13 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
7-12

7.

La advertencia de Jesús es fácil de entender. "No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas, ni se vendimian racimos en los espinos".

En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos «espinos» de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada uno para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros? Tal vez hemos de empezar por no hacerle a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.

Son necesarias también personas que sepan acoger. Cuando escuchamos y acogemos a alguien, lo estamos liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por muy difícil y dolorosa que sea la situación en que se encuentra, si la persona descubre que no está sola y tiene a alguien a quien acudir, nacerá de nuevo en ella la esperanza. Qué gran tarea puede ser hoy ofrecer refugio, acogida y respiro a tantas personas maltratadas por la vida.

Hemos de desarrollar también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en mí encontrarán siempre a alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie ni siquiera interiormente.

No condenar ni juzgar precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana. Es también importante poner fuerza interior en el que sufre. Nuestro problema no es tener problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión... No necesitan sólo recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.

El perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni alimentan de manera insana el odio o la venganza, sino que saben perdonar desde dentro, siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá la vida.

No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de escuchar la consigna de san Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien". La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada en algunos valores humanos es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal...; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12, 17-18).

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1984.Pág. 73 s.


8.  J/VENCEDOR

El próximo domingo iniciaremos el tiempo de Cuaresma que nos ha de guiar hacia la gran  celebración de la Pascua. Por tanto, terminamos hoy este primer período de domingos del  tiempo ordinario durante el cual nos hemos fijado especialmente en las lecturas de la  primera carta de san Pablo a la comunidad cristiana de la ciudad de Corinto. Dediquemos  aún hoy este comentario al mensaje del apóstol.

-Jesucristo no es sólo... 

Terminaba el evangelio de hoy con estas palabras de Jesús: "Lo que rebosa del corazón,  lo habla la boca". ¿De qué estaba lleno y rebosaba el corazón de san Pablo de modo que  hablara una y otra vez de ello? 

Lo hemos escuchado en el fragmento de su carta que hoy hemos leído (un fragmento que  corresponde casi al final de esta primera carta a los corintios y es como una expansión, un  canto de conclusión). Una palabra repite por tres veces: la palabra victoria. Una palabra  que expresa aquello de lo cual el corazón de Pablo estaba lleno hasta rebosar y moverle a  repetirlo una y otra vez en sus cartas a aquellas iniciales comunidades de cristianos.

¿Victoria, de qué victoria se trata? En primer lugar y fundamentalmente, se trata de la  victoria de Jesucristo. Para san Pablo, Jesús es sobre todo el Resucitado, el Viviente; es  decir, el Victorioso. Este es el centro de la predicación de san Pablo y sin entender esto no  se entiende nada de su apasionado mensaje. Jesús no es sólo ni sobre todo un  sorprendente predicador de una nueva moral basada en el amor; ni es tampoco sólo y  sobre todo el revelador y comunicador de un nuevo modo de entender a Dios como Padre  amoroso y cercano; ni tampoco es sólo y sobre todo un ejemplo admirable de un modo de  vivir en comunión con el Padre y fraternalmente solidario con los hombres, especialmente  los más necesitados de amor. Es todo eso, pero es más, un más que da sentido y fuerza y  consistencia a todo eso.

-... es sobre todo el Vencedor 

Jesús es además y sobre todo -tal como lo anuncia Pablo- aquel que ha vencido, es el  Victorioso, el Vencedor. Lo que da sentido y fuerza y consistencia a todo lo que Jesús de  Nazaret hizo y dijo es el hecho de su resurrección, el hecho de que Dios Padre le resucitara  y así le constituyera en Señor, en el Cristo, el iniciador y fundamento de una nueva  creación. Con Jesús resucitado se ha iniciado el Reino de Dios en la tierra. ¿Por qué y  cómo? Porque Jesús, con su entrega de amor hasta el extremo -con su amor de Hijo de  Dios que se da hasta la muerte- ha vencido todo lo que hay de mal en el mundo. Ha  vencido todo mal, todo pecado. Ha vencido aquello que en el lenguaje de san Pablo resume  e incluye todo mal: la muerte.

