29 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
11-18

 

11.

Permitid, hermanas y hermanos, que también hoy -como hemos hecho los últimos domingos- dediquemos una atención especial a la segunda lectura. Al final, recordaremos el evangelio que acabamos de leer (un evangelio tan claro, tan contundente, que no necesita comentario para que nos impacte). Antes fijémonos en la carta de san Pablo, unos textos a los que solemos prestar poca atención, quizá olvidando que también a través de ellos nos llega la Palabra de Dios y que, al mismo tiempo, nos conectan con las vivencias de las primeras comunidades de cristianos.

-Pablo, primer teólogo

Quizá, al escuchar el breve fragmento de la carta de Pablo a los cristianos de la ciudad griega de Corinto, habréis pensado que no se entendía nada (todo aquello de "el primer Adán" y "el último Adán", "los hombres terrenos" y "los hombres celestiales") . Y. ciertamente, hemos de reconocer que no es en absoluto fácil. Pero precisamente sobre esta dificultad -la razón de esta dificultad- es sobre lo primero que quisiera decir algo. Recordad que -hace dos domingos- leíamos como Pablo decía a los cristianos de Corinto que el centro, la base, lo fundamental del Evangelio, de la fe cristiana, es la afirmación de que Jesús resucitó, de que Él es el Viviente. Y -el domingo pasado- veíamos como el apóstol vinculaba la resurrección de Jesús con la nuestra: Jesús resucita como signo, anuncio y causa de nuestra resurrección.

Pero los miembros de aquella pequeña comunidad, recién convertidos, habían hecho una pregunta a Pablo: "¿cómo resucitan los muertos? ¿qué clase de cuerpo tendrán?" (/1Co/15/35). Y sobre eso la fe cristiana -el Credo cristiano- no dice nada. La fe nos dice que resucitaremos pero no nos explica cómo. Sin embargo, Pablo se siente impulsado a buscar alguna explicación. Podríamos decir que así se convierte en el primer teólogo de la Iglesia. Porque la teología es el intento de explicar -en aquello que nos es posible- lo que creemos.

FMO/IRRACIONAL: Pero no siempre es fácil. Nuestras explicaciones -incluso las de san Pablo siempre quedan a medio camino. Por eso quizá podríamos objetar: ¿para qué sirven? ¿no es preferible quedarse con sólo la fe y prescindir de teologías, de explicaciones? Es lo que hacen los fundamentalistas: pretender que la fe religiosa no necesita de la razón, de la inteligencia humana.

Hoy, en la prensa, en los medios de comunicación, se habla con frecuencia de los fundamentalistas islámicos. Son aquellos que pretenden vivir lo que dice el Corán al pie de la letra, sin ningún examen de la razón para aplicarlo a la sociedad de hoy. Pero también hay un fundamentalismo cristiano, en algunas sectas que se denominan cristianas, y quizá -como una tentación- en todos nosotros. Como si Dios, que nos ha revelado su Palabra, sobre todo en el Nuevo Testamento, no nos hubiera dado también la razón, la inteligencia para examinar, traducir y aplicar a nuestra realidad de hoy -según nuestras circunstancias y cultura- la Revelación de Jesús.

-El intento de explicación de Pablo

Es lo que ya intentaba hacer Pablo, sólo veinte años después de la Resurrección de Jesús: intentar explicar y dar razón de la fe. Y por ello -fijémonos ya en lo que hemos leído hoy- utiliza una de las claves más frecuentes en su incipiente teología: la confrontación entre el primer hombre, Adán, y el hombre nuevo, Jesucristo. El primero como iniciador de la humanidad, el segundo como el renovador de la humanidad. Al primero, Dios le dio la vida; por el segundo, Dios nos ha comunicado su Espíritu.

Y así intenta responder un poco -un poco, más es imposible para nosotros- a la pregunta de aquellos cristianos: si ahora tenemos una vida terrena, después Dios nos dará una vida celestial, es decir, causada y sustentada por el Espíritu vivificador de Dios, de comunión con el Viviente que es Jesucristo; en continuidad con la actual pero transformada y distinta por la fuerza de Dios en la nueva humanidad iniciada por Cristo resucitado.

-Evangelio: moral de comunión

Es una pequeña explicación. No resuelve todas nuestras expectativas pero diría que es importante para nosotros. ¿Por qué? Porque nos dice que ya ahora hemos de intentar vivir esta comunión con Dios, con Jesús, con su Espíritu, que será el sustento y la consistencia de nuestra vida futura en el cielo.

Y eso nos vuelve a lo que hemos escuchado en el evangelio de hoy. ¿No nos ha dicho Jesús que amando a todos, incluso a los enemigos, seremos hijos de Dios (es decir, que compartiremos su modo de ser)? ¿O que hemos de ser compasivos como nuestro Padre celestial es compasivo? La moral cristiana es una moral de comunión con el modo de ser de Dios. Hemos de intentar vivir ya ahora llenos del Espíritu de amor de Dios, como viviremos en el cielo. Y. al fin y al cabo, eso es lo que Jesús nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: vivir según la voluntad amorosa de Dios, ya aquí en la tierra como luego en el cielo.

(JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1995, 3


12.

