35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
9-16

 

9. J/CENTRO:

A partir de hoy, hasta que empiece la Cuaresma, seguiremos paso a paso los primeros tiempos de la predicación de Jesús, en Galilea, su patria, según nos los narra el evangelista Mateo. Una predicación que está contenida sobre todo en el sermón de la montaña, que empezaremos a leer el próximo domingo.

-Algo nuevo empieza en Galilea

Hoy, antes de entrar en el sermón de la montaña, Mateo quiere presentarnos los primeros pasos de Jesús, su toma de contacto con el país y con la gente. Allí, en Galilea, en aquella región del norte, que no era el centro de la vida de Israel, que estaba lejos de Jerusalén, hacia las fronteras de los países paganos, un lugar de comercio, en el que se cruzaban gentes de todas las culturas. Y Jesús no se instala en su pueblo, en Nazaret, sino que se va a una ciudad más cosmopolita, en la que se vive más el tránsito de gentes e ideas, en Cafarnaún, junto al lago.

Y Cafarnaún se convertirá en su base de operaciones, será el lugar en el que vivirá y desde el que se desplazará durante todo el tiempo de su estancia en Galilea. Desde allí, desde Cafarnaún, desde aquella tierra medio pagana que vive de la riqueza del lago y de su privilegiada situación como nudo de comunicaciones, empezará a brillar la gran luz. Comenzará un movimiento nuevo, inesperado, que arrastrará muchísima gente. ¿Os habéis fijado en ese modo tan expeditivo que Jesús emplea para llamar a la gente a seguirle? Se acerca a aquellos pescadores -que no serían muy ricos pero que tampoco eran miserables, puesto que por lo menos tenían barca propia-, y les dice que vayan con él. Y ellos, sin pensarlo dos veces, dejan el trabajo y van. Jesús, sin duda, debía inspirar confianza. Debía dar la sensación de que en su modo de actuar y de hablar había algo que verdaderamente valía la pena. Que su anuncio, esa novedad que proponía, contenía verdaderas capacidades de renovación, de cumplir esperanzas, de satisfacer los anhelos tanto tiempo frustrados de aquel pueblo que, como decía el profeta, habitaba en tinieblas.

-El Reino de Dios, anunciado con hechos y palabras

Y así, con ese estilo capaz de despertar a la gente, que levanta en todos ilusiones y deseos de ir con él, recorre Galilea. Como decía la conclusión del evangelio que hemos escuchado: "Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo".

Y esa será, durante buen número de meses, la vida pública de Jesús. No será sólo la vida de alguien que tiene unas enseñanzas que transmitir y que, como los demás maestros de su tiempo, va por las sinagogas explicando la Ley de Moisés: será mucho más.

Porque Jesús irá, eso sí, como dice el evangelio, enseñando en las sinagogas. Pero lo que anunciará, lo que predicará, en las sinagogas y fuera de ellas, no serán simples explicaciones de la Ley o listas de normas para cumplir. Será algo nuevo. Será el anuncio del Reino de Dios, el anuncio de una gran noticia capaz de rehacer la vida y la esperanza. La gran noticia de la felicidad que Dios promete para los hombres. La gran noticia que se recibe -como hemos escuchado- mediante la conversión, es decir, mediante un cambio en el corazón, un cambio que lleva a actuar según los criterios de Dios seguidos hasta el fondo, y no según esa o aquella norma.

El sermón de la montaña que empezaremos a leer el próximo domingo nos presentará con fuerza ese anuncio, y nos invitará a meditarlo: es la vida nueva que Dios promete, y es la vida nueva que los hombres tenemos que vivir.

Y este anuncio, el anuncio de esta vida nueva, fue, en aquel tiempo, verdaderamente capaz de movilizar a la gente, de movilizar a aquellos pescadores del lago, y de movilizar a toda aquella multitud que seguía a Jesús por Galilea.

Pero aún hay más. Jesús, no sólo predica, no sólo habla. Lo hemos oído: predicaba y "curaba las enfermedades y dolencias del pueblo".

Porque el Reino de Dios, la felicidad que Dios promete, no es sólo una felicidad íntima, algo que queda dentro del alma. Es también algo que se puede palpar, que se hace realidad ya ahora, en cada momento. Y por eso, Jesús no se contenta con proclamar la vida nueva de Dios, sino que la convierte en cosas concretas, lucha contra el mal, elimina el mal y el dolor y la tristeza que se encuentra en su camino. Todo a la vez: la palabra y los hechos. Y todo eso, todo a la vez, arrastra a la gente, y crea ilusión, y llega a ser una verdadera luz en un país que habita en tinieblas, algo nuevo que vale la pena seguir.

-¡Que lo sintamos también como una luz para nosotros!