-Vivir compartiendo la victoria de Jesús 

Esto es lo que san Pablo repite una y otra vez porque de ello su corazón de convertido  por su encuentro con Jesús resucitado está lleno hasta rebosar. Cree y está convencido  que este hecho -Jesús es el Victorioso- es lo que ha cambiado la existencia humana, es la  gran revelación y comunicación de Dios a los hombres, a todos los hombres.

Y por eso su apasionamiento para que quienes han creído en Jesús -aquellas primeras  pequeñas comunidades de seguidores de Jesús- estén bien convencidas de esta victoria y  descubran que creer en Jesús significa compartir su victoria. Es decir, vivir también como  vencedores. Aunque lo que hay de mal, de pecado, de muerte en el mundo y en nuestra  vida, siga presente, hiriéndonos con su aguijón y su fuerza. Pero en el fondo y  radicalmente, creemos que Jesús ha vencido y que su amor y su gracia tienen suficiente  fuerza -la fuerza de Dios- para hacernos vivir ya en la nueva creación, en su Reino, ya  ahora y con la esperanza de vivirlo después plenamente. El cristiano puede ser aquí y ante  el mundo un perdedor (como lo fue Jesús crucificado) pero en su corazón creyente se sabe  partícipe de la victoria del Resucitado. Por eso Pablo dice -casi podríamos decir que grita- a  sus cristianos: "¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor  Jesucristo!".

*** 

Decía al principio que el próximo domingo -y antes ya este miércoles de ceniza  iniciaremos el tiempo de Cuaresma. Etapa de renovación de nuestra vida como cristianos,  invitación a la conversión más radical y honda de toda nuestra vida a lo que significa creer y  seguir a Jesús. Y podríamos decir que la Cuaresma es, básicamente, una oportunidad que  se nos brinda a todos nosotros de unirnos más de verdad a la lucha y a la victoria de  Jesucristo. Por eso la Cuaresma conduce y desemboca en la gran celebración cristiana que  es la Pascua, la celebración de la Resurrección, la celebración de la Victoria. Aquella  victoria que anuncia, conmemora y comunica la Eucaristía -la acción de gracias al Padre-  que nos reúne cada domingo.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1995, 3


9.

Llevamos varios domingos repasando en la liturgia el largo discurso que hace Jesús a  sus discípulos, a los que le van siguiendo y aceptando su mensaje. Con el texto del  Evangelio que hemos leído terminan de momento las palabras del Señor. Si el discurso  comenzó con las Bienaventuranzas, termina con una llamada a la autenticidad.

Si uno quiere ser de verdad discípulo, seguidor de Jesús, es algo que se ha de notar en  su propia vida. No parece que a Jesús le preocupen demasiado las etiquetas, ni  propiamente la trasmisión fiel de una «doctrina» sobre Dios ni sobre el Reino de Dios. A los  discípulos les encarga que se distingan por los hechos, de tal manera que aquel que haga  las obras que hace Jesús, puede considerarse no lejos del Reino de Dios, buen discípulo o  en buen camino para serlo. No está el problema en la marca, sino en la calidad y en los  resultados. Importan los frutos.

Con esta manera de pensar, Jesús entra dentro de una larga tradición sapiencial de  elevada sensatez, tal como nos describía la primera lectura: «el hombre se prueba en su  razonar; el fruto muestra el cultivo de un árbol».

Y en esta línea formadora de buenos discípulos, comprometidos incluso en tareas de  responsabilidad comunitaria, Jesús el Maestro nos recuerda algunos rasgos bastante  elementales:

1. RESPONSABILIDAD 

No puedes tomarte a la ligera tu condición de discípulo seguidor de Jesús. Si has tomado  tus compromisos bautismales y los has renovado ya maduro, has de ser consecuente.  Tienes que velar por la buena salud de tu fe y de tu esperanza. Se te pueden y deben  encomendar responsabilidades de ayuda a otros en la comunidad.