Los textos de la celebración de hoy hablan de la magnanimidad. Ya los filósofos y los moralistas paganos conocían y admiraban esta virtud; en el Antiguo Testamento la magnanimidad recibe un fundamento más profundo; con Cristo se convierte, como amor a los enemigos, en la imitación del propio Dios.

1. «David cogió la lanza y el jarro de agua».

David (según la primera lectura) tenía la ocasión de matar a su enemigo Saúl mientras éste dormía, y su compañero Abisaí así se lo aconseja, de acuerdo con la lógica de la guerra. Pero David no lo hace, sin duda por magnanimidad, aunque la razón que da para no hacerlo es la siguiente: «No se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor». El temor ante el que ha sido consagrado a Dios le lleva a ser magnánimo, una magnanimidad que David no practica con otros enemigos. En efecto, cuando está a punto de morir, ordena a su hijo Salomón que practique la venganza contra sus enemigos.

2. "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo".

Jesús va mucho más lejos: «Amad a vuestros enemigos,... orad por los que os injurian». Ya no se trata de actos externos de magnanimidad, sino de una actitud del corazón expresamente asimilada a los sentimientos del propio Dios, «que es bueno con los malvados y desagradecidos». Y lo es no en virtud de una bondad superior al mundo que reposa en sí misma, como lo demuestra la entrega de su Hijo por los pecadores, por los «enemigos» (Rm 5, 10). Jesús se eleva expresamente de la magnanimidad humana limitada (que ama a los que aman, da para después recibir, etc.) a la magnanimidad divina absoluta, que dispensa su amor a los que ahora le odian y desprecian. Jesús puede permitirse esta elevación porque él mismo es el don de Dios a todos sus enemigos, un don de amor no calculador que ahora convierte a todos los que han sido colmados con él en «ungidos del Señor». Lo que Saúl era para David, lo es ahora cualquier hombre para nosotros, pues todo hombre ha sido ungido por la muerte expiadora de Jesús. Y con ello la magnanimidad pasa de ser una virtud humana admirada (eso era en la filosofía pagana) a convertirse en algo natural y cotidiano desde el punto de vista cristiano, porque el cristiano sabe que él mismo es un producto de la magnanimidad divina. Y todo hombre lo es también, por lo que no tengo necesidad de demostrarle que soy más magnánimo que él, sino que simplemente le recuerdo con mi acción que todos nos debemos a la magnanimidad divina.

3. «Igual que el celestial son los hombres celestiales».

En la segunda lectura a la actitud y la virtud terrenas se contraponen una vez más la actitud y la virtud celestes. El hombre, que procede de abajo, de la naturaleza, por más que se considere a sí mismo como la flor suprema del cosmos, sigue siendo un ser «terreno» en el que están encarnadas las normas que rigen en la naturaleza: el amor bien entendido comienza por uno mismo. Como los recursos del mundo son limitados, una justa distribución, en la que yo recibo lo mío, es el primer mandamiento (cfr. Ap 6,5b-6). Pero el primer Adán ha sido superado por el segundo Adán, el celeste. Este, que viene del Dios infinito, no conoce los límites y las normas de la finitud: puede darse a sí mismo y repartir el amor celeste de una manera ilimitada, y legar a sus «descendientes», los cristianos, que están hechos a su imagen, el mismo don.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 230 s.


13. LA ESPIRAL DEL AMOR

Los seguidores de Jesús habrán de «navegar contra corriente» y llevar a la práctica una jerarquía de valores muy contraria a la del mundo. Ya que Jesús nos propone ganar perdiendo, vivir muriendo, etc. Esa era la lección del domingo pasado. Pues bien, el evangelio de hoy aún va más lejos. Nos presenta el precepto del amor al prójimo, pero aquilatado hasta su «quinta esencia»: el perdón, y aun el amor al enemigo. Repasemos, repasemos la asignatura de Jesús.

PRIMERA LECCIÓN.-Clara y luminosa: «Conocerán que sois mis discípulos en que os amáis los unos a los otros». Ya véis, se trata de nuestro distintivo más hermoso, capaz de cautivar a todo el mundo. Lleva a la hermandad universal, al convencimiento de que todos somos iguales. «Ciudadanos del mundo, uníos». Desde esta lección no tienen sentido las fronteras, ni las diferencias sociales: «Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer», dirá Pablo. Pero, como Jesús no era un catedrático teorizante, no se queda en los principios abstractos, sino que baja a la «praxis» y nos lleva al terreno de la vida.

SEGUNDA LECCIÓN.-«Amad al prójimo como a vosotros mismos». Concretar se llama eso. Dar en la diana. Ya nadie podrá alegar falsas ignorancias. Porque nadie como uno mismo sabe con qué anhelo, con qué decisión y tenacidad defendemos lo nuestro, buscamos lo nuestro, nos entregamos a lo nuestro. Pues..., así, así. Con esa entrega hemos de amar a los demás.

