31 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
25-31

25.

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Jesucristo, Jeremías, Pablo: Tres hombres con una única misión, cuyo vértice es Jesucristo, plenitud de la revelación y de la misión salvífica de Dios. En efecto, Jesús es el enviado del Padre para la salvación de los pobres pecadores, sin distinción alguna entre judíos y gentiles (Evangelio). La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C, de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la primera lectura. Pablo, segregado desde el seno de su madre, prolonga en el tiempo la misión profética de Jesús, poniendo el acento en el amor cristiano, como el carisma que relativiza todos los demás y que constituye la verdadera medida


MENSAJE DOCTRINAL

Características de la misión.
Son varios los caracteres que los textos litúrgicos resaltan, al tratar de la misión profética. Subrayo aquellos, que considero de mayor relevancia e incidencia en nuestro tiempo.

1. La misión viene de Dios. Es Dios quien dice a Jeremías: "Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones" (Jer 1,5). Jesús en la sinagoga de Nazaret no se atribuye a Sí mismo la misión, sino que la lee ya profetizada en las Escrituras, es decir, ya prevista por el mismo Dios. San Pablo, por su parte, sabe muy bien que todo carisma proviene del Espíritu de Dios, máxime el carisma por excelencia que es el del ágape.

2. Una misión en doble dirección. Por un lado destruir, por otro edificar (Jer 1, 10). Por un lado, el anuncio: proclamar la Buena Nueva a los pobres, por otro, la denuncia: ningún profeta es bien acogido en su tierra (Evangelio). Por un lado, la devaluación de todo sin la caridad, por otro, la caridad como valor supremo (segunda lectura). Es la dinámica de la misión, y es la dinámica de la vida cristiana, desde sus inicios hasta nuestros días.

3. Una misión universal. Jeremías es llamado por Dios a ser "profeta de las naciones"; Jesucristo ha sido ungido por el Espíritu para ayudar a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los pecadores, y para proclamar a todos un año de gracia del Señor, es decir, un jubileo. Si Dios es creador y padre de todos, todos son por igual objeto de su amor y de su redención.

4. Una misión con riesgos. El riesgo principal de que los hombres no escuchen ni acepten el mensaje de Dios, comunicado por el profeta. El riesgo también está en ser maltratado, considerado enemigo público, tenido por aguafiestas y profeta de desventuras. La biografía de Jeremías está entretejida con episodios de este género. Jesús estuvo a punto de ser apedreado por los nazarenos, y Pablo vivió unas relaciones no poco tensas con los cristianos de Corinto, cuando les escribió su primera carta.

5. Una misión sin temor y con la fuerza de Dios. Dios dice a Jeremías: "No les tengas miedo... Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país". Jesús, ante los nazarenos que quieren despeñarle, nos dice san Lucas que, "abriéndose paso entre ellos, se marchó". ¡Qué valentía sobrehumana y qué poder de Dios en la actitud de Jesús! ¿Y acaso no muestra Pablo una fuerza divina cuando antepone el ágape cristiano a la ciencia, a la pobreza total, a las llamas, y a la misma fe?

6. Una misión que exige una respuesta. Puede ser una respuesta de rechazo, como en el caso de Jeremías: "Ellos lucharán contra ti" (primera lectura). Puede ser una respuesta doble, como en el caso de Jesús: por un lado, asentimiento y admiración, por otro, indignación y deseo de despeñarlo por un precipicio (Evangelio). Y Pablo, en la segunda lectura, al proponer a los corintios el carisma de la caridad, no hace sino pedirles que respondan con generosidad a dicho carisma.


SUGERENCIAS PASTORALES

La misión cristiana, una provocación. Para el hombre, cualquiera que sea su circunstancia, toda propuesta que venga de Dios es una provocación, porque le saca de su rutina, de sus esquemas mentales, de su aurea mediocridad. Jesús provoca a los nazarenos, al herir su orgullo por no hacer en Nazaret los milagros realizados en Cafarnaún, y les provoca poniendo fin a los privilegios judíos y además dando preferencia a los gentiles, sobre los judíos, como sucede en los ejemplos que Jesús pone de Elías y Eliseo. El ágape que Pablo propone a la Iglesia de Corinto es una provocación mayúscula para aquellos griegos educados en el culto a la razón y al eros. Ser y vivir hoy como cristiano es también provocar, pero se trata de una provocación saludable. Hay que provocar inseguridad en la mentalidad, para que se realice una verdadera conversión, cambio de mentalidad, metanoia. Hay que provocar con la "debilidad" de todo hombre, para que adquiera relevancia y sentido en toda vida humana la fuerza y el poder de Dios. Hay que provocar con las baratijas de felicidad que los hombres compran en el supermercado de la sociedad o de la cultura, para que abran los ojos a la auténtica felicidad que está en Dios y que Dios nos da. Hay que provocar al hombre en sus miserias y ruindades, para que tome conciencia de su grandeza como imagen de Dios, como hijo de Dios. Si el cristianismo no provoca ni sacude al hombre en su interior, es que ha perdido fuerza revulsiva y mordiente, es que ha perdido su razón de ser en la historia.

El ágape cristiano, medida de todo. Un grave y frecuente error del hombre es confundir el contacto físico o la relación sexual, o el eros sentimental, con el amor, con el ágape. El amor cristiano no es un momento pasajero, epidérmico o sentimental, efímero como las hojas de otoño, insatisfactorio como todo "juego" egoísta y frecuentemente sensual. El amor cristiano reverbera corporal o sentimentalmente, pero su más pura esencia es interior, espiritual, divina. El amor cristiano es una actitud del alma que mide todo objeto, toda ciencia, toda relación, toda actividad, todo acontecimiento. ¿Es el amor cristiano la medida de tus relaciones con los demás, de tu vida familiar, de tu dinero, de tu trabajo o profesión, de tus diversiones? ¿Es el amor cristiano, en tu parroquia o en tu diócesis, el verdadero metro con que se miden todas las demás realidades parroquiales o diocesanas? Si el amor es la medida de todo, la medida del amor es un amor sin medida. ¡Cuánto queda todavía por hacer!

P. Antonio Izquierdo


26. DOMINICOS 2004

Cuestión de perspectiva

Todos nosotros conocemos la técnica fotográfica. Cuando la cámara se acerca mucho a la persona a retratar se recogen los detalles más pequeños de su rostro. En cambio, el trasfondo en el que se encuentra aparece difuminado en la fotografía. Si alejamos la cámara perderemos algo de los detalles de su rostro, pero la fotografía registrará el trasfondo en el que se encuentra esa persona, por ejemplo, un paisaje o una habitación. Y todos sabemos que para entender bien a una persona no basta con atender a la literalidad de sus palabras. Es preciso también penetrar en el trasfondo del cual procede lo que nos dice.

En la vida humana nuestra percepción se comporta de modo similar a las máquinas de fotografía. A veces nos concentramos en los detalles más pequeños que nos envuelven y perdemos una perspectiva más amplia. Como las cámaras fotográficas nos enfocamos en el registro de cerca y perdemos la perspectiva del horizonte. En esos casos percibimos con total nitidez lo que inmediatamente se encuentra ante nuestros ojos y nos perdemos el trasfondo de las cosas.