Has de ser serio en tu propia preparación y continua evangelización. La vida evangélica  de otros muchos puede depender de tu buena disposición. San Pablo mismo nos decía hoy  en su carta «trabajad siempre por el Señor, sin reservas». Bastantes confiarán en ti, han de  poder confiar en ti, en tu palabra, en tus consejos e indicaciones. Van a observar tus  entradas y salidas, tus comportamientos cotidianos. A veces de buena fe, otras veces  simplemente para disculparse.

«¿Cómo puede un ciego ser guía de otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?» Es  muy probable que Jesús se refiera más directamente a los «malos pastores», escribas y  fariseos, que tienen abandonadas a las ovejas. Pero sin duda con el paso de los años es  una crítica y un llamada a cuidar más las tareas y responsabilidades que cada uno tenemos  en la comunidad: Responsables, Pastores, Catequistas, Predicadores, Confesores,  Animadores, etc. El Señor que nos ha encomendado el «amarnos unos a otros», espera  que nos ayudemos de verdad unos a otros.

2. CORRECCIÓN FRATERNA 

Es consecuencia del punto anterior: el ayudarnos unos a otros. ¿Cómo en concreto? En  primer lugar valorando el esfuerzo, la fidelidad en la dificultad, la coherencia en la vida, etc.  Pero también es un modo de ayudar el mostrar los fallos, animar en las debilidades, corregir  lo mal hecho. NUNCA JUZGANDO, porque hay un mandato del Señor, pero sí deseando un  mejor rendimiento evangélico de nuestros compromisos. Difícil y delicado. Supone un  ponerse a tiro, un clima de ayuda mutua y confianza sincera...

Pero sobre todo supone en el discípulo o maestro o en el catequista o responsable un  esfuerzo personal por ser él mismo coherente y sincero «¡Hipócrita! Sácate primero la vida  de tu ojo...». No parece el Evangelio muy proclive a estas prácticas, porque siempre nos  quedará a cada uno mucho por andar; antes de corregir a otros, tendremos tanto o más que  ser corregidos nosotros mismos.

Parece, sin embargo, el Señor más partidario de la «corrección indirecta», la que brota  del buen ejemplo. Es verdad: lo que mueve muchas veces a mejorar es ver tanta  generosidad y autenticidad silenciosa. Esto se puede ver... si quisiésemos mirar a nuestro  alrededor. ¡Hay tanta gente sencilla tan «edificante», tan sincera y esforzada! 

3. AUTENTICIDAD 

En los cuatro evangelios hay una continua llamada a prestar atención al criterio de  autenticidad del buen discípulo: el fruto de su vida. Los frutos del Reino que va haciendo  visible en el mundo la comunidad cristiana. La novedad de vida ya presente en todo aquel  que antepone a su propio bien el bien del otro, el interés colectivo por encima del individual,  la bondad y el perdón por encima de la condena y agresión. Y todos los temas anteriores  de su discurso.

El mejor «evangelio», la mejor «buena noticia» para nuestro modo es una vida  evangélica, sencilla pero auténtica, sin pretensiones pero sin concesiones a intereses  cortos: ambición, intolerancia, discordia, idolatría, partidismo, etc. Es lo que San Pablo  llamará los «frutos de los bajos instintos». La verdad principal es ésta: «Cada árbol se conoce por su fruto: el que es bueno, de la bondad que atesora en su  corazón saca el bien».

JUANJO MARTINEZ DOMINGO
DABAR 1995, 15


10.

1. «Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca». 

