35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8

1. LBC-INTEGRAL  LIBRE/LIBERADOR

Este es un hermoso Evangelio para el hombre de hoy, y para el hombre de todos los tiempos. En él se habla de Buena Noticia para los pobres, de liberación y de gracia para todos. Jesús quiso hacer esta especie de declaración programática al visitar por primera vez Nazaret, su pueblo. Así que algún sentido especial tiene.

Liberación es una palabra, como libertad, que no tiene que asustar a un cristiano. Y el lenguaje tiene mucha importancia en la transmisión del mensaje y debe cuidarse en la evangelización. De otra forma, va a parecer que los cristianos estamos en contra, al menos de palabra, de ciertos valores muy apreciados por el hombre de hoy. O que les tenemos miedo. Por ejemplo, la libertad y la liberación integral del hombre. También de las opresiones estructurales injustas, especialmente en su vertiente política y económica. La liberación cristiana es una liberación integral, de toda opresión injusta, tanto personal como estructural. El texto de Isaías que está en la cita de Jesús se refiere directamente a los deportados de Israel y está claro de qué liberación habla. El hecho central, por otra parte, de la historia de Israel es la liberación por Dios de la opresión de los egipcios. Hecho que, según Von Rad, nunca espiritualizó aquel pueblo. La justicia de que hablan los profetas es una justicia social. Y Jesús aquí habla de cautivos, de ciegos, de pobres y de oprimidos. No cabe duda que la liberación que trae Jesús es una liberación integral, que partiendo, en primer lugar, del corazón del hombre, llega hasta las estructuras injustas. El Reino de Dios que predica Jesús es un Reino de santidad y de amor, pero también de libertad y de justicia.

¿Dónde hay que poner el acento? Jesús lo pone en el corazón del hombre. Eso es lo que hace impuro al hombre. El mal y el pecado anidan en el corazón del hombre como algo personal. De ahí su grandeza y por eso es libre y responsable.

"Es cierto que las perturbaciones que tan frecuentemente agitan la realidad social proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero proceden, sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos, que trastornan también el ambiente social" (_VAT-II.GS, 25).

Liberación total del hombre, antes en la línea del ser que del hacer. Pero esta liberación no es total si se limita a una liberación espiritualista o a resolver el problema del pan y la justicia, sin dar al hombre amor y razones para vivir. La liberación de Jesús abarca al hombre en todas sus dimensiones.

Para poder liberar a los demás uno tiene que ser total e interiormente libre. Libre de acuerdo con la finitud y limitación de la condición humana, libre de la esclavitud de las pasiones y de las ideologías, de toda clase de ídolos, y del afán de poseer y dominar a los otros.

Hay que sentir a fondo el gusto y la pasión por la libertad y, a continuación, ser conscientes de que la verdadera liberación se logra en el compromiso y en la vocación personal. El libertinaje y el permisivismo absoluto hunden al hombre y no lo liberan. Una vez bien afirmado que la liberación verdadera nace del corazón y del interior de cada hombre, no conviene desconocer un peligro que asalta, con frecuencia, al cristiano: creer que con buenas intenciones y con la bondad personal se resuelven todos los problemas. La sicología profunda ha detectado problemas superiores al deseo y esfuerzo personal, pero que influyen decisivamente desde el subconsciente. Lo mismo que la filosofía ha tomado conciencia del poder de ciertas estructuras e instituciones más allá de las buenas intenciones de las personas.

A veces es imposible liberar de verdad a las personas sin cambiar las estructuras y puede ser una cobardía refugiarse en lo individual.

El texto evangélico de hoy habla de otra cosa importante: el año de gracia, o amnistía, para todos. Esto le cayó muy mal a los judíos porque ellos esperaban, más bien, el desquite frente a sus enemigos. Y eso no entra en el mensaje de Jesús. Así que lo expulsan del pueblo, la revancha y el odio no caben en los seguidores de Jesús. La violencia es una trampa mortal para el hombre. La liberación tiene que ser para todos los hombre y para todos los pueblos. No hay pueblo escogido ni pueblo de Dios. Ya el hecho de creérselo es malo. Para la liberación total no basta la justicia, aunque es imprescindible, sino que hace falta la gracia, el perdón y el amor para aquietar y satisfacer el corazón del hombre.

"Y se puso a decirles: hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Con Jesús y en Jesús se da la verdadera salvación y liberación del hombre. El cristiano así lo siente y lo vive. Es ya un liberado, a pesar de los fracasos y limitaciones personales. Sólo así se puede convertir en un evangelizador, en un transmisor de la Buena Noticia del Reino de Dios que pone en marcha Jesús y que, en última instancia, es el mismo Jesús. Ojalá se cumpla hoy, para nosotros, en esta misa la palabra de Dios.

MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1986, 12


2. LA MISIÓN DE JESÚS.

Muchas veces pensamos que la misión de Jesús consiste en ilustrarnos sobre Dios y movernos a ser "hombres de Dios". Y eso es una verdad muy a medias. Jesús aparece como el "hombre del Reino de Dios". Es decir, su misión consiste en anunciar y comenzar a realizar el Reino, "un mundo nuevo, un nuevo estado de cosas, una nueva manera de ser, de vivir juntos" (Evangelii Nuntiandi, 23), en el que Dios se compromete. A Dios Padre lo podemos encontrar realizando con él una historia en que se haga justicia a los pobres, se reconozcan los hombres como hermanos y, por tanto, se ilumine la magnífica realidad de su ilusión de padre por los hijos.

Por eso, Jesús, al comienzo de su misión, elige el pasaje de Isaías en que se afirma que el Espíritu del Señor le ha empujado a dar una Buena Noticia a los pobres, libertad a los cautivos y oprimidos, vista a los ciegos y, en una palabra, esperanza a todos los hombres. Su misión nos remite al "hombre", no a Dios.

