12 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IX DEL CICLO B


1.

SABADO/DO/DESCANSO. La primera lectura ofrece una reflexión sobre el sábado y sobre el precepto relacionado con él. Este día todo israelita debe abstenerse de cualquier trabajo, al revés de los otros seis días de la semana, reservados para las distintas ocupaciones.

Lo más interesante en este texto es la exposición de los motivos que se dan para justificar el precepto sabático: ¿Por qué hay que abstenerse del trabajo habitual, en un día determinado? Por múltiples razones.

Practicar el descanso del sábado es santificar ese séptimo día. Es efectivamente hacer de ese día un día particular, un día "aparte", que eso significa la palabra hebrea traducida por "santificar". Pero es hacer de él un día particular para Dios, y a causa de Dios. ¿Qué relación con Dios puede tener el abstenerse del trabajo? Por el precepto divino: "el Señor tu Dios te lo ha mandado"; "mostrándote fiel a este mandamiento, santificando el sábado, honrarás al Señor tu Dios". El día del sábado es un día "para Dios"; el israelita, al vivirlo amoldándose a los deseos divinos, proclama la autoridad de Dios, que rige su vida entera. Existe otro motivo: la liberación de Egipto, realizada por Yahvéh que sacó de allí a Israel, "con mano fuerte y tenso brazo".

Israel no puede por menos de recordar esta acción liberadora, que fue también su partida de nacimiento. Este recuerdo debe señalarse en su existencia concreta, en su vida de pueblo trabajador. La abstención sabática del trabajo, le permite incluir en su semana un día cuyo estilo excepcional recordará el excepcional acontecimiento que le permitió existir. Finalmente, se añade otro motivo que viene a precisar al anterior. El nexo entre el descanso sabático y la liberación de Egipto, no es algo puramente convencional. No se debe exclusivamente a la voluntad del legislador, de dar al precepto del sábado el sentido de un recuerdo del éxodo; este nexo resulta de la naturaleza misma de las cosas. En efecto, el texto tiene un cierto parecido con algunas palabras que suenan con las mismas resonancias, por tener la misma etimología que ellas: el trabajo, el siervo, la servidumbre, se expresan en hebreo mediante la misma raíz. Para conservar toda la fuerza evocadora de esta semejanza, habría que traducir utilizando una expresión de este género: "no trabajarás tú, ni tu trabajador..., pues te acordarás de que estuviste en los trabajos forzosos, en Egipto".

El lenguaje del Deuteronomio es realista; su autor afirma, por lo menos aquí, no ver otra cosa en el trabajo, máxime si es a sueldo, que una servidumbre. El éxodo, al liberar a Israel de Egipto, le liberó de la servidumbre del trabajo forzoso. Israel debe recordarlo; para ello, marcará cada semana con un día en el que todo trabajador -todo "siervo", se decía en ciertas épocas- sea liberado de su trabajo, de su "servidumbre".

Esta reflexión es de gran importancia: junta en un mismo motivo la "santificación" del sábado y la observancia de un precepto divino, por una parte, con la liberación del hombre, por otra, en recuerdo de la liberación de Egipto. Indiscutiblemente, el texto sigue un razonamiento cuyo esquema, cuya "estructura", establece cierta equivalencia, a la que estamos poco habituados entre el respecto a lo que es santo y a la liberación humana. Y sin embargo, ¿no supone el evangelio esta misma equivalencia? A decir verdad, uno de los dos miembros necesarios de esta equivalencia está curiosamente ausente.

Prácticamente, nunca se cita a Dios; sólo una vez sale su nombre, pero como de paso. Jesús, en lugar de decir "la casa de Dios" (v. 26), muy bien podría haber dicho "el Templo". Así pues, Dios está como "ausente" de este texto, totalmente acaparado por alguien que está muy presente en él, el hombre: "el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para ...; el Hijo del hombre... Había allí un hombre... Jesús dice al hombre..."; de este hombre se recuerda, además, que tiene hambre, que come, que está enfermo.

Con todo, ¿está Dios tan ausente del texto como parece? Si en el texto no se le nombra, si no se le "mienta", está presente en todos los espíritus. Al en cierto modo "no nombrado", al "no mentado" es al que se hace referencia y de quien depende cuanto se dice. Pues, como es sabido, para el evangelista es evidente que Jesús habla y actúa en nombre de él. ¿No tiene justamente gran interés, el que se presente a Jesús hablando y actuando en nombre de Dios, sin mentar el nombre de Quien lo orienta, lo rige y lo explica todo? Los fariseos mismos argumentan en nombre de Dios, cuya ley sabática quieren hacer respetar. Pero es muy significativo también el que sus explicaciones, sin mencionar a Dios explícitamente, le aludan sólo con un abstracto e impersonal "no está permitido", que Jesús repite, por otra parte. Así sucede en su lenguaje; ¿no ocurriría esto mismo en su pensamiento? Dios, que manda a Israel en nombre de los beneficios que le prodigó a lo largo de su historia, queda reducido a un frío, absoluto y triste "permitido/no permitido". Jesús rechaza esta estructuración de la moral tradicional. En consonancia con la doctrina de los predicadores del Antiguo Testamento, propone una vida que no es sumisión a unos principios abstractos, sino encuentro con el Dios que pregunta, que pide una respuesta al diálogo entablado por él al "liberar" a Israel de la "servidumbre" de Egipto: esa respuesta no puede ser otra que una participación en la obra liberadora, empeñada desde hace tanto tiempo. Porque incluso un precepto muy "santo", por ser "divino", como el del sábado, tiene una orientación humana; está hecho para bien del hombre, sin que por eso deje de ser de Dios. Lo mismo que el santuario..., lo mismo que el Hijo del hombre.

Es indispensable la utilización del v. 6, que cierra la lectura potestativa. Este versículo descubre de pronto el carácter dramático de la discusión que se desarrolla a lo largo de todo el capítulo de Marcos, discusión que dista mucho de versar sobre fruslerías. Marcos debe de alterar la realidad, al afirmar tan pronto en su libro el deseo perverso de perder a Jesús, concebido ya por sus adversarios. Pero la inexactitud cronológica expresa la verdad profunda. Jesús provocó la oposición desde el momento en que se manifestó. Este rechazo que se opone a su palabra, muy lejos de forzarle al silencio, le permite definirse con mayor claridad aún, declarar la autoridad única que le es propia, de "señor del sábado", y afirmar el sentido de su obra: servir a los hombres por Dios y en nombre de Dios. Esta revelación es tan difícil de aceptar, y de tal modo contradice los hábitos humanos de pensar y de actuar en los que tantos judíos se cerraron, que parece inevitable la perspectiva de su muerte violenta, provocada por sus adversarios.

Que Jesús se muestre, se exprese y se defina, y pronto se alzará la cruz al término del camino. Que resuene el Evangelio, que se pongan los cristianos a "hacer el bien" en nombre de Jesús y a "salvar una vida", y estalla el drama. "¿Cómo hacerle desaparecer?", se preguntan algunos.

MONLOUBOU-B.Pág. 56



2. NORMA/LEY:

Esta discusión entre J y los fariseos sobre el SÁBADO se ha convertido en un ejemplo típico de aquel enfrentamiento que tan frecuentemente presentan los evangelios entre J y los defensores de la religión que eran los fariseos. El relieve que a esta cuestión dan los evangelistas nos indica que se trata de algo importante para los cristianos. Dediquemos, pues, nuestra atención a ello.

