20 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO
1-5

1. MT/VOCACION:

"Sígueme". El que nos informa de la vocación de Mateo es Mateo. Sin embargo, lo hace de un modo impersonal: "Vio Jesús a un hombre llamado Mateo...". ¿Por qué? Sin duda, porque el autor recoge en su libro lo que ya se contaba y tal como se contaba en la iglesia. Mateo no está interesado en hablarnos de su recuerdo, sino en conservar para nosotros los recuerdos de la iglesia apostólica, porque esto es realmente lo que nos atañe. En efecto, la vocación de Mateo, superando la anécdota individual, pasa a ser el evangelio en el que se descubre el sentido y las exigencias que comporta la vocación de todos los discípulos de Jesús.

Jesús vio a un hombre y le dijo: "Sígueme", y el hombre, dejándolo todo, le siguió sin demora. Sólo Jesús puede llamar de esa manera, puede vincular a otro de modo tan radical a su persona y a su camino. Porque sólo Jesús, él mismo, es la verdad, la vida y el camino. El que llama es Jesús, el que responde, un hombre. Tú eres ese hombre.

Dejarlo todo para seguir a Jesús no es dejar a los hombres, sino lo contrario, pues Jesús, que vino al mundo para salvar a los pecadores, nos encamina hacia la misericordia y no hacia los sacrificios. Por eso critica a los fariseos, a los puros, a los que se apartaban de los pecadores, a los que se tenían a si mismos por justos y condenaban a los demás.

SACRIFICIO/MISERICORDIA: "Misericordia quiero y no sacrificio". Sólo podemos tener misericordia con los hombres, y sólo podemos ofrecer sacrificios a Dios. Si Dios quiere misericordia y no sacrificios, quiere evidentemente que nos acerquemos a los hombres y de ningún modo quiere que nos alejemos de ellos para dedicarnos al culto. Vamos a Dios con sacrificios, y Dios nos dice que no es eso, que lo que espera de nosotros es misericordia. Dios nos remite a los hombres, a nuestros hermanos. Y en este sentido, Santiago nos dice que "la religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación" (/St/01/27). Nada más ajeno al evangelio que una religión que nos aparte de los hombres y de la voluntad de Dios. Cuando los sacrificios se oponen a la misericordia, cuando la religión es un pretexto para desentenderse de las necesidades humanas, cuando separamos el amor de Dios del amor fraterno, los sacrificios, la religión y el amor a Dios no tienen sentido alguno para los que siguen a Jesús.

La eucaristía, sacramento de fraternidad. El corazón y el centro de la liturgia cristiana es la eucaristía. En ella hacemos lo que nos encomendó Jesús, la noche antes de padecer. Y en ella nos comprometemos a seguir a Jesús hasta la muerte, hasta dar la vida por la salvación de todos los hombres. La eucaristía es el memorial del sacrificio de Jesús, de un sacrificio en el que se cumple la voluntad de Dios, en el que la misericordia no queda relegada, sino indisolublemente unida con el sacrificio. En un mismo acto, en el acto de su entrega al Padre, Jesús se entrega también a todos los hombres.

Al celebrar nosotros la eucaristía, en memoria de Jesús, al celebrarla tal y como él nos lo encomendó, tenemos que integrar en el culto la misericordia. Comiendo todos de un mismo pan, damos gracias a Dios y construimos la fraternidad. No es posible lo uno sin lo otro.

EUCARISTÍA 1978/27


2. VOCA/SEGUIMIENTO 

-"SÍGUEME". El hecho del seguimiento es fundamental en el Evangelio. Deberemos subrayarlo en la homilía. En conexión con lo que decía el evangelio del pasado domingo: no es suficiente "decir" la fe sino que es preciso "realizarla". ¿Cómo realizar la fe? La respuesta la concreta el Evangelio en el seguir a JC. Es decir, en acoger su palabra, que se dirige personalmente a cada uno de nosotros (el "sígueme"), dejar las propias seguridades, la instalación egoísta, superar la pereza y las dudas, luchar contra el pecado... para caminar con JC.

Esta es la definición del cristiano: el que sigue a JC. Fruto de una llamada (una vocación) que no es exclusiva de curas o religiosos, sino propia de todos los cristianos. El texto de hoy habla de la vocación cristiana porque todos los cristianos somos invitados a seguir a JC.