Aunque inmediatamente hay que añadir dos cosas: que es el Espíritu el que le mueve, y que es el Espíritu el único que puede llevar esta misión a plenitud, porque ante ella todo hombre fracasa, como lo mostrará la misma cruz de Jesús. Por ello esa tarea "humana" es a la vez el "Reino de Dios". Porque es a la medida de la fuerza de Dios. Y la Buena Nueva no es que "nosotros" nos comprometemos por un cambio en la historia de los hombres sino que al hacerlo descubrimos que Dios está más comprometido.

LOS ATEOS DEL EVANGELIO. La consecuencia es bien clara. Igual que, después de la revelación de Jesús, ya no nos sirve un concepto de Dios abstracto, como es el de los deístas, a base de acumular conceptos como "omnipotente", "eterno", "simplísimo" "inmóvil", etc., sino que tiene un rostro muy concreto descubierto en el evangelio, así también sabemos ahora quién es un "ateo". No es precisamente quien niega todas aquellas elucubraciones filosóficas, sino quien nunca es ocasión de buena noticia para los pobres, ni hace lo más mínimo por contribuir a la libertad de los hombres de las múltiples y sutiles cautividades en que se encuentran, ni se esfuerza en abrir ojos absolutamente ciegos por tantos motivos, ni entra en su preocupación y cuidado la aflicción de los enfermos o la soledad de los ancianos... Y radicalmente ateo, aunque defienda calurosamente las cinco vías hacia Dios de Santos Tomás, es quien sea ocasión de malas noticias para los pobres o contribuya a la falta de libertad o al sufrimiento injusto de los hombres.

LA IGLESIA DE HOY. No es extraño, en consecuencia, que hoy, que se han hecho más evidentes las injusticias culpables en el mundo, la Iglesia haya retomado con nuevo impulso la misión heredada de Jesucristo.

"Escuchando el clamor de quienes sufren violencia y se ven oprimidos por sistemas y mecanismos injustos; y escuchando también los interrogantes de un mundo que con su perversidad contradice el plan del creador, tenemos conciencia unánime de la vocación de la Iglesia a estar presente en el corazón del mundo predicando la buena nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos" (_Sínodo/71 de los obispos, 1971). Y que, por otra parte, comprenda que toda acción que se desarrolle en el mundo en favor de la justicia, la paz, la fraternidad, la verdad, aunque no nombre específicamente a Dios, no es ajena al dinamismo del evangelio. Desde el nacimiento por la paz y contra la carrera de armamentos hasta la búsqueda de un sistema de seguridad social más humano.

"La esperanza y el impulso que animan profundamente al mundo no son ajenos al dinamismo del evangelio, que por virtud del Espíritu Santo libera a los hombres del pecado personal y de sus consecuencias en la vida social" (Sínodo, 1971).

HOY SE CUMPLE. Jesús apenas pudo anunciar y realizar esta misión con un pequeño grupo de hombres. En el mundo había muchos más pobres, enfermos, ciegos, desesperados, débiles. Y, sin embargo, nos dice que esta Escritura "se cumple hoy". Lo mismo podemos decir los seguidores de Jesús cada vez que algún pobre reciba la más pequeña buena noticia, o un pecador el perdón, o un enfermo la curación o la asistencia digna, o se dé un pequeño paso en el avance de la libertad, de la justicia o de la paz. El hecho de que los hombres nunca alcancemos la utopía de la comunidad de los hermanos e hijos de Dios, no nos debe hacer olvidar esta maravillosa realidad: con nuestras pequeñas buenas noticias estamos cumpliendo hoy la Buena Noticia prometida y esperada. Pero, por otra parte, no podemos olvidar que el Reino, por más que se comience a cumplir ya aquí, es el Reino de Dios. Es gracia. Es salvación de Dios. El cristianismo es humanismo, pero no sólo un humanismo. Es confianza y esperanza que remite en último término a la fidelidad de Dios.

DABAR 1983, 12


3. HOY SE HA CUMPLIDO ESTA ESCRITURA.

Esta rotunda afirmación de Jesús ante sus paisanos fue una de sus claras confesiones acerca de su mesianismo.

Y resulta curioso que para demostrar que él era el Mesías no quiso, al menos en ese momento, deslumbrar a los de su pueblo con el brillo innegable de sus milagros: no hizo ante ellos una maravillosa multiplicación de pan y peces, ni curó a enfermos, ni convirtió el agua en vino; testimonios todos ellos irrefutables de su poder y avales de su misión. No. Su afirmación clara y terminante acerca de su propia persona se basa en que él, entonces, "evangelizaba a los pobres, pregonaba a los cautivos la remisión y a los ciegos la vista; enviaba con libertad a los oprimidos y pregonaba un año de gracia del Señor". Todo un programa de desarrollo constante.

Cada vez que un hombre trabaja para que los hombres conozcan de verdad el Evangelio, para que sepan que son hijos de Dios y hermanos de los otros, que hay más allá de su mirada otros horizontes y otras dimensiones; que es posible juzgar las cosas de aquí abajo con unos baremos que a veces nada tienen que ver con las corrientes al uso. Cada vez que esto ocurre se "está cumpliendo esta escritura".

Cada vez que un hombre se esfuerza por conseguir la remisión de los cautivos; por intentar un orden social más justo en el que el hombre sea hombre y no cosa, persona y no objeto; un orden en el que se oigan las voces y se valoren las ideas por encima de los intereses de clase (de cualquier clase), por la verdad que encierren y no por la demagogia que destilan; un orden en el que se haga imposible el autoritarismo a ultranza para dar cabida a una pluralidad de posturas y de aptitudes... Cada vez que esto sucede, "se está cumpliendo esta escritura".

Cada vez que un hombre intenta que los hombres vean por encima de la miopía del dinero, del poder, de la comodidad, del orgullo, del placer de ese "yo" tan bien cuidado que todos albergamos, cada vez que esto sucede, "se está cumpliendo esta escritura".

