22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
8-14

8.

Me contaban un hecho curioso sucedido en una de esas salidas a la calle de las cámaras de TV para encuestar sobre cualquier tema variopinto. La pregunta de aquella salida era: ¿Qué piensas del poder de la Iglesia? Y las respuestas eran las que más o menos cabía de esperar: apoyo de los poderosos, Inquisición, opresión moral... Pero hubo un hombre de la calle que salió del carril habitual:

-¿El poder de la Iglesia? Me parece estupendo: el poder de regenerar con el Bautismo, el poder de perdonar, el de anunciar la Palabra de Dios con autoridad... Son cosas de las que estamos muy necesitados, y que tienen que hacernos mucho bien. Naturalmente esta respuesta no salió en televisión.

Poder y autoridad. Se teoriza muy duro contra ellos. Si alguien del futuro se asoma mañana a los escritos de nuestro tiempo, va a pensar que en estos años no existía la autoridad, ni había más poderes que los famosos "fácticos". El gobierno era democrático y de consenso, sin manifestar jamás prepotencia; no existía autoridad en la familia; en la Iglesia hacía cada uno lo que quería y la juventud respiraba y vivía anarquismo.

Sin embargo la vida real no es así. Crece el poder y la intervención del Estado sobre sociedad e individuos, y un director de prensa es consciente del poder o influencia que tiene sobre opciones y conductas, hasta el punto de que un cambio de dirección en el periódico, radio o TV, se convierte en acontecimiento político. Y siempre ocurre que donde una autoridad desaparece, nace otra.

Los ejemplos son de la vida diaria: Si el entrenador de un equipo pierde autoridad, sube la influencia de un determinado jugador; si el adolescente derrumba la autoridad paterna, irá a someterse a un líder callejero. A veces pregunto a un grupo de jóvenes quién manda en la cuadrilla. "Aquí somos todos iguales", se me contesta; pero veo que no es verdad: Allí se impone un líder. PODER/AUTORIDAD 

Hasta me atrevo a intuir sin conocer el asunto por dentro, que si en un convento de religiosos se "democratiza" la autoridad con devaluación de la figura del Superior, algún fraile más astuto, o más carismático, o más emprendedor llevará las riendas reales de la comunidad. Observo que cuando cae la autoridad jurídica, la vida misma pone otra autoridad.

Y es que la autoridad es necesaria. Alguien ha de llevar el timón de la barca, el volante del automovil o la dirección del grupo o de la sociedad, si no se quiere que todos perezcan. La autoridad no se humaniza ni se cristianiza liquidándola, sino impregnándola de gratuidad y servicio. Es cierto que la autoridad puede aplastar, pero puede se también una fuerza liberadora.

El Evangelio de hoy cuenta que la gente de Cafarnaún estaba asombrada, porque Jesús no enseñaba como los maestros habituales, sino que lo hacía con autoridad. Era un modo nuevo de enseñar al que no estaban acostumbrados. Además se veía que un poder emanaba de él: una palabra suya tenía fuerza para liberar a los hombres oprimidos por el maligno. Los propios demonios entendían muy bien, mejor que muchos hombres que hablaban de alianzas con Beelzebul.

Es este poder salvador el que impresiona. No se parece al prestigio del maestro sabio, ni al caciquismo autoritario y explotador, ni a la autoridad neurótica que se pone enferma si no es obedecida. Es un poder que se manifiesta por su seguridad, por su luminosidad y por sus efectos salvadores. Tanto impresionó a los sencillos habitantes de Cafarnaún, que debieron presentir que se hallaban ante el gran profeta anunciado por Moisés. Quienes creyeron en él, se explicarían más tarde tal autoridad: era más que un profeta; era la misma Palabra de Dios hecha carne.

La renovación conciliar ha intentado sabiamente purificar el poder de la Iglesia, pero a veces, con grave perjuicio para el mundo, se ha pretendido eliminarlo. Es cierto que el poder -como el dinero- lleva en sí el germen de la corrupción, por mucho que sea poder -o dinero- eclesiástico. Tal vez sólo en manos de santos pueden dejarse estas cosas sin temor y sin riesgo.

Pero estos temores, tan realistas por cierto, ante el poder o autoridad en la Iglesia, resultan nefastos cuando acomplejan al pastor, catequista o maestro de la fe. El mundo de hoy está tan necesitado como el de Cafarnaún de ver una Iglesia con autoridad.

Si la fe es una fuerza de salvación, mal haremos en presentar el cristianismo como una "doctrina" en competencia tímida con otras varias. Una Iglesia viva cree en su poder de perdonar, reconciliar, crear comunión y expulsar demonios que atan y oprimen personas. Hay maestros que teorizan sobre esto con sabiduría; pero esto no salva. Lo que salva es el poder de la Iglesia para hacer presente en el hoy de la historia a Jesucristo Salvador.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 43


9.

Todavía hay algunos sueltos. Pero sin autoridad, como los letrados (los expertos en la ley religiosa), aunque siguen teniendo efectos paralizantes sobre quienes son dominados por ellos. Pero hay también una posibilidad de liberación: Jesús de Nazaret.

EN LA SINAGOGA

"Entraron en Cafarnáun, y el sábado siguiente entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar".

En Palestina no había más que un templo: el de Jerusalén. Pero cada ciudad y cada pueblo tenía su sinagoga, que era el lugar donde los israelitas piadosos se reunían para recitar salmos y escuchar la lectura de la Ley y los Profetas. Era un lugar donde cada sábado se podía encontrar un grupo numeroso de personas. Estando en Cafarnaún, ciudad cercana a Nazaret, situada a la orilla del lago de Galilea, el primer sábado en que tiene ocasión, Jesús se acerca a la sinagoga y se dirige a los que allí estaban reunidos. Marcos no nos dice quién le invita a hacerlo; sólo que Jesús se pone a enseñar de inmediato. Tampoco nos dice de qué habla, únicamente nos explica algunas reacciones que provoca su enseñanza. Y son precisamente esas reacciones las que nos proporcionan la clave de lectura de este episodio.