La enseñanza de JC no se capta sólo escuchándola. Es preciso ponerla en práctica, día tras día, en todo lo que hacemos. Para que sea cada vez más la raíz y fuente de nuestro modo de pensar, de sentir, de obrar (cf. el evangelio del domingo pasado). En los evangelios, los creyentes en JC, los discípulos, no son los que le escuchan sino los que le siguen.

En un mundo -en una iglesia- en tiempo de cambio, de cierta nebulosa doctrinal y moral (son muchos los cristianos que no saben como antes qué deben creer y qué deben obrar) vencer esta incertidumbre no es la primera cuestión, no es una previa condición a resolver.

Lo primero es decidirse a seguir a JC; será este seguimiento el que personal y colectivamente irá clarificando la doctrina y la moral del cristiano y de la Iglesia. Es necesario vencer la frecuente tentación actual (repito: tanto individual como del conjunto de la Iglesia) de detenerse hasta ver claro. El ejemplo lo hallamos en Mateo: "Sígueme" y "el se levantó y lo siguió". Sin condiciones ni previas clarificaciones. Es siguiendo a JC como se le conoce. Siguiéndole, que quiere decir esforzarse por vivir su Evangelio en todo y siempre.

-"MISERICORDIA QUIERO" (O LA LLAMADA A LOS PECADORES). Las últimas palabras del evangelio de hoy son de aquellas que los predicadores no nos atreveríamos a decir si no fueran de JC (y que aun siendo suyas tendemos a escamotear o a matizar rápidamente). Debemos atrevernos a repetirlas y a explicarlas con toda su fuerza.

El contexto es claro. Son quienes se creen justos porque cumplen las normas (los fariseos) quienes no comprenden que JC llame a seguirle a todos, sin exclusiones. Todos, también a los pecadores (y a los pecadores con carnet, aquellos a quienes se les considera públicamente como tales). Y la respuesta de JC es contundente (doblemente contundente).

Primero: lo que Dios quiere es misericordia (amor concreto) y no exige como condición previa -ni admite como condición suficiente- la práctica de las normas religiosas. Deberemos evitar una interpretación abusiva de estas palabras que sería deducir que JC (o el profeta Oseas a quien cita) desprecien las normas religiosas y concretamente la práctica del culto (para ellos era mandamiento de Dios, voluntad de Dios). No lo critican: lo que critica es que se practique como algo que sustituye al amor y al conocimiento auténtico de Dios. El que conoce y ama de verdad, realizará un culto auténtico. Pero el que ni conoce ni ama, puede convertir el culto en una práctica que crea que le hace justo, mejor que los demás. Incluso que le cierre a la llamada personal de JC (porque no la necesita).

Segundo: por ello la única condición para acoger la vocación de JC es reconocerse pecador. Porque JC salva y sólo puede ser salvado quien sabe que tiene necesidad de salvación -de más vida- que sólo Dios puede dar. De ahí que JC pueda decir radicalmente: "no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

JUSTO/AUTOSUFICIENTE: "Justos" son todos los que -profesándose cristianos, agnósticos, ateos o lo que sea- se creen ellos suficientes para conseguir el amor y la verdad y la vida, esos son los "justos" que necesitan salvación.

La actitud de estos "justos" (en el sentido del evangelio de hoy) es la gran tentación del hombre que quizá sea particularmente vigorosa en nuestra sociedad. Hay el "justo religioso", el "justo-progresista", el "justo-rico", el "justo-científico" y todos los que queramos. Porque, como decía, es una tentación -es la tentación- que acecha a todo hombre.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/11


3.

-Sí a la misericordia; no al ritualismo (Mt 9, 9-13)

San Mateo relata su vocación con toda sencillez. Vocación que posee las características, sencillas pero emocionantes, de todas las vocaciones que aparecen en el Nuevo Testamento: Es Cristo quien escoge y llama; y el escogido y llamado lo deja todo al instante y sigue a Jesús. Es todo sencillo y a la vez grandioso, hasta el punto de que no se añade ningún comentario. Pero en esta ocasión el caso merece ser subrayado, y Mateo lo hace con toda intención. Jesús va a casa de Mateo en Cafarnaún; Mateo le ha seguido con los discípulos, pero también los publicanos se sientan a su mesa. Mateo es uno de ellos; acaba de ser llamado.

