36 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
33-36

33.

JESÚS HA VENIDO A CURAR A LA HUMANIDAD QUE SUFRE

1. Hoy nos presenta la Liturgia de la Palabra a tres personajes: JOB, que nos manifiesta la visión negativa y amarga de la vida humana: "el hombre está cumpliendo un servicio"; "es un jornalero" que aguarda el salario insuficiente; "es un esclavo" Job, 7.1. Si la vida es así, el hombre quiere que pase pronto. El libro de Job, escrito cinco siglos antes de Cristo, aún no tiene idea de la resurrección. Job, despojado de todos sus bienes: sus bueyes, rebaños, camellos, criados, hijos; herido por la enfermedad, sentado en el estercolero. Incomprendido y maldecido por su mujer, sus amigos y por su entorno social. Más profundo todavía: Piensa que Dios le ha abandonado. Y se queja. Y protesta.

2. El Salmo 146 anticipa la solución de la esperanza: "El Señor sana los corazones destrozados, venda sus heridas, reconstruye Jerusalén". Es decir, el Señor, ante este panorama, no es un espectador, un convidado de piedra, que se queda impasible e inactivo. No es un dios griego, sino que "Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17). El salmista, para hacer estas afirmaciones y motivar al pueblo a cantar himnos al Señor, tiene en cuenta su bondad, que ha reconstruido las murallas de Jerusalén y ha repatriado a los desterrados afligidos. Que es protector y médico sabio y solícito. Es más, como ha escrito Paul Claudel "Jesús no ha venido a traer una teoría, sino a tomar el sufrimiento sobre sí mismo".

3. Dios, actuando por Jesús, realiza lo que el salmo ha profetizado... Cura a la suegra de Simón, que está con fiebre alta en la cama. Ella se levantó y comenzó a servir. Esta mujer representa a la humanidad, a cada hombre y a cada mujer, a quienes Jesús encuentra enfermos. El mundo es un hospital gigantesco, que está esperando que una mano le alivie su dolor. En nuestra madre la Iglesia han florecido bellas flores hospitalarias, que están en la mente de todos. En nuestros tiempos hemos visto a la Madre Teresa de Calcuta, con su cuarto voto de buscar a los más pobres de los pobres. Es verdad que algunos enfermos, muchos, no se dejan curar... La suegra de Simón, sí. "Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó"... Jamás un rabino se hubiera dignado acercarse a una mujer y menos cogerla de la mano. Jesús rompe los moldes y realiza unos gestos que rebosan humanismo, misericordia, delicadeza y ternura. Pocas veces el evangelio expone y analiza tantos signos y gestos hechos por Jesús, que evidencian su decisión de salvar al hombre de las consecuencias del pecado, y de la inseguridad y angustia que provoca la enfermedad, con tanto realismo como las describe el libro de Job, que también rompe moldes escribiendo una teología nueva sobre el misterio de la remuneración, en la que prevalece la misericordia de Dios sobre la acción del hombre.

4. La visión de Dios, que nos desvela el evangelio es más optimista que la de los hombres. Aquélla nos descubre a Dios actuante en la criatura de su mundo y de sus hijos. La de los hombres tiene una valoración pesimista o excesivamente negativa de la vida y del mundo. El hombre se inclina mejor a destacar la ausencia de Dios y su abandono que los signos de los tiempos de su Reino, que ya ha comenzado a desarrollarse en nuestro interior. Es una gracia saber descubrir la acción de Jesús, actuando en este mundo de mil maneras; con curaciones físicas o espirituales, conversiones, o sencillas señales de esperanza, o brotes nuevos de alguna obra que ayude a salir de situaciones desesperadas..En una reciente carta del Cardenal de Barcelona, Carles, mi amigo, me escribe esta frase optimista de fe: "Cuando una puerta se nos cierra, Dios nos abre una ventana". La curación de los enfermos por Cristo está descubriendo que el Reino de Dios ha llegado.

5. Hoy, la suegra de Simón, liberada de la fiebre, y, puesta en pie, levantada por Jesús, como una profecía de que El se levantará del sepulcro, se puso a servir a Jesús y a los suyos. Jesús sigue curando por sus sacramentos, el Bautismo y la Penitencia en los que nos libera de la enfermedad del pecado para que sirvamos con diligencia y ternura amorosa, como El, que "No ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,45).

6. Aunque Marcos nos ofrece una agenda muy apretada de actividad de Jesús, es necesario que tengamos ideas muy claras sobre la intención del ministerio de los testigos de los hechos. Marcos, que reproduce la predicación de Pedro, hoy quiere manifestar la actividad taumatúrgica de Jesús y la extensión de su fama, por sus palabras y sus milagros, anunciando la salvación con palabras y obras, acompañando sus enseñanzas con numerosos milagros, prodigios y signos (Hch 2, 22), pruebas de que el Reino está presente en Él. Lo que atestigua que él es el Mesías anunciado (Lc 7,18), el enviado del Padre, a la vez que son una invitación a creer en El. Ese es su específico mensaje. Y para comprenderlo mejor, hay que saber que estos signos mesiánicos, que liberan a algunos hombres de los males terrenos del hambre (Jn 6,5-15), de la injusticia (Lc 19,8), de la enfermedad y de la muerte (Mt 11,5), no nos dan derecho a esperar que Dios ha enviado a Jesús para suprimir todos los males temporales (Lc 12,13). Su envió y misión es Redentor. Ha venido para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado (Jn 8,34), causa de todas las calamidades humanas.

