26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
8-14

 

8.

El evangelio de Mc continúa presentando la irrupción de la fuerza salvadora de Dios -por JC- en la vida humana. Si el pasado domingo era la posibilidad de salvar de la lepra, hoy da un paso más: la posibilidad de salvar del pecado. Pero este atribuirse JC un poder que sólo es de Dios provoca ya contestación, inicia una serie de conflictos que Mc presentará desde este momento. Con un claro intento de definir la fe en JC como un creer que Dios estaba con él" (He 10, 38). Una fe que es adhesión total a JC y no "juicio" sobre JC.

-TODOS ESTAMOS PARALÍTICOS.

Decíamos el pasado domingo que todos éramos leprosos (pecadores). Hoy podríamos decir que todos estamos paralíticos porque el pecado que hay en nosotros no nos deja avanzar por el camino del Reino, de la voluntad de Dios. O, dicho de otro modo, el hecho de no avanzar, de estar prisioneros -atenazados- por nuestra pereza, por nuestra mediocridad, por nuestro escepticismo, por..., es un signo de que hay algo en nosotros -nuestro pecado- que nos paraliza. Reconocerlo es el primer paso para recobrar el deseo de caminar. Sentir que es JC quien nos dice: "Levántate y echa a andar".

-NECESITAMOS MAS FE.

Lo que conmueve a JC y le hace curar -tanto perdonar el pecado como sanar la parálisis- es la fe ("viendo Jesús la fe que tenían..."). Es la única condición previa. Quizá la que nos falta a nosotros.

"Hombre de poca fe" es la queja de JC a Pedro que nos dirige también a nosotros. Una fe que no es -en primer lugar- un creer todos los dogmas de la Iglesia -eso será un segundo paso- sino un abrirse a la afirmación fundamental que significa JC: un creer que Dios actúa en nuestra vida y nos puede salvar. Un creer más en la fuerza del bien -de Dios- que en la parálisis que nos causa el mal. Este es el Evangelio de JC: Dios actúa en nosotros, nos salva, nos abre camino hacia el Reino.

Necesitamos más fe. Sólo así nos abriremos al perdón salvador de Dios que nos permitirá avanzar por su camino. Pasar de paralíticos a edificadores del Reino.

-FE ES QUERER CAMINAR.

Aquella canción de Lluís Llach que dice que "fe no es esperar" no utiliza ciertamente un lenguaje cristiano (porque para el cristiano la esperanza es activa). Pero intenta reflejar algo que los cristianos compartimos: la fe no es "esperar" si esperar significara no hacer nada (esperar cruzados de brazos).

La fe que nos pide JC -y que nos ofrece como gran don- es una afirmación de que es posible echar a andar, superando todo aquello que nos paraliza -y en primer lugar el pecado-, porque Dios está con nosotros. Esto es lo que significa creer en JC, Salvador, Mesías del Reino: creer que Dios se ha manifestado con fuerza, con poder, en la realidad de nuestra vida. Y que abre un camino posible para todos. Un camino de acción por las sendas de la bondad, de la justicia, de la verdad, del amor. Esto es creer en JC, esto es seguir a JC. Esto es ser cristiano.

-EJEMPLOS.

Pienso que si la homilía se sitúa en esta línea, debería concretarse en ejemplos. ¿No estamos paralizados en demasiados aspectos de nuestra vida? Aquí podrían buscarse ejemplos en estos diversos aspectos: paralizados en nuestra contribución activa como miembros de la sociedad (mucha crítica a los políticos pero escasa participación en las tareas cívicas, en el pueblo, en el barrio, en los sindicatos, en los partidos: ciertamente no todos debemos hacerlo todo, pero siempre habría más posibilidades de trabajo activo en vez de inhibirse y sólo criticar). También como miembros de la Iglesia (¿no necesita ésta ahora y urgentemente trabajo concreto por mejorar las celebraciones, la catequesis, por atender las diversas necesidades, por dar testimonio de fe entre los vecinos, los compañeros de trabajo, etc.?). Y, sobre todo, en nuestra vida personal (decimos por ejemplo: "si en casa hubiera más compresión, más cordialidad..." pero ¿qué hacemos para que así sea?; buscamos excusas para no hablar con aquel amigo que precisa que alguien le dé la mano, para no reconciliarnos con aquel familiar, para no aportar un mejor trabajo en la empresa, para no mejorar la situación de aquellos trabajadores que quizá dependen de nosotros. Y un largo etcétera de ejemplos).