En algo de esto nos quiere hacer pensar el evangelio de hoy. En el evangelio Jesús dice esa frase tan repetida de que “ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Jesús se encuentra en la sinagoga de Nazaret y sus convecinos le identifican con el hijo de José, al que conocían desde niño. Les resultaba difícil admitir que alguien tan cercano y conocido pudiera ser el Mesías esperado. Por eso le piden un milagro, una acción prodigiosa que les lleve a creer en él. Pero Jesús no está dispuesto a recurrir a grandes efectos para acreditar sus palabras. Quiere que su mensaje sea acogido por convicción y no por la impresión de un gran efecto.

Comentario Bíblico
El Profeta y la Religión liberadora

Iª Lectura: Jeremías (1,4-5.17-19): Llamada y misión profética
I.1. La primera lectura de hoy nos refiere la vocación del profeta Jeremías de Anatot en el s. VII a. C. Era un hombre de descendencia sacerdotal, de los sacerdotes de Anatot o levitas, un pequeño pueblo a unos cinco km. al norte de Jerusalén. Jeremías mismo profetizó contra su pueblo (11,21-23), donde compró un campo, que era todo un signo en la situación por la que pasaba el profeta (Jr 32,7-9). Senaquerib lo había conquistado antes de rodear Jerusalén (Is 10,30).. Hoy el texto del libro nos habla de la vocación (vv.4-5) y de la misión (vv.17-19). Era un muchacho cuando sintió la “llamada” de Dios para ser profeta de los pueblos, de los gentiles. La vocación profética es un desafío, y en el caso del profeta Jeremías se hace más palpable por la situación tan contradictoria que tuvo que vivir existencialmente ante la catástrofe que se veía venir sobre Judá. Aunque al principio pudiera estar de acuerdo con el joven rey Josías para impulsar la reforma necesaria después de más cincuenta años de abandono y opresión por parte de su abuelo Manasés, Jeremías es un hombre que siente en su vida la fuerza de la palabra de Dios por encima de cualquier proyecto político. El mismo Pablo se inspira en estas palabras de profeta para ilustrar su llamada a ser apóstol de los gentiles (Gal 1,15).

I.2. Un profeta lo es a pesar de él mismo; siente miedo por lo que tiene que vivir en su interior y lo que tiene que comunicar en nombre de su Dios. Sin duda que debe ser así, porque no podrá regalar el oído a nadie. Si fuera verdad que su primera actuación, como defienden algunos, hubiera sido el discurso contra el templo (Jr 7), comprenderíamos la experiencia tan intensa y determinante de su vida. Dios, sin embargo, no admite excusas; llama a quien tiene que llamar, a quien le va ser fiel hasta el final: lo llama para “arrancar y destruir, edificar y plantar”. El profeta no destruye por destruir, sino para convertir. Es un hombre próximo a la teología de Oseas. Jeremías ha sido llamado para entregarse a los demás, o si queremos, para sentir la pasión de la palabra de Dios y entregarla a los demás.


IIª Lectura: I Corintios (12,31-13,13): El amor será lo eterno
II.1. La segunda lectura es probablemente una de las páginas más bellas que jamás se hallan escrito en la historia de la humanidad, sobre la experiencia más determinante y decisiva de la vida de todo hombre: amar y ser amado. No podemos olvidar que no se habla del amor bello y hermoso de la amistad (filía), cantado por los griegos y todos los poetas. Es una expresión que el cristianismo ha rescatado como algo propio (ágape, de agapáô) y que se ha plasmado con el término “caridad”, una de las virtudes teologales. Y aunque suena mejor el término “amor” y el verbo “amar” (pues para caridad no existe un verbo directo adecuado), no deberíamos renunciar los cristianos a ese sentido de “caritas”, que está cargado de originalidad. Es el ágape y no solamente la filía, sencillamente porque es un amor sin medida: todo lo perdona y siempre se entrega, aunque no haya respuesta. Por eso, como se lee en la Vulgata “caritas numquam excidit”, el amor no pasa nunca (v.8a). Pablo quiere mostrar el “camino más excelente”, en realidad el “carisma” al que todos deberían aspirar. Ese es el camino, el sendero por el que hay que marcar los criterios de los dones espirituales.

II.2. El apóstol nos habla del amor en el contexto de los carismas de la comunidad de Corinto, que le ha planteado la cuestión de una praxis personal y comunitaria: ¿cuál es el carisma que se debe preferir? ¿qué servicio es el más perfecto en la comunidad? Pablo está hablando a una comunidad donde existe un problema bien manifiesto: el desprecio de los débiles, de los que no valen, de los que no tienen altos vuelos. Por eso mismo el campo de acción del amor en una comunidad cristiana es ejemplificador. Podemos presumir de educación, cultura, intelectualidad, pero eso, que sin duda perfecciona al hombre, no le da los quilates verdaderos para ser más humano y, desde luego, para ser mejor cristiano. Y no se puede pretender ser cristiano para uno mismo y en uno mismo. Eso está descartado previamente. Se es cristiano desde la comunidad y en la comunidad, en la ekklesía o de lo contrario no se es cristiano para nada. Y es precisamente en ella donde no tiene sentido la forma más sutil de egoísmo espiritual. El amor es la fuerza de la comunidad, pero también lo es para que uno mismo sea comunidad. Lo es de cualquier comunidad, pero muy especialmente se debe entender de cualquier tipo o variante de comunidad cristiana. No podemos, pues, menos de pensar que esto que se dice muy en concreto para la comunidad de Corinto, se debe aplicar a la comunidad cristiana matrimonial, que es todo un símbolo y realidad de la comunidad eclesial. Es más, es ahí donde se gesta muy concretamente una de las experiencias más íntimas de la comunidad eclesial.


Evangelio: Lucas (4,21-30): El evangelio liberador, palabra de gracia
III.1. “Esta escritura comienza a cumplirse hoy” (v. 21). Así arranca el texto del evangelio que complementa de una forma práctica el planteamiento que se hacía el domingo pasado sobre la escena-presentación de Jesús en su pueblo, donde se había criado, en Nazaret. Esta escena prototipo de todo lo que Jesús ha venido a hacer presente, apoya que las palabras sobre la gracia, exclusivamente las palabras liberadoras, se convierten en santo y seña de su vida y de su muerte. El “hoy”, el ahora, es muy importante en la teología de evangelio de Lucas. Lo que Jesús interpreta en la sinagoga es que ha llegado el tiempo (cf Mc 1,14) de que las palabras proféticas no se queden solamente “escritura sagrada”. De eso no se vive solamente. Son realidad de que Dios “ya” está salvando por la palabra de gracia.