7. Ya el domingo anterior Marcos nos relató la expulsión del demonio (Mc 1,21); hoy cura de la fiebre a la suegra de Pedro (Mc 1,29); el próximo domingo, curará a un leproso (Mc 1,40) y en el 7º, pondrá en pie a un paralítico (Mc 2,1). De todos, el milagro que mejor resume y expresa la obra de la salvación de los hombres, es la curación de un endemoniado, pues va a expulsar del dominio del mundo, al que hasta hoy ha sido el vencedor, y el príncipe y dominador de este mundo, que comenzó su reinado cuando consiguió desviar a los hombres de su camino, momento en el que comenzaron todos sus males. Desde el origen de la historia humana el mal ha ido creciendo, por eso se siente dueño de este mundo. Pero hoy está viendo clara su derrota. Y porque lo ve y porque comprende que el poder de Jesús, que no sólo habla, sino que demuestra que tiene poder para destruir sus obras y que su reino está en las últimas y derrotado, por eso gruñe: “¡Has venido a acabar con nosotros!”. Y cuando Jesús dando una nueva prueba de su autoridad, dio su orden: "Sal de él", con grandes muestras de contrariedad deja libre al hombre, y se aleja dando un grito desesperado. Jesús lo ha expulsado sencillamente con su orden..., con el “poder de Dios”.

8. La Palabra de Dios sigue teniendo el mismo poder hoy que ayer. Y sigue liberándonos de lo que nos oprime, y sigue perdonándonos, y dándonos salud y Salvación. Sigue hablando con autoridad y poder. Pero para que le dejemos obrar, es necesario que escuchemos su Palabra y que la vivamos con sinceridad. Si Jesús es el Santo de Dios, como lo reconoce el demonio, el pueblo que le sigue debe ser un pueblo santo empuñando la Palabra de Dios, vivida, practicada y anunciada. Con palabras y con obras. Si Jesús ha podido ordenar al demonio que deje en libertad a aquel hombre, es porque está libre de corrupción, porque es el “Santo de Dios”. Nuestra santidad de vida es la única forma de renovar el mundo. Es toda la comunidad cristiana la que debe ser el testimonio viviente de la santidad que se opone y destruye la raíz de todo mal. Sólo los santos pueden renovar la sociedad desde la raíz. Jesús actúa hoy en su Iglesia, su Palabra, sus sacramentos. Como enseñaba san León Magno: Lo que en Cristo era visible, ha pasado a los sacramentos de la Iglesia. Hoy hemos destacado la curación de la suegra de Simón Pedro, que estaba postrada por la fiebre, que le impedía servir a Jesús y sus acompañantes, tal como ella hubiese querido. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles (Mc 1,31). El término de este proceso es el servicio a Jesús y a los suyos, que en aquella mujer se limitaba a prepararles la comida. Los evangelistas son portadores de un mensaje, en el caso de Marcos, hoy y en todo su evangelio, su objetivo es probar la divinidad de Cristo, predicando en la sinagoga como signo de su misión de proclamar la Palabra, y testificar con el milagro que su poder es superior al de cualquier hombre, y al del mismo diablo, es decir, que Cristo es Dios. Nadie puede curar una fiebre muy alta como destaca el médico Lucas, cogiendo de la mano a la suegra de Pedro y levantándola, y que después de una fiebre tan intensa y extenunte, que deja a uno molido, comience a moverse y a preparar la comida y a hacer las faenas que comportaban el servicio de los huéspedes.

9. La otra característica de los evangelistas es que son mensajeros, no reporteros de una sección de sociedad, de los que esperamos un retrato de familia. Su objeto no es contarnos los avatares de una familia ni su árbol genealógico. Porque no pocos, en contra del celibato de los sacerdotes, usan el argumento ya desfasado, de que Pedro estaba casado, y lo prueban por la dichosa suegra. Pero, ¿por qué no preguntan, dónde estaba aquel día su mujer, que tenía enferma a su madre y es la suegra la que les tiene que servir? Jesús aceptaba lo que tenía a mano y en aquella cultura, los hombres no permanecían solteros tanto tiempo como en nuestra época. Jesús está en Galilea, junto al lago, donde la mayoría de los hombres son pescadores, no está en Roma, donde puede elegir tribunos. El Padre Gracián, mano derecha de Santa Teresa, era muy exigente en la elección de las candidatas a monjas. Santa Teresa, con mayor experiencia, le tendrá que decir que si ella hubiera seleccionado tanto, aún estaría sin monjas. Cada uno elige lo que tiene a su lado. Pues claro que Pedro estaba casado, pero no se dan cuenta de que el joven virgen Juan era el ojito derecho de Jesús.

10. Una vez curada la enferma, se puso a servirles Marcos 1,29. Para los griegos, cuya filosofía habían adoptado los hebreos en sus largas y varias invasiones, servir era una acción indigna. La dignidad consistía en dominar, no en servir. El fin del hombre consistía en conseguir el perfecto desarrollo de su personalidad, y de ninguna manera el servicio al prójimo. Jesús actúa desde el amor, pues por amor "No ha venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28). Es lo que ha hecho esta mujer una vez curada. Parece que queda mucho de filosofía griega en nuestra sociedad: la juventud, sobre todo, sólo piensa en "realizarse". Lo de los demás "ese es tu problema".

11. Esta mujer con fiebre, es el signo de la humanidad con fiebre, es la Iglesia, que comienza a servir, como Jesús, con la oración, la palabra, el servicio, el coger de la mano, el hacerse débil con los débiles, sin orgullo, sino humildemente, uniendo las manos con los pobres del tercer mundo, evangelizando, dando vida hasta la cruz. Algunos gestos son aún de nuestros días: ahí tenemos a la Madre Teresa de Calcuta.

