39 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO
ORDINARIO
31-39
31. DOMINICOS 2004
Comienza este domingo, que llamamos en la liturgia Tiempo Ordinario, con una
gran riqueza en los textos bíblicos y posibilidades de reflexión en los
comentarios. Un espacio propicio para generar, poco a poco, la adhesión a Jesús
que ha de ser el motor de una fe vivida.
En la segunda lectura el apóstol Pablo ofrece una amplia respuesta al problema
de los carismas, quizás respondiendo a preguntas formuladas por las mismas
comunidades, y que desarrolla paulatinamente.
La unidad del Dios trino constituye el fundamento y punto de partida de los
diversos dones, carismas, servicios, funciones que recaen sobre diferentes
personas de la comunidad. Es preciso reconocer la diversidad de gracias o dones
que se reciben, conforme al beneplácito de la bondad divina; al mismo tiempo se
pone de relieve el inequívoca unidad. Equilibrio entre unidad y diversidad;
diversidad de acciones y manifestaciones operativas que se logran manteniendo la
unidad dentro de la comunidad.
El relato de Caná recogido en el evangelio es programático y no cabe separar la
historia del símbolo, los hechos de su significado. Ante todo se ha de resaltar
la teofanía, la revelación en esplendor del misterio de Jesucristo, quien se
manifiesta con el primero de sus signos para poner de relieve su gloria y
aumentar la fe de sus discípulos.
El signo es el medio, instrumento al servicio de la realidad. El problema radica
en descubrir la realidad, realidad que se alcanza con la fe; la persona misma de
Jesús, o de Dios, manifestándose a los hombres. Ya desde la creación se anuncia
y prepara una misteriosa alianza con los hombres, a los que Dios ama como se
aman los esposos. Desposorios que Jesús realiza con la humanidad, entregando su
vida libre y amorosamente. Poco a poco irá revelando su Gloria; diferentes
signos le acompañarán hasta la consumación de la cruz; el buen vino irá asociado
al día del Mesías salvador y libertador.
María, los discípulos, los parientes, los invitados a las bodas (la nueva
familia de Jesús) son los destinatarios del vino nuevo; había demasiada agua
para lavarse y poco vino para beber. Es el signo que pone de manifiesto la forma
nueva de vivir, de trabajar las realidades cotidianas.
Comentario Bíblico
Jesús inaugura una religión de vida
Después de Navidad y Epifanía, y antes de llegar a la Cuaresma, se intercala un
tiempo intermedio, en la liturgia de los domingos, que se toma del tiempo común
en el que se siguen las lecturas del Ciclo C. Pero en realidad este “segundo
domingo” siempre ha sido un domingo de transición que ha tenido como marco los
capítulos primeros del evangelio de Juan, que es leído, normalmente, en los tres
ciclos, durante el tiempo de Cuaresma y Pascua.
Iª Lectura: Isaías (62,1-5): El enamoramiento de Dios desde la justicia
I.1. La lectura profética está tomada de la tercera parte del libro de Isaías
(se le llama el Tritoisaías); y el profeta discípulo, o de la escuela de Isaías
en sentido amplio, anuncia una nueva Jerusalén, la ciudad de Sión, bajo el
lenguaje poético del enamoramiento y el amor divinos. La gran pasión del profeta
Isaías fue Jerusalén, donde estaba el templo de Dios o, lo que es lo mismo, su
presencia más determinada según la teología de los especialistas. Pero ni
siquiera la presencia de Dios se garantiza eternamente en un lugar o en una
ciudad, si allí, sus habitantes y todos los que deseen venir a ella, no se
percatan de la necesidad de la justicia como signo de salvación. La estrecha
unión, en los profetas, entre la presencia de Dios y la justicia es algo digno
de resaltar. Es evidente que Dios no puede comprometerse con un pueblo que no
cuida a los pequeños, a los desgraciados y a los que no tienen casi nada. Si la
religión es “religarse” a Dios
I.2. Conceptos y palabras fuertes son las que podemos oír en este bello poema
profético (que debemos leer desde 61,10): amor, justicia, salvación. Es como la
descripción de la boda de un rey victorioso con su esposa, que en este caso es
Sión, Jerusalén. La boda, en realidad, es una victoria, la victoria de la
justicia (sdqh). Esa es su corona y su triunfo: desposar a la amada Jerusalén.
Por lo mismo, hablar de una Jerusalén nueva es anunciar una religión nueva,
revivida por el amor eterno de Dios. Jerusalén es la esposa, pero ¿qué hace una
esposa desposada si en sus bodas falta el vino nuevo del amor? Eso es lo que
sucedió en las bodas de Caná, en Jerusalén, en la religión judía, hasta que
interviene Jesús ofreciendo el vino nuevo del amor divino. Una religión sin amor
es como unas bodas sin amor. Y muchas veces nos acostumbramos a practicar ese
tipo de religión: vacía, sin sentido, sin enamoramiento.
IIª Lectura: 1Corintios (12,4-11): Los carismas y el bien común de la comunidad
II.1. En el pasaje de la carta a los Corintios de San Pablo que leemos hoy
encontramos la teología de los carismas en la comunidad. Este texto está
elaborado por dos conceptos que se atraen: unidad y diversidad. Hay diversidad
de carismas, de ministerios y de funciones, pero en un mismo Espíritu, en un
mismo Señor, en un mismo Dios (he aquí la unidad). Pero sobresale el papel del
Espíritu como fuente inmediata de los carismas, servicios y actuaciones. No es
ahora el momento de fijarnos en la diversidad o en la misma enumeración y orden
que Pablo establece. Podría ser curioso el orden y el sentido de los mismos,
pero no es el momento de hacer una lectura exegética que, además, debería tener
en cuenta todo el conjunto de 1Cor 12-14 para mayor alcance. Quizás los dos
últimos, el de hablar en lenguas (glosolalia) y el de interpretarlas estarían en
el fondo de un problema que se ha suscitado en la comunidad y sobra lo que han
consultado al apóstol. El criterio, no obstante, es que los dones especiales que
cada uno tiene, por el Espíritu, deben estar al servicio de la comunidad
cristiana.
