R E F L E X I O N E S

 

1. 

CONTEXTO LITÚRGICO 

Acaba hoy la primera parte del tiempo ordinario, porque el próximo miércoles iniciamos ya la Cuaresma. Además, tanto en la segunda lectura como en el evangelio, concluimos la lectura de los textos que íbamos leyendo a los largo de las últimas semanas; así acabamos la lectura continuada de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto, y también el resumen del mensaje de Jesús que el evangelista Lucas ha recogido en el capítulo 6, y del que hoy leemos el tercer y último fragmento. 

Por tanto, toda la liturgia de hoy nos invita a cerrar un período, una etapa del año litúrgico, durante la cual hemos ido siguiendo los inicios del ministerio de Jesús, para iniciar otra la próxima semana: la Cuaresma, un tiempo fuerte, con todo lo que comporta. 

ESTILO SAPIENCIAL 

La primera lectura de hoy está tomada del libro del Eclesiástico y es el típico texto de la literatura sapiencial con sabor poético. A partir de varias imágenes (la criba, el horno, el fruto del árbol) se nos dice que la bondad del hombre se manifiesta auténticamente después de haber sido probada, después de haber sido examinada. Tan sólo entonces se constata si es algo sólo superficial o si es algo que mana de lo hondo del corazón: "No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre". 

El evangelio de hoy usa este estilo, con una serie de máximas e imágenes del mismo tipo de las que hemos visto en la primera lectura, algunas incluso calcadas: el ciego y el hoyo, el discípulo y su maestro, la mota y la viga en el ojo, el árbol y sus frutos, el corazón y la boca. 

EL VALOR DE LO INTERIOR 

También el mensaje de este fragmento de Lucas empalma con el de la 1ª lectura. El núcleo de este mensaje de hoy consiste en valorar lo interior. Jesús invita a la profundidad y a la sinceridad de corazón; a no quedarse con la imagen exterior, que sólo es al fin y al cabo un reflejo de la interioridad de la persona. 

El evangelio tiene dos partes: la primera consiste en una llamada a la humildad, a la sencillez, a la hora de valorarnos a nosotros y a los demás. A partir de las imágenes del ciego que no puede ser guía de otro ciego, y del discípulo que no está tan instruido como su maestro, Jesús hace una llamada a ser conscientes de la propia limitación, a la capacidad de autocrítica. Este pensamiento culmina con el ejemplo de la viga en el propio ojo y la mota en el del vecino: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?" 

Y a partir de la falsa situación del que pretende enseñar siendo ciego o un simple discípulo, y del que pretende corregir a los demás cuando él está aún más cargado de faltas, Jesús invita, en la segunda parte del texto de hoy, a descubrir al hombre en su propia realidad. Una realidad que halla su aspecto más auténtico en lo que hay en el fondo del corazón. Lo que vale en cada persona no es lo que dice, ni lo que hace, sino lo que hay en su corazón. Y lo que hay en el fondo del corazón se expresará después en sus palabras y en sus obras. 

Con todo esto Jesús nos invita a cultivar la dimensión interior de la persona, aquello que constituye la parte más profunda y auténtica de su ser. Una dimensión interior que Jesús ve en positivo, al decir que "El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien". Pero este tesoro de bondad que cada cual guarda en su corazón se ha de cultivar para que dé su fruto. Por eso es tan importante trabajar la vida interior de las personas, su capacidad de reflexión, de escucha, de meditación, de silencio. 

LA VIDA INTERIOR DEL CRISTIANO 

Y en concreto, el cristiano ha de ir modelando su corazón según Dios y siguiendo el estilo de Jesús. El mensaje del evangelio, que hemos ido recordando estas últimas semanas, pide interiorización, exige poder arraigar en el corazón del cristiano para poder vivirlo de verdad. 

El salmo de hoy nos recuerda precisamente que, cuando las raíces son hondas y están agarradas en el Señor, "El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor.. En la vejez seguirá dando fruto... "

Y en la segunda lectura san Pablo nos recuerda dónde se encuentra el fundamento de nuestra esperanza: la victoria de Cristo que ha engullido la muerte. Si arraigamos profundamente nuestro corazón en esta convicción, nuestra vida será un auténtico testimonio de la fe que profesamos. "iDemos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Así, pues, hermanos míos queridos, manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga". 

Se trata, en definitiva, de buscar la renovación del corazón. Los cristianos la encontraremos en la lectura del evangelio, bien fundamentados en Cristo muerto y resucitado. La ya inmediata Cuaresma nos ayudará todavía más a avanzar en esta linea de interiorización y de renovación.

XAVIER AYMERICH
MISA DOMINICAL 2001, 3, 11-12


2.

GUÍAS CIEGOS

En mayor o menor medida , todos necesitamos en la vida un punto de referencia, una guía que nos permita caminar hacia donde hemos decidido dirigirnos. Lo importante es encontrar el guía adecuado. Es importante en los diversos aspectos de la vida civil y ordinaria. Importante cuando intentamos elegir la carrera profesional que apetecemos y que -al menos hasta ahora- nos aseguraba la subsistencia de modo digno; importante es el guía para el equipo deportivo si sabe llevarlo hasta el triunfo, importante el economista que guía la marcha de la empresa para que no quiebre sino que produzca los beneficios adecuados para crear riqueza y repartirla. Es importante, evidentemente, un buen guía en diversos aspectos de la vida.