Podemos observar aquí la preocupación de Mateo: Jesús ha venido al mundo para la salvación no sólo de los judíos, sino también de los demás, incluso de los pecadores. Observemos también cómo responde Jesús: no se justifica, sino que se presenta como "el médico". Un médico no justifica su presencia entre los enfermos; tampoco Jesús. Una vez más se trata, por consiguiente, de una determinada teología de Cristo que quiere presentar San Mateo. La fisonomía de Jesús es la de la misericordia, porque su Padre es misericordia y El ha sido enviado por la misericordia.

Al oír hablar a Jesús, los oyentes debían conocer, al menos de modo elemental, lo que significa para Dios la misericordia, porque el Antiguo Testamento está plagado de pasajes en los que se expresa la teología de la misericordia de Dios. La misma expresión "Dios de misericordia" encierra toda una manera de concebir al Señor. El Deuteronomio presenta a Dios como el Señor de misericordia (Dt 4, 31), como también lo hará el Libro de la Sabiduría (Sab 9, 1). El libro de Tobías y los Salmos imploran a Dios como Señor de la misericordia (Tob 3, 11; Sal 85, 15).

Sería imposible mencionar aquí todos los pasajes del Antiguo Testamento que hablan de la misericordia del Señor. La esencia misma de Dios consiste en ser misericordioso. Citemos tan sólo algunos textos: "El Señor es bueno y misericordioso" (Sal 102, 8), "El Señor es clemente y misericordioso" (Sal 110, 4). El que Dios practica la misericordia es una experiencia que el pueblo de Israel ha tenido infinitas veces. "El Señor tiene misericordia con quienes le aman" (Ex 20, 6); "tiene misericordia por mil generaciones" (Dt 5, 10). "Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad" (Tob 3, 2). Y volviendo nuevamente a los salmos: "En tu misericordia confío, Señor" (12, 6); "acuérdate, Señor, de tus misericordias" (24, 6); "las sendas del Señor son misericordia" (24, 10); "invocamos, oh Dios, tu misericordia" (47, 10); "es bueno anunciar desde por la mañana tu misericordia" (91, 3); esta misericordia es inmensa e ilimitada: "Su misericordia es grande hasta los cielos" (Sal 56, 11), "la misericordia del Señor hacia nosotros dura por siempre" (116, 2). Esta misericordia es eterna (Sal 99, 5; 102, 17; 106, 1; 117, 1; 117, 29; 135, 1). Los salmos son, en muchas ocasiones, una llamada a la misericordia de Dios: "Señor, haz resplandecer tu misericordia" ( 16, 7); "imploro la misericordia de mi Dios" (29, 9), "sea tu misericordia, Señor, sobre nosotros" (32, 22)... La misericordia se identifica en Dios con el amor y la angustia de los hombres a los que quiere salvar.

Los oyentes de Jesús debieron de comprender perfectamente lo que Jesús quería decir. Siendo como era Hijo de Dios, Jesús debía ser misericordia. Había venido por la misericordia y debía también querer para los demás la misericordia, no el ritualismo. El cristianismo no es una religión del rito, sino una religión del amor.

Sin embargo, hay que esforzarse por que la catequesis de este pasaje sea correcta. Cuando se proclama el evangelio en el que Jesús perdona a la mujer adúltera por haber amado mucho, una catequesis facilona podría apoyarse en este pasaje para perdonar a la ligera todas las debilidades de la carne. El hecho de que Jesús coma con los publicanos y los pecadores; el hecho de que escoja de entre ellos a sus apóstoles; el hecho mismo de declarar que lo que desea ante todo es la misericordia... todo esto puede dar lugar a una catequesis simplista y oportunista. La imagen de Jesús comiendo con publicanos y pecadores no puede servir de punto de apoyo para una propaganda electoral en favor de un partido que pretenda trastocar las clases sociales existentes. Jesús no hace política Su enseñanza no consiste en crear nuevas situaciones humanas y sociales, sino en establecer la justicia y dar a todo el mundo la salvación en el más allá. Lo que hay que poner de relieve es que Jesús, con vistas a la conversión y la salvación del mundo, une en el grupo de discípulos que van a formar la Iglesia a gentes de todo tipo, sin distinción de raza o de clase social o de valor moral. Jesús escoge; es el quien escoge y hace posible el que hombres de tan distinta cultura, situación social y grandeza moral vivan juntos para propagar el reino. Jesús ha venido a llamar a los pecadores; pero no hay que confundir a los pecadores con una clase social, como si los pecadores no existieran en todas partes y en todos los estratos. El hecho de revisar ciertas actitudes pasadas y tal vez un cierto temor al pecador que los apóstoles de hoy han manifestado con demasiada frecuencia no supone para el momento actual de la Iglesia vincularse necesariamente a determinadas reivindicaciones sociales y ocuparse exclusivamente de los pecadores y los contestatarios.