EL SISTEMA EN PELIGRO

"Estaban impresionados por su enseñanza, pues les estaba enseñando como quien tiene autoridad y no como letrados".

La primera reacción que provoca la enseñanza de Jesús es el asombro de sus oyentes por una doble razón. Aquella forma de enseñar es nueva y se nota que el que habla lo hace con autoridad, esto es, de parte de Dios, como leíamos en el evangelio del domingo pasado (Mc 1,14). Y esa valoración positiva de la enseñanza de Jesús va acompañada de un juicio muy poco favorable acerca de la enseñanza de los expertos en la Ley y los Profetas, los letrados, que eran quienes enseñaban todos los sábados; éstos no enseñan con autoridad: "y no como los letrados"; no enseñan, por tanto, de parte de Dios. Esta es la segunda causa de asombro de los oyentes de Jesús. Ellos, que habían estado asistiendo durante muchos años a la enseñanza de los sábados en la sinagoga, no se habían dado cuenta hasta ahora de que los letrados no hablaban de parte de Dios y de que sus enseñanzas eran sólo tradiciones humanas presentadas como divinas.

El asunto era grave. No se trataba de los distintos puntos de vista de dos maestros de la Ley; la cuestión era que Jesús, que no era ni maestro de la Ley siquiera, estaba poniendo en peligro todo el sistema religioso establecido, pues su enseñanza estaba dejando en evidencia a los representantes oficiales de ese sistema.

EL DEFENSOR DEL SISTEMA

"Estaba en aquella sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo e inmediatamente se puso a gritar:

-¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres tú: el consagrado por Dios".

En este momento del relato aparece un nuevo personaje: un espíritu inmundo. Marcos no nos dice qué es eso de un espíritu inmundo; lo de "inmundo" indica una realidad que repugna a Dios; espíritu, una fuerza que actúa en el interior del hombre y que, como muestra este caso, lo posee y anula su personalidad.

Lo que resulta extraño es que aquel espíritu inmundo estuviera allí, en la sinagoga -en la iglesia, diríamos nosotros-, y más extraño todavía que mientras los letrados -a los que no se nombra, pero que debían estar presentes en la sinagoga- permanecen callados, el espíritu inmundo, en solidaridad con ellos, siente la enseñanza de Jesús como una amenaza y sale en defensa del sistema religioso y de sus representantes.

J/LIBERADOR  FE/LIBERACIÓN:

"Jesús le intimó:

-¡Cállate la boca y sal de él! Y retorciéndolo y dando un grito muy fuerte, el espíritu inmundo salió del hombre".

Jesús viene a ofrecer a todo el pueblo y a cada persona la posibilidad de encontrarse con un Dios que no esclaviza, sino que libera. Y eso no le interesaba a aquel "espíritu", que tan bien convivía con aquella iglesia que no hacía al hombre más persona, sino que, al contrario, lo mantenía en una permanente minoría de edad, dependiente siempre de la Ley y de sus intérpretes.

Los de las montañas de Galilea -la comarca donde estaba Nazaret- tenían fama de revolucionarios. Al recordar de qué pueblo era Jesús y añadir que era el consagrado por Dios, aquel espíritu intentaba distraer la atención de la gente para que nadie tomara conciencia del contenido de su enseñanza que tan peligrosa estaba resultando para aquella religión; se proponía, además, provocar una revuelta popular procurando que Jesús fuera confundido con un cabecilla revolucionario: si esa revuelta se producía, los romanos se encargarían de eliminar a Jesús y devolver la tranquilidad a los responsables de la sinagoga. Pero Jesús no se queda quieto y libera al hombre del dominio de aquel espíritu. Aquel hombre que estaba poseído por el espíritu inmundo representa en el relato a todo el pueblo (por eso directamente no se nombra a nadie más), a cualquier colectividad o a cualquier persona dominada por ideologías, que o bien son causa del sometimiento y de la pérdida de la libertad del ser humano, o bien propugnan la violencia y que se justifican con razones de carácter religioso. Sólo liberándose del dominio de tales ideologías podrá el hombre aceptar plenamente el mensaje de Jesús; sólo así podrá el hombre conquistar su libertad; sólo así podrá el hombre colaborar en la liberación de toda la humanidad. Por eso coloca Marcos este episodio al principio de su evangelio. Cuidado, por tanto, con los demonios, que todavía pueden andar sueltos.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 128ss


10. J/AUTORIDAD 

-Enseñar en nombre del Dios eterno (Mc 1, 21-28)

En el relato propuesto hoy, no debería acaparar excesivamente nuestra atención el espíritu inmundo arrojado por Jesús. La primera lectura nos invita más bien a adherirnos a la enseñanza misma de Jesús. No obstante, esta especie de exorcismo que hace Jesús se relaciona en definitiva con su enseñanza, confiriéndola una autoridad excepcional. La vinculación de este exorcismo con la enseñanza de Jesús y su aspecto secundario respecto de esta enseñanza quedan claramente señalados por el evangelista. En efecto, no parece que a la multitud le impresione ante todo el exorcismo y su aspecto violento, sino que es significativa la reflexión que hace: "¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen".