III.2. El v.22 ha sido objeto de discusiones exegéticas, que actualmente apuntan claramente a entenderlo de la manera siguiente: todos lo criticaban (daban testimonio de él, -martyréô- pero en sentido negativo), a causa de las palabras sobre la gracia. ¿Por qué? Precisamente porque en la cita del texto de Is 61,1-2 (Lc 4,18) han desaparecido aquellas palabras que hacían mención de la ira de Dios contra los paganos. El testimonio de sus paisanos de Nazaret, pues, no es favorable sino adverso. Y es contrario porque Jesús se atreve a anunciar la salvación, no solamente de su pueblo, sino del hombre, de cualquier hombre, de todos. Los ejemplos posteriores –después del reproche “médico cúrate a ti mismo”-, de Elías y Eliseo en beneficio de personas paganas (no de Israel) vienen a iluminar lo que Jesús ha querido proclamar en la sinagoga de Nazaret. La consecuencia de todo ello no es otra que el intenta de apedrear a Jesús. ¿Por qué? ¿Porque les ha puesto el ejemplo de los profetas abiertos al mundo pagano? ¡Sin duda! Porque ha proclamado el evangelio de la gracia.

III.3. Se ha dicho, con razón, que este es un relato programático. No quiere decir que no sea histórico, que no haya ocurrido una escena de rechazo en Nazaret (así lo muestra Marcos 6,1-6). Pero en Lucas es una escena que quiere concentrar toda la vida y toda la predicación de Jesús hasta el momento de su rechazo, de su juicio y de su muerte. Nazaret no es solamente su patria chica; en este caso representa a todo su pueblo, sus instituciones, su religión, sus autoridades, que no aceptan el mensaje profético de la gracia de Dios que es y debe ser don para todos los hombres. Lucas ha puesto todo su genio literario, histórico y teológico para darnos esta maravilla de relato que no tiene parangón. Todo lo que sigue a continuación, la narración evangélica, es la explicitación de lo que sucede en esta escena.

III.4. Jesús, como Jeremías, ha sido llamado para arrancar de la religión de Israel, y de toda religión, la venganza de Dios, y para plantar en el mundo entero una religión de vida. Los ejemplos que Lucas ha escogido para apoyar lo que Jesús hace –lo del gran profeta Elías y su discípulo Eliseo-, muestran que la religión que sigue pensando en un Dios manipulable o nacionalista, es una perversión de la religión y de Dios mismo. El itinerario vital de Jesús que Lucas nos describe en esta escena, muestra que el Reino que a partir de aquí ha de predicar, es su praxis más comprometida. La salvación ha de anunciarse a los pobres, como se ve en la primera parte de esta escena de Nazaret, y ello supone que Jesús, en nombre de Dios, ha venido a condenar todo aquello que suponga exclusión y excomunión en nombre de su Dios. Lucas, pues, sabe que era necesario presentar a Jesús, el profeta de Nazaret, en la opción por un Dios disidente del judaísmo oficial. Eso será lo que le lleve a la muerte como compromiso de toda su vida. Y así se pre-anuncia en el intento de apedreamiento en Nazaret. Pero no es la muerte solamente lo que se anuncia; también la resurrección: “pero él, pasando por medio de ellos, se marchó” (v.30). Esta no es una huida cobarde, sino “entre ellos”, pasando por la entraña de la muerte… se marchó… a la vida nueva.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

El marketing de Dios

Cuando Jesús se niega a hacer grandes signos y milagros no es que quiera poner a prueba la fe humana o quiera jugar con nosotros al escondite. Lo que pretende es ser honesto con nosotros, jugar limpio, apelar a nuestra libertad, ampliar nuestro horizonte de percepción. El mensaje del evangelio es para recibirlo en libertad y no bajo coacción. Tanta coacción puede ser la violencia como los grandes efectos y las grandes impresiones. La palabra de Dios no viene con el ruido y el esplendor de la tormenta, sino como la leve lluvia que poco a poco penetra en nuestro interior y lo oxigena y lo purifica ampliándolo.

Hoy día el marketing, el formato, el envoltorio, son términos muy recurridos en la actividad económica y comercial. Para vender un producto, transmitir una idea, comunicar un mensaje hay que cuidar su apariencia. Por eso, productos muy cercanos a nuestra vida cotidiana nos son vendidos en el envoltorio del exotismo y lo extraordinario. La espuma del jabón de lavarse se nos presenta con la brisa marina del caribe. El café del desayuno se dice que nos transporta a un atardecer en la sabana africana. La publicidad sabe que la percepción humana está orientada a la amplitud, a los grandes horizontes. Y por eso hace aparecer lo más cercano en un horizonte exótico. Pero todos sabemos que ese horizonte no es más que un decorado artificial. Y que ningún jabón puede contener la brisa del caribe, ni ningún café nos puede transportar a África.

Si pensamos en el modo como Dios nos habla en Jesús, parece que no hace demasiado cosa de las técnicas del marketing. Dios no nos habla con lo exótico o lo extraordinario, sino con la cercanía de uno como nosotros, en la cercanía de Jesús. Y sin embargo esa cercanía procede y contiene un horizonte amplío, un trasfondo infinito. Jesús habla desde el trasfondo infinito de Dios del que procede; y desde el amplio deseo humano de salvación al que se dirige. Quien como los convecinos de Jesús, escuche las palabras de Jesús sin atender su trasfondo no podrá entender su mensaje. No podrá saber quien es Jesús

Pero Dios no pretende que nos acerquemos al trasfondo infinito de su realidad desde la artificialidad de un decorado o con la impresión de un efecto. Lo que quiere es que nuestra vida salga de la perspectiva inmediata y se enfoque a lo infinito y a la amplitud. Por eso Jesús se niega a hacer grandes milagros para acreditar su mensaje. Prefiere que pensemos sus palabras y que esa reflexión nos conduzca a descubrir una realidad más amplia que nuestros intereses inmediatos, que esa reflexión nos introduzca en la infinitud de Dios.


Poniendo el foco en posición de amplitud

Hoy día nos pasa como a lo vecinos de Jesús. Nuestra cultura hace que enfoquemos nuestra sensibilidad vital a lo más cercano y que perdamos la perspectiva más amplia. Que nos olvidemos del horizonte infinito. En nuestra cultura parece que sólo tiene importancia la parte más inmediata de la vida humana. Por eso, la salud, el cuidado del cuerpo, el adelgazamiento, el sexo rápido sin la maduración de la relación, el buen coche, el viaje…parecen ser lo único importante de la existencia humana. Pero a la larga esa vida se hace muy estrecha y nos acaba asfixiando porque perdemos el trasfondo de las cosas.

Quizás se encuentre aquí alguna de las dificultades de la acogida del evangelio en nuestros días. Sólo cuando nos acercamos a Jesús desde una perspectiva más amplía podemos captar su mensaje. Jesús se niega a hacer milagros en su tierra porque quiere que pensemos de verdad en la vida humana y pensando en ella ampliemos nuestro horizonte. Nos son las cosas las que dan la felicidad humana los son las relaciones. No es el acumular y el recibir lo que llena nuestra vida sino el darnos sintiendo que nuestra persona es útil a otros. Solamente en la medida en que la acogida del evangelio amplíe nuestro interior podremos ir reconociendo a Jesús como lo que es, el hombre que procedía de Dios, la voz que contiene la infinitud divina.

