Los
verdaderos reformadores
S.
Kierkegaard escribía que «nada ayuda mejor al hombre a tener paciencia,
que pensar en sus momentos de impaciencia: ¿qué pasaría si Dios
perdiese la paciencia conmigo?». Creo que esta frase del filósofo
danés, que era también un hombre de profunda fe evangélica, constituye
una magnífica aplicación del evangelio de hoy.
Los
comentadores del fragmento del «sermón del llano» de Lucas, que hemos
escuchado hoy, insisten en que sus frases deben entenderse en el contexto
de las comunidades a las que el evangelista se dirige. En ellas debían
existir algunos cristianos que se consideraban ya perfectos, una especie
de «superdiscípulos», y que se dedicaban a adoctrinar a los demás y a
convertirse en sus guías espirituales. Aquellos superdiscípulos debían
caracterizarse por la convicción de que ya estaban convertidos del todo y que,
por tanto, podían ser jueces de sus hermanos. En alguna manera se estaba
repitiendo en ellos la tentación del fariseísmo, que acompaña con
frecuencia a la religiosidad y que Jesús formula admirablemente en el
relato de hoy y en la parábola del fariseo y del publicano. Jesús dice a
aquellos discípulos "perfectos" que son guías ciegos que no pueden
dirigir a nadie.
Lucas
retoma el mensaje del domingo pasado que nos presentaba a un Dios generoso, que
es bondadoso con todo hombre. Como lo comentábamos entonces, el que ha
experimentado en su persona el amor incondicional y gratuito de Dios tiene que
cambiar su corazón: ya no debería vivir su vida en clave del do ut des
-"te doy para que tú también me des"-, sino sentirse llamado a dar
generosamente, sin esperar respuesta. Incluso tiene que luchar para perdonar,
para comprender y hasta para amar al enemigo, porque Dios también le ama. Hoy
Lucas aplica esta misma idea al interior de nuestra propia comunidad, en la que
siempre existe el peligro que experimentó el evangelista entre los primeros
creyentes: la de sentirse ya en la verdad y la perfección e incurrir en la
dureza en contra de los otros. Erasmo de Rotterdam decía muy gráficamente, en
una época histórica marcada por la necesidad urgente de reforma en la Iglesia:
"Yo veo muchos Luteros, pero verdaderamente evangélicos, ninguno o muy
pocos». Yo no sé si en la época actual acontece lo mismo, pero no es
infrecuente que nos consideremos que estamos en la plena y absoluta verdad y que
podemos enjuiciar las motas o las vigas que existen en aquellos sectores de la
Iglesia que son distintos de los nuestros. Y creo que tenemos que reconocer,
honesta y humildemente, que no hacemos el mismo esfuerzo para preguntarnos hasta
qué punto nos comprometemos para ser verdaderamente evangélicos, es decir, para
que la persona y el mensaje de Jesús marquen nuestra vida. En esta misma línea
Bernard Shaw decía también que "los mejores reformadores que conoce el
mundo son aquellos que comienzan por reformarse a sí mismos".
Y
lo mismo puede decirse de nuestras relaciones humanas. El texto de Jesús
refleja esa honda sabiduría popular que expresa de forma muy gráfica la verdad
del corazón humano: vemos fácilmente los defectos ajenos y, por el contrario,
somos gravemente miopes para los propios. Probablemente todos podemos citar
ejemplos de personas a las que les hemos visto enjuiciar muy duramente los
defectos de los otros, sin darse cuenta de que ellos mismos incurrían en otros
defectos no menores..., e incluso en los mismos que estaban echando en cara al
prójimo. ¿Nos hemos detenido a preguntarnos si no nos sucede a nosotros lo
mismo? Porque en este tema se puede hasta rizar el rizo y afirmar que a fulanito
le pega muy bien la parábola de Jesús.... cuando en realidad la puedo
aplicar también, y hasta mucho más, a mí mismo.
Jesús,
sin embargo, en este texto va más allá de esa sabiduría popular. Porque no se
trata de revolcar dialécticamente al que es meticuloso a la hora de ver los
defectos ajenos pero tiene enormes tragaderas para los propios. A Jesús no le
interesa tanto la ponderación de si lo que yo tengo en mi ojo es una viga o una
mota, mayor o menor que la que existe en el ojo del hermano. Jesús dice que hay
que sacar primero la viga del propio ojo, porque «entonces verás claro y
podrás sacar la mota del ajeno».
Podemos
decir que a Jesús no le interesan las comparaciones entre vigas y motas. sino
cómo nos podemos ayudar los unos a los otros para que nuestros ojos y
nuestro corazón sean más claros, más bondadosos y estén más en la verdad. De
alguna manera se está expresando aquí la bienaventuranza de los limpios de
corazón, que hemos aplicado sesgadamente al tema de la castidad y que, en
realidad tiene un contenido más amplio: son dichosos el corazón y los ojos
limpios que saben ver la verdad y la autenticidad que existen en los demás y en
mí mismo.
Así
se explica que inmediatamente después Jesús pase a hablar de la bondad que se
almacena en el corazón. No le interesan al maestro los mecanismos
psicológicos en virtud de los cuales nuestras pupilas son muy sensibles para ver
los defectos ajenos y muy miopes para ver los propios. Para Jesús el problema no
está en la vista, ni en la boca que expresa lo que ven los ojos; para Jesús el
problema está en el corazón. Jesús se distancia así también del texto de la
primera lectura, para el que lo importante en el hombre era el buen razonar o el
buen hablar; para Jesús lo realmente importante es el buen sentir, el buen amar.
Es el corazón el que hay que cambiar; como decía H. Bergson, lo que se
necesita
es un "plus de corazón". Ahí está el verdadero problema y el
auténtico reto que nos plantea el evangelio de hoy.
«Sed
buenos del todo, como es bueno del todo vuestro Padre del cielo», así decía
el sermón de la montaña; «sed generosos como vuestro Padre es generoso», dice
el sermón del llano. Ahí está el camino. Hay que imitar a un Dios que ama al
hombre siempre, por encima y más allá de sus méritos y sus deméritos. Hay que
cambiar nuestro corazón tan marcado por sus complejos, sus envidias, sus
inseguridades y nuestro deseo de autoafirmación, por un corazón limpio y bueno
del todo, como es bueno del todo el corazón del Padre Dios.
Karl
Rahner tiene una humilde y sentida oración: «Mira, Señor, ahí está el otro,
con el que no me entiendo. Él te pertenece; tú le has creado. Si tú no le has
querido así, al menos le has dejado ser como es. Mira, Dios mío, si tú le
soportas, le quiero yo aguantar y soportar, como tú me soportas y aguantas». Es
también una referencia a la paciencia de Dios con el otro, que empalma con la
consideración sobre la paciencia de Dios conmigo, que expresaba Kierkegaard. Es
un primer paso y muy importante, pero creo que no se trata sólo de paciencia;
está sobre todo el «plus del corazón», el «plus del amor».
Hoy
humildemente, con la misma humildad de la oración de K. Rahner, pedimos al
Señor que nos vaya cambiando el corazón, que nos lo vaya haciendo «bueno del
todo», como es el corazón de Dios. «Entonces verás claro»: entonces podrás
ver con amor la mota o la viga, la verdad de tu hermano.
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 227 ss.
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