Palabra y acción subrayan una autoridad; esto es lo que san Marcos quiere poner de relieve: Jesús se manifiesta como el Mesías, y su enseñanza se distingue de la de los demás, no sólo por su contenido sino por la novedad que tiene: va unida a un poder de lo alto que produce sus efectos. Así pues, la enseñanza de Jesús pone de manifiesto su persona y su calidad de enviado de lo alto. Desde el principio de este pasaje señala san Marcos que la enseñanza de Jesús impresionaba, porque Cristo hablaba con autoridad y no como los escribas. El relato del exorcismo viene a confirmar esta impresión. No se contenta Jesús con palabras, ni da una catequesis que podría ser fruto de lo que hubiera podido aprender en una escuela rabínica preocupada de explicar la Ley; sino que su enseñanza es nueva en el sentido de que parece provenir directamente de Dios, cosa que se demuestra por los actos de poder, como el exorcismo. Juan escribe: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida" (Jn 6, 63); tal es el canto de aclamación al evangelio de este día.

PALABRA/SACRAMENTO: Jesús nos tiene acostumbrados a una palabra poderosa que se traduce en acción, y esta palabra-acción ha pasado de los relatos evangélicos a los sacramentos de la Iglesia. Es lo que san León llama frecuentemente en sus sermones, sacramentum et exemplum: un signo eficaz y, al mismo tiempo, un ejemplo que enseña. Así fue la vida entera de Jesús y así son los sacramentos de la Iglesia. La autoridad de Cristo es reconocida por el espíritu inmundo que grita: "Sé quién eres: el Santo de Dios". Tanto la enseñanza de Cristo como sus acciones le manifiestan como Mesías, y su fama se extiende por toda Galilea.

Palabra y sacramento es hoy -y lo será hasta el final de los tiempos- la actividad que la Iglesia posee, recibida de Cristo y de Dios. Esa es verdaderamente la enseñanza nueva que asombra a la muchedumbre, en el relato de Marcos, y que en Galilea determina la fe en Cristo. Así es la enseñanza de la Iglesia, que continúa la del Enviado del Padre bajo la guía del Espíritu de Cristo. Estamos demasiado acostumbrados a ella, y quizás por eso nos impresiona menos que a las multitudes de Galilea este aspecto enteramente nuevo de una enseñanza que no coincide con lo nocional y conceptual que es la realidad de la enseñanza ordinaria. Aunque la Iglesia debe probar su enseñanza, aunque tiene que entregarse a profundas investigaciones sobre la verdad y sobre el mensaje que ha de transmitir, no puede enchiquerarse en el estudio, y su enseñanza debe ser ante todo una acción, una transmisión en nombre de Dios de un poder que renueva la tierra. Así es el sacramento y así es la palabra en la Iglesia de siempre.

-Pondré mis palabras en su boca (Dt 18, 15-20)

Moisés se pone a sí mismo como modelo que identificará al profeta que ha de venir suscitado por el Señor. Recuérdese que en el Horeb recibió Moisés la promesa del profeta que había de venir. El texto proclamado hoy recuerda este hecho. El pueblo reclamaba un hombre que pudiera hacer de intermediario entre él y el Señor. Moisés es el primero que hará de intermediario, de profeta. Este profeta es elegido de entre sus hermanos. La elección la hace Dios, no el pueblo, y su manera de elegir será a menudo desconcertante. Es Dios quien guía a su pueblo y, por lo tanto, quien escoge sus enviados. ¿Cuál será la función de este profeta elegido? Dios pondrá sus palabras en su boca, y él dirá todo lo que Dios le ordene. A los ojos de Dios, el profeta es su otro yo. Por consiguiente, habrá que escucharle, y no hacerlo es negarse a escuchar a Dios, que le pedirá cuenta de ello. Por otra parte, el profeta ha de decir exactamente lo que le ponen en la boca, y no debe traicionar a su misión.

¿Quién es ese profeta semejante a Moisés? Sabemos que se le esperaba, puesto que Juan Bautista envía a sus discípulos a Cristo para que le pregunten si él es el profeta esperado (Jn 1, 21). Cuando Cristo pregunta sobre su propia identidad, advertimos que a su alrededor la gente se pregunta si no es un nuevo Elías (Mt 11 14) u otro Jeremías (Mt 16, 14). El mismo Cristo se comporta como ese profeta que habla de parte de Dios: "Yo os digo". San Lucas hace decir a Cristo: "El que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado" (Lc 9, 48; cf. Mt 18, 3; Mc 9, 37; Jn 13, 30). En san Juan, Cristo se refiere frecuentemente al que le envió: "EI que Dios envió habla las Palabras de Dios" (Jn 3, 34). Ha venido a hacer la voluntad del que le envió (Jn 4, 34). Alude a la voluntad del que le envió (Jn 5, 30). Su doctrina es la del que le envió (Jn 7, 16). El es verdaderamente el intermediario esperado. Si habla como lo hace, es para que se crea que el Padre le envió (Jn 11, 42). La vida eterna consiste en creer en el enviado (Jn 17, 3), de tal manera el enviado es el que verdaderamente envía.

Jesús se inscribe claramente, por lo tanto, en la línea de lo que se espera del profeta que Dios suscitará de entre sus hermanos. Así abre esta lectura los horizontes sobre el significado del evangelio proclamado hoy.

La Iglesia es quien continúa en nuestros días este cometido profético. El Señor pone en boca de ella sus propias palabras, y ella enseña en nombre del Señor. Si la Revelación ha finalizado, el papel de la Iglesia al enseñar es darla a conocer enseñándola y explicándola, pero también sacando de ella, bajo la guía del Espíritu, las conclusiones últimas de lo que Cristo y el Padre revelaron en las Escrituras. Así pues, para nosotros los católicos, la Iglesia es la única que puede interpretar con absoluta autoridad las Escrituras. Ella encuentra en las Escrituras y las Escrituras encuentran en ella su sentido autorizado.