Pero, ya desde ahora, aclaremos que muy a menudo entendemos mal este enfrentamiento sobre la cuestión del sábado. Liquidamos uno de los factores del problema y, en consecuencia, nos quedamos sin problema. Entonces la cuestión se refiere a algo muy lejano, a algo entre J y los fariseos, NO A NOSOTROS. Pero, en realidad, el problema es también nuestro porque no se trata sólo de cómo observar el sábado; se trata de cómo observar cualquier mandamiento.

Si entendemos la discusión como si J fuera contra la ley del descanso que los judíos observaban el sábado, o si pensamos que a J la cosa le es indiferente, eliminamos un aspecto fundamental. Los fariseos defendían el cumplimiento estricto del descanso sabático, hasta detalles totalmente estúpidos. Pero J no se opone sólo por esta exageración, ni tampoco se opone a la misma norma del sábado. Lo que J hace es distinto. Y nos interesa entenderlo bien porque, como veremos, su actitud nos afecta porque afecta a cualquier ley, a cualquier mandamiento. Lo que J hace es reivindicar el auténtico sentido del sábado. El error de los fariseos no era sólo que exageraban el detallismo; su error era que no entendían que es una ley, y menos una ley de Dios.

La 1. lectura nos ha recordado cual era el auténtico sentido del descanso sabático: un día de reposo para todos, sin ninguna excepción (recordemos que la lectura decía "para que descansen como tú el esclavo y la esclava"). Era una ley, por tanto, en bien del hombre, de todos los hombres. Una "ley social" diríamos hoy. Que luego el pueblo judío completó en su sentido viendo también en el sábado un recuerdo de la obra creadora de Dios y un recuerdo (más aún) de la acción liberadora del Señor en la salvación del pueblo de la opresión de Egipto.

Por eso el descanso del sábado era una fiesta que invitaba a celebrar el amor de Dios que crea y libera al hombre (y el descanso era un símbolo de esta alegría y de esta libertad). De todo ello, la comunidad judía había hecho una ley. Pero, para conservar su sentido auténtico, debía ser siempre una ley al servicio del hombre, una ley de libertad. Y éste es el sentido que reivindica J. No ataca la ley, ni ataca sólo las exageraciones. Ataca el no entender que la ley, siempre, está al servicio del hombre.

Esta es la importancia PARA NOSOTROS del evangelio de hoy. Lo que J dice sobre la ley del sábado, es preciso aplicarlo a todos las normas. El cristiano no debe entender los mandamientos, las leyes, las normas, como prescripciones que es preciso observar ciegamente, como si tuvieran valor por sí mismas. Cualquier ley cristiana es -ha de ser- un camino de liberación para el hombre, un servicio al hombre, un camino de crecimiento humano. "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado', dice J. Y lo mismo podemos decir de cualquier norma.

Esta es la importancia de las normas de conducta; son caminos de progreso humano, de progreso cristiano. Si se convierten, si se entienden, si se observan, como normas que esclavizan en vez de liberar, es que se ha trastornado su sentido o se ha perdido. Toda ley que esclaviza al hombre, es antievangélica, porque el evangelio es salvación para el hombre.

Esto es muy importante para todos nosotros. Porque fácilmente tendemos a multiplicar las prohibiciones, a perder de vista el sentido auténtico de las normas fundamentales, reduciéndolas a prescripciones detallistas. Y entonces es fácil condenar a quien no las observa, a la vez que se desfigura el rostro de la comunidad. Esto era lo que hacían los fariseos y esto (debemos reconocerlo) sucede a menudo entre los cristianos.

El criterio no son las normas. El criterio es obrar el bien. Si una norma nos impide obrar el bien, si nos impide comunicar vida, es que entendemos mal aquella norma. Porque su función ha de ser la de ayudarnos a hacer el bien y a comunicar vida.

Cada domingo nos reunimos para celebrar la eucaristía. No lo hacemos para "cumplir" una ley. Lo hacemos por la importancia que tiene para el cristiano. Es nuestra celebración por la libertad que Dios quiere en nosotros, por la fiesta a la que nos llama. Vivámoslo así. Y que toda nuestra vida sea la de hombres libres, que viven las normas como caminos hacia más vida. Porque "la gloria de Dios es la vida del hombre".

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL



3. H/CENTRO

Cristo, pues, pone al hombre como medida de la ley. La ley no tiene valor en sí misma. Vale en cuanto que es para el hombre, se resuelve en favor de su vida, de su crecimiento.

Antes de reflexionar sobre el segundo episodio, es necesario tener presente la ambientación:

- espacio sagrado (sinagoga).

- tiempo sagrado (sábado).

Cristo provocadoramente y en medio de la sacralidad del lugar y del tiempo, inaugura una nueva sacralidad: la de la persona. "Ponte ahí en medio" (v. 3), ordena al hombre de la parálisis.

El verbo empleado (égheire) significa, literalmente, "despiértate", "levántate", y era la expresión usada por la iglesia primitiva en el sentido de "resurrección".

Cristo hace surgir al hombre. Lo resucita de los textos sagrados. Le hace salir de los libros en los que se habla de él, se decide a su favor. Y lo coloca en medio de la sinagoga.

Le sustrae a la escuela y a sus doctas disputas, para ponerlo en medio, en carne y hueso.

Ahora, podemos discutir.

Sólo cuando el hombre está en el centro, es posible razonar.

Las personas religiosas tienen que hacer sus cuentas con él, con su presencia inquietante. En el centro.

De un hombre colocado en las líneas de los códices se puede hacer todo lo que se quiera, se le puede manejar con desenvoltura.

Pero un hombre "resucitado", sacado de fuera de las frases hechas, de las sistematizaciones abstractas, de las definiciones fáciles, se hace embarazoso, exige un lugar no sólo en la inteligencia, sino en el corazón de los "expertos", les obliga a salir de las discusiones de escuela para comprometerse en el terreno de la vida.

"¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?" (v. 4).

Cristo, con el hombre en el centro, pasa por encima del terreno de la casuística religiosa, de la lista de los trabajos prohibidos, para ponerse en el plano de los valores. La pregunta que plantea exige una posición neta, haciendo imposible cualquier solución de compromiso.

A/ETICA: "Existe una sola alternativa: no hacer el bien significa hacer el mal. No salvar una vida significa matarla. Cuando se debe hacer el bien no existe una zona neutral en la que no se hace ni el bien ni el mal; ninguna escapatoria, ningún derecho a un legalismo cuya observancia formal permita evitar hacer el bien, esto es, hacer el mal" (E. Schweizer).

Con otras palabra:, no amar significa ya hacer el mal.

"Así Cristo ha expresado, con la mayor claridad, la incondicionada precedencia de lo que es moral sobre lo que es ritual, como el precepto del sábado" (J. Schmid).

"Se quedaron callados" (v. 5). No es el silencio de quien reconoce la propia derrota, sino el silencio de la obstinación, de la incapacidad para salir de los propios esquemas.

Aquella gente estaba acostumbrada a hablar del hombre (y a veces incluso a su costa), pero se muestra inexplicablemente embarazada cuando se encuentra en presencia de un hombre, o sea del interesado, y de "el Hijo del hombre", solidario con él.

Cuando el hombre cesa de ser objeto de disputas académicas y de declaraciones abstractas, para convertirse en sujeto, presencia partícipe, no destinatario de respuestas sino portador de preguntas, entonces los "expertos" pierden la palabra. Jesús, por su parte, se explica elocuentemente con el gesto de la curación "ilegal".

La palabra sábado se deriva de un verbo que se usa frecuentemente en el sentido de "cesar", "dejar de", y consiguientemente "reposar". Dios "cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho" (Gén 2, 2). Se podría decir: hizo sábado.