TERCERA LECCIÓN.-«Amaos... como yo os he amado». ¿Os dais cuenta, amigos, cómo se va «rizando el rizo»? No se trata de un objetivo utópico, lindante casi con lo imposible. Se trata llanamente del ideal que nos presenta Jesús: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama». Añadiendo luego: «Yo soy el buen pastor y doy mi vida por mis ovejas». Ese es, por tanto, el modelo. Cuando nuestra vida de convivencia se pone áspera y difícil, qué buen ejercicio será preguntarnos: «¿Qué haría Jesús en mi lugar?» Sí, ¡qué buen ejercicio!

CUARTA LECCIÓN.-¿Puede haber una cuarta lección? Escuchadla: «Cualquier cosa que hagáis a uno de estos hermanos míos, me la hacéis a mí». Se trata de ver, en todos, a Jesús. Ahí caminan a tu lado el charlatán y el sucio, el pelmazo y el amerengado, el repelente Vicente y el matón. Pues, eso, hay que amarlos como a Jesús, porque en ellos está Jesús, son Jesús. Pero aún queda el triple salto en el espacio y sin red protectora.

La lección «prueba y síntesis».-Perdonar al enemigo.-Leed muy despacio el evangelio de hoy: «A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen; a quien os hiere en una mejilla...», etc. Es la «espiral del amor» en contra de la «espiral de la violencia». Esta asignatura podría llamarse «la ilógica». Porque mirad: en las mismas Sdas. Escrituras hay oraciones -los «salmos de la maldición»- que veían con naturalidad las vengativas reacciones del corazón humano ante la ofensa. Ved el salmo 109: «Queden huérfanos sus hijos, y viuda su esposa. Que su posteridad caiga en el exterminio...».. Sí, en el A. T. era normal pedir a Dios la venganza y la desgracia del enemigo: «¿Cómo no odiar, Señor, a los que te odian?»

Pero Jesús pone del revés el esquema y dice: «Devolved bien por mal». El viene a crear un «orden nuevo». Y esa novedad consiste en «donde haya odio, poner amor». «Poner amor», no sólo «predicarlo». Por eso, muriendo en la cruz, dijo: «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!»

¡Ya véis, no sólo nos perdona, sino que nos declara «inocentes»!

ELVIRA-1.Págs. 236 s.


14. Sobre la primera lectura.

VIVIR EN LA PRESENCIA DE DIOS

Para captar la afirmación teológica de esta lectura, hay que intentar comprender en primer lugar a sus dos principales actores, Saúl y David. En primer lugar, tenemos la trágica figura del rey Saúl, que no logró establecer una relación positiva respecto a Samuel, el sacerdote y profeta; así se situó contra la fuerza espiritual más fuerte de Israel y no tenía más remedio que fracasar. De ahí surgió el empeoramiento de la situación política y militar y el peligro que se cernía sobre el amenazado rey por parte del joven jefe militar cargado de éxitos y amado del pueblo, David, que era, a su vez, el protegido de Samuel. Así cae en la depresión hasta llegar a obsesionarse con perseguir a David y pretender matarlo. David, por su parte, que debía considerarse como fuera de la ley, se había convertido en una especie de capitán de bandidos y de esa forma se hallaba siempre comprometido.

En esa situación, encuentra él a Saúl durmiendo y desarmado. Esta parece que es su hora. Nada más oportuno que entonces para dar un audaz golpe y conquistar de una vez el reino. Dios mismo parecía que había entregado a Saúl en sus manos. Para David, la tentación debía ser casi invencible. Pero David se niega a aprovecharse de esa oportunidad, a pesar de que los amigos le incitan a ello. El motivo para contenerse no es el «amor a los enemigos». Hay otros motivos determinantes, y en cierto sentido más profundos: en primer lugar, la reverencia a la autoridad establecida por Dios, incluso en un portador deficiente de la misma; luego, y todavía más, el temor ante el poder presente de la justicia de Dios. Esto último es el rasgo que determina propiamente la vida de David, tal como nos narran con plena claridad los libros de los Reyes. Este hombre, que, ciertamente, se veía marcado por algunas faltas y bastante graves, se hallaba, no obstante, embargado siempre por un sentimiento profundamente real de la presencia de Dios, la cual en todas partes le parecía una realidad determinante: Dios está ahí. Su ley es poder. Un éxito en contra de él, no es éxito. A veces este temor adquiere curiosos rasgos, pero no tiene nada de servil o de impuro en sí; y, a la vez, se halla empapado en una profunda confianza: situado ante la opción de caer en manos de sus enemigos o de Dios, David elige sin vacilar no el caer en manos de los hombres, sino en las manos de Dios, el cual siempre es misericordioso, aun cuando castiga. La realidad presente de Dios es para David, también en lo que aquí se nos relata, más fuerte que la realidad inmediata de su propio poder, más que su espada, que no tenía más que empuñar. Pero no la desenvaina ni la empuña porque se da cuenta de la presencia de Dios.