De aquí se desprende una tarea para la iglesia. Cuando queramos hacer valer el mensaje de Jesús, más importante que los grandes efectos es ampliar la perspectiva humana, el horizonte de nuestros deseos. Pongamos el foco de nuestra percepción en posición de amplitud. Dirijamos el objetivo de nuestra persona a la infinitud de Dios.

Fr. Ricardo de Luis, OP
ricardodeluis@dominicos.org


27.

El mensaje y catequesis de la Palabra de Dios de este domingo es la conclusión lógica de las dos enseñanzas clave de los domingos pasados. Intentemos, pues, recordar en resumen dichas enseñanzas para poder entender lo que Dios me ofrece y me pide en este domingo.

 

En el segundo domingo del tiempo ordinario se nos decía por el profeta Isaías, que Dios está como enamorado de la humanidad: “Ya no te llamarán abandonada. Tu serás mi favorita” Qué gran misterio de amor de Dios por ti y por mi y por todos. Pero en el evangelio de ese domingo se nos decía que el esposo ya ha llegado, pues en las bodas de Caná, Jesús aparece como el verdadero protagonista de la boda.

 

¿Por qué Jesús es el verdadero esposo salvador, Mesías? Por que los signos que habían anunciado los profetas para la presencia del Mesías, salvador y esposo de la humanidad ya se han cumplido simbólica y ritualmente en las bodas de Caná: la abundancia desbordante, nada menos que: 600 litros de vino; y la riqueza, valor y calidad, ya que el vino era de óptima calidad, hasta llamar la atención del mismo maestre sala. El verdadero esposo de los invitados ya ha llegado. La humanidad se tiene que llenar de alegría y sobre todo nosotros, los cristianos, que lo sabemos por la revelación del mismo Dios.

 

En el tercer domingo se nos dijo que el profeta Nehemías llenaba de esperanza a un pueblo, entonces el de Israel, deshecho, triste y descorazonado ante el desastre, las ruinas y la miseria en que había encontrado a su nación, sus tierras, al volver de su destierro, de su exilio. Y en evangelio, San Lucas  nos decía que Cristo con su venida, inicia el tiempo de las realidades cumplidas. Ya no hay que esperar. Jesús así lo dijo, predicando en la misma sinagoga de su pueblo: “Hoy se cumple este pasaje de la escritura que acabáis de escuchar”.

 

Y todo esto, todo este MENSAJE:

1º- que Dios se quiere unir íntimamente con nosotros, olvidando todas nuestras traiciones e infidelidades.

2º- Y que esto ya no hay que esperarlo, sino que hoy es el tiempo de las realidades cumplidas

Este MENSAJE hay que anunciarlo, hay que proclamarlo, esto hay que decirlo, esto hay que profetizarlo. ¿Tu lo proclamas con el estilo de tu vida cristiana? ¿Tú lo dices? ¿A quién, cómo? O más bien ¿no quieres líos, ni compromisos, o guardas silencio como los muertos?.

 

El tema clave, pues, de las lecturas de este día es el profetismo. El profetismo es una visión del presente, que encuentra su sentido en el futuro. Entra, pues, dentro del dinamismo de la vida y de la historia en su dimensión prospectiva. El pasado influye, pero no cuenta. El profetismo anuncia y denuncia. Anuncia el futuro. Denuncia el presente que sea obstáculo o barrera para ese futuro utópico, pero real, de dicha, de gozo, de justicia, de paz y de amor.

 

El profetismo nos hace vivir todo ese futuro en la esperanza. A este profetismo estamos todos llamados, predestinados desde antes de nuestro nacimiento, como Jeremías: antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete  de fortaleza, ponte en pie y diles lo que yo te mando”.

 

Dios necesitó profetas para anunciarles el futuro al pueblo de Israel, sin futuro, siempre vencido, siempre esclavo, al pueblo de Israel, en aquel entonces. Y la situación de desastre y derrota de ese pueblo, es la imagen y el anuncio de lo que a cada uno de nosotros nos sucede y a la misma sociedad en que vivimos.

 

Dios, pues, necesitó un pueblo, Israel, depositario de la revelación de Dios a la humanidad, para que este pueblo fuera profeta, educador, maestro, guía de una humanidad que caminaba en tinieblas y en sombras de muerte. Ese fue, pues, el pueblo de Israel y esa su misión profética. Y hoy ese pueblo guía es la Iglesia, los cristianos todos, depositarios con más o menos fidelidad de esa revelación de Dios a la Humanidad.

 

Mandó a su Hijo en los últimos tiempos para abrir caminos de esperanza. En la sinagoga de su pueblo anunció: “HOY SE CUMPLE ante vosotros esta Escritura que acabáis de oír: el Espíritu de Dios está sobre mí”. Soy su profeta y vengo a anunciaros que me ha enviado a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberación, a los ciegos, la recuperación de la vista, la luz en sus vidas, a libertar a los oprimidos, a promulgar un año de gracia del Señor.

 

Jesús corrige las posiciones falsas de sus contemporáneos y no habla ni anuncia el día de la venganza contra los paganos. No condena a las naciones. Su profetismo es nuevo, tiene dimensiones planetarias. Su misión es universal. Ha roto las fronteras: de raza, de cultura, de privilegios. La revelación de salvación se extenderá a Sarepta, a una viuda o a Naamán, el sirio. Nada de pueblos privilegiados, ni el de Israel, ni de europeos,  ni americanos.

 

Ha denunciado el presente avasallador de la sociedad secularizada, y laicizada, que estamos forjando, dejando a Dios a la puerta, si es que a la puerta lo dejamos. Y nos ha anunciado un futuro esperanzador a todos y para todos.

 

Si su auditorio en un primer momento lo admiró por las palabras de gracia que salían de su boca: “y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia, que salían de sus labios”, pronto comenzaron a darse cuenta de que desestabilizaba aquel orden religioso y social en el que vivían y que sus intereses inmediatos peligraban, como sigue pasando hoy, cuando se quieren vivir con sinceridad los valores cristianos: sí a la vida, sí a la dignidad de todo ser humano, sí a la justicia, sí al perdón, sí al amor auténtico.

 

Hubieran preferido fuera el profeta de turno, defensor de sus intereses particulares, mantenedor de sus odios, de su espíritu de revancha. Este profeta empezó a resultarles incómodo. Hablaba de pobres, de libertad y de cautivos, de libertad y de oprimidos. Y esto molestaba y no gustaba a aquella buena sociedad, tan bien organizada y tan bien instalada, como pasa hoy también con la nuestra.

 

El profeta es objeto de críticas desde dentro y desde fuera. San Pablo sufrió las afrentas tanto de parte de los paganos, como de parte de los “falsos hermanos”. Jesucristo también fue rechazado por sus propios compatriotas. Se pusieron furiosos, dice el evangelio, y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

 

Aquellas gentes se quedaron con sus conocimientos precisos: “¿No es éste el hijo de José?”, Pero se quedaron sin el Hijo de Dios, Salvador, se quedaron sin el Mesías que estaban esperando.