12. San Agustín nos dirá que seguimos con virus o bacterias, que sigue habiendo fiebre: nuestra fiebre es la avaricia, la soberbia, la ira, el orgullo, el egoísmo cerrado, la vanagloria. Nuestras fiebres son el odio, que destierra el amor; la ambición que seca el corazón humano; las riquezas mal adquiridas o mal conservadas, fuente de injusticias; la opresión, que destruye la caridad; la mentira, de tantas maneras, las medias verdades, las excusas que encubren caprichos, que nos gustan más que el cumplimiento de la palabra y que enmarañan las relaciones sociales, el afán de novedades bajo el prisma de la evangelización. Trampas del demonio que "suscita muchas cosas que hacer, para que no se haga ninguna", según San Francisco de Sales. La Iglesia curada ha de evangelizar sin soberbia: pues "Vale más ser granos de trigo dentro de la Iglesia, que quedarse a la puerta como revolucionarios" , dijo el gran teólogo Rahner. La Iglesia, limpia de pecado, curada, sirve. Para llegar a la unidad de todas las Iglesias, los Patriarcas orientales, deben considerar su ministerio como un humilde servicio de caridad; el episcopado oriental y occidental no debe ver en el poder recibido de Cristo un conflicto de autoridades, sino una conjunción de servicios. Y toda la comunidad cristiana, no sólo la jerarquía, pues la suegra de Pedro, no pertenecía al orden jerárquico, era una mujer seglar, debe vivir mejor el evangelio. A la comunidad le sobran miembros paralíticos. Para Santa Teresa los que no hacen oración son tullidos. No necesita personas enfermizas y convalecientes en la fe, sino miembros activos-contemplativos, como Cristo, que ora y cura a los enfermos.

13. Después de curar a los enfermos y poseídos, Jesús "se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". Dejando las alabanzas y el quedar bien, se fue a orar. Si no nos dedicamos asiduamente a la oración, no crecerá mucho el Espíritu. No le debemos dejar solo. Lo que podemos hacer nosotros y no lo hacemos, no lo hará el Espíritu. El no es un tapagujeros. Contaba el Padre Tardiff, que me honró con su amistad, que un obispo envió a una parroquia muy abandonada a un sacerdote muy dedicado a Dios y al servicio que, en pocos años, la transformó. Vino el Obispo de visita y dijo: "Me maravillo de la obra que ha hecho en esta parroquia el Espíritu Santo". Y el sacerdote le replicó: "Señor Obispo: ¡Si usted hubiera visto esta parroquia cuando el Espíritu Santo estaba solo!". El Cura de Ars después de la Revolución francesa, se hizo cargo de aquella parroquia, y a los quince años de luchas, oración y lágrimas, penitencia y sufrimientos, calumnias y persecuciones, confesaba "Ars ya no es Ars". "El cementerio de Ars es un relicario". No esperemos a que nos lo den hecho, como el muchacho incorporado al servicio militar que cuando llegó a su casa con permiso vestido de general. “¿Qué te han hecho General?, le preguntó lleno de asombro su padre. Y el militar bisoño, contestó: ¡Si esperas a que hagan!”…Era lo de aquellos vagos estudiantes que, sin haber dado golpe en todo el curso esperaban aprobar por la intercesión de San José de Cupertino a quien los últimos días de curso le rezaban una novena.

14. El segundo personaje de hoy es PABLO, que se ha hecho débil con los débiles, que no predica por soberbia, ni por propio gusto e interés, sino por exigencia interior y de balde. "¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!" 1 Coríntios 9, 16: San Pablo sigue presentándose a los Corintios, y muestra la inquietud y la humildad del verdadero apóstol; Pablo tenía el corazón rebosante y no podía callar, su palabra le ardía en el pecho como el fuego. Los que no tienen nada que decir, vacíos por dentro, consideran al que no puede callar, como soberbio o envanecido.

15. El tercer personaje es JESUS, como ya hemos visto: encuentra enferma a la suegra de Simón; le llevaron todos los enfermos y poseídos. Curó a muchos, no a todos. Quedan muchos. Maestro, cúralos. Curadlos vosotros. Yo os he cambiado el corazón para que los curéis y sirváis vosotros. A El en la oración, el Padre le dice lo que tiene que hacer. También a nosotros, en la oración nos cambia Jesús el corazón y nos pide lo que quiere de nosotros, nos informa sobre lo que él ha pensado que seamos nosotros.

16. "Vámonos a otra parte". -Aquí hay mucho que hacer, "todo el mundo te busca", le dicen. Yo he sido enviado para predicar también allí, QUE PARA ESO HE VENIDO. Todos hemos sido bautizados para evangelizar. A nuestro lado hay personas que necesitan, sobre todo, nuestro testimonio de cristianos.

17. Hemos venido a celebrar la Eucaristía, por lo tanto, a orar, a cantar salmos, "que la música es buena", aunque hay musiquillas que mueven poco a la alabanza y a la devoción, hemos de depurarlas, a escuchar la palabra de Dios, para prepararnos al banquete del cuerpo y la sangre de Cristo. Recojamos nuestro espíritu y pongamos toda nuestra atención en nuestra oración, evitando la dispersión y la distracción, para comer con fruto el manjar celestial.

JESUS MARTI BALLESTER


34.

Predicador del Papa: Los miembros más activos de la Iglesia, los enfermos
Comenta el Evangelio del próximo domingo

ROMA, viernes, 3 febrero 2006 (HREF="http://www.zenit.org/">ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio de la Misa del próximo domingo.

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V Domingo del Tiempo ordinario B
(Job 7, 1-4. 6-7; 1 Corintios 9, 16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39)

Curó a muchos enfermos

El pasaje evangélico de este domingo nos ofrece el informe fiel de una jornada-tipo de Jesús. Cuando salió de la sinagoga, Jesús se acercó primero a casa de Pedro, donde curó a la suegra, quien estaba en cama con fiebre; al llegar la tarde le llevaron a todos los enfermos y curó a muchos, afectados de diversas enfermedades; por la mañana, se levantó cuando aún estaba oscuro y se retiró a un lugar solitario a orar; después partió a predicar el Reino a otros pueblos.