Ahora bien, esta historia, que nos puede parecer a primera vista como curiosamente arcaica, puede ser muy actual para nosotros. Ambos aspectos, de los que nos hemos ocupado, nos afectan. En primer lugar, la reverencia hacia la autoridad. Ciertamente, debe existir la crítica de conciencia respecto a la autoridad; sin esa crítica, el cristianismo no habría entrado en la historia. Pero la crítica cae en el vano, cuando pierde respeto y sólo tiene como normas la plausibilidad y el interés. Donde ocurre eso, incluso la democracia cae en la anarquía y se da vía libre al terror y al poder brutal. Pero todavía más central es el segundo aspecto, a saber, la vida en la presencia de Dios; el sometimiento de nuestros intereses bajo su justicia. De esta forma el antiguo testamento nos introduce en medio del sermón de la montaña del que trata el evangelio de hoy. Todas sus afirmaciones particulares no son, en último extremo, más que imágenes de una sola cosa: no hay que vivir del poder, sino del derecho; la actuación debe seguir las mismas normas; no hay que vivir del interés, sino de la verdad. Donde sucede esto, ya se han cumplido le ley y los profetas, y allí se abre e inaugura la «nueva alianza».

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 75-77


15.

SED COMPASIVOS

El domingo pasado decíamos que, junto con éste, Jesucristo nos introducía en el estilo del Reino. Y lo hacía a través de las bienaventuranzas y de la forma de ser de Dios Padre. La manifestación del Reino pasa por la confianza total en Dios. Éste era el quid de las bienaventuranzas: los pobres y desvalidos son los capaces de fiarse totalmente de Dios. La consecuencia de esta confianza radical la encontramos hoy, a punto de comenzar la Cuaresma; dejar que Dios habite en nosotros (cf. colecta del pasado domingo) significa que Dios actúa a través de nosotros: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lv 19, 2). San Lucas en el evangelio recoge este fragmento y lo reescribe: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". Esta compasión va más allá de un simple "sufrir con". Significa sentir con los sentimientos del otro, emocionarse con el que se emociona, llorar con el que llora; es algo que tendría que salir del vientre, de las entrañas de la persona, no de la reflexión o de la inteligencia.

Esta compasión es el amor gratuito del Padre, más allá de toda norma legal: "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. (...) Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura" (salmo responsorial). Es la expresión del amor del Padre que perdona al hijo, no en la medida de los pecados cometidos, sino sencillamente porque es su hijo. Parece, por tanto, que sea una misericordia sin límites. Y, ciertamente, la de Dios lo es. Con todo, los comentarios de los Padres insisten en que somos nosotros los que ponemos los límites: "La medida que uséis, la usarán con vosotros" (evangelio). Este final de la perícopa evangélica nos remite a la petición del Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Los límites de la misericordia de Dios los ponemos nosotros: son los que nosotros ponemos al perdón que concedemos a los demás.

PERDONAR A LOS ENEMIGOS

Amar de la misma manera que Dios ama. Con total gratuidad. Tal como Cristo lo hizo. Él es nuestra pauta. Es un amor que clama por pasarse los límites, que reclama hacer algo más. La primera lectura de hoy nos lo explica: este amor llega a perdonar a los enemigos.

Comenzamos por el contexto: el Señor se arrepiente de haber ungido a Saúl (1 Sam 15, 11.35). El Espíritu del Señor se había apoderado de David (1 Sam 16,13). El episodio de hoy nos sitúa en plena persecución de David por parte de Saúl. Abisay, el soldado que acompaña a David, hace un razonamiento puramente humano: "Dios te pone al enemigo en la mano"; el hecho es fortuito, y, ya se sabe, hay que aprovechar la oportunidad. David, el poseído por el Espíritu, reacciona de otra manera. Le sale de lo más profundo: hay que respetar la elección hecha por Dios y su acción. Saúl es el rey que fue ungido por el Señor.

No corresponde a David hacer justicia, sino al mismo Dios: "El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad" (1 lectura). Hagámonos eco de la segunda lectura: "el primer hombre, hecho de tierra" entiende que Dios ha puesto a Saúl en manos de David; "el hombre del cielo" prefiere respetar los planes de Dios y esperar su justicia. David se convierte, una vez más, en imagen de Jesucristo: el que ha de venir y que, en la cruz, perdonará a sus enemigos.

LA MEDITACIÓN ASIDUA DEL BIEN

Si el pasado domingo decíamos que en nosotros hay bienaventuranza y malaventuranza, luz y sombra, también hoy tenemos que decir que en nosotros hay un hombre hecho de tierra y un hombre del cielo, cuerpo animado y cuerpo espiritual (cf. 2 lectura). Vivimos el intermedio del antes y el después; ningún cambio en Dios es automático, sino dinámico. Es como el tren que nada más verlo a lo lejos decimos "ya llega", a pesar de que todavía tardará unos cuantos minutos en pararse delante nuestro en la estación. Es como la cristificación de cada hijo de Dios, hay que dejar que el Espíritu la vaya modelando. Sólo una vez realizada podremos decir: "Antes éramos semejantes al hombre terreno" ahora ya somos "semejantes al hombre celestial" (2 lectura). Mientras tanto no llegamos, vivimos entre el antes éramos y el después seremos.