Y ese es Jesús, el Jesús que empieza a hablar y a actuar en Galilea. El Jesús que también habla y actúa para nosotros. Yo os quisiera invitar ahora, muy sencillamente -y quisiera invitarme también a mí- a dejar QUE SE NOS CONTAGIE algo de aquel entusiasmo por Jesús que sintieron aquellos pescadores, que sintió aquella gente. A sentir que lo que Jesús dice y hace es también una Buena Noticia, una luz, para nosotros. Y al propio tiempo, invitaros -e invitarme- a acercarnos más a ese Jesús escuchando con atención, y sobre todo con amor, LAS PALABRAS DEL EVANGELIO QUE LEEMOS AQUÍ CADA DOMINGO. El domingo próximo empezaremos a leer el sermón de la montaña. Y, escuchándolo, le pediremos que nos enseñe a seguirle.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/03


10. ELEMENTOS PARA LA HOMILÍA. Entre otros, citemos:

-Luz para los que buscan en tinieblas. Hemos dicho que Mt ve en el inicio de la predicación de JC la realización de la profecía de Isaías: es la gran luz para el pueblo que caminaba en tinieblas. Luz para nosotros, porque todos vivimos de algún modo en tinieblas (más quizás en tiempos de cambios sociales, culturales y religiosos, en los que a menudo no sabemos qué debemos hacer). Por ello la primera conclusión del comentario de hoy podrá ser: busquemos la luz en JC, en su Evangelio del Reino (todo esto, evidentemente, deberá explicarse y concretarse).

-Nosotros, a pesar de todo, debemos ser ahora esta luz. Hemos leído también cómo JC, desde el inicio de su predicación, llama a gente -muy sencilla- para que le sigan. Para que continúen su misión de ser luz. Forma comunidad, inicia la Iglesia. Porque la Iglesia, después de la resurrección, deberá ser luz para todos los hombres y -especialmente- para los que buscan en las tinieblas. Como dice Pablo: "Cristo me envió a anunciar el Evangelio" (no simplemente a bautizar a los ya convencidos, sino a comunicar a los demás la luz del Evangelio). Y eso es la primera tarea de la Iglesia, la primera que afecta a todos -todos- los cristianos. De ahí que la segunda conclusión sea una pregunta: ¿cómo evangelizamos nosotros ahora? ¿qué hacemos para ser luz para los hombres que viven con nosotros? Ser cristiano (más que limitarse a ir a misa o ser buena persona) es propiamente comunicar Evangelio.

-Cristo no está dividido. Pero para este anuncio del Evangelio es un trágico obstáculo el que los cristianos estemos divididos. Si creemos en un único JC, ¿por qué hay diversas iglesias? Todos los cristianos -todas las iglesias- hemos pedido durante esta semana que se consiga la unidad. También lo pedimos hoy. Y no sólo la unidad con los cristianos de otras iglesias, sino también entre nosotros, miembros de nuestra iglesia. A menudo aquello que es secundario nos divide. Es normal que haya diversas maneras de vivir el Evangelio (según edades, grupos sociales, tendencias) pero nada de eso -que es legítimo- debería romper la comunión entre cristianos. Todos creemos en JC, todos cabemos en la Iglesia. Hemos de querer conocernos mejor, saber escuchar y comprender, saber trabajar juntos. Todos tenemos algo que aportar al conjunto de la comunión cristiana. Y, sobre todo, es preciso que todos reconozcamos que más que nuestros puntos de vista, aquello que importa es que sea anunciado el Evangelio de Jesucristo.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1987/02


11.

-Galilea, encrucijada de los gentiles (Mt 4, 12-23)

¿Hoy comienza la lectura cuasi-continuada del evangelio de san Mateo. Ha sido un acierto el haber elegido este capítulo pues recuerda el principio de la predicación de Jesús en la encrucijada de los gentiles, en Galilea. Presenta a Cristo en su labor de anunciador de la Buena Noticia. Le sitúa cumpliendo la profecía de Isaías proclamada en la primera lectura. El tema del evangelio de Mateo se basa en demostrar que Jesús es el verdadero Mesías. Pero cuando Jesús es reconocido como tal por los gentiles, no es admitido por los judíos. Juan Bautista le había anunciado. Jesús cambia de lugar y se va a Galilea. Este es el comienzo de los desplazamientos de Jesús, el primero de los cuales se sitúa precisamente en Galilea, encrucijada de los gentiles. Juan Bautista había anunciado a Jesús, pero antes lo había hecho ya Isaías. Anunciado así por partida doble, el Señor comienza su predicación. Su tema es sencillo, pero mueve: "Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos". Jesús recorre Galilea entera llevando el mismo mensaje: el Reino ya está aquí; y lo prueba "curando las enfermedades y dolencias del pueblo". En diversas ocasiones nos ha sido dado comprobar que aquello era la señal del Reino.