Si en todo momento se impone hacer un examen de conciencia, hay que hacerlo con lealtad y sabiendo en qué consiste el reino por el que la Iglesia debe trabajar. Pero sigue siendo cierto que la Iglesia y sus fines no pueden acantonarse en la práctica de la liturgia, la oración y los sacramentos, ignorando a la vez las necesidades del hombre de hoy y constituyéndose en una especie de Iglesia aristocrática, hecha para los buenos. Si así lo hiciera, si los cristianos tomaran esta actitud deben saber, al escuchar este evangelio, que están en oposición al modo de pensar fundamental de Cristo.

-Sí al amor; no a los holocaustos (Os 6, 3-6)

El amor, no el rito. Esta "reflexión" de Dios se plantea aquí a propósito de una liturgia penitencial celebrada por el pueblo. En realidad, no puede decirse que esta liturgia sea hipócrita y que el caso concreto de que se trata sea el que tantas veces critican los profetas cuando ven en los rituales de penitencia la búsqueda del perdón motivada por el temor, pero no el deseo de conversión. No hay nada de eso en este pasaje de Oseas. Sin embargo, el Señor se queja de algo que es grave: el amor del pueblo es fugaz como la bruma de la mañana. No hay consistencia alguna en el amor del pueblo hacia su Dios. En el texto se transparenta una especie de infinita tristeza de Dios.

Cristo utiliza este pasaje del libro de Oseas en el evangelio que acabamos de escuchar: "es amor lo que deseo, no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos". Lo que el Señor desea es la íntima y fiel unión con él.

Una vez más se ofrece a nuestra meditación un problema crucial. El cristiano de hoy, como el pueblo del Antiguo Testamento, ¿no se ve demasiado tentado por un fácil ritualismo sacramental que le eximiría del amor? ¿Quizá no busca más el ser perdonado sacramentalmente que el convertirse y amar cada vez más? ¿No tiende a refugiarse tras los ritos y a olvidar el perdón y el amor? El problema se nos plantea a cada uno de nosotros y habría que responder con el mayor rigor posible.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 24-27


4. Mt/CV:

1. La conversión de Mateo

El texto nos presenta la llamada de Jesús a un publicano, recaudador de impuestos, a seguirle y formar parte del grupo de discípulos; y una comida en casa de este hombre con marginados de aquella sociedad.

Mateo coloca su conversión entre las narraciones de milagros, porque sabe que el mayor milagro es siempre una conversión, porque ha experimentado hasta qué punto la llamada inesperada, desconcertante, transformadora de Jesús ha sido para él camino de vida verdadera.

Mateo, que pertenece a una clase social despreciada por los judíos por colaborar con la dictadura romana y obtener así ventajas económicas, es incluido por Jesús en el grupo de los Doce.

A los pescadores se les une ahora uno a quien se le niega el saludo. Se ve de nuevo la predilección del maestro por los despreciados de la sociedad.

