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22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
9-15

9. 

Frente a las leyes es fácil detectar dos actitudes opuestas o distantes: de total indiferencia o casi desprecio y de aferramiento pleno a la letra. Es lo que ocurrió en las primeras comunidades cristianas, en los tiempos en que se escribieron los evangelios: el judaísmo había perdido consistencia política y territorial, a causa de la guerra del año 70, y vivía con radicalidad su adhesión a la letra de la ley. La sinagoga expulsó a los sospechosos de herejía y fijó las fronteras de su ortodoxia. La comunidad de Mateo, formada en su mayoría por cristianos procedentes del judaísmo, se plantea cómo vivir una fidelidad profunda a las Escrituras y a la auténtica tradición judía y ser fiel, a la vez, a la novedad evangélica. Las polémicas entre el cristianismo primitivo y el judaísmo aparecerán reflejadas constantemente en Mateo, que desarrollará gran parte de su evangelio a través de una continua confrontación con la justicia de los letrados y fariseos.

El sermón de la montaña trata de explicar las diferencias entre el cristianismo y el judaísmo y, además, mostrar su plena conformidad con las Escrituras. Para Mateo, el verdadero judío es el que se hace cristiano. También podemos decir ahora que el verdadero hombre es el que se hace seguidor fiel de Jesús: tiene lo mismo que los demás -bondad, libertad, amor...-, mas el sentido de la vida que trajo Jesús.

¿Qué pensaba Jesús de la ley? Sus enseñanzas eran tan nuevas y radicales que daba la impresión de prescindir de ella y hasta de despreciarla. Era necesario que clarificara su actitud frente a la ley, que para los judíos era eterna, divina, irrevocable, soberana. Por eso, para deshacer un malentendido y evitar la decepción razonable de los que lo escuchaban, va a dar respuesta a la relación que guarda su doctrina con la ley y los profetas. No quiere que quienes conocen la grandeza de las promesas del Antiguo Testamento, y que se han traducido en la espera del Mesías, se sientan defraudados ante sus palabras.

-El bien del hombre, principal objetivo de la ley

Jesús les afirma: "No he venido a abolir, sino a dar plenitud".

¿Cómo conciliar estas palabras con las que vienen a continuación:

"Habéis oído que se dijo a los antiguos..., pero yo os digo...", que parecen indicar una ruptura? La misión de Jesús es positiva, no negativa. ¿No parece una afirmación contradictoria? ¿No ha transgredido en varias ocasiones la ley? Es cierto; pero lo ha hecho cuando ésta violentaba necesidades fundamentales del hombre. Por ejemplo, el descanso del sábado, con el consiguiente escándalo de los letrados y fariseos.

Jesús distingue entre la ley o palabra de Dios y las leyes o palabras de los hombres, a pesar de que muchas veces es difícil en la práctica hacer la distinción. Cuando el hombre hace de la ley un instrumento jurídico o penal, al que debe someterse para no incurrir en serios castigos, entonces la ley pierde su carácter liberador.

La ley puede minimizarse en casuística, como hacían los letrados y los fariseos -¿no se hace con el código de derecho canónico?-, tergiversando y burlando de esa forma la misma ley.

Esto era no comprender la ley. La ley, como expresión de la voluntad de Dios, debe ser aceptada e interpretada desde su totalidad, aclarando y profundizando unos puntos de ella con los otros.

"Os aseguro..." Jesús confirma solemnemente su afirmación: se cumplirá lo contenido en la Escritura, hasta en sus más mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No deben sentirse decepcionados por sus palabras. Su programa es el único capaz de llevar adelante los designios de Dios anunciados en la Biblia. Lo suyo no se limita a observar una ley con fidelidad, sino que pretende realizar una promesa, emprender un camino de vida.

El malentendido que quiere disipar Jesús es el de aquellos que esperaban -y siguen esperando- que el reino de Dios se implante desde arriba, sin colaboración humana. Jesús ha expuesto con las bienaventuranzas que el trabajo del hombre es indispensable para crear la nueva humanidad que es el reino de Dios, para la conquista de la tierra prometida. Las frases "menos importante" y "grande" son expresiones judías que indican la exclusión del reino de Dios o la pertenencia a él. La exigencia de Jesús es total: no se puede pertenecer al reino si no se practican todas y cada una de las bienaventuranzas.

Se refiere principalmente a la primera, que invita a una opción fundamental, y a la octava, que marca el precio que hay que pagar por esa opción.

Los "menos importantes" reaparecerán con diversos nombres en otros pasajes evangélicos: son los falsos profetas y los árboles malos (Mt 7,15-18), la cizaña (Mt 13,38), el invitado sin traje de fiesta (Mt 22,12-13)..., todos los que no han roto con la injusticia;, "Si no sois mejores que los letrados y fariseos..." Nos deja entrever tres formas de entender la justicia: la de los letrados o escribas, la de los fariseos y la de los discípulos. Mateo va a contraponer en este apartado el pensamiento de Jesús a la doctrina de los letrados. Más adelante -al tratar la limosna, la oración y el ayuno- lo opondrá a las prácticas de los fariseos. Finalmente, desarrollará el sentido de la justicia del discípulo hasta el final del sermón del monte.

La fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y fariseos. El legalismo, que se contenta con guardar preceptos, es insuficiente. La puerta de entrada para entenderle y poder seguirle es la primera bienaventuranza.