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1982/04


9. PERDON/CREACION

-El Hijo del hombre tiene potestad para perdonar los pecados (Mc 2, 1-12)

A pesar del prestigioso marco que se ha dado a este milagro y no obstante la originalidad de las circunstancias en que se realiza, la parte central del relato versa sobre la remisión de los pecados. Ahí está todo, y sin duda el evangelista escribió esta escenificación para poner de relieve lo que constituye la parte central: los pecados son perdonados. Los testigos del milagro quedan atónitos de admiración. Para ellos aquello es un signo. Glorifican a Dios y afirman no haber visto jamás nada semejante. Es un primer paso hacia el asentimiento a la fe. En efecto, el signo revela el poder de Jesús y el misterio de su persona.

Los escribas se dan cuenta de ello: el poder de perdonar los pecados es exclusivamente divino. Pues bien, Jesús se arroga dos potestades, una de las cuales, la de curar, es signo de la otra, la de perdonar los pecados.

Pero Jesús ha venido a salvar ¿De qué sirve que haya venido entre los hombres si no perdona los pecados? El es el Cordero que quita los pecados del mundo. Este relato que sigue a otros del mismo género, pretende hacer que se descubra la verdadera personalidad de Jesús. Los escribas se dan cuenta del peligro: lo que Jesús ha dicho, "tus pecados quedan perdonados", es para ellos una blasfemia. Han entendido, de un modo aún no claro y evidente, que Jesús se hace igual a Dios.

En el momento en que san Marcos escribe, se continúa en la Iglesia esta potestad de perdonar los pecados. No es imposible que el evangelista haya querido insistir en este poder de Jesús, para hacer que se entienda cuál es esta potestad de la Iglesia.

-Dios borra los crímenes (Is 43, 18-25)

Se expone aquí el perdón como una renovación; hace olvidar el pasado del que no hay que volverse a acordar. Y sin embargo, Dios dice que Israel le ha tratado como a un esclavo y que está cansado de las culpas de su pueblo. No obstante, perdona y no quiere acordarse más de sus pecados. Este texto se clarifica con la lectura del Nuevo Testamento. En su perspectiva, el perdón es una especie de nueva creación. Es el aspecto escatológico del perdón. El Apocalipsis escribe: "Ahora hago el universo nuevo" (Ap 21, 5). Renovar el mundo es el fin de la venida de Jesús y de su misterio pascual. San Pablo afirma por su parte: "EI que vive con Cristo es una creatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo" (2 Co 5, 17).

El cristiano tiene, por lo tanto, el privilegio único de no tener pasado. El perdón de Dios significa que Dios no vuelve a acordarse más de los pecados. A pesar de las ingratitudes y no obstante ser tratado como un esclavo no quiere acordarse más de eso, sino fiel a su plan de Alianza, concede su perdón dando un nuevo ser.

Lo más incomprensible en Dios acaso sea esta voluntad de perdón. San Pablo quedó muy impresionado por este misterio, y en su carta a los Romanos escribe: "Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos... ¡Qué insondables son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos !" (Rm 11, 32-33).

El salmo responsorial canta al Señor que quiere curar y sostener al que está en el lecho del dolor:

Me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia (Sal 40).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 146 s.


10.

Frase evangélica: "Hijo, tus pecados quedan perdonados"

Tema de predicación: EL PERDÓN DE LOS PECADOS

1. Por comparación con la remisión de una deuda, el perdón bíblico es el acto por el que Dios pone fin a una situación desgraciada, originada por el pecado humano. Es una amnistía, un acto que restablece al ser humano en relación filial con Dios y en comunión con los hermanos. Dios se muestra lleno de misericordia al perdonar; quiere la conversión, no la muerte, pero exige el reconocimiento de la fe y la contrición del corazón. Dios promete una nueva alianza, un pueblo nuevo que conozca a Yahvé. La purificación será total. Pero sólo los corazones contritos recibirán el don del perdón.

2. Al anunciar la venida del reino, Juan Bautista exige el arrepentimiento, la conversión. Jesucristo, en cambio, cumple los designios de Dios de perdonar a su pueblo. El ha venido a salvar a los pecadores, con lo cual revela el misterio de la misericordia divina. Por todos los pecadores derrama su sangre.

3. El don de perdonar pasó de Cristo a la Iglesia. Cristo resucitado comunica a los apóstoles dicho don, conforme lo había expresado en su vida pública. Pero Dios no perdona a quien, a su vez, no perdona. El perdón es una virtud esencial de la vida nueva de los discípulos y de la iglesia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con qué actitudes acudimos en busca del perdón de Dios?

¿Somos capaces de perdonar?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 208 s.


11.

1. «Potestad para perdonar los pecados».