Cristo, con el milagro de la curación del hombre, precisa que el descanso sabático de Dios no interrumpe toda actividad. En la obra a favor de su criatura, Dios no se concede descanso. "Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo" (Jn 5, 17).

"Hacer el bien" al hombre es el modo elegido por Dios para festejar el sábado.

"Hacer el bien" es el trabajo obligatorio en los días de fiesta.

Y Cristo se convierte en el "sábado de Dios".

En Marcos la decisión de hacer morir a Jesús se toma enseguida, apenas se perfila la amenaza. Cierto tipo de gentes es muy hábil para husmear de qué parte viene el peligro y de qué parte puede venir la ayuda para eliminar al intruso.

Con sus gestos, con sus tomas de posición en contraste con la religiosidad oficial, con sus preferencias a favor del hombre y no del orden instituido, Jesús firma su propia condena a muerte, desde el principio de su misión.

El tiempo siguiente se empleará para recoger los argumentos, las pruebas que justifiquen esa sentencia.

Cristo es un "pre-juzgado". Fue condenado, inmediatamente, en el corazón de sus enemigos. El proceso será una simple repetición, una representación hacia afuera de los que fue "decidido" dentro, desde el primer momento.

El episodio del hombre curado en día de sábado provoca la ruptura insalvable, y comienza a proyectarse la sombra de la cruz.

Un Dios que no está en su sitio, en su puesto de legislador inflexible, que le ha sido asignado por los hombres, en los confines sagrados en los que ha sido colocado, un Dios que no está a favor de un orden rígido, es un Dios que hay que quitar de en medio.

Un Dios que está a favor del hombre, un Dios-para-nosotros, es un Dios que se pone fuera-de-la-ley.

Es necesario impedirle que haga daño, esto es, que nos cure.

ALESSAANDRO PRONZATO
PAN DEL DOMINGO B.Pág. 150 ss



4.

La norma de comportamiento de un seguidor de Jesús no es la Ley, ni siquiera la Ley de Moisés. Hay un valor superior a cualquier norma, a cualquier ley. Ese valor es el bien del hombre, la vida del hombre, la felicidad del hombre. Lo que Dios quiere no es que cumplamos la ley (eso es demasiado poco), sino que, por amor, busquemos el bien del hombre.

RECUERDA QUE FUISTE ESCLAVO

"Durante seis días trabaja..., pero al día séptimo es día de descanso dedicado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno..., para que descansen como tú el esclavo y la esclava. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor, tu Dios... Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado".

Las lecturas de este domingo explican cuál fue, en su origen, el objetivo del mandamiento que prohibía trabajar en sábado: era necesario dedicar un día a recordar y agradecer a Dios la libertad recibida y a renovar el compromiso de actuar en consecuencia, respetando el derecho de los siervos a un día de descanso a la semana. Era un día de gozo por la libertad y de compromiso con la liberación. (Para entender lo que esto significa varios siglos antes de Cristo, basta con recordar que, en la Europa del siglo pasado, los obreros de la industria tenían jornadas de hasta catorce horas diarias, siete días a la semana, sin derecho a descanso alguno).

Con el tiempo, los profesionales de lo religioso insistieron tanto en el carácter sagrado del sábado, que acabaron por oscurecer su significado primero, haciendo prevalecer una tradición posterior, presente ya en los primeros libros del Antiguo Testamento (conocida como tradición sacerdotal), en la que se da un nuevo sentido al descanso sabático: hay que reservar a Dios un tiempo "sagrado" dedicado exclusivamente a él (Gn 2,2); la referencia a la libertad y al respeto a la dignidad de los trabajadores quedó en el olvido.

En tiempos de Jesús se había llegado a considerar este mandamiento como el más importante de todos: el que lo cumplía podía considerar que había cumplido lo fundamental de la ley. Pero el que no lo cumplía... podía ser condenado a muerte (véase Nm 15,32-36). Los fariseos, recopilando y ampliando las prohibiciones del Antiguo Testamento, habían elaborado largas listas de trabajos que no se podían realizar en sábado: caminar un cierto número de pasos, curar a enfermos si no había peligro de muerte, segar... (para ellos, arrancar unas cuantas espigas al pasar por un trigal era igual que la siega..., ¡no debían haber segado mucho en su vida!).

SEÑOR DEL SÁBADO

Los discípulos, animados por la enseñanza de Jesús (véase el evangelio del domingo pasado), empezaron a sentirse y actuar con mayor libertad, y aunque no habían roto todavía con todas sus tradiciones, se atrevieron a seguir a Jesús caminando un sábado por los sembrados y arrancando algunas espigas.

Los fariseos, celosos guardianes de "su" religión, echaron en cara a Jesús que no corrigiera a sus discípulos por tan grave pecado: "¡Oye! ¿Cómo hacen en sábado lo que no está permitido?" La respuesta de Jesús es doble: primero les dice que no es la primera vez que alguien viola una ley. Y cita un episodio en el que David, el rey más venerado de toda la historia de Israel, hizo algo que estaba prohibido en la ley: "Tuvo necesidad y sintió hambre..., entró en la casa de Dios... y comió los panes de la ofrenda, que no está permitido comer más que a los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros" (1 Sm 21,1-7; véase Lv 24,5-9), y nadie le reprochaba la transgresión.

Pero, además, añade Jesús, la ley no se hizo en contra del hombre, sino en su favor; su objetivo no es esclavizar al hombre, sino hacerle más fácil la convivencia en libertad. Por eso no es la ley la que tiene autoridad sobre el hombre, sino el Hombre sobre la ley: "Y les dijo: El precepto existió por el hombre, no el hombre por el precepto; luego señor es el Hombre también del precepto." "El Hombre" es Jesús; él, Hijo de Dios (Mc 1,1), posee el Espíritu en plenitud (Mc 1,10). El es señor de la ley y sus discípulos no están sometidos a ella, pues, nacidos del Espíritu, han sido hechos hijos de Dios, liberados de la ley (Gál 4,4-7) y "llamados a la libertad" (Gál 5, 13), y tienen, por encima de la ley, una norma de comportamiento superior: el amor, que los lleva a ponerse al servicio del hombre (Gál 5,13-14; Rom 13,8-10); por eso deben dejarse guiar por el Espíritu en lugar de someterse a la ley (Gál 5,18), pues "donde hay Espíritu del Señor, hay libertad" (2 Cor 3,17).

HAY QUE ELEGIR: VIDA O LEY

"Entró de nuevo en la sinagoga y había allí un hombre con un brazo atrofiado". La segunda violación del precepto del sábado, según el procedimiento legal vigente en tiempo de Jesús, llevaba aparejada la pena de muerte. Jesús acababa de violar el sábado al caminar y permitir que sus discípulos caminaran y arrancaran espigas. Una vez más, y tendrían argumentos para quitárselo de en medio. La ocasión se presenta en seguida, pues parece que Jesús la va buscando: en la sinagoga hay un hombre con un brazo atrofiado.

Los fariseos no estaban demasiado centrados en la oración por lo que parece, sino "al acecho para ver si lo curaba en sábado y presentar acusación contra él". Jesús invita a aquel hombre a ponerse en medio y dirige una pregunta a los piadosos fariseos: "¿Qué está permitido en sábado: hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar?" No debieron entender la pregunta. ¿Cómo podía haber alguna cosa más importante que la Ley de Dios? Por eso "guardaron silencio".

El hombre aquel, enfermo, inválido, incapaz de trabajar y de realizar su vocación de ser señor de la creación, imagen de Dios (Gn 1,27-28), representa al pueblo sometido a la Ley, muerto, como hombre, en vida. La intención de los fariseos, matar a Jesús en nombre de la Ley, revela el carácter de la Ley absolutizada: "agente de muerte" en palabras del apóstol Pablo (2 Cor 3,7; véase también Rom 7,10; 2 Cor 3,6).