Mateo nos coloca ahora ante unos ejemplos -seis antítesis- escogidos entre otros posibles de la ley. Pero no es una elección al azar: todos ponen de manifiesto el amor; tres se refieren al comportamiento con el prójimo, dos al desarrollo de la sexualidad y al matrimonio y uno al juramento. Con ello pretende ayudarnos a descubrir la verdadera voluntad de Dios en la interpretación de las Escrituras.

Los letrados eran teólogos y moralistas, intérpretes de la ley y guardianes de la tradición. El pueblo acudía a ellos para que le explicara la ley y le enseñara a vivirla. Querían ser fieles a ella, pero incurrían en el error de querer conseguirlo a base de repetirla y desmenuzarla en una agobiante casuística. Con ello anulaban la ley, reduciéndola a unas prácticas incapaces de contener la novedad de Dios y de la historia.

Es necesario que tengamos una visión correcta de Dios y de su plan de salvación. Aquí está la raíz de las diferencias entre Jesús y los letrados. Para descubrir la voluntad de Dios tenemos que ser capaces de hacer una lectura global de las Escrituras -mejor de los evangelios-, una lectura que recupere la primacía del amor: todo debe leerse y valorarse desde ese centro. Cuando falla este fundamento, se termina siempre en acomodaciones.

-El derecho a la vida es inalienable

El primer ejemplo de Jesús trata del quinto precepto del Decálogo, que defiende el derecho más importante que tiene el hombre: el derecho a vivir. La historia de ayer y de siempre se encarga de mostrarnos a qué insensatas aberraciones nos lleva la violación de tan elemental y sagrado derecho.

No sólo matan los criminales "comunes", como hipócritamente los llama nuestra sociedad; se mata en nombre de los gobiernos, de determinados ideales políticos, de la raza, de tal o cual religión, para defender intereses económicos...

Existen, además, otras formas de matar al prójimo: la indiferencia, la calumnia, la mentira, la envidia, el egoísmo...

El espíritu del quinto mandamiento implica un amor total al hombre. No se puede matar al hermano de ninguna manera; ni con la intención.

Es el ideal cristiano. Pero a nadie se le puede pedir dejarse matar: marginados, hambrientos, parados, desigualdades infames, gobiernos y estructuras sociales opresoras y dictatoriales... Y les estará permitido defenderse para no morir... Es la legítima defensa... Jesús murió asesinado... y no mató a nadie, pero luchó duramente con amor para traer la justicia y la libertad para todos. Es nuestro ejemplo.

"Los antiguos" son las generaciones judías anteriores y contrapuestas a la generación a que habla Jesús. Según la valoración que hacían entonces del quinto mandamiento, sólo se condenaba la realización física del homicidio. Jesús va a interpretar el contenido del precepto en un sentido más primitivo y original.

Al contraponer su posición a la simple formulación material que había hecho Moisés, se está declarando implícitamente superior a él.

Es un procedimiento pedagógico de Jesús con el que, suave y veladamente, va descubriéndonos su persona. ¿Quién se podía presentar como superior a Moisés sin declararse Mesías? Jesús condena en este precepto todo lo que pueda ofender al hermano. El hermano equivale al "prójimo" del judío (sólo consideraba como tal al israelita). Expresamente habla de tres casos: pelearse con el hermano, llamarle imbécil y renegado. La gravedad de cada caso va en aumento, por lo que amenaza con tres penas correspondientes y de acuerdo con la gravedad. El primero "será procesado" por el tribunal local que, según los deseos de Moisés, debía existir en todos los pueblos (Dt 16,18). El segundo alude al sanedrín de Jerusalén, que era el que tenía competencia en los enfrentamientos más graves. El tercero "merece la condena del fuego". Jesús no pretende decir que tales culpas deban ser juzgadas así, sino que toma los términos de la jurisprudencia judía como medio de expresión, pero no para darles un valor jurídico, ya que el tribunal al que él siempre se remite es el de Dios.

Tampoco pretende dar con estos tres casos una clasificación exhaustiva de las prohibiciones incluidas en el quinto mandamiento. Sólo pretende indicarnos el sentido de su enseñanza por el procedimiento semita de acumulación de tres casos representativos presentados de menor a mayor gravedad.

Su enseñanza es clara: la moral divina no sólo condena el homicidio como hecho real consumado, sino el simple deseo del mismo y toda injuria externa o simplemente interna contra el prójimo.

Jesús expone a continuación, en dos pequeñas parábolas o comparaciones, la necesidad de la reconciliación con el prójimo.

La primera está tomada del ambiente religioso, del ritual judío.

El oferente viene con la víctima y la va a ofrecer ante el altar.

Pero se acuerda que no está en paz con su prójimo. Entonces ha de dejar allí la víctima sin ofrecer e ir primero a reconciliarse con el hermano. ¿No participamos en la celebración eucarística con demasiada facilidad, sin plantearnos la enseñanza que se desprende de este ejemplo presentado por Jesús? La segunda está tomada de la vida social. Es la conveniencia de arreglar un pleito por las buenas con el adversario antes de llevarlo al juez para que dé sentencia. Sentencia que, por hipótesis, no puede ser otra que la pérdida del pleito y "la cárcel" al ser el adversario el injuriado. El tiempo "de camino" alegoriza posiblemente el tiempo de la vida terrena; el juez y su sentencia representan el tribunal de Dios; "la cárcel", el castigo merecido, cuya naturaleza no se precisa.