En el evangelio de hoy se narra una escena ciertamente movida -la multitud de las personas congregadas en Cafarnaún, el boquete en el tejado para descolgar por allí la camilla con el paralítico, al que Jesús le perdona sus pecados, el escándalo y enfado de los letrados por la actitud de Jesús, y finalmente la pregunta de éste: ¿Qué es más fácil, perdonar los pecados o curar el cuerpo?- que concluye con la declaración solemne de que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, lo que se demuestra con la curación del paralítico. Naturalmente la gente se queda atónita ante la curación, que sólo adquiere su plena significación en virtud de la relación con el perdón de los pecados. Jesús comienza con la curación de la más grave de las enfermedades, esa parálisis espiritual que deja radicalmente impedido al hombre cuando éste rechaza a Dios, una enfermedad de la que el hombre en modo alguno puede curarse a sí mismo, ni siquiera con los múltiples métodos psicológicos que los hombres inventan para tratar de olvidarse de su culpa o para darse a sí mismos la absolución de sus pecados. Sólo Dios, que es realmente el ofendido, tiene el poder y la gracia de perdonar la injusticia que se le ha infligido, y como ha enviado a su Hijo al mundo para proclamar y operar este perdón, el Hijo tiene la potestad que Jesús se atribuye. La tiene porque el precio supremo de esta gracia, la cruz y la asunción de la culpa por parte del Inocente, del que no tiene pecado, está asegurado de antemano. Al igual que la Cena será una anticipación de la cruz, así también lo será el perdón de los pecados concedido durante la vida de Jesús. El perdón de los pecados quita al hombre un peso del que éste no puede liberarse por sí solo, pero muestra, como se nos recuerda en la primera lectura, el enorme esfuerzo y la tremenda fatiga que el pecador impone a Dios, un esfuerzo y una fatiga que absorbe todo el amor divino para liberarnos del peso del pecado.

2. «Me cansabas con tus culpas».

Así acusa Dios al pueblo por boca del profeta. Mientras tú, pueblo ingrato, «no te esforzabas por mí» y me olvidabas: no me invocabas ni me ofrecías sacrificios, ya no creías en mi poder y bondad, te habías liberado por así decirlo de mí, «me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas», yo pensaba en tu salvación. ¿Cómo podría Dios, que ha prodigado todo su amor a Israel, no experimentar un gran dolor ante semejante indiferencia y aversión por parte de su pueblo? Pero el Dios del amor no se enoja sino que piensa en nuevos caminos de reconciliación: «Mirad que realizo algo nuevo». En virtud de su divina fuerza creadora, Dios, que es amor, borra los crímenes de su pueblo. Perdona y comienza de nuevo. Pero con una condición: el pueblo debe darse cuenta de ello y aceptar el don que Dios le ofrece.

3. El sí de Dios.

En la segunda lectura, la cristiana, queda perfectamente claro que Dios no dice unas veces sí y otras no, sino siempre sí, y que para el hombre que ha comprendido esto a la luz de la fe ya no hay otro camino: ya no puede decir «primero sí y luego no», sino que debe responder siempre con un sí a la «fidelidad de Dios en Cristo». Su acogida en el nuevo pueblo de Dios, que tiene lugar en el bautismo, ha puesto ya en su corazón el Espíritu de Dios. Basta con seguirle.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 140 s.


12.

1. Nuestra sociedad paralítica

Es evidente que vivimos en una sociedad injusta: unos pocos tienen mucho y otros muchos, poco o nada; el lujo de unas naciones lo pagan otras con el hambre y el subdesarrollo; una minoría acumula en sus manos la posibilidad de imponer sus decisiones a la mayoría y de privarla de los derechos más elementales -por ejemplo, el problema de la contaminación: como unos pocos tienen sus piscinas para bañarse y sus zonas residenciales para poder respirar, ¡qué les importa la limpieza de los ríos y de las zonas industriales, si ellos ganan así más dinero!-; muchas personas viven atrapadas por interminables jornadas de trabajo y pluriempleos, mientras otras pasan dificultades económicas por el paro y el salario insuficiente; con el armamento existente se puede destruir el mundo varias veces, y se siguen construyendo a gran escala para defendernos: ¿de qué?, ¿no es suficiente con destruir el mundo una vez?...

En nuestra sociedad, por unas u otras causas, la mayoría de los hombres y de los pueblos se encuentran imposibilitados para realizarse como personas.

Todo esto es fácil reconocerlo. Pero ¿qué hacemos para cambiarlo?, ¿no estamos paralizados?, ¿no somos unos dóciles borregos que vamos a donde nos quieran llevar los que mandan? ¡Hasta puede que nos pongan alguna medallita si seguimos por este camino!

¿Y en la Iglesia? Mucho hablar de concilio, de cambios, de los jóvenes que pierden la fe y de los adultos que no la vivimos; mucho hablar de los obispos y de los sacerdotes y de lo mal que está todo..., pero ¿qué hacemos en concreto, además de lamentarnos? ¿Y en nuestra vida personal? ¿Qué hacemos para que la familia sea más cordial, los estudios no alienen y preparen de verdad para la vida, los grupos sean más fraternales?...

