26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
(10-17)

 

10. 

El Evangelio de este domingo es la versión lucana de las más conocidas bienaventuranzas de Mateo. El texto se reparte entre proclamaciones de dicha y doloridos ayes que es necesario saber interpretar.

PROFETA/QUIÉN-ES: Los exegetas nos dicen que se trata de un lenguaje profético, fuera del cual es difícil entender este pasaje. Y un profeta, no lo olvidemos, no es un adivino del futuro, sino el que ve e interpreta la historia con los ojos de Dios. En cierto modo es un vidente, un visionario cuya mirada alcanza niveles de la historia que el ojo (normalmente empírico) del común de los mortales no alcanza a ver. Y por eso grita y se apasiona, se exaspera y desespera, al comprobar que sus contemporáneos viven inconscientemente su presente. Uno de los recursos utilizados para hacerlos despertar de su inconsciencia son los ayes, que no son maldiciones, sino más bien un echarse las manos a la cabeza, angustiado al ver avecinarse un peligro inevitable, peligro que no es castigo de Dios, sino responsabilidad exclusiva de quienes viven en la inconsciencia.

Hoy, nuestro mundo también necesita un profeta que se lleve las manos a la cabeza, que nos haga ver el disparate en que se ha convertido la vida de tantos miles y miles de seres humanos. Que se lleve las manos a la cabeza al ver unos cuantos millonarios a costa de millones de pobres; que se lleve las manos a la cabeza al ver a unos cuantos saciados a costa de millones de hambrientos; que se lleve las manos a la cabeza al ver a unos cuantos dominando y persiguiendo a millones de víctimas del dolor y la muerte.

Aunque, para quienes quieran ver y oír, las palabras de Jesús siguen siendo claras y rotundas. Quizás el problema sea que muchos no saben cómo acceder a esas palabras; y ahí es donde entra nuestra responsabilidad; porque somos nosotros, los cristianos y cristianas del siglo XX, los que tenemos que ser espejo transparente de las mismas. Somos nosotros quienes deberíamos vivir de tal manera que nuestra propia existencia fuese un llevarnos las manos a la cabeza ante tanto despropósito como se da en nuestro mundo; nuestra propia vida, vivida de otra manera, con otro estilo, con otro talante, es la que debe resultar profética en medio de la sociedad actual. La triste realidad es que, en la mayoría de las ocasiones, nos hemos acomodado perfectamente al sistema, y no dejamos de ser un eslabón más en la cadena que mantiene la situación de injusticia que se da entre nosotros.

Parece como si hubiésemos olvidado el mensaje de fraternidad que Jesús dejó entre nosotros; parece que hemos reducido casi al silencio la constante e imperiosa llamada que él nos hizo -nos hace- a volver la mirada al hermano que sufre y a tenderle nuestra mano para que cese su dolor y su sufrimiento.

Lo que resuena en el fondo de las dichas y ayes del Evangelio de hoy no es otra cosa que eso: el mensaje de fraternidad, una vez más. No sólo una fraternidad como invitación, sino una fraternidad como promesa que se ha de hacer realidad, pase lo que pase: los que lloráis, reiréis; los que tenéis hambre, quedaréis saciados; los que sois perseguidos, triunfaréis.

Y es que el Reino viene. Seguro. En realidad, ya vino, ya ha comenzado, ya está presente entre nosotros desde que Jesús, el Hijo de Dios, pisó nuestra tierra, nuestro suelo. Si no alcanza toda su plenitud es porque nosotros no acabamos de arrimar el hombro lo suficiente. De nosotros, de nuestro estilo de vida, depende que el Reino se extienda y acreciente entre nosotros más rápido o más lento; pero, hagamos lo que hagamos, el Reino no está en nuestras manos, sino en las del Padre, y él nos asegura que la plenitud llegará porque él nos la va a regalar. La seguridad en el triunfo final debe ser, por tanto, inquebrantable. Que nosotros echemos una mano en ese Reino es importante, aunque no imprescindible; es necesario, pero el Reino no está supeditado a ello.

Es una de las cuatro quejas explícitas de Jesús en el Evangelio de hoy: «¡Ay de los que estáis saciados!». Naturalmente, en una primera lectura hace referencia a los que tienen el estómago y el bolsillo que ya no les cabe más. Pero hay otra posible lectura, muy acorde con las palabras de Jesús en otros pasajes: «Ay de los que estáis satisfechos». Porque esa llamada a la fraternidad de la que hablábamos antes ha quedado reducida a dar limosna, y la lucha por el Reino ha sido sustituida por actos de culto. Quien busca "el Reino de Dios y su justicia" es difícil que llegue a sentirse satisfecho en esta vida, pues no parece que las injusticias -y los sufrimientos que éstas causan- vayan a terminar pronto. Pero el que piensa que ser discípulo de Jesús se consigue a base de encerrarse en el culto, fácilmente puede llegar a sentirse satisfecho, saciado; los mandamientos, cumplidos estrictamente, pueden convertirse en el camino para esa autosatisfacción, y terminan por convertirse en lo contrario de lo que pretendían. Corruptio optima, pessima, afirma el dicho latino; y es lo que nos puede suceder con esa manera de entender la religión: que convirtamos lo óptimo en pésimo, si corrompemos y prostituimos su sentido, su intención y su finalidad. Y los mandamientos no pretenden darnos hecha nuestra vida cristiana, sino marcarnos unos mínimos ineludibles. Y la ley del mínimo esfuerzo puede ser comprensible (que no admisible ni justificable) en muchos casos, pero ¿puede serlo en nuestra relación con Dios y con los hermanos? Curioso montaje el nuestro, que nos limitamos al mínimo esfuerzo... y encima nos sentimos satisfechos. Si Dios y el prójimo nos tratasen así a nosotros, ¿qué pensaríamos?, ¿cómo nos sentiríamos?, ¿qué sería de nosotros? Ay de los satisfechos, pero felices quienes se dejan la piel en el empeño de acrecentar el Reino de Dios, porque ellos quedarán saciados.