II.2. El fenómeno de la glosolalia es extático y tiene que ver con algunos
elementos de este tipo en el mundo helenista, como en Delfos o las Sibilas.
Quizás habría de tomar en consideración las palabras de K. Barth, quien decía
que este tipo de oración podría llamarse «expresión de lo inexpresable». El
apóstol san Pablo en 1Cor 14,18 apunta, incluso, que él mismo es capaz de
«hablar en lenguas» y no parece que haya ironía en sus palabras. Algunos
corintios estaban deslumbrados con este carisma que consideraban de los más
brillantes y celestes, casi como un meterse en lo divino. Pero ¿quién lo puede
entender? Tiene que haber alguien que lo interprete. Pablo no habla con ironía
sobre este caso, repetimos, pero su criterio es decisivo: el bien de la
comunidad.
II.3. Estamos ante una teología que pone de manifiesto la vitalidad de una
comunidad cristiana donde el Espíritu (como el vino nuevo de la vida) concede a
cada uno su papel en el servicio en beneficio de los otros: unos predican, otros
alaban, otros consuelan, otros profetizan, otros se dedican a los pobres y
desheredados; todo bajo el impulso del Espíritu de Jesús. Pablo les habla de
esta manera a una comunidad que no era precisamente un prodigio de unidad, sino
que había algunos que pretendían imponerse sobre los otros en razón de roles que
podían resultar extraños y donde se buscaba más el prestigio personal que el
servicio a la comunidad. Estos dones, pues, si no saben ponerse al servicio de
todos no vienen del Espíritu.
Evangelio: Juan (2,1-11): Llenar la religión de alegría y vida
III.1. El evangelio de hoy nos propone el relato de las bodas de Caná como el
primer signo que Jesús hace en este evangelio y que preanuncia todo aquello que
Jesús realizará en su existencia. Podríamos comenzar por una descripción casi
bucólica de una fiesta de bodas, en un pueblo, en el ámbito de la cultura hebrea
oriental. Así lo harán muchos predicadores y tienen todo el derecho a ello. Pero
el evangelio de Juan no se presta a las descripciones bucólicas o barrocas. Este
es un relato extraño que habla de unas bodas y no se ocupa, a penas, de los
novios. La novia ni se menciona. El novio solamente al final para reprocharle el
maestresala que haya guardado el vino bueno. La “madre y su hijo” son los
verdaderos protagonistas. Ellos parecen, en verdad, “los novios” de este
acontecimiento. Pero la madre no tiene nombre. Quizás la discusión exegética se
ha centrado mucho en las palabras de Jesús a su madre. “¿qué entre tú y yo”? o,
más comúnmente. “¿qué nos va ti y a mi”? Y el famoso “aún no ha llegado mi
hora”. Cobra mucha importancia el “vino” que se menciona hasta cinco veces, ya
que el vino tiene un significa mesiánico. Y, además, esto no se entiende como un
milagro, sino como un “signo” (semeion), el primero de los seis que se han de
narrar en el evangelio de Juan.
III.2. La fuerza del mensaje del evangelio de este domingo es: Jesús, la palabra
de vida en el evangelio joánico, cambia el agua que debía servir para la
purificación de los judíos -y esto es muy significativo en el episodio-, según
los ritos de su religión ancestral, en un vino de una calidad proverbial. El
relato tiene unas connotaciones muy particulares, en el lenguaje de los
símbolos, de la narratología y de la teología que debemos inferir con decisión.
El “tercer día” da que pensar, pues consideramos que es una expresión más
teológica que narrativa. El tercer día es el de la pascua cristiana, la
resurrección después de la muerte. No es, pues, un dato estético sino muy
significativo. También hay una expresión al tercer día en el Sinaí (Ex 19,11)
cuando se anuncia que descendería Yahvé, la gloria de Dios.
III.3. La teología del evangelio de Juan quiere poner de manifiesto, a la vez,
varias cosas que solamente pueden ser comprendidas bajo el lenguaje no explícito
de los signos. Jesús y su madre llegan por caminos distintos a estas bodas;
falta vino en unas bodas, lo que es inaudito en una celebración de este tipo,
porque desprestigia al novio; la madre (no se nos dice su nombre en todo en
relato, ni en todo el evangelio) y Jesús mantienen un diálogo decisivo, cuando
solamente son unos invitados; incluso las tinajas para la purificación (eran
seis y no siete) estaban vacías. Son muchos vacíos, muchas carencias y sin
sentidos los de esta celebración de bodas. El “milagro” se hace presente de una
forma sencilla: primero por un diálogo entre la madre y Jesús; después por la
“palabra” de Jesús que ordena “llenar” las tinajas de unos cuarenta litros cada
una.
III.4. María actúa, más que como madre, como persona atenta a una boda que
representa la religión judía, en la que ella se había educado y había educado a
Jesús. No es insignificante que sea la madre quien sepa que les falta vino. No
es una boda real, ni un milagro “fehaciente” lo que aquí se nos propone
considerar primeramente: es una llamada al vacío de una religión que ha perdido
el vino de la vida. Cuando una religión solamente sirve como rito repetitivo y
no como creadora de vida, pierde su gloria y su ser. Jesús, pues, ante el ruego
de las personas fieles, como su madre, que se percatan del vacío existente,
adelanta su hora, su momento decisivo, para tratar de ofrecer vida a quien la
busca de verdad. Su gloria no radica en un milagro exótico, sino en salvar y
ofrecer vida donde puede reinar el vacío y la muerte. Esa será su causa, su hora
y la razón de su muerte al final de su existencia, tal como interpreta el
evangelio de Juan la vida de Jesús de Nazaret. De una religión nueva surgirá una
comunidad nueva.