Eso explica la reacción de Jesús ante la actitud de los fariseos: "Echándoles en torno una mirada de ira y apenado por su obcecación..." Ira por el daño que hacían y por el que querían hacer ("al salir... se pusieron en seguida a maquinar... para acabar con él"); pena por el daño que se hacían.

Jesús curó, en sábado, a aquel hombre, víctima del sábado, y en él quedamos curados todos. Sin embargo, la Ley sigue teniendo una importancia central en la vida de la Iglesia, hasta el punto de pretender encerrar en leyes al amor.

Esto es grave, porque, de nuevo en palabras del apóstol Pablo, someterse a la ley, pretender que la amistad con Dios se consigue mediante la observancia de la ley, equivale a despreciar el favor -la gracia- de Dios; significa inutilizar la acción liberadora -redentora- de Jesús: "Yo no inutilizo el favor de Dios, y si la rehabilitación se consiguiera con la Ley, entonces en balde murió el Mesías." Estas palabras las escribe Pablo a propósito de una discusión con Pedro, el primer papa, que en cierta ocasión disimuló su libertad, por miedo, ante los defensores de la Ley (Gál 2,11-21).

RAFAEL J. GARCIA AVILES B.Pág. 148ss



5.

La vida y la predicación de Jesús estuvieron dominadas por un conflicto fundamental: el que le enfrentó a los hombres de la ley, que reducían su religiosidad a una serie de ritos y normas. De esa forma, la religión era un poderoso instrumento de dominación del hombre por el hombre; porque una religión que hace al hombre esclavo de sus leyes, hace siempre al hombre esclavo del hombre que las interpreta.

Cuando las leyes, sean civiles o religiosas, se convierten en algo rígido, dejan de cumplir su finalidad, que es la de ayudar al crecimiento auténtico de la sociedad por el ejercicio en ella de la justicia. Las leyes, suponiendo que sean imprescindibles -y es mucho suponer cuando proliferan tanto-, deben ser elásticas, móviles, para que puedan ir promoviendo el avance social que el pueblo necesita.

1. El descanso sabático

La discusión entre Jesús y los fariseos sobre el descanso sabático -quicio del sistema religioso judío- es uno de los grandes temas de su enfrentamiento con los dirigentes del judaísmo. Aquí la fricción es doble: la violación del sábado por los discípulos al arrancar espigas y por El mismo al curar a un enfermo que no se encontraba en grave peligro de muerte.

La práctica del descanso sabático aparece en los documentos más antiguos de la ley. Estaba ligado al ritmo sagrado de la semana, que se cerraba con un día de reposo, de regocijo y de reunión cultual. Este descanso permitía, además, que los esclavos se recuperasen.

Al resaltar tanto estos conflictos, los evangelistas nos están indicando que se trataba de algo muy importante para los cristianos de entonces. En efecto, las comunidades cristianas comenzaban a celebrar el domingo como día de descanso, en lugar del sábado, lo que les estaba creando muchos problemas. Además, era necesario entender el verdadero sentido del descanso y de cualquier ley o norma.

El domingo es para nosotros un signo del reino de Dios, que intenta expresar el sentido de nuestra existencia. El reino de Dios es el domingo definitivo, en el que los hombres descansaremos para siempre de todas las fatigas y sufrimientos. Lo mismo que por nuestro trabajo imitamos la actividad creadora de Dios en los seis días -simbólicos- de la creación, el descanso es signo del "día séptimo", en el que "cesó Dios de toda la tarea creadora que había realizado" (/Gn/02/02). Los seis días de la creación simbolizan toda nuestra vida; el día séptimo, el descanso definitivo en el reino de Dios.

A todas las personas y sistemas opresores les va bien que las creencias religiosas se transformen en leyes o normas que, como reveladas por Dios, deben cumplirse incondicionalmente bajo pena de quedar excluidos de la salvación.

Los que controlan una sociedad injusta y clasista, como la del tiempo de Jesús y la nuestra, necesitan unas normas o leyes rigurosas para tener adormecido al pueblo. Si no las tienen, tratan de inventarlas o hacen que las inventen los hombres "religiosos". Por ello se profesan muy creyentes -muy católicos- y se alían con los dirigentes religiosos, a los que también les van bien esta clase de leyes. Estos, quizá de buena fe, pero sin analizar a fondo lo que pasa en la realidad, las imponen como principios eternos queridos por Dios. Y así ocultan la injusticia establecida en la sociedad.

La religión verdadera es siempre liberadora del hombre.

Aquellos jefes la habían hecho esclavizadora. Jesús, que quería la libertad y la vida del hombre, tenía que enfrentarse necesariamente con los que lo esclavizaban, con el agravante de hacerlo en nombre de Dios y de su ley.

El descanso del sábado (/Dt/05/12-15) era uno de los preceptos divinos más claros e indiscutibles, un día particular para Dios. El israelita, al vivirlo amoldándose a los deseos divinos, proclamaba la autoridad de Dios sobre su vida entera. Recordaba también la liberación de Egipto, acontecimiento que permitió al pueblo hebreo existir como nación.

TRABAJO/ESCLAVITUD: El Deuteronomio ve en el trabajo, máxime si es a sueldo, una servidumbre. Al liberarle Dios de Egipto, el pueblo israelita se había liberado del trabajo forzoso. Israel debe recordarlo marcando cada semana con un día en el que todo trabajador sea liberado de su trabajo, de su servidumbre.

El descanso sabático fue en sus orígenes una ley humanitaria, al servicio del hombre, una ley verdaderamente profética. Proclamaba la secundariedad del trabajo productivo, para impedir que éste dominara la vida del hombre y lo aplastara, convirtiéndolo en una máquina de trabajar. Todo hombre es más que el trabajo productivo y necesita tiempos de ocio, de contemplación, de descanso sosegado, de reflexión...

En tiempos de Jesús se había convertido en institución sagrada, la más sagrada de todas; una institución que ya no estaba al servicio del hombre. Su observancia estaba rígidamente regulada y controlada. Se admitían excepciones por motivos de particular gravedad, y sobre ellas discutían las diversas escuelas teológicas.

Se trataba siempre de excepciones a una regla: la supremacía del sábado sobre el hombre.

Guardar el sábado se había ido convirtiendo en algo superior al hombre, algo que le dominaba y limitaba, algo divinizado e intocable, que debía cumplir rigurosamente todo judío piadoso si no quería verse alejado de Dios y perseguido por los dirigentes del pueblo. La ley del sábado era una forma de controlar al pueblo, de esclavizarlo, de engañarlo, de distraerlo de cosas más fundamentales y urgentes, y así apagar su fuerza. La gente sencilla, obligada por un precepto tan absoluto y complicado, quedaba absorbida y limitada, llena de temores, sin capacidad de acción y reflexión.

El trabajo y el descanso son medios de realización de la persona; nunca deben emplearse para esclavizarla y alienarla. Nuestra sociedad capitalista trata de esclavizar al pueblo haciéndole trabajar duramente -y crea el paro para asustarlo y manejarlo-, a la vez que quiere convencerlo que es eso lo único que tiene que hacer, que ha nacido para trabajar. Y de esa forma enriquecer cada vez más a los opresores de turno. En ella, el hombre vale lo que produce en el trabajo, el estudiante según las notas y la situación económica de sus padres...