El clasismo religioso y social del tiempo de Jesús era tan nefasto y absurdo como ahora. Las disputas a causa de él eran frecuentes. Pero Jesús se mantuvo por encima de ellas; habló de amor y libertad y transmitió el mensaje del Reino a todos, sin fijarse en la situación social o procedencia de los hombres. Con el paso del tiempo iría constatando que eran los marginados los que le seguían, mientras los "piadosos" le atacaban, y no pararon hasta acabar con El en la cruz. Quizá algún día nos convenzamos de que ahora está pasando lo mismo: juzgamos a las personas según vayan o no a misa, cuando lo importante es que estén o no trabajando por el Reino de la justicia, que es el reino de Dios y de Jesús; pensamos que cree en Dios todo el que lo afirma así, sin darnos cuenta de que la fe en El se tiene que demostrar en las obras. ¡Cuántos ateos y agnósticos están demostrando hoy con sus obras de justicia su fe en el Dios de Jesús!

En momentos como el nuestro, en que los hombres vivimos enfrentados por divisiones políticas, económicas o religiosas, el gesto de Jesús es luminoso. Es necesario que creemos una comunidad nueva, en la que desaparezcan todos los privilegios, todas las opresiones y odios, todas las clasificaciones, una comunidad en la que todos tengamos los mismos derechos y obligaciones y en la que todos participemos libremente como hermanos.

El cobrador de impuestos, además de ser despreciado por los judíos por colaborar con los romanos, era "pecador" porque se contaminaba constantemente con su trato frecuente con los paganos.

Marcos y Lucas llaman a este cobrador de impuestos Leví. El primer evangelio lo llama Mateo. Era corriente que un judío tuviera dos nombres, uno hebreo y otro griego; aunque a veces los dos nombres eran hebreos. Es posible que Jesús le cambiara el nombre de Leví por el de Mateo, que significa "don de Dios", lo mismo que había hecho con otros de sus íntimos (Mc 3,16-17).

Jesús llama a Mateo a seguirle. Su respuesta es inmediata y total, como debe ser la respuesta de todo auténtico seguidor de Jesús. Se entrega sin reservas: "dejándolo todo, se levantó y lo siguió".

El proceso personal real de la conversión de Mateo lo desconocemos. Pero sí sabemos que por pasarse al bando de Jesús, que es el bando del pueblo de los pobres, dejó el empleo, su modo de vida, por ser incompatible con el seguimiento de Jesús. Era un ciego y un paralítico, ya que su horizonte se limitaba al dinero, atado a su mesa, a su oficio, a su ambiente. De todo se vio libre y pudo empezar una nueva vida. Sigue a Jesús, acoge su Palabra, dejando sus propias seguridades.

Creen en Jesús los que siguen sus pasos, los que ponen en práctica sus ideales, porque sólo siguiéndole se le puede ir entendiendo y comulgando con su vida. Ser cristiano es tener la experiencia personal de sentirse llamado a seguir el camino de vida de Jesús.

2. Jesús come con pecadores : COMIDA/JUDIA

Mateo invita a comer a Jesús y a sus seguidores. Esta comida atrae a toda clase de gente de mala reputación.

En el mundo oriental antiguo, comer con otro era tenido por un gran honor y expresión de confianza e intimidad. Entre los judíos era el signo más valioso de amistad y comunión, no sólo a un nivel humano, sino en el mismo plano religioso: indicaba de alguna manera comunidad ante Dios. Por eso los judíos evitaban comer con los miembros pecadores del pueblo. Comer con ellos era entrar en profunda convivencia con los pecadores, era como asumir y aceptar su modo de vivir. Los fariseos únicamente comían en las casas donde era seguro que se cumplían todas las complicadas normas rituales de abluciones, rezos..., cosa poco probable en casa de un publicano. Comer con los publicanos, que se aprovechaban de sus paisanos al cobrar los impuestos y no cumplían con los ritos religiosos, era un gran escándalo.

Jesús se comporta de forma distinta, no se avergüenza de convivir en esta sociedad equívoca. Se encuentra bien en ella; no teme quedar impuro según la ley. Con su actitud da un gran paso hacia la liberación de las estructuras, de las clases sociales..., que impedían relacionarse a unos con otros al clasificar a cada uno de antemano por su actuación externa. Tiene su propia escala de valores: ha hecho la opción por los marginados y pecadores y les da la mano para reintegrarlos a la sociedad de los hombres y a la amistad con Dios. Se rodea de una sociedad "selecta".

Nosotros hacemos como los fariseos: vamos haciendo exclusiones a nuestra medida, clasificamos a las personas según nos interesa o según sea el volumen de su cartera. Pocas veces tratamos de comprender en profundidad a una persona antes de emitir nuestro juicio sobre ella.

