "Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual" (/Mt/10/35/36).

La presión de la familia, nacida ciertamente de la incomprensión, pero no ejercida con mala voluntad, es secundada ahora por la malicia de estos escribas, quizás en misión oficial del sanedrín, que tratan conscientemente de tergiversar la actividad de Jesús, para desprestigiarlo ante el pueblo. El odio entra en acción con todos sus recursos. No pueden negar el poder de Jesús, pero le dan una interpretación malévola: "Jesús es un aliado de Satanás".

Ya los teólogos judíos distinguían entre pecados perdonables y pecados que no son perdonables. Entre estos últimos se contaba el "hablar insolente- mente contra la ley", pues esto es una blasfemia contra el Espíritu que la inspiró. Los pecados imperdonables se llamaban también pecados cometidos "con la mano alzada" quizá en el sentido que tiene hoy entre nosotros la expresión "alzar la mano contra alguien", por ejemplo contra el propio padre. Se trata de un género de pecados cometidos por la mentira, que lucha con odio criminal hasta acabar con la verdad. Por eso son imperdonables, porque es imposible que el que odia la verdad pueda reconocerla, por muy clara que se le ofrezca, y así convertirse y alcanzar perdón. Este es el caso de esos escribas que contradicen y tergiversan la verdad de Jesús, en quien habita el Espíritu de Dios (cf. 2, 10).

EUCARISTÍA 1988/28



3-8. ¿QUÉ PENSAR DE MARÍA?

Volviendo ahora a Mc 3,20-21.31-35, tenemos que arrostrar la cuestión más delicada en relación con la escena que allí se describe: ¿qué sentido puede tener la presencia de María entre los familiares que vienen a retener, a moderar a Jesús? ¿Es quizá indecoroso atribuir también esta actitud a María? No lo es, con tal que tomemos en serio los datos que nos presenta la biblia relativos al progreso de la fe en María.

Como es sabido, es sobre todo Lucas el que se detiene más tiempo en esta dimensión. Pero también Marcos levanta el velo sobre un rasgo tan humano de María de Nazaret. La imagen que de ella nos ofrece es la de una mujer maternalmente preocupada por la suerte de su hijo. No es de maravillar que también María, un día, cuando algunos empezaron a tramar contra la vida de Jesús (Mc 3,6), acudiese a su lado para inducirlo a que tuviese más precaución. En principio, ella misma pudo albergar preocupaciones todavía demasiado humanas por la misión y por la obra de Jesús. Hasta aquí llega Marcos, sin ir más allá.

Queda fuera de su perspectiva el decirnos si María superó y cuándo lo hizo esta fase limitada de su fe, para alcanzar una comprensión más perfecta sobre cómo tenia que recorrer Jesús su propio camino. Marcos deja el tema abierto, pero sin avanzar objeciones en contra. Estrictamente hablando, por ejemplo, en 6,2-6 él no nos dice que fueran la madre o los hermanos y hermanas los que se escandalizaban de Jesús. sino "la multitud" que lo escuchaba en la sinagoga (v. 2).

La intención principal de Mc 3,20-21.31-35 es distinta, solicitada quizá (piensan diversos autores) por la presencia de algunos parientes de Jesús que vivían dentro de la iglesia judeo-cristiana. Marcos entonces advierte a su comunidad que el mismo parentesco carnal con el Señor no es un título suficiente para seguirle con las debidas disposiciones.

Una prueba de ello es el hecho de que, cuando Jesús comenzó su ministerio público, sus familiares lo buscaban, pero "quedándose fuera" (vv. 31.32), es decir, sin adentrarse en el misterio profundo de su persona, en todas sus implicaciones (cf Mc 4,41: "¿Quién es éste...?"). En efecto, ellos albergaban ilusiones y opiniones todavía inadecuadas sobre Jesús, ya que pensaban: "Está fuera de sí" (v. 21). Para superar estas ideas imperfectas y hacerse verdaderos parientes de Jesús, Sabiduría encarnada, los miembros de su familia según la carne tenían (y tienen) que recorrer un camino de fe. En otras palabras, es preciso "hacer la voluntad de Dios' (v. 35). Solamente recorriendo estos senderos entra uno a formar parte del circulo de los discípulos, es decir, de aquellos que "están sentados en torno" a Jesús (vv 32. 34) en aquella "'casa" mística (v. 20), que, a juicio de algunos exegetas, podría ser su iglesia. Esta es ahora la auténtica familia del Señor, la escatológica (v. 35). que consta de los Doce, llamados por Jesús "para que estuvieran con él" (Mc 3,14); y está formada además por los discípulos de todos los tiempos que, junto con los Doce, se sitúan "alrededor de Jesús" (cf Mc 4,10; 8.34a) y "van tras él" (cf Mc 8,34b). Lucas será más explicito en decirnos que ése fue efectivamente el camino que escogió María.

CONCLUSIÓN. No se trata realmente (como ocurría de vez en cuando incluso en el pasado más reciente) de relegar a Mc 3,20-21.31-35 entre los pasajes llamados antimariológicos. Todo lo más es un testimonio precioso de los verdaderos vínculos que crean la comunión con Jesús. Marcos enseña que incluso María, la criatura más unida a Cristo con los vínculos de la sangre, tuvo que elevarse a un orden de valores más alto. Las exigencias de la misión del Hijo la inducían a veces a renunciar a sus ideas (muy humanas, por otra parte) de madre según la carne. Después de haber llevado a Jesús en su seno, era preciso que lo engendrase en el corazón, cumpliendo la voluntad de Dios (cf Mc 3,35), una voluntad que se hacia manifiesta en lo que decía y realizaba Jesús. Así la figura de María madre se armoniza y se completa con la de discípula.

A. SERRA
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 306 s.



9. De los sermones de san Agustin, obispo

Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno.

María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza.

Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos» y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.

SAN AGUSTIN
Sermón 25, 7-8: PL 46, 937-938