Conviene partir de esta sentencia final para reflexionar sobre el evangelio de hoy (que  contiene además otras sentencias). La relación entre lo que pensamos interiormente y lo  que expresamos, entre el corazón y la palabra, es normalmente una relación de  correspondencia. En Dios el Verbo, su Palabra encarnada, es la expresión exacta del que  habla, del Padre. En los seres infrahumanos, su forma externa revela su esencia: si un  animal ladra, se sabe que es un perro. En los hombres, que pueden mentir, hay que andar  con más cuidado y examinar detenidamente su conducta: a la larga será no una palabra  sino todo su comportamiento lo que revele su actitud interior. Al igual que el árbol se conoce  por su fruto, así también el hombre se conoce por todo su comportamiento. Jesús nos da  dos indicaciones al respecto: ante todo el hombre que ha de juzgar a otro debe ser alguien  que ve espiritualmente, no un ciego o alguien que cree o no cree ciegamente. Después,  antes de intentar enmendar el equívoco en otro, debe examinar si entre lo que siente su  corazón y lo que dice su boca hay una auténtica correspondencia. Conviene primero  ajustarse a la medida de Cristo, que es la verdad total y definitiva de su Padre; y tras  haberse apropiado realmente de esta medida, se estará más cerca de la forma correcta de  ser veraz. Las indicaciones de Jesús para juzgar a los hombres se mueven entre la  prudencia humana práctica y su propia comprensión divino-humana de la verdad.

2. «En su reflexión se ven las vilezas del hombre» (texto de la primera lectura según la  Biblia de Jerusalén). 

El texto del Antiguo Testamento establece la misma proporción entre las convicciones de  un hombre y su expresión. (En el texto no se trata de probar a un hombre, sino del criterio  válido para probarlo). Del mismo modo que Jesús quiere que se juzgue al corazón según lo  que habla la boca (como se conoce al árbol por su fruto), así también el sabio recomienda  ya no elogiar a nadie antes de haber escuchado su palabra como prueba de su corazón.  Como los hombres pueden mentir y disimular hay que observar en cada persona si  realmente se da una correspondencia entre su corazón y su boca. 

3. «Trabajar siempre por el Señor, sin reservas». 

Si se quiere insertar la segunda lectura en este contexto, hay que tener presente la  recomendación de Pablo de que el cristiano tiene que trabajar siempre -lo que también  puede incluir nuestro juicio sobre los hombres y las relaciones humanas- «sin reservas»,  según el criterio con el que Jesús juzga las cosas de este mundo. El las valora a la luz de la  verdad eterna, donde lo perecedero ha recibido su forma final definitiva e imperecedera. Si  se nos dice que «el día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra falsa que  hayan pronunciado» (Mt 12,36), entonces no sólo Jesús sino también su discípulo puede  distinguir ya en la tierra entre un discurso fecundo y un discurso estéril. El Señor «no dejará  sin recompensa esta fatiga». Ciertamente hay discursos que sólo conciernen a los asuntos  temporales, pero también éstos deben ser pronunciados con una responsabilidad  definitiva.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C.
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 259 s.


11. DIME DE QUÉ HABLAS Y...

Más de una vez hemos admirado la sabiduría encerrada en los viejos refranes. Los  refranes son sentencias llenas de experiencia popular y humana, de sentido común. Los  «sénecas» de todas las épocas han sabido concentrar, en pocas palabras, largas y  probadas vivencias. La sabiduría, los proverbios, el Eclesiástico -del cual leemos hoy un  pasaje-, son recopilaciones felices de sentencias morales, muy aptas para el hombre de  todos los tiempos. También Jesús acudió a este estilo de la sabiduría popular. Y, en el  evangelio de hoy vemos muy claro, cómo, para inculcarnos dos valores imprescindibles -la  Verdad y la Bondad- se valió de cuatro expresivas sentencias.

LA VERDAD.-«No puede un ciego guiar a otro ciego, porque ambos caerán en el hoyo».  Se refería indudablemente a los fariseos, presuntuosos de la Ley, sí, pero poco receptivos  a la Verdad, que no podían, por tanto, guiar al pueblo de Israel con garantía. Se refería a  sus discípulos, a los que más tarde les diría: «El que a vosotros oye, a mí me oye». Y se  refería, por supuesto, a nosotros que estamos llamados a ser «luz del mundo». De difícil  manera podremos inundar a nadie de luz, si antes, no nos hemos llenado de ese Jesús que  nos dice: «El que me sigue, no anda en tinieblas».