Acusamos a la vez que buscamos excusas para no hacer nada. Nos paraliza la comodidad y la superficialidad de la sociedad de consumo; el limitarnos -en el mejor de los casos- a denunciar lo que creemos está mal sin esforzarnos en profundizar en lo que debería ser; el individualismo, el pecado que todos llevamos dentro y del que no salimos porque no queremos o porque queremos salir solos; el silencio por la falta de compromiso; la pasividad ante todo lo que ocurre delante de nosotros; la soledad y el vacío por no ahondar en la gran cantidad de ideas e ilusiones que pasan a nuestro lado; la cobardía que supone no decir de verdad lo que pensamos y no buscar la ayuda de otros para caminar por la vida...

Nos paraliza la falta de fe en Jesús, al que tenemos miedo, porque sabemos que nos lo quiere pedir todo, porque sólo ese "todo" nos puede liberar y dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. Nos paraliza la falta de oración encarnada en nosotros y en los acontecimientos y personas que nos rodean. Nos paraliza el no querer compartir la vida con la familia, los amigos, los grupos, la comunidad.

¿No deberíamos identificamos todos nosotros, individual y colectivamente, con este paralítico de Cafarnaún? ¿No somos todos pecadores? ¿No vivimos paralizados? ¿Cómo avanzar solos por un camino que hemos de hacer juntos?

2. La "salvación" empieza en el ahora

La curación del paralítico nos la cuentan los tres evangelios sinópticos. El relato de Marcos sirve de base a los otros dos. Mateo reduce la escena a lo esencial, prescindiendo de los detalles anecdóticos y plásticos de Marcos y Lucas.

El relato comienza con una concentración popular en torno a Jesús, en la que "El les proponía la Palabra". La multitud sigue a Jesús, pero los maestros de la ley, los dirigentes, están al acecho. El ambiente de acogida de los sencillos empieza a romperse al entrar en escena los escribas y los fariseos.

Jesús vive lo que dice, y contagia a los que le escuchan. Y esto no se lo perdonan los dirigentes: con su vida deja al descubierto la hipocresía de los que se llaman representantes de Dios. Parece que es la fidelidad de su vida a la Palabra lo que inspira la confianza de los oyentes y lo que les mueve a formularle sus más íntimos deseos.

Para Jesús, su mensaje no es un modo de teorizar o de ganarse la vida, sino su misma vida. Diferencia abismal con los que nos llamamos seguidores suyos. Esto le acarreará resistencias, que irán aumentando con el paso de los días: sus parientes le querrán disuadir de su misión, los discípulos no acabarán de entenderle, los enfermos irán a El únicamente para quedar sanos de su mal físico...

¿Por qué las resistencias a Jesús? Es muy difícil aceptar a una persona que puede poner en peligro nuestra seguridad, nuestra comodidad y nuestro futuro si la seguimos. Es más cómodo y más rentable, si lo miramos con ojos mundanos -como es lo normal-, seguir a aquellos que lo máximo que nos piden son unos ritos externos al margen de los intereses verdaderos de nuestra vida: posición social, negocios...

En el caso de Jesús no estaban dispuestos -ni lo estamos ahora- a aceptar que El fuera la medida de todo lo humano. Aceptamos al Jesús de los prodigios, al Jesús que apoya las propias situaciones y privilegios, aunque con las palabras sigamos hablando del Jesús que está a favor de los pobres, de los marginados... Rechazamos al Jesús que establece una nueva escala de valores, que destruye los formulismos religiosos sin espíritu, que compromete seriamente a sus seguidores con la justicia y la libertad, que está a favor de los que margina la sociedad, que contradice los intereses de los poderosos civiles y religiosos... Esto nos da miedo. La multitud de los sencillos cree en Jesús con una fe muy primaria. Tienen el corazón abierto al no tener nada que defender. Con mucha frecuencia, para creer tendrán que superar las estructuras que tienen "encadenado" al Dios de Jesús y al mismo Jesús.

La búsqueda de Dios es un don suyo que siempre pide una respuesta libre del hombre: de apertura, de conversión, de fe. El Dios de Jesús, el que nos presenta la Biblia, nunca es alienante; el que presentamos nosotros, muchas veces sí lo es. Al Dios de Jesús no le preocupan sólo las "almas" ni sólo la mejora del mundo en lo material: le importa liberar, salvar a todo el hombre para siempre, y en lo posible, ya en la historia. La salvación-liberación definitiva es escatológica -para después de la muerte-, pero ha comenzado ya en la historia.