III.5. Podríamos tratar de hacer una lectura mariológica de este relato, como
muchos lo han hecho y lo seguirán haciendo. El hecho mismo de que este relato se
haya puesto como el segundo de los “misterios de luz” del Rosario de Juan Pablo
II es un indicio que impulsa a ello. Pero no debemos exagerar estos aspectos
mariológicos que en el evangelio de San Juan no se prodigan, aunque contemos con
la escena a los pies de la cruz (Jn 19,26-27) que se ha interpretado en la clave
de la maternidad espiritual de María sobre la Iglesia. Nuestro relato es
cristológico, porque nos muestra que los “discípulos creyeron en él”. Eso quiere
decir que la mariología del relato (el papel de María en las bodas de Caná) debe
estar muy bien integrada en la cristología. María en el evangelio de Juan puede
muy bien representar a una nueva comunidad que sigue a Jesús (como el discípulos
amado) y que ve la bodas de esos novios que se quedan sin vino como una lectura
crítica de un “judaísmo” al que combaten “los autores” del evangelio de Juan. De
ahí que la respuesta de Jesús a su madre en el relato, si lo hacemos con la
traducción más común: “¿qué nos va a ti y a mí?”, puede tener todo su sentido si
el evangelista quiere marcar diferencias con un judaísmo que se está agotando
como religión, porque ha perdido su horizonte mesiánico. Y unas preguntas
finales: ¿y a nuestra religión qué le está sucediendo? ¿es profética; trasmite
vida y alegría?.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
A la hora de ofrecer pautas para elaborar personalmente la homilía de este
domingo podemos usar el conocido marco: Ver-juzgar-actuar.
VER: No tienen vino.
Los novios han invitado a María, y a Jesús con sus amigos a la boda;
posiblemente eran familiares. Poco importa para ver que María la Madre de Jesús
se diera cuenta de lo sucedido: Se acabó el vino.
El episodio es totalmente humano; el ambiente festivo; los invitados están
entretenidos con la comida y la conversación. Dios bendice el amor que consagra
la unión del hombre y la mujer; amigo de la vida, la alegría, la familia.
Puede verse la presencia de Jesús en una boda como la santificación de todas las
bodas, del mismo modo que quiso nacer en el marco sencillo y natural de una
familia. Jesús quiere hacerse presente en todas las bodas para elevarlas a la
dignidad sacramental y convertir así el sacramento en fuente de gracia.
Muchas veces se acaba el buen vino; se pierde la gracia y la alegría, está lejos
el amor servicial y fiel que manifiesta la presencia del mismo Jesús en la vida
y convivencia cotidiana. Deslealtad, egoísmo, incomprensiones con los demás
miembros de la casa que producen un olor de acidez y agresividad nada parecido
al del amor, la acogida y la comprensión.
JUZGAR. María, la madre, informa a Jesús de lo ocurrido.
El episodio puede ser adornado con multitud de matices, pero siempre nos ha de
conducir a la mirada atenta de quien (al margen de su propia satisfacción
personal) observa la realidad con ojos nuevos y descubre profundos contenidos.
El amor esponsal sirve para hacernos comprender mejor el amor de Dios. Todo
hombre es imagen de Dios, sobre todo cuando ama y cuanto más grande sea el amor,
más fuerte la semejanza; muchas expresiones bíblicas nos llevan al amor
apasionado de los novios, de los esposos, para poner de relieve el modo de amor
Dios a la humanidad.
Dios nos ama a cada uno como un enamorado, nos mira con enorme cariño, capaz de
la mayor entrega y generosidad. Dios nos declara su amor, y en boca del profeta
Oseas nos recuerda su predilección, gratuita y misericordiosa. Es el modo de
amar Jesús a la humanidad.
Con los ojos de la fe y del amor, que solamente Dios puede derramar en nuestros
corazones podemos descubrir las carencias del buen vino que hay en la sociedad,
en las familias, en las personas; todos anhelando felicidad y olvidados de estar
sentados a la mesa que ofrece el mejor vino servido a última hora.
El vino se ha multiplicado; el signo se ha producido. La conversión del agua en
vino fue el primer signo de Jesús para remediar la situación apurada de unos
novios, y especialmente para que los discípulos creyeran en Él. Unos signos que
pueden tener muchas interpretaciones y niveles de aplicación, en los que se
mezcla la actitud personal y la luz recibida de lo alto.
ACTUAR: Haced lo que Él os diga.
Por la mediación de María se realiza el milagro después de llenar las seis
tinajas de agua; aquellas vasijas tenían otro destino y servicio habitual y de
momento pasan a ser los mejores toneles de la comarca. Los servidores
intervinieron eficazmente colaborando con su arte y sencillo hacer para la
verificación del signo salvador y santificador.
Jesús comenzó a mostrar su mesianidad. Fue el primero de los siete signos que
relata san Juan; muchos los vieron y algunos contemplaron su gloria; otros
quizás se quedaran murmurando el despropósito del mayordomo.
María sigue invitándonos a hacer lo que Él nos diga. Jesús ha hablado y actuado
en el evangelio para convocar discípulos que le sigan tras sus huellas; la
llamada y el camino siguen abiertos. Las necesidades de cambiar mucho agua en
buen vino aparecen por cualquier rincón de la humanidad; faltan los servidores
que estén dispuestos a la sencilla tarea de llenar tinajas de agua, u ofrecer
sus pequeños óbolos de viudas.
Fr. Manuel González de la Fuente, OP
Mgfuente.dominicos@telefonica.net
32.
