29 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO

1-10

1.

Toda la vida en el mundo está edificada sobre la ley del eco. Si mi prójimo se muestra amable y servicial, recibe de mi parte el correspondiente eco de amabilidad y servicio, pero si perturba mi paz o amenaza mis intereses elevo mi voz trayendo a colación seriamente derechos y deberes.

Así están las cosas en el plano humano y en principio nada se puede replicar en contra. Pero desde el momento que veo al otro con los ojos de un discípulo que ha escuchado el sermón de la montaña, lo veo en otra perspectiva: Jesucristo ha muerto por el otro, por ese patrono, antipático, molesto y quizá sin carácter y esto le da una importancia infinita. Antes lo veía sólo desde el punto de vista de mi utilidad o perjuicio. Entonces estaba yo en el centro de todas las reglas según las cuales actuaba. Yo mismo era el fin para el cual el otro era un medio apropiado o inadecuado.

Pero ahora, bajo la influencia del sermón del monte, se modifica toda la cuestión. Ya no ocupo yo el centro, sino el otro. Y entonces me pregunto: ¿Cómo ha podido volverse así?. Quizá tuvo una infancia desgraciada que lo marcó para toda su vida. Quizá padece dolores graves en su cuerpo o en su espíritu que han amargado su carácter. Quizá ha heredado un temperamento difícil y habría que verlo con los ojos de la comprensión y de la misericordia. Esta caballerosidad del amor ¿no modificaría misteriosamente nuestra conducta?. Aquí, como todo en la vida, es el tono el que hace la música: hay una gran diferencia si un padre castiga a su hijo con cólera, es decir, por egoísmo y para experimentar una cierta satisfacción de su cólera o bien tiene que utilizar este procedimiento doloroso porque en este caso le va a servir al hijo y es indispensable para su educación. También en este caso de emplear la dureza, el tono del discípulo de Jesús será decisivo: se trata de tu servicio y no de mi derecho, padecería daño tu alma, si te dejase pasar esto, por eso me opongo. Un discípulo de Jesús obra bajo los ojos de su Maestro de otro modo distinto, ya sea que insista en el derecho por el bien del otro, pero no por fanatismo legal o por egoísmo dentro de la legalidad. Jesús no intenta con estas palabras dar nuevos preceptos de la Ley, sino colocar ante nuestros ojos la meta de nuestra acción: los demás.

A/ENEMIGOS: ¿Cómo puedo llegar a amar a un enemigo?. Comencemos con la cuestión previa de cómo ha llegado Jesús a amarlos, que incluso le fue posible pedir en la cruz por ellos?.

Dijo "Perdónalos porque no saben lo que hacen" (/Lc/23/34). Estas palabras sólo se pueden pronunciar cuando se ve algo distinto de un populacho excitado sádicamente. Sólo lo puede decir cuando en todos los que rodean su cruz ve hijos pródigos y equivocados. Atraviesa con su mirada la capa externa de estiércol y ve lo que propiamente este hombre es en el fondo de su ser. Todo hombre es, en última instancia, una idea de Dios. Cuando Juan XXIII visitó a los criminales en la cárcel, los saludó con estos títulos: "mis buenos hijos y queridos hermanos", "hijos de Dios".

El amor al prójimo no reside en un acto de la voluntad, con el que intento reprimir todos mis sentimientos de odio, sino que se basa en una gracia: en que se me dan unos nuevos ojos para ver al prójimo.

Todos los desgraciados, amargados y malos a tu alrededor esperan esta mirada nueva de discípulo de Jesús, exactamente como tú la esperas: todos tienen nostalgia de esos nuevos ojos que son una gracia y que hace de los publicanos y las prostitutas hijos e hijas de Dios. Esta filiación hay que creerla, del mismo modo que tiene que ser creído el Padre de tales hijos.

Demos gracias a Dios de que como comunidad cristiana, en medio de este mundo de odios y envidias, de aprovechados y fríos calculadores de propios intereses, tengamos unos ojos nuevos para contemplar a todos esos hijos pródigos y así tendamos un puente que conduce al corazón del enemigo.