Jesús habla con frecuencia del reino de Dios comparándolo con un banquete. Estas comidas con los pecadores son un signo y anticipación de la fiesta del banquete del Reino. Banquete abierto a todos, que instaura un nuevo tipo de relaciones con Dios y con el prójimo, en el que los últimos serán los primeros (Mt 20,16).

Los judíos que han llevado a la cruz a Jesús, acusándole de blasfemo por romper el orden "querido por Dios" sobre la tierra, le han comprendido mucho mejor que los millones y millones de cristianos que han reducido su mensaje a "salvar almas" y a ritos sin vida. Para los fariseos lo que está pasando es escandaloso y condenable. Dios no puede querer eso. Preguntan a los discípulos. ¿Qué pretensiones podía tener un "maestro" que frecuentaba aquellas compañías peligrosas?

La atención que Jesús dispensa a la gente que no observaba la ley, según la interpretación farisaica, es motivo de choque.

La respuesta de Jesús puede parecer desconcertante a primera vista. El no se refiere a que sea mejor ser pecador que justo, enfermo que sano. Lo que hace es ayudarlos a que se reintegren a la sociedad de los hombres y a la amistad de Dios, en lugar de excomulgarlos despectivamente como hacían los escribas y fariseos. Jesús se dirige a los pecadores, no porque desprecie o aprecie menos a los justos, sino porque aquéllos tienen más necesidad de El. Además, en una sociedad en la que todos somos pecadores y enfermos, solamente podrán ser perdonados y curados los que se reconozcan como tales y pongan los medios para ello. De hecho, fueron los que se consideraban justos los que le rechazaron, los que no reconocieron la necesidad que, también ellos, tenían de conversión, los enfermos inconscientes que creían no tener necesidad de médico.

La respuesta de Jesús no es tampoco una justificación de los pecadores. No niega que lo sean: eran reconocidos como tales y no pretendían ocultar sus defectos. Pero son los escribas y los fariseos los verdaderos pecadores, porque se consideraban justos y no lo eran. Con su conducta se cierran totalmente al perdón de Dios. Los que se creen sanos, los que la ley de los fariseos consideraba sanos, no necesitan médico.

Jesús emplea la ironía, única forma a veces de descalificar a los "buenos". No dice que los fariseos sean sanos, sólo afirma que El ha sido enviado a los enfermos. Los que se consideren sanos nunca acudirán a un médico, que, según ellos, no les hace falta. ¿No es evidente que todos somos pecadores, enfermos? Lo que necesitamos es reconocerlo. Sólo entonces podrá Jesús entrar en nuestra vida. El "sano" cree que se basta solo para hacer frente a sus dificultades. Se identifica con el "listo". Los hay de muchas clases: el "listo-científico", el "listo-religioso", el "listo-político", el "listo-economista"... Lo saben todo y lo hacen todo bien. Niegan todo aquello que no saben, o no entienden, o no les conviene; son ellos la medida de todas las cosas.

El creernos sanos es una tentación que nos acecha a todos. Los que se creen sanos se cierran a caminos nuevos y se pudren en su cerrazón. Los marginados tienen más tendencias a abrirse y a admitir cambios: los necesitan. Con éstos se puede hacer el reino de Dios; con los otros, no.

Todo el texto está formulado en una perspectiva eclesial: los judíos acusan a los discípulos de Jesús, a los cristianos, de comer con los publicanos y pecadores. Esto significa que la actitud de Jesús continuó en su Iglesia.

Nosotros deberíamos preguntarnos: ¿se puede dirigir esta acusación a los cristianos de hoy? ¿Nos caracterizamos por el hecho de romper todas las barreras de raza, de religión, de sexo, de clase social, de ideas políticas...? ¿Creamos fraternidad y comunión, "comiendo" con los hombres perdidos de la tierra? ¿Se nos podría lanzar esa "acusación" a cada uno de nosotros?

Quizá Jesús no tenga necesidad de defendernos, como defendía a sus primeros discípulos, porque nosotros hayamos preferido abandonar su senda...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 359-363


5.