LUIS GRACIETA
DABAR 1995, 13


11.

1. «Dichosos los pobres».

En el evangelio de hoy aparecen cuatro bienaventuranzas (bendiciones) y cuatro maldiciones. ¿Qué significa «dichoso»? Ciertamente no «feliz» en el sentido que los hombres dan a esta palabra. No se trata de una invitación a que cada cual marche por su camino con tranquilidad y buen humor. No significa realmente nada que pertenezca al hombre, que el hombre sienta y experimente, sino algo en Dios que concierne a este hombre. Jesús hablará en este contexto de «recompensa», aunque esto a su vez no es más que una imagen; se trata del valor que este hombre tiene para Dios y en Dios, de algo intemporal en Dios que se manifestará al hombre a su debido tiempo. Y análogamente para las maldiciones. Los pobres a los que pertenece el reino de Dios, es decir, los pobres de Yahvé, como los llamaba la Antigua Alianza, muestran que a su pobreza corresponde una posesión en Dios: Dios los posee, y por eso mismo ellos poseen a Dios. Lo mismo puede decirse de los que tienen hambre y de los que lloran, y también de los que son odiados por causa de Cristo: éstos son amados por el Padre en Cristo, que también fue odiado y perseguido por los hombres por causa del Padre. Si los pobres han de ser considerados como pobres en Dios, entonces también los ricos han de ser considerados como ricos sin Dios, ricos para sí mismos, saciados y sonrientes, alabados por los hombres; éstos no tienen tesoro en el cielo, y por eso todo cuanto poseen no es más que apariencia pasajera.

Los Salmos repiten esto continuamente, las parábolas de Jesús (del rico epulón y del pobre Lázaro, del labrador avariento) también. Los pobres son en último término realmente pobres, aquellos que no poseen nada, y no ricos a escondidas que acumulan un capital en el cielo. Dios no es un banco; el abandono en manos de Dios no es una compañía de seguros. Es en el propio abandono, en la entrega confiada donde se encuentra la dicha.

2. «Maldito el hombre... Bendito el hombre».

La Antigua Alianza conoce ya todo esto suficientemente, como lo demuestra la primera lectura. El hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor, el que extiende sus raíces hacia la «corriente» de Dios o, como dice Agustín, tiene sus raíces en el cielo y desde allí crece hacia la tierra. Este simple abandono confiado en manos del Señor le basta para ser «dichoso» (bienaventurado) en el sentido de Jesús y para, en cualquier adversidad terrestre que se le pueda presentar, por amarga que sea, no tener que inquietarse por la sequía. A este hombre se contrapone el hombre que «confía en el hombre», en lo humano y lo terreno, y que por eso «aparta su corazón del Señor»: aquí tenemos el comentario de lo que significa la maldición de Jesús a los ricos y epulones. La sencilla antítesis del profeta, repetida en el salmo responsorial, divide a los hombres, prescindiendo de todas las sutilezas psicológicas, en dos campos: o viven por Dios y para Dios, o bien pretenden vivir para sí mismos y por sí mismos. También en el juicio de Jesús sólo hay dos clases de hombres: las ovejas y las cabras.

3. La segunda lectura divide también a los hombres en dos categorías: los que creen en la resurrección de Cristo y en la nuestra, y los que la niegan. Si Cristo no ha resucitado, entonces "vuestra fe no tiene sentido", los muertos «se han perdido» y «somos los hombres más desgraciados» del mundo; los que no creen en ella al menos han puesto su confianza en bienes terrenos reales, y no en un Dios del más allá que no existe. Su vida está de alguna manera llena: de relaciones humanas gratificantes, de placeres de todo tipo, de autosatisfacción. Pero esto es al menos algo, mientras que la fe en la resurrección es jugárselo todo a una carta, una apuesta total en la que el apostante finalmente pierde. Todos los textos de la celebración de hoy exigen de nosotros una decisión última, definitiva: ¿nos bastamos a nosotros mismos o nos debemos permanentemente a nuestro Creador y Redentor? No existe una tercera vía, no hay solución intermedia.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 228 s.


12. ¡FELICES LOS INFELICES!