Si no lo hacemos así, pronto caeremos en la otra sentencia que también hoy Jesús nos  dice: «Veréis la mota en el ojo ajeno y no veréis la viga en el vuestro». Es decir, veremos  desenfocada y parcialmente. Denunciaremos los defectos de los demás y los nuestros  quedarán en penumbra.

LA BONDAD.-Pero, por encima de todo, lo que Jesús buscaba en nosotros era la  bondad: «Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos como el Padre celestial es santo».  A eso se dirigió toda la aventura humana de Jesús. ¡Qué bien lo resumió San Lucas: «Pasó  haciendo el bien»! A eso se emplazó su Encarnación, su Muerte y su Resurrección. A  purificar de raíz, con su «gracia», toda nuestra naturaleza viciada. Por una elemental razón  que el mismo Jesús nos aclara con su refrán en el evangelio de hoy: «Porque un árbol malo no puede dar frutos buenos».

Jesús debió de fijarse mucho en aquellos injertos que hacían los labradores. Y, desde  esa experiencia, habló: «Del mismo modo que los sarmientos no pueden dar fruto si no  están unidos a la vid, tampoco vosotros, si no permanecéis unidos a mí». Injertarse en  Cristo será, por tanto, el secreto y la garantía.

Efectivamente. Ese aceptar la transformación en Cristo y desde Cristo, ese «vivir en El»  -«mi vivir es Cristo», decía Pablo-, estallará en una espléndida y primaveral cosecha de  buenas obras. «Porque el que es bueno, de la bondad que atesore en su corazón, saca el  bien». De la bondad interior brotarán espontáneamente las acciones buenas, hasta las  palabras buenas.

Eso, «las palabras buenas». Hoy, parodiando el viejo refrán, podríamos decir: «Dime de  qué hablas y te diré quién eres». En efecto, ¿de qué habla el hombre de hoy? Un rápido  análisis nos llevaría a comprobar que el sexo, el dinero, la consecución del poder o del  placer son temas que se repiten y se repiten en nuestra conversación de cada día. ¿Esas son, entonces, las máximas aspiraciones de nuestro corazón? Porque dice Jesús:  «De la abundancia del corazón habla la boca». ¿No habrá manera, amigos, de que «otras»  abundancias más altas nos broten del corazón? 

ELVIRA-1.Págs. 238 s.


12.

Frase evangélica: «Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca» 

Tema de predicación: EL DISCÍPULO EJEMPLAR 

1. Para especificar las actitudes que deben tener los discípulos, Jesús afirma cuatro  cosas: un ciego no es un buen guía; un discípulo no es más que su maestro; la viga en el  ojo propio es mayor que la mota en el ojo ajeno; y todo árbol debe ser podado para que dé  fruto abundante 

2. El verdadero discípulo cristiano se reconoce por su misericordia y por sus obras. Para  guiar a otros hace falta lucidez; para dejarse guiar es preciso tener confianza. Sin  autocrítica no es posible ejercer la crítica.

3. Lo que importa es la palabra que sale del corazón, lo que va de dentro afuera: así es el  amor. Es secundario lo que procede del mero cumplimiento: así es la ley. Pero, en definitiva,  lo que importa es hacer, dar fruto.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué juzgamos mucho más duramente a los demás que a nosotros mismos?

¿Con qué criterios decimos que se producen frutos? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 285 s.

13.

COMENTARIO 1


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AUTOCRITICA Y CRITICA

El Evangelio de Jesús presenta con ejemplos concretos los principios básicos en torno a los que gira el ser cristiano. El evangelio no es un libro abstracto. Sus páginas están llenas de imágenes concretas de las que el lector debe sacar las normas de actuación y comportamiento. A veces, una interpretación literal del evangelio ha llegado a deformar el mensaje que quería transmitir; la puesta en práctica del mensaje de Jesús, palabra por palabra, al pie de la letra, puede ir abiertamente en contra del mensaje mismo que las palabras del evangelio quieren transmitir. Hay que ir, como siempre se ha dicho, al espíritu y no a la letra.