Pero Jesús manifiesta de manera aún más particular la presencia del Mesías y del Reino: empieza a fundar su Iglesia, a preparar su edificación construyendo progresivamente las columnas que habrán de sustentarla. Busca entre los hombres a los que, junto con él, ayudarán al mundo a liberarse; ellos serán los pescadores de hombres. Así se va llamando sucesivamente a Simón, al que se da el nombre de Pedro, a Andrés, a Santiago y a Juan. Dos veces subraya san Mateo un hecho: los discípulos siguen inmediatamente a Jesús, abandonando sus redes, su embarcación y a su propio padre. Es evidente que san Mateo quiere subrayar esta prontitud con que los discípulos siguen el llamamiento de Cristo. En esta encrucijada de los gentiles es tan potente la luz que es Cristo, que no hay nada que se le resista. Los primeros Apóstoles no se ponen a discutir; reconocen sencillamente a Cristo. Y Jesús empieza a enseñar en las sinagogas.

-El pueblo vio una luz grande (Is 8, 23--9, 4)

San Mateo se ha complacido en recoger la profecía de Isaías que él ve realizada en los primeros pasos dados por Jesús. El texto de Isaías alude a los acontecimientos del año 732, cuando los asirios invaden el norte de Palestina, Zabulón y Neftalí. La población sufrió entonces el destierro. Pero Isaías devuelve al pueblo la confianza: "El pueblo que habitaba en tinieblas, vio una luz grande".

Es patente la aplicación del acontecimiento a la llegada del Mesías y de la Buena Noticia. El pueblo que vive inmerso en la ignorancia de Dios y en la esclavitud de sus propias tinieblas, ve ahora surgir al Mesías que le proporciona la luz. Sobre los que habitan en el país de la sombra ha brillado una luz. El yugo que les oprimía ha quedado roto. Se anuncia así toda la misión de Cristo, que san Mateo ha querido caracterizar al recoger, al principio de su evangelio, el oráculo de Isaías.

También a nosotros se nos presenta esta luz y la Buena Noticia. La obra de la evangelización no se detiene, y nosotros no estamos sólo para confirmarla o ser sus destinatarios, sino para tomar parte en ella. Así, la profecía y el pasaje evangélico leídos hoy, van dirigidos a ponernos en movimiento. Cristo nos pone en acción de doble manera. Se impone un primer paso de índole espiritual: ahí está el reino, anunciado por la luz que recibimos cuando fuimos bautizados; se trata, por lo tanto, de continuar sin descanso la obra de nuestra conversión; pero es preciso también seguir a Cristo y dejar todo lo demás para ir en pos de él y ser pregonero de la Buena Noticia.

Así, pues, el evangelio se muestra exigente: haber visto la luz y haberla aceptado lleva consigo dar unos pasos que resultan costosos a nuestra debilidad. Sin embargo, la extensión del reino depende en parte de nosotros. La Iglesia fue fundada y los Apóstoles son sus pilares. Pero se nos llama a cada uno de nosotros a cooperar en la expansión de la Iglesia y a difundir la Buena Noticia. Los sacrificios que para ello se nos piden pueden ser duros. Los Apóstoles, llamados los primeros, no muestran vacilación alguna; no ocurrirá lo mismo con relación a otros, y el joven rico, aunque había guardado todos los mandamientos, renunciará a seguir a Jesús.

En este seguimiento de Cristo, difícil a veces, la respuesta elegida en el salmo 26 infunde nuevos ánimos: "EI Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?" Sin embargo, esta seguridad sólo puede conseguirse con una condición: buscar una sola cosa, que es habitar en la casa del Señor. La espera activa siguiendo las indicaciones del Señor proporciona esta fuerza y estos ánimos para seguir a Cristo. "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 105-107


12. CV/ALEGRIA: NUNCA ES TARDE 

Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos.

No nos gusta hablar de conversión. Casi instintivamente, pensamos en algo triste, penoso, muy unido a la penitencia, la mortificación y el ascetismo. Un esfuerzo casi imposible para el que no nos sentimos ya con humor ni con fuerzas.

Pero, si nos detenemos ante el mensaje de Jesús, escuchamos, antes que nada, una llamada alentadora para cambiar nuestro corazón y aprender a vivir de una manera más humana, porque Dios está cerca y quiere poner nueva vida en nuestra vida. La conversión de la que habla Jesús no es algo forzado. Es un cambio que va creciendo en nosotros en la medida en que vamos cayendo en la cuenta de que Dios es alguien que quiere hacer nuestra vida más humana y feliz.

Porque, convertirse no es, antes que nada, intentar hacer desde ahora todo «mejor», sino sabernos encontrar con ese Dios que nos quiere mejores y más humanos. No se trata sólo de «hacerse buena persona» sino de volver a aquél que es bueno con nosotros. Por eso, la conversión no es algo triste sino el descubrimiento de la verdadera alegría. No es dejar de vivir sino sentirse más vivo que nunca. Descubrir hacia dónde debemos vivir. Comenzar a intuir todo lo que significa vivir.

Convertirse es algo gozoso. Es limpiar nuestra mente de egoísmos e intereses que empequeñecen nuestro vivir cotidiano. Liberar el corazón de angustias y complicaciones creadas por nuestro afán de dominio y posesión. Liberarnos de objetos que no necesitamos y vivir para personas que nos necesitan.