De este relato deducimos que la jornada de Jesús consistía en un trenzado de curar a los enfermos, oración y predicación del Reino. Dediquemos nuestra reflexión al amor de Jesús por los enfermos, también porque en pocos días, en la memoria de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, se celebra la Jornada mundial del enfermo.

Las transformaciones sociales de nuestro siglo han cambiado profundamente las condiciones del enfermo. En muchas situaciones la ciencia da una esperanza razonable de curación, o al menos prolonga en mucho los tiempos de evolución del mal, en caso de enfermedades incurables. Pero la enfermedad, como la muerte, no está aún, y jamás lo estará, del todo derrotada. Forma parte de la condición humana. La fe cristiana puede aliviar esta condición y darle también un sentido y un valor.

Es necesario expresar dos planteamientos: uno para los enfermos mismos, otro para quien debe atenderles. Antes de Cristo, la enfermedad estaba considerada como estrechamente ligada al pecado. En otras palabras, se estaba convencido de que la enfermedad era siempre consecuencia de algún pecado personal que había que expiar.

Con Jesús cambió algo al respecto. Él «tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades» (Mateo 8, 17). En la cruz dio un sentido nuevo al dolor humano, incluida la enfermedad: ya no de castigo, sino de redención. La enfermedad une a él, santifica, afina el alma, prepara el día en que Dios enjugará toda lágrima y ya no habrá enfermedad ni llanto ni dolor.

Después de la larga hospitalización que siguió al atentado en la Plaza de San Pedro, el Papa Juan Pablo II escribió una carta sobre el dolor, en la que, entre otras cosas, decía: «Sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo» (Cf. «Salvifici doloris», n. 23. Ndt). La enfermedad y el sufrimiento abren entre nosotros y Jesús en la cruz un canal de comunicación del todo especial. Los enfermos no son miembros pasivos en la Iglesia, sino los miembros más activos, más preciosos. A los ojos de Dios, una hora del sufrimiento de aquéllos, soportado con paciencia, puede valer más que todas las actividades del mundo, si se hacen sólo para uno mismo.

Ahora una palabra para los que deben atender a los enfermos, en el hogar o en estructuras sanitarias. El enfermo tiene ciertamente necesidad de cuidados, de competencia científica, pero tiene aún más necesidad de esperanza. Ninguna medicina alivia al enfermo tanto como oír decir al médico: «Tengo buenas esperanzas para ti». Cuando es posible hacerlo sin engañar, hay que dar esperanza. La esperanza es la mejor «tienda de oxigeno» para un enfermo. No hay que dejar al enfermo en soledad. Una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos, y Jesús nos advirtió de que uno de los puntos del juicio final caerá precisamente sobre esto: «Estaba enfermo y me visitasteis... Estaba enfermo y no me visitasteis» (Mateo 25, 36. 43).

Algo que podemos hacer todos por los enfermos es orar. Casi todos los enfermos del Evangelio fueron curados porque alguien se los presentó a Jesús y le rogó por ellos. La oración más sencilla, y que todos podemos hacer nuestra, es la que las hermanas Marta y María dirigieron a Jesús, en la circunstancia de la enfermedad de su hermano Lázaro: «¡Señor, aquél a quien amas está enfermo!» (Juan, 11, 3. Ndt).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]


35. Benedicto XVI rinde homenaje a la labor evangelizadora de las mujeres
Homilía al visitar la parroquia de Santa Ana en el Vaticano (5 de febrero)

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 16 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que Benedicto XVI pronunció dejando en buena parte a un lado los papeles al visitar al parroquia de Santa Ana en el Vaticano el domingo 5 de febrero de 2006.

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Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio que acabamos de escuchar comienza con un episodio muy simpático, muy hermoso, pero también lleno de significado. El Señor va a casa de Simón Pedro y Andrés, y encuentra enferma con fiebre a la suegra de Pedro; la toma de la mano, la levanta y la mujer se cura y se pone a servir. En este episodio aparece simbólicamente toda la misión de Jesús. Jesús, viniendo del Padre, llega a la casa de la humanidad, a nuestra tierra, y encuentra una humanidad enferma, enferma de fiebre, de la fiebre de las ideologías, las idolatrías, el olvido de Dios. El Señor nos da su mano, nos levanta y nos cura. Y lo hace en todos los siglos; nos toma de la mano con su palabra, y así disipa la niebla de las ideologías, de las idolatrías. Nos toma de la mano en los sacramentos, nos cura de la fiebre de nuestras pasiones y de nuestros pecados mediante la absolución en el sacramento de la Reconciliación. Nos da la capacidad de levantarnos, de estar de pie delante de Dios y delante de los hombres. Y precisamente con este contenido de la liturgia dominical el Señor se encuentra con nosotros, nos toma de la mano, nos levanta y nos cura siempre de nuevo con el don de su palabra, con el don de sí mismo.

Pero también la segunda parte de este episodio es importante; esta mujer, recién curada, se pone a servirlos, dice el evangelio. Inmediatamente comienza a trabajar, a estar a disposición de los demás, y así se convierte en representación de tantas buenas mujeres, madres, abuelas, mujeres de diversas profesiones, que están disponibles, se levantan y sirven, y son el alma de la familia, el alma de la parroquia.

Como se ve en el cuadro pintado sobre el altar, no sólo prestan servicios exteriores. Santa Ana introduce a su gran hija, la Virgen, en las sagradas Escrituras, en la esperanza de Israel, en la que ella sería precisamente el lugar del cumplimiento. Las mujeres son también las primeras portadoras de la palabra de Dios del evangelio, son verdaderas evangelistas. Y me parece que este episodio del evangelio, aparentemente tan modesto, precisamente aquí, en la iglesia de Santa Ana, nos brinda la ocasión de expresar sinceramente nuestra gratitud a todas las mujeres que animan esta parroquia, a las mujeres que sirven en todas las dimensiones, que nos ayudan siempre de nuevo a conocer la palabra de Dios, no sólo con el intelecto, sino también con el corazón.