DABAR 1977 17


2. A/GRATUIDAD  PERDON/ENEMIGOS 

El amor al enemigo es un amor que acaba con el enemigo: Pero no con el hombre. Es la única fuerza que puede batirse cuerpo a cuerpo con el odio. Frente al enemigo se pueden adoptar tres actitudes: suponer que no es enemigo, imaginar que aquí no ha pasado nada y no tomarlo en cuenta, en cuyo cosa todo seguirá igual; o enfrentarse al enemigo y responder a su agresión con las mismas armas, oponiendo odio al odio, en cuyo caso siempre vencerá el odio y caeremos en la espiral de la violencia; o, finalmente, y ésta es la actitud que nos pide Jesús, amar al enemigo y hacer bien a los que nos odian, conscientes de que el mejor bien que podemos hacer al enemigo es despojarlo de sus armas para ganarlo como hombre.

* Es el amor: A diferencia de la justicia, y más allá de la justicia, el amor es por esencia gratuito y no responde a ningún derecho. No consiste, pues, en un intercambio: esto por aquello.

Si amamos a los que nos aman y sólo porque nos aman, siempre tendremos la duda de si amamos o no de verdad. Pues el amor sólo puede revelarse sin equívocos cuando es amor al enemigo, ya que nada cabe esperar del enemigo. Esto no quiere decir, claro está, que el amor consiste sólo en amar a los enemigos; pero sí quiere decir que el verdadero amor se manifiesta en el caso extremo de amar a los enemigos.

EUCARISTÓA 1977, 10


3.

-Siempre más. La palabra de JC que hemos escuchado tiene un cierto tono exagerado, que es fruto de su radicalidad. No quiere quedarse a medio camino: espera mucho de nosotros. Aunque nosotros no nos sintamos capaces de todo lo que JC nos pide, tampoco podemos escamotear lo que El dice. Nuestra respuesta podría ser: reconocemos que no actuamos como Tú nos pides, pero quisiéramos hacerlo mejor; nos comprometemos a hacerlo mejor.

Avanzar por un camino de mayor amor, de un amor más desinteresado, más generoso. Esta es la moral de JC: no unas normas con las que quedemos satisfechos si las cumplimos, sino un siempre más, un atreverse por un camino de más amor, de darse más, de prohibirnos el juzgar o condenar (¿es esta nuestra práctica?). Preguntémonos cómo intentamos recorrer esta senda: con el vecino antipático, con el jefe autoritario, con el compañero molesto, en la convivencia familiar, con quienes tienen opuestas opiniones políticas, con...

¿Intentamos cumplir aquello que dice JC: "Actuad con los demás como quisierais que ellos actuaran con vosotros"? O, más aun: "Amad como el Padre ama". Nunca podremos decir: sí, así lo hacemos. Pero podemos acercarnos algo más a ello.

-Todos, también los enemigos. La exageración del lenguaje de JC quiere desarmar nuestras excusas: si los demás no lo hacen conmigo, yo tampoco lo hago con ellos. Lo que JC nos dice es que la excusa no vale. No la usa el Padre con nosotros (¿qué sería de nosotros si el Padre nos devolviera la misma falsa moneda que pretendemos endosarle?). Los seguidores de JC no podemos excluir a nadie de nuestro amor (como el Padre no excluye).

Evidentemente, en este caso el amor no es un sentimiento espontáneo, pero tampoco es una hipocresía: es comenzar a realizar ahora aquello que Dios realizará plenamente en su Reino, la fraternidad sin fronteras. Quien ama así, ama cada vez más, porque Dios le verterá una medida generosa, rebosante. ¿No hemos conocido personas que sabían amar así? Son quienes nos muestran qué es el amor, que hacen presente a Dios en nuestra vida.