Nexo entre las lecturas
La imagen de las bodas ocupa un puesto central en la liturgia de hoy. En el
Evangelio se habla de las bodas de Caná, pero sobre todo se insinúa a Jesús como
esposo. Jerusalén ya no será llamada "Abandonada" ni "Devastada", sino que será
llamada "Desposada" y su tierra tendrá un esposo (primera lectura). La comunidad
cristiana, esposa de Cristo, goza de la diversidad de carismas que el único y
mismo Espíritu derrama sobre ella para ponerlos al servicio de todos, y que
constituyen las arras de Cristo-esposo (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. La prefiguración esponsal del Mesías. En el Antiguo Testamento se menciona
con frecuencia la figura del esposo para hablar de las relaciones de Yahvéh con
su pueblo Israel. Dios, en cuanto esposo, se muestra por un lado celoso de su
pueblo; celo que se manifiesta como castigo cuando la esposa no corresponde; un
castigo purificador y que invita a volver al amor primero. Por otro lado, Dios
se revela como un esposo fiel, que mantiene su palabra de alianza, de
indisolubilidad y de lealtad a pesar de todo. Finalmente, es un esposo que
rebosa de gozo al estar con su pueblo y acompañarlo en sus vicisitudes. Porque
Yahvéh es celoso, Jerusalén fue abandonada por Él y devastada por sus enemigos;
porque es fiel, volverá a ser llamada desposada. Porque es un esposo gozoso,
infunde y derrama ese mismo gozo en todo Israel, como un don precioso y
magnífico para la esposa. La figura esponsal de Yahvéh, con las tres
características indicadas, prepara la revelación de Jesús como esposo de la
Iglesia en el Nuevo Testamento.
2. Ha llegado la era mesiánica. En el Nuevo Testamento el Mesías aparece bajo la
figura del esposo. En el texto de las bodas de Caná Jesús es insinuado como
esposo en las palabras del maestresala al recién casado: "Todos sirven primero
el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el
vino nuevo hasta ahora". En realidad, el "tú" se refiere no tanto al esposo,
cuanto a Jesús. Este texto es importante, dado el carácter programático que
posee en la estructura del cuarto evangelio. ¿Hay algo característico en esta
figura de Jesús esposo? 1) Ciertamente, el poder de cambiar el agua en vino que
alude al incipiente gozo y plenitud de gracia del Reino de Dios. El agua del
Antiguo Testamento, del Mesías esperado, se convierte en vino del Nuevo
Testamento, del Mesías llegado. 2) La abundancia mesiánica. Jesús no convierte
en vino unos pocos litros de agua, sino una gran cantidad (240 litros). La
sobreabundancia y generosidad de Jesús al inicio de su vida pública
caracterizará el resto de su existencia terrena y la vida misma del
cristianismo, del que constituirá un elemento estructurante. 3) El Mesías esposo
manifiesta su gloria a sus discípulos, que creyeron en Él. La gloria del esposo
es precisamente entregarse en plenitud a la esposa y de esta manera iniciar una
nueva era de relaciones de Dios con la humanidad: la era cristiana.
3. Las arras del Mesías-Esposo. Las arras son el símbolo de la alianza entre los
esposos. Las arras que Jesús-esposo ofrece a la Iglesia-esposa son los carismas,
que otorga mediante su Espíritu. Todos y cada uno de los carismas se los entrega
Cristo a su Iglesia para que pueda realizar su vocación esponsal. El Espíritu
distribuye estos carismas con gran libertad, pero a la vez endereza todos ellos
a la utilidad común de toda la Iglesia. Con ellos, la Iglesia puede garantizar
su fidelidad a la alianza esponsal con Cristo. A mayor abundancia de carismas en
la Iglesia, mayor posibilidad de realizar con perfección su vocación esponsal y
su misión de sacramento universal de salvación entre los hombres.
Sugerencias pastorales
1. La generosidad, virtud cristiana. Dar y darse, entregar y entregarse,
donación, generosidad...son palabras frecuentes en el vocabulario de los
cristianos. Las escuchamos no pocas veces en las homilías, en la catequesis, en
la conversación cotidiana. Gracias a Dios, no son sólo palabras, sino una
verdadera realidad en la Iglesia. Está la generosidad en dar parte de los bienes
propios. No cabe duda que los cristianos de los países ricos entregan notables
cantidades de dinero y otros bienes económicos a los cristianos y no cristianos
de los países pobres, o que sufren el flagelo de la guerra o de las calamidades
naturales. Es inmenso el bien que hace Caritas internacional, Adveniat, Kirche
in Not, Missio, Los Caballeros de Malta, los Caballeros de Colón, y tantas otras
instituciones benéficas de carácter nacional o internacional. Está la
generosidad del darse a sí mismo. ¡Cuántos misioneros y misioneras, cuántas
voluntarias y voluntarios, que entregan su vida, fuera de su patria, en países
lejanos, en medio de grandes dificultades, con peligro incluso de acabar la vida
acribillado de balas o bajo el filo del machete! Todos ellos han marchado a sus
destinos dispuestos a perder la vida, si es necesario, para ganarla de nuevo en
Cristo. Está la generosidad interior, la generosidad del corazón para con Dios,
para con el vecino, para con el hijo enfermo de Sida o drogadicto, para con el
marido en estado terminal, para con la madre anciana y que ya no puede valerse
por sí misma. Tantas personas que quizá no dan dinero o dan poco, porque no
tienen, ni tampoco se van de misioneras o voluntarias a otros países, pero que
se dan a sí mismas, su cariño, su paciencia, su disponibilidad, su tiempo, su
virtud, su ciencia...
2. La Nueva Era cumple dos mil años. En estos dos últimos decenios se ha hablado
mucho de nueva era (New Age). Es un movimiento cultural y religioso reciente,
que se opone como alternativa al cristianismo. Según él, el cristianismo ha
cumplido su ciclo vital, escrito en el zodíaco, y está ya a las puertas el nuevo
ciclo, el ciclo del acuario que instaurará una nueva era en la historia de la
humanidad. Es un movimiento confuso y difuso, sin estructura y sin fuste, pero,
que como la neblina, penetra todos los espacios: arte, medios de comunicación,
cine, religión, instituciones, etc. Es un nuevo mesianismo con ribetes de
científico y espiritual al mismo tiempo. Ante tal situación, someramente
descrita, es necesario afirmar que Mesías hay uno solo, y que ese Mesías
esperado por el pueblo de Israel y por las naciones ya llegó hace dos mil años
con la encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret. Que la nueva era comenzó con
Jesucristo Mesías y que, después de dos mil años, sigue siendo absolutamente
nueva, porque no es obra tanto de los hombres cuanto del mismo Dios. ¡Atentos a
la moda de la nueva era y a la nueva era de moda!