«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te permites decirle a tu hermano: 'Hermano, déjame que te saque la mota del ojo', sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, entonces veras claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano» (Lc 6, 42-43). Estas palabras de Jesús son un ejemplo de lo que acabo de decir. De ellas debemos sacar un principio general sobre cuándo y cómo se debe ejercer la crítica hacia los her­manos o miembros de la comunidad cristiana.

Mal interpretadas, estas palabras han llevado a quienes querían ponerlas en práctica a renunciar a cualquier tipo de crítica.

Primero -se decía- hay que quitar del propio ojo la viga; después, la mota del ojo del hermano. Y como esto de quitar la viga no resultaba demasiado fácil, se renunciaba a sacar la mota del ojo del hermano. En conclusión, un cristia­no debe renunciar a toda clase de crítica, pues es muy difícil que esté libre de defectos.

Antes de seguir adelante hay que decir que Jesús no se refiere a una crítica indiscriminada del prójimo, sino a la que se debe ejercer en el seno de la comunidad, a la que un 'her­mano' hace a otro 'hermano', dando por supuesto que se trata de corregirle para llevarle al buen camino del evangelio. Una crítica fraterna que debe realizarse desde el amor, el conoci­miento de uno mismo y la comprensión del otro. Cualquier otro tipo de crítica que no esté basado en una relación de fra­ternidad agrandará las diferencias entre hermanos y romperá los lazos con el prójimo.

Jesús no niega el ejercicio de la crítica; antes bien, la re­comienda, indicando en qué condiciones se debe hacer. En primer lugar, no es postura cristiana ni de madurez humana practicar la crítica con el prójimo sin ejercerla con uno mismo. El cristiano que a diario se mira en el espejo del evangelio debe ser sumamente critico consigo mismo para ver si su com­portamiento se ajusta al plan de Jesús; con esta actitud de autocrítica verá más claro, comprenderá mejor y ayudará al prójimo a liberarse de su mota.

La autocrítica nos sitúa en la óptica ideal para ves la di­mensión de los defectos del prójimo. Quien se autocritica y autoexamina aprende a ver con compasión. Y para ver la viga que tenemos a veces en nuestro ojo no hay nada mejor que examinar nuestras obras: «Todo árbol se conoce por su fruto... El que es bueno, de la bondad que almacena en su cora­zón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal, porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca» (Lc 6, 43-54).

En todo caso, los frutos, las obras buenas, darán el vere­dicto de la bondad o maldad de cada uno de nosotros, la me­dida de la viga o de la mota del ojo. Al final no cuentan las palabras, sino las obras, o la obra, esto es: el amor, la única obra que justifica la existencia humana, el único mandamiento que la regula.

Crítica y autocrítica deben ser una expresión siempre del amor que uno se tiene y del amor que se tiene al prójimo. Si no van envueltas de amor, harán más daño que bien.



COMENTARIO 2


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EL FRUTO DEPENDE DEL CORAZON DEL ARBOL

Es fácil condenar a los demás, sobre todo si el juicio lo hacemos sobre las intenciones. Jesús nos da un criterio para juzgarnos a nosotros mismos: nuestros frutos, nuestras acciones. Y el uso que hacemos de una de las facultades que nos distinguen de los demás seres de la creación: la palabra. Si actuamos y hablamos bien, nuestro corazón estará sano, si no...



NO JUZGUEIS

El evangelio del domingo pasado terminaba con una seria advertencia de Jesús a sus oyentes: «No juzguéis y no os juzgarán, no condenéis y nos os condenarán, perdonad y os perdonarán...» (Lc 6,37).