Sin excluir a los enemigos. Las palabras de JC son realistas. No imagina un mundo fácil: por eso habla de enemigos. A el no le faltaron. Pero supo amarlos. Sin apartarse de su camino de verdad y justicia. Pero intentándolo todo para que se abriesen al amor del Padre. Es lo que debemos intentar nosotros: no excluir a nadie del amor, no condenar ni juzgar a ninguno. Lo que nunca hace JC -ni podemos hacer nosotros- es volver mal por mal, sino bien por mal. Siempre, cueste lo que cueste. Participar en este banquete que nos dejó JC la noche antes de la muerte que le habían preparado sus enemigos, es comulgar en este amor sin condiciones que es el de Dios.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1977, 4


4.

-Héroes (primera lectura y evangelio)

El ejemplo del rey David es un punto de partida simple y claro: un perseguido se halla frente a la ocasión para hacerse con el poder matando a Saúl, pero no da paso a la natural venganza.

David es imagen del hombre que se domina, que domestica su comportamiento espontáneo, que, a pesar de la tribulación, reflexiona y sabe hacer el bien lúcidamente. David es, en esta ocasión, un héroe. (Entre paréntesis quisiera decir que nuestra predicación da poca cabida a los héroes, mejor dicho, a los modelos, ya sean de la biblia ya de los santos de la Iglesia.

Quizás sea difícil, sobre todo en lo que se refiere a estos últimos, pero nuestros creyentes necesitan imágenes....).

De la anécdota davídica se puede pasar a la reflexión evangélica, destacando el hecho de que hoy, en relación con el domingo pasado se concreta la conducta de los "bienaventurados". El creyente es uno que está llamado a la heroicidad de perdonar y amar al enemigo. El tema es bonito en su enunciado, pero difícil de vivir. Habría que enfocarlo desde distintos ángulos: desde la realidad familiar a la social. Las concreciones: peleas entre familiares y parientes, rencores y maledicencias entre vecinos, excomunión -al menos espiritual- de los que no piensan igual, venganzas premeditadas para cobrarnos la factura de los malos ratos que nos han hecho pasar.... Jesús nos dice que para los que nos desprecian, los que nos tienen envidia o malquerencia, los que nos abofetean legal o verbalmente, la única actitud que cabe es el amor. Creer que la única fuerza que vence es el amor, es algo muy difícil y que determina muy claramente la vida en una dirección. Apreciamos mucho la eficiencia inmediata y reclamamos el cadáver (al menos espiritual) del enemigo. "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten". Es la única posibilidad. ¿Una heroicidad? No es eso, sino una normalidad evangélica que sólo conoce un recurso: la ternura, generosidad y la amabilidad. El juicio divino está ligado a la capacidad para ser generoso.

Perdonar es duro, pero forma parte de la lógica de la fe. Invitar a reflexionar de verdad sobre estas faltas de lógica cristiana que fácilmente se cometen: exhortar al restablecimiento de relaciones rotas y a la reconciliación, en definitiva a vivir como salvados, como poseídos por la fuerza arrebatadora del amor que perdona y que ama de nuevo. Es así el amor cristiano: no aprovecha la ocasión de la venganza, no ama esperando que le den las gracias.

J. GUITERAS VILANOVA
MISA DOMINICAL 1974, 3b


5.

Aunque el texto de las Bienaventuranzas, leído el domingo pasado, apela a Dios cuya intervención eficaz promete, el fragmento de evangelio propuesto para este domingo (v. 27 a 36, y no a 38) no sigue el mismo razonamiento. Se dirige a cristianos: "vosotros que me escucháis", colocados en una situación difícil; hay unos enemigos que los "odian", los "maldicen", los "maltratan", les hacen pasar mil vejaciones, descritas con fórmulas más o menos metafóricas: pegar en una mejilla, quitar la capa, llevarse lo de uno, etc. Lo que Jesús quiere reglamentar en su discurso es la actitud que hay que adoptar frente a estos adversarios brutales.