 

Hoy somos nosotros, la Iglesia, a quien Dios confía esta tarea de profetizar, de abrir caminos de esperanza, destruyendo las barreras de injusticias, de egoísmos, de odios, de esta sociedad laicizada y secularizada que mata nuestros sueños de futuro, que adormece y entibia nuestra esperanza con las recetas del hedonismo y de la permisividad.

 

Pero ¿de verdad que nosotros denunciamos algo? ¿Qué denuncio yo? ¿Lo que dice y manda el evangelio? O ¿denuncio lo que pienso yo, mis intereses y mis ideas?

 

…”Diles lo que yo te digo”. Pero ¿conozco lo que Dios me dice y nos dice? ¿Cuánto tiempo dedico a conocer y reflexionar la Palabra que Dios me dirige todos os domingos, al menos? ¿Anuncio algo? ¿Qué puedo anunciar de Dios, si casi estoy vacío de Dios?. Quizás nos pudiéramos hacer hoy una pregunta más crítica y más comprometida a la vez que valiente, en esta época que nos ha tocado vivir: pero, ¿verdaderamente soy cristiano? Porque lo difícil hoy es, lo que decía el filósofo danés Kierkegaard: “lo difícil es ser cristiano en la cristiandad”, algo así como intentar ser hombre en medio de la humanidad, ser aire en la misma atmósfera, o ser flor en un ramo de rosas, si éstas son de plástico. Un cristianismo que creemos poseer por estar bautizados,  y que nos ahoga el intento de ser verdaderamente cristianos. Y así anunciamos y denunciamos, no lo que Dios nos manda, sino lo que nosotros pensamos y queremos.

 

Estas lecturas que proclamamos los domingos nos deben dejar en tensión de búsqueda esperanzada: ¿Cómo puedo ser profeta? Sin pesimismos de ninguna clase debemos intentarlo para hacer una América, una Europa... más humana, una nación más cristiana, una parroquia más fraternal, humana y cristiana, siendo profetas al denunciar con nuestra justicia, las injusticias de corrupciones, fraudes, pelotazos, coimas o mordidas, con nuestra humana castidad, denunciando el desenfreno de pasiones animales y con nuestro amor, desvelando el desamor y egoísmo que impera en nuestra sociedad.

 

Que esta Eucaristía, que vamos a celebrar nos ayude a ser profetas de la Palabra de Dios en la justicia, en el amor y en la paz.

 

                                                                       AMEN

 

                                  P. Eduardo Martínez Abad. Escolapio

                                       edumartabad@escolapios.es


 

28.

 

       El Evangelio de hoy nos trae esa frase tan conocida: “Nadie es profeta en su tierra”, la cual fue pronunciada en primera instancia por el mismo Jesucristo. Y la dijo cuando en su pueblo, Nazaret, no quisieron creer lo que acababa de decirles: que la profecía de Isaías sobre el Mesías se refería a El mismo.
        Nos cuenta el Evangelio (Lc. 4, 21-30) que la gente “aprobaba y admiraba la sabiduría de las palabras” de Jesús. Pero de allí a que alguno de los suyos viniera, sin pre-aviso alguno, a declararse el Mesías, ya eso era inaceptable.
        ¿Qué le sucedió a los nazaretanos contemporáneos de Jesús? Lo mismo que nos sucede a nosotros. Primeramente por orgullo y envidia no podían aceptar que uno de su propio grupo, del entorno cercano, pudiera destacarse más que ellos. ¡Mucho menos ser el Mesías!
        Y comenzaron a comentar: “Pero ... ¿no es éste el hijo de José?” Jesús penetra sus pensamientos y les agrega: “Seguramente me dirán: haz aquí en tu propia tierra todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Y de seguidas la sentencia: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”.
        Luego les demuestra con sucesos del Antiguo Testamento cómo Dios es libre de distribuir sus dones a quién quiere, cómo quiere y dónde quiere. Les recuerda el caso de la viuda no israelita, a la cual fue enviado el gran Profeta Elías (cfr. 1 Reyes 17, 7). “Había ciertamente muchas viudas en Israel en los tiempos de Elías ... sin embargo a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón”.
        Pasó luego a recordarles otro hecho similar: la curación del leproso Naamán, que era de Siria, en tiempos del Profeta Eliseo (cfr. 2 Reyes 5).
        El Señor quiso demostrarles que la gracia divina no es para un solo grupo, raza, pueblo o nación, y que también en tiempo de los Profetas Dios benefició a gente que no pertenecía al pueblo de Israel.
        El segundo pecado de los nazaretanos, fue parecido también al nuestro: el egoísmo no les permitía aceptar que los dones de Dios pudieran ser para los demás. Por eso se enfurecieron a tal punto que sacaron a Jesús de la ciudad, con la intención de lanzarlo por un barranco, cosa que no pudieron lograr.
        Igual que a Jesús, también los que tienen la misión de anunciar la verdad han sufrido y sufrirán rigores similares. El cristiano que vive y anuncia a Cristo es -como El- “signo de contradicción”, pues si ha seguir y predicar a Cristo, le tocará remar contra-corriente.
        Sucedió lo mismo a los Profetas del Antiguo Testamento, entre éstos, a Jeremías quien, al reconocerse escogido por Dios, teme y trata de negarse a su vocación. Es lo que nos trae la Primera Lectura (Jer. 1, 4-5; 17 y 19).
        Pero Dios, que escogió a Jeremías desde siempre, no sólo lo anima, sino hasta lo amenaza, para que no deje de cumplir la misión que le ha asignado. “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocí; antes de que tú nacieras, Yo te consagré y te destiné a ser profeta de las naciones ... Tú ahora renueva tu valor y ve a decirles lo que Yo te mande. No temas enfrentarlos, porque Yo también podría asustarte delante de ellos ... Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte”.
        Cuando Dios escoge para una misión -no importa cuál sea- no da marcha atrás y proporciona toda la ayuda necesaria para cumplirla. Como nos dice San Pablo en sus enseñanzas sobre los carismas y las diferentes funciones dentro de la Iglesia (1 Cor. 12, 4-31) unos serán llamados para ser apóstoles, otros profetas, otros maestros, otros administradores, etc., etc. Otros serán fieles en el pueblo de Dios.
        A los apóstoles, profetas y maestros toca asumir los riesgos, seguros de la compañía de Dios. A los fieles toca no hacer como los nazaretanos, no dejarse llevar por consideraciones humanas llenas de orgullo, envidia o egoísmo, sino con humildad, sencillez y generosidad, seguir a los que Dios ha escogido para guiar a su Pueblo.
        En la Segunda Lectura (1 Cor. 12,31 – 13,13), San Pablo continúa su enseñanza sobre el funcionamiento de la Iglesia y sobre los Carismas, como dones del Espíritu Santo. Y habla de “un camino mejor” que los Carismas, que las limosnas y que las penitencias: el gran don del Espíritu Santo que es el Amor.
        Y por su explicación posterior nos damos cuenta que el “amor” a que está haciendo referencia el Apóstol no es el amor-caridad del léxico moderno que significa dar limosnas o ayuda, tampoco como el amor humano que puede existir entre esposos o entre padres e hijos.
        San Pablo nos dice que de nada sirve ningún Carisma –ni la profecía, ni la penetración de los misterios, ni la revelación … ninguno- si no amamos. De nada nos sirven la “caridad” o la caridad extrema (“aunque repartiera todos mis bienes”), si no amamos. De nada nos sirve ninguna penitencia, ni la más atrevida (“aunque me dejara quemar vivo”), si no amamos.
        Se refiere San Pablo al Amor-Caridad que viene de Dios mismo. Ningún carisma, por muy elevado que fuera es más importante que el Amor. Ninguna limosna, por más completa que fuera, es más importante que el Amor. Ninguna penitencia o ejercicio ascético por más extrema que fuera, es más importante que el Amor.
        Ahora bien … ¿en qué consiste este “Amor” de que nos habla San Pablo, que durará por siempre y que sobrevivirá a los carismas y a la Fe y la Esperanza?
        Al comparar San Pablo el Amor con la Fe y con la Esperanza, podemos inferir que nos está hablando de las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Todos dones “infusos”, regalos inmerecidos que recibimos directamente de Dios. Ese “Amor”, entonces, es el mismo “Amor” de que nos habla San Juan (cfr. 1 Jn. 4, 7-16), el Amor que viene de Dios, el Amor-Caridad.
        Tenemos, por tanto, que ver la doble dimensión y la doble dirección del Amor: amor a Dios y amor a los demás. Y no podemos amar a Dios, ni a los demás, sino es Dios Quien ama en nosotros, pues Dios es la fuente del Amor, así como es la fuente de los carismas y la fuente de la Fe y la Esperanza.
        El amor consiste, entonces, en que es Dios quien nos ama y a través de ese Amor, don de Dios, podemos amarle a El y amar a los demás.
        Alerta San Pablo sobre la filantropía, ayuda o limosnas vacías de amor. Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si entrego hasta mi propio cuerpo, pero no por amor, sino para recibir alabanzas, de nada me sirve.
        Porque el Amor es tan importante, San Pablo ante el Amor, rebaja todos los carismas y los dones extraordinarios. Luego pasa a hacer una descripción del amor: “es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza ni busca su propio interés. No se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”. Así es el Amor de Dios. Así será nuestro amor, si amamos en Dios.
        También, según San Pablo, el amor es superior a la fe y la esperanza. “El mayor de las tres es el amor”. Pero, no hay amor auténtico sin fe ni esperanza. Las tres virtudes subsisten ahora; en la eternidad sólo será el Amor, pues ya tendremos el objeto de nuestra fe y nuestra esperanza.
        El amor, entonces, llegará a su plenitud “cuando veamos a Dios cara a cara. Ahora conocemos en parte, pero entonces le conoceré a El como El me conoce a mí. Ahora vemos como en un espejo y en forma confusa”. Luego conoceremos a Dios tal cual es y viviremos plenamente su Amor.
 