Cada vez que un hombre pregona a los cuatro vientos "un año de gracia del Señor", un año interminable en el que, por fin, acabemos de ser lobos para el hombre, de ver en el otro un enemigo al que hay que perseguir sañudamente porque es nuestro rival en el ascenso, en el trabajo, en los varios aspectos de esta sociedad competitiva que nos arrastra a todos y nos confunde en su vertiginoso galopar; cada vez que un hombre repite que quiere el amor y no la guerra, a ver si se entera la Humanidad toda y se para en su insensata postura de destruir a los hombres por ponerlos al servicio de unas ideologías que en nada justifican el dolor, la miseria y el horror de un enfrentamiento entre naciones; cada vez que un hombre proclama que es preciso darse la mano de verdad, olvidar rencillas, rencores y posturas irreconciliables; que es preciso acercar sin temor ni reservas al prójimo y sentarse con él y compartir la mesa y el bolsillo. Cada vez que esto sucede, "se está cumpliendo esta escritura".

Desde Isaías hasta Jesús, al programa le quedaba todavía mucho por cumplir. Desde Jesús hasta nosotros, qué duda cabe que millares de hombres en la tierra se han esforzado por realizarlo y tampoco cabe ninguna duda de que millares más lo intentarán cumplir. Pero de lo que podemos estar seguros es de que a nosotros nos cabe una buena parcela y una inexcusable responsabilidad en el hecho de que HOY, HOY mismo, pueda o no cumplirse "esta escritura".

DABAR 1977, 13


4. J/PD:

En la primera lectura se nos cuenta cómo, en unas circunstancias particularmente difíciles de la historia de Israel, a la vuelta del destierro, con un desconocimiento casi total de la Palabra de Dios sobre todo por parte de las generaciones que habían crecido en el destierro, se hizo esa celebración tan solemne y pedagógica para ayudar a todos a que "redescubrieran" la fuerza salvadora de la Palabra de Dios.

Ya nos haría falta también algo parecido a todos, los niños, los jóvenes y los mayores: que les ayudásemos los sacerdotes, pero también todos aquellos que trabajan en la catequesis y demás ministerios pastorales, como sucedió en tiempo de Nehemías, a captar la importancia de la Palabra de Dios en su vidas. ¿No lo ha hecho así la Iglesia con la reforma litúrgica al poner las lecturas en nuestra lengua, con una selección más abundante y pensada, con el fomento de una espiritualidad más centrada en la Biblia? Pero esto tendría que llegar a todos para gozo y provecho del pueblo de Dios.

La Palabra de Dios es la mejor luz, estímulo, liberación y guía para nuestra existencia. Como lo fue para la generación de Israel en su vuelta del destierro. La comunidad cristiana vuelve a estar en medio de un mundo indiferente e incluso hostil: la alegría de poder escuchar la Palabra de su Dios se tendría que repetir también hoy, como saludable contrapeso a tantas otras palabras que ahogan nuestra libertad y nuestra verdad.

EN CRISTO ESTA EL "HOY" DE TODA PALABRA. El Señor Jesús, en quien creemos y a quien seguimos, en torno al que nos congregamos cada domingo -o cada día- es el que nos transmite la verdadera Palabra, con mayúscula. El, en verdad, no sólo ha dicho palabras: El ES la Palabra de Dios a la comunidad.

Como en el evangelio aparece diciéndonos "yo soy la luz, la vida, el camino, el pastor, la puerta, el Pan, la vid...", también ES la Palabra.

Lo que había anunciado Isaías se cumple "hoy" en Cristo Jesús. Y eso es la sinagoga de su pueblo, y aquí, hoy, entre nosotros. El es el que ilumina nuestras dudas y el que nos libera de todas manipulaciones y el que nos enseña la Verdad. Vale la pena seguirle domingo tras domingo en su magisterio profético. Su Palabra será buena Noticia y liberación, consuelo gozoso y a la vez exigencia estimulante para nuestro camino.

LA DOBLE MESA DE NUESTRA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA. Hoy es una buena ocasión para una catequesis de lo que representa la Palabra de Dios en nuestra celebración dominical, y lo que es la doble mesa de la Eucaristía.

Ya antes de que Cristo, el Señor Glorioso, se nos dé como alimento en el Pan y el Vino de la Eucaristía, se nos da como Palabra como dice repetidamente la Introducción General al Misal Romano: "Cristo está realmente presente... en su Palabra" (IGMR 7), "Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio" (IGMR 9), "Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de sus fieles" (IGMR 33). La doble mesa consta de la Palabra y de la Eucaristía: una doble "comunión" de la comunidad con Cristo. (Cfr. lo que dice de la "doble mesa' la Ordenación de las Lecturas: OLM 10).

Sería bueno revisar cómo "tratamos" la Palabra de Dios en nuestra celebración: la dignidad del libro, el realce del ambón, su cualidad de "reservado para el anuncio de la Palabra" (Cfr. IGMR 272), la seriedad de la preparación para los lectores, la homilía como explicación y aplicación de esa Palabra a la vida de la comunidad, etc.

Sería conveniente que, con ocasión de las lecturas de hoy, se subrayasen más que otros días -además de la procesión inicial antes recomendada- las aclamaciones que anteceden y siguen al evangelio los domingos; cantar asimismo la aclamación final: "Palabra del Señor: gloria y honor a ti, Señor Jesús", o bien otra aclamación breve que sepamos cantar o que oportunamente incorporemos al repertorio: "tu Palabra, Señor, es la verdad...".

Todo será poco para que la comunidad cristiana tome cada vez más en serio que, en la primera parte de la Eucaristía, Cristo se nos presenta como Maestro: más aún, que está realmente presente y se nos da como alimento en su Palabra. Alimento de luz y fuerza para el difícil camino de nuestra existencia en este mundo.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 2


5. 

Estos versículos muestran el entusiasmo con que es recibido Jesús; el pueblo reconoce en él a un auténtico comentador de la Escritura; bajo su guía se acepta creer en la realización actual de las antiguas promesas: "Hoy se cumple...".

La Biblia ofrece algunos ejemplos de esta acogida gozosa a la Palabra, de esa escucha dócil a su comentarista titular.