Perder la vida para ganarla es este pasar del hombre hecho de tierra al hombre que es del cielo. Y perdonar al enemigo es perder la vida. El enemigo es quien nos la quita a pedazos, es el que nos corta las alas. Sólo una fe en la recompensa de Dios (como David en la 1 lectura) puede darnos aguante para amar a quien nos odia. Volvamos al estilo del evangelio: depositar en Dios toda la confianza hace posible el desprendimiento total de la propia vida. Perder la vida para ganarla. Ésta es la buena medida colmada, remecida y rebosante del evangelio de hoy. Para recibirla habrá que querer recibirla: habrá que "meditar asiduamente la doctrina para cumplir, de palabra y obra, lo que complace al Señor" (cf colecta). Este bien que tenemos que meditar nos lo pone cada día en los labios, en los salmos, en su Palabra proclamada, leída, rezada, vivida. Meditarlo será conseguir que "nuestro pensamiento concuerde con nuestra voz" (Regla de san Benito, cap. 19).

(JORDI GUARDIA
MISA DOMINICAL 1998, 3, 13-14


16.

Hoy, más que una homilía, más que un comentario de las lecturas, lo que convendría hacer es casi un examen de conciencia. Pero un examen de conciencia no sobre si tenemos que hacer esto o lo otro, o si hemos dejado de hacer aquello de más allá, sino sobre cuáles son nuestros sentimientos ante los demás.

Seguramente que el evangelio de hoy nos ha dejado un poco perplejos. Son palabras que las hemos escuchado muchas veces, pero que siempre que las volvemos a escuchar nos da un vuelco el corazón. "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian". No son palabras exageradas, son una llamada muy seria. Jesús asegura que haciendo esto es como seremos "hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos".

-Nuestros sentimientos ante los que nos han hecho daño

Realmente, ¿son estos nuestros sentimientos? ¿actuamos realmente como hijos del Altísimo? En la primera lectura hemos escuchado como David, huyendo de la persecución del rey Saúl, se encuentra con la oportunidad de matarlo. Y no lo hace. Es un gran ejemplo de estos sentimientos que Jesús quiere que tengamos.

Ninguno de nosotros, ahora, tiene enemigos como Saúl lo era de David: a nosotros nadie nos persigue para matarnos. Pero sí que todos tenemos gente que nos ha hecho daño, o que no nos ha tratado convenientemente, o que ha sido desagradecida con nosotros, o que simplemente no nos cae bien. Pensemos ahora en esta gente concreta, con sus nombres y apellidos. Pensemos y preguntémonos qué sentimientos tenemos hacia ellos. Preguntémonos sobre todo una cosa: si deseamos que puedan ser felices tal como Dios quiere que todo el mundo lo sea, o por el contrario deseamos que les pase alguna desgracia.

¿Qué se esconde dentro de nuestro corazón? Porque, ciertamente, si alguien nos está perjudicando seriamente tenemos el derecho a defendernos y a intentar evitar el daño que nos causa. Pero incluso en este caso, lo que un cristiano, un hijo del Altísimo, no puede hacer de ninguna manera es desear que aquella persona sea infeliz y desgraciada. Más bien, lo que tenemos que desearle es todo el bien posible, y tenemos que rezar por él, y si creemos que en su corazón existe la maldad, nuestro deseo ha de ser que encuentre la luz y el amor de Dios. Nunca podemos sentirnos felices por la desgracia de alguien, por mucho daño que nos haya hecho. Nunca podemos decir: "Lo tiene bien merecido". Quien dice esto, quien piensa esto, es un mal hijo de Dios.

-Nuestros sentimientos ante los que comenten crímenes

Y lo mismo podemos decir ante los males y las desgracias que conocemos a través de la televisión o de los periódicos; los asesinatos, la violencia terrorista, la crueldad de las guerras... Sí, hay que hacer todo lo posible para evitar esto, y hay que poner todos los esfuerzos en conseguir que los responsables de estos males tan dolorosos dejen de cometerlos. Pero lo que no podemos hacer es desear venganzas y acabar siendo más crueles que ellos. También estas personas han de poder ser felices; también estas personas han de poder descubrir el amor .

Y por tanto, nuestros sentimientos hacia ellas han de ser, si acaso, sentimientos de compasión, de deseo profundo de que puedan cambiar y vivir en buena convivencia con todo el mundo. Nunca sentimientos de venganza por grande que sea el mal que hayan cometido.

-Jesús, camino y fuerza

Sí, es verdad, todo esto no es fácil. Nuestros instintos más profundos a menudo nos traicionan y nos hacen pensar y sentir cosas poco cristianas. Pero ante nosotros, como camino, como modelo, como fuerza, está Jesús. Él ha vivido así. El ha tenido este corazón limpio, lleno de amor para todos. El, en la cruz, no sólo ha perdonado a los que lo mataban sino que ha pedido a Dios que los perdonara e incluso ha llegado a disculparlos: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

Nosotros, si nos unimos fuertemente a Jesús, si nos dejamos llenar de su Espíritu, si le rezamos de corazón, si nos dejamos penetrar por su Evangelio, si buscamos la fuerza que nos da la Eucaristía, iremos viviendo también cada vez más sus mismos sentimientos. Nuestro corazón latirá como el suyo.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 3, 17-18


17.

El apóstol Pablo hace un análisis de nuestra realidad terrenal. Los seres humanos fuimos creados de Adamah, polvo de la tierra, como fueron creados los demás animales. La realidad de la tierra en nuestra vida hace que tendamos al egoísmo, al desamor, a la falta de caridad, al deseo de atrapar y de acaparar hasta el punto de dejar sin nada a nuestros hermanos.