 

29. CLARETIANOS 2004


La profecía que hiere y sana

Quizá nos preguntemos porqué la profecía desata tanta oposición. Pero es un hecho. Allí donde se proclaman e inauguran lo sueños de Dios hechos realidad, allí las fuerzas diabólicas son más activas. Hay en nuestro mundo un sórdido deseo de que todo siga igual, de que nada cambie, de que poco a poco se pierdan todas las esperanzas de cambio. Pero Dios no se echa para atrás. Tiene mil resortes. Suscita aquí y allá profetas, o movimientos proféticos.

 

La profecía que viene del Dios de Jesús, de nuestro Abbá, es siempre amable, es portadora de buenas noticias, es misericordiosa. Pero no es débil, sino sumamente poderosa. La profecía que viene de Dios trae consigo el viento del Espíritu, ¿y quién podrá detener al Viento?

 

Las profecías y los profetas son como bombas activadas para detonar en determinados momentos de la historia. Ellas anuncian la llegada del Reino, o pasos importantes en el camino hacia la Plenitud. Sin embargo, cuando comienza la cuenta atrás, comienzan a ser detectadas. Y los grupos interesados hacen todo lo posible para que sean desactivadas.

 

¿Somos desactivadores de la profecía? El mensaje de este domingo es -¡una vez más!- precioso, adecuado. Dios está actuando. ¡No desactivemos su acciones, porque la bomba puede explotarnos a nosotros mismos!

La aventura del profeta Jeremías nos sirve de introducción y de clave para entender la aventura de Jesús, nuestro profeta, nuestro inspirador, nuestra vida.
 

Jeremías no fue un acaso. Dios pensó en él desde siempre. Lo diseñó. Lo consagró en el mismo seno de su madre. Lo envió como mensajero suyo para decir en el momento adecuado lo que previamente hubiera escuchado de Dios. El mismo Dios le pide que no se deje atemorizar por nadie. Porque como acontezca así, Dios mismo lo va a atemorizar.

 

El profeta debe ser como una ciudad fortificada, una columna de hiero, un muro de bronce. Nadie podrá vencerlo, aunque todos luchen contra él. En el profeta se manifiesta el poderío de Dios.
 

Nadie debe autonominarse profeta. Ser profeta es un don de Dios. Quien, sin embargo, reciba ese don en medio del pueblo de Dios, en medio de la sociedad, que sea muy consciente de que Dios ha invertido mucho en él y espera mucho de él. Una persona así debe ser audaz. Sobre todo, debe saber que es humilde portadora del poder de Dios y que teniendo a Dios en él, todo, todo saldrá bien.

De nada sirve la profecía, si uno no tiene amor. El mensaje de Pablo en estos versículos, definidos como el "himno al amor" sitúa la profecía en su auténtico contexto. Pablo se sabía profundamente amado por Dios, por Jesucristo y era consciente de que su vida dependía de ese amor: "Vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Gal 2, 20). Dios era para Pablo "el Dios del Amor" (2 Cor 13, 11); afirmaba que su amor se ha derramado sobre nuestros corazones a través del Espíritu Santo (Rom 5, 5) y sin ningún tipo de presupuestos (Rom 5, 8.10). Para Pablo el amor es el primero de los frutos del Espíritu.
 

En este texto de 1 Cor 13, que acabamos de proclamar, Pablo canta al amor. Llama la atención que en estas líneas nunca menciones ni a Dios, ni a Jesús: ¡solo al amor! Pablo presenta el amor como un camino superexcelente, hiperbólico -diría una traducción literal-. Pablo presenta el amor como el don de todos los dones, derramado por Dios en el corazón de los creyentes (Rm 5); pero también como un "camino", una forma de vida, una metodología vital. El llamado himno a la caridad tiene cuatro partes:
 

La primera parte se refiere a la superioridad del amor respecto a los demás carismas, por muy importantes que sean (profecía, conocimiento y fe, entrega de los propios bienes); ¡sin amor... todo eso es nada, no vale.
 