Aunque es indudable que los autores bíblicos han reseñado preferente- mente los gestos de rebelión que el pueblo realizaba contra los "testigos de la Palabra", el texto del libro de Nehemías, que sirve de 1ª lectura, muestra que en ciertos momentos el pueblo supo manifestar también una docilidad ejemplar. A aquellas gentes establecidas en la tierra palestina tras la vuelta del exilio, abandonadas al despotismo de la autoridades persas de ocupación, y en ausencia de toda personalidad propiamente nacional, el escriba Esdras les trae de pronto la compilación sacerdotal de las tradiciones mosaicas, compilación decretada por el poder central con rango de ley del Estado. El pueblo va a encontrarse nuevamente regido por una ley dada por Dios mismo, producción de su propia palabra. Tal perspectiva desencadena el entusiasmo: sólo empaña la alegría de todos pensar que esa ley no hubiese sido conocida, oficializada y practicada antes. Así, la comunidad que Esdras ha reunido en torno a sí da prueba de un amor a la palabra de Dios y de una docilidad para con las exigencias de la voluntad divina enteramente ejemplares. Es conveniente que los cristianos conozcan la existencia de tales relatos para que aprecien la historia de Israel de manera más justa.

Volvamos al evangelio. También el éxito de Jesús en Nazaret es grande; el pueblo que le escucha parece tan bien dispuesto como el que rodea a Esdras. Este escriba proclamaba la llegada de una nueva etapa en la vida del pueblo; Jesús anuncia unos tiempos nuevos, un "hoy" diferente de todo lo precedente.

Y ¿qué es lo que va a caracterizar a esos tiempos nuevos? Hay que preguntárselo al texto isaiano citado por Jesús, así como a los versículos que sirven de contexto: un conjunto textual que muy bien hubiera podido servir de 1ª lectura.

Este texto es una proclamación profética dirigida a los desterrados ya vueltos a Palestina, donde no encontraron la confortable situación que esperaban. Es incluso tan penoso su caso, que el profeta los describe como "pobres", "corazones rotos", "afligidos". Bajo el poder dominador que rige Palestina, convertida en provincia persa, estas gentes parecen prisioneros y "cautivos".

Pues bien, a esos pobres, a esos desamparados, Dios les muestra, enviándoles con un profeta, que se cuida de ellos; se compromete con ellos en una alianza definitiva. La palabra profética anuncia esta "buena noticia": se trata de la promesa de una salvación que no puede dejar de cumplirse. Entonces los cautivos serán liberados, los afligidos consolados y los pobres colmados. De opresores tiránicos, los pueblos se convertirán en esclavos. La transformación será tal que seducirá a los paganos, quienes reconocerán la atención privilegiada de Dios para con su pueblo.

Este mensaje constituye una "buena noticia" proclamada por aquel que Dios ha escogido comunicándole su Espíritu e incluso otorgándole la unción regia. Este mensajero, colmado por Dios, asistido por él y enriquecido con sus privilegios, es verdaderamente el portador de su palabra. ¿Cómo no dar fe a su predicación y no esperar confiadamente la realización de la salvación anunciada?.

PD/HOY: Esta salvación, dice san Lucas, se realiza "hoy". Está ya realizada en el "hoy" de Jesús, en el momento de su ida a Nazaret. Y sigue realizándose "hoy", cada vez que hombres y mujeres se acercan a Jesús y acogen su palabra con fe; cada vez que su palabra es recibida con la misma profunda disponibilidad de que dieron prueba los contemporáneos de Esdras: personas muy alejadas de nosotros pero cuyo corazón puede estar tan próximo.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 136


6.

Hemos construido entre todos una sociedad absurda y pretendemos identificarla con la sociedad querida por Dios. En ella los cristianos nos encontramos a gusto. ¿Cómo explicar, de otra forma el fuerte conservadurismo que se observa en casi todo lo que se llama cristiano hoy?

Si nos dejáramos iluminar por la palabra de Dios, quedaríamos abrumados. El mayor peligro para nuestra vida cristiana -ambiental y rutinaria- es el habernos convencido de que todo irá bien mientras siga como está: siempre hubo ricos y pobres, "negociantes" con cuello duro y ladrones desarrapados, anulaciones de matrimonios y parejas amontonadas..., gente de "bien" y gente de "mal". Los que tienen que cambiar son siempre "los otros", sin que sepamos en realidad quiénes son esos "otros". En nuestras personas y estructuras todo debe seguir igual, porque por algo creemos en Dios. Nosotros debemos volver a lo de antes... Los pobres, los oprimidos..., deben confiar en Dios y aguantarse. Y esta vida nuestra instalada, cómoda, burguesa, injusta, la hacemos coincidir con las exigencias del evangelio. Ese es nuestro engaño: vemos la vida desde nuestros intereses y no desde el evangelio. Me tiene perplejo el hecho de ver manejado el evangelio, en todo tipo de reuniones o escritos, a trozos, para defender esta o aquella postura. Y así, en lugar de descubrir lo que realmente quiere decirnos, lo empleamos para corroborar nuestras conveniencias.

Es necesario hacer la síntesis, aclarar unos textos uniéndolos a otros, relacionándolos. Es necesario que terminemos con la lectura burguesa del evangelio. Es necesario que lo leamos en comunión con los cristianos de los primeros siglos, para los que leerlo no era un simple ejercicio intelectual, sino un contacto con la persona de Jesús resucitado.

La Biblia nos dice que todo ha surgido por el poder de la palabra de Dios. A semejanza de la palabra humana, esta palabra de Dios ha iniciado el diálogo con el mundo, se ha convertido en revelación. Es palabra inicial, que tiende necesariamente a ser proclamada siempre y en todo lugar; y es palabra terminal, que cumple y realiza lo que anuncia.

No creo que del evangelio se puedan sacar conclusiones tan dispares, y sobre todo actuaciones tan contrarias a la mente de Jesús. Los ejemplos que los ponga cada uno: los hay en abundancia. Además, lo iremos viendo al comentar los textos evangélicos.

1. La "buena noticia", palabra clara

Los habitantes de Nazaret esperaban al Mesías, un Mesías a su medida. Y el Mesías se pasó más de treinta años entre ellos, inadvertido, compartiendo su vida. Sólo después de haber compartido su vida con ellos como obrero se les presentó como Mesías.