P. Antonio Izquierdo
33.
El domingo pasado celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús. A la vez nos recordaba nuestro propio bautismo, e hicimos la renovación de nuestros compromisos o promesas bautismales. Renunciamos de nuevo a Satanás, padre de la mentira y también a sus vanidades o pompas y a sus obras, que son los pecados.
Así hemos cerrado la puerta de la primera etapa del Año Litúrgico, donde hemos celebrado y profundizado un poco más este misterio de la ENCARNACIÓN. En realidad de verdad no hemos cerrado la puerta, la hemos dejado ENTORNADA, porque seguiremos viviendo este Misterio de la ENCARNACIÓN hasta el final de los tiempos y hasta el final de nuestra vida individual.
Y con esta disposición y actitud comenzamos este otro tiempo, que llamamos Tiempo Ordinario para diferenciarlo de otras etapas o Tiempo Extraordinario, donde revivimos y actualizamos los tres grandes misterios del Cristianismo: el primero es el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, (la Navidad decimos popularmente. Este misterio de la Encarnación anuncia y nos prepara al segundo gran misterio, que es la cumbre de la vida cristiana, y nos llena de esperanza en el triunfo definitivo para toda la humanidad: con el misterio de la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, al tercer día de morir crucificado y ser sepultado. Como Él, nosotros resucitaremos.
Y se completa este tiempo extraordinario de celebraciones con la consecuencia lógica del gran misterio de la Pascua de Resurrección, el tercer misterio, que le llamamos de Pentecostés o venida de la “plenitud del amor de Dios” o ESPÍRITU SANTO.
ENCARNACIÓN, PASCUA y PENTECOSTÉS constituyen esas tres etapas o tiempos extraordinarios, que los celebramos en 18 semanas a través del año.
Hoy comenzamos el Tiempo Ordinario. Celebraremos solamente 7 domingos de los 34 que forman el Tiempo Ordinario, porque será interrumpido ese ritmo por la preparación (Cuaresma- 40 días) para celebrar el misterio de Pascua o Resurrección de Jesucristo.
Pero estos siete primeros domingos forman una unidad catequética. Hay una lógica en la relación de las enseñanzas de cada domingo, trasmitiéndonos una revelación, un mensaje sorprendente para vivir de verdad la vida cristiana, el verdadero cristianismo, sin máscaras de verbena, ni disfraces de carnaval.
La revelación y enseñanza clave de esta catequesis de estos siete domingos, la podíamos resumir así:
· Como telón de fondo está la revelación de la ENCARNACIÓN.
Que “antes de la creación del mundo, Dios nos eligió en la persona de Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”
Dios, pues, “nos quiere con locura”, por eso se ENCARNA, como medio privilegiado para que seamos hijos por adopción.
· En este segundo domingo ya se nos manifiesta ese amor que Dios nos tiene, empleando el lenguaje y la realidad humana más conocida por los seres humanos para expresar el AMOR: los desposorios y el matrimonio. Dios se quiere casar con la Humanidad, con cada uno de nosotros. : “Ya no te llamarán “Abandonada”. “Tu tierra tendrá marido”. “ así se desposa contigo el que te construyó”.
Te revestirá de dones del Espíritu
En las bodas de Caná, se convierte en el protagonista de la boda. El se casa con los comensales a los que invita y regala con el mejor vino. Y María, la Madrina de la boda, nos invita a seguirle: “Haced lo que él os diga”
¿Será posible que Dios esté enamorado de la humanidad, de ti y de mí y de esta comunidad cristiana? Apenas se ha encarnado, se ha hecho niño, se ha hecho humano, ya quiere llevar adelante este misterio de encarnación hasta la unión y transformación perfecta del ser humano. Lo quiere divinizar, a medida que nosotros le hacemos sitio en nuestro corazón para irse él también humanizando en nosotros. Es Emmanuel, Dios con nosotros y nosotros con él.
Y la unión más perfecta que conocen todas las culturas y todos los pueblos del mundo es la realidad del matrimonio y en ese lenguaje nos habla y se nos revela, se nos declara, como os acabo de decir.
. El profeta Isaías en la primera lectura nos presenta el símbolo de las Boda de Dios-Yahvé y Jerusalén, que es la representación del pueblo de Israel, es decir, las bodas de Dios con su pueblo, que somos a su vez, cada uno de nosotros y nuestra comunidad cristiana parroquial. Quiere expresar de alguna manera, con el lenguaje de esponsales y de bodas, una realidad de convivencia y de don mutuo entre el amor de Dios, enamorado y prometién- dose en matrimonio a la humanidad, y cada uno de nosotros. ¿Por qué Dios nos quiere tanto? ¿Por qué nos aprecia tanto? ¿Tan grandes somos? ¿Tanto valemos?
Si desgraciadamente nosotros no nos apreciamos, ni valoramos y fácilmente nos degradamos y nos prostituimos con los pecados, nos tenemos que preguntar, te tienes que preguntar: ¿Qué ves en mi, Señor, qué ves en mí, que yo no veo? Y el profeta Isaías nos dice lo que ve en nosotros y lo enamorado que está de nosotros, que hasta olvida y perdona todos nuestros pecados, todas nuestras traiciones, todas nuestras infidelidades, hasta darnos un nombre nuevo. “No te dirán más Abandonada, ni llamarán a tu tierra “Desolada”. A ti te dirán MI FAVORITA y llamarán a tu tierra Desposada. Porque el Señor encuentra en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo. Y así, como un joven se casa con una virgen, así te desposará tu Creador; y así como se alegra un marido ante su esposa, así el Señor se alegrará de ti”.