Después de proponer la exigencia del amor a los enemigos Jesús, que seguía a las bienaventuranzas en las que Lucas incluye una dura condena de la riqueza, Jesús hace esta adver­tencia a sus oyentes para evitar un peligro al que los hombres somos muy dados a sucumbir: constituirse en jueces de nues­tros semejantes. Nadie tiene derecho a juzgar a otra persona; aunque podamos y debamos juzgar y denunciar la injusticia, la opresión, el pecado; aunque no callemos jamás ante cual­quier situación en la que está sufriendo un ser humano, nadie tiene derecho a colocarse como juez por encima de otra per­sona, y menos aún a emitir una sentencia de condena; nadie.

El mismo Dios se resiste a juzgar y condenar y deja en nuestras manos la vara de medir que se usará en nuestro juicio: «la medida que uséis la usarán con vosotros» (Lc 6,38).

Renunciar a juzgar a los demás, incluso aunque realicen acciones objetivamente condenables y que, como tales accio­nes, por supuesto que debemos condenar, sería también, como lo es el perdón, una manifestación de ese ideal en el que se condensan todas las exigencias de Jesús, el mandamien­to del amor del que no se excluye ni siquiera a los enemigos.



CIEGOS, GUIAS DE CIEGOS

¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, aunque, terminado el apren­dizaje, cada uno le llegará a su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no te fijas en la viga que llevas en el tuyo?



Tarea difícil la de amar de esa manera. Tarea que nos exige una constante atención, pues siendo como somos bas­tante limitados, más de una vez traicionaremos este ideal; la meta está colocada muy arriba y todos nos sentiremos cansa­dos alguna vez, y la presión del mundo que nos rodea nos hará ser incoherentes con la decisión de seguir a Jesús, el maestro, que nos va mostrando la dirección en la que debemos caminar.

Cuando esto nos suceda, una de las tentaciones que con más probabilidad se nos presentará será la de excusarnos diciendo que también los otros se equivocan, y más gravemen­te o con mas frecuencia aún que nosotros; que lo que deberían hacer todos es imitarnos a nosotros... Jesús nos advierte del peligro de no ver otra cosa que las equivocaciones de los demás, dejando de lado nuestros graves errores, y de lo peli­groso que puede ser el que un hermano, olvidando sus límites, pretenda convertirse en guía de sus hermanos, quitándole el puesto al único maestro.

Jesús se refiere a las relaciones entre sus seguidores, en el interior de la comunidad: «¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano... » Eso no excluye que los miembros de la comunidad juntos, y sin que ninguno se convierta en juez de nadie, intenten descubrir las equivocaciones de cada uno para ayudarse a superar las limitaciones individuales; tampoco queda excluido, cuando alguien rompe con un hermano, que se le pidan cuentas, que se dialogue y que se intente recom­poner la unidad perdida; eso sí, con el perdón ya dispuesto y preparado (Lc 17,1-4). Y, por supuesto, estas palabras de Jesús no excluyen el que la comunidad sea y actúe como conciencia crítica del orden social que está empeñada en cam­biar, denunciando la injusticia y la falta de amor del mundo éste.



ARBOLES Y FRUTOS

Cierto, no hay árbol sano que dé fruto dañado ni, a su vez, árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: ¡no se cogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas! El que es bueno, de la bondad que almacena en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal: porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca.



A lo que sí que deben estar atentos los seguidores de Jesús -como individuos y en cuanto grupos o comunidades- es al resultado de su actividad, a los frutos que su compromiso con el mensaje de Jesús va produciendo. Porque éste es un criterio infalible para saber si se va avanzando en el camino de instaurar el amor en el mundo o si, por el contrario, el egoísmo del mundo sigue reinando incluso entre los que pre­tenden seguir a Jesús.

¿Y cuáles son los frutos? Los del árbol sano serán los frutos del amor: la justicia, la fraternidad, la igualdad, la felicidad, la convivencia en armonía, la paz; la alegría de participar de la alegría de los demás, el gozo de sentir que la debilidad y la pobreza de cada uno se convierte en fuerza incontenible, aunque no violenta, y en riqueza compartida. Y la palabra, que será buena si busca hacer el bien.