Uno comienza a convertirse, cuando descubre que lo importante no es preguntarse: «¿cómo puedo ganar más dinero?», sino «¿cómo puedo ser más humano?». No «¿cómo puedo llegar a conseguir algo?» sino «¿cómo puedo llegar a ser yo mismo?». Cuando uno se va convirtiendo a ese Dios del que nos habla Jesús, sabe que no ha de temerse a sí mismo ni tener miedo de sus zonas más oscuras. Hay un Dios a quien nos podemos acercar tal como somos.

Si, al pasar los años, no nos hemos encontrado nunca con este Dios, podremos llegar a ser algo importante, pero habremos equivocado el sentido de nuestra vida. Cuando hoy escuchemos la llamada de Jesús: "Convertíos porque está cerca el Reino de Dios", pensemos que nunca es tarde para convertirse, porque nunca es tarde para amar, nunca es tarde para ser más feliz, nunca es demasiado tarde para dejarse perdonar y renovar por Dios.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 67 s.


13.

1. Luz de los gentiles

Como sucede a menudo, los textos que nos trae la liturgia se reiteran con cierta monotonía, como poniendo a prueba nuestra capacidad de reflexión. Así, casi toda la temática que nos presentan las lecturas bíblicas de hoy ya apareció en anteriores reflexiones nuestras, especialmente en el segundo domingo de Adviento. Por otra parte, el evangelio de hoy, que recoge íntegramente la cita de la primera lectura, es como una visión introductoria que hace Mateo de toda la actividad de Jesús a lo largo de sus escasos tres años de vida pública.

Tratemos, pues, con una epístola que parece ignorar la temática general de los otros textos bíblicos, de ahondar en las reflexiones ya iniciadas. En primer lugar, nos llama la atención la manera que tiene Mateo de usar la Sagrada Escritura, casi forzando los textos en función de cierta idea o mensaje que él quiere sugerir. En efecto, cuando Isaías habla de las regiones de Galilea, semi-paganas y verdaderas fronteras entre el judaísmo y el paganismo, se refiere a la triste situación de aquella zona devastada por los ejércitos asirios. Su situación era de sombras de muerte... Sin embargo, tienen motivo para alegrarse, pues una gran luz ya se cierne sobre ellos. ¿Qué es esta luz? Es la paz que ahora le llega por un «niño que nos ha nacido, un hijo que se nos ha dado.

El tendrá todo y será llamado: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz. Su poder es grande y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, pues lo restaurará y consolidará en la equidad y en la justicia» (Is 9,1ss). Pues bien, cuando Mateo comienza a describir la actividad misionera de Jesús en Galilea, se acuerda del texto de Isaías y presenta entonces a Jesús como la realización de aquellos oráculos.

A Mateo le llama la atención que Jesús inicie su predicación no en Judea ni en Jerusalén, sino en la despreciada Galilea, la Galilea de los paganos, frontera entre la ortodoxia y la heterodoxia. Para él, Galilea es el mismo pueblo pagano evangelizado por Cristo, si bien en la realidad los galileos evangelizados pertenecían a la raza judía. Se insinúa así, aun forzando los textos, hacia dónde apunta el Evangelio de Jesús, cuyas primeras predicaciones parecerían estar más cerca de los paganos que de los judíos.

Fácil le resulta ahora al evangelista ver en Jesús esa «gran luz» anunciada por Isaías, al rey del trono davídico, Príncipe de la Paz, Dios con nosotros... que instaura su reinado de paz y de justicia.

Dos ideas, pues, subyacen a estos pocos renglones de Mateo: Primera: Que Jesús llega como Luz de los pueblos sometidos a las sombras de la muerte.

Segunda: Que son los paganos, es decir, los que no pertenecen visiblemente al pueblo elegido, los primeros destinatarios de esa luz liberadora.

A partir de aquí, podemos entresacar dos interesantes elementos de reflexión: BI/INTERPRETACION:Primero: A Mateo le preocupa el presente de la Iglesia y el sentido de su misión en el mundo. Sólo desde esta perspectiva los textos bíblicos cobran vida y pueden sugerir algo, transformándose en mensaje de Dios. Quizá Mateo emplee un método de análisis bíblico no muy aceptable bajo la lupa de los especialistas de la Biblia. Poco importa. Para él la Biblia no es un libro muerto en cuyas páginas está la Palabra de Dios como una joya encerrada en una caja de seguridad. No lee la Biblia para encontrar datos históricos o científicos, ni siquiera para atarse a una tradición religiosa infalible e inamovible.

Mateo sabe releer la Biblia con perspectiva histórica; y así, a la luz de los nuevos acontecimientos, sabe cargar con nuevo significado textos viejos y hasta anticuados que pueden seguir diciendo algo nuevo al hombre contemporáneo del autor. El caso de hoy ciertamente que no es el único botón de muestra. Todo el evangelio de Mateo, como el de Lucas y demás evangelistas, es una reinterpretación de lo antiguo a la luz de lo nuevo. La verdadera Palabra de Dios no son las letras y renglones grabados en el libro.