Estoy seguro de que, si uno quiere buscar en el evangelio un refrendo a su tranquilidad, lo encontrará. «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que os aliviaré». O: «Yo soy el buen Pastor y conozco a mis ovejas...». O, todavía más: «No os agobiéis pensando qué vais a comer o cómo os vestiréis». Efectivamente, entresacadas así, estas sentencias pueden hacerle creer a uno que «entrar en el evangelio» es entrar en el «país de las maravillas». Y ¡es tan confortable navegar con viento a favor!

Pero, claro, una lectura seria del evangelio nos lleva al convencimiento contrario. De tranquilidades, nada. A lo que el evangelio nos llama es a «nadar contra corriente», a vivir en el ejercicio constante de la paradoja, de la contradicción, y, si me apuráis, del absurdo. Leed, si no, despacio, el evangelio de hoy: «Jesús, al bajar del monte, dijo: Dichosos los pobres... Dichosos los que tenéis hambre... Dichosos cuando os odien... Dichosos los que lloráis...». Es como decirnos: «¡Felices los infelices!» Y luego añadió: «¡Ay de los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de los saciados y de los que reís, porque tendréis hambre y lloraréis». Que es lo mismo que decir: «¡Infelices los felices!» Al leer estas sentencias, pueden surgir, claro, diferentes interpretaciones.

-Unos pensarán: Se trata de «tomaduras de pelo», pronunciadas por un hábil malabarista del lenguaje; juegos de palabras lanzados por un perito en logomaquias; ingeniosas «sopas de letras y frases» para recreo y divertimento.

-Otros dirán: Son «invitaciones al conformismo», a la pasiva resignación, a la estoica aceptación del que «cada palo aguante su vela». Declaraciones, en fin, fatalistas, que significan: «No hay nada que hacer. Siempre habrá pobreza y dolor. Por lo tanto, ¡aguanta mecha, que esa es la derecha!»

-Pero otros diremos: Son «locuras a lo divino». Líneas, en apariencia, torcidas, pero para escribir derecho. Proposiciones para poner «del revés» lo que creíamos que estaba del derecho. Colocar cabeza abajo, o patas arriba, nuestra mundana filosofía del vivir. Porque resulta que, no sólo las bienaventuranzas, sino todo el evangelio es paradoja y contradicción. Pensad un poco. Cristo viene a «reinar», pero nace en un «pesebre». Busca una «sociedad nueva», pero se rodea de «iletrados y plebeyos». Dice que «los violentos arrebatarán el reino», pero se hace amigo de los leprosos, paralíticos, sordos y débiles. Afirma que «los limpios de corazón verán a Dios», pero «se sienta a comer entre publicanos y pecadores». Asegura que «nos sentaremos en doce tronos», pero añade que «el que no se haga como un niño...».. Proclama que «es Rey, y que para eso ha venido al mundo», pero «se hace obediente hasta la muerte...».. Nos asegura la felicidad, sí, pero sólo «el que se humilla será ensalzado...».. Sumad y seguid. Y os daréis cuenta de que, en el programa de Jesús, todo es inversión de valores y caminar contra corriente: se gana, perdiendo; se vive, muriendo, y se conquista, perdonando. Por una elemental razón, también paradójica. Y es la de ver que Dios, «se hizo hombre». ¿Para qué? «Para que el hombre se haga Dios».

Chesterton debió de comprender muy bien estas cosas. Por eso escribió que Pedro, cuando le crucificaron cabeza abajo, debió de tener, desde aquella postura, una visión muy real de las cosas. Vería las nubes coronadas de montañas, las casas creciendo de arriba a abajo, y los hombres pendientes del techo de la tierra, «colgando de los hilos de sus pies». ¿Aquello era «el revés» o «el derecho»? ¿Qué era aquello, Mr.Chesterton?

ELVIRA-1.Págs. 235 s.


13.

Frase evangélica: «Dichosos los pobres»

Tema de predicación: LAS BIENAVENTURANZAS

1. Tras bajar del monte al llano, según Lucas (o al subir al monte, según Mateo), pronunció el Señor las bienaventuranzas, mediante las cuales se transmutan todos los valores a partir de la sabiduría del Evangelio. Las bienaventuranzas -dirigidas, según Lucas, a los discípulos (cristianos) y al pueblo (toda la humanidad)- constituyen el programa nuclear del reinado de Dios y responden a una aspiración profundamente humana. El mensaje de las bienaventuranzas es un ideal cristiano de vida y un mensaje liberador para todos. Dios no bendice situaciones de carestía injusta, sino actitudes de justicia.

2. Jesucristo, situado en la base, se pone al lado de los pobres, afligidos, hambrientos y perseguidos, porque quiere que haya justicia. Ama a todos, pero a unos llama «dichosos» (a los pobres), mientras que amonesta severamente a otros (a los ricos). Lucas describe cuatro bienaventuranzas y cuatro «malaventuranzas»: Jesús llama «dichosos» a los desgraciados que sufren injustamente, y «desgraciados» a los ricos de este mundo, establecido como sistema injusto. Los humillados son elevados, y los prepotentes desenmascarados. Esta palabra evangélica de bendición y de maldición no se pronuncia desde la revancha, sino desde la justicia y la caridad.