La mala lengua, la que hace daño hasta cuando calla, como todo lo que injustamente provoca sufrimiento y tristeza, será siempre fruto de un árbol con el corazón podrido.



COMENTARIO 3


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La continuación del discurso (6,39-49) se inicia con el anun­cio de una parábola que, de hecho, no se expondrá hasta el final (vv. 47-49). Primero formula una cuestión sirviéndose de un dicho proverbial: «¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego?... »(6,39). El discípulo sólo puede llegar a ser guía de otros cuando alcanza la talla del maestro. Después viene una segunda cuestión: «¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (6,41): la manera de actuar revela la realidad interior del hombre (ceguera/hipocresía/opacidad o claridad de visión/frutos buenos/transparencia).

La tercera cuestión va al fondo del problema: «¿Por qué me invocáis: "¡Señor, Señor!", y no hacéis lo que os digo?» (6,46). Responde ahora con una parábola doble: «Todo el que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a indicar a quién se parece: se parece a un hombre que edificaba una casa...» (6,47); «en cambio, el que las escucha y no las pone por obra, se parece a uno que edificó una casa...» (6,49). El contenido del discurso de Jesús dirigido al pueblo de Israel (cf. 7,1) reem­plaza el lugar de la Ley, pero no se puede quedar en jaculatorias vacías de sentido. La casa edificada sobre «la roca», la fe/adhe­sión personal a Jesús y a su programa, no se la llevan las riadas ni le afectan los temblores de tierra o huracanes; en tiempo de crisis y de defecciones, tan cíclicos como los fenómenos atmos­féricos o los cataclismos, se mantiene firme e inconmovible. En cambio, la casa que no tiene cimientos, la fe que no ha enraizado mediante el compromiso personal, se hunde y se pierde inexora­blemente.



COMENTARIO 4


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Jesús, «profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24, 19), que primero comenzó "haciendo" para enseñar (cf Hch 1, 1), que provocaba el asombro de las muchedumbres «que oían "lo que hacía"» (Mc 3, 8) tanto o más que lo que decía, recogerá esa veta profética e insistirá -con fuerza mayor y una coherencia total hasta su propia muerte- en que «no todo el que "dice"_ sino el que "hace" la voluntad del Padre entrará en el Reino» (Mt 7, 21-23); que «los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23), y que si lo amamos a El «practicaremos sus mandatos» (Jn 14, 24).

"Por sus obras los conocerán", dice Jesús. La prueba de la persona está en su hablar (segunda lectura de hoy). "Obras son amores, y no buenas razones", dice el refrán castellano. "Una cosa es predicar y otra dar trigo", dice otro. "Del dicho al hecho hay un buen trecho", añade un tercero.

Jesús no "predicó" simplemente esta primacía de la práctica; la vivió. Jesús pasó por este mundo «haciendo el bien» (Hch 10, 37), y «todo lo hizo bien» (Mc 7, 37). De ahí que Jesús recomiende a sus seguidores que comiencen por practicar lo que confiesan con la boca, lo que creen con la fe. Importa mucho que el seguidor de Jesús presente antes de nada las credenciales de su autenticidad. Su vida ha de ser el modelo de lo que predica. No es posible creer a quien contradice con los hechos lo que dice con las palabras. Por eso, Jesús nos inculca la necesidad de vivir coherentemente con lo que creemos, como condición precia a todo "apostolado". No es posible pretender corregir o mejorar a los demás cuando nuestra vida no es precisamente una muestra de aquello que predicamos; eso sería ser ciegos y querer guiar a los demás. La mejor invitación a los otros, en este sentido, es el propio ejemplo. Lo contrario es hipocresía, incoherencia. Jesús, en su propia persona, fue ejemplo de esa misma veracidad y autenticidad.

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1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).