La letra es algo muerto y estático. La verdadera Palabra está en los nuevos acontecimientos interpretados, mirados y analizados dentro de todo el contexto de la historia de salvación.

Los cristianos no podemos seguir mirando la Biblia como una especie de depósito del que vayamos extrayendo ciertas verdades.

No es el libro el centro de nuestra fe, sino los acontecimientos a los que se refiere, acontecimientos comenzados en el pasado pero que aún siguen desarrollando su curso. La Biblia alude al comienzo de la historia, a la raíz del proceso; como tal es un libro del pasado. Mas cuando contemplamos lo que hoy sucede, desde aquellos orígenes, sus páginas recobran vida en esa visión más total que vamos teniendo de todo lo sucedido y de lo que aún está por suceder.

Un ejemplo de cuanto vamos diciendo lo tenemos en la misma liturgia: año tras año nos encontramos con los textos bíblicos, a menudo recortados de su contexto y deshilvanados entre sí. Los escuchamos con la paciencia de quien ya sabe a qué se refieren, decimos alguna que otra frase convencional y seguimos adelante convencidos de que «hemos escuchado la Palabra de Dios». ¡Triste imagen de Palabra de Dios!

Sólo hay Palabra de Dios cuando hay historia que hoy se realiza y que se interpreta como dentro de un gran proceso o corriente que, si bien ya nos ofrece en sus orígenes los grandes criterios como para descubrir su sentido, sin embargo deja pendientes aún grandes interrogantes que resolver y revelar.

Ahora entendemos mejor a Mateo: no considera a Isaías como un libro cerrado y definitivo; al contrario, descubre en la Galilea de su tiempo la continuación del hilo histórico iniciado en tiempos del profeta en circunstancias muy distintas; ese hilo es retomado por Jesús, que cubre una nueva etapa de la historia liberadora de Dios, pero que... nos deja a nosotros esos interrogantes que hoy nos acucian y que solamente nosotros podemos resolver con la ayuda, por cierto, de las reflexiones de nuestros antepasados en la fe. Sintetizando: está en nosotros hacer que la Palabra de Dios sea viva y actual. En definitiva, son los acontecimientos actuales los libros que debemos leer. Allí está viva la Palabra de un Dios que no resiste la tentación de seguir manifestándose a los hombres como luz y liberación.

Segundo, y sobre esto ya no insistimos más por eI momento: el aporte nuevo y original que hace Jesús a la historia de salvación, radica, entre otras cosas, en su aproximación a los pueblos marginados por la institución religiosa. La luz llega para aquellos que son considerados tinieblas. El drama, tal como lo presenta el evangelio de Juan, es que quienes se consideran en la luz pueden ser las verdaderas tinieblas.

2. El anuncio del Reino

Jesús interpreta su misión, antes que nada, como la de un profeta que anuncia la llegada del Dios que salva.

Otras preocupaciones tan típicas de los hombres que hacen de la religión una profesión, quedan relegadas a un plano muy secundario. El mismo Pablo sigue en esta línea, pues se siente enviado por Cristo «no para bautizar sino para anunciar el Evangelio» (segunda lectura).

No le preocupan a Jesús en primer lugar las estructuras de la institución religiosa, siempre secundarias y relativas, sino la esencia de la actitud religiosa: descubrir en el mundo la epifanía de un Dios que está en medio de nosotros como guiando este devenir histórico, aunque en forma tan imperceptible que su presencia nos puede pasar totalmente desapercibida.

De esto también hemos hablado en anteriores oportunidades, por lo que sólo extraemos algunas conclusiones.

Una pregunta que sintetiza todo: ¿No estamos haciendo a la inversa, relegando el anuncio del Reino ante otras preocupaciones tan secundarias que ya no interesan a la mayoría de los hombres? Nadie puede dudar de que en la Iglesia no se hagan cosas ni se reflexione ni se planifiquen otras. Pero, ¿están encaminadas a hacer presente el Reino de Dios o a sostener nuestras estructuras eclesiásticas, pretendiendo convencernos de que es definitivo lo que sabemos que es transitorio y relativo; más aún, que deben estar al servicio de ese actuar interior de Dios en los acontecimientos humanos? Es increíble el tiempo que dedicamos a cosas de sacristía, transformando en graves problemas lo que es más un juego de niños o de hombres aniñados. Discusiones sobre la jerarquía, sobre la forma de vivir de sacerdotes y religiosas, hasta sobre el vestido y el sombrero; disquisiciones sobre la manera de llevar a cabo un rito o cómo construir un templo, etc., etc., ¿se justifican ante la urgencia del anuncio del Evangelio de puertas abiertas al mundo entero? Y al decir mundo, no nos referimos solamente a la cantidad de pueblos y razas, sino también a la forma de vida moderna, a los nuevos movimientos ideológicos, a los graves y verdaderos problemas que aquejan al hombre de hoy.