3. Es intolerable que unas personas o pueblos mantengan sometidos o esclavos a otros en una sociedad que se cree libre, justa e incluso religiosa. La miseria del hambre (pan injustamente repartido), del dolor (especialmente del indebido) y del odio (racismo, desprecio, marginación) debe ser abolida. Sólo la justicia es capaz de romper con el sistema diabólico. El evangelio de Lucas se mueve en un nivel social con exigencias radicales.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cuáles son en realidad nuestros valores?

¿Creemos de verdad en el mensaje de las bienaventuranzas?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 283 s.


14.

EL ESTILO DEL REINO

Nuestra ruta por los domingos del tiempo ordinario es una ruta por el Reino de Dios y su manifestación dinámica. Recordamos los domingos 3-4, cuando contemplábamos los inicios: Jesús en la sinagoga de Nazaret y la universalidad de su misión. El domingo pasado (5) nos mostraba las primeras llamadas. Antes de entrar en la Cuaresma de este año, antes de prepararnos para la Pascua, nos quedan dos domingos. Hoy y la semana que viene (6-7) veremos como Jesús nos define el estilo del Reino. Y comienza por un plato fuerte: las bienaventuranzas. Ciclo C, versión de san Lucas. San Mateo tiende a espiritualizar las bienaventuranzas (domingo 4 del tiempo ordinario /A). El evangelio de hoy nos las presenta con todo su contenido revulsivo social: "Dichosos los pobres... dichosos los que ahora tenéis hambre... dichosos los que ahora lloráis... dichosos, vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y insulten, y proscriban vuestro nombre por causa del Hijo del hombre". Estas cuatro bienaventuranzas vienen complementadas por cuatro malaventuranzas: "Ay de vosotros, los ricos ... Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados... Ay de los que ahora reís... Ay si todo el mundo habla bien de vosotros...".

El texto es muy realista y pone el dedo en la llaga: hoy nuestra asamblea, y cada uno de nosotros, oirá del propio Jesús "Dichosos los que ahora... Ay de vosotros lo que ....". Y una vez más, Jesús se habrá situado: él es aquí, más que nunca, el Reino; Dios mismo que se pone a favor de los necesitados y los desvalidos: "Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios". Precisamente, porque Cristo es para ellos, los que pasan hambre, los que lloran, los que son perseguidos por causa del mismo Cristo, recibirán la plenitud del reino mesiánico, la abundancia y la paz de las bodas del Cordero: "porque quedaréis saciados, porque reiréis, porque vuestra recompensa será grande en el cielo".

Este mensaje de salvación es el mismo que Jesús proclamó en la sinagoga de Nazaret (domingo 3): "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Esta profecía de Isaías se cumple ahora en Jesucristo que, lejos de vivir al lado de los pobres, como un tutor, se hace presente en ellos. Se hace presente, ya desde el principio, no se lo reserva para un futuro más o menos indefinido.

EL HOMBRE QUE SE FÍA DEL SEÑOR

Pobreza, hambre, odio y persecución. En sí mismas, estas condiciones no son un bien. Por más que los que las sufren sean proclamados dichosos por Jesucristo, no son la finalidad de nuestra existencia. El sentido común, la igualdad entre los seres humanos, la búsqueda del bienestar para todos, nos ayudan a no hacer de la ascesis cristiana un ejercicio de autodestrucción. Con todo, este mismo bienestar, la comodidad, nos puede hacer perder de vista el valor verdadero de esta ascesis. La pobreza, el hambre, el lloro, el odio y la persecución designan a los seres que llamamos pobres, necesitados, desvalidos. Son los extranjeros, los huérfanos y las viudas los que disfrutan del favor de Dios durante toda la historia de la salvación. Estos seres son capaces de ofrecerse enteros a Dios, son capaces de poner toda su confianza en el Señor. Abiertos totalmente al Padre, Dios habitará en ellos: serán felices, herederos del Reino.

Es esta capacidad la que las bienaventuranzas reclaman por parte de todos los hombres: somos llamados a ser seres sin otras ataduras, sin otros condicionamientos, que Dios mismo. Es hora de recurrir a la primera lectura y al salmo responsorial. Jeremías es, desde este punto de vista, de lo más explícito: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza apartando su corazón del Señor". Maldito el que hace del hombre, de sí mismo, un Dios, un ídolo, un absoluto. Por tanto, maldito el rico que hace de la riqueza su ídolo; maldito el saciado que idolatra la comida como la satisfacción de sus propias necesidades; maldito el que ríe, porque hace de su propia satisfacción personal su ídolo; maldito el que busca que se hable bien de él porque hace de la seguridad personal, de la fama, del bienestar, su ídolo. Estos acabarán en la vacuidad, porque su consuelo, su satisfacción se acaba en ellos mismos. Vivirán en "la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita" (1 lectura).

En cambio, los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los que son odiados y perseguidos injustamente, son los que se fían "de la ayuda del Señor", y encuentran "en el Señor la seguridad". Serán "como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto a su sazón y no se marchitan sus hojas y cuanto emprende tiene buen fin" (1 lectura. cf. salmo responsorial). Dios mismo es el agua que da vida. Y "quien beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed" (Jn 4, 14).