El Génesis presenta el relato de la creación que Pablo ahora está interpretando. Pablo reconoce que el ser humano tiende a lo terreno, pero, a imagen de Jesús que fue capaz de superar el egoísmo y el acaparamiento, podemos ser imagen del ser humano celestial. Jesús ha proclamado su mensaje a los discípulos y ha cambiado el ritmo normal que era común en su tiempo. Frente al proyecto de Jesús hay grandes incomprensiones ya que él enseña una nueva forma de asumir la vida. Jesús pone como regla el amor. No sólo el amor entendido entre los de la misma casa, entre los del mismo grupo, entre los de la misma cultura, ni sólo entre los de la misma religión. Jesús plantea el amor como una nueva experiencia, una experiencia que trasciende el clan familiar, la realidad cultural y la identificación religiosa. Hasta aquí la enseñanza del Maestro parece difícil, pero no imposible.

Pero Jesús de Nazaret trasciende estas esferas y toca lo profundo de las relaciones interpersonales que muchas veces son más difíciles de manejar. Es muy común hacer el bien a quien nos hace el bien, y devolver amor a aquellos que nos han amado; también es muy fácil dar agradecimiento por algo que hemos recibido.

Estas enseñanzas tradicionales que el pueblo -y dentro de éste los discípulos- habían asimilado, son las que combate Jesús con su nueva enseñanza. Él propone una forma de vida que a nuestro parecer es imposible de vivir. También nosotros hemos nacido en una sociedad netamente egoísta. Y solemos reproducir respuestas similares a las que recibimos. Vivimos en una sociedad que no ha sido capaz de asimilar el mensaje profundo del evangelio, y nos hemos dejado absorber por el egoísmo, por la falta de amor y por la incapacidad de perdonar.

La sociedad del tiempo de Jesús era una sociedad dañada en sus estructuras. Los individuos vivían corrompidos producto del mal que habían dejado crecer en medio de ellos. Jesús les trae una nueva forma de ver la realidad y de enfrentarse a la vida. Ellos tienen la última palabra ya que Dios les ha regalado su propia Palabra encarnada en la Historia, Jesús mismo.

La propuesta de Jesús es difícil de acoger. Difícil por que todos estaban acostumbrados a vivir de acuerdo a la realidad cultural que habían asumido. Pero Jesús ha comprendido esto y por eso sabe que su enseñanza será bastante exigente, ya que los seres humanos creados de tierra tiramos con mucha facilidad al egoísmo, al acaparamiento, y nos refugiamos en estructuras que justifican nuestros comportamientos individualistas y acaparadores.

El próximo miércoles es miércoles de ceniza y comienza la cuaresma. Hoy domingo no podrá dejarse de dar el aviso correspondiente en los centros pastorales, así como el anuncio del programa de actividades pastorales específicas.

Oración comunitaria:

Dios, Padre y Madre de todos nosotros, que en Jesús nos has mostrado el dechado del amor perfecto: universal, desinteresado, gratuito, dispuesto al sacrificio, abierto a todos, incluso a los enemigos... Envíanos tu Espíritu para que nos llene de aquel amor que con su palabra y con su vida nos mostró Jesús, tu Hijo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Para la oración de los fieles:

-Para que la vida de la comunidad cristiana sea una experiencia de gratuidad, contrastante con la sociedad en que vivimos, donde todo está comercializado y valorado económicamente, roguemos al Señor...

-Para que la vida de la Iglesia, especialmente la práctica de los sacramentos, quede lejos de toda comercialización...

-Para que seamos capaces de amar y de desear el bien a nuestros enemigos...

-"No juzguen y no serán juzgados"... Para que la Iglesia no condene, sino que salve al mundo...

-"Con la medida que midieren serán medidos"... Para que se extienda la tolerancia en nuestras sociedades en todos los campos: ideológico, religioso, cultural...

-Para que la comunidad cristiana universal viva intensamamente en la cuaresma que vamos a comenzar este próximo miércoles, miércoles de ceniza...

Para la reunión de grupo:

-Hay un cierto "amor" que se da también en los animales: de las madres hacia sus crías, por ejemplo; ¿es amor? ¿En qué se diferencia el amor propio del ser humano?

-¿Hay formas de amor en los seres humanos que no se diferencian mucho de la de los animales? ¿Cuál sería la especificidad del amor del ser humano?

-Jesús dice que hay muchas formas de amor que "también eso lo hacen los paganos". ¿Cuál sería la característica principal del amor según Jesús, la característica del amor cristiano?

-¿Qué significa el amor cristiano gratuito en una época neoliberal y mercantilista, donde todo se compra y se vende, donde no hay lugar a la gratuidad? ¿Cómo vivir hoy este mensaje de Jesús?

Para la revisión de vida

-¿Cómo va la gratuidad de mi amor? ¿Amo por que en el fondo me gusta, o a las personas que me gustan, o porque me gusta quedar bien ante mí mismo? ¿Soy capaz de amar a quienes no me agradan, o incluso a quienes me desagradan?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


18.