-El adulterio

La ley antigua condenaba en el Decálogo el adulterio, incluso el que se cometía sólo con los ojos o el pensamiento. Pero, interpretado superficialmente en todos los ambientes, se había reducido esta condena exclusivamente al acto externo.

Frente a una legislación interpretada tan restringidamente, Jesús da su valoración auténtica a este sexto mandamiento. Hace saber que no sólo se peca de adulterio por el acto externo, sino también por todo acto interno pecaminoso.

Y una vez declarado el sentido de este precepto y haciendo ver la gravedad del mismo, Jesús expone la necesidad de evitar la ocasión de pecado. Lo hace con el grafismo hiperbólico y paradójico propio de los orientales. Utiliza la comparación del ojo y de la mano, sacando la conclusión de que es preferible perder un miembro que perder todo el cuerpo.

No quiere decir que se ampute realmente una mano o se saque un ojo si fueran ocasión de tropiezo y ruina del hombre. Seria inútil: quedaría el otro miembro para recibir el mismo escándalo. Es un modo de decirnos, a través de fuertes contrastes, que adulterar con el corazón es igual de pecaminoso que el acto externo.

-El divorcio

También aquí defiende Jesús algo esencial para el evangelio y que tenía graves repercusiones sociales.

No olvidemos que Jesús marca un ideal, y todos sabemos que el ideal no está al alcance de todos ni se le puede exigir a todos.

Y que no habla de fidelidad legal, sino de fidelidad por amor.

La ley mosaica permitía el divorcio (Dt 24,1-4) por una condescendencia de Moisés (Mt 19,8). Frente a ella, Jesús, interpretando el verdadero sentido de la institución matrimonial, restituye ésta a la perfección primitiva de su indisolubilidad.

Todo lo que atenta contra el amor del cónyuge es una forma de adulterio y de divorcio. La misma base del amor total -como ideal humano- conduce al rechazo del divorcio como una forma fácil y cómoda -dentro del drama que supone en otros muchos casos- de resolver los problemas de convivencia.

El mensaje esencial podría ser éste: si viviéramos la ley de Dios en su letra y en su espíritu, sin regateos y con compromiso, el camino hacia la fidelidad estaría totalmente despejado. Una ley que es amor y que supone la renuncia a todas las formas de egoísmo..., porque la vida verdadera tiene su precio... ¿Cómo podrá vivir la fidelidad conyugal el que es incapaz de amar, el que no se posee?... ¿No es necesario un mínimo elevado de amor para hacer posible un matrimonio verdadero? ¡Cuántos se casan que no creen en el amor!

Cuando una sociedad no está fundamentada en el amor, ¿nos extrañaremos de tantos fracasos matrimoniales? Es evidente que las leyes deben dar salida a estos conflictos, lo que no es obstáculo para dejar intacto el ideal señalado por Jesús.

-El juramento

Otro tema fundamental es el relativo al segundo precepto del Decálogo, ante el abuso que el judaísmo había hecho de los juramentos.

La ley prohibía expresamente el juramento falso; pero, salvando esto, la casuística rabínica había construido todo un prodigio de sutilezas y distinciones para justificar los juramentos. No sólo se tenía como lícito todo juramento que tuviera como base la verdad, sino que se llegó a considerar como más honorable y meritorio hacer las cosas por Dios, ligándose con juramento. Ello les llevó a concluir que debían tomar siempre el nombre de Dios como garantía de todo lo que no fuera falso, lo que degeneró en una serie interminable de fórmulas de juramento y de valoración de las mismas increíble y absurda.

Juraban por Dios, por el cielo, por el Todopoderoso, por el templo, por el altar, por la alianza, por los hijos... Juraban que habían comido o no, que darían esto o lo otro a alguien... y mil cosas por el estilo.

Luego, para salir de tan complicado tejido de juramentos, tuvieron que reglamentar otra complicada casuística para invalidar aquellos en los que no estaba expreso el nombre de Dios, aunque todo juramento era hecho a Dios.

Ante este evidente abuso, hecho en nombre de una mayor religiosidad, Jesús sale en defensa del honor debido al nombre de Dios, tan traído y llevado por cosas inútiles. Y prohíbe jurar por Dios en general, destacando algunos juramentos más frecuentes que se hacían por las criaturas, haciendo ver que en todo juramento se incluye a Dios. Ante esta frívola actitud religiosa judía que, pretendiendo honrar a Dios, lo irreverenciaba, Jesús propone la conducta que deben seguir sus discípulos: "Os basta decir sí o no". Con ello destaca el valor del honor de un hombre en su palabra, su lealtad.

A la vez, la necesidad de emplear el nombre de Dios para cosas importantes y dignas. "Lo que pasa de ahí viene del maligno", viene de la mala condición que causa el pecado en el hombre y que siembra mentiras y desconfianzas.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2 PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 25-32


10.

ESTO ES FE CRISTIANA

Hoy conviene leer el Evangelio con todo detenimiento. Bueno, eso conviene hacerlo siempre, desde luego.