Nosotros, queridos hermanos, que vamos mendigando el amor, y experimentamos tantos fracasos: la novia que se siente abandonada de su novio ¡Cuántas traiciones y cuantos dolores entre novios! El marido o la esposa que se encuentran burlados y humillados en sus personas por la infidelidad del otro. Los padres, dolidos por el abandono y el alejamiento de los hijos. Los falsos amigos que dejan herido nuestro corazón. Nosotros, mendigos de amor, pordioseros de cariño.
¿Y no os parece extraordinario saber hoy, que Dios nos brinda su amor fiel, sincero y verdadero y para siempre, aunque yo rompa la alianza? ¿Qué Dios se nos ofrece en esponsales a pesar de nuestras infidelidades, pecados y abandonos?
Para esa unión, en que formaremos con él, como los esposos, una sola vida, nos adorna y nos engalana con toda clase de dones, como nos lo ha recordado San Pablo en la segunda lectura.
El Evangelio de hoy no solamente nos confirma este deseo de esponsales, sino que nos dice que ya ha llegado el momento de las realidades. Con el milagro o signo de aquella boda, en Caná de Galilea, en que trasformó el agua en vino, (más tarde será la del alimento –pan y vino- en su cuerpo), dio comienzo Jesús, estas señales elocuentes, nos ha dicho el evangelio: “Y manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos” Esto ocurre en el marco y ambiente de unas bodas. El vino empieza a escasear ¿Se acabará la fiesta? Jesús convierte lo ordinario y ritual, como el agua, en algo extraordinario y de valor, como es el vino. Y esto lo hace de manera pródiga: como unos 600 litros de vino aparecieron.
Jesucristo acaba, siendo en el relato, el protagonista de la boda. El novio queda desdibujado, porque el verdadero novio es él. Los invitados son los favorecidos como una novia. La madrina es María. Nos lleva a los esponsales, diciéndonos muy quedamente. “Haced lo que él os diga”
Así anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos, que se profetizaban bajo la forma de un banquete de bodas, donde la abundancia, riqueza y prodigalidad de bienes era su característica. Sus discípulos creyeron en Él, porque se manifestó como el verdadero esposo que da el vino mesiánico en su abundancia, para que la fiesta no acabe nunca. Es el vino de su sangre, cáliz de la nueva alianza, de los nuevos esponsales.
¿Seremos capaces de decir un sí sincero, verdadero, fiel y amoroso a Dios, que nos pide, como el esposo se lo pide a la esposa? Que esta Eucaristía, hermanos, nos ayude a comprometernos en esponsales con Dios, pensado y reflexionando en aquellas estrofas del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, preguntando a ese Dios, enamorado de nosotros:
· ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? – Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando y ya eras ido.
· Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero, -si por ventura viereis aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero.
Las criaturas nos responderán:
· Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, -y, yéndolos mirando, con sola su figura –vestidos los dejó de su hermosura.
Y a medida que nosotros le vayamos más y más conociendo, acabarémosle diciendo:
· ¡Ay!, ¿quién podrá sanarme? Acaba de entregarte ya de vero; -no quieras enviarme de hoy más ya mensajero –que no saben decirme lo que quiero.
· Y todos cuantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, -y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo.
Y acabémosle, diciendo todos nuestros anhelos, todos nuestros amores, de conocedores de su amor:
· ¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? –Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?
Que este sea nuestro diálogo con Jesús, el esposo, en esta Eucaristía, sobre todo en el momento de nuestros esponsales, en la comunión.
AMEN
P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
34. 18-I-2004 LAS BODAS DE CRISTO CON LA IGLESIA
1. Ante el maravilloso espectáculo de la iluminación de Jerusalén en la fiesta de los Tabernáculos, Isaías, que no está dispuesto a callar por amor de Sión hasta conseguir que Jerusalén brille como una antorcha inmensa, explica que ese brillo luminoso, ha de ser el esplendor de su santidad, que la convertirá en una ciudad nueva, a la que el Señor hasta el nombre le cambiará. La llamarán "Mi favorita" y "Desposada". "Como un joven se casa con su novia, así se desposa contigo el que te construyó, y encuentra en tí la alegría que el marido encuentra con su esposa" Isaías 62,1. Bellamente canta San Juan de la Cruz:
"Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado
y a su sabor reposa
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado"
¿No es fabuloso y alucinante que Dios "encuentre sus delicias estando con los hijos de los hombres"? (Prv 8,31). Isaías deja también entrever que las palabras del profeta tienen la capacidad de contribuir y acelerar el brillo de la ciudad. Son palabras de Dios. Palabras eficaces por sí mismas. Tomemos nota los que tenemos en nuestra boca las palabras.
2. Se dirige Isaías literalmente a Israel. Pero es también la Iglesia, todo el pueblo de Dios, prolongación de Israel, la que se siente concernida por el cariño del Señor. Toda la humanidad, llamada a ser integrada en el pueblo de Dios, puede hacer suyas estas calificaciones. Y cada persona puede sentirse dichosamente aludida. Yo no estoy abandonado por Dios. Al contrario, soy su favorito y desposado con él, que encuentra en mí la misma alegría que el esposo tiene en su esposa.
3. Ante la manifestación tan asombrosa de Dios, el salmista, que no puede contener su gozo, invita a "contar a todos los pueblos las maravillas del Señor, y a "toda la tierra a que cante un cántico nuevo", y a "las familias de los pueblos a que aclamen al Señor" Salmo 95. Hagamos coro nosotros también con él.