Esto no resta nada al papel de los carismas en la Iglesia tal como existieron en el pasado y como la Iglesia de hoy entiende que existen aún (Lumen Gentium 4, 7). Pero el papel de los carismas, el papel profético, hoy como en los tiempos de san Pablo está siempre subordinado a la Revelación y a la Iglesia, cuya edificación y el deber de una adaptación, siempre animada por el Espíritu de Cristo, tienen una ayuda en los carismas, mirados demasiado frecuentemente con desconfianza pero que siempre han de examinarse con la prudencia de juicio que pueda confirmar si verdaderamente proceden de Dios.

El responsorio que sigue a la lectura, tomado del salmo 94 nos recomienda abrirnos a la palabra de Dios: "¡Ojalá escuchéis hoy su voz!; no endurezcáis vuestros corazones...".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 118-121


11.

1. El evangelio de Marcos

El evangelio de Marcos es un libro profundo, muy esquemático y sublime, del que no es posible sacar conclusiones fáciles. Parece que ha tratado de responder a una sola pregunta que nos sigue interesando a todos: ¿Quién es Jesucristo? ¿Cómo podemos llegar a su conocimiento?

Su respuesta no es fácil; en cada pasaje nos presenta una parte de su persona. Cada uno tenemos que irlos interpretando, como elementos de un rompecabezas.

Marcos habla muy poco de los discursos y de las palabras concretas que dirigía Jesús a sus oyentes. Quiere mostrarnos quién es y qué representa. Nos irá revelando de una forma progresiva su personalidad. Su evangelio es un diálogo entre la realidad que tiene Jesús frente a sí y su reacción ante esa realidad. Haciendo que hablen más los hechos que las palabras, nos quiere hacer ver cómo, a través de la actuación de Jesús, el reino de Dios se abre paso en forma de curación, de liberación y de perdón.

El hecho de seguir a Jesús es fundamental en este relato, que al principio narra la explosión popular de admiración y de alegría del pueblo. Admiración y alegría momentáneas de quienes asisten a algo nuevo. Después, las sucesivas reticencias y ataques de los "defensores" de la ley.

Jesús despierta, de momento, gran entusiasmo en las multitudes; pero no le comprenden, se quedan en lo externo, no profundizan en el porqué de su actuar. Por eso se dirige cada vez más a un círculo reducido de oyentes y a los discípulos, que de hecho tampoco lo comprenderán adecuadamente hasta después de la resurrección. ¡Qué difícil es querer entender a las personas que nos piden un compromiso serio en la vida!

Después de la presentación programática de su mensaje y de la formación del grupo de los discípulos, comienza Jesús de lleno su actuación. Y es en Cafarnaún donde comienza esa actividad.

Esta lectura nos evoca dos elementos claves en la actuación de Jesús: Cafarnaún y la sinagoga. Cafarnaún -la casa de Pedro- será el centro de sus actividades en Galilea. La sinagoga ofrecía buenas ocasiones para anunciar el mensaje. Los judíos se reunían en ella los sábados y leían fragmentos de la Escritura y los comentaban, como hacemos ahora nosotros. Para hacer el comentario, tenían la costumbre de invitar a que participaran todos los que pudieran y quisieran aportar algo útil para todos. Cada día es más necesario que los cristianos practiquemos esta costumbre de las sinagogas, porque todos podemos ayudarnos, con nuestros comentarios sobre la Palabra, a caminar hacia el Padre.

2. Enseñaba "con autoridad"

¿De dónde le venía esa autoridad? ¿En qué captaban los oyentes la verdad de sus palabras?

La gente se admira no de que Jesús intervenga en la reunión, sino del modo de hacerlo: "con autoridad". Es decir, con convicción, con fuerza, con firmeza, con profunda fe, con alegría. Marcos da más importancia al modo de hablar de Jesús que al contenido de su enseñanza.

Nos quejamos de la crisis de autoridad actual. Los padres, los profesores, los gobernantes... son contestados todos los días. Parece que nadie tiene autoridad para hacer acatar su palabra.

Nuestra generación, como la del tiempo de Jesús, está harta de tanto oír hablar. Miles de palabras resuenan en nuestros oídos, pronunciadas con calor, con técnicas de persuasión, tratando de convencernos de su verdad. Pero, a veces, nos damos cuenta de que nos mienten, de que son mera palabrería. Otras no nos enteramos a causa de las "técnicas". No es frecuente escuchar palabras con el peso suficiente para calarnos hasta dentro. La comercialización de la palabra tiene su mejor exponente en las técnicas de la propaganda, llevadas hasta el absurdo en los anuncios televisivos y durante las campañas electorales.

Nuestra sociedad ha convertido en ciencia la manipulación de las masas: la informática -otra palabra que se nos "cuela" en el diccionario, cuya finalidad es todo lo contrario a lo que significa-.

La Iglesia, la comunicación de la palabra de Dios, no escapa a esta "enfermedad": montajes audiovisuales, técnicas pedagógicas, murales... La palabra entre nosotros es percibida como una propaganda alienante más, como tantas que caracterizan a nuestra época.

PALABRA/AUTORIDAD: Además, las mismas palabras significan cosas distintas para cada persona o grupo, según quien las diga o las escuche. En un ambiente así, la tentación de la dictadura familiar y social es grande.

¿Cómo comunicar con autoridad la Palabra? ¿Cómo llegar a una verdadera comunicación con los demás? ¿Podemos adquirir, para anunciar el evangelio, un modo de hablar, una técnica apropiada, a los que se les pueda dar fe?

