R E F L E X I O N E S

1. SI/NO 

El evangelista pone en frases de Jesús un repaso rápido de cuanto la Ley exigía a sus contemporáneos. Y la advertencia de que El no ha venido a destruirla sino a darle su cumplimiento. Pero hechas esas dos afirmaciones, Jesucristo se dirige a los suyos, a los que con El estaban en aquel momento histórico y a los que a través de los tiempos seguirían. Y pone ante sus ojos un reto. La Ley decía esto y aquello, pero para vosotros la Ley, que hay que cumplirla, hay que superarla.

Y así no bastará no matar. Será necesario no enojarse con el hermano, no enfadarse con él, no boicotearle, no pisarlo, no ignorarlo, no olvidarlo, no despreciarlo. Y si algo de esto sucede, que sucede naturalmente, el cristiano tendrá que remediarlo inmediatamente si quiere que su ofrenda sea agradable a los ojos de Dios.

¿Y las relaciones con la mujer? La exégesis, precisa y preciosamente, pone de relieve el deseo de Jesús de dignificar a la mujer de su tiempo. Entre los judíos la mujer apenas era una cosa. A través de la historia y durante mucho tiempo apenas ha sido más que cosa. La división de la humanidad en hombres y mujeres ha dado curiosamente, una terrible consecuencia, en el aspecto que comentamos, la discriminación irritante de la mujer.

El cristiano tiene ante sí otro reto puesto por Jesucristo: el de considerar a la mujer como persona con la que compartir un proyecto de vida, el de dar una espléndida lección al mundo, mostrar qué maravilla son capaces de forjar dos seres que, considerándose iguales, viven fundados en Cristo.

Y otro reto por parte de Jesucristo. Vivimos en un mundo en el que todo debe figurar por escrito. Es lógico que en el tráfico normal así sea. Pero Jesús pide a los suyos una integridad a toda prueba. Un cristiano debía ser una especie de "fe pública". En reiteradas ocasiones, Jesús advierte en el Evangelio a su discípulos que deben bastarles dos palabras para ir por el mundo dando testimonio suyo. Son las dos palabras más importantes de la vida: SI y NO. Sin más aditamentos. Cuando un hombre sabe decir SI a determinadas situaciones y mantener ese sí, por encima de todo y, al propio tiempo, sabe decir NO ante otras situaciones determinadas y mantener ese no por encima de todo, nos hemos topado con un hombre de cuerpo entero. Pues bien, para Cristo, los cristianos debieran ser estos hombres. No les hará falta jurar por nada ni por nadie, será suficiente que su vida sea de tal categoría y calibre que su sí o su no, sean una garantía total para los demás.

DABAR 1981/15


2. CULTO/A-H:

Tal vez sería oportuno que los "catecismos actuales" incluyeran entre las condiciones para participar válidamente en la misa la de trabajar por la justicia. Sin tensión hacia la justicia no puede haber eucaristía. Pablo negaba la posibilidad de celebrar verdaderamente la cena del Señor a quienes estaban hartos y se desentendían de los que pasaban hambres. La primitiva comunidad cristiana exigía, apoyándose en las palabras del Señor, estar en paz con los hermanos antes de ofrecer el sacrificio. Lo contrario manchaba la acción litúrgica (/1Co/11/20-23). Ya el Antiguo Testamento prescribía que lo ofrecido a Dios debía ser sin mancha ni tara. Dos veces pone Mateo en boca del Jesús la frase de Oseas: "prefiero la solidaridad al culto" (/Os/06/06).

No existe en la realidad el peligro de olvidarnos de Dios por amar al prójimo. Sin embargo, es tristemente habitual que olvidemos al prójimo pretendiendo amar a Dios. Confundimos el mensaje de Jesús con el comportamiento religioso corriente, con ser "gente de orden".

Abandonamos así las actitudes más características y nuevas del evangelio. La solidaridad, como voluntad de Dios que es, constituye lo más típico del culto cristiano. No olvidemos que la palabra "liturgia" se deriva de un verbo griego que significa "servir".

Fácilmente caemos en interpretaciones arqueológicas de esta norma esencial reduciendo su aplicación a la necesaria armonía entre los presentes. Pero, si hoy nos atrevemos a decir que el mundo es un pañuelo, si contemplamos en nuestros televisores como cercanas a personas geográficamente distantes, quiere decir que el círculo de responsabilidad se ha ampliado a tamaño mundial.

Hemos de vivir una tensión hacia la paz con todos los hombres.

El tercer y cuarto mundo existen.

JUSTICIA: También un concepto estático de justicia puede falsear esta condición previa a nuestra participación en la misa. Los manuales clásicos definen la justicia como "dar a cada uno lo suyo"; pero ¿qué es lo suyo? ¿Lo que tenían en un momento dado, o lo que deberían tener? Las encíclicas más recientes superan con mucho este conservador concepto. Lo que ayer se podía considerar justo, hoy ya no lo es. También la justicia es dinámica.

La injusticia es una violencia que opera como causa de violencia y enfrentamientos. No es exigible la paz a cualquier precio, sino la paz basada en la justicia. La preocupación del discípulo en este aspecto ha de ser constante, puesto que de él depende en gran parte la validez de sus eucaristías.