COMPASIVOS COMO EL PADRE

1. El primer libro de Samuel pone de relieve la grandeza de alma de David, intrépido y confiado en Dios cuando vence a Goliat, pero agigantado cuando vence en sí mismo el miedo de que Saúl lo mate y cuando supera el odio y la sed de venganza, que debió desencadenarse en su corazón, cuando Dios le puso al enemigo en sus manos, como le ha dicho Abisaí. Es un modelo precristiano de nobleza, magnanimidad, generosidad y perdón, que el mismo Saúl tuvo que reconocer. David espera confiadamente que el Señor imparta la justicia y respeta la unción con la que fue consagrado el rey Saúl Samuel 26,2. David no se venga, porque no quiere atraer sobre sí la maldición por ha-ber matado a un hombre consagrado por el Señor, sino que quiere que sea Dios mismo el que le haga justicia respecto a Saúl. Jesús dice: «Haced el bien... con los malvados y desagradecidos», no esperando que Dios los castigue, sino imitando al Padre celestial, que es misericordioso con todos. El mejor modo de no tener enemigos es amar a los enemigos. Criticaban a Abrahán Lincoln por su indulgencia con sus enemigos recordándole que su deber como presidente de los Estados Unidos, era aniquilarlos: “¿Acaso, no destruyo a mis enemigos cuan-do los transformo en amigos?”

2. El judaísmo había establecido la ley de la igualdad de correspondencia: Haz lo mismo que te hagan a tí. Al que te trata bien, trátalo bien. Al que te trata mal, tú también trátalo mal: "Si membrum rumpit, talio esto", decía el Talmud. Cuando esta ley fue incorporada al derecho romano, recibió el nombre de ley del talión, derivado del latín "talio esto". Esta ley nacía de un espíritu de justicia y moderación. El crimen contra un miembro del clan, era vengado por el Go'el. Para impedir abusos, se imponía la ley del "talión": "fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente" (Lv 24,20). "Vida por vida, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal" (Ex 21,24). Esta ley, progresista cuando fue dada, era necesaria en una cultura primitiva, para impedir los excesos de la venganza, cuando la venganza no tenía límite.

3. La dialéctica marxista exigía la destrucción del enemigo para alcanzar la armonía final. Los partidos políticos sacrifican todo en su propio beneficio. La dialéctica humana, desprovista de la gracia y de la civilización, engendra el egoismo, la tendencia más profunda del hombre, que quiere a los otros mientras representan un valor para su vida, porque se les puede sacar provecho, o porque los utiliza. Porque pueden devolverle lo que en ellos se invierte. Se mira a los demás como peldaños, o, peor, se los usa como klynex. Amar como el Padre será amar sin esperar nada a cambio, será amar a los que no nos aman, a los que nos perjudican, nos odian, nos hacen mal, calumnian, injurian, envidian. Ahí está David perdonando a quien le busca para matarlo y que si él no le mata, seguirá estando en peligro su vida. Aquí se sacrifica el egoismo. Cuando amamos porque nos aman, o porque esperamos cobrar, no somos diferentes de los pecadores, que también obran así. Aún no somos cristianos.

4. En el Antiguo Testamento se manda amar al prójimo, pero el prójimo era sólo el judío: "Sabéis que se dijo: <Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo>". Naturalmente el odio a los enemigos era un dicho de los judíos, no un mandato bíblico,.

5. Frente a todas estas filosofías, Jesús nos dice: No sólo al prójimo, hay que amar a todos, sean judíos o no, "para que seáis hijos de vuestro el Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5,43). Incluso: "Amad a vuestros enemigos" Lucas 6,27. Es la característica principal y el corazón del evangelio. No al odio. Los discípulos de Jesús nunca deben buscar la venganza. No a la ley del "talión". Al contrario, deben aceptar la humillación, presentar la otra mejilla, y prestar el servicio que se les requiera. No a la violencia. No al resentimiento. Un sí al amor.

6. El judaísmo trataba a cada uno según sus obras. Es lo natural. Pero eso lo saben hacer también los que no creen en Dios: devolver mal por mal, bien por bien. Pero vosotros no sois paganos, sino hijos del Padre del cielo. Imitadle. El es compasivo, vosotros también. Haced el bien. Amad aunque no seáis amados. Dad sin esperar que os lo paguen. Devolved bien por mal.

7. Jesús introduce una razón antropológica: "Tratad a los otros como queréis que os traten a vosotros": "Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor" (San Juan de la Cruz). Pero no por eso deben dejar de cumplir el orden. Jesús mismo, aunque sufre la humillación, protestará por la bofetada (Jn 18,23). Y manda que el que no tenga espada que venda el manto y compre una espada (Mc 22,36). Pablo apelará al César (Hch 25,11).