1. Los pecadores son llamados...

Muy de acuerdo con el pensamiento profético (primera lectura), Jesús desconfía de una religión que coloca el acento en el culto. Esto puede herir nuestros oídos ya que, por múltiples circunstancias, hemos llegado a identificar práctica cultual y religión. Es significativo el hecho de que cuando queremos averiguar la situación religiosa de un país, tomamos como criterio la concurrencia o no a los ritos, como si no hubiese criterios mucho más válidos en otras áreas de la vida de una persona.

En esta oportunidad Jesús coloca el acento en la «misericordia», interpretada como una actitud de acogida hacia los "pecadores".

Con su lenguaje, casi permanentemente paradójico, Jesús elige a los pecadores y rechaza a los «justos» como si se empeñara en escandalizar nuestra sensibilidad. Nos llama la atención, en primer lugar, que son los pecadores los privilegiados en el Reino de Dios. Es Mateo, un pecador público, vendido al poder extranjero y extorsionador de su propio pueblo, quien es llamado para formar parte del grupo apostólico. Y son pecadores los que se sientan a la mesa con Jesús.

¿Quiénes son estos pecadores? No se trata de personas que han cometido tal o cual pecado, sino de personas que viven al margen de las prácticas religiosas preconizadas por escribas y fariseos; son los que desafían a la institución religiosa, mereciendo, por lo tanto, su anatema y condenación.

Jesús ve en ellos un terreno más dispuesto, precisamente por estar menos contaminados por la hipocresía religiosa. Esto mismo los predispone a revisar su vida con más libertad, viéndose a sí mismos en cuanto personas y no como meros miembros de una institución religiosa.

Estos pecadores son los prototipos de los nuevos miembros del Reino de Dios, pues en ellos se manifiesta la absoluta y desinteresada misericordia de Dios. Son personas de las que la institución no puede recibir nada; dirigirse a ellas es un signo claro de amor. Quien descubre que es llamado sólo por amor y para su bien exclusivo, está a un paso de entrar en el nuevo esquema religioso que anuncia Jesús.

Esta es nuestra primera conclusión: si no nos asumimos como pecadores, podremos pertenecer a una institución religiosa, pero no al Reino anunciado por Jesucristo. Dicho lo mismo con otras palabras: una conciencia orgullosa de su pertenencia a la Iglesia puede ser un serio obstáculo para entrar en el Reino. No sólo porque este orgullo nos cierra a los demás, sino porque es una traba para que nos miremos simplemente como seres humanos que necesitan todos los días el acicate de la conversión interior.

Declararnos pecadores ante Dios es, simplemente, presentarnos ante El tal cual somos. Aunque pertenezcamos formalmente a la Iglesia por el Bautismo, no consideremos ese lazo jurídico como un salvavidas o un certificado de "buena conducta".

¿Vamos, entonces, a dejar de lado esta asamblea litúrgica para tener un mejor acceso al Reino de Dios? Si esta asamblea sirviera para encubrir lo que realmente somos o si la consideráramos como un pasaporte para el cielo, ciertamente que sería muy difícil defender su supervivencia desde un punto de vista evangélico. Pero si consideramos esta asamblea como esa mesa a la que Jesús sentó a los pecadores y publicanos para que se abrieran al amor redentor de Dios, estaríamos cumpliendo lo que hoy se nos ha anunciado. Comprendamos bien lo siguiente: las cosas por sí mismas no tienen valor positivo ni negativo. Somos nosotros, con nuestra actitud interior, quienes les damos este o aquel sentido.

2. Descubrir nuestras motivaciones

Jesús no sólo llama a los pecadores a su mesa, sino que deja a un lado a los «justos». Llama irónicamente «justos» a los que cumplían estrictamente los mandatos de la institución religiosa, creyendo, por eso mismo, que su salvación estaba asegurada y que Dios debía sentirse obligado a compensar sus buenos servicios.

Es interesante examinar el fenómeno de por qué la pertenencia a una religión llega a crear en el individuo una resistencia tan grande a su propia curación espiritual. Por lógica debiera ser lo contrario: pertenecer a una religión debiera ser la fórmula más sencilla para cambiar sinceramente de vida. Y, sin embargo, al menos desde el punto de vista evangélico, suele suceder lo contrario.