Un sábado se encuentra en Nazaret, les lee en la sinagoga un fragmento de Isaías (61,1-2) y lo comenta brevemente: "Hoy se cumple esta Escritura".

PALABRAS/PD: Hay palabras desgastadas, que se han reducido a meros sonidos fonéticos, incapaces de presentar y transmitir una realidad viva. Y hay palabras que nunca pasarán, pues conservan un perenne sentido actual cargado de novedad. También hay palabras tan manoseadas y manipuladas que han dejado de decir algo al hombre de hoy, o que significan para él algo totalmente distinto: amor, libertad, popular... (la palabra amor se identifica con "hacer el amor"; la libertad, para tapar la opresión económica que ejerce la sociedad capitalista, llamada "mundo libre"; lo popular, para significar partidos de derechas... ¿Cómo calificar la "democracia orgánica" del franquismo -sin recurrir a los chistes- o la "democracia" de la República Democrática Alemana?).

La palabra de Dios es clara si queremos entenderla, y es siempre "buena noticia" para nosotros los hombres: nos convoca a reunirnos, nos incorpora a la Iglesia, nos juzga y nos exige una continua conversión, nos libera de oscuridades y desorientaciones, nos ayuda a encontrar el sentido de la vida y abre nuestros corazones a la esperanza.

Proclamar la "buena noticia" exige evitar las palabras dulces, diplomáticas, que prolongan situaciones engañosas por intereses económicos, políticos o religiosos; y hablar con claridad comprometida, despertando la conciencia de los oprimidos y marginados, promoviendo la legítima libertad y el necesario diálogo.

¿Es para nosotros el evangelio la palabra siempre nueva, la palabra liberadora que cura, nos convierte y nos libera?

2. La "buena noticia" es para los pobres

Lucas nos presenta en la sinagoga de Nazaret el discurso programático de Jesús: "Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres..."

Jesús nos quiere explicar los pasos que tenemos que dar para construir el hombre nuevo y la nueva humanidad, los pasos que tenemos que dar para poder llegar a vivir como hermanos de verdad.

POBREZA/QUIÉN-ES: ¿Quién es pobre, cautivo, ciego, oprimido?

La palabra "pobre" puede ser mal interpretada. Están los pobres "de espíritu": son los que necesitan de los demás para ser ellos mismos, los que viven pendientes de los otros y olvidados de sí mismos, son los "dichosos" de la primera bienaventuranza de Mateo (/Mt/05/03). Y están los pobres "materiales": los que viven en la miseria, privados hasta de lo más elemental para vivir. Y así como los primeros son "dichosos" por la opción personal que han hecho en sus vidas, estos segundos necesitan librarse de su miseria.

Los pobres "materiales" no podrán realizarse como personas sin la esperanza de poder salir de su miseria, de su opresión, de su esclavitud. ¿Cómo luchar por algo que se cree imposible de conseguir? Tienen que escuchar, hablar y planear sobre la forma de romper sus cadenas; tienen que abrir sus ojos y sus oídos, y ver con claridad, apoyados en las palabras de Jesús, el camino que se debe seguir. El evangelio tiene que ser para ellos un mensaje de alegría y de fiesta. Lo mismo para todos los que nos llamamos cristianos, porque tenemos la obligación de luchar con su lucha. ¿Lo es?

Esta feliz "noticia" para los pobres fue el primer comunicado que se anunció después del nacimiento de Jesús:

Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. (Lc 2,10-12)

La pobreza personal es la señal para reconocer al verdadero libertador de los pobres. Cuando algunos discípulos de Juan Bautista dudaban -junto con su maestro- sobre si Jesús sería el verdadero Mesías o no, van a preguntarle y Jesús les da la misma respuesta que en Nazaret, pero con hechos concretos: Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. (Lc 7,22)

La "buena noticia" de la liberación de los pobres es la marca del Mesías. La señal que El mostraba para probar que era el verdadero enviado de Dios. Y debe ser también la marca de la Iglesia. Marca que nos costará sangre y lágrimas, porque el evangelio está secuestrado en nuestra sociedad occidental por los tres poderes del mundo -religioso, político-ideológico y económico- en constante alianza.

H/ESCLAVO: Cautivo es el que está en la cárcel. Pero también son cautivos todos los hombres que no se poseen, que están llenos de egoísmo, de vicios, de pasiones... Es el cautiverio de las modas que "nos gustan", sin pararnos a pensar si ese gustarnos no es un manejo de la sociedad de consumo, un fruto de la propaganda; cautiverio de un trabajo y estudio alienantes, preparados para defender el montaje de la sociedad capitalista -o marxista- que nos impide una visión real de la vida; cautiverio de los anuncios y programas de la televisión; cautiverio del cine y revistas..., montados en gran parte para el lucro, aunque sea al precio de la destrucción de las personas; cautiverio de la prensa, manejada por agencias; cautiverio de los "ídolos", a que es tan propensa nuestra juventud, falta de verdaderos líderes que les indiquen la dirección de la vida que realmente desean; cautiverio de unas prácticas religiosas que no llevan a ninguna parte; cautiverio de los propios pecados, que nos impiden ser plenamente hombres; cautiverio de tantas ideas y costumbres que hemos canonizado porque siempre fue así... Todos somos en gran medida cautivos, y a todos nos quiere liberar Jesús. Lo que hace falta es que lo reconozcamos y queramos liberarnos.

Ciego es el que no ve. Y son también ciegos los que no ven el mundo como Dios lo ve, los que no lo ven como una gran hermandad a conseguir. Y es ciego, además, el pobre que es víctima de la injusticia y que no sabe o no quiere salir de esa situación; el que llega a cegarse tanto que piensa que siempre será lo mismo, y se conforma, se adapta.

Oprimidos son los que sufren las injusticias de los demás. ¿Nos sentimos oprimidos? En una sociedad en la que, por lo menos aparentemente, se nos ofrecen tantas cosas con todas las facilidades, comodidades y rebajas que hagan falta, no nos gusta vivir con el sentimiento de estar oprimidos. Y, sin embargo, lo estamos en gran medida.