¿Qué pide? Una actitud profundamente original. Los discípulos de Jesús deben tener un modo de vida radicalmente distinto del adoptado en su entorno por los que Jesús llama "los pecadores". Estos "pecadores" no ignoran, sin embargo, el amor: saben "amar a los que les aman", "hacen bien a los se lo hacen a ellos", prestan a quienes lo necesitan, con el deseo de recibir lo equivalente a su préstamo: formas todas de obrar que todos consideramos muy laudables.

Los discípulos de Jesús no pueden, sin embargo, limitarse a este comportamiento notable; no puede bastarles actuar como los "pecadores". Deben llegar más lejos, precisamente por ser discípulos de Jesús. Incluso amarán a los que no les aman, harán el bien a quienes no se lo hacen a ellos, prestarán sin esperanzas. Así, adoptando una actitud original, harán ver la originalidad de su estatuto de discípulos de Jesús. Yendo más lejos que los "pecadores", los discípulos de Jesús obtendrán un resultado fundamental: serán "hijos del Altísimo"; imitarán a Dios que "es bueno con los malvados y desagradecidos".

Adhiriéndose a Jesús, escuchando su enseñanza -"Vosotros que me escucháis"-, adoptando el estilo de vida original que él pide, imitan la bondad de Dios, se hacen semejantes a El, son realmente sus hijos.

Como "hijos del Altísimo", estos discípulos tendrán naturalmente derecho a la herencia: "Vuestra recompensa será grande".

Es digno de notarse que en medio de consideraciones tan elevadas el evangelista haya tenido en cuenta un consejo propio, según parece, de una inspiración que podríamos decir más realista: "Lo que queréis que los demás hagan por vosotros, hacedlo también vosotros por ellos". A algunos les parecerá quizá que este consejo suena a "interesado" y que desentona en el discurso hasta aquí desarrollado: "Ser hijos del Altísimo" y después..."que hagan por vosotros". Este consejo no es excepcional en el evangelio. Conecta con la fórmula encontrada en otra parte en el mandamiento del amor: "amar al prójimo como a sí mismo" (/Lc/10/21). Resulta fácil desarrollar una teoría sobre el absoluto desinterés del amor fraterno y considerar engreídamente estas fórmulas como "interesadas". Sería preferible subrayar las exigencias prácticas contenidas en la breve expresión: "Amar al prójimo como a sí mismo". He ahí unas palabras que llevan lejos e incluso muy lejos. Tener por norma el que el instinto de conservación, la necesidad de vivir, tan poderosos en todo ser humano, no queden en reacciones orientadas únicamente al bien individual, sino que se pongan al servicio de los hermanos y aun de todos los hombres, he ahí algo que ha de tener consecuencias extremas que sólo puede calcular quien se pone a practicar efectivamente tal precepto. Además, amar a sus enemigos, bendecir a los que maldicen, es también "hacer a los demás un bien que uno quisiera le hiciesen los demás...". Por más que parezca restringido al interés personal, el precepto de Jesús está dotado de una extensión ilimitada.

Añadamos dos consideraciones más. La primera, para recordar cómo Lucas se complace en presentar a Jesús practicando él mismo durante su Pasión el amor y el perdón que había pedido. La frase: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (/Lc/23/34) ilustra perfectamente el "orad por los que os maltratan". Y una segunda consideración, finalmente, para notar que Esteban, a su vez, imita perfectamente a Jesús y observa a la letra la invitación al perdón de los enemigos, exclamando ya próximo a morir: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (Hech/07/60). Todo el relato de la Pasión según san Lucas, completado con el de la muerte de Esteban, pueden leerse como ilustraciones del sermón sobre el amor a los enemigos, presentado este domingo como evangelio.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 158


6.