La Iglesia, con la distinción entre trabajos serviles y liberales mal interpretada, ha cambiado el espíritu del descanso dominical: una ley favorable al trabajador manual -esclavo en épocas anteriores- se ha transformado en una injusta discriminación en su contra.

2. Los discípulos quebrantan el sábado

Los pobres podían comer los productos de la tierra si tenían hambre (Dt 23,25-26). Es lo que hacen los discípulos de Jesús.

Pero el frotar las espigas (Lucas) para comerse los granos se contaba expresamente entre las actividades prohibidas en día de sábado, por ser considerado como un trabajo de recolección.

Los fariseos, que vieron esto, acusan a los discípulos no de arrancar las espigas y comerse los granos, sino de realizarlo en día de sábado.

Al que quebrantaba el sábado inadvertidamente -lo que era fácil por la cantidad de "detallitos" que había que cumplir-, había que llamarle la atención, y el transgresor debía ofrecer un sacrificio de expiación. Pero si trabajaba ante testigos y después de ser avisado, podía ser lapidado.

Los fariseos no sólo habían incurrido en una casuística minuciosa y absurda en su aplicación, sino que además su error era más profundo: no entendían qué era una ley, y menos una ley de Dios. No podían encender fuego los sábados, ni recoger leña, ni preparar los alimentos, estaban contados los pasos que se podían dar... Jesús tratará de ir aclarando su concepto del descanso sabático.

PANES-PROPOSICION: Jesús no va contra la ley ni es indiferente al descanso del sábado, tan importante para los judíos. En su respuesta quiere ayudarnos a descubrir el sentido auténtico del sábado y de todas las leyes. Responde con una contrapregunta, método dialéctico que usaban las escuelas judías en sus disputas. Se remite primero a las Escrituras (1S/21/02-07), autoridad reconocida y suprema para los judíos. Los panes "de la proposición" eran doce y permanecían durante una semana sobre una mesa en el santuario del templo como ofrenda presentada a Dios. Nadie podía comerlos fuera de los sacerdotes, una vez terminada la semana. Sin embargo, David y sus compañeros los comieron una vez que temían hambre y no había otro pan a su alcance. Nadie reprochó esto a David ni al sacerdote que se los dio. Por tanto, la necesidad excusa la transgresión de la ley. Los discípulos no violan la ley al frotar y desgranar espigas el sábado porque tienen hambre. ¿No podían haberse aguantado el hambre? Creo que sí, pero aquí importaba más que Jesús nos enseñara que Dios no dio las leyes para afligir al hombre. El libro de Samuel no nos dice que la acción de David fuera en sábado; Jesús toma el ejemplo para indicar que quebrantó una ley cultual. Luego la ley del sábado no es algo absoluto, al ser también una ley cultual; admite excepciones impuestas por diversas causas, entre ellas la necesidad humana.

También "los sacerdotes -dice Mateo- pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa".

Para los fariseos, cumplir con el precepto del sábado en todos sus detalles era aceptar a Dios como autoridad absoluta, a la que el hombre debe obedecer y someterse incondicionalmente. Concebían la religión como un orden establecido intocable. Los preceptos estaban por encima de todo lo demás. Algo parecido a lo que ahora ocurre en la Iglesia con la misa dominical y su precepto: es la medida de la conducta de un cristiano. Conciben la religión como un intocable orden establecido.

Para Jesús, el bien del hombre es la medida de todas las leyes y mandamientos. Dice Marcos: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado". La ley básica de entonces estaba al servicio del hombre. Esta afirmación tuvo que sonar como una blasfemia. Primero el amor y la justicia, luego el cumplimiento de las prescripciones del culto. Jesús proclama el valor absoluto del amor. Nadie había tenido la osadía de hacer una afirmación tan escandalosa.

"El Hijo del Hombre es señor del sábado". El es el profeta autorizado para decirnos lo que Dios quiere y lo que no quiere.

Posee una autoridad en función siempre del hombre, al que viene a liberar de todas sus cadenas; en primer lugar, de la cadena de las leyes.

Los cristianos, al profundizar en la actuación de Cristo, tenemos que relativizarlo todo, incluso el orden legal, por muy legítimo que parezca y a pesar de los peligros evidentes que esta actitud pueda tener. Todas las leyes tienen que estar al servicio del hombre, de todos los hombres. Jesús es "señor del sábado", es decir, está por encima de todo orden legal, de todo sistema establecido. "Es más que el templo" (Mateo). Y los cristianos es a El al que tenemos que obedecer y seguir. Jesús es más que la Iglesia.

La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía, que muchos dirigentes civiles pretenden abortar o, al menos, silenciar con concesiones a la institución eclesial.

MDTS/LIBERACIÓN: El cristiano no puede jamás entender los mandamientos, las leyes, las normas, como algo que es preciso observar ciegamente, como si tuvieran valor en sí mismas. Cualquier ley cristiana tiene que ser un camino de liberación para el hombre, un servicio al hombre, un camino de crecimiento humano. Si se convierten en normas que esclavizan en lugar de liberar, o cierran el camino a los que no piensan como nosotros, es evidente que hemos perdido su sentido.

Toda ley que esclaviza al hombre es antievangélica, porque el evangelio de Jesús es salvación-liberación para el hombre. Una ley que no esté a favor de todos los hombres, en especial de los marginados, no puede ser obedecida por los cristianos.

Es fácil multiplicar las prohibiciones y reducir las normas y leyes fundamentales a minucias; es fácil "colar el mosquito y tragarse el camello" (Mt 23,24). Y así es fácil condenar a los que no viven como nosotros, a los que tienen otro modo de entender la vida y la convivencia.

La ley del descanso sabático era una ley en favor del hombre, de todos los hombres, una ley de libertad. Y éste es el sentido que reivindica Jesús.

3. Jesús también con su curación

La interpretación farisea de la ley sólo permitía curar en sábado cuando había peligro inminente de muerte. Un brazo o una mano paralizados no presentaban ese peligro. Con sus complicadas interpretaciones sobre el sábado, los fariseos habían llegado a impedir hacer el bien al hombre con el pretexto de agradar a Dios. ¿Cómo agradar a un Dios que es Amor al margen del bien del hombre? Esta rigidez legal debía ser cambiada por una manera humana de pensar. No hacer el bien cuando se puede es hacer el mal. Lo que decide no es la ley, sino el hombre afectado por la ley. El centro es siempre el hombre. "Estaban al acecho", espiándole para ver si lo podían coger en alguna infracción y poder acusarlo a los tribunales.

Si se puede sacar de un pozo a una oveja en sábado (Mateo), ¿cómo no se va a poder curar a "un hombre", que "vale mucho más que la oveja"?

"Se quedaron callados". No querían reconocer su error y su sinrazón. Tampoco podían argumentar a la sabiduría de Jesús. Y es muy peligroso dejar al descubierto y en ridículo a los que tienen el poder; responderán con la única "razón" que tienen: la de la fuerza. Jesús, "dolido de su obstinación", curó al hombre. Su modo de actuar era coherente con sus ideas. Restablece el verdadero sentido del sábado, que debe ser un día en el que se disfrute y se proporcione alegría a los demás, un día en el que se haga el bien a las personas que sufren. El hombre que está "en medio" quiere vivir. ¿Es esto posible a un hombre que tiene paralizado un brazo, que no puede trabajar y tiene que vivir de la ayuda ajena?

Los fariseos tenían tantas contradicciones en sus prácticas que siempre terminaban "furiosos" y encolerizados. La actitud de Jesús les irrita tanto que planean "el modo de acabar con él". No encuentran otro camino que la fuerza bruta que aplasta al débil. El odio les impide pensar y reflexionar con lucidez. Rechazan a un Dios que los ama y los libera. Prefieren, por lo visto, a un Dios que mande sobre ellos y los oprima.