Jesús de Nazaret quiere liberarnos a todos los hombres de todas las esclavitudes a que nos tiene sujetos "el pecado del mundo": la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión. Quiere liberarnos de todo tipo de cadenas, de cualquier clase de ceguera, de todas las prisiones. Del egoísmo personal de cada uno y del egoísmo organizado de las estructuras opresoras. De las cadenas de unos estudios, trabajos, diversiones, religiosidades, relaciones humanas... deshumanizantes, alienantes, que nos incapacitan para descubrir la realidad que padecemos.

Jesús se cuidó mucho de no dejarse usar. Con una visión muy realista, se daba cuenta de que eran los escribas y fariseos los que oprimían diariamente al pueblo. Por eso no les hacía el juego de atacar a los romanos. Jesús luchó por un cambio radical de las estructuras religioso-políticas que oprimían al pueblo judío. Buscó directamente el cambio de esas estructuras de dominación y explotación del pueblo. Nosotros, después de veinte siglos, seguimos sin querer enterarnos.

Por esta razón, aquellos dirigentes religiosos miraron a Jesús como a un revolucionario peligroso y lo asesinaron, no sin antes inventarse unos motivos políticos. Nosotros, con decir que murió para redimirnos y no como consecuencia de su lucha, nos lavamos las manos de cualquier compromiso de liberación del pueblo.

Es fundamental ahondar en cómo Jesús realizó esta lucha contra las estructuras opresoras de su época. El espíritu con que realizó esta lucha debe ser el espíritu de sus seguidores sinceros. Y sus esfuerzos por adaptarse a la realidad de su tiempo deben ser la pauta para nuestro esfuerzo por adaptarnos al nuestro. Ser cristiano es luchar para que del mundo desaparezcan todo tipo de opresiones.

3. "El año de gracia del Señor"

Se refiere al año jubilar, al año de la remisión de todas las deudas, entendido en un sentido universalista, para todos. Cada semana de años terminaba para los judíos con un año sabático, en el que se debía dejar en libertad a los esclavos y a los deudores y hacer descansar la tierra (Ex 21,2; 23,10-11; Dt 15,1ss; Lev 25,3-7). Al cabo de siete semanas de años estaba previsto el año jubilar:

El Señor habló a Moisés en el monte Sinaí:

--Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea cuarenta y nueve años... Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores. Celebraréis júbilo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta es para vosotros jubilar; no sembraréis ni segaréis el grano de ricio ni cortaréis las uvas de cepas bordes. Porque es jubileo. Lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos.

En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. Cuando realices operaciones de compra y venta con alguien de tu pueblo, no lo perjudiques. Lo que compres a uno de tu pueblo se tasará según el número de años transcurridos después del jubileo. El, a su vez, te lo cobrará según el número de cosechas anuales: Cuantos más años falten, más alto será el precio; cuanto menos, menor será el precio. Porque él te cobra según el número de cosechas.

Nadie perjudicará a uno de su pueblo. Teme a tu Dios.

Yo soy el Señor vuestro Dios. (/Lv/25/08-17)

Dios no quiere que acaparemos; quiere que se reparta mejor. Jamás la propiedad privada y privante fue de derecho divino.

Jesús anuncia el "año de gracia" definitivo, en el que habrá justicia y libertad para siempre en la tierra. Luchó para lograrlo.

El reino de Dios comienza cuando en el corazón del hombre se abre paso la certeza de que todos somos iguales, de que las diferencias entre los seres humanos son contrarias a la voluntad de Dios. Y, a partir de esta convicción, encuentra fuerzas para luchar por un mundo justo y libre.

4. Liberación evangélica

Antes de pasar a cualquier acción liberadora, el cristiano tiene que tomar conciencia de algo esencial al mensaje evangélico: no hay acción liberadora sin una previa concientización liberadora, sin descubrir antes su necesidad.

No podemos permanecer "sordos" y menos aún "muertos" (Lc 7,22) a la liberación proclamada por Jesús. "Sordo" es el que no oye; pero lo es más aún el pobre que no oye las voces que le hablan de liberación, porque su dolor le ha hecho perder las esperanzas de que todo puede cambiar, y termina siendo fatalista y pasivo. "Muertos" están los que nunca han vivido una vida humana; sólo han trabajado y sudado como burros, oprimidos por otros hombres que viven a costa de ellos. Cuando estos "ciegos" ven, estos "sordos" oyen y estos "muertos" resucitan de sus tumbas de miseria, el reino de Dios está llegando. Porque el evangelio es una "buena noticia" de liberación integral, que llegará más allá de este mundo, liberándonos para siempre de la misma muerte, pero que comienza ya en esta tierra.

LBT/QUÉ-ES:En el lenguaje bíblico, la liberación no es algo que el hombre conquista para sí mismo, sino algo que está en función de los demás. No es una posesión o un objeto, sino una relación entre dos o más personas. Ser libre significa ser libre para el otro, para los otros, para todos los otros, para el Otro. Sólo en relación con todos los demás y con Dios somos libres. Esta libertad supone la salida de uno mismo, la muerte de nuestro egoísmo y de toda estructura que nos mantenga en él. La libertad -camino para descubrir lo mejor- se basa en la apertura a los demás. La plenitud de la liberación es la comunión con Dios y con todos los hombres. No podemos ser libres mientras otros sean cautivos. La liberación debe ser colectiva o no existirá jamás. La libertad es el camino para conseguir una sociedad justa.

La acción liberadora de Jesús, acción que debe ser la de los cristianos, no es un tópico de los cristianos "politizados", sino un elemento esencial del camino cristiano. Dios quiere la libertad para todos, porque la libertad es El mismo.

La libertad sólo perjudica a los poderosos y opresores. Es pavorosa la falta de libertad que padecemos. Una muestra es la "información" que recibimos y que nosotros no podemos ofrecer ni desmentir. Es la información una de las mayores opresiones que pesan sobre las sociedades actuales, al estar controlada y manipulada para defender los sistemas y poderes establecidos.

Quienes quieran mantener las cadenas, la opresión, no son de Jesús. Quienes tengan miedo de la libertad, quienes la quieran diluir hasta reducirla a una pura comedia, no son de Jesús. La temen por lo que ocultan.