-Ser compasivos como Dios lo es con nosotros (Lc 6, 27-38)

Tenemos que remitir al evangelio de san Mateo, proclamado en el Ciclo A de este mismo domingo. San Lucas recoge el mismo texto que san Mateo, inspirándose como él en la lectura del Levítico proclamada este mismo domingo, en el Ciclo A: "Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo" (Lv 19, 2). Sin embargo san Lucas ha modificado el texto del Levítico y escribe: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". El final de este pasaje -"La medida que uséis la usarán con vosotros"- nos remite a la oración del Señor, el Padre nuestro: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos". Los comentarios de los Padres insisten en que somos nosotros quienes señalamos a la infinita misericordia de Dios sus límites: estos son los que nosotros mismos pongamos al perdón que otorguemos a los demás. Aquí es donde encontramos la verdadera originalidad del evangelio y el modo de vivir propio del cristiano. En medio de su actuación en el mundo, el cristiano se conduce como un ser original, incomprendido, tenido por ingenuo por los que juzgan según los caminos de los hombres. Ideal difícil de alcanzar. Y sin embargo, nadie puede llamarse verdaderamente cristiano, si no se pone a perseguirlo.

-Perdonar a nuestro enemigo (1 Sam 26, 2...23)

La lectura del Antiguo Testamento nos coloca ante un caso noble de liberalidad y de respeto a la vida del enemigo y a su persona ungida por el Señor. El relato es fascinante; lo es más, si se le encuadra en su contexto. En efecto, el Señor se arrepiente de haber ungido a Saúl (1 Sam 15, 11.35). El Espíritu del Señor vino sobre David (16, 13). Las circunstancias de este episodio en que se ve a David perseguido por los soldados de Saúl, se ponen muy de relieve, y el compañero de David, Abisaí, comprendió como comprendería cualquier hombre: Saúl cayó en sus manos; el hecho es providencial, así que hay que aprovecharlo. En cambio, la reacción de David, precisamente por estar inspirado por el Señor, es completamente distinta.

Tiene un respeto instintivo a la elección hecha por Dios y a su acción. Necesita tener otras indicaciones más claras para suprimir así a quien fue ungido por el Señor; se niega a descargar su mano sobre el rey que recibió la unción del Señor. Confía en que el Señor le hará justicia. "El Señor -grita David a Saúl- recompensará a cada uno su justicia y su lealtad". Pero no quiere tomarse la justicia por su mano. Abisaí había entendido que el Señor le entregaba en sus manos a David. David interpreta de modo totalmente distinto las circunstancias. Prefiere respetar los planes mismos de Dios y quedar a la espera de su justicia.

El relato es grandioso; todavía hoy, al leerlo, consideramos que honra a la humanidad. Así debería ocurrir hoy día por parte de cada cristiano respetuoso con el plan de Dios sobre cada uno de los hombres creados por él. En David compasivo se ha visto el tipo mismo de Cristo. Es el ungido que anuncia al que ha de venir y que en su cruz habrá de perdonar a sus amigos.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982. 147 ss.


7.

"A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian". ¿Qué podemos hacer los creyentes de hoy ante estas palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores? No cambia mucho en las diferentes culturas la postura básica de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante alguien de quien sólo se pueden esperar daños y peligros.

El ateniense Lisias (s. v antes de Cristo) expresa la concepción vigente en la antigüedad griega con una fórmula que sería bien acogida en nuestros tiempos: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos.»

Por eso hemos de destacar todavía más la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo, considerado por los exégetas como el exponente más diáfano del mensaje cristiano.

Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él (philia), menos todavía en una entrega apasionada (eros), sino en una apertura radicalmente humana, de interés positivo por la persona del enemigo (agape). Este es el pensamiento de Jesús. El hombre es humano cuando el amor está en la base de toda su actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos debe ser una excepción. Quien es humano hasta el final, descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy desfigurada que se nos pueda presentar. Y no adopta ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud positiva de interés real por su bien.

Quien quiera ser cristiano y actuar como tal en el contexto de violencia generado entre nosotros ha de vivir todo este conflicto sin renunciar a amar, cualquiera que sea su posición política o ideológica.

Y es precisamente este amor universal, que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos sin exclusiones, la aportación más positiva y humana que puede introducir el ciudadano o el político cuya actuación quiera inspirarse en la fe cristiana.