Para comprender este caso, debiéramos apelar a las motivaciones que llevan a un individuo a adherirse a una religión. Al mismo tiempo, se debe partir del hecho de que todo hombre tiene determinados mecanismos psicológicos por los cuales resiste desde dentro de sí mismo a todo proceso que implique una reforma de sus estructuras personales.

Consciente o inconscientemente, buscamos cierta fórmula tramposa que dé una apariencia de curación y madurez pero que, en el fondo, deja las cosas tal como están. ¿Y por qué se elige la pertenencia a una religión como defensa a la propia curación interior? Precisamente porque la religión, por su misma definición, es la más apta para encubrir con actos y palabras piadosos todo atisbo de corrupción interior. Poco le cuesta al individuo autoconvencerse de que todo marcha bien, desde el momento que adapta la exterioridad de su vida a una vida santa.

Por eso hablamos de las motivaciones íntimas que nos mueven a sentirnos adheridos a la religión y protegidos por la institución religiosa. Buscamos seguridad, aun a costa de la sinceridad. Si la misma institución religiosa favorece este esquema engañoso o, al menos, lo silencia, la trampa es perfecta.

Ahora podemos comprender mejor la postura de Jesús: como un médico o terapeuta -la comparación es del propio Jesús- hace tomar conciencia al enfermo de esa enfermedad que se empeña en ignorar o negar. Esa conciencia, dolorosa por cierto, es ya ponerse a un paso de la curación definitiva.

Nada más difícil para una persona que pertenece a un culto religioso, que cuestionar la sinceridad de su pertenencia y los íntimos motivos que la llevan a sentirse a cubierto por el simple hecho de haber tomado contacto con cosas santas y sagradas. Justo es destacar la clarividencia genial de Jesús que pone su dedo en la llaga más dolorosa de toda institución religiosa. Pero también es justo afirmar que no siempre los cristianos hemos querido, comprender lo que implican sus palabras.

3. Revisar nuestras relaciones

Si las reflexiones anteriores pueden gozar de cierta validez, parece surgir una conclusión bastante clara: el Evangelio de hoy debe obligarnos a revisar todo nuestro esquema pastoral y nuestro sistema de relaciones con el mundo.

Cuando la Iglesia o los cristianos se sintieron el ghetto de los justos, automáticamente se enfriaron sus relaciones con los demás hombres, frialdad que muchas veces llegó a la franca agresión.

Hoy vivimos un momento especial en estas relaciones: hay quienes pertenecemos a la institución religiosa y más o menos tratamos de cumplir sus postulados, y hay quienes viven deliberadamente al margen de ciertas pautas religiosas tradicionalmente aceptadas. Si nuestra primera tentación es condenarlos o apartarnos de ellos, el Evangelio de hoy nos dice todo lo contrario: acerquémonos a ellos, pues el Reino de Dios está mucho más allá de la pertenencia o no pertenencia a una Iglesia. ¿Será ésta la frontera más ardua que el Espíritu nos exige cruzar? Es posible.

Acostumbrados a confundir Reino de Dios con Iglesia, le duele a nuestro orgullo aceptar a un Dios que no se deja engañar ni atar, ni por unos ni por otros.

Lo cierto es que, en el caso de Jesús, fueron los pecadores los que aceptaron su invitación. Se trata de una severa advertencia a la Iglesia de todos los tiempos. El Bautismo o el Orden Sagrado no confieren privilegios ni derechos en el Reino de Dios. Ante Dios seremos medidos por la dimensión y calidez de nuestro corazón.

Aceptar este duro punto de vista del Evangelio significa encontrar el camino para un acercamiento y un diálogo con todos los hombres del mundo, sean de la religión que sean o pertenezcan o no a credo alguno.

La exigencia del Reino es una sola y la misma para todos: cambiar el corazón, buscar la paz, practicar la justicia, vivir en el amor. La religión es válida en la medida en que favorece el desarrollo del Reino. Más aún, debiera ser el medio ambiente que favoreciera en el hombre el encuentro consigo mismo, propulsando, al mismo tiempo, el cambio en las instituciones. Este es el desafío que hoy nos hace el Evangelio: que la religión no sea para nosotros una trampa, sino un trampolín para acceder a una vida auténticamente humana.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 70 ss.

HOMILÍAS 7-12