Parece que la eficacia de la Palabra tenemos que encontrarla en las actitudes del que habla, en el mundo interior que manifiesta, en la vida que se percibe detrás de esas palabras. Siempre que hablamos en nombre de Dios y tratamos de ser fieles a su palabra, hablamos con autoridad. No con la nuestra: es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras. Siempre que proclamamos la Palabra, siempre que reproducimos fielmente el mensaje evangélico, siempre que con nuestra vida transparente damos testimonio de nuestra fe, Dios habla a través nuestro, y nuestras palabras participan de aquella autoridad con que hablaba Jesús.

La autoridad de Jesús está -además de en ser el "enviado" de Dios- en que su Palabra y su vida forman una unidad plena porque no dice nada que no esté haciendo ya, porque sus palabras brotaban de una experiencia profunda que confirmaba con su vida. Impresionaba el hecho de constatar que en El no existía división entre lo que decía y lo que vivía. Probaba con sus obras sus palabras, vivía lo que enseñaba. Algo muy importante en esta época hipotecada por la "moda" de las crisis, de las dudas, del abstencionismo, del "pasotismo". Jesús es el profeta que educa para la vida: acepta la realidad, la reconoce -enfermedades, contratiempos... que conducen a la muerte-, y nos da a entender que se puede seguir adelante, que se puede amar y vivir a pesar de todo.

Los doctores de la ley se limitaban a repetir lo aprendido, quizá sin mucha convicción personal, y no trataban de ponerlo en práctica (Mt 23,14). Reducían todo a unas normas de cumplimiento externo. ¿Creemos nosotros de verdad lo que decimos u oímos? ¿No decimos y oímos las mayores verdades como si fueran mentiras? En Jesús late un misterio, el presentimiento de lo que es distinto, el convencimiento de la cercanía de Dios. No busca el poder, ni el prestigio, ni el éxito. Al mismo tiempo, tiene la inaudita pretensión de enseñar con autoridad, de ser "la verdad, el camino, la vida" (Jn 14,6). ¿Paradoja?

Jesús no enseña nada verbalmente: se muestra a sí mismo.

La autoridad en el que habla nace de su fidelidad a la Palabra. Depende de sus obras. Comunicaremos fe si somos creyentes; descubriremos la salvación a los demás si nos sentimos salvados; anunciaremos la liberación si estamos trabajando por ella. En la nueva ley tienen que ir siempre unidos el mensaje y la vida. ¿Está nuestra vida a la altura de nuestras palabras? ¿Tratamos de que esté? ¿La crisis de autoridad no estará fundamentada en la falta de compromiso, en el pedir a los demás lo que nosotros no tratamos de hacer en absoluto?

La Palabra que es Jesús no es una Palabra que nosotros juzgamos, criticamos, oímos con reservas..., sino una Palabra que es la norma, la base del camino para nosotros. El pueblo sencillo veía en Jesús coherencia entre lo que decía y su modo de vivir. Veía en El originalidad cuando hablaba de las cosas del Padre y del Reino; esa originalidad que brota de la experiencia personal. Veía en El libertad e independencia con relación a cualquier estamento social -sacerdotes y escribas, fariseos y saduceos, nacionalistas zelotes-. Era también muy original en el modo de relacionarse con las personas: publicanos, gente de mala vida, leprosos, endemoniados, mujeres y niños. Era una novedad que comprometía tanto la propia seguridad... que era mejor dejarla pasar. Jesús rompía moldes religiosos, perdonaba los pecados y demostraba que tenía poder para hacerlo; añadía nuevos matices a la ley del Sinaí para superar el legalismo y dejar claro el principio iluminador del amor fraterno.

La sinagoga reconoce la novedad, pero se queda en la extrañeza, en la admiración a Jesús. ¿No nos quedamos nosotros casi siempre en el "saber"? Ahora no basta con leer el evangelio, con escucharlo cada semana en nuestras reuniones. Tenemos que concretarlo en nuestras vidas, en este mundo que cambia y en el que es tan difícil tener criterios claros.

El cristianismo, desde sus inicios, no es una visión teórica de las cosas, sino fuerza de Dios en el mundo, manifestada en la superación del mal, que todo hombre encerramos en lo más íntimo de nuestro ser. Jesús no nos dejó un código que, de antemano, diera respuesta a todas las situaciones. Nos dejó unos principios para que, en el transcurso de cada tiempo histórico, encontráramos soluciones nuevas y concretas para ir dando respuesta a cada realidad cambiante.

Tenemos en nuestras manos un verdadero trabajo de creación de cara a los nuevos tiempos que nos corresponde vivir. Estamos llamados hoy, en el umbral de una cultura nueva, a reinventar desde las raíces muchas cosas, a crear juntos un mundo distinto y más humano. Tenemos que superar el integrismo y las rutinas; y tenemos que dar respuestas válidas a las graves interpelaciones que el mundo de hoy nos formula. Si somos coherentes con el evangelio, si nuestra vida no está dividida, su Palabra volverá a ser escuchada, porque no será nuestra opinión personal, sino que llevará en su entraña la fuerza renovadora de la acción de Dios.

Jesús se enfrenta con la mentira, con el egoísmo, con el mal, con el pecado. Nosotros tenemos que situamos claramente en su bando. Tenemos que luchar contra el mal, esté donde esté: en nosotros mismos, en la sociedad, en la Iglesia.

3. "El espíritu inmundo"

El auténtico sentido de los milagros está en que son signos de salvación, de liberación del mal, de una toma de contacto de Jesús con el mundo y con su miseria, para arrojar fuera todo lo que esclaviza al hombre.

La palabra de Jesús tenía fuerza para liberar de todo mal, de todo pecado. Habla "con autoridad" sobre "el espíritu inmundo", y el enfermo queda restablecido. En El está presente una realidad nueva, inaudita y con todos los indicios de venir de Dios. Realidad que se manifiesta en su manera de tratar al "espíritu inmundo".

