El
evangelio que hemos escuchado empieza haciendo un resumen de la primera
actividad de Jesús por los pueblos de Galilea y resume el contenido de su
predicación con estas palabras: "Se ha cumplido el plazo. Está cerca el
Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia".
Jesús
marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Dios no tiene ningún libro.
Lo que Jesús proclama es la Buena Noticia de Dios. Que Dios es una buena
noticia. Porque es Padre de los hombres. Que los ama y por eso los ha traído a
la existencia.
"Reino
de Dios" es la expresión que había llegado a formular la esperanza del
judaísmo: la esperanza del momento en que Dios mismo tomaría en sus manos la
dirección de la historia, sin intermediarios, y que esto sería el único medio
de asegurar que ningún mal podría tocar a los fieles. Y esto es lo que viene a
anunciar Jesús: que, definitivamente, la gran noticia de Dios presente en medio
de los hombres para liberarlos ya es una realidad y que, por tanto, hay que
cambiar de manera de pensar y de vivir (=tener ganas de ser liberado y vivir de
acuerdo con esta liberación). Y JC, para proclamar todo esto, empieza reuniendo
un grupo de gente que quiere ir con él y después comenzará a liberar a los
hombres de toda clase de males y a expulsar al demonio.
Veinte
siglos después, los cristianos seguimos diciendo, machaconamente, que el Reino
de Dios está cerca. Es más, decimos que está dentro de nosotros. Pero los
cristianos, probablemente, no creemos lo que decimos y, en consecuencia, no nos
hemos convertido. Pedro, Andrés, Santiago y Juan oyeron estas palabras de
Jesús y las creyeron.
Probablemente
sin llegar a entenderlas, pero las creyeron y dejaron sus barcas, sus redes, su
casa. Era todo lo que tenían. Pero había algo en la llamada de aquel hombre y
en su promesa que, sin pensarlo dos veces, soltaron sus posesiones y marcharon
en pos de Jesús.
"Venid
conmigo". Llamada y respuesta personal. Aquí está el secreto. Es posible
que hasta ahora, los cristianos, hayamos recibido una llamada que podríamos
calificarla de "sociológica".
Hemos
nacido en una civilización, en una familia y en un momento en el que,
fatalmente, teníamos que ser cristianos. Lo hemos heredado como hemos heredado
los apellidos paternos.
Pero
nos ha faltado el enfrentamiento personal con la llamada al cristianismo. Nos ha
faltado la respuesta concreta, consciente, madura, reflexiva. Esta respuesta es
la única que puede ponernos en vía de conversión.
Convertirse
de las costumbres de la vida, incluso de las buenas costumbres. Porque Dios no
está ceñido a costumbres sino que es capaz de presentársenos cada día de
forma nueva y diferente.
No
es moralismo ni humanismo. Es una nueva situación. Una nueva vida en un mundo
nuevo. Una vida nueva que quizá no implique transformación radical de
condiciones materiales pero sí transformará radicalmente nuestra situación.
A
partir de este encuentro con Jesús todas las realidades de este mundo quedan
transformadas. Las realidades humanas: redes, familia, barca, negocios, trabajo,
quedarán definitivamente descentradas, no despreciadas. El centro es Jesús.
Por eso, en adelante, el cristiano llora como los demás, pero no llora como si
no hubiera consuelo. El cristiano ríe y se divierte como los demás, pero no
como si tuviera la felicidad completa. Trabaja y negocia como los demás, pero
no como si esto fuera su verdadera vocación y destino.
"Venid
conmigo". Esta es la invitación que hay que atender. No hay que intentar
convertirse sino procurar estar cada día un rato con Jesús. Ver lo que Jesús
hace. Escuchar lo que Jesús dice y entablar con él una relación personal de
amistad. Dejarse cautivar por Jesús. Poco a poco nos iremos dando cuenta -en la
medida en que nos vamos contagiando de él- de que con Jesús es posible una
nueva forma de ser y de vivir.
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