4. Pero lo que de verdad nos llena de júbilo es que Dios, para poder realizar de una manera visible las bodas con los hombres, se haga hombre, y Jesucristo consuma en la cruz esa unión esponsal. La conversión del agua en vino en las bodas de Caná es el anticipo de la "hora" del sacrificio de Jesús, cuando derramará su sangre, como arras de la Alianza Nueva, que Dios paga por su esposa: "Habéis sido comprados no con precio de oro ni de plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin defecto y sin mancha" (1 Pe 1,19).
5. Juan ha observado de cerca la escena y ha contado las tinajas: seis; se ha fijado en el material, y ha visto que eran de piedra. Y antes ha contado los días en que está actuando Jesús desde que él lo conoce, y resultan siete, como los días de la creación: Todo está indicando que Jesús está creando un mundo nuevo, que como el primero, será creado en siete días: Estos son los siete días de la creación del mundo nuevo: El día en que Juan Bautista dice que "en medio de vosotros hay uno que no conocéis"; otro día siguiente, cuando Jesús fue bautizado por Juan; otro día siguiente, cuando Juan lo anunció como Cordero de Dios y otro el día siguiente de llamar Pedro a Simón; y los tres días después, cuando hubo una boda Juan 2,1. Total siete días, una semana. Los siete días del relato de la creación que utiliza el autor del Génesis son el modelo de la creación nueva de Jesús. "Sin él no se ha hecho nada". Todo ha sido hecho por el Verbo.
6. También cuenta Juan, excelente observador, el número de las tinajas, que eran seis, que bíblicamente es un tiempo imperfecto, porque el perfecto y completo era el siete, lo que no se adecua con la calidad de las tinajas de piedra, y no de barro, calidad apta por perfecta, para la purificación ritual, pero incapaz de producir la purificación sobrenatural. Por ser seis, era imperfecto el número; y por ser de piedra, era perfecta la calidad. Luego esas seis tinajas de piedra, material precioso, han de ser utilizadas para una purificación perfecta.
7. Resumen: Los judíos se purifican ritualmente en el agua contenida en tinajas de barro, que por su deleznabilidad indican que su purificación ritual no consigue llegar al corazón, porque su agua no es viva. Sólo la sangre de Cristo, más preciosa que el oro (1 Pe 1,18), limpiará sus pecados, nuestros pecados. Y derramada abundantísimamente: el signo de tal abundancia viene marcado por la capacidad notable de las tinajas: más de quinientos litros. También la excelencia del vino, que supera la del agua, habla de la gracia abundante: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). El Esposo Cristo con el total derramamiento de su sangre borrará sobreabundantemente nuestros pecados.
8. Jesús quiere estar presente en una boda y quiere bendecir su alegría, que brota del signo de la boda, por el que Isaías ha roto a cantar: la unión de Dios con la humanidad, de Cristo con su Iglesia. Y que nace de la fecundidad del amor, porque el amor que se entrega - todo amor es entrega total -, y si no es entrega no es amor, sino egoismo, es fecundo. Por el contrario el egoismo es estéril voluntariamente, ciega la fuente de la vida, se niega a ser creador. El esposo se entrega a la esposa como Cristo a la Iglesia, y así es el matrimonio gran sacramento. El matrimonio es un contrato bilateral de entrega personal mutua que se convierte en sacramento para el cristiano. Ese contrato es el signo que produce la gracia misteriosa del amor del Redentor quien, al inmolarse en la cruz, santificó a la Iglesia y la compró para él (Ef 5). El consentimiento matrimonial del católico ante la autoridad civil no constituye verdadero matrimonio, sino concubinato registrado civilmente.
9. Con Jesús estaba también allí la madre de Jesús. Ella observó que empezaba a faltar el vino, lo que corría el riesgo de converirse en un motivo de vergüenza para los dos esposos durante toda su vida. María hace presión sobre el Hijo para que haga el milagro. Jesús hace rellenar seis tinajas de agua y las convierte en un vino mejor que el primero Lo que Jesús quiere decirnos al participar en una fiesta de bodas, es su voluntad de honrar con su presencia las bodas entre un hombre y una mujer, que son una cosa hermosa, querida por el Creador y bendecida por él. Pero ha querido también enseñarnos algo más, mucho más. Con su venida al mundo, se realizaban las bodas con la humanidad, prometidas por los profetas con el nombre de «nueva y eterna alianza». Muchas veces había hablado Dios de su amor a la humanidad a través del icono del amor nupcial. En Caná se encuentran el símbolo y la realidad: las bodas entre dos jóvenes ofrecen la oportunidad de hablarnos de otro esposo, El, Cristo y de otra Esposa, la Iglesia. Las bodas humanas son el símbolo de las bodas espirituales de Dios con la humanidad y a la vez, sirven de modelo para las bodas humanas.
10. Si queremos descubrir cómo deben ser las relaciones en el matrimonio entre el hombre y la mujer, debemos prestar atención a lo que hacen Cristo y la Iglesia. (Ef 5,25). "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó y se entregó a sí mísmo por ella". No sólo Cristo ama a la Iglesia sino que “su amor es celoso y delicado” (2 Cor 11,2). Y, así debiera ser el de todo esposo. Se dan los celos morbosos, signo de debilidad y de falta de confianza.Pero hay también celos buenos, que son lo contrario de la indiferencia, “quien no tiene celos es que no ama”, dice San Agustín. Jesús, se ha entregado a sí mismo para que su esposa, la Iglesia, sea resplandeciente «sin mancha ni arruga, y sea santa e inmaculada». Un esposo puede quitar las arrugas a la propia mujer, porque hay arrugas producidas por el desamor, el desinterés, o la soledad. La esposa que se siente importante para el esposo no tiene arrugas o, si las tiene, son diferentes y acrecientan su belleza. Las mujeres deben aprender de su modelo, la Iglesia, dotada de hermosura únicamente para su esposo, Cristo, no para agradar a los demás. La esposa enamorada de su esposo, no se cansa de dirigirle alabanzas, como hace la Iglesia con su Esposo todo el día. Las novias y a las esposas deben considerar que el amor y la admiración por el novio o el marido es tan importante para ellos, que resulta lo que más cuenta en el mundo. Por eso sería grave no decirle nunca una palabra de estímulo, de aprecio de su trabajo, de su capacidad organizativa, de su valentía, de su dedicación a la familia. Deben preocuparse por lo que escribe si es un escritor, por lo que crea, si es un artista. El amor se nutre de amor.