SAS/MAL: Hoy no es corriente creer en el demonio. Pero no creo que pueda negarse la realidad del mal en el mundo. Que se personifique esta realidad de mal en el diablo o no es secundario. Lo que es grave es que nuestra sociedad actual niega en la práctica la existencia del mal, niega la existencia de la línea que divide lo bueno de lo malo. Esta sociedad consumista, permisiva, escéptica..., tiende a esconder la realidad cruel de mal y de muerte presente en la vida humana. Y sin mal no hay salvación; porque ¿de qué tenemos que salvarnos?

Los cristianos tenemos que decir sin miedo que el mal, el pecado, existe en todos nosotros. Que nos supera, porque nunca lo venceremos del todo. Sólo reconociendo esta realidad de mal en nuestras vidas podremos luchar contra él, sabremos abrirnos a Jesús, que venció en El para siempre ese mal.

Los antiguos personificaban el mal. Esta personificación del mal o de las fuerzas del mal parece que es de origen persa y da principio a las religiones dualistas: un principio del bien y otro del mal. De esta forma quieren encontrar la respuesta a una experiencia profundamente humana: no acabamos de estar de acuerdo con el mal que hacemos: nos supera, nos desborda (Rm/07/14-25). Es lógico concebirlo como originado por un principio externo y superior.

A este principio del mal se le atribuían diversas enfermedades, sobre todo aquellas más desconocidas y misteriosas que desfiguran o alienan al hombre, que afectan al centro de su persona. Entre ellas, y principalmente, las enfermedades mentales y la epilepsia. Estas enfermedades suscitaban en el hombre primitivo un horror más fuerte que cualquiera otra: el comportamiento del enfermo mental y del epiléptico dan a entender que en él ha entrado otra persona, que está "poseído". El causante de esta "posesión" es considerado como un espíritu del mal, un diablo o demonio. Y así, el horror aumenta, creando un comportamiento de defensa y de hostilidad, que lleva a ver en el enfermo un ser execrable que hay que "alejar" como sea.

¿Qué postura adopta Jesús ante la creencia popular de los demonios? El vive y crece inmerso en esta mentalidad y participaría de ella en gran medida. Pero, tanto si existe el demonio como ser personal como si no existe -parece claro que no existe-, el sentido profundo y siempre válido de estos textos es que, ante la fuerza de Dios que actúa en Jesús, las fuerzas del mal retroceden. Dios quiere el bienestar total del hombre. ¿Cómo podría su enviado contentarse con el solo anuncio del reino de Dios, sin "realizar" obras de liberación del hombre? ¿Y cómo expresar esa liberación?

El contenido "religioso" de este pasaje no es la existencia de los demonios, sino la necesidad de luchar contra todo lo que oprime y "posee" al hombre, sea cual sea la interpretación cultural que de este hecho vaya dando cada generación. "Espíritu inmundo" significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios; representa lo que hay de opuesto a Dios en la realidad del mundo; es el símbolo de la incomunicabilidad con Dios; el signo de todo aquello que en el hombre, en todos y en cada uno de nosotros, está en radical oposición con el Padre.

¿Cuáles serán ahora los demonios? La ambición de poder y de dinero, la manipulación política y las desigualdades económicas, las opresiones de unos hombres y de unos pueblos por otros, la violencia institucional y subversiva, la carrera de armamentos (se gasta más de un millón de dólares por minuto en el mundo), la degradación ecológica, la idolización y banalización del sexo, las envidias, los rencores e incomprensiones a todos los niveles, las drogas... Los que nosotros deberíamos combatir con más esfuerzo podrían ser: la desesperación, que nos lleva a creer que la vida no tiene sentido, que todo es malo, que no hay nada que hacer; el triunfalismo, que es el extremo contrario: creer que el mundo es un paraíso, que se puede recoger sin sembrar, que la vida cristiana puede existir al margen de la cruz; la evasión, que es dejar el trabajo para los demás, que para eso están; la rutina, que nos hace esclavos del propio pasado y de las propias costumbres.

Jesús nos invita a liberarnos de los falsos valores que la sociedad nos presenta y de los ídolos de nuestro corazón, que nos poseen y nos dañan, que nos impiden hacer la voluntad del Padre. Esta invitación no va a quitarnos los problemas, pero sí nos va a ayudar a afrontarlos de un modo nuevo.

Lo que Jesús dice se realiza. La fuerza de este "espíritu inmundo" es grande; lo indican la voz y, sobre todo, la violenta agitación a que somete al hombre del que "salió". Es el esfuerzo y la violencia que lleva consigo la lucha contra el mal.

Esta fuerza del "espíritu" impresiona a la multitud, que se sobrecoge lo mismo que nosotros ante el poder irresistible de un mal que nos aplasta. Jesús, lejos de impresionarse o de asustarse, habla con autoridad y su voz amenazadora se impone al griterío del "espíritu" Ante el excepcional poder demostrado por Jesús, la multitud reacciona impresionada por su manera de enseñar y de actuar.

Todos están sorprendidos, y nadie sabe decir quién es aquel personaje que trae revuelta a la región. Bueno: nadie, no. Hay uno que sí sabe: "el espíritu inmundo". El sí percibe con claridad imperceptible para los demás, y sabe definir a Jesús: "Sé quién eres: el santo de Dios".

Hace pensar que sea el endemoniado el que reconoce a Jesús. ¿Es el enemigo el primero en darse cuenta del peligro? ¿Pasa lo mismo hoy? "Su fama se extendió en seguida por todas partes". Fama que estriba menos en un conocimiento claro sobre Jesús que en las preguntas que se hacen sobre El. Y es que para conocer a Jesús necesitamos seguirle con nuestro compromiso personal a todo lo largo de la vida.