Volvamos al evangelio: Jesús duerme en casa de Pedro, pero a primeras horas de la mañana, cuando todavía reina la oscuridad, se levanta, sale, busca un lugar desierto y se pone a orar. Aquí aparece el verdadero centro del misterio de Jesús. Jesús está en coloquio con el Padre y eleva su alma humana en comunión con la persona del Hijo, de modo que la humanidad del Hijo, unida a él, habla en el diálogo trinitario con el Padre; y así hace posible también para nosotros la verdadera oración. En la liturgia, Jesús ora con nosotros, nosotros oramos con Jesús, y así entramos en contacto real con Dios, entramos en el misterio del amor eterno de la santísima Trinidad.

Jesús habla con el Padre; esta es la fuente y el centro de todas las actividades de Jesús; vemos cómo su predicación, las curaciones, los milagros y, por último, la Pasión salen de este centro, de su ser con el Padre. Y así este evangelio nos enseña el centro de la fe y de nuestra vida, es decir, la primacía de Dios. Donde no hay Dios, tampoco se respeta al hombre. Sólo si el esplendor de Dios se refleja en el rostro del hombre, el hombre, imagen de Dios, está protegido con una dignidad que luego nadie puede violar.

La primacía de Dios. Las tres primeras peticiones del "Padre nuestro" se refieren precisamente a esta primacía de Dios: pedimos que sea santificado el nombre de Dios; que el respeto del misterio divino sea vivo y anime toda nuestra vida; que "venga el reino de Dios" y "se haga su voluntad" son las dos caras diferentes de la misma medalla; donde se hace la voluntad de Dios, es ya el cielo, comienza también en la tierra algo del cielo, y donde se hace la voluntad de Dios está presente el reino de Dios; porque el reino de Dios no es una serie de cosas; el reino de Dios es la presencia de Dios, la unión del hombre con Dios. Y Dios quiere guiarnos a este objetivo.

El centro de su anuncio es el reino de Dios, o sea, Dios como fuente y centro de nuestra vida, y nos dice: sólo Dios es la redención del hombre. Y la historia del siglo pasado nos muestra cómo en los Estados donde se suprimió a Dios, no sólo se destruyó la economía, sino que se destruyeron sobre todo las almas. Las destrucciones morales, las destrucciones de la dignidad del hombre son las destrucciones fundamentales, y la renovación sólo puede venir de la vuelta a Dios, o sea, del reconocimiento de la centralidad de Dios.

En estos días, un obispo del Congo en visita ad limina me dijo: los europeos nos dan generosamente muchas cosas para el desarrollo, pero no quieren ayudarnos en la pastoral; parece que consideran inútil la pastoral, creen que sólo importa el desarrollo técnico-material. Pero es verdad lo contrario —dijo—, donde no hay palabra de Dios el desarrollo no funciona, y no da resultados positivos. Sólo si hay antes palabra de Dios, sólo si el hombre se reconcilia con Dios, también las cosas materiales pueden ir bien.

El texto evangélico, con su continuación, confirma esto con fuerza. Los Apóstoles dicen a Jesús: vuelve, todos te buscan. Y él dice: no, debo ir a las otras aldeas para anunciar a Dios y expulsar los demonios, las fuerzas del mal; para eso he venido. Jesús no vino —el texto griego dice: "salí del Padre"— para traer las comodidades de la vida, sino para traer la condición fundamental de nuestra dignidad, para traernos el anuncio de Dios, la presencia de Dios, y para vencer así a las fuerzas del mal. Con gran claridad nos indica esta prioridad: no he venido para curar —aunque lo hago, pero como signo—; he venido para reconciliaros con Dios. Dios es nuestro creador, Dios nos ha dado la vida, nuestra dignidad: a él, sobre todo, debemos dirigirnos.

Y, como dijo el padre Gioele, la Iglesia celebra hoy en Italia la Jornada por la vida. Los obispos italianos han querido recordar en su mensaje el deber prioritario de "respetar la vida", al tratarse de un bien del que no se puede disponer: el hombre no es el dueño de la vida; es, más bien, su custodio y administrador. Y bajo la primacía de Dios automáticamente nace esta prioridad de administrar, de custodiar la vida del hombre, creada por Dios. Esta verdad de que el hombre es custodio y administrador de la vida constituye un punto fundamental de la ley natural, plenamente iluminado por la revelación bíblica. Se presenta hoy como "signo de contradicción" con respecto a la mentalidad dominante. En efecto, constatamos que, a pesar de que existe en general una amplia convergencia sobre el valor de la vida, cuando se llega a este punto —es decir, si se puede, o no, disponer de la vida—, dos mentalidades se oponen de manera irreconciliable.

De una forma más sencilla podríamos decir: la primera de esas dos mentalidades considera que la vida humana está en las manos del hombre; la segunda reconoce que está en las manos de Dios. La cultura moderna ha enfatizado legítimamente la autonomía del hombre y de las realidades terrenas, desarrollando así una perspectiva propia del cristianismo, la de la encarnación de Dios. Pero, como afirmó claramente el concilio Vaticano II, si esta autonomía lleva a pensar que "las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador", entonces se origina un profundo desequilibrio, porque "sin el Creador la criatura se diluye" ("Gaudium et spes", 36). Es significativo que el documento conciliar, en el pasaje citado, afirme que esta capacidad de reconocer la voz y la manifestación de Dios en la belleza de la creación es propia de todos los creyentes, independientemente de la religión a la que pertenezcan.