Este amor cristiano al enemigo parece casi imposible en el clima de indignada crispación que provoca la violencia terrorista. Sólo recordar las palabras evangélicas puede resultar irritante para algunos. Y, sin embargo, es necesario hacerlo si queremos vernos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.

Hay dos cosas que los cristianos podemos y debemos recordar hoy en medio de esta sociedad, aun a precio de ser rechazados. Amar al delincuente injusto y violento no significa en absoluto dar por buena su actuación injusta y violenta. Por otra parte, condenar de manera tajante la injusticia y crueldad de la violencia terrorista no debe llevar necesariamente al odio hacia quienes la instigan o llevan a cabo.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 71 s.


8.

EL PERDÓN DE UN PUEBLO

Perdonad y seréis perdonados

Es doloroso para un creyente escuchar las consignas que se gritan entre nosotros tratando de arrancar a nuestro pueblo su capacidad de perdonar. De muchas maneras se quiere presentar el perdón como una actitud indigna, propia de quienes no aman de verdad al pueblo, una virtud propia de débiles, una resignación cobarde de aquellos que no se atreven a luchar por su libertad.

Sin embargo, no se hará la paz en nuestro pueblo si, por encima de apasionamientos y enfrentamientos viscerales, no cultivamos una actitud de perdón. Sin el perdón mutuo, nunca podremos liberarnos del pasado ni nos abriremos paso hacia un futuro que hemos de construir entre todos. En algún momento hemos de olvidar de manera consciente y generosa las injusticias pasadas para iniciar un diálogo nuevo. Una lucha animada sólo por la voluntad absoluta de lograr los propios objetivos políticos, sin sensibilidad alguna hacia el perdón y mutua comprensión, degenera siempre en venganza destructiva y odio irreconciliable. Por este camino, jamás se logrará entre nosotros una paz firme y estable.

Hemos olvidado la importancia que puede tener el perdón para el avance de la historia de un pueblo. Sin embargo, el perdón liquida los obstáculos que nos llegan del pasado. Despierta nuevas energías para seguir luchando. Reconstruye y humaniza a todos porque ennoblece a quien perdona y a quien es perdonado.

Los creyentes hemos de descubrir y reivindicar entre nosotros la fuerza social y política del perdón. Sin una experiencia colectiva de perdón, la sociedad queda mutilada en algo importante.

Las palabras de Jesús: «No condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados», no han de ser sólo una invitación a adoptar personalmente una postura de perdón. Nos tienen que urgir, además, a cultivar un clima social de perdón, absolutamente necesario para avanzar hacia la paz.

Nuestra actitud de perdón nace de la experiencia gozosa de sentirnos perdonados por Dios. Experiencia que nos ha de ayudar, a pesar de todas las reacciones en contra, a defender el perdón, por amor precisamente a ese pueblo al que queremos ver luchar por sus derechos por otros medios que no sean los de la venganza.

La capacidad de perdonar con generosidad puede ser, para un pueblo, más importante y mas liberador que la capacidad de recordar con espíritu vengativo las injusticias del pasado.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 311 s.


9. 

Frase evangélica: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»

Tema de predicación: LA NUEVA LEY DEL AMOR

1. Todos llevamos dentro un germen de enemistad que, en determinadas ocasiones, se convierte en esa impresionante y enigmática realidad que es el odio. El odio a los enemigos es como un mal que envenena, un impulso de persecución, una inmadurez peligrosa; nunca produce satisfacción, sino angustia, dado su carácter destructivo. Pero el odio a los enemigos ha sido, por desgracia, moneda corriente. De ahí que en muchos códigos morales se dé la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente.

2. Lucas señala dos gestos de radicalidad generosa: poner la otra mejilla a quien te golpea y dar la túnica a quien abusa de ti. De este modo quiere recalcar actitudes básicas: no sólo hay que rechazar el odio y la venganza, sino que hay que devolver bien por mal. La conducta del discípulo de Jesús se basa en el amor, en el perdón, en la defensa de la vida, sin caer en la pasividad, en la resignación o en el conformismo.