Nuestras palabras sólo tendrán algo de la fuerza de convicción que tenían las de Jesús si nacen de una verdadera experiencia, si hablamos de lo que realmente vivimos, si la hemos interiorizado de modo que vivamos de ella. Nuestras palabras, para que puedan creerse, deberán ir acompañadas por el testimonio de las obras.

Jesús, con la autoridad de su Palabra, cambia al hombre, lo transforma y le da una fuerza como jamás la había tenido antes. Da un vuelco a todas las cosas, aunque se llamen enfermedades, miseria, malicia o muerte. No es que dé una respuesta a todos y a cada uno de los problemas, pero sí nos da la orientación y la fuerza para afrontarlos. No nos libra de las tentaciones ni de las dificultades, pero nos da un camino de interpretación y de lucha contra ellas.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 313-320


12.

Jesús no fue un profesional especializado en comentar la Biblia o interpretar correctamente su contenido. Su palabra clara, directa, auténtica, tenía otra fuerza diferente que el pueblo supo inmediatamente captar.

No es un discurso lo que sale de labios de Jesús. Tampoco una instrucción. Su palabra es una llamada, un mensaje vivo que provoca impacto y se abre camino en lo más hondo de las gentes.

El pueblo queda asombrado "porque no enseña como los letrados sino con autoridad". Esta autoridad no está ligada a ningún título o poder social. No proviene tampoco de las ideas que expone o la doctrina que enseña. La fuerza de su palabra es él mismo, su persona, su espíritu, su libertad.

Jesús no es «un vendedor de ideologías» ni un repetidor de lecciones aprendidas de antemano. Es un maestro de vida que coloca al hombre ante las cuestiones más decisivas y vitales. Un hombre que enseña a vivir.

Es duro reconocer que, con frecuencia, las nuevas generaciones no encuentran «maestros de vida» a quienes poder escuchar. ¿Qué autoridad pueden tener las palabras de muchos políticos, dirigentes o responsables civiles y religiosos, si no están acompañadas de un testimonio claro de honestidad y responsabilidad personal?

Por otra parte, ¿qué vida pueden encontrar nuestros jóvenes en una enseñanza mutilada, que proporciona datos, cifras y códigos, pero no ofrece respuesta alguna a las cuestiones más inquietantes que anidan en el ser humano?

Difícilmente ayudará a crecer a los alumnos una enseñanza reducida a información científica en la que el enseñante puede ser sustituido por el programa correspondiente del «video» o del ordenador.

Nuestra sociedad necesita "profesores de existencia". Hombres y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el sentido último de todo.

Maestros que, con su testimonio personal de vida, siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse honradamente los interrogantes más hondos de la existencia.

ANARQUISMO DICTADURA COMUNISMO: Hacen pensar las palabras del escritor anarquista A. Robin, por lo que pueden presagiar para nuestra sociedad: «Se suprimirá la fe en nombre de la luz; después se suprimirá la luz. Se suprimirá el alma en nombre de la razón; después se suprimirá la razón. Se suprimirá la caridad en nombre de la justicia; después se suprimirá la justicia. Se suprimirá el espíritu de verdad en nombre del espíritu crítico; después se suprimirá el espíritu crítico».

El Evangelio de Jesús no es algo superfluo e inútil para una sociedad que corre el riesgo de seguir tales derroteros.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 187 s.


13.

Es inútil disimularlo. Marcos crea situaciones embarazosas. El primer milagro que cuenta es la liberación de un endemoniado. De muy distinto cariz, por ejemplo, es el primer signo narrado por Juan: el agua convertida en vino durante un banquete de bodas (Jn 2, 1-11). Hay que reconocer que en todo el evangelio de Marcos, la expulsión de los demonios ocupa un lugar muy importante.

Y así nos sentimos perplejos. Es difícil hacer digerir estos episodios a hombres de nuestro tiempo, que tengan un mínimo de conocimientos científicos.

En una mentalidad primitiva muchas enfermedades, especialmente las mentales, se atribuían al influjo, o a la "posesión" de espíritus malos (llamados también "demonios"). Con la obsesión demoníaca, frecuentemente, tienen conexión también las disminuciones físicas, como la mudez, la sordera, la ceguera, la parálisis, la epilepsia.

En estos fenómenos casi nunca se plantea la cuestión del pecado ni se pronuncia un juicio moral sobre los individuos. Son víctimas de fuerzas malignas, eso es todo. Hoy nosotros, en ciertos casos, hablaremos de epilepsia, histeria, crisis maníaco-depresivas, esquizofrenia. En vez de "endemoniado" podremos hablar de «paranoico».

Jesús no se separa de la mentalidad de su tiempo, parece incluso que la comparte, no advierte que se trata de causas naturales.

El hecho es que Cristo no ha venido para abrir caminos a la psiquiatría moderna. Los hombres deberán hacer su oficio, dirigir sus investigaciones para determinar las causas del mal.

Jesús hace una «lectura teológica», no científica, del caso que tiene ante sí. Se encuentra frente a un individuo que no es quien es, está desintegrado, ocupado abusivamente por otro.

El diagnóstico de Cristo que va a las raíces de la situación, no es un diagnóstico médico. Su «etiología», más que llegar a las causas, llega al «enemigo» y es un enemigo común, de Dios y del hombre. En aquel pobre hombre Jesús lee el signo de la presencia del adversario, del que divide, o sea de aquel que impide el plan de Dios y destruye al hombre, de aquel que "se apropia" de un poseído de Dios.

