SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

1 Cor 9, 16-19.22-23: Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes

No recogisteis a la oveja descarriada (Ez 34,5). He aquí cómo nos encontramos en peligro entre los herejes. A la que estaba descarriada no la recogisteis; a la que estaba pérdida no la buscasteis. A causa de ellos nos hallamos siempre en manos de ladrones y dientes de lobos enfurecidos; os rogamos que oréis por estos peligros nuestros. Hay también ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando descarriadas, dicen en su error y para su perdición que nada tienen que ver con nosotros. «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?». Como si la causa por la que nos preocupamos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden. «Si me hallo -dices- en el error, si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Por qué me. buscas?». -«Porque estás en el error te quiero llamar de nuevo; porque te has perdido, y quiero hallarte». -«Así -me dices- quiero errar; de este modo quiero perderme». ¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánto mayor motivo quiero evitarlo yo!

Me atrevo a decir aún que soy importuno. Escucho al Apóstol que dice: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo. ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a destiempo? (2 Tim 4,2). A tiempo a los que quieren; a destiempo a los que no quieren. Es cierto que soy importuno y me atrevo a decir: « Tú quieres errar, tú quieres perderte; yo no quiero». En última instancia, no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No recogisteis a la oveja descarriada ni buscasteis a la perdida. ¿Tengo que temerte a ti más que a él? Conviene que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5,10). No te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de Cristo y constituir el tribunal de Donato. Llamaré a la oveja extraviada, buscaré a la perdida. Quieras o no, yo lo haré. Y aunque, al buscarla, me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la que se pierde. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas.

Sermón 46,14