Podemos concluir que el pleno respeto de la vida está vinculado al sentido religioso, a la actitud interior con la que el hombre afronta la realidad, actitud de dueño o de custodio. Por lo demás, la palabra "respeto" deriva del verbo latino respicere (mirar), e indica un modo de mirar las cosas y las personas que lleva a reconocer su realidad, a no apropiarse de ellas, sino a tratarlas con consideración, con cuidado. En definitiva, si se quita a las criaturas su referencia a Dios, como fundamento trascendente, corren el riesgo de quedar a merced del arbitrio del hombre, que, como vemos, puede hacer un uso indebido de ellas.

Queridos hermanos y hermanas, invoquemos juntos la intercesión de santa Ana en favor de vuestra comunidad parroquial, a la que saludo con afecto. Saludo en particular al párroco, padre Gioele, y le agradezco las palabras que me ha dirigido al inicio; saludo también a los religiosos agustinos, con su prior general; saludo a monseñor Angelo Comastri, mi vicario general para la Ciudad del Vaticano, a monseñor Rizzato, mi limosnero, y a todos los presentes, de modo especial a los niños, a los jóvenes y a todos los que habitualmente frecuentan esta iglesia. Que sobre todos vele santa Ana, vuestra patrona celestial, y os obtenga a cada uno el don de ser testigos del Dios de la vida y del amor.

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede]

36.Quinto domingo del tiempo ordinario, ciclo b.

Sigue el texto de Marcos. Vimos a Jesús curando en la sinagoga (Mc 1, 21-27). Hoy entra en Casa de Simón, cura y come, cura a la puerta y sale al campo, un camino ejemplar en tres partes: (1) En pleno día, entra en casa de Simón y cura a la suegra, que le sirve, apareciendo así como la primera seguidora verdadera de Jesús. (2) Al comienzo de la noche, sale ante la puerta de la casa y cura a todos los enfermos y posesos que se acercan, suplicándole una ayuda. (3) Al amanecer del día siguiente, sale al campo abiertopara orar inicia un camino de evangelio por todas la aldeas del entorno, en contra de Simón que le quería convertir en curandero a su servicio, ante su casa. Marcos nos sitúa así ante el Jesús cercano y lejano de este tríptico de amor y de servicio, al favor de la vida. Las cosas no pasaron así, como las cuenta Marcos (él ha compuesto nuestro tríptico); pero el relato recoge el corazón del evangelio, con Jesús y Simón como prot-agonistas y ant-agonistas. No sé si a este Simón se le puede ya tratar como “papa”; pero es evidente que es un signo de aquello que muchos quieren hacer y no hacen.

1) Un Sábado en casa de Simón;
curación y servicio de suegra (1, 29-31).

29 Al salir de la sinagoga, se fue inmediatamente a casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la agarró de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles.

De la sinagoga (ámbito judío) pasamos a la casa (espacio normal de la comunidad cristiana). Jesús viene con sus cuatro discípulos, signo de esperanza escatológica (los cuatro tiempos, los cuatro estaciones), a la casa de Simón, cuya suegra está enferma. No se dice que tenga un espíritu impuro, como el hombre de la sinagoga (cf. 1, 23), sino simplemente calentura (pyressousa: 1, 30), una fiebre que le impide trabajar. Parece impotente; nadie le ayuda. Pero Jesús agarra con fuerza su mano, para levantarla, en gesto y palabra de evocación pascual.

Se completa así la pareja de enfermos primordiales del comienzo de Marcos: el endemoniado de la sinagoga (1,21-27) sometido a la impureza de una enseñanza opresora; la enfebrecida de una casa que parece invadida por varones. Jesús cura a los dos, pero sólo a la mujer la levanta o “resucita”, de manera que ella puede servir en la casa, entendiendo a Jesús, haciéndose “cristiana”.

-- La casa (oikia: 1, 29) es espacio de reunión y grupo familiar, lugar privilegiado de la comunidad (cf. 3, 20.31-35). Estamos en la casa de Simón y Andrés, donde entra Jesús con sus cuatro. Es quizá la casa de pascua donde deberían reunirse las mujeres de la tumba vacía cuando vuelvan a Galilea (cf. 16, 7). Jesús toma la mano de la enferma y la levanta (êgeiren autên: la resucita: 1, 31; cf. 16, 6), para convertirla en servidora. Casa de evocación pascual y servicio mutuo será la iglesia de Jesús. La mujer curada, es la primera cristiana de la historia. Ésta es la casa cristiana de la resurrección y del servicio mutuo, donde el primer “ministro” (obispo o papa) es una mujer.

-- El sábado (cf. 1, 21). Para los judíos es día sagrado en que nadie se afana en cosa externa (trabajo material). Parece irrelevante que ese día una mujer enferme, pues no tiene labor que realizar entre las obras o trabajos de la casa. El sábado no hay servicio, da igual que la mujer esté enferma. Pues bien, Jesús la toma de la mano y la levanta. Ésta es una experiencia eclesial: superada por Jesús la fiebre (signo de muerte), la enferma se levanta y transforma el sábado en día pascual de servicio a los demás. Jesús no le manda. Es ella la que asume la iniciativa y saca las consecuencias, descubriendo el valor del servicio mutuo, por encima de la sacralidad del sábado judío; sirve, da de comer, actúa a favor de los demás. Ha entendido a Jesús, es cristiana.

-- Ella les servía (diêkonei autois: 1, 31). La diakonía era el signo primordial de los ángeles de Dios que, en vez de descansar, sirven a Jesús en el desierto (1, 13) y define a las mujeres que al fin del evangelio aparecen como servidoras mesiánica (15, 41). La suegra de Simón interpreta el don que ha recibido; su servicio no se puede entender como trabajo servil de la mujer, bajo el dominio de varones ociosos, sino como verdadero ministerio mesiánico, creador de la nueva familia de Jesús. Por eso, la curada es la primera servidora de Jesús (cf. esquema 6, 4). En el origen de toda obra eclesial se encuentra esta mujer, conforma a Marcos.