En nuestra Iglesia tenemos una grave desviación: hemos consagrado las formas, lo externo, que tenemos por intocable -vestiduras del sacerdote para la celebración de la eucaristía, palabras fijas de las plegarias eucarísticas, despachos parroquiales en los que todo está anotado...-. El apego a lo externo, a lo burocrático, es muy explicable y comprensible: da mucha seguridad, llena el tiempo y nos justifica. Pero Jesús no lo acepta. El amor es el valor fundamental de la ley cristiana. Toda norma concreta tiene que ser interpretada, aplicada o derogada únicamente a la luz del amor al hombre. ¿Las normas de la Iglesia nos liberan o nos esclavizan?, ¿las vivimos en libertad o a la fuerza? En la medida en que seamos libres en su cumplimiento y estemos rechazando las que opriman o alienen al hombre, estaremos entendiendo la actuación de Jesús.

ACERCA-1.Pág. 374-380


6.

Frase evangélica: «El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado»

Tema de predicación: EL SÁBADO, DÍA DE liberación

1. Tanto la recogida de espigas por parte de los discípulos de Jesús como la curación de «un hombre con parálisis en un brazo» tienen lugar «en sábado». En ambos episodios, Jesús es un hombre libre que da salud y que libera del juicio de una ley que mata. La ley debe ser signo de vida, no de muerte. Por eso, Jesús no la aniquila, sino que le devuelve su sentido. Este evangelio descubre la fe en Jesús liberador y salvador de hambrientos y de enfermos. Al plantearse este texto el sentido del sábado, puede servirnos para comprender nuestro domingo.

2. Los hebreos dieron un gran sentido al «sábado», memorial de la salida de Egipto, haciendo de él, desde tiempo inmemorial, día de descanso (aspecto humanitario) y de asamblea creyente (aspecto religioso). Para justificarlo teológicamente, afirma el Génesis que Dios trabajó seis días, y que al séptimo descansó. El reposo sabático es imitación de la vida de Dios. Guardar el sábado es mostrarse fiel. Pero los doctores de la ley hicieron la legislación del sábado exageradamente minuciosa, repleta de prohibiciones, hasta convertirla en un «yugo insoportable». Y el pueblo no guardaba el sábado, porque desconocía su significado y porque era imposible cumplir todos sus preceptos.

2. Jesús criticó de palabra y de obra la legislación sabática. Volvió a las fuentes y recordó el sentido del sábado como día de participación en el descanso de Dios. Y justamente en sábado realizó grandes signos. Al curar en sábado, lo declaró día de reposo, no de cargas; y día de liberación o de curación, no de esclavitudes. Precisamente por curar en sábado y violar el descanso, según la legalidad judía, sus enemigos decidieron darle muerte. Cristo murió y fue enterrado en la tarde de un viernes, cuando «estaba para comenzar el sábado», para indicar que con su muerte empieza el descanso definitivo. De este modo se anticipa la preparación de otro día definitivo, el siguiente al sábado, día del Señor, día de resurrección.

REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Cómo guardamos el domingo?
¿Qué sentido damos al día del Señor?

FLORISTAN-1.Pág. 211 s.


7.

1. Santificar el tiempo: amor y justicia

A primera vista, el evangelio de hoy nos puede dejar un poco indiferentes, pues podemos pensar que la discusión acerca del sábado y sus minuciosas prescripciones ya no nos interesan ni tienen vigencia alguna. Y en este aspecto es cierto.

Pero, por otro lado, sabemos que Marcos escribe un evangelio para la comunidad cristiana, y seguramente algún mensaje especial tiene hoy para dejarnos.

Comencemos observando el relato, el doble relato de Marcos. Los dos episodios suceden un día de sábado, día en que las prescripciones judías acerca del descanso y de la prohibición de todo trabajo eran muy severas, como consta por la primera lectura de hoy. Sólo estaba permitido violarlas para salvar una vida.

Jesús, en cambio, aprueba que sus discípulos hayan recogido algunas espigas de trigo para comerlas, aduciendo que cosa parecida hizo David cuando, acosado por el hambre, comió los panes de la ofrenda, exclusivos de los sacerdotes.

Y poco después cura la mano raquítica de un hombre, argumentando que está permitido hacer el bien en día de sábado, aunque esto signifique cierto trabajo.

Y del caso concreto extrae Jesús un principio general: el sábado fue hecho para el hombre y no a la inversa. Esto por un lado.

Y por otro: el Hijo del Hombre, que trae lo nuevo de Dios, tiene poder aun sobre el sábado.

Como conclusión de estas discusiones, los fariseos se unen a los herodianos y deciden eliminar a Jesús, ya que entendieron muy bien que con esta actitud Jesús postulaba el fin del judaísmo y de sus instituciones.

El primer mensaje, pues, de este evangelio es que es tal la novedad del mensaje de Cristo, que hasta una institución tan sagrada como la observancia del sábado pasa a un segundo orden. La Nueva Alianza tiene sus propias leyes y éstas dejan sin efecto a las antiguas.

También sabemos que, posteriormente, los cristianos trasladarán al domingo el sentido religioso y sagrado del sábado, ya que ese día fue el del triunfo y la liberación de Jesús.

Es decir, también los cristianos tenemos un día especial consagrado al Señor, día de descanso, culto y oración. Podemos, pues, preguntarnos sobre su significado y sobre cuáles son los defectos que debemos evitar en su celebración, conforme al espíritu de este evangelio.

Se suele decir a veces que los cristianos somos hipócritas, pues le dedicamos a Dios un día a la semana o una hora de ese día, y el resto del tiempo nos olvidamos de él. Esta objeción plantea el problema cruda pero cabalmente. En efecto, si fuera cierto lo que dice, la celebración del domingo sería una mentira más. Esto se entiende fácilmente.

ESPACIO/TIEMPO: En efecto: el hombre está situado en el tiempo y en el espacio.

De alguna manera, su vida consiste en modificar el espacio, trabajando y mejorando las cosas. Se trata de una vida dedicada a las cosas, con toda la tensión y alienación que ello implica.

TIEMPO/SANTIFICARLO: El tiempo, en cambio, transcurre inexorablemente sin que el hombre pueda aferrarlo o dominarlo. No podemos volver al pasado, ni retener el presente ni adelantar el futuro.

Fue así como el hombre religioso intuyó que el tiempo corre como un río hacia un destino, el destino final del hombre, ese destino que da sentido a su vida.

El hombre camina en el tiempo hacia el encuentro pleno con Dios, que, si bien interviene ya aquí y ahora en la historia, sin embargo nos sigue esperando al final del tiempo, en su Día, en su Hora precisa.

La gran tarea del hombre consiste, entonces, en adquirir aquella sabiduría que le permita -mientras conquista el espacio y vive de él- caminar hacia Dios, santificando cada día de su vida. Su ley religiosa es, por lo tanto: santificar el tiempo.

Esto no significa huir del tiempo ni olvidarse de su trabajo, sino, por el contrario, no dejarse alienar por el mismo, recordando que es un caminante que sabe que su vida tiene una dirección hacia lo trascendente.

Está claro, entonces, que ha de santificar todo el tiempo de su vida, y no solamente un día de la semana.

Esta santificación se logra, fundamentalmente, por el ejercicio del amor y de la justicia. El amor da sentido a lo que hacemos. Amando transformamos en santo lo que hacemos. Así vemos en el evangelio de hoy que Jesús declara hipócrita una santificación del sábado que signifique el hambre para unos o la parálisis para otro, entendiendo que ambas cosas se pueden solucionar poniendo amor allí donde sólo está la fría ley.