La libertad no es algo que debamos tolerar. Quizá nos hayamos tranquilizado con la excusa de que en nombre de ella se cometen muchos errores. Tratar al pueblo como un ignorante que necesita que le impongan lo que debe hacer y que le prohíban expresarse libremente, se parece mucho al comportamiento de aquellos que mandaban en tiempo de Jesús. Nunca deberíamos olvidar que fue crucificado porque -decían los poderosos- "revoluciona al pueblo" (Lc 23,14).

No confiar en la libertad es negar el espíritu que está en nosotros actuando. Solamente seremos libres -y lo mismo la Iglesia- si sabemos acoger y valorar las voces proféticas que, siempre incómodamente, nos llaman a seguir el camino de búsqueda del reino de Dios, anunciando "la buena noticia a los pobres, a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, la libertad a los oprimidos", el oído a los sordos y la vida a los muertos.

El evangelio es clarísimo en decirlo. El no quererlo entender y, sobre todo, el no quererlo vivir quizá sea la raíz de tanta ambigüedad en la misión de la Iglesia y en cada uno de nosotros. Misión que debe ser la misma que la de Jesús.

5. La "buena noticia" es Jesús mismo 

Jesús posee una visión penetrante de la realidad. Por ello el evangelio no es ningún juego: quema. Es la interpelación global y definitiva lanzada por Dios al mundo. Capta todo como es; va a la raíz.

Todos vemos cómo el desarrollo, y el progreso, y el aumento de la renta, al final siempre es en beneficio de los mismos, individuos o naciones. De ahí que haya necesidad de cambiarlo todo, que no sea suficiente con hacer arreglos.

Este es el reto que tenemos planteado, ahora y aquí, los creyentes: sin confundir el evangelio con ningún sistema ni ideología ni partido político, tenemos que demostrar con hechos que no es inútil, que no es opio.

El evangelio valora el pasado y lo integra, abre una puerta de esperanza hacia el futuro, pero se refiere principalmente al presente. En él no lo encontramos todo con una claridad meridiana.

Es una semilla que vale para todo tiempo, que en situaciones nuevas tiene una nueva luz.

¿Estamos nosotros, como los oyentes de Jesús en la sinagoga, ávidos, expectantes y esperanzados?

Los cristianos tenemos que irnos haciendo a la medida de la Palabra y nunca reducirla a nuestros intereses. A Jesús no nos lo podemos inventar.

Si pensamos un poco, veremos claramente que todo lo que le importa al hombre le tiene que importar a Dios, porque para eso es Padre. Y si le importa a Dios, ¿cómo no le va a importar a la Iglesia? Quizá el ser cristiano nos pida, ahora más que nunca, luchar por la promoción humana de los hombres que no tienen el mínimo de condiciones para una vida digna. Es necesario, además, que nos sintamos pobres, cautivos, ciegos, oprimidos, sordos, muertos, para poder comprender el mensaje de Jesús. De otra forma, ¿para qué lo querríamos?

En Jesús se cumplen las esperanzas de los profetas y de los pobres de Israel. Lo que el Antiguo Testamento decía por escrito se hace realidad en la persona de Jesús de Nazaret. Dios se hace transparente en El. Habla y actúa por El, como no lo había hecho ni lo hará nunca en nadie más. Encontrarse con Jesús es encontrarse con Dios. En El está la vida en toda su plenitud. Por eso puede decir: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Con El, el tiempo de gracia ha llegado para los pobres, los cautivos, los oprimidos, los ciegos... Su gran presente es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la miseria y de la esclavitud, liberación del pecado. liberación que siempre es actual para nosotros.

Las palabras del profeta Isaías estaban hechas a la medida de Jesús. El evangelio es una "buena noticia" para todos nosotros: Jesús nos trae coraje, libertad, esperanza, luz, justicia... a los pobres, a los cautivos... Y como todos tenemos algo -o mucho- de todo ello, podemos concluir que esta noticia es para nosotros verdaderamente buena. No lo es, naturalmente, para todos aquellos que se están oponiendo a esta liberación-salvación del pueblo.

Pero, por nuestro modo de ser, por nuestra comodidad, no acabamos de creernos estas "buenas noticias", nos cuesta reaccionar; preferimos "ir tirando".

CZ/LIBERACIÓN: Nos gusta la libertad que Jesús nos trae, cuando la entendemos; pero nos da miedo el "precio" que tenemos que pagar por ella. Inmediatamente nos damos cuenta de que tras la libertad cristiana está la cruz, el cáliz... Pero, y es una experiencia de muchos, cuando se procura vivir el evangelio se va descubriendo la auténtica libertad, la verdadera alegría. El estilo de vida que Jesús nos propone nos permite poder ser personas, poder ser lo que somos. El evangelio nos libera, nos permite ser y actuar de acuerdo con el sentido de la vida que todos queremos y deseamos en lo más profundo de nosotros mismos. Si la cruz y el cáliz siguen presentes en este enfoque, es debido a que, en todo progreso de maduración y crecimiento, las dificultades y el dolor son elementos tan indispensables como la satisfacción y el gozo por lo que vamos alcanzando. ¿Cómo tener lo segundo si rechazamos lo primero?

6. Rechazo de Jesús por sus paisanos

Como es natural, sus paisanos no le creyeron. ¿Cómo un compañero suyo, un trabajador como ellos, iba a tener una misión tan alta? Además, lo que planteaba era muy difícil de aceptar; ellos no eran ciegos, ni cautivos..., ¿qué les importaba aquel anuncio? Todos sabían muy bien que no era más que el hijo de José y María.

Así pasa también entre nosotros. Si viene alguien importante de fuera a hablarnos, vamos a escucharlo. Pero si es un compañero el que quiere hablarnos, no le hacemos caso, no le escuchamos. ¿Qué le va a enseñar un pobre a otro pobre, un hijo a su padre, la mujer al marido, el padre al hijo, el amigo al amigo.... ese cura que todos conocemos y que deja tanto que desear?