Pero el hombre y eso también es evidente, no sólo come, bebe y se divierte, hay algo más en su esencia que le hace buscar un guía, un guía que, por otra parte, puede orientar todos los movimientos de su existencia, hasta los más pequeños e insignificantes. Precisamente quizá estemos viviendo un momento en el que nuestro hombre, tan sofisticado, tan científico, tan orgulloso de sí mismo (y no le faltan razones para serlo) está buscando un GUÍA. Estamos ante el renacimiento de alguna especie de espiritualidad que algunos buscan en Oriente, intentando penetrar en un tipo de vida especial y otros muchos, los cristianos, también lo hemos encontrado en Oriente, desde donde con una persistencia que va más allá de la vejez del tiempo, alguien intenta que los hombres no se equivoquen en el camino, se confundan de guía y caigan estrepitosamente en el pozo de su propia impotencia y de su frustración.

Porque no podemos negar que a través de los siglos han surgido y siguen surgiendo guías que aseguran tener la respuesta a todos y cada uno de los problemas humanos. Se multiplican los guías que tienen la fórmula mágica para que nuestra vida sea una senda de rosas, para que la modernidad y lo que llaman enfáticamente «progreso» nos llegue con toda seguridad si seguimos fielmente sus soflamas y sus exigencias. Estamos en un momento en el que, por la diversidad de medios de comunicación y por la rapidez de los mismos, se asoman a nuestra vista un montón de guías, de líderes que pugnan, a veces estrepitosamente, por dirigirnos. Quizá como nunca en una época en la que se habla, como en ninguna otra, de libertad, haya estado el hombre tan sometido a la presión de los guías, de los líderes, de que los hombres que, posiblemente y en muchas ocasiones con buena voluntad y no poco esfuerzo, intentan que los hombres hagamos dejación de lo más preciado que tenemos, la inteligencia, para que ellos, los guías, los líderes, marquen sin duda el camino, y los medios para recorrerlo. De esta realidad y mucho más en épocas pasadas, no se ha librado la Iglesia.

Sin embargo, en muchas ocasiones y mirando con serenidad en nuestro entorno, no podemos menos de aplicar con toda justicia la frase del Evangelio de hoy: hay guías que son ciegos que guían a otros ciegos. Y da el Evangelio una señal inequívoca para que podamos discernir cuando el guía no es ciego sino que tiene bien abiertos los ojos: los frutos que el guía, el líder, produce y hace producir en quienes le siguen. Los guías que producen paz, justicia, tolerancia, entendimiento entre los hombres; los que confían en el diálogo para resolver las lógicas diferencias que pueden haber entre quienes piensan de modo distinto acerca de lo mejor para los hombres, los que consideran a los que disienten no como enemigos a exterminar por todos los medios, los que son capaces de renunciar a su liderazgo con absoluta sencillez entendiendo que es de verdad y no sólo de palabra, el hecho de que liderar o guiar es un servicio y no un patrimonio personal e intransferible. Hay un GUÍA impecable a quienes los cristianos miramos o debemos mirar diariamente y a quien no estaría mal que lo hicieran incluso los que no creen en El. Es un GUÍA cuyos frutos son incontestables: generosidad, desprendimiento, pobreza personal, sencillez, compasión, tolerancia, amor hacia aquellos a quienes quiere guiar, un amor que lo lleva a entregar, sin un gesto de protesta, la propia vida. Es un GUÍA exigente, difícil de seguir, pero es un GUÍA absolutamente seguro, con El jamás caeremos en el hoyo, en el hoyo del egoísmo, de la indiferencia, del desprecio a los otros, del olvido de Dios que se traduce, inevitablemente, en el olvido del hombre, con el peligro que esa actitud comporta y del que tenemos abundante experiencia.

Nuestro GUÍA es buen punto de referencia para calificar y catalogar a los numerosos guías que, generosamente, se nos ofrecen para llevarnos directamente a la felicidad.

ANA Mª CORTES
DABAR 1995, 15


3.

El mal es lo que hay que eliminar, la persona es lo que hay que amar. Jesús no murió por las verdades ni por las instituciones, sino por los hombres. La clásica frase "más amigo de la verdad que de Platón" tiene bien poco de cristiana. El cristianismo no es una ideología. La verdad del Dios de Jesús no está en ningún libro o frase: está en el hombre. No es el papel, el templo de Dios, ni el objeto de su amor, sino el hombre. La letra mata, el Espíritu da vida.

EUCARISTÍA 1989, 25


4. EV/CHESTERTON

El Evangelio es siempre la Luz de Jesús. Como decía Chesterton, es como el sol, no lo podemos mirar, pero a su luz podemos ver las cosas en su justa dimensión.