3. Jesús perdona los pecados...

La palabra que transmite Jesús no consiste solamente en hablar: es eficaz, realiza lo que significa, es sacramento. Así se explica que el texto, después de decirnos que Jesús "les proponía la Palabra", nos ofrezca un ejemplo plástico de esta Palabra eficaz: sus curaciones son "Palabra".

"Llegaron cuatro llevando un paralítico..." La fe del paralítico y de los que lo llevan conmueve a Jesús y le impulsa a actuar.

Lo que cuenta es siempre y sólo la fe. Una fe que no es creer todos los dogmas de la Iglesia -eso quizá venga después-, sino creer que Dios actúa en nuestra vida y nos puede liberar de todo mal para siempre. Para "levantar unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrir un boquete y descolgar la camilla con el paralítico", ¿no es necesario tener una gran fe en el poder curativo de Jesús? Una fe tan grande que venció todos los obstáculos y dificultades; una fe que es confianza ilimitada en el poder de Jesús, puesto a disposición del hombre. La fe condiciona los signos de Jesús. Cada uno los capta según sea su actitud de apertura hacia El, según los intereses que quiera defender.

Este relato nos va a presentar la curación como signo externo de la realidad del perdón de los pecados, núcleo del texto.

"Tus pecados quedan perdonados". Con este perdón Jesús quiere llevar hasta el fondo la liberación del hombre; porque el pecado está en la raíz del desorden del mundo, manifestado externamente en la enfermedad, el dolor y, sobre todo, en la muerte. El paralítico -como cada uno de nosotros y todos los hombres- padece dos enfermedades. La enfermedad del pecado es la más grave, porque ningún médico humano puede enfrentarse a ella. Sólo Dios puede curarla.

Lo sucedido al paralítico y a los que le acompañaban le puede suceder a todo el que se ponga en camino de búsqueda. Aquí unos hombres acuden a confiar a Jesús el problema que les agobia; Jesús acoge su petición, pero, al mismo tiempo que la acoge, la eleva. Del hombre ante su suerte se pasa al hombre ante Dios.

Paso decisivo, que algunos rehúsan y se recluyen en el cerrado mundo de sus limitaciones; y que otros aceptan capacitándose para su encuentro con Dios.

P/SOCIAL: La respuesta de Jesús a la fe de aquellos hombres parece equívoca a primera vista: le perdona los pecados, cuando lo que ellos querían era la curación de la parálisis. Con ello, Jesús no quiere decir que aquel paralítico fuera particularmente pecador. Para El, el mal físico -enfermedad, muerte- no pertenece al proyecto inicial de Dios, sino que es un añadido debido a la maldad de los hombres. En la Biblia el "pecado" no es solamente la culpa de un individuo consciente, sino principalmente un estado de cosas, una estructura que los hombres podemos vencer a condición de no olvidar la casi identidad entre mal y pecado. No podemos combatir el pecado humano sin, al mismo tiempo, luchar eficazmente contra el mal que asedia al hombre por todas partes. Como tampoco podemos transformar el mundo sin curar el pecado que anida en los corazones humanos. Por eso, como signo de la posibilidad de curación que hay en las parálisis de los individuos y colectividades, comienza curando los pecados, causa y raíz de todos los males. ¿Cómo hacer una sociedad en la que reine la justicia si somos nosotros injustos?: "Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano" (Mt 7,5).

Jesús llega al nudo del drama humano: "el pecado del mundo" (Jn 1,29), el pecado del hombre.

Los compañeros del paralítico y el propio enfermo no deseaban otra cosa que obtener la curación: no sufrir, ser felices... Jesús no prescinde del drama humano, causa del grupo que se formó a su alrededor, pero orienta la búsqueda de la gente hacia lo que es la raíz del sufrimiento y del dolor, el pecado, cuyo perdón es necesario para que pueda realizarse la curación que se pide.

Sin curar antes el pecado no se puede curar la parálisis. Todos somos pecadores y paralíticos. Vivimos reducidos a pensar y actuar de un modo raquítico: "el hombre no es más que..., no soy capaz..., me gustaría, pero..." Algunos ejemplos que nos afectan en mayor o menor grado: enamorarse... y llegar a reducir al otro a objeto de placer y así degradar el amor, o encerrarse en ese enamoramiento como si no hubiera más gente alrededor; casarse con toda la ilusión del mundo y dejar de alimentar ese amor, llegando hasta la total incomunicación; niños encantadores que, paso a paso, se van convirtiendo en adultos que no saben otra cosa más que matar el porvenir... Esto se llama pecado en lenguaje religioso y explica el drama humano.