8. Si los dioses griegos no amaban, pues sólo eran el modelo y la meta a imitar, el Dios de Jesús ama hasta entregar a la muerte a quien más ama: a Su Hijo, al que sumergió en la vorágine del pecado, para salvar a los hombres pecadores. Aquí está la novedad del amor del evangelio y su corazón. Escalofriados los primeros cristianos introdujeron en el idioma griego la palabra "Agape", para designar la imitación del amor del Padre, con el que ellos se amaban. Esta es la razón teológica para amar. Frente al modelo social que vivían los discípulos y el resto del pueblo, Jesús propone un modelo de vida que a nuestro pensar se nos hace imposible de vivir. Nosotros hemos nacido en una sociedad egoísta, y por lógica social, solemos responder de la misma forma como nos tratan. Jesús va mucho más lejos e invita a los discípulos a superar el egoísmo y a construir una nueva experiencia, donde la justicia, la fraternidad, la igualdad y el amor sean la norma de la vida de todo hombre y de toda mujer. Estamos llamados a vivir de forma creativa y desde la libertad, toda la ética que Jesús durante su vida nos propuso. Cuando asumamos el compromiso de vivir como Jesús vivió, entenderemos que es posible pensar y organizar este mundo como cristiano.

9. “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados”. No quiere decir que si no juzgamos no seremos juzgados, pues sabemos por experiencia que no siempre esto se cumple; el sentido es: no juzgues a tu hermano, hasta que Dios no te juzgue a ti; o mejor: no juzgues a hermano, porque Dios no te ha juzgado a ti: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu herma-no, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?” (Mt 7,3). El pecado del prójimo que tú has juzgado es una pajita comparado con el pecado del que juzga. Ese es una viga. “¿Quién eres para juzgar al prójimo?” (Sant 4,12). Sólo Dios puede juzgar porque sólo él conoce los secretos del corazón, la intenciónes y los fines. ¿Qué sabemos lo que pasa en el corazón de otro hombre cuando realiza una acción? ¿Qué sabemos de sus condicionamientos, temperamento, educación, complejos y de miedos que lleva dentro? Juzgar es una operación muy arriesgada. Lanzar una flecha con los ojos cerrados expone a ser injustos, despiadados y cerrados. Si no nos entendemos a nosotros... Nuestros juicios casi todos son temerarios, arriesgados, basados en impresiones. Son prejuicios. En una narración de los Padres del desierto se lee que un monje anciano, juzgó severamente a un joven que había pecado, y dijo públicamente: “¡Cuánto daño ha hecho al monasterio!” Esa noche un ángel le manifestó el alma del hermano, que había pecado, y le dijo: “Este es el joven que tú has juzgado; ha muerto. ¿Dónde quieres que lo mande al paraíso o al infierno?” El anciano pasó el resto de su vida con gemidos y súplicas a Dios pidiendo perdón de su pecado. El que juzga, se atribuye la responsabilidad de decidir el destino eterno de los hermanos. Sustituye a Dios. “No condenéis y no seréis condenados”. Una madre y un extraño pueden juzgar por el mismo defecto a un niño. Pero, iqué distinto es el juicio de la madre del del extraño! La madre sufre por aquel defecto, como si fuera suyo; se siente responsable; ella arranca juzga a su hijo deseaando con toda su alma que se corrija; pero denuncia a su hijo, ni lo grita ni lo propaga. “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”.

10. En el evangelio de hoy también está presente la gratuidad del amor, como lo más elevado del amor humano, lo que lo hace realmente humano. Como he dicho antes, “Si amáis a los que os aman...”, o a aquellos de quienes esperáis recibir recompensa, o aquellos que por su misma forma de ser agradable ya “pagan” el amor que se les otorga, ese amor no es verdadero amor, sino que puede ser simplemente un egoísmo disfrazado de amor. En ese tipo de “amor captativo” la persona ama por un interés, ama a cambio de algo, y da para que se le dé. El amor de Jesús es el ideal del amor maduro, amor “oblativo”, que se da y se ofrece sin pedir nada a cambio, sin comerciar con el amor, ni esperar la “paga”. Un amor capaz de amar a los que no pueden pagar, a los “no agradables, incluso a los desagradables, y también a los que “no se lo merecen”, y hasta a los enemigos. Ese amor maduro y gratuito es la eclosión de la capacidad humana de superar las limitaciones de nuestras tendencias egocéntricas.

11. Por eso el salmista nos hace hoy cantar, en clima de perdón y de misericordia: "El perdona todas tus culpas. El es lento a la ira. No nos trata como merecen nuestros pecados. Tira lejos nuestros pecados, tan lejos, como de donde nace el sol hasta donde se pone. Es compasivo y misericordioso. Siente ternura por sus hijos como un padre. Por eso: Bendice al Señor" Salmo 102.

12. ¿Quién podrá cumplir estos preceptos, tan contra la naturaleza viciada por el pecado? "Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,26). Para poder amar como Dios, como el Padre, Jesús nos da su Espíritu, que para eso ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5,5). Para que dejemos de ser "hombres terrenos y nos convirtamos en hombres celestiales a imagen del hombre celestial, que es el último Adán, que es Espíritu que da vida" 1 Corintios 15,45.

Para que esa semilla crezca hemos de cultivarla con nuestro esfuerzo, regado con nuestra oración.

13. Ese amor de Dios que hemos cantado con el salmista, se hace presente otra vez hoy. El cuerpo de Cristo que vamos a consagrar y a partir, destrozado por nosotros, la sangre derramada que vamos a beber, actualizan su amor y nos vivifican para que vivamos el amor con su energía que nos vitaliza y nos salva.

J. MARTI BALLESTER