La suegra curada y Jesús comparten una misma liturgia.
Él la cura en sábado, levantándola del lecho.
Ella le (les) asiste en gesto que inaugura la nueva sacralidad cristiana del servicio mutuo; nadie se lo ha dicho; no ha tenido que aprender de alguna exégesis rabínica muy alta; ella lo ha sabido al recibir la ayuda de Jesús y al responderle, precisamente en sábado. Su diakonía o servicio en la casa es un anuncio y principio de todo el evangelio.

Simón y los restantes discípulos no lo entenderán hasta la pascua: no querrán hacerse servidores los unos de los otros (cf. Mc 9, 35; 10, 43), en contra del Hijo del humano, que ha venido a servir y dar la vida por todos (10,45). Ella, en cambio, lo sabe ya: ha superado el judaísmo de los escribas y se ha vinculado a Jesús; en el fondo ya es cristiana diaconisa, servidora de la iglesia reunida en la casa de su yerno.

2. Ante la casa.
Milagros en la noche tras el sábado (Mc 1, 32-34)

Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Él curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no los dejaba hablar, pues sabían quién era.

Frente a la sinagoga de los endemoniados surge aquí la iglesia que está a la puerta de la casa de Simón donde en plena calle, al anochecer, se junta la multitud de aquellos que quieren escuchar y ser curados. A la puesta del sol, terminado el descanso inútil de estos judíos (escribas incapaces de curar), las gentes del entorno vienen trayendo ante la casa de Simón a sus enfermos para que Jesús les cure (1, 32-34), pues son muchos los que siguen oprimidos por el mal, endemoniados. Precisamente cuando acaba el sábado judío del culto y el descanso religioso, que no han logrado curar a los enfermos, puede empezar para los pobres el tiempo mesiánico de las curaciones.

Éste es sin duda un texto irónico; es como si hubiera que esperar el fin del tiempo de la religión (santo sábado) para recibir el don de Dios. Ante la puerta de la casa de Simón se agolpa la ciudad, en culto verdadero de miseria (van trayendo a los enfermos) y esperanza que se expresa a través de la palabra y curaciones de Jesús

El espacio que está delante de la casa de Pedro puede haberse convertido en una especie de iglesia doméstica, donde se reúnen los cristianos de Cafarnaum. Para los lectores de Marcos, que celebraban su culto en iglesias doméstica, tanto nuestro pasaje como los que describen después a Jesús actuando en casas (cf. Mc 2, 1-2. 15; 3, 20 etc) son muy importantes: muestran la forma en que Jesús manifestó su poder en las casas (ante las casas) durante el tiempo de su ministerio público. De la misma forma se manifiesta ahora Jesús, en las casas ,a través de su presencia continuada en las pequeñas comunidades cristianas. Hemos pasado de la sinagoga (en Mc 1, 21-28) a la casa de Simón (es decir, a la iglesia-doméstica, vinculada a la casa) (en 1, 29-34).

La población se amontona ante la casa, no ante la sinagoga… Allí, ante la puerta de la casa de Simón, donde ha curado a la suegra, se amontona la gente, esperando las curaciones de Jesús.
Cuando Marcos describe esas curaciones, él
añade que Jesús no permitió que los demonios hablaran «porque le conocían». No quiere propaganda, no quiere que los endemoniados revelen su gloria. Quiere curar en gesto silencioso de amor, en gesto fuerte de servicio.
Estamos ante la gran “batalla final”: ha venido Jesús, el Sanador de Dios… y allí en la noche, ante la puerta de Simón, pasado el Sábado judío va curando en silencio, por amor, sin propaganda. Quiere curar, es decir, quiero en bien de los enfermos y posesos, no quieren que le exalten. No hace propaganda, no convierte sus curaciones en un tipo de negocio, al servicio del grupo (como querrá Simón en la escena siguiente).
Así se muestra Jesús, en silencio, al comienzo de la noche, como sanador de Dios, curando, limpiando, abriendo un camino de vida, ante la puerta de Simón, no dentro de su casa… Cura y limpia porque vienen: han oído lo que hace, le buscan, él cura… Así le vemos, creando un nuevo estilo de vida, abriendo una espeanza.

3.- Aldeas del entorno.
Jesús no es curandero de barrio (1, 35-39)

35 Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar. 36 Simón y los que estaban con él le persiguieron, buscándole 37 Cuando lo encontraron, le dijeron: Todos te buscan.
38 Y les contestó: Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido.39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios.

Marcos no quiere encerrar a Jesús en una casa, no quiere establecerle en un lugar, en contra de Simón y compañeros. Lo propio de Jesús es el mensaje abierto, la misión de reino que él ofrece a su iglesia. Así lo muestra este pasaje, oponiendo los proyectos "eclesiales" de Simón y Jesús.
De la sinagoga (judaísmo) y de la casa de Simón (iglesia) nos conduce el evangelio al servicio misionero. Queda en medio la noche de la división. Se han retirado los enfermos. Jesús y sus discípulos meditan, se dividen en la noche, de forma que al amanecer se enfrentan sus posturas:

a. Jesús, un camino abierto
Jesús se va. Las primeras palabras (kai prôi ennykha lian anastas: y de madrugada, levantándose Jesús...) son como un anuncio de la resurrección (kai lian prôi: y muy temprano...: 16, 2; recordemos que en ambos casos nos hallamos en el día después del sábado: cf. 1, 32; 16, 1 ). Entre la noche y la mañana hay un gran cambio que el pasaje presenta como anastasis, en término de clara evocación pascual: Jesús se levanta, como el día de la resurrección… y se va a otro lugar (cf. 5, 42; 8, 31; 9, 9.31; 10, 34; 12, 18.23; 13, 2). Jesús. Jesús se levanta de mañana (resucita) para orar en un lugar desierto (1, 35). Es como si debiera retornar a la experiencia de encuentro con Dios (Bautismo) y compromiso mesiánico (tentación). No se queda en lo hecho, busca en Dios (en oración y discernimiento) lo que debe hacer.