El "vosotros" de las bienaventuranzas y malaventuranzas se refiere a nosotros. Somos seres de sombra y luz. De la misma manera que Jesús se sitúa, también nosotros quedamos situados después de la proclamación del evangelio de hoy. Y esto no tiene nada de humillante: tomar conciencia de esta complejidad es aceptar la propia condición humana. Ya hemos comentado que el texto es realista, nos obliga a aceptarnos tal como somos, pero eso no justifica la mediocridad del no hay nada que hacer. Las bienaventuranzas no son una utopía imposible de alcanzar: son un camino a recorrer.

JORDI GUARDIA
MISA DOMINICAL 1998, 3, 7-8


15.

Fuera de España, el ejemplo que aparece en esta homilía a propósito de la incorporación a la moneda única, deberá sustituirse por otro ejemplo semejante adaptado al propio país.

-Jesús, signo de contradicción

No hace muchos días, el lunes de la semana pasada, celebrábamos la fiesta de la Candelaria, la Presentación de Jesús en el Templo. Quizás algunos vinisteis a misa ese día y tenéis especialmente fresco en la memoria el evangelio de la fiesta, pero probablemente todos, aunque no vinierais a misa, recordáis las palabras que el viejo Simeón dijo a María, que llevaba al niño Jesús en brazos. Le dijo: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma".

Seguramente todos recordamos estas frases. Y sin duda también hoy en el evangelio que hemos escuchado podemos ver bien reflejado lo que Simeón anunciaba: que Jesús con lo que predicó e hizo a lo largo de su vida provocó rupturas y contradicciones muy fuertes; y que todos los que estaban cerca -comenzando par María, su madre- tuvieron que sufrir al ver como esto que él decía, la Buena Nueva de Dios, era mal recibido por muchos, tan mal recibido que lo acabaron clavando en la cruz.

- Los criterios de Jesús

Porque realmente, son fuertes las palabras de Jesús. Son palabras que anuncian salvación, vida, esperanza, alegría. Son una Buena Nueva, una gran noticia. Pero lo son con unos criterios muy diferentes de los que se consideran normales en el mundo. Son criterios que se ponen en contra de los que en la sociedad tienen poder, prestigio, buena consideración. Y que dicen que la felicidad, el gozo, el futuro está en manos de los que normalmente consideramos fracasados y de los que actúan sin buscar éxitos ni buenos puestos.

Realmente, el anuncio de las bienaventuranzas, que hemos escuchado muchas veces, ya no nos sorprende demasiado. Pero, tal como decía el anciano Simeón a María, estas palabras, este anuncio de Jesús, si nos lo tomamos seriamente, seguro que sirve para revelar qué sentimientos tenemos realmente dentro del corazón, qué hay escondido en el fondo de nosotros mismos, qué mueve de verdad nuestra vida y nuestras actuaciones. Jesús dice muy claramente que la felicidad, la alegría de Dios, el amor de Dios se derrame en los pobres, en los que lloran, en los que pasan hambre. Y es necesario que nos preguntemos, sinceramente, si nosotros compartimos este mismo criterio de Dios. Si nosotros tenemos como un objetivo importante de nuestras vidas, como una honda ilusión en nuestros corazones, el interés, el bien y la alegría de todos los que en nuestra sociedad -como en la del tiempo de Jesús- son considerados gente que no vale demasiado la pena.

- Tenemos que defender la causa de Jesús

Por ejemplo, vemos que nuestros gobernantes, y los responsables económicos, hablan ahora mucho de las grandes ventajas que tendrá la incorporación plena de nuestro país a Europa, con el euro, la moneda única. Ciertamente que la incorporación plena a Europa es importante. Pero sucede que, cuando nuestros gobernantes hablan del asunto no dicen casi nunca nada de lo que pasará con las capas más débiles de nuestra sociedad, tanto los que están en la marginación como en los amplios sectores de trabajadores que viven en la inseguridad de una situación laboral poco clara. Parece como si toda esta gente no fuera importante, como si lo único importante fuera el crecimiento económico en sí mismo, sin tener en cuenta si este crecimiento sirve o no para los que están en la parte baja de la escala social vivan mejor.

Jesús tiene unos criterios diferentes de estos. Jesús seguro que reclamaría a nuestros gobernantes que pusieran en primer plano los intereses de la gente que está en la parte baja de la escala social. A él, lo que le interesa es que los que están mal puedan mejorar su situación. Y lo que nos pide a nosotros, sus seguidores, es que no tengamos miedo de defender su causa, la causa del Hijo del hombre, aunque -tal como hemos escuchado en la última bienaventuranza- esto no esté demasiado bien visto. Y la causa del Hijo del hombre es que puedan vivir plenamente la alegría y la dignidad de ser personas, hijos de Dios. Que ya ahora se haga realidad lo que será definitivo más allá de este mundo, en la vida eterna que Dios ofrece a todo el que quiera vivir en su amor.

La Eucaristía es saborear ya ahora la vida plena del Reino de Dios, la vida a la que, antes que nadie, son llamados los pobres. Que celebrarla hoy nos ayude a vivir y actuar según los criterios de las bienaventuranzas.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 3, 11-12


16.