La segunda parte presenta diez características del amor: 1) quien ama es lento a la ira; 2) es cordial y solícitamente acogedor y hospitalario; 3) rechaza la tristeza envidiosa por el bien de otro, o los celos; 4) no es petulante ni presuntuoso; 5) ni se hincha: 5) no es grosero en ningún sentido; 6) no es egocéntrico; 7) no es ácido o agrio; 8) no da importancia al mal y por eso, no juzga, ni acusa; 9) aplaude lo verdadero, lo auténtico y disimula el mal del prójimo; interpreta todo en el buen sentido, cree en el triunfo del bien; 10) resiste sin flaquear. ;
 

La tercera parte afirma cuatro veces que el amor lo pide todo. Pablo repite cuatro veces el "todo": "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta". Así indica el maximalismo del amor.
 

4) la cuarta parte proclama que el amor no pasa nunca y no falla.

Jesús es el cumplimiento de toda profecía. Él es el profeta de todos los profetas. Así lo declaró ante su gente, en la sinagoga de Nazaret. Él es el cumplimiento del rostro más amable y soñador de la Profecía: la profecía del mensajero de buena noticias, o Mebasser. Jesús es el profeta de las bellas palabras, el profeta lleno de gracia y de atractivo. Es verdad que, aun siendo portador de un mensaje tan gozoso como el anuncio de la llegada del Reino, tiene enemigos y opositores. Ya en la primera declaración profética de Nazaret, encuentra la oposición de quienes querían utilizar a Jesús a favor propio, para defender sus propios intereses. "Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaum, hazlo también aquí, en tu patria". Jesús no permite que manipulen su profecía y que se convierta en servidora de intereses bastardos. No quiere hacer de su profecía y de sus curaciones "un negocio" para sus familiares y paisanos. Por eso, va perdiendo interés ante los ojos de sus ciudadanos. Y Jesús se lamenta y dice: ¡Ningún profeta es bien recibido en su tierra! Además, lo ratifica con ejemplos tomados de la historia de Israel. Esto exasperó tanto a sus conciudadanos, que pensaron en desprenderse de él y despeñarlo.
 

Es inimaginable el poder negativo que desata la auténtica profecía. Pero así es. El mal percibe enseguida dónde brota el poder de Dios y se opone. Esto lo entendió muy bien Jesús. Por eso dijo: ¡ay cuando todos os feliciten! ¡Lo mismo hicieron vuestros padres con los falsos profetas! ¡Felices sois, en cambio, cuando os persiguen y calumnian!
 

Este dato nos debe hacer reflexionar mucho. ¿No estaremos nosotros luchando contra los profetas de Dios? Si no somos profetas, ¿no seremos tierra de profetas, tierra que los rechaza? ¿Dónde están hoy los profetas de la iglesia, del mundo? ¿Qué trato reciben de cada uno de nosotros?
 

Hay algo que nos consuela. Y es, que si Dios ha suscitado un profeta, una profetisa, ¡nada ni nadie podrá contra él! ¡El proyecto de Dios seguirá adelante!
 

¡Sordera nuestra! ¡Distracción! ¡Falta de interés! ¡Seducción por la palabrería vana y los discursos fatuos! ¡Ojalá escuchéis hoy mi voz!, decía el Dios del Antiguo Testamento. Lo mismo repite Jesús.
 

Donde al parecer más resuena el silencio de Dios es allí donde la Palabra más se hace carne y debilidad y muerte nuestra: la Cruz. Allí donde la Palabra es silenciada por la violencia de los seres humanos, allí la Palabra resucita y transmite el mensaje del amor. Tanto amó Dios al mundo, que le entregó la Palabra, su Palabra. Quien entienda ésto, nunca más dirá que Dios guarda silencio.

 

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
 


 

30.

 

LECTURAS: JER 1, 4-5. 17-19; SAL 70; 1COR 12, 31-13, 13; LC 4, 21-30

YO LES ASEGURO QUE NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA.

Comentando la Palabra de Dios

Jer. 1, 4-5. 17-19. El profeta antes que nada debe ser consciente de que va a cumplir con una misión. No va con inventos humanos, ni con imaginaciones tal vez muy piadosas o muy elevadas conforme a la ciencia humana. Va en nombre de Dios, a quien antes ha escuchado y cuya Palabra ha hecho suya. Por eso el profeta debe aprender a depositar su fe totalmente en Dios, confiándose a Él para anunciar con lealtad la Palabra recibida y para sentirse amado y defendido de cualquier persecución o guerra, pues Dios estará siempre de parte de su siervo. Llegada la plenitud de los tiempos Dios ya no nos habló por profetas, sino que Él mismo nos habló con nuestro lenguaje y cultura, pues se hizo uno de nosotros. Quienes no convivimos con el Señor como lo hicieron los Apóstoles y algunas gentes de su tiempo, tenemos los Evangelios escritos, para que lleguen hasta nosotros las obras y las palabras del Señor. Ahí, conforme al criterio del Magisterio de la Iglesia, hemos de aprender a escuchar, con fe, al Señor para hacer nuestra su Palabra de Vida y poder después comunicarla con toda lealtad. Y en este ministerio está involucrada toda la Iglesia y no sólo los ministros de la misma. Ojalá y seamos realmente un signo profético de la salvación de Dios en el mundo, a pesar de las críticas, burlas y persecuciones.

Sal. 70. Dios, como un Padre amoroso, siempre vela por sus hijos. Podrá una madre olvidarse del hijo de sus entrañas, pero Dios jamás se olvidará de nosotros. Si al Hijo de Dios Encarnado, Jesús, lo persiguieron y crucificaron, ¿qué podemos esperar nosotros sus discípulos? Pero Dios, al igual que a su Hijo, no nos abandonará al poder de la muerte, sino que nos llevará, junto con Cristo, para sentarnos a su diestra. Lo único que se nos pide es que vivamos fieles al amor a Dios y al amor al prójimo; pues si cumplimos con ese mandato de Cristo, su Padre y Él vendrán a nosotros, y harán en nosotros su morada. Confiemos en Dios, confiemos en su amor, confiemos en su Palabra: Dios siempre estará de nuestra parte, no tengamos miedo de dar testimonio de su Santo Nombre.

1Cor. 12, 31-13, 13. El principal modo de dar testimonio de Jesús y de su Evangelio es amando. Él nos amó hasta el extremo, dando su vida por nosotros para que nuestros pecados fueran perdonados y para que fuéramos elevados a la misma dignidad que, como a Hijo unigénito, le corresponde. Creer en Jesús y proclamar su Nombre no puede limitarse a pronunciar discursos bien elaborados, sino que debe hacerse a través de una vida que se identifica en la forma de amar al estilo del amor que el Señor nos ha tenido a nosotros. Por eso la Iglesia tiene como misión principal amar siguiendo las huellas de Cristo. Mientras nos conformemos con dar consejos muy atinados, mientras pronunciemos una serie de charlas magistralmente elaboradas para evangelizar a una diversidad de grupos, mientras meditemos la Palabra de Dios sólo para pronunciar una buena homilía y en la vida ordinaria nos olvidemos de amar estaremos viviendo con hipocresía nuestra fe. Si la Palabra de Dios no nos ha transformado primero a nosotros y nos ha hecho un signo del amor de Dios en el mundo y su historia, no podemos invitar a los demás a escuchar a Cristo para que su Palabra sea eficaz en sus corazones. El Apóstol de Cristo no es sólo un profeta, sino un testigo, que lo hace ser un signo profético vivo y no sólo un charlatán de palabras bellamente pronunciadas.