EUCARISTÍA 1990/08


3. A-FRATERNO

El problema de la ligazón entre el amor a Dios y a los hombres ocupa el centro del cristianismo. Jesús, en el Nuevo Testamento, ha asociado estrechamente dos mandamientos del amor hasta poner de manifiesto su identidad radical.

Constituye un solo y único acto el que sirve de vehículo al amor de Dios y a los hombres. Desconocer esta realidad esencial puede llevar a graves deformaciones que comprometen el equilibrio interno de la fe.

No es preciso hacerse ilusiones sobre este punto: en cada época de la historia de la Iglesia, esta realidad esencial corre el riesgo de ser parcialmente velada; de aquí que sea fácil de adivinar con relativa frecuencia un reajuste necesario en ella. Hoy, por ejemplo, los cristianos se ven impulsados a valorar en toda su plenitud las exigencias del amor fraterno que no conoce fronteras; en cambio, se preocupan menos de saber en qué es idéntico el amor fraterno al amor a Dios. Sucede entonces que uno se equivoca sobre las dimensiones integrales del propio amor fraterno; en momentos en que Dios no ocupa entre los hombres el lugar que le corresponde, la relación con el prójimo comienza a degradarse.

Por otra parte, tal reducción del amor fraterno es particularmente perjudicial en el plano de la misión. A partir del momento en que los cristianos dejan de sentir la inquietud de ser testigos del amor de Dios al ponerse al servicio de sus hermanos, su testimonio se halla como descentrado; no prepara a las verdaderas perspectivas del amor fraterno; es un testimonio que enmascara la auténtica fuente del amor.

Es conveniente, por tanto, profundizar el lazo indisoluble que une el amor a Dios y el amor a los hombres. De esta forma podremos formular el criterio esencial de la autenticidad de una vida cristiana.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 240 s


4. RADICALISMO LEGALISMO:

Esta nueva manera de cumplir la Ley en su plenitud nada tiene que ver con el legalismo de los escribas y fariseos. No se trata de una hermenéutica más perfecta de la letra de la Ley, sino de la interiorización de su espíritu. Si se encuentra la clave que todo lo simplifica, no sólo se evitan las angustias y el miedo. Paradójicamente, sólo cuando se abandona el legalismo está el creyente en condiciones de ser radical.

En ninguno de los cuatro casos que se proponen se fomenta manga ancha, se facilita la Ley, se niega o bagateliza la responsabilidad. Pero cobra tal relieve interior la figura del hermano (¡cuántas veces se repite esta palabra!), de la mujer (¡tan minusvalorada entonces y ahora!) y de uno mismo (¡la dignidad de "hijos" hace que nos debamos mostrar como somos sin más juramentos!), que el respeto al hombre se hace radical. Se convierte en raíz de todo nuestro comportamiento. Una raíz que reside en nuestro interior, no en la pura exterioridad de unos actos públicos o visibles, sino allí donde está el secreto de nuestra verdadera personalidad humana y creyente.

J. M. ALEMANY
DABAR 1990/14


5. 

CRISTO Y LA LEY NUEVA

El salmo 118 es un elogio de la ley compuesto por un judío piadoso. Al cantarlo hoy como salmo responsorial en la Misa se proclama de nuevo que la verdadera felicidad nace en la fidelidad a Dios, que manifiesta su voluntad por medio de la ley.

Cristo es el intérprete definitivo de la ley nueva, al poner de relieve las exigencias profundas de la voluntad de Dios, que él ha venido a cumplir y dar plenitud "hasta la última letra o tilde". Sin quedarse en las minucias, nos enseña que para pertenecer al "reino" hay que vivir en fidelidad y coherencia total con la voluntad de Dios. La serie de antítesis que se leen en el Evangelio de hoy, son un ejemplo claro de cómo hay que actualizar la voluntad divina para alcanzar la salvación.

Las antítesis sobre el homicidio y la reconciliación están centradas en la preocupación y necesidad del perdón y del amor fraterno, que son la base y el vértice de la verdadera liturgia. Jesús exige que el cristiano no acceda al culto, expresión perfecta de la armonía con Dios, si antes no ha recompuesto totalmente la armonía con su prójimo.

La segundo antítesis se refiere al adulterio y al escándalo. Llevando el matrimonio a la totalidad de su donación y la pureza a su rigor profundo interior, Jesús pone el acento en la conciencia y en la decisión. El verbo "desear es una maquinación de la voluntad; una opción personal, que puede ser un acto negativo.

La tercera antítesis concierne al problema del divorcio. Cuando el matrimonio es signo de la unidad del amor de Dios adquiere todo su esplendor de donación total y gozosa.

La última antítesis hace referencia a los juramentos, que en una sociedad de cultura oral eran el símbolo de las relaciones interprofesionales y políticas. La absoluta sinceridad y la verdad deben ser la norma de la comunicación intraeclesial. Siempre será necesaria la sabiduría cristiana, que nos alcanza la verdadera libertad y nos permite caminar por el gozoso sendero de la ley de Dios.

Andrés Pardo


6. Para orar con la liturgia

Tú, en la etapa final de la historia,
has enviado a tu Hijo, 
como huésped y peregrino en medio de nosotros,
para redimirnos del pecado y de la muerte,
y has derramado el Espíritu,

para hacer de todas las naciones un solo pueblo nuevo,
que tiene como meta, tu reino,
como estado, la libertad de tus hijos,
como ley, el precepto del amor.

Prefacio común VII