 Jeremías se ha encontrado con la cruda realidad de una sociedad completamente dañada y podrida en sus estructuras, pero intuye que el problema aún es más profundo. La perversión ha invadido el corazón de los hombres y mujeres, que se han dejado corromper y han corrido para realizar el mal y para degenerar la obra de Dios.

Frente a esta realidad de pecado de los seres humanos, el único camino para el cambio es la conversión. Conversión entendida en su forma más original, como se entendió en el Antiguo Testamento: abandonar el camino del mal y volver al camino de Dios. El camino de Dios es el camino de la misericordia, del amor, de la justicia; es el no acaparamiento de los recursos vitales, el pensar en los demás, el ser-para-los-demás.

En el Nuevo Testamento, Jesús y sus seguidores -el grupo de los primeros discípulos- también intuyen el problema del mal estructural que echa sus raíces en el corazón, en la corrupción individual. Jesús ha comprendido que no hay un cambio en la sociedad sino se da un cambio de mente, un cambio en la forma de pensar. Por eso Jesús presenta "una revolución distinta", no de armas, sino con cambio de corazones, de "estructuras mentales", ya que él está convencido que si no hay una revolución-conversión interior que produzca un cambio de manera de ver y asumir la realidad, no será posible que se asuma un nuevo ideal: el proyecto que Dios nos propone para llevar a término su creación.

El Evangelio de Lucas, escrito para animar la fe en Jesús de los grecorromanos, presenta la fuerte crítica que Jesús estaba haciendo al sistema que imperaba en su tiempo. A diferencia del evangelio de Mateo que habla de "pobres de espíritu" (Mt 5, 3) Lucas dice simplemente "pobres", entendiendo el término en su sentido directo, en su realidad social. Lucas no quiere evitar una predicación adormecedora; enfrenta la realidad de pobreza que vivía. La pobreza planteada en el Evangelio de Mateo es más por decisión. Mientras que la pobreza planteada por Jesús que Lucas recoge en su evangelio es la pobreza que tiene causa, una pobreza que tiene sus raíces en la desigualdad y en la opresión que ejerce una capa de la población frente a otra.

Jesús ha tocado la fibra más honda de la realidad judía: la desigualdad social entre ricos y pobres, la marginalidad de muchos de sus paisanos, el dolor que causa el hambre evitable que imperaba en su tiempo. Llama dichosos a los que el sistema ha llamado desgraciados: a los que vivían en pobreza escandalosa (Lc 6, 20), a los que padecen el hambre física y a los que lloran por las realidades de muerte que experimentaban (Lc 6, 21); llama dichosos a los perseguidos por luchar para transformar las realidades de sombra y de muerte (Lc 6, 22), a los que tenían "hambre y sed de justicia".

En el mismo discurso Jesús se lanza con toda la fuerza contra los poderosos y los maldice. Maldice a los ricos porque han escalado posición a costa de la pobreza de los de su pueblo (Lc 6, 24), maldice a los que se han hartado con la comida de los que padecen el hambre, maldice a los que ríen a costa del llanto de los pobres (Lc 6, 25). Ay de los que son honrados y tenidos por importantes a costa de perseguir a los que luchan por un mundo más justo y humano (Lc 6, 26). Jesús con su predicación y con su vida los declara enemigos de Dios por ser enemigos del pueblo, causándole la muerte.

Muchos cristianos se extasían ante las "bienaventuranzas" de Lucas, pero no quieren meditar sus "malaventuranzas"; hacen actos de "pobreza de espíritu" de la que habla Mateo, pero no quieren pararse a pensar en la "pobreza real" de la que habla Lucas. Danos Señor docilidad para aceptar su palabra íntegra, sin recortarla ni acomodarla. Habla, Señor, que tu siervo escucha.

Oración comunitaria:

Dios nuestro, Padre y Madre de todos los seres humanos, que en Jesús nos has manifestado lo que nos puede hacer bienaventurados y lo que nos conduce a la malaventuranza; ayúdanos a comprometernos con alegría y convicción por el mismo camino que él nos trazó, por Jesucristo tu Hijo...

Para la oración de los fieles:

-Para que la Iglesia escuche íntegramente el Evangelio y acoja con docilidad tanto las bienaventuranzas como las malaventuranzas, roguemos al Señor...

-Para que, a la luz del evangelio de Lucas, aceptemos sinceramente que el evangelio no es neutral...

-Por los económicamente pobres, a quien Lucas insiste que Jesús sentía como destinatarios de la Buena Nueva, para que hoy también los cristianos les demos, como Jesús, Buenas Noticias...

-Para que la fe en la resurrección se purifique de toda mitología entre nosotros y podamos transmitir con pureza y sencillez lo que realmente nuestra fe nos dice de la vida posmortal...

-Por todos los que, sin fe, viven a pesar de ello una ética de solidaridad y de amor, para que Dios siga actuando en su corazón aunque ellos no lo noten...

Para la reunión de grupo:

-¿El evangelio puede ser neutral ante los conflictos que se dan en este mundo en el campo de la justicia? ¿Por qué? Citar palabras de Jesús primero, después hechos, y dar finalmente razones "teológicas".