Lc. 4, 21-30. A pesar de que el profeta sea rechazado por sus familiares y por los de su pueblo, no puede tomar esto como excusa para irse a proclamar el Nombre del Señor en lugares donde nadie le conozca. Todo esto reporta hacia el apóstol de Cristo un compromiso a toda prueba con el Señor. Reconocer que en la vida se han tenido faltas, y tal vez graves, pero que se ha dejado uno amar por Dios, perdonar por Él y recibir de Él un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Sólo así podrá uno hablar del amor y de la misericordia de Dios, pues podremos hacer nuestra aquella orden que Jesús le dio al que antes había estado endemoniado: Ve a tu casa y a los tuyos, y cuéntales lo misericordioso que ha sido Dios para contigo. Es cierto que la Iglesia está llamada a hacer llegar el Evangelio hasta el último rincón de la tierra, pero para que la Iglesia pueda evangelizar primero debe evangelizarse a sí misma, de tal forma que, al proclamar el Evangelio a los demás pueblos, se vaya como testigo del amor de Dios desde una vida que ha sido renovada en Cristo.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

¿Acaso necesitamos una prueba mayor para saber que Dios está de nuestra parte? Por salvarnos y darnos vida eterna Él entregó su vida clavado en una cruz. Pero Dios no lo abandonó a la muerte, sino que al tercer día lo resucitó de entre los muertos, para darnos la esperanza de que a pesar de que por dar testimonio de nuestra fe tengamos que sufrir la muerte, será la vida la que tenga la última palabra. Así, mediante la muerte de Cristo han sido perdonados nuestros pecados; y mediante su resurrección hemos recibido nueva vida, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Esto es lo que celebramos en este Memorial de la Pascua de Cristo. Aquí somos convertidos en testigos, pues Dios tiene misericordia de nosotros. Aquí se reafirman nuestros lazos que, en una Alianza eterna, nos unen con Dios en una comunión real de vida entre Él y nosotros. Por eso, al concluir nuestra celebración estamos obligados a prolongarla en la existencia diaria, dando nuestra vida para que los demás tengan vida, no por nosotros mismos, sino por la fuerza que nos viene de la Presencia del Señor y de su Espíritu Santo en la Iglesia de la que formamos parte. Procuremos no defraudar esa confianza que Dios ha depositado en nosotros.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

La proclamación del Evangelio corresponde a todos los fieles en Cristo. Especialmente los laicos tienen la grandísima responsabilidad de dar testimonio del Señor en los diversos ambientes en que se desarrolle su vida. Igualmente hay muchas partes de la estructura social en que los cristianos desarrollamos nuestras actividades. El Señor nos llama para que ahí seamos fermento de santidad en el mundo. No podemos estar de rodillas ante el Señor en su Templo y después dedicarnos a ser los primeros que promuevan acciones de injusticia, de persecución de la muerte de los inocentes. La Iglesia, mediante sus obras y mediante el anuncio del Evangelio con las palabras, ha de ser un signo profético del amor de Dios, de la santidad, de la paz y de la misericordia que proceden de Él. Esforcémonos por vivir no sólo como quienes hablan de Cristo de oídas, sino como quienes, con su vida misma, manifiestan la presencia salvadora de Dios en el mundo, pues la Iglesia es un auténtico Memorial vivo del Señor a través de la historia.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo escuchar la Palabra de Dios, sino de ponerla en práctica, para que así podamos colaborar, con una vida íntegra, a que la Buena Noticia de salvación llegue a todos. Amén.

www.homiliacatolica.com

 


 

 

31. Evangelio del domingo: Como uno más, sin ser uno cualquiera
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo electo de Oviedo
HUESCA, jueves 28 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo, cuarto del tiempo ordinario (Lucas 4, 21-30), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, arzobispo electo de Oviedo, sede de la que tomará posesión este sábado.

 

* * *

 

La escena del evangelio de este domingo nos sitúa a Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Jesús, pasó por allí al poco tiempo y en su fugaz regreso descubrió la indiferencia llena del prejuicio de sus paisanos hacia su Persona. Puesto de pie, Jesús dirá aquella frase que se ha hecho célebre: nadie es profeta en su tierra.

¿Cuál era la dificultad de los nazaretanos respecto de Jesús? Precisamente una familiaridad que les impedía reconocer en Él a alguien más que al hijo del carpintero, el de la Señora María. Creían conocer a quien, en el fondo, desconocían profundamente. Decimos en castellano ese dicho hermoso: "del roce nace la querencia". Pero ya se ve que no todo ni siempre es así: podemos querer a quienes no podemos tocar por la distancia, e ignorar calamitosamente a quien a diario vemos y tratamos. Viene a la memoria la pregunta decisiva de Jesús a sus discípulos: ¿qué dice la gente de mí? ¿y vosotros, quién decís que soy yo? Es una pregunta que se nos puede hacer hoy a nosotros.

Los nazaretanos conocían a Jesús como se conoce a un paisano, a alguien del barrio. Nosotros lo podemos conocer desde el barniz de las pinturas, el escorzo de algunas imágenes, o las literaturas que nos hablan de Él. Para no pocos, éste sería el barrio o el paisanaje en su conocimiento de Jesús. Podemos decir que queda un halo cultural que nos permite saber de Él algunas cosas comunes, quizás algunas cosas más de las que conocían sus paisanos. Ellos recordaban de Jesús lo que habían visto en su mocedad mientras crecían en el pueblo. Nosotros podemos recordar lo que hemos aprendido a vuelapluma y con alfileres. Pero sólo conoce a Jesús quien se ha fiado de su palabra y quien ha quedado seducido por su presencia.

Es hoy un día para desear conocer al Señor por dentro, desde el corazón que ora y que ama, desde el testimonio que narra con obras sencillas y cotidianas, el amor que le embarga y plenifica. Sólo así podemos decir que Jesús no es un extraño profeta en la tierra de nuestra vida, sino un Dios vecino, cuya casa tiene entraña y tiene hogar, una casa habitada, que abre las puertas de par en par. Con Él convivimos; a Él le vamos a contar nuestras cuitas buscando el consuelo en los sinsabores cuando la vida parece que nos quiere acorralar; a Él vamos también a agradecer los dones, las muchas alegrías con las que también esa vida nos sonríe. Y descubrimos que ese Buen Dios, el mejor vecino, saber reír y sabe llorar, porque le importa nuestra vida, nuestro destino y nuestra paz.

Dios, sin ser uno cualquiera quiere ser entre nosotros uno más, que no sólo es el Camino, sino también el caminante junto a cada cual.