¿No suena a veces a ridículo que mientras un país se debate ante un cambio político o ante una crisis social o ante la amenaza de una guerra, nosotros sigamos ensimismados o sacándonos los ojos por una misa sin casulla o con guitarra? No hace falta que ejemplifiquemos más. Bastará por hoy con que nos preguntemos si verdaderamente todo lo que hacemos pastoralmente está en función del anuncio del Evangelio del Reino; y cómo hacer para que esta misión profética sea la primera y la que dé armonía y valor al resto de nuestras actividades.

La pastoral puede tener dos variantes muy distintas: o estar orientada hacia dentro de la Iglesia como institución, con preocupaciones fundamentalmente jurídicas, técnicas, administrativas, normativas o rituales; o bien estar orientada hacia afuera de sí misma, dejando que las estructuras fluctúen serenamente como trampolines para un compromiso cada día más eficaz con lo único que nos caracteriza en un mundo pluralista: el anuncio del Evangelio; no del libro... sino del acontecimiento que fue ayer y que debe ser hoy. Quitemos de nuestro camino esos arbolitos que impiden ver el bosque. Este «no ver» el bosque puede ser muy peligroso. Es el inicio de la ceguera y de las tinieblas a las que alude el evangelio de Mateo. Su alerta hoy nos toca muy de cerca: el Evangelio busca a la Galilea de los gentiles, se acerca a las fronteras de la institución religiosa y cruza la frontera con nosotros o a pesar de nosotros.

Por eso es bueno continuar con el resto del relato.

3. Pescadores de hombres

Cada vez que hablamos del Reino de Dios y por fuerza soslayamos a las instituciones religiosas, sentimos el temor de ser mal interpretados. El modo occidental de pensar suele ser drástico y tajante: algo es blanco o negro; le cuesta afirmar una realidad sin negar la otra.

Y así el afirmar la primacía del Reino no es para alarmarse de que la comunidad de los «llamados» por Cristo (la Iglesia) no tenga nada que hacer o esté fuera de lugar. Todo lo contrario. Afirmamos que tiene mucho que hacer, aunque no precisamente eso que generalmente suele hacer o en la forma como lo hace. Aunque el evangelio de hoy no use la palabra iglesia, sí expresa su intima realidad: Jesús no se contenta con anunciar el Reino; también llama a algunos en particular y los congrega como grupo de trabajo, formando así una pequeña comunidad, el comienzo de esa gran comunidad que hoy constituye la Iglesia universal.

Es interesante observar que no todos son llamados; sólo algunos, y a estos pocos se les asigna de entrada una tarea muy concreta: «ser pescadores de hombres». Dos elementos nos llaman la atención:

Primero: cuando Jesús evangeliza, se dirige a todos sin distinción; pero sólo llama para una colaboración más estrecha a unos pocos que él mismo elige. A éstos los reúne aparte, les da instrucciones especiales y les asigna un cometido que no parece corresponder a los demás.

Los primeros fueron pescadores y la invitación que les hace a seguirlo es casi una orden; pero los deja en la misma profesión: pescar, echar las redes en lo profundo del mar y en forma indiscriminada.

El simbolismo es claro: los «llamados» deben extender por el mundo la palabra del Evangelio como una gran red que, a ser posible, abarque a todos los peces, no importa su calidad. Discernir sobre la calidad de los peces no es tarea de los pescadores sino de Dios. Lo que ellos deben hacer es echar una y otra vez esta benéfica red que pesca hombres para el Reino universal de Dios.

APOSTOLADO/PESCA: Es posible que la comparación de la pesca no sea tan feliz, al menos para nuestros oídos. Nos puede resultar chocante eso de «pescar hombres», como si éstos tuviesen que ser atrapados por nuestro arte o nuestras mañas.

Por eso no hay que forzar la comparación transformándola en una alegoría cerrada. Sólo, al igual que una parábola, alude a la misión que les corresponde a los «llamados»: que ningún hombre quede fuera del alcance de la palabra liberadora del Evangelio del Reino. Los renglones finales de Mateo aclaran el sentido de la parábola: «Jesús recorría toda Galilea (el mar de los hombres) proclamando el Evangelio y curando las enfermedades y dolencias del pueblo.» Esa es la misión de los llamados por Jesús a la comunidad-iglesia. I/RD RD/I: Segundo: si las anteriores consideraciones tienen cierta validez, parece claro concluir que mientras el Reino está destinado a ser universal, la Iglesia podrá ser siempre un pequeño grupo, más o menos extendido, que no tiene que acomplejarse por tener pocos miembros o por carecer de estructuras de poder. Así lo entendió Jesús cuando sólo eligió a doce apóstoles y luego a 72 discípulos, la mayoría de ellos pobres y carentes de prestigio político o social.

Más aún, ninguno pertenecía a la clase dirigente religiosa de los judíos. Y sólo uno era oriundo de Judea, Judas el traidor. El resto, galileos. Y «¿puede salir algo bueno de Galilea?».