Hoy nos da Jesús una auténtica lección de lo que es la fe cristiana, porque nos da una auténtica lección de vida. Hemos dicho muchas veces que la fe cristiana, si no vale para la vida, no es nada. Esto es tan importante y de tanta trascendencia que no importa repetirlo una vez más. O, mejor, oírlo hoy directamente del Señor. Jesús vino al mundo para conseguir un hombre nuevo, un hombre que tuviera una jerarquía de valores distinta a la que comúnmente existe entre los hombres de todas las épocas y de todas las latitudes, un hombre cuyas categorías mentales estuvieran perfectamente definidas con relación a la voluntad de Dios.

Contrastando lo que es el mundo, nuestro mundo y cualquier época del mundo, con el Evangelio es inevitable llegar a la conclusión de que el cristiano tiene que ser un hombre «distinto» porque Jesús fue, evidentemente, distinto a sus contemporáneos y a todos los hombres anteriores y posteriores a El. Hoy, esta afirmación adquiere carta de naturaleza. No se trata, dice Jesús, de cumplir la ley, sino de superarla. Cumplir la ley ya sería un triunfo, porque en muchísimas ocasiones el hombre la transgrede. Basta una mirada a nuestro alrededor para encontrarnos con un panorama de muerte al hombre, provocada por el hombre, de extorsiones, de torturas, de sufrimientos impresionantes provocados al hombre por el hombre desafiando todas las leyes de la naturaleza en la que resulta dificilísimo que los de una misma especie intenten exterminarse entre sí de una manera fría, metódica y preconcebida. Hoy está a la orden del día no sólo la infidelidad en las relaciones hombre-mujer, sino la constante propaganda que pone la satisfacción propia por encima de cualquier otro sentimiento en esta relación. Esto es lo que se lleva, lo autentico, lo "progresista". Se admite y se predica, como natural, que el amor pasa (y por supuesto muere inevitablemente en el matrimonio sepultado por la monotonía que la propia «institución» lleva consigo) y que, por consiguiente, y sin preocuparse en absoluto, hay que dejar el amor perdido para buscar uno nuevo hasta que dure. Y eso, caiga quien caiga, aunque la caída afecte a alguien tan importante como los propios hijos.

Es evidente que el hombre, actuando tal como lo vemos actuar (o tal como «nos» vemos actuar) lo hace buscando fundamentalmente su propia satisfacción con indiferencia de quién tenga que soportar las consecuencias de su conducta.

Porque lo importante, no lo olvidemos y puesto que se vive sólo una vez, es gozar, poseer, mandar, triunfar cuanto más mejor .

Y viene Jesús dando un giro copernicano a esta postura.

El hombre del Reino de Dios, el cristiano, tiene que tener clarísimo que él es hijo de Dios y que el hombre que vive a su lado también lo es. Con esta verdad vivida (no sólo aprendida intelectualmente) el hombre no sólo no puede matar a su hermano, sino que no puede insultarlo, despreciarlo, maltratarlo ni ignorarlo. Para el cristiano, el hombre, cualquier hombre, no puede ser nunca plataforma para su propio encumbramiento, sino ocasión para la atención y la entrega al otro.

Por eso, el cristiano cree que es posible el amor, ese amor «tan cursi y tan retrógrado» que dura «hasta que la muerte nos separe» y que para sí quisieran los más progresistas de la localidad. Pero lo cree sabiendo que el amor es fundamentalmente entrega y no satisfacción propia aunque esta satisfacción no se excluye y, desde luego, se consigue con una plenitud que quizá nunca conocerán los que no sean capaces de negarse en sus relaciones con los demás hombres a cualquier nivel que estas relaciones se den. Y, por supuesto, el cristiano que jamás debe arrojar la primera piedra estará dispuesto a comprender a todos aquellos que encuentren difícil o imposible vivir un amor familiar como puede y debe ser el amor familiar de un cristiano, en este contexto social tan poco propicio a esta clase de amor.

Una fe para la vida, eso es lo que quiere el Señor para los suyos. Una fe que se refleje en las relaciones sociales, en las actitudes individuales y colectivas de los que se llaman cristianos. Una fe que se refleje en el trabajo, en el sentido de la justicia, en el compromiso con los débiles, en el respeto al hombre, en la capacidad de diálogo y de comprensión, en el destierro de la intolerancia, del insulto, de la agresividad, del dogmatismo, en la apertura al amor, un amor que porque está centrado en Dios, es capaz de resistir la erosión del tiempo y la carcoma de la desilusión. Una fe para la vida que sea capaz de iluminar al mundo dándole sentido y asegurándole que es posible que el hombre deje de ser enemigo del hombre para convertirse en hermano, en alguien en quien se puede confiar, al que se le puede llamar en los momentos de apuro y en los de alegría porque siempre lo encontraremos dispuesto a escuchar, a comprender y a compartir. Es el Evangelio de hoy un auténtico reto para los cristianos. Pero, no lo olvidemos, estamos llamados a aceptar ese reto.

A. M. CORTES
DABAR 1987/15


11.