Jesús no se opone al sábado, sino que le da su auténtico sentido, que es expresar la necesidad de hacer santas las cosas. Si Dios quiere la vida del hombre, santifiquemos el tiempo dando vida a otros hombres.

Esta es, pues, nuestra primera conclusión: el sábado judío o el domingo cristiano, en cuanto tiempo cronológico, no tienen nada de especial ni constituyen el único momento dedicado a Dios. El hombre ha de santificar todo su tiempo, procurando que se adapte a la palabra divina que le traza un sentido preciso.

También en esto reside la novedad de Jesús: nos exige ser santos radicalmente, en totalidad, y no solamente a través de ciertos actos cultuales.

Cuando nuestro tiempo, el tiempo de nuestra existencia, se desliza sobre los rieles del amor y de la justicia, entonces nuestro tiempo se cruza con el tiempo de Dios. Y ese tiempo es, por tanto, tiempo santo.

2. El domingo, símbolo de plenitud

A pesar de todo lo dicho anteriormente -que todo tiempo es santo y que ha de ser consagrado a Dios-, lo cierto es que desde la primera página de la Biblia hasta los escritos del Nuevo Testamento figura la obligación de consagrar a Dios el día séptimo de la semana; y el Deuteronomio, como hemos escuchado hoy en la primera lectura, lo recuerda así: «Observa el sábado y santifícalo, como el Señor tu Dios te lo ha ordenado.»

¿Qué sentido tiene esta observancia especial, cuya característica era el descanso absoluto? Lo podemos expresar así: Así como los seis días de la semana corren y buscan al séptimo como su final lógico, ya que tras el trabajo corresponde el descanso, así toda la vida del hombre corre hacia un final que será distinto del tipo de vida que ahora llevamos. El séptimo día no es -simbólicamente hablando- un día más de la semana, sino un día distinto y especial. El séptimo -número de la plenitud- es lo distinto, lo nuevo, lo festivo, lo alegre, lo feliz.

Y si ahora sólo tenemos un día por semana, esto no es más que un símbolo y un anticipo de lo que ha de ser el fin del hombre cuando sea totalmente liberado por el Señor.

Para los cristianos, que celebramos el domingo, no otro es el sentido de este día. Jesús tuvo su día (el día del Señor) en que triunfó sobre la muerte y resucitó a la gloria. Así el cristiano, al festejar el domingo, presiente y gusta anticipadamente de aquel día en que será liberado y glorificado con Cristo.

El domingo es el día de la liberación total, es decir, de la santificación total, pues todo el hombre es asumido por Dios y consagrado a él.

Por lo tanto, celebrar un día especial de la semana, lejos de significar que el resto del tiempo queda librado al capricho humano, supone tomar conciencia de cuál ha de ser la tónica y la dirección de nuestro tiempo: un caminar o buscar el Día del Señor, el Día de nuestra total liberación.

De todo lo cual se desprende que también los cristianos podemos correr el riesgo de celebrar el domingo y descansar en él sin descubrir su profundo significado.

No es la ausencia de trabajo o cierta oración lo que santifica el domingo, sino esa actitud de entrega permanente a Dios en la entrega a los hermanos; de liberación deI egoísmo, del materialismo y de la superficialidad, a los que casi sin darnos cuenta nos inclinan los seis días de la semana.

El séptimo día es una llamada de alerta y de atención: que no sucumbamos en el espacio y en su ritmo, que no perdamos el rumbo. Nuestra vida tiene un «domingo» por delante, un día del Señor...

El evangelio de hoy, sin negar la importancia del séptimo día, nos alerta sobre una forma no auténtica de celebrarlo. No es el rito por el rito ni la simple aceptación de la ley del descanso lo que nos santifica.

Por encima del rito y de la ley del descanso está la suprema ley del amor. No hay, por lo tanto, mejor forma de honrar a Dios -tanto el domingo como cualquier otro día- que haciendo algo en beneficio de un hermano necesitado.

Si el Día del Señor es el día de la liberación total, hacer presente esa liberación es la mejor forma de «pasar el tiempo»...

Y concluimos con una última reflexión.

La celebración del día festivo responde a una sabia pedagogía y es un índice de la sabiduría bíblica. Todos sabemos cómo transcurre nuestra semana y cómo hasta llegamos a olvidarnos de que somos "personas", sumergidos en la tensión del activismo y tironeados por la necesidad de sobrevivir en una sociedad en la que «cada cual atiende su juego». Descansar el domingo no es solamente un «no trabajar» o un no hacer nada. El descanso religioso es el tiempo dedicado al espíritu: en paz, en armonía con nuestros hermanos, en el silencio sereno, en la charla afable.

Tenemos un día a la semana para que sobreviva el espíritu, no solamente ese día sino durante toda la semana. El domingo es como el motor del tiempo: insufla espíritu allí donde la muerte ronda.

¿No debiéramos, pues, repensar la forma en que celebramos el Día del Señor, que es también el Día del Hombre, ese día en que cada uno puede sentirse persona y miembro consciente de una comunidad? Quizá valdría la pena pensarlo.

Volviendo al evangelio de hoy, descubrimos que Jesús ha establecido la supremacía del hombre y de su dignidad por encima de toda otra institución... Reflexionemos si es esta primacía lo que estamos defendiendo, o hasta qué punto vuelve a sucumbir el hombre en aras del trabajo, de las diversiones, del dinero, de la política o de cierta institución o norma religiosa... Porque «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado...»

BENETTI-B/3.Págs. 45 ss.



8.

HACER EL BIEN

Cuando Pedro tuvo que hablar por vez primera de Cristo a los paganos, lo que salió de su corazón fueron estas palabras: «El pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él».

Pedro, como todos los que fueron testigos de la vida de Jesús, tiene la impresión de haber conocido, por fin, la existencia de un hombre incansablemente bueno, un hombre en el que se puede «ver a Dios» haciendo el bien.

Nosotros vivimos ocupados en muchas cosas. Los días vienen y se van rápidamente, mientras nos afanamos por conseguir muchas cosas que muy pronto se nos escapan. Llenamos nuestra vida de muchas experiencias y sin embargo no terminamos de sentirnos satisfechos. Nos dejamos arrastrar por muchas cosas y en ninguna de ellas parece que encontramos nuestro descanso.

¿Qué es lo importante en la vida? ¿Qué hay que hacer para acertar? ¿Tener éxito en todo? ¿Saber mucho? ¿Llegar a ser un personaje? Jesús en la sinagoga planteó otra pregunta: «¿Hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvar al hombre o dejarlo morir?».

Aunque lo hayamos olvidado casi totalmente, los hombres estamos hechos para hacer el bien, para ayudar, para irradiar bondad, para infundir vida en los demás. Ese es el deseo más íntimo y oculto de nuestro corazón.

Crear vida, regalar esperanza, ofrecer ayuda y consuelo, estar cerca de quien sufre, dar lo que otros puedan necesitar de nosotros.

Nunca nos preguntamos qué quedará, al final, de todos nuestros esfuerzos, trabajos y luchas, qué permanecerá de consistente, de hermoso, y dichoso, de todo lo que hayamos emprendido.

En el mensaje de Jesús la respuesta es clara. De todo lo que habremos poseído, sólo quedará lo que hayamos sabido dar. De todo lo que hayamos vivido, sólo permanecerá lo que hayamos vivido para los demás, para el amor, para la solidaridad.