Si aún nuestras reflexiones siguen en pie, podemos concluir que existe una clara diferencia entre convertir a todos los hombres en cristianos (por un lado) y entre llamar a todos los hombres a sentirse partícipes del Reino de Dios (por otro). En el primer caso, la Iglesia trabaja para sí misma, para ensanchar sus fronteras y su poder; en el segundo, la Iglesia sólo procura servir a los hombres, inmersa en las fronteras del mundo, para que el Reino de la justicia y de la paz aflore desde dentro, porque el Reino está dentro como una semilla pequeña pero de fuerza gigantesca.

Que ambas tareas tienden a confundirse es cosa sabida y vivida por largos siglos. Hasta ahora, en general, nos hemos vuelto expertos en pescar gente para la Iglesia. Quizá ha llegado el momento de atender a la consigna de Jesús: pescar para el Reino. Y de paso, meternos dentro de la red...

Resolver este dilema es nuestra tarea. Confundir las dos tareas nos puede llevar a un callejón sin salida.

La Iglesia, sin dejar de atender a sus problemas internos (lógicos y normales como en todo grupo humano), no puede perder de vista su objetivo fundamental: la pastoral del Reino de Dios...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 208 ss.


14.

1. La fe comienza a brillar.

Nada es precipitado, la luz aparece poco a poco. En el evangelio, Jesús, tras enterarse de que habían arrestado al Bautista, al lado del cual estuvo y actuó (según Juan) en los primeros momentos de su vida pública, se retira primero a Nazaret (Lc 4 y el episodio de Caná) y desde allí baja a Cafarnaún, pues su predicación había enfurecido a la gente de Nazaret. Galilea era considerada por Judea -muy celosa de la ley y de la que se esperaba que vendría la salvación- como una región espiritualmente oscura y medio pagana. Pero es precisamente en esta «región de los gentiles» (primera lectura) -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46), y no en la ciudad santa, donde «brilla una luz grande» que acrece la alegría y aumenta el gozo. (También los lugares donde actúan los santos o se aparece la Madre de Dios son a menudo rincones ocultos, pueblos o regiones apartados e insignificantes). El que Jesús sea oriundo de esta región medio judía y medio pagana, y comience su actividad en ella, es como una profecía. Pero en el fondo tanto los judíos como los paganos han habitado hasta ahora «en tierra y sombras de muerte». Sólo Uno puede designarse como «la luz del mundo» y «la luz de la vida» Un 8,12). El «¡levántate, brilla!» que se grita a Jerusalén (Is 60,1) es escatológico, esta dirigido al Mesías, pues los que entonces volvían a casa clamaban: «Esperamos la luz, y vienen tinieblas, claridad, y caminamos a oscuras» (Is S9,9).

2. Pero Jesús, la luz que brilla, no quiere actuar solo; todo hombre, incluso el

Hombre-Dios, es hombre con otros hombres. Por eso Jesús busca enseguida colaboradores: unos sencillos pescadores a los que promete desde el principio que hará de ellos pescadores de hombres. Ellos le siguen inmediatamente. De momento todavía no los vemos actuar; primero tienen que aprender a contemplar y a comprender lo que hace y dice su maestro; sólo después podrán anunciar el mensaje del reino de Dios (del «reino de los cielos») y (por medio de él) curar a los hombres de sus enfermedades. Ahora son contemplativos, para poder ser enviados muy pronto a realizar activamente los fines que Jesús se ha propuesto (cfr. Mc 3,14-15).

3. Las misiones que los discípulos reciben en seguida son tanto las mismas para todos como las adecuadas para cada uno de ellos. En la comunidad en la que Jesús elige a sus discípulos no hay ni colectivismo ni individualismo. Pablo inculca la "unidad en un mismo pensar y sentir" dentro de la Iglesia (en la segunda lectura), aunque en otros pasajes (Rm 12; 1 Co 12) pone de relieve la particularidad de la tarea de cada cristiano. En la Iglesia quedan totalmente excluidas «las divisiones y las discordias», los «partidos» que se designan según determinados jefes y se oponen mutuamente: «¿Está dividido Cristo?». Los relatos vocacionales muestran que los llamados dejan todo por amor del único Cristo (también sus opiniones particulares anteriores) y, con la mirada puesta en él, única cabeza, tienen todos un mismo espíritu. Seguir a Cristo significará en definitiva y necesariamente seguir el camino que lleva a la cruz; si en este camino reinan las divisiones y las discordias, «la cruz de Cristo pierde su eficacia» (1 Co 1,17).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 35 s.


15.TOMANDO POSICIONES

El evangelio de hoy pinta a un Jesús «tomando posiciones». Quizá una lectura rápida del evangelio puede darnos la impresión de que Jesús era «un improvisador», alguien que iba dejando caer su doctrina y sus signos «sobre la marcha», sin demasiada premeditación. Y sin embargo, leyéndolo despacio, encontramos en él unos planes determinados, unas etapas escalonadas, siguiendo siempre «la voluntad de Dios, que era su alimento». Eso es el evangelio de hoy. Una página en acción, que sigue tres objetivos, tres peldaños.