3. Para educar a sus discípulos, Jesús se dirige al corazón, a la persona, desde la instancia del amor. Pero cuando hay odio, porque falla el amor, el fallo no es del Evangelio, sino de las actitudes egoístas humanas, ya que en este caso no prevalece el bien común ni el desarrollo de la persona.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos dejamos llevar por el odio o el desprecio?

¿Como podemos educarnos en actitudes cristianas de generosidad?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 284 s.


10.

Las otras bienaventuranzas de Lucas

Comienzo hoy con un texto impresionante de Buda: "Querido Bhikus, aun cuando ladrones y asesinos os cortasen con una sierra afilada un miembro tras otro y vosotros os encolerizaseis en vuestro corazón... Incluso en este caso debéis comportaros así: no queremos pensar nada injusto, no se nos debe escapar ninguna mala palabra, queremos permanecer amables y compasivos, sintiendo bondad, sin odio oculto. Queremos penetrar dentro de ese hombre con buenos sentimientos, con un sentimiento grande que abraza todo, sin fronteras, pacífico y amable". Se llama a este texto la «parábola de la sierra», y forma parte de las palabras de Buda que se nos han conservado.

Si se ha dicho que el cristianismo es la religión del amor, se ha añadido que el texto del evangelio de hoy, al hablarnos del amor al enemigo, es la culminación de la religión del amor y constituye una cumbre del pensamiento ético de la humanidad que sólo se encuentra en el mensaje de Jesús. Sin embargo el texto antes referido, del siglo V antes de nuestra era, refleja que el fundador de una de las grandes religiones de la humanidad exhortaba también a actitudes sublimes ante el enemigo, incluso en el momento en que se fuese cortando al seguidor de su doctrina, con una sierra afilada, un miembro tras otro. Probablemente el texto de Buda es uno de los pocos textos religiosos que llegan a esa cota de nivel ético marcada por el amor al enemigo. Lo que no es óbice para afirmar, en todo caso, que ese precepto del evangelio de hoy constituye un rasgo muy significativo del mensaje de Jesús.

El domingo pasado, al exponer las cuatro bienaventuranzas de Lucas, insistíamos en su contenido fáctico y material: se referían muy en concreto a personas que sienten actualmente -por dos veces se dice «ahora»- la pobreza, el hambre, el dolor, el odio... También insistíamos en que las bienaventuranzas de Lucas no incluyen las otras cuatro presentadas por Mateo que tienen un talante, por así decirlo más espiritual: las que se referían a los mansos, los pacíficos, los misericordiosos y los limpios de corazón.

Puede decirse, sin embargo, que el texto del evangelio de hoy sería como una especie de concreción de esas actitudes más espirituales que recogen las cuatro bienaventuranzas exclusivas de Mateo. Porque solamente desde un corazón en el que habita la mansedumbre, el espíritu de paz, la misericordia y la limpieza, pueden surgir esas actitudes que llevan a la realización de la exhortación de Jesús: "A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames".

En todo este contexto aparece la frase de Jesús sobre el amor al enemigo: «A los que me escucháis os digo: 'Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian"». El resto del texto viene a ser una serie de ejemplos concretos de lo que significa ese amor al enemigo para que no lo convirtamos en pura teoría, en una mera frase bella y sublime, pero inoperante en nuestra vida. Amar al enemigo significa, en concreto, presentar la otra mejilla al que nos ha abofeteado; amar al enemigo quiere decir regalar la túnica al que nos había ya robado la capa; amar al enemigo significa no presentar reclamación judicial al que se ha llevado lo nuestro...