Tenemos que usar el evangelio constantemente, como espejo con el que comparar nuestro vivir. Estamos saturados de leyes, de cánones, de normas, de ritos, que nada o casi nada tienen que ver con el Espíritu de Jesús.

El evangelio nos interpela a través de la vida, a través de la dignidad y de los derechos de los hombres más abandonados y oprimidos. No podemos desentendernos de la realidad, tenemos que enfrentarnos con ella para mejorarla, aunque nos cueste y nos comprometa. Todos somos invitados a esta misión de liberación de toda opresión, interna a nosotros y del ambiente que nos rodea, opresión en nosotros y en los demás. liberación del vacío, de la soledad, de la incomunicación, del amor y de la amistad, tan mezclados con el egoísmo, del dolor de la demasiada ternura, de la comodidad, de la falta de compromiso, de los buenos propósitos que se quedan en eso, de los enfrentamientos en el interior de los grupos y de las familias, de la ausencia de Dios en nuestras pobres vidas, de la falta de futuro... De esa lista interminable que todos experimentamos en nosotros mismos.

¿Es práctica frecuente en la Iglesia el "discurso programático" de Jesús en Nazaret? ¿Y en nosotros y en nuestros grupos?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 287-297


7. NO SOLO UN ASUNTO PRIVADO

Para dar la Buena Noticia a los pobres...

Está muy extendida entre nosotros la tendencia a comprender y vivir la fe como un asunto puramente privado. Bastantes piensan que la presencia comprometida de la Iglesia en la vida pública es algo totalmente ajeno a la acción evangelizadora querida por Jesús.

La Iglesia tendría una misión exclusivamente religiosa, de orden sobrenatural, ajena a los problemas políticos y económicos, y debería limitarse a ayudar a sus fieles en su santificación individual.

Pero luego se observa una postura curiosa. Se bendice y aprueba la intervención eclesial cuando viene a legitimar o fortalecer las propias posiciones, y se la condena como una degradación de su misión o una intrusión ilegítima cuando critica las propias opciones. Este doble criterio a la hora de valorar la intervención de la Iglesia, ¿no está indicando una fidelidad mayor a la propia opción socio-política que a la búsqueda sincera de las auténticas exigencias de la fe?

Es indudable que la Iglesia puede en algún caso no respetar debidamente la autonomía propia de lo político y económico. Pero lo que resulta sospechosa es esa reacción casi visceral ante cualquier posicionamiento de la Iglesia que trate de concretar las exigencias sociales de la fe, sin coincidir con nuestra propia posición.

Lo paradójico es que, con frecuencia, se le pide a la Iglesia que «se dedique a lo suyo». Pero, resulta que «lo suyo», es actuar animada por el mismo Espíritu de Jesús quien se veía «enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos... y a dar libertad a los oprimidos».

No se quiere entender que la Iglesia, si quiere seguir a Jesús, debe buscar la salvación integral del hombre, que abarca a las personas concretas, los pueblos, las estructuras y las instituciones creadas por el hombre y para el hombre.

La Iglesia es entre nosotros una institución de gran incidencia pública, un «poder fáctico», como dicen algunos. El problema de la Iglesia es cómo convertirse en servicio evangelizador, inspirador de una sociedad más humana y fraterna, cómo poner su influencia social al servicio de los más desheredados de la sociedad.

La salvación cristiana no puede reducirse a lo económico ni a lo político o cultural, pero la Iglesia «no admite circunscribir su misión sólo al terreno religioso, desentendiéndose de los problemas temporales del hombre». Es un deber suyo «ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización» (Pablo Vl).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 303 s.


8.

Desde hace algunos años, nos hemos convertido en país de inmigración. Por unas razones u otras, han ido llegando hasta nosotros marroquíes, portugueses, latinoamericanos. Lo hacen en un momento de grave crisis económica y plantean un problema más, de no fácil solución.

Se les llama «clandestinos», «ilegales», «sin papeles»; se les relega fácilmente a una situación marginal; malviven, por lo general, en la más absoluta indefensión. Pero son seres humanos como nosotros, que interpelan nuestra conciencia.

Lo más cómodo es la pasividad. Los que nos sentimos insertos en nuestra sociedad por nuestro origen, familia, trabajo o cultura, corremos el riesgo de no tener sensibilidad suficiente para reaccionar ante situaciones injustas de quienes, como los inmigrantes, no se encuentran en nuestra condición.

Es fácil entonces sumarse a una opinión pública desinformada, que presenta a los inmigrantes como «rivales» que vienen a quitarnos un puesto de trabajo o delincuentes peligrosos de los que hay que defenderse. Por ese camino no es difícil que se despierten sentimientos de segregación y xenofobia.

Sin embargo, la política de inmigración de un pueblo, y el trato humano que damos al extranjero, son un buen test para comprobar la verdad de nuestras solemnes proclamas sobre la igualdad de los derechos humanos y la capacidad real de nuestra solidaridad con el Tercer Mundo.

Es verdad que todo país tiene derecho a controlar sus fronteras, pero este derecho ha de concretarse en el contexto global de regulación de los flujos migratorios y desde una actitud de solidaridad elemental con los países más miserables.

Por nuestra parte, los ciudadanos no podemos ignorar su presencia entre nosotros, ni actuar como si fueran «hombres sin derechos». Aunque sean clandestinos según las leyes vigentes, son seres humanos como nosotros, con derechos humanos, sociales y cívicos inalienables, reconocidos por la Declaración Universal y la Convención Europea. Se me dirá que suponen una «carga excesiva» para nuestra economía. Es la objeción de quien desea un mundo más humano, pero desde el aislamiento insolidario. En el fondo, ésta es la cuestión. ¿Queremos que se vayan porque no hay pan para todos, o porque no estamos dispuesto a arriesgar en absoluto nuestro nivel de bienestar aunque otros mueran de hambre?

Aunque resulte impopular, la Iglesia ha de alinearse claramente a favor de estos hombres y defender con decisión sus derechos. De lo contrario, sería infiel a aquel que se sentía «enviado a dar la Buena Noticia a los pobres».

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 63 s.