SE ESTABLECIÓ EN CAFARNAUN. Lo mismo que el pueblo de Nazaret fue el lugar idóneo para su larga preparación para la vida pública, Cafarnaún aparece como el lugar estratégico para ese ministerio público. No lo eligió como un lugar estático, al estilo de las orillas del Jordán para el Bautista, sino como un centro dinámico. De allí saldría y allí volvería tras cada correría apostólica. ¿Su «cuartel general»? Isaías había dicho hace mucho tiempo: ..País de Zabulón y de Neftalí .. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande». Eso fue Cafarnaún. Un lugar que empezó a irradiar luz para disipar tinieblas. (Me gusta pensar en una iglesia --parroquias, colegios y universidades cristianas, centros de jóvenes, medios de comunicación...-- tratando de irradiar luz, tratando de disipar tinieblas «desde el evangelio»).

CONVERSIÓN. Ese es, y será siempre, el primer paso de quien quiera seguir a Jesús: Comenzó a predicar Jesús diciendo: «Convertíos porque está cerca del reino de los cielos». Daos cuenta. Es exactamente lo mismo que decía el Bautista. Y es que, en ese sentido, lo que hace Jesús es «tomar el testigo» de Juan y continuar insistiendo en algo básico. Vida de pecado, vida mundanizada, vida de placeres y egoísmos son cosas que «no casan» con «ser discípulos» de Jesús. Para acercarse a Dios, «hay que quitarse las sandalias», como Moisés. A eso nos invita siempre el sacerdote al «entrar al altar de Dios»: a «reconocer nuestros pecados». Los místicos van por el mismo camino: antes de llegar a la vía iluminativa y la unitiva, quieren que pasemos por la «purgativa». Jesús, más adelante, dirá: «Los limpios de corazón verán a Dios». Pero ya desde ahora nos dice: «Convertíos», es decir, «cambiad; fuera el hombre viejo».

Venid y seguidme

Supuesto ese cambio de mentalidad y de corazón, el tercer paso puede ser esa personal «llamada de Jesús»: «Viendo junto al lago a Simón y Andrés, y, más adelante, otros dos hermanos, Santiago y Juan, les dijo: Venid y seguidme; os haré pescadores de hombres». Por culpa de todos, amigos míos, se nos ha ido devaluando la estima de la vocación religiosa y sacerdotal. Sí, de todos: de los padres y de los hijos, de los sacerdotes y de los fieles, del medio ambiente y del mal ambiente, que lo hemos ido creando entre todos. Y, sin embargo, y pese a quien pese, es seguro que Jesús «sigue pasando por las orillas de todos los lagos y sigue invitando». Y es necesario que los invitados, con la ayuda de la comunidad que formamos los cristianos, tengan el coraje de «dejar las redes y seguirle». En cualquier caso, no estará mal que todos, clérigos y laicos, «tomemos posiciones», como Jesús. Primero, sabiendo elegir nuestro «Cafarnaún». Después, metiéndonos en clima de «constante conversión». Después «no endureciendo el corazón, si oímos la voz de Dios».

ELVIRA-1.Págs. 49 s.


16.

Frase evangélica: «Venid y seguidme»

Tema de predicación: EL SEGUIMIENTO CRISTIANO

1. Aunque tradicionalmente se ha hablado de imitación («La imitación de Cristo»), hoy se prefiere hablar de seguimiento. No se trata de copiar materialmente la vida de Jesús, sino de asumir su personalidad y su causa para hacerla presente hoy en las condiciones actuales. El seguimiento exige la donación total de la persona al servicio del Señor en el dominio de la praxis total liberadora. Seguir al Señor es entrar en la vida de su comunidad para construir con su ayuda y nuestro esfuerzo el reino de Dios en este mundo.

2. Jesús invita con autoridad a dos parejas de hermanos a que le sigan con radicalidad. Jesús mira y llama; es él quien tiene la iniciativa. Pero no todas las llamadas fueron correspondidas.

3. En el primer marco evangélico de la invitación al seguimiento, después del martirio de Juan y de la primera proclamación del reino de Dios por Jesús, se unen tres palabras: seguimiento, negación y cruz. No basta con negar o abandonar: eso es una condición para ser libres. Tampoco es suficiente el sacrificio: es la dimensión costosa de una vida generosa y entregada. Lo decisivo es el seguimiento. El abandono de las cosas y la asunción de la cruz son criterio de discernimiento. Los discípulos de Jesús lo siguen desde el primer momento de su llamada.

4. Para entender el seguimiento cristiano es preciso tener en cuenta el programa evangélico que refleja Mateo: Jesús se retira y se encarna en su pueblo, proclama la llegada del reino y llama a sus discípulos para que realicen la obra. Seguir a Jesús entraña recorrer, proclamar, enseñar y curar.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Reconocemos hoy en la Iglesia a los seguidores de Jesús?

¿Por qué nos cuenta tanto seguirlo?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 131 s.

HOMILÍAS 15-20