-Se dijo, pero yo os digo (Mt 5, 17-37)

El evangelio de este día nos ofrece a primera vista una especie de contestación revolucionaria de Jesús. "Se dijo a los antiguos..., pero yo os digo" (Mt 5, 28). Y sin embargo, se comprueba que esta impresión es una apreciación falsa, pues desde el principio del pasaje que hoy se nos propone, leemos: "No creáis que he venido a abolir la Ley o los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud" (5, 17). No es difícil saber qué perfección es ésa y cuál la plenitud de la Ley que no es abolida sino plenamente realizada: es la caridad. Lo afirma san Pablo en su carta a los Romanos: "Amar es cumplir la Ley entera" (Rm 13, 10).

Pero podríamos decir vaguedades, entender sin entender y conformarnos con cierta intuición de lo que pueden ser esa plenitud y esa perfección. Ambas son las de la Ley, pero, a la vez, las de los que la siguen. Plenitud de la Ley misma que esta vez consiste en la imitación misma de Dios. Como leemos en este mismo capítulo 5 de san Mateo, se trata de "ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). El paralelismo entre él y nosotros es tal que le imponemos a Dios la medida en que debe ejercitar con nosotros su misericordia: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6, 12). Así pues, esta imitación consiste en "ser compasivos, como nuestro Padre es compasivo" (Lc 6, 36). La Ley encuentra, pues, su síntesis en la caridad; es asumida por ella. Si Cristo cita la Ley y los Profetas, que no ha venido a abolir, es porque la Ley y los Profetas son los dos grandes modelos y la línea de conducta impuesta al pueblo de Israel. Y también, porque en el culto sinagogal, las dos lecturas que se hacen son la de la Ley y la del Profeta. No viene el Señor a abolir esta enseñanza litúrgica continua, sino que da a la Ley y a los Profetas su verdadero significado. Esta caridad que ilumina y transfigura la Ley es enormemente exigente, y los que están animados por ella van más allá de las prescripciones jurídicas.

Aquí es donde se inscribe cierta contestación por parte de Cristo: "Se dijo a los antiguos..., pero yo os digo" (Mt 15, 2137). Y Jesús enumera toda una serie de actitudes de las que trata la Ley, pero a las que los nuevos tiempos, los de la Nueva Alianza, hacen más exigentes. No se trata sólo de no matar, pero ni siquiera se puede decir a un hermano una palabra injuriosa (Mt 15, 21-22); sería inútil colocar sobre el altar una ofrenda ritual, sin antes haber dado señales ciertas de caridad y unión con los demás (Mt 15, 23-26). No se trata sólo de no cometer adulterio; con sólo desearlo se es ya culpable (Mt 5, 27-30). En otro tiempo, estuvo permitido repudiar a la mujer; en lo sucesivo, excepto en casos de fornicación, el matrimonio es indisoluble (Mt 5, 31-32). No jurar (Mt 5, 33-37). Que las afirmaciones estén claras: sí o no (Mt 5, 34-35).

No es cuestión de estudiar aquí cada una de estas afirmaciones de Cristo, como por ejemplo, la frase crucial sobre la mujer a la que no se puede repudiar, salvo en el caso de fornicación. El interés de la proclamación litúrgica del evangelio no se reduce a estos detalles. Hoy se lee este evangelio para insistir en el hecho de que la Ley ha entrado ahora en su fase de perfeccionamiento y plenitud; a los demás detalles no hay que darles relieve ante la voluntad manifiesta que presidió la elección de la 1ª lectura de este día.

-Condenados a ser libres (Eclo 15, 15-20) H/LIBERTAD:LEY/A:

Tal es la condición del hombre desde su creación, como bien lo vio y expresó J. P. Sartre en su obra "El existencialismo es un humanismo". El Eclesiástico escribe: "El fue quien al principio hizo al hombre y le dejó a su albedrío" (/Si/15/14). Este versículo, que es lástima que no se le haya incluido en la lectura de este día, domina todo lo que sigue y que es expresado en términos que subrayan la suma libertad del hombre creado. En este pasaje, en el que se presentan los mandamientos, es importante subrayar que su observancia depende de la voluntad del hombre, al que no se fuerza a ella (Eclo 15, 15). El hombre tiene incluso el privilegio de escoger entre la vida y la muerte; le basta alargar la mano para elegir conforme a sus preferencias (Eclo 15, 16-17). Pero, evidentemente, hay que entender correctamente esta frase. Si es verdad que al hombre no se le imponen ni siquiera la vida y la muerte y que el camino que los hombres siguen depende de ellos mismos, sin embargo es cosa clara que los que obedecen a lo mandado por el Señor reciben la vida y la bendición (Dt 11, 26-28); siempre sigue siendo cierto que la vida está en el camino de la justicia (Prov 12, 28).

Aunque el hombre es libre, debe pensar, sin embargo, que Dios posee la sabiduría, que conoce todas las acciones de los hombres y que los que le temen se granjean su benevolencia (Eclo 15, 18-19).

Dios ofrece al hombre la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha, quien obedezca a los mandamientos del Señor, vivirá (Dt 30, 15-20). Así, pues, es sabiduría por parte del hombre elegir libremente los caminos de Dios, identificándose con la sabiduría misma del Señor.

Esta sabiduría es en realidad -y esto lo formula negativamente el Sirácida- una invitación a la vida equilibrada en la observancia de la Ley y en la abstención del pecado: "A nadie ha mandado ser impío, a nadie ha dado licencia de pecar" (Si 15, 20). A esta lectura del Eclesiástico responde el salmo 118, que canta la dicha de los que ajustan sus pasos a la palabra de Dios.