-El gran especialista Joaquín JEREMIAS, afirma: "El Reino pertenece únicamente a los pobres... La primera bienaventuranza: la salvación está destinada únicamente a los mendigadores y pecadores". (Teología del Nuevo Testamento, volumen I, Sígueme, Salamanca 1974, pág. 142; subrayados en el original). Comentarios a esta afirmación de J.J.

-¿Cómo está hoy la opción por los pobres? Consulten si lo desean: "Opción por los pobres: evaluación crítica" (en http://165.98.12.3/koinonia/relat/112.htm)

-¿La Opción por los pobres es preferencial? Es decir: optamos por todos, pobres y ricos igualmente, sólo que les vamos a dar una preferencia (pasar primero) a los pobres... ¿Es correcta esta interpretación? ¿Por qué se añadió la palabra "preferencial"? ¿Y tiene un sentido correcto esa palabra?

Para la revisión de vida

-¿Cuál es mi "lugar social"? (Se dice que lugar social es aquél sector de la sociedad desde cuya perspectiva uno interpreta la realidad, y con cuyos intereses sintoniza vitalmente).

-¿Soy de aquellos para quienes "ya pasó la moda de la opción por los pobres"?

-¿Sé asumir el conflicto como Jesús? ¿O prefiero la connivencia, la neutralidad, el espiritualismo?

Añadimos esta poesía de ·Casaldáliga-Pedro por si le es útil:

Bienaventuranzas de la conciliación pastoral

Bienaventurados los ricos,
porque son pobres de espíritu.

Bienaventurados los pobres,
porque son ricos de Gracia.

Bienaventurados los ricos y los pobres,
porque unos y otros son pobres y ricos.

Bienaventurados todos los humanos,
porque allá, en Adán, son todos hermanos.

Bienaventurados, en fin,
los bienaventurados
que, pensando así,
viven tranquilos...,
porque de ellos es el reino del limbo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


17.

LA CARTA MAGNA DEL REINO

1. Primero fue la oración, después la elección de los Apóstoles. Bajando Jesús de la montaña ya con los Apóstoles, le esperan en la llanura algunos discípulos y un gran gentío. Cura a los enfermos y todos querían tocarle, porque irradiaba de él una fuerza que curaba a todos. Realizadas las acciones salvíficas, comienza a hablar. Es este discurso una réplica del Sinaí, con letra pequeña. Desde la base del amor en sus dos direcciones: Dios y el prójimo, Jesús borda el sermón de la Bienaventuranzas. Conoce bien el tema. Lo ha vivido él siempre. Viene a predicarlo con las manos vacías y sin tablas de piedra. Con sus palabras diáfanas y diamantinas, entrega con amor su corazón. Al final hará restallar algunos latigazos, como refrendo de la positiva enseñanza anterior. En el contraste se aprecia mejor la luz de la dicha.

2. Puesto a releer a Jeremías, que formula la misma doctrina, notad que es curioso, que le corrige sólo en el orden de las ideas: Jeremías comienza con la formulación negativa: "Maldito quien confía en el hombre", y pone en segundo plano: "Bendito quien confía en el Señor" Jeremías 17, 5. Jesús, al contrario, comienza diciendo: "Dichosos los pobres, los que lloráis, los que sois odiados e insultados" Lucas 6, 17. El corazón más pacificado de Jesús, formula el mismo tema con mayor psicología, haciendo brillar primero la luminosidad de la ley del reino, presentándola más atractiva y seguible. Jeremías está aún en el Viejo Testamento. Jesús está inaugurando el Nuevo. Jeremías es el profeta "seducido y forzado por Dios", y Jesús es el Hijo que se sabe querido por el Padre, y el esposo que vive feliz con su esposa, a la que está comenzando a curar y a librar de todos los males y dolencias y, sobre todo, del dominio del demonio.

3. Lucas y Mateo nos ofrecen el mensaje de las Bienaventuranzas, pero con matices distintos. Lucas habla de los pobres a secas. Mateo de los pobres en el espíritu. Y en verdad, en el concepto bíblico de pobre va incluído el espíritu de pobre, que cuenta con el Señor, se abandona en el Señor, ora y suplica al Señor. Lo dice Jeremías: "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza". La bienaventuranza que Jesús expresa como posesión del Reino, saciedad, risa y recompensa grande, Jeremías la pinta como un árbol de hoja perenne plantado junto al agua, que siempre da fruto. A la contemplación de ese árbol fecundo siempre regado, el agua siempre tan necesaria en aquel clima palestinense, árido y seco a merced siempre de las lluvias, camino del cual caminamos nosotros, dedica el salmista su poema 1, con que se abre el libro de los Salmos: "Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor". Repite el símil del árbol con agua abundante y fruto a su tiempo y con hojas siempre verdes. Y añade la prosperidad de todas las empresas que ese hombre acometa confiado en Dios y les asegura el éxito, ayudándole él como principal autor. El hombre es un colaborador de la acción creadora e incesante de Dios, en la historia individual y en la colectiva.

