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H O M I L Í A

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DOMINGO VIII DEL
TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

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J/REVOLUCION  J/SEÑOR  FIESTA/LUCHA.

El evangelio de Mc, que leemos este año, nos presentó primero los inicios casi triunfales de la predicación de Jc. La gente quedaba maravillada y le escuchaba porque hablaba con autoridad, sabiendo lo que se decía; la gente quedaba también admirada de la fuerza interior de Jesús de Nazaret, que se manifestaba liberando a los hombres del poder del mal (curaciones, lucha contra el diablo).

Pero pronto surgen los conflictos. Y la causa principal de ellos es que se va haciendo evidente la novedad que J pretende. En lenguaje de ahora, podríamos decir que se va evidenciando el carácter revolucionario de J. Carácter revolucionario que no es en J primariamente político o social (esto será una consecuencia) sino que está en un nivel más hondo: J es un revolucionario religioso, entendiendo por "religioso" no el cumplir unas normas y el practicar ciertos actos (de esto no parece J preocuparse mucho), sino aquello que se refiere a la realidad más profunda de la vida del hombre.

Si ser revolucionario es querer cambiar radicalmente una situación establecida, esto lo hace J. Y por eso (según el evangelio de Mc) el primer momento de éxito deja pronto lugar al conflicto, a la oposición. Oposición que se origina precisamente por la protesta de los hombres que entonces representaban más la religión establecida, el orden religioso.

Hace una semana recordábamos el escándalo de los "letrados" porque J perdonaba los pecados del paralítico ("este hombre blasfema: ¿quién puede perdonar pecados fuera de Dios?"). Hoy hemos leído cómo el escándalo era también provocado porque sus discípulos no ayunaban. El domingo próximo lo será porque no observan el descanso preceptuado por el sábado judío.

El "credo" de los primeros cristianos era la sencilla afirmación: "JESÚS ES EL SEÑOR". Es decir, Jesús es la norma, el camino, el criterio. Y lo es porque en El se ha manifestado el Absoluto, Dios.

Este es aún hoy "nuestro credo" fundamental (todo lo demás, podríamos decir que está incluido en esta afirmación). Pero este "credo" fundamental debe seguir siendo hoy revolucionario. Porque la tendencia del hombre (por tanto también del cristiano) es siempre hacerse su ley, sus normas, sus criterios; y dar a todo esto un carácter sagrado, inconmovible, intocable, absoluto. Como la mayoría del pueblo judío había hecho con la manifestación de Dios a través de su historia y por eso se produce la paradoja de que opongan a J (opongan al Hijo de Dios) lo que dicen es la Ley de Dios. Condenan a J, en nombre de Dios. Porque en lugar de Dios habían colocado sus ídolos, no de piedra, pero sí ídolos que eran sus criterios, sus costumbres, su orden establecido. Mientras J no les toca esto, no pasa nada. Pero cuando J empieza a hablar y a actuar libremente, cuando se presenta como una realidad nueva que sustituye, que relativiza totalmente, la realidad vieja, entonces se inicia el conflicto, la oposición, que conducirá hasta el Calvario.

Lo viejo no se remienda con lo nuevo, el vino nuevo necesita odres nuevos. De nada sirve querer integrar lo que es nuevo, radicalmente nuevo, en lo que es viejo. Pero es lo que nosotros intentamos hacer siempre: ¡cuantas veces J no es para nosotros el Señor, el único Señor! Intentamos colocarlo entre nuestros ídolos, como uno más, junto a nuestros criterios, nuestras costumbres. Y si alguien, con fuerza de profeta de Jc, nos intenta criticar, quiere revolucionarnos este "orden" nuestro, renace el conflicto y la oposición. Ya lo anunció J: si lo han hecho conmigo, lo harán también con vosotros.

Y la radical novedad de J (radical novedad pero, a la vez, radical fidelidad al núcleo fundamental de la acción de Dios en la historia del pueblo judío) es el evangelio del amor de Dios encarnado en el hombre. Es esto lo que es incompatible con todo lo viejo. Lo hemos leído anunciado en la 1. lec.: Dios (por su profeta Oseas) habla de amor a su pueblo. La historia de la presencia de Dios en su pueblo se presenta como una historia de amor (" me casaré contigo en matrimonio perpetuo"). Y J se autodefine también como el protagonista de una historia de amor. Por eso sus discípulos no pueden ayunar mientras le tiene con ellos.

Y esto, finalmente, nos introduce en aquella característica tensión de nuestra vida cristiana, que es, a la vez fiesta y lucha. Fiesta porque hemos conocido el amor de Dios y este amor está presente en nuestra vida. Lucha para ser fieles a esta realidad, para abrirnos más a ella, para que esté más presente en la vida de todos los hombres. Esta ha de ser también nuestra actitud al celebrar la eucaristía, los signos de la presencia del amor de J, nuestro Señor, entre nosotros. Abiertos a la fiesta siempre nueva del amor de Dios, dispuestos a la lucha siempre necesaria para ser fieles al único Señor.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1973/04


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