b: Simón, una oficina de curaciones.
Simón persigue a Jesús, como cabeza de grupo (viene con los suyos: hoi met'autou: 1, 36) apelando a la necesidad de la multitud (todos te buscan: 1, 37). Es el primer enfrentamiento, la primera discusión mesiánica. Simón es signo de una iglesia que quiere utilizar a Jesús para servicio propio, convirtiéndole en curandero doméstico, establecido en su propia casa a la que acuden los necesitados y enfermos del entorno (cf. 1, 33-34).
Simón no quiere servir a los demás, como su suegra, sino servirse de Jesús para su provecho, interpretando en forma egoísta su pesca (1, 16-20). Evidentemente quiere hacerse "dueño" de Jesús, representante de su empresa. Simón necesita que Jesús se quede, instalando una "oficina de curaciones" a la puerta de su casa, para prestigio social y/o económico del grupo: junto a un "dios" o taumaturgo curador siempre ha corrido y crecido la fama, un tipo de negocios.
Lógicamente, Simón sale en busca de Jesús muy de mañana, para organizar su agenda de sanador mesiánico; así aparece como jefe de grupo, encabezando al resto de sus compañeros, que son hoi met'autou (1, 36), en velada y fuerte oposición al auténtico grupo cristiano formado por aquellos a los que Jesús ha llamado para que sean met'autou, con-él, en 3, 14. Es evidente que, conforme a la visión de Mc, "los que están con Simón, dejándose influenciar por él, y Simón mismo, han de pasar a estar con Jesús" (Mateos, Los Doce, 217). Tanto aquí como en 8, 27-31 y 16, 7-8, Mc está suponiendo y pidiendo la conversión de Simón, que tiene que abandonar su proyecto eclesial de mesianismo triunfante (milagros al servicio del grupo) para asumir el mesianismo del Hijo del humano. Planteamiento polémico del tema en J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994, 400.

c: Jesús rechaza la propuesta de Simón:
No quiere establecerse en una casa (en una iglesia), para convertirla (convertir su movimiento) en negocio de milagros al que acuden en gesto de esperanza los de lejos y medran, egoístas, los de cerca (1, 38-38). En medio de la noche se ha escapado para orar en soledad de gracia ante Dios; en pleno día inicia un recorrido en el entorno, ofreciendo el don de Dios (kerigma, curaciones) en las sinagogas de los judíos y en Galilea. No quiere encerrarse en una estructura sagrada, fundando otro centro espiritual de sanación entre los centros que ya existen en el mundo (sinagogas, escuelas filosóficas, templos). Dios le ha enviado (exêlthon: he salido, en sentido teológico) para ofrecer el kerigma a los necesitados; para que vayan con él ha llamado a Simón y a los suyos, no para establecerse con ellos (sea en la casa de milagros de Cafarnaum, sea en una iglesia que Simón ha podido establecer en Jerusalén u otro lugar).

Jesús ora y busca a todos:
Ha vuelto al lugar deshabitado, adecuado para la plegaria (erêmos: 1,35), a fin de iniciar allí un trabajo generoso, universal, para bien de los enfermos. No deja que los suyos le encierren, manipulando su misión a partir del éxito logrado ((todos vienen...!). Toma distancia (encuentro con Dios), en soledad de tiempo (noche) y espacio (desierto), para redescubrir y recrear su entrega por el reino. Por eso, cuando Simón y los suyos pretenden encerrarle en el círculo cómodo y estrecho de lo ya sabido (como a un curandero doméstico y domesticado), desde la hondura de su propia libertad mesiánica, abre su camino hacia los necesitados del entorno.
No ha caído en la tentación del éxito, no se ha dejado llevar por la inmediatez del triunfo; no ha creado una casa eclesial de milagros sino que ha ofrecido su poder de curación y/o de palabra a los más necesitados del entorno. Ciertamente, Jesús aparece también a veces en la casa, dejado que los necesitados le busquen. Pero no ha querido establecerse en una casa fija (Vaticano o Almudena), con lo que eso implica de institucionalización. Él es ante todo un misionero, alguien que busca a los necesitados, dejando que ellos le encuentren. Quizá podamos llamarle un experto en libertad y comunicación, en apertura de palabra y curaciones.

Simón tienta, quiere instalarse:
Simón ha dejado las redes, pero quiere hacerse administrador de las curaciones de Jesús. Es evidente que habría salido ganando:
sería el "gerente del negocio de Jesús". Pues bien, frente a ese riesgo de institucionalización eclesial (grupal: de Simón y los que estaban con-él) instaura Jesús su camino de fuerte gratuidad. No busca el honor propio, al servicio de un grupo, no establece en su casa (casa de Simon) un santuario de sagradas curaciones; no funda un negocio de reino. Por eso ha rechazado el proyecto de Simón; no ha construido una casa de superioridad religiosa sobre los demás.
No es casual que el primer tentador de Jesús sea Simón, cabeza de grupo de aquellos que olvidan su oficio de "pescadores" para volverse opresores de la casa mesiánica. En esta perspectiva, al menos en cierto nivel, el Pedro de Mc representa a la iglesia judeocristiana que quiere "encerrar a Jesús en una casa" (en Jerusalén), sin asumir la apertura pascual, universal, de Galilea (cf. 16, 7-8): Cf. W. Tyson, The Blindness of the Dissciples in Mark, JBL 80 (1961) 261-268; A. Rodríguez, La figura de Pedro en el evangelio de Marcos, en R. Aguirre (ed.), Pedro en la iglesia primitiva, EVD, Estella 1991, 29-42.