Si comparamos el texto de Jesús con el de Buda, podemos decir que el evangelio sitúa el amor al enemigo en la realidad concreta de cada día, donde paradójicamente nos cuesta más llevarlo a la práctica... Porque la posibilidad de que nos vayan aserrando nuestro cuerpo, miembro a miembro, es muy remota e irreal, mientras que las situaciones en que se nos abofetea -física o moralmente- o en las que nos roba algo, sí forman parte de la realidad de nuestra vida.

Jesús llama a sus seguidores a vivir de una manera distinta. Y da dos razones para situar la vida del cristiano a un nivel distinto. Por tres veces repite una misma expresión: «¿Qué mérito tenéis?» -que la Nueva Biblia española traduce por: «¡Vaya generosidad!-. «¡Vaya generosidad!», si os limitáis a amar a los que os aman, a hacer el bien a los que os hacen bien y a prestar cuando sabéis que se os va a restituir... Esto lo hacen hasta los pecadores -los «descreídos» en la misma traducción-. Jesús llama a vivir de una manera nueva.

J. A. Pagola tiene un magnífico comentario a este evangelio. Se pregunta por qué a tantos hombres les falta la alegría de vivir. Y añade: «Quizás la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida, sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no, el hombre está llamado a amar desinteresadamente. Y si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar». Porque existe el peligro de encerrarse en una campana de cristal: no me meto con nadie, ni hago daño a nadie, encerrado en mi vida y en mi trabajo, pero sin amar a nadie de forma verdaderamente gratuita. Todo ello en una sociedad en que se pregunta siempre para qué sirve todo, para qué es útil. «Pero el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la intimidad, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior..., no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro». Y acaba citando a ·Helder-Camara: «Para librarte de ti mismo, lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti sólo».

La segunda clave del porqué del amor al enemigo aparece en la segunda exhortación de Lucas a ese amor: «Seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y los desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». De nuevo la Nueva Biblia española traduce: «Sed generosos como vuestro Padre es generoso». Porque la gran revelación que Jesús nos ha traído es la del rostro bondadoso y generoso de nuestro Dios. Como dice José Ramón Busto: «Dios nos quiere independientemente de cuál sea nuestra actuación. Eso es lo que significa que Dios es nuestro Padre, que es amor incondicionado».

Desde aquí sobre todo hay que hablar del amor cristiano al enemigo: desde esa experiencia interior por la que yo me siento, a pesar de mis limitaciones, de mi miseria, de mi pecado, querido, acogido y aceptado por el amor incondicional del Dios compasivo y generoso. Decía san Juan que, "en esto consiste el amor de Dios: en que él nos amó primero".

El que tiene la experiencia de estar mecido y abrazado por ese amor incondicional de Dios, ¿no le nace en el corazón un amor que le lleva a amar a todos, también al que nos parece nuestro enemigo? Como dice el mismo Busto: del hecho de que Dios nos ame incondicionadamente «no se puede deducir que dé lo mismo cuál sea nuestro comportamiento. Al revés: precisamente porque Dios nos quiere sin condiciones -es decir, también independientemente de lo que hagamos-, es por lo que nosotros nos sentimos apremiados a corresponder con todas nuestras fuerzas al amor incondicionado de Dios». Precisamente porque me siento amado incondicionadamente por Dios, a pesar de mi miseria y mi pecado, es por lo que debo entrar en la dinámica de amar a mi enemigo, a quien Dios ama también incondicionadamente, a pesar de su miseria y su pecado. El amor al enemigo surge de un corazón en que se ha desbordado el amor incondicional de Dios; en el que se vive en un clima y una atmósfera de amor. Es lo que intuía el viejo profeta cuando pedía cambiar el corazón de piedra por el corazón de carne.

Uno se alegra de que también en el budismo se encuentre un texto tan espléndido sobre el enemigo. Y, sin embargo, la palabra «amor» es la que falta en el texto de Buda: exhorta a la amabilidad, a los buenos sentimientos, a la falta de odio... pero no al amor. Porque quizá sólo desde la experiencia del amor incondicional y gratuito de un Dios personal se puede llegar al amor del enemigo.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 222 ss.