Con todo, existiría cierto peligro de figurarse que, en el Antiguo Testamento, la Ley no tenía nada que ver con el amor, y que sólo el Nuevo ha marcado, por boca de Cristo, la línea del destino del hombre al invitarle a caminar en el amor. Pensar así sería deformar la verdad y no leer los textos con la suficiente profundidad. La creación y lo mismo la Ley propuesta por Dios a su pueblo son obras de amor, y la observancia de sus mandamientos, sobre todo por parte del hombre libre, actos de amor. Sin embargo, Cristo afirma que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud, y se está en lo cierto al decir que el Nuevo Testamento se distingue claramente por la supremacía que concede al amor en la observancia misma de los mandamientos, a los que el hombre obedece libremente pero por amor. Esto no excluye la debilidad ni las infidelidades humanas ni los desgarramientos interiores. Pues si el hombre es libre, también es débil. No oculta esto san Pablo, que no teme afirmar su desconcierto al comprobar que no consigue hacer lo que quiere, llegando incluso a hacer lo que no quiere (Rm 7, 14-20). Sin embargo, el cristiano sabe como san Pablo que el Señor es su fuerza (Flp 4, 13). La Ley se ha hecho amor, no está abolida sino que, en continuidad con ella, vivimos hoy nuestra vida de resucitados con Cristo. La Ley es la misma, pero transformada, sin embargo, por lo que Cristo nos reveló de su Padre, por los misterios de salvación que consumó y por el envío del Espíritu, fuente de amor.

-Se nos revela la sabiduría para nuestra gloria (1 Co 2, 6-10)

Sin duda sería exagerado encajar por completo la segunda lectura con las otras dos. Sin embargo, me parece posible, sin incurrir en artificiosidad, encontrar elementos que objetivamente se dan en todas ellas y que, como tales, pueden ayudarnos a enriquecer el tema de la Ley que continúa aunque transformada, y de las consecuencias que ello tiene para nosotros.

La Ley ha adquirido una nueva forma en el amor; somos libres para andar por los caminos del Señor y en ellos encontramos la sabiduría desde el momento mismo en que nos plegamos a su voluntad. Esta sabiduría nos la revela el Espíritu que nos permite comprender lo que Dios ha preparado para los que le aman; lo que ningún ojo vio ni oído oyó, lo que el corazón del hombre no había imaginado (1 Co 2,6-10). Desde el momento en que el cristiano se adentra por el camino del evangelio, sus ojos se abren y el Espíritu le impulsa hacia la perfección y el evangelio, y le anima a ser perfecto como el Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Sin embargo, se trata de una perfección y de una sabiduría que no pueden medirse con la mentalidad de este mundo, pues se trata de niveles distintos. Esta sabiduría de Dios es, en realidad, la totalidad del plan de salvación preparado para nosotros desde antes de todos los siglos y al que la Ley, con su renovación, nos ayuda a seguir activamente. Esta sabiduría se revela en Cristo pues él es por su actividad pascual el revelador de esta sabiduría que estaba oculta en Dios antes de los siglos, y que ahora es revelada en Jesús.

Esta sabiduría oculta se nos revela por Jesús. Para san Pablo, el Misterio no es lo que no podemos comprender sino, por el contrario, lo que se nos revela habiendo estado oculto en Dios. Finalmente el Misterio es Cristo mismo, transparencia del plan de Dios, que él realiza para nosotros. Al adherirnos a Cristo y al plan de salvación cuya revelación es el mismo Cristo, bajo el impulso del Espíritu Santo, nos hacemos perfectos y nos encaminamos hacia la gloria, cuyas primicias poseemos desde que fuimos bautizados. Pero esto es locura para los príncipes y los sabios de este mundo (1 Co 2, 6). Solamente los "adultos" en la fe pueden llegar a barruntar este misterio, y entrar en el camino de la sabiduría, llegando a ser perfectos por el camino de esa sabiduría. Paradójicamente, al obedecer a la Ley se hacen más libres, penetrados como están por la sabiduría que el Espíritu de Jesús les revela. En la Liturgia de las Horas, san Efrén comenta el evangelio del día:

...La Palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron -dice el Apóstol- el mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

El libro de los Proverbios describe la situación opuesta para los que no quieren seguir la sabiduría con libre obediencia:

Porque tuvieron odio a la ciencia y no eligieron el temor del Señor, no hicieron caso de mi consejo, ni admitieron de mí ninguna reprensión, comerán del fruto de su conducta, de sus propios consejos se hartarán (Prov 1, 30-31).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 133-137


12.

AGRESIÓN INÚTIL

Si uno llama "imbécil" a su hermano...

Es insólito que un animal llegue a destruir a otro de su misma especie. La explicación científica es sencilla. En los animales, la agresión está controlada por mecanismos biológicos que impiden su mutua destrucción.

No sucede así en la especie humana. En nosotros, la agresividad puede convertirse en ataque destructor que llega, incluso, hasta eliminar a otro hombre.

Nosotros no estamos defendidos por ningún dispositivo biológico que nos impida destruirnos mutuamente. ¿Qué es lo que puede salvar a los hombres de la mutua agresión y el exterminio?

Esta pregunta no es hoy algo teórico y sin importancia, sino una cuestión angustiosa en una sociedad cuya agresividad está creciendo hasta límites insostenibles.