Es pecado vivir manejado, no tener un criterio personal de las cosas y de los acontecimientos; repetir como un loro los eslóganes que sufrimos, incapaces de pensar y actuar en ella con independencia... Es pecado todo lo que impide nuestra plenitud personal y la plenitud de toda la humanidad, una humanidad que ha perdido el sentido del pecado, y eso que el pecado ocupa el centro tenebroso de esta vida y explica el sufrimiento del hombre.

Jesús cura el pecado, la causa de todas las limitaciones humanas, nos abre el camino para ser hombres de verdad. Para ello hemos de imitar su vida: dar más que recibir, vivir para los demás con olvido de uno mismo, amar hasta dar la vida, ser pobres, trabajar por la libertad de todos para ser libres nosotros mismos -no lo seremos nunca solos-... Iremos superando el pecado siguiendo los planteamientos de la vida de Jesús. Y así nos vamos salvando, nos vamos realizando como personas.

Jesús perdona con facilidad los pecados de unos, a la vez que ataca duramente los pecados de otros. Y no lo hace por la clase de pecado, sino por la actitud del hombre ante su pecado. Perdona los pecados de los "malos", de los pecadores -de los que se reconocen como tales-, nunca los pecados de los "buenos" -no los tienen-. Sólo se interesa por los enfermos. Lo somos todos, pero sólo podrá buscar curación el que lo reconozca y no esté a gusto en esa situación.

Para que un pecado sea perdonado es necesario reconocerlo. Y, a la vez, creer que hay Alguien más fuerte que nuestro pecado: Dios. Sin esta fe no hay nada que hacer. Con fe, todo es posible: incluso que un paralítico, nosotros, comencemos a caminar.

Fe no en nosotros, sino en la fuerza de Dios presente en nuestra vida.

Los escribas y los fariseos, razonando lógicamente, creen que Jesús blasfema contra Dios. ¿Cómo puede perdonar pecados si eso es algo que compete únicamente a Dios? Los evangelistas no los desmienten: Jesús se comporta como si estuviera en el lugar de Dios. Los escribas y los fariseos son los defensores de los "derechos de Dios". Y hay algunas cosas, exclusivas de Dios, que no pueden ser tocadas en absoluto por los hombres. Tal es el perdón de los pecados. Que los hombres nos perdonemos unos a otros, de acuerdo; pero el perdón de los pecados es algo que viene directamente de Dios, y los canales de ese perdón están rigurosamente establecidos, fuera de la vida cotidiana de los hombres. Con sus palabras, Jesús nos declara que Dios no es la pureza ritual, ni el juez de los hombres, ni el Señor que prepara el castigo de los malos: es el amigo que ofrece a todos su amistad. Por eso perdona sin pedir nada a cambio.

4....Y cura las parálisis de los hombres

"Para que veáis... Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa".

Por ser el pecado la causa del sufrimiento, la curación es la señal del perdón. Perdón que está fuera del alcance de los hombres, lo mismo que la curación de un paralítico. Jesús hace lo que ningún hombre puede hacer: perdona el pecado como paso previo para poder anular los efectos de ese pecado: el sufrimiento del hombre.

Nada podemos hacer sin El (Jn 15,6). ¿Cómo curamos la parálisis de la comodidad, de no querer ver, de ir tirando... si Jesús no nos anima a levantarnos, ayudándonos a quitarnos las defensas en las que nos hemos refugiado?

La curación del paralítico, con el perdón previo de sus pecados, es síntesis de la palabra predicada por Jesús. No podemos reducir el anuncio del reino de Dios a la zona de lo espiritual o de lo corporal exclusivamente. Todo el que pretenda limitar el anuncio del evangelio de Jesús al perdón de los pecados, sin incluir el problema de la liberación humana integral -corporal, social, política-, será un traidor a la palabra tan claramente anunciada por Jesús. Lo mismo que toda tentativa de liberar a la humanidad de sus alienaciones que no tenga en cuenta la estructura de pecado que envuelve la existencia y la historia de cada uno y de la sociedad, tiene el peligro de desembocar en un completo fracaso.

El evangelio es la buena noticia que anuncia la liberación total y plena del hombre: cuerpo y espíritu.

La salvación-liberación que trae Jesús es total. Ha recibido, privilegio único, "potestad en la tierra para perdonar los pecados" y para curar las enfermedades. Por ello es comprensible la admiración que brota de la multitud, "sobrecogida" por la evidencia: allí estaba presente Dios. Pero esta multitud no sabe decir nada más; sigue ignorándolo todo acerca de Jesús; se limita a constatar que "nunca hemos visto una cosa igual".

