SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Lc 4,21-30: Corred hacia vuestro clementísimo Redentor y brillantísimo Iluminador

Las sugestiones criminales, los encantadores atractivos del diablo serán sacados ahora a la luz pública y serán publicados. Ahora es aniquilado el cautiverio mediante el cual ejercía su posesión tiránica; se os quitará el yugo con que cruelmente os oprimía y se colocará sobre su cerviz. Para vuestra liberación se os pide solamente que deis el consentimiento a vuestro Redentor. Espera en él, asamblea del nuevo pueblo, pueblo que estás a punto de nacer, pueblo que hizo el Señor; esmérate para ser alumbrado con salud y evitar un aborto propio de fieras. Pon tus ojos en el seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida, para alumbrarte con la luz de la fe. No agitéis por impaciencia las entrañas maternas, estrechando así las puertas del parto.

Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que te abres a la vida. Alábale porque te amamanta, alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad. También él aceptó la espera del parto temporal, él que ni sufre mengua por la brevedad del tiempo, ni aumento por la amplitud del mismo, antes bien excluyó desde la eternidad todas las estrecheces y hasta el tiempo mismo. Como aconseja a un niño aquel hombre bondadoso que lo nutría: No seáis niño en vuestro pensar; sedlo en cuanto a la malicia; sed perfectos en el pensar (1 Cor 14,20). Como competentes 1, haceos adolescentes en Cristo competentemente, para crecer como jóvenes hasta llegar a ser varones adultos. Como está escrito, alegrad a vuestro padre con vuestro progresar en la sabiduría y no contristéis a vuestra madre con vuestro desfallecimiento.

Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Vuestra participación será tanto más abundante y generosa cuanto mayor sea vuestra gratitud hacia aquel de quien la habéis recibido. Suspirad por él, que conoce quiénes son los suyos. No tendrá inconveniente en contaros entre los que él sabe que son suyos, si, invocando el nombre del Señor, os apartáis de la injusticia. Tenéis, o habéis tenido, en este mundo, padres carnales que os engendraron para la fatiga, el sufrimiento y la muerte; pero, pensando en una orfandad aportadora de mayor felicidad, cada uno de vosotros puede decir de ellos: Mi padre y mi madre me abandonaron (Sal 26,10).

Reconoce, ¡oh cristiano!, a aquel otro padre que, al abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a quien cierto hombre creyente dice con verdad: Tú eres mi protector desde el seno de mi madre (Sal 21,11). El Padre es Dios; la Madre, la Iglesia. Éstos os engendran de manera muy distinta a como os engendraron los otros. Este parto no va acompañado de fatiga, miseria, llanto y muerte, sino de facilidad, dicha, gozo y vida. Aquél fue un nacimiento lamentable, éste deseable. Aquéllos, al engendrarnos, nos engendran para la pena eterna debido a la culpa original; éstos, regenerándonos, hacen que desaparezca la pena y la culpa. Ésta es la generación de quienes le buscan, de los que buscan el rostro del Dios de Jacob (Sal 23,6). Buscadlo con humildad; pues, una vez que le hayáis hallado, llegaréis a la excelsitud más segura.

Vuestra infancia sea la inocencia; vuestra juventud, el valor; vuestra edad adulta, el mérito, y vuestra senectud no sea otra cosa que vuestro entendimiento canoso y sabio. No se trata de que pases por todas estas etapas de la vida, sino de que te renueves permaneciendo en la que estás. En efecto, aquí no entra la segunda para que muera la primera, ni el surgir de la tercera supone la muerte de la segunda, ni nace la cuarta para que fenezca la tercera, tampoco la quinta envidiará a la cuarta para quedarse ella, ni la sexta dará sepultura a la quinta. Estas edades no vienen al mismo tiempo; pero perseveran juntas y en concordia en el alma piadosa y justa. Ellas te llevarán a la séptima, la del descanso y paz perpetua. Una vez liberado por seis veces, como leemos, de las miserias de la edad que conduce a la muerte, llegado a la séptima, ningún mal te afectará ya. Lo que no existe, ya no podrá plantear batalla; ni vencerá si ni se atreve a luchar. Allí la inmortalidad está asegurada, porque la seguridad es inmortal.

Y ¿de dónde vienen estas cosas sino de la inmutabilidad de la derecha del Altísimo, que bendice a tus hijos en ti y establece la paz en tus términos? (Sal 147,13-14). Animaos, pues, a esto, unidos y separados: unidos a los buenos y separados de los malos; como elegidos, amados, conocidos de antemano, llamados, candidatos a la justificación y a la glorificación, para que, creciendo, rejuveneciendo y envejeciendo, no por el debilitamiento de los miembros, sino por la madurez de la fe, propia de hombres adultos, llegados a la vejez plena, llenos de paz, anunciéis las obras del Señor, que os hizo tantas maravillas porque es poderoso, su nombre es santo y su sabiduría no tiene medida. Buscáis la vida: corred hacia él, que es la fuente de la vida, y, alejadas las tinieblas de vuestros oscuros deseos, veréis la luz en la luz de aquel Unigénito, vuestro clementísimo Redentor y brillantísimo Iluminador. Si buscáis la salvación, poned vuestra esperanza en quien salva a los que esperan en él (Sal 16,7). Si deseáis la embriaguez y las delicias, tampoco os las negará. Sólo es preciso que vengáis, lo adoréis, os prosternéis y lloréis en presencia de quien os hizo (Sal 94,6), y él os embriagará de la abundancia de su casa y os dará a beber del torrente de sus delicias (Sal 35,9).

Pero estad atentos, no entre a vosotros el pie de la soberbia; vigilad para que no os arrastren las manos de los pecadores (Sal 35,12). A fin de que no acontezca lo primero, orad para que purifique cuanto oculto hay en vosotros; para que no sobrevenga lo segundo y os tire por tierra, pedid que os libre de los males ajenos (Sal 18,13-14). Si estáis tumbados, levantaos; una vez levantados, poneos de pie; puestos de pie, quedad firmes y manteneos en esa postura. No carguéis ya más con el yugo; antes bien romped sus coyundas y arrojadlo lejos de vosotros para no volver a estar uncidos al yugo de la esclavitud (Sal 2,3).

El Señor está cercano, no os preocupe nada (Flp 4,5-6). Comed ahora el pan del dolor; llegará el tiempo en que, tras el pan de la tristeza, se os sirva el pan de la alegría. Éste se merece soportando aquél. La deserción y la fuga te mereció el pan del llanto; conviértete, arrepiéntete y vuelve a tu Señor. Él está dispuesto a otorgar el pan del gozo a quien vuelva arrepentido, a condición de que seas sincero y no difieras el pedir perdón por tu huida con lágrimas de aflicción. En medio de tantas molestias, vestíos de cilicio y humillad vuestra alma con el ayuno. Se devuelve a la humildad lo que se negó a la soberbia. En el momento de los escrutinios, es cierto, y cuando el mismo inductor de la fuga y la deserción es debidamente increpado con la fuerza de la tremenda Trinidad, no estabais revestidos de cilicio, pero, no obstante, vuestros pies estaban místicamente firmes en él.

Sermón 216,7-9

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1. Los competentes eran los catecúmenos que se habían hecho inscribir en la lista de los que iban a ser bautizados en la próxima Vigilia Pascual.