Siempre pensamos que hacer el bien y ayudar al hermano es algo que va contra nuestro propio ser y sólo es posible con esfuerzo y coraje. Pero hemos de recordar también que hacer el bien es precisamente lo que nos conduce a la plenitud.

Un día, probablemente nos moriremos con una pena. La de no haber amado más, la de no haber sabido infundir más vida a nuestro alrededor.

PAGOLA-1.Pág. 197 s.



9.

1. «Guarda el día del sábado».

El sábado, que (según la primera lectura) ha sido instituido por Dios, que mandó guardarlo, es un día «santo» porque está dedicado al Señor. Esto significa no solamente que en sábado no se debe trabajar (porque el hombre trabaja para sí mismo), sino que en este día se debe pensar además en Dios como Señor de todo trabajo y de todo ser y obrar humanos. De lo contrario, como día puramente negativo, por así decirlo como día muerto, el sábado no tendría ningún sentido. Porque Dios en este día no está muerto, sino que está precisamente más vivo que nunca para el hombre. Jesús aludirá a ello cuando explique su relación con el sábado: «Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo» (Jn 5,17). Sólo la ignorancia humana en materia de religión podría malinterpretar el descanso de las tareas mundanas -para estar libres para la acción de Dios- como una pura inactividad formalista. Jesús se rebela contra esto.

2. «El Hijo del hombre es Señor también del sábado».

En el evangelio cuando los discípulos son criticados por los fariseos por arrancar espigas para comer en sábado, Jesús reprende a los que se han permitido criticar esta actitud de sus discípulos: si el sábado es el día del Señor, hay cosas queridas por Dios que se pueden hacer en sábado, y pone el ejemplo de David, que comió con sus compañeros los panes sagrados que sólo pueden comer los sacerdotes; en otro pasaje Jesús se refiere a la necesidad de llevar a abrevar a los animales aunque sea sábado (Lc 13,15) o a la obligación de sacar a un animal o a un niño que se ha caído a un pozo (Lc 14,5). Son éstas actividades en las que el hombre no trabaja para sí mismo, sino que cumple el mandamiento divino del amor. Y como Jesús ha venido a proclamar que este mandamiento es el mayor de todos, él es también Señor del «sábado». Así se permite curar en sábado al hombre que tenía el brazo atrofiado, porque actúa en el Espíritu de la gracia de Dios que cura gratis y con ello honra a Dios en su día. Para los formalistas esto es una bofetada en plena cara; por eso toman ya ahora, al comienzo del evangelio, la decisión de matar a Jesús.

3. «Entregados a la muerte por causa de Jesús».

En la segunda lectura el apóstol ciertamente ya no habla del sábado, sino de que él, que vive de la esplendente gracia de Dios, se encuentra constantemente al borde de la ruina, de que la vida y la muerte de Jesús se manifiestan «continuamente» en su existencia. El sábado se ha convertido para él en el sábado santo no solamente cuando en su apostolado escapa de milagro a la muerte (2 Co 1,9), sino también en los largos períodos en que languidece en prisión ajeno a toda actividad, y finalmente cuando apenas puede soportar las bofetadas de «un emisario de Satanás» y pide inútilmente verse libre de él. Debe experimentar con Jesús la paradoja total de la pasión, que consiste en que la obra de Jesús alcanza su punto culminante precisamente cuando al clavado en la cruz se le impide todo movimiento: «Pues cuando soy débil, entonces soy fuerte». Estas palabras de Pablo podrían haber sido pronunciadas por Jesús en la cruz. Aquí se consuma, más allá de todo presentimiento humano, el sentido del sábado.

BALTHASAR-2.Pág. 170 ss.



10. «TODO ES DEL COLOR...»

Efectivamente, «todo es del color del cristal con que se mira». O del ángulo de enfoque donde se ponga la cámara. Todo. Hasta la práctica de la religión. Si mi trato con Dios se desarrolla en un clima de formulismos y de «quedar bien» con El, iré acumulando prácticas, ritos, acciones y oraciones, externamente mensurables y plausibles; y procuraré no quebrantar las reglas de juego de los preceptos positivos. Pero si mi trato con Dios, por el contrario, parte del convencimiento del amor que El me tiene, no me obsesionaré tanto con el riguroso cumplimiento de los ritos establecidos, sino que me abriré paso hacia la espontaneidad, la sinceridad y la corazonada.

Cuando Dios hizo su alianza de predilección con su pueblo, le dio, entre otros, este precepto: «Seis días trabajarás, el séptimo descansarás, en él no has de arar ni has de segar». Se trataba, por tanto, de un precepto luminoso, dignificante, que miraba dar sentido al trabajo del hombre sobre la tierra. Buscaba que el hombre aprendiera que todo el «sudor de su frente» culminaría un día en el gozo de una perpetua vivencia en la paz de Dios, en el reposo placentero con El.

Este sentido positivo y elevado del «sábado» aparece en todas las páginas de la Escritura. Repasando el Éxodo, el Levítico y el Deuteronomio, o leyendo a Isaías, a Oseas y a Ezequiel, vemos que el sábado era: «día de congregar a todos, criados y extranjeros», «día de conmemorar el fin de la esclavitud de Egipto», «día de ofrecer sacrificios especiales»... Era, sobre todo, un «signo de la alianza». Nada tan grande como el sábado. Era un verdadero regalo para el hombre.

Lo que pasa es que, andando el tiempo, los rabinos, obsesionados por visualizarlo todo a través del cristal del «formulismo», en vez de potenciar lo que «había que hacer y vivir» en sábado, empezaron a encasillar «lo que no había que hacer». Miraron a Dios a través del color de la desconfianza, del temor, de la exterioridad. Y terminaron entretejiendo un entramado increíble de prohibiciones para esa solemnidad. Señalaron hasta 39 series de actos que eran una violación del sábado. Por ejemplo, escribir dos letras del abecedario. Por ejemplo, hacer o deshacer el nudo de una cuerda. Por ejemplo, «que los discípulos de Jesús, al atravesar un sembrado, arrancaran espigas y se las comieran». Y eso es lo que los fariseos denunciaron a Jesús, según el evangelio de hoy.

-Pero Jesús no cayó en la zancadilla de esa casuística. Jesús había venido a enfocarlo todo a través del cristal del amor. Quiso dejar bien claro que el sábado -y ya, desde El, el domingo-, al ser «el día del Señor», ha de ser un día en el que, como cumbre de todos los demás, todo debe orientarse hacia el amor y desde el amor. Así, hay que acudir a la eucaristía, no por razones de casuística, sino por razones de amor, ya que «por amor» se nos da El en la Palabra y en el Plan. Del mismo modo, y siempre dentro de esta óptica, podría dejarse de acudir a la eucaristía cuando el amor nos reclamase en otra parte. ¿Por qué? «Porque no está hecho el hombre para el domingo, sino el domingo para el hombre». Es decir, en adelante Jesús será nuestro domingo, nuestro eterno Domingo. Y a través del tiempo «ordinario» de la vida, y de los tiempos «fuertes» -por los caminos de la tierra y los de la liturgia- hacia El nos encaminamos.

Mientras tanto, siguen preguntando los «formulistas»: -«¿Se pueden arrancar espigas los domingos y comérselas?».

-Se puede, amigos, se puede. Y se debe. Cristo es nuestra «Espiga dorada por el Sol». Nuestro Viático, nuestro «pan del camino». Y es menester que «revitalicemos el domingo» alimentando nuestra vida de Cristo-Eucaristía, de Cristo-Convivencia, de Cristo-Caridad, de Cristo-Descanso, de Cristo-Alegría y Fiesta. Porque nosotros «vivimos ya en la compañía del novio».

ELVIRA-1.Págs. 156 s.