La multitud ha visto, pero no sigue a Jesús. Es un modo de afirmar la lentitud del proceso de la fe que lleva a El y de indicarnos que no basta con saber para actuar. Quizá esta multitud no era consciente de estar enferma y necesitada de curación, al no haber sido liberada de su pecado. Una multitud que nos debería hacer reflexionar a nosotros sobre cómo estamos llevando a la vida los conocimientos que vamos teniendo de Jesús. Jesús siempre se nos aparece preocupado por sanar al hombre, por animarle a que sea realmente él mismo, llegando hasta lo más profundo de su mal. Los milagros le son arrancados por la fe y por el sufrimiento de los hombres.

En Mateo la maravilla de la muchedumbre no está suscitada, a diferencia que en Marcos y Lucas, por el prodigio realizado, sino porque Dios "da a los hombres tal potestad".

5. El sacramento de la penitencia

El poder de Jesús de perdonar los pecados fue comunicado a la Iglesia. Y, dentro de ella, a los hombres elegidos por El para realizar directamente esta misión de perdón. Un perdón que es inseparable de la persona de Jesús y de su comunidad de creyentes.

El sacramento de la penitencia es el signo del perdón que el Padre nos concede. Un perdón que nos es concedido directamente por Dios al arrepentirnos y que los cristianos debemos celebrar individual y comunitariamente en el sacramento. De otra forma no sabríamos cómo hacerlo.

En este sacramento hay muchas cosas que clarificar, partiendo de la historia y del concilio Vaticano II. Limitarnos a criticar la forma en que se realiza no lleva a ninguna parte. Es necesario que las comunidades cristianas reflexionemos sobre cómo deberíamos celebrarlo, sobre cómo sería signo para nosotros del perdón del Padre y de los hermanos y del que nosotros mismos otorgamos a los demás.

Es el sacramento que ha sufrido más variaciones en la historia, en la forma de su celebración. Cambios que no han terminado ni podrán terminar nunca, que deberán renovarse constantemente, para que los signos sean más asequibles a la comprensión de los hombres de cada época y lugar. Siempre quedará en el proceso penitencial, como lo más fundamental y necesario, la conversión interior del hombre pecador. Sin ella, todo lo demás es inútil, como lo demuestran tantas confesiones frecuentes, durante años y años, sin ninguna repercusión en la vida.

Dios busca, ante todo, la sinceridad del corazón, no la "magia" tan extendida de unos gestos externos. En el perdón que los hombres nos damos y recibimos y en la vida entregada al bien de los demás está presente el reino de Dios y el perdón de los pecados, y no en otra parte. Y eso es lo que debemos celebrar en el sacramento.

Sólo cuando los cristianos nos amemos y amemos al mundo, sólo cuando formemos comunidades auténticas, seremos signos ante los hombres del perdón de los pecados que el Padre nos ha concedido.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 350-357


13. PECADO/PERDON. TRES FORMAS (SACERDOTAL, PROFETICA Y APOCALIPTICA) DE ENTENDER UNO Y OTRO. P/QUE-ES J/PERDON:

Para entender el sentido del gesto de Jesús, aludiremos a la forma de entender el pecado y el perdón en el A.T. Dentro de la tradición sacerdotal, que concibe la presencia de Dios en forma de santidad ritual, el pecado se formula en términos de impureza. Por eso, el perdón va ligado primordialmente a una expiación ritual: Dios se aplaca a través de un sacrificio y vuelve a presentarse como amable, benévolo, cercano.

En la línea de la tradición profético-deuteronómica la presencia de Dios se formula a manera de alianza, que se viene a reflejar en el pueblo en forma de justicia interhumana. El pecado se concibe en forma de opresión y violencia y el perdón está condicionado a la reconciliación de los hombres entre sí, a la práctica de la justicia.

Común en ambas tradiciones es el hecho de admitir que hay un perdón. A través de un sacrificio o cuando el hombre cambia de conducta, Dios se apiada. Contraria a esta línea es la tendencia apocalíptica. En ella se concibe el pecado como fuerza absoluta, de tal modo que no existe perdón para los malos; las líneas de la vida están trazadas; es inútil expiar por los perversos, imposible conseguir que cambien; por eso sólo existe una solución: esperar que llegue el juicio de Dios y que destruya todo el mundo pecador, suscitando un orden nuevo para los justos.

Las tres perspectivas (sacerdotal, profética, apocalíptica) suponen que el pecado ha pervertido la presencia de Dios sobre la tierra. Por eso sólo Dios puede borrarlo. Pues bien, en aquel mundo en que las tres perspectivas se encuentran más o menos mezcladas, ha venido a resonar la voz del Cristo, que ofrece el perdón de Dios a los perdidos. De manera absolutamente inusitada, rompiendo todas las viejas prevenciones y estructuras religiosas,

Jesús se ha colocado en el lugar de Dios y ha proclamado su perdón sobre los hombres. Por eso, no es extraño que los fariseos protesten: sin el intermedio de un sacrificio (contra ritualismo), sin la conversión previa (contra exigencia profética) y en contra de todas las certezas de los apocalípticos, Jesús ha declarado simplemente: "Tus pecados están perdonados".