La expulsión, entonces, se convierte en la expulsión del ocupante abusivo, la liquidación de las fuerzas del mal, el saneamiento de un terreno contaminado. Se verifica la expropiación, con una acción de fuerza, para volver a consagrar aquel territorio. "EI espíritu inmundo" debe salir para que el hombre «ocupado», bloqueado, pueda a su vez salir de su prisión y reencontrar la armonía y la unidad perdidas.

El éxodo del hombre hacia Dios, comienza con el éxodo forzoso de los demonios «usurpadores».

Y todo esto sucede con una palabra simple y perentoria que se diferencia de los complicados exorcismos entonces en uso. El resultado final, por tanto, es la liberación del mal.

Afirma justamente un exegeta: «...Daba la impresión de que por cualquier rendija de terreno aparecían demonios... Jesús es el gran vencedor de los demonios. A cualquier parte que llega, desdemoniza la tierra» (Kasemann).

La tierra, liberada de las fuerzas del mal, vuelve a ser habitable para el hombre, espacio de libertad y lugar de comunión.

Reflexionemos un momento sobre la expresión: «Un hombre poseído por un espíritu inmundo».

Nuestro diagnóstico debería subrayar siempre el de Cristo: analizar, en su raíz, todas las fuerzas que impiden al hombre ser hombre. Denunciarlas y exorcizarlas.

Se trata de una tarea sagrada, cuyo lugar para ejercitarlo es la Iglesia, como lo es para la predicación.

Pero todo esto es posible sólo si se parte de la convicción de que los enemigos del hombre son los enemigos de Dios, que todo lo que atenta contra la dignidad del hombre constituye una blasfemia contra la gloria de Dios, todo lo que amenaza al hombre representa un ultraje a la santidad de Dios. En suma, que los derechos de Dios son pisoteados en su «imagen y semejanza». Que los intereses de Dios se juegan en el campo del hombre. Que se lucha a favor de Dios cuando uno se pone, concretamente, de parte de su criatura. El enemigo es común. Dios no sabe qué hacer con los homenajes reservados a su santidad, cuando su propiedad es invadida...

Nuestra palabra no debe ser clara e intransigente sólo cuando se trata de «salvaguardar» la doctrina y la moral. Debemos tener el coraje, y sobre todo el poder de la palabra, cuando se trata de defender al hombre de todas las esclavitudes.

La autoridad ayuda a crecer -es su tarea específica- solamente si logra "hacer salir" del hombre todo aquello que tiende a esclavizarlo.

Y aunque algún «usurpador indebido», algún usurpador descarado, nos grite que no nos debemos mezclar en ciertos asuntos, no debemos dudar. Es más, esa es la señal decisiva de la legitimidad de la lucha.

Ninguna duda al respecto.

El hombre es asunto de Dios.

Por esto nos debe interesar.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 130 ss.


14. DAR TRIGO LIMPIO

A nuestro Dios no le va eso de quedarse lejos, arriba. Sabe que la demasiada distancia y el excesivo misterio acabarían abocándonos al miedo; y el miedo nunca fue buen consejero, ni motor capaz de empujarnos a empresas que valgan la pena. A nuestro Dios le va la cercanía: quiere que lo conozcamos, que sepamos cómo es por dentro, lo que piensa, lo que espera de nosotros. Quiere irnos abriendo el sentido de las cosas, ayudarnos a que consigamos ser felices. Quiere que sepamos que nos tiene muy cerca de su corazón. Por eso decide hablar, comunicarse.

Pero el pueblo no aguanta el sonido directo de su voz: 'No quiero volver a escuchar la voz del Señor..., no quiero morir'. Tendrá, pues, que comunicarse a través de alguien que haga de intermediario: el profeta. Bien entendido que el profeta, en sí mismo, no es nadie, no tiene voz propia; presta, simplemente, su voz al Señor. De ahí que sea tan importante para el profeta la fidelidad: que diga todo aquello, y sólo aquello que el Señor le quiera encomendar. EI profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado..., es reo de muerte'.

Fue así como, durante siglos, Dios se comunicó con su pueblo a través de los profetas. Pero Dios quería estar aún más cerca. Que su Palabra nos llegase más directa, más clara y eficaz. Para ello, llegada la plenitud de los tiempos, decidió poner en práctica un plan arriesgado, maravilloso: su Palabra, de un salto impresionante, se hizo presente entre nosotros hecha carne en Jesús. Jesús ya no es un profeta que transmite en nombre de Dios: es Él, Dios mismo. Es la Palabra misma del Padre: directa, plenamente fiel. Expresada no sólo con los labios, sino con la vida entera. De ahí su autoridad, que asombra: 'Quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad'. Así fue cómo el Padre, en Jesús, nos asomó a su intimidad. No de una manera total -que para eso no tenemos ojos todavía-; pero sí lo suficiente para llenar de alegría nuestro pequeño corazón.

Queda otra cosa todavía. Desde que Jesús dejó de estar visiblemente entre nosotros, hacen falta, de nuevo, profetas que lo sigan haciendo presente en el mundo. Pero esa tarea de profeta ya no está reservada a un número reducido de escogidos. Todo cristiano debe ser profeta de Jesús. Todos los que creemos en Él estamos llamados a proclamarlo, sobre todo con el lenguaje elocuente de los hechos: con el testimonio de nuestra vida.

No, por tanto, a la manera de los 'letrados', que dicen y no hacen, que embarcan a los otros y se quedan en tierra. Sin sentirnos jamás dueños de su Palabra. Sin hacer decir al Señor lo que no pasa de ser una pobre opinión, discutible, del profeta. Con el oído siempre limpio y la voz libre.

Hay detrás, esperando, un mundo que tiene hambre, mucha hambre de Dios. Y esa gente tiene derecho a que le demos trigo limpio.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 93 s.