La respuesta de Jesús es clara. No basta convertir el homicidio en «tabú», con la prohibición divina del «no matarás». Es necesario, además, liberarnos de todo lo que nos lleva a destruir al otro y reorientar nuestras energías agresivas hacia la construcción de la fraternidad.

Es una equivocación y una incoherencia condenar con toda clase de repulsas las muertes violentas y avivar, al mismo tiempo, entre nosotros, una agresividad tan estéril como peligrosa.

Lo podemos comprobar una vez más en esta campaña electoral. Parece que no podemos confrontar nuestras posiciones políticas, sin degenerar en ataques poco nobles al adversario. No acertamos a defender nuestras opciones sin despreciar las de los demás. No sabemos criticarnos mutuamente, sin caer en la acusación desleal, el insulto o la injuria.

Los dirigentes políticos no contribuyen a crear un clima social de diálogo, colaboración y búsqueda solidaria del bien común. Al contrario, enzarzados, con frecuencia, en agresiones inútiles, producen la impresión de estar más enfrentados que los mismos ciudadanos a los que representan.

¿Qué sentido pueden tener estos enfrentamientos estériles, cuando estamos necesitando aunar más que nunca los esfuerzos de todos para acometer juntos la solución de nuestros graves problemas?

Hay en el evangelio de Jesús un mensaje que tampoco hoy deberíamos olvidar: los hombres caminan hacia la salvación, cuando convierten su «agresividad», no en ataque destructor al hermano sino en energía positiva, orientada a construir una sociedad más justa y fraterna.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 73 s.


13.

1. El sentido de la ley.

Al comienzo del evangelio, Jesús subraya que no ha venido a abolir la ley dada por Dios en la Antigua Alianza, sino a darle plenitud: a cumplirla en su sentido original, tal y como Dios quiere. Y esto hasta en lo más pequeño, es decir, hasta el sentido más íntimo que Dios le ha dado. Este sentido fue indicado en el Sinaí: «Santificaos y sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,44). Jesús lo reitera en el sermón de la montaña: «Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt S,48). Tal es el sentido de los mandamientos: quien quiere estar en alianza con Dios, debe corresponder a su actitud y a sus sentimientos; esto es lo que pretenden los mandamientos. Y Jesús nos mostrará que este cumplimiento de la ley es posible: él vivirá ante nosotros, a lo largo de su vida, el sentido último de la ley, hasta que «todo (lo que ha sido profetizado) se cumpla», hasta la cruz y la resurrección. No se nos pide nada imposible, la primera lectura lo dice literalmente: «Si quieres, guardarás sus mandatos». «Cumplir la voluntad de Dios» no es sino «fidelidad», es decir: nuestro deseo de corresponder a su oferta con gratitud. «El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable... El mandamiento está a tu alcance; en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo» (Dt 30,11.14).

2."Pero yo os digo".

Ciertamente parece que en todas estas antítesis («Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo») Jesús quiere reemplazar la ley de la Antigua Alianza por una ley nueva. Pero la nueva no es más que la que desvela las intenciones y las consecuencias últimas de la antigua. Jesús la purifica de la herrumbre que se ha ido depositando sobre ella a causa de la negligencia y de la comodidad minimalista de los hombres, y muestra el sentido límpido que Dios le había dado desde siempre. Para Dios jamás hubo oposición entre la ley del Sinaí y la fe de Abrahán: guardar los mandamientos de Dios es lo mismo que la obediencia de la fe. Esto es lo que los «letrados y fariseos» no habían comprendido en su propia justicia, y por eso su «justicia» debe ser superada en dirección a Abrahán y, más profundamente aún, en dirección a Cristo. La alianza es la oferta de la reconciliación de Dios con los hombres, por lo que el hombre debe reconciliarse primero con su prójimo antes de presentarse ante Dios. Dios es eternamente fiel en su alianza, por eso el matrimonio entre hombre y mujer debe ser una imagen de esta fidelidad. Dios es veraz en su fidelidad, por lo que el hombre debe atenerse a un sí y a un no verdaderos. En todo esto se trata de una decisión definitiva: o me busco a mí mismo y mi propia promoción, o busco a Dios y me pongo enteramente a su servicio; es decir, escojo la muerte o la vida: «Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja» (primera lectura).

3. Cielo o infierno.

El radicalismo con el que Jesús entiende la ley de Dios conduce a la ganancia del reino de los cielos (Mt 5,20) o a su pérdida, el infierno, el fuego (Mt 5,22.29.3O). El que sigue a Dios, le encuentra y entra en su reino; quien sólo busca en la ley su perfección personal, le pierde y, si persiste en su actitud, le pierde definitivamente. El mundo (dice Pablo en la segunda lectura) no conoce este radicalismo; sin el Espíritu revelador de Dios «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar» lo que Dios da cuando se corresponde a su exigencia. Pero a nosotros nos lo ha revelado el Espíritu Santo, «que penetra hasta la profundidad de Dios», y con ello también hasta las profundidades de la gracia que nos ofrece en la ley de su alianza: «ser como él» en su amor y en su abnegación.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 40 s.


14.«PERO YO OS DIGO...».