Esa palabra es, ante todo, un gesto de revelación teológica: Dios no es la pureza ritual ni el juez exacto ni el Señor lejano que prepara la venganza de la historia; es el amigo que ofrece para todos su amistad; por eso perdona sin pedir a cambio nada. Esa misma declaración ofrece también un contenido cristológico (es Jesús el que actualiza y ofrece el perdón de Dios) y eclesiológico (el Hijo del hombre continúa perdonando desde dentro de la Iglesia).

Dentro del sentido general de la escena, debemos aludir a la función del "signo"; Jesús ha curado al paralítico para que los hombres vean que dispone del poder de perdonar. En esta perspectiva, toda su actividad taumatúrgica (amor a los necesitados, curación de los enfermos) se convierte en una señal que está garantizando la verdad del perdón de Dios, que ofrece.

Una de las exigencias primordiales de nuestra iglesia consiste hoy en la búsqueda de un signo semejante; sólo cuando los cristianos se amen, sólo cuando susciten una comunidad auténtica, aparecerá como verdadera su pretensión de disponer del perdón de los pecados.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1266


14.

-Un día que Jesús enseñaba... Ilegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico... A causa del gentío no hallaron por donde llevarle hasta Jesús, lo subieron al terrado, y por el techo lo bajaron y pusieron con la camilla en medio, ante Jesús...

Es una escena muy concreta. Voy a representármela. Gran expectativa, un deseo muy fuerte y muy humano. Es un deseo de curación corporal el que anima a esas gentes. A mi alrededor, en el mundo de hoy... ¿Cuáles son las necesidades? Las que sienten incluso los espiritualmente débiles.

-El cual, viendo su fe, dijo: ¡Oh hombre! "Tus pecados te son perdonados".

Los beneficios de Dios no suelen ser precisamente de orden material. Las más importantes maravillas de Dios suceden en los corazones. La liberación del pecado es el gran beneficio divino. Quizá este paralítico, que tan a menudo necesitaba de los demás, que dependía totalmente de los de su entorno, por este hecho precisamente, estaba mejor preparado para aceptar el perdón. Si muchas personas rehúsan el perdón de Dios, es que no quieren "recibir" nada de los demás: ello supondría aceptar los propios límites, implorar la misericordia divina..., y un secreto orgullo impide dar este paso... uno cree bastarse a sí mismo, y desea salir del apuro por las propias fuerzas.

-Entonces los escribas y fariseos empezaron a pensar: ¿Quién es éste que así blasfema?

¿Quién puede perdonar... sino sólo Dios? Mas allá del escándalo... precisamente los escribas y fariseos eran a menudo de esos hombres que no estaban dispuestos a "recibir" la salvación. De la rectitud moral hicieron su religión, y se creían capaces de "conquistar" la salvación a fuerza de voluntad.

En las dificultades que encuentro para confesarme, ¿no hay algo de esto? En el fondo me siento vejado, humillado por recaer siempre en las mismas faltas. En lo profundo de mí mismo, ¿no se escondería ese deseo ambiguo de ser justo para no tener necesidad de pedir perdón: de llegar a poder prescindir de Dios?

-Mas Jesús que conoció sus pensamientos, les dijo:... ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados... o decir: Levántate y anda?

Jesús revela a Dios.

El verdadero rostro de Dios es "el amor que perdona"... y no, el juez que condena. Este es el gran milagro que Dios realiza continuamente.

Pero, para mostrar que este resultado, aunque invisible, es muy real... Jesús lo refuerza con un resultado visible y confortable.

Te doy gracias, Señor, por esa curación interior que realizas sin cesar en millones de corazones humanos: cada día hombres y mujeres reconocen su pecado en la intimidad de su conciencia, y se "levantan" por la acción invisible de tu gracia... ¡Y recaen y se levantan de nuevo! Gracias, Señor, por esa Sangre que has derramado por mi amor y por haberte comprometido por entero en ese gran combate contra el mal... para salvarnos del pecado.

-Todos quedaron pasmados, y glorificaban a Dios: "Hoy sí que hemos visto cosas maraviilosas"

Danos, Señor, este sentido de gratitud, de acción de gracias...

¡Recibimos tan a menudo tu perdón! Danos un espíritu de gozo y de alabanza que haga que los beneficios recibidos suban hacia Dios.

Sí, incluso mi pecado puede llegar a ser un camino que me conduzca a Dios. Pero es preciso que yo lo reconozca.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 20 s.