4. Si la prosperidad y el progreso, y la dominación de la naturaleza para someterla cada vez más a la acción del hombre creador son queridos y alentados por Dios; si la mejor calidad de vida no es ajena a su voluntad, la pobreza amada por él no se identifica con la penuria material y con la miseria. En el diseño divino del plan del mundo no entra la desigualdad de los mundos: mundo de tercera división o de cuarta, donde no se puede vivir con dignidad, y mundo de primera, donde sobra de todo, y donde se puede comprar lujo y vivir para el derroche. No hay que considerar al enaltecer la pobreza, que aquel mundo es el que Dios quiere instalar en la tierra. Dios quiere un mundo de amor, donde el que tenga comparta con el que no posea; donde haya prosperidad, pero para todos.

No se identifica la pobreza con el subdesarrollo, sino con la indigencia del hombre que se descubre necesitado y se abre a la acción de la voluntad de Dios y de su gracia.

5. Jeremías 17, 5 y el salmo 1 coinciden, no sólo en el espíritu, sino también en la letra. Jeremías es impusado a expresarse así por el fracaso de la reforma del rey Josías y la importancia que en tiempos del rey Joaquín, se daba a las alianzas extranjeras: asirias y egipcias. El pueblo debe entender que su fuerza está en el Señor, y no en los poderes de la tierra.

6. Entonces, ¿por qué prospera el incrédulo y el justo padece?. Juicios de Dios, que Jesús nos devela en las Bienaventuranzas. La pobreza no es un castigo. Es camino de gracia y portadora de salvación, si se la quiere recibir. Así juzga Jeremías, que es el profeta de la religión interior, la que está en el corazón.

7. El entero Antiguo Testamento es un clamor de los pobres pidiendo auxilio, misericordia, perdón, defensa, protección. Jesús ha venido a socorrer a esos pobres: A dar la Buena noticia, que eso es evangelizar. Evangelizar no es decir a los pueblos que por el camino que llevan se van al infierno, sino ofrecerles la buena noticia de que Dios en Jesús les viene a salvar: "He sido enviado a evangelizar a los pobres". No es el pobre dichoso por su pobreza, sino porque en medio de su miseria, Dios le ofrece el Reino y él lo acepta.

8. Los hombres tienen libre voluntad para hacer el bien o hacer el mal. Incluso se puede hacer el bien o mal hecho, o con intención torcida. Entonces tendríamos a los malhechores del bien. "El que pone su confianza y basa sus acciones y proyectos en la carne, será como un cardo en la estepa". El que tiene el corazón en el Señor es el árbol frondoso plantado en la corriente del agua. Un millonario puede ser pobre si pone sus riquezas al servicio de los hermanos. Un mendigo puede ser rico de ambición desmedida y de envidia y de rencor. El desprendimiento, el servirse de las riquezas en beneficio de los hermanos en vez de ser esclavos de ellas, y la confianza en el Señor, es lo que constituye a los pobres del Señor, los "anawim de Yavé".

9. En el mundo, los hombres propagan un conjunto de tesis que constituyen la mentalidad mundana. Con ella se situan respecto a las realidades más sustanciales de la vida: las cosas de la vida necesarias, los acontecimientos, las relaciones sociales. Si todo esto se posee en elevado orden, se es dichoso. En nuestro sociedad se designa con el calificativo de la "beautifol peauple" o "Gente guapa", los de la "cultura del pelotazo", para los que el fin justifica los medios. Para Jesús esos son los ricos.

10. Los pobres son: los que carecen de muchas cosas: de casa, o la tienen pobre; de comida, o la tiene escasa; de empleo, de salud, si están enfermos; de virtud, los pecadores; de compañía, los que padecen soledad; de cultura, los analfabetos, los incultos, los indefensos, los que carecen de recomendaciones, de influencias, de amistades. Los que ante la vida y en la vida no poseen nada o poseen poco, y por eso tienen que sufrir los abusos y la prepotencia de los poderosos. Pues a esos y a los mansos y pacíficos y a los que lloran y padecen calumnias, difamación, rechiflas, malas interpretaciones, viene Jesús a darles la buena noticia. Y él es su riqueza y su dicha. "El Señor me envía a anunciar la buena noticia a los pobres". Dios me manda a que, prioritariamente, dedique mi curación y salvación a vosotros. Vuestro es el Reino de los cielos.

12. Dicen los mundanos: Lo importante es pasarlo bien ahora. ¡Y qué extendida está esta mentalidad! La juventud, que es la edad de los ideales altos y utópicos, está, o alocada, o sin ilusión y cansada; llamados a ser águilas, han quedado convertidos en aves de corral.

A una sociedad que ha apagado las luces de la trascendencia, para la que todo termina en la muerte, "coronémonos de rosas antes de que se marchiten", Jesús viene a ensanchar el horizonte. Mirad más arriba, no es quedéis en la tierra, que es muy pobre. El Padre le envía para que nos anuncie el Reino Eterno, y nos llama para que lo implantemos ya en este mundo.

13. A los que tenemos comida abundante y vestido digno, no nos es lícito despreocuparnos de los que tienen hambre y sed y están desprotegidos frente a los poderosos. Debemos ser la prolongación de Jesús, viviendo con austeridad y anunciándoles con nuestra vida y sacrificio, el mundo que ya ha comenzado y que va creciendo en medio de las fatigas, el pecado y el llanto. Y sabemos que El actua con nosotros, y nos da su empuje y fuerza en la Eucaristía.

J. MARTI BALLESTER