Un día, ya lo sabéis, dijo Jesús: «El amor resume toda la ley y los profetas». Quizá, por eso, los coetáneos de Jesús y ese hombre anárquico y «bon sauvage» que en el fondo somos todos, pensó: «he aquí a alguien que viene a liberarnos de la ley».

Pero ese hombre, «soñador de falsas liberaciones» se equivocó: «Yo no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud». Ya lo oís: vino a enseñarnos a buscar su «verdadero sentido».

Conviene recordar cómo estaban las cosas. La religión judía se basaba en la obediencia ciega a Yavéh; y la voluntad de Yavéh estaba manifestada en la ley. De este modo, un buen judío era un observante escrupuloso de los preceptos concretos que emanaban de la ley. La ley mosaica era, por tanto, algo sagrado.

Y eso está muy bien, amigos. El mismo Jesús se sometió gustosamente a las leyes. Así, le vemos aparecer en la sinagoga los sábados, acudir en peregrinación a Jerusalén en las fiestas, celebrar el rito de la pascua judía, rezar como todos los judíos, los salmos --«dichoso el hombre que sigue tus leyes, Señor»--, y, cuando curaba a un leproso, lo enviaba después, a los sacerdotes, como mandaba la ley.

Lo malo es que ese respeto del pueblo judío por la ley, adquirió dos serios desenfoques. Uno, el cumplimiento de la ley se hacía por motivos de «terror»: «Que no nos hable Dios, que moriremos». Y dos, las leyes se tomaban de un modo «tan literal, minucioso y obsesivo» que llegaron a convertirse en gestos meramente externos, superficiales y mecánicos.

Esas dos posturas son las que trata de corregir Jesús. Dios no es un Dios para el temor, sino para el amor. Si algo explicó claramente Jesús es que «Dios es Padre»: «Dios cuida de los lirios y los pajarillos. ¡Cuánto más de vosotros, pues bien sabe él lo que necesitáis!» O en otro lugar: «Podrá una madre abandonar al hijo de sus entrañas, pero Dios no os abandonará jamás». Por eso añadía: «Os concederá cualquier cosa que le pidáis en mi nombre». Y nos enseñó a rezarle, llamándole: «Padre nuestro».

Esto supuesto, ¿cómo querer contentar a ese «padre» con el cumplimiento meramente formal, externo y frío de las cosas que a El le gustan, es decir, de «sus preceptos»? El cumplimiento de sus leyes tiene que arrancar de nuestro corazón. «Amor con amor se paga». Y eso es lo que quiere decirnos Jesús con esas «antinomias» (?) que El proclama: «Habéis oído que se os dijo... Pues yo os digo». Efectivamente, «se nos dijo: no matarás», acto brutal y externo. Pero «Jesús nos dice» que debemos extirpar el rencor y el mal deseo en nuestro interior. Del mismo modo, «se nos dijo: no cometáis adulterio», una infidelidad externa igualmente y consumada contra el amor. Pero Jesús nos invita incluso a que desarraiguemos las malas intenciones y apetencias de nuestro corazón. También «se nos dijo que no juráramos ni por el cielo ni por la tierra». Pero Jesús quiere más. Quiere que hablemos con transparencia y sencillez, como hacen los niños que no tienen «tapujos». Por eso añadió: «Vosotros decid "sí, sí" o "no, no"».

En una palabra, lo que Jesús quiere es que nosotros miremos la ley no «como una raya de prohibiciones de la que no hay que pasar», sino como «una meta de ideales a la que debemos aspirar». Jesús quiere «la verdad interior» de nuestras acciones, no la mera «apariencia».

ELVIRA.Págs. 53 s.


15.

Frase evangélica: «No he venido a abolir, sino a dar plenitud»

Tema de predicación: LAS ACTITUDES DEL DISCÍPULO

1. Mateo es un educador cristiano que intenta mostrar en su evangelio cómo se puede ser discípulo de Jesús en una comunidad de hermanos con un solo Padre y un solo maestro -Cristo Jesús-, desde la perspectiva del reino de la justicia. Después de las bienaventuranzas desgrana seis antítesis sobre el homicidio, el adulterio, el divorcio, los juramentos, la ley del Talión y el amor a los enemigos. Las cuatro primeras antítesis aparecen en el evangelio de hoy. De las dos últimas se ocupará el evangelio del próximo domingo.

2. El evangelio de Mateo se preocupa de la educación de actitudes, teniendo a la vista las interpretaciones de la ley hechas por escribas y fariseos, a todas luces insuficientes, y las costumbres romanas y paganas, frecuentemente demoledoras. Su procedimiento pedagógico es antitético: «habéis oído...» / «pero yo os digo...». Jesús da al mismo tiempo una interpretación nueva de las promesas de Dios, dirigidas a los pobres y perseguidos, no a los ricos y poderosos.

3. Es importante la primera antítesis referida al homicidio, que produce muerte, y la ira, que hiere al hermano. La razón evangélica es evidente: Dios es el dueño de la vida, que es sagrada. Ningún homicida tiene vida permanente en sí mismo. Por consiguiente, el mandato de Jesús es claro: amor mutuo, amor al enemigo y perdón sin límites. Hay que apostar siempre a favor de la vida, del perdón y de la esperanza.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué hay tanto instinto de muerte?

¿Cómo podemos defender la vida?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 134 s.

HOMILÍAS 15-20