11. El modelo divino recuerda a los esposos: la fidelidad. Dios, a pesar de todo, es fiel: El profeta Oseas describe las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel con la imagen de un matrimonio en crisis. El pueblo es infiel, se ha entregado a los ídolos; ha vuelto las espaldas a Dios. Dios amenaza, desahoga su ira, grita a los hijos con palabras muy humanas»: “Pleitead a vuestra madre, pleitead, porque ya no es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que salga de sus prostituciones” (Os 2,4). Pero, después, decide cambiar él, olvida lo pasado y reconquista a la esposa a fuerza de amor. Le ofrece emprender juntos, ellos dos solos, un largo viaje para volver a comenzarlo desde el principio, como una nueva luna de miel. "Por eso voy a seducirla; voy a lIevarla al desierto y le hablaré ella responderá alli como en los días de su juventud" (Os 2,16). El factor principal de la ruptura de los matrimonios es la infidelidad. Se traiciona porque el matrimonio está muerto; y se ha comenzado a traicionar, en un primer momento tal vez sólo en el corazón.
12. El papel de la Madre de Jesús. Así como María estará al pie de la cruz, cuando llegue la hora, que en el evangelio de Juan, es la hora del sacrificio : "no ha llegado mi hora", también en las bodas de Caná está presente actuando como medianera del milagro adelantando la hora con su intercesión, del signo de la sangre. Una y otra vez, desangrándose en la cruz atormentado, Jesús no la llamará "madre", sino "mujer", como nueva Eva que está al lado del nuevo Adán, engendrando a los hombres nuevos. Y como la "mujer", que hiere en la cabeza a la serpiente del Génesis (Gn 3,15). La solicitud de María por los hombres dimana de su maternidad divina, que en Caná es introducida por Cristo en el radio de acción de su poder salvífico.
13. Las bodas, como el pan en la multiplicación de los panes, son signos de la eucaristía, del Cuerpo y Sangre derramada en la cruz. María se puso entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus necesidades, carencias y sufrimientos, no como una extraña, sino como madre, que tiene el derecho de presentar a su Hijo los problemas de los hombres, hijos también suyos. Lo que no sabían aquellos nuevos y jóvenes esposos es que su amor estaba simbolizando las bodas de Dios con la humanidad y su amor eterno y fiel. Y ni ellos ni los invitados festivos pudieron intuir que aquel vino se convertiría en sangre, que nos purificaría para prepararnos a las bodas eternas, donde se consumará este matrimonio y se realizará esta unión, que nos hará tan felices a nosotros y que hará las delicias de Dios.
14. "Cantad a todos los pueblos las maravillas del Señor". Con razón hoy nos encontramos con este salmo musical que nos invita al jolgolrio del baile y a tomar parte en el corro de la danza como si estuviéramos en la fiesta de aquellas bodas en Caná, cuando el agua en presencia de su Creador enrojeció convertida en vino, como don del Espíritu profusamente repartido. Siete dones y sus frutos con lo que las virtudes resaltan más resplandecientes y facilitadas y dulcificadas. Sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza, temor de Dios. Prudencia y sensatez madura, justicia suave y variada, fortaleza del martirio del "quotidie morior", templanza de la sobriedad y de la castidad insigne y de la virginidad de azucena radiante, cuya austeridad viene endulzada por los frutos del Espíritu. Cuando el alma corresponde dócilmente a la moción del Espíritu Santo, produce actos exquisitos de virtud que pueden compararse a los frutos sazonados de un árbol.
15. Los frutos se distinguen de los dones como el fruto se distingue de la rama y el efecto de la causa. Y se distinguen también de las bienaventuranzas evangélicas, que son más perfectas y acabadas que los frutos. Los frutos son contrarios a las obras de la carne, ya que ésta tiende a los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, mientras que el Espíritu Santo nos mueve a lo que está por encima de nosotros. La Vulgata enumera doce frutos: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad (Gál 5,22). Pero, en el texto paulino original, sólo se citan nueve: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Según Santo Tomas, los frutos del Espíritu Santo son todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual. En cuanto a las virtudes de que ha de estar revestido el hombre nuevo, San Pablo enumera, pero insiste de modo especial en la caridad a la que llama «vínculo de la perfección», ya que sin la caridad nada valen en orden a la vida eterna. Y con los Dones y frutos, la diversidad de los carismas, según le place, para el bien común, que hoy pone de relieve San Pablo en la segunda lectura 1 Cor 13,1-13 y renacidos en el ambiente de la Renovación Carismática.
16. Lo que estamos celebrando ahora en la Eucaristía son las Bodas de Cristo con su Iglesia, anticipando la unión de las Bodas Eternas. A continuación Cristo será pan partido para que lo comamos y nos guarde para la vida eterna. Cristo muerto, significado en las especies de pan y vino separadas. Cristo resucitado, simbolizado en la partícula de pan que mezclaremos con la sangre. Si la separación de la sangre y el cuerpo constituyen la muerte, la mezcla de la sangre en el cuerpo, constituyen también la resurrección. A la que todos los hombres estamos llamados por el inmenso Padre que tanto nos ama.
JESÚS MARTÍ BALLESTER
35. 2004 Servicio Bíblico Latinoamericano
El profeta Isaías emplea la imagen de la ciudad Sión-Jerusalén, esposa y madre,
para anunciar que Israel será restaurado por Dios como pueblo de su alianza. Una
alianza presentada en este y otros muchos pasajes proféticos, como unas bodas
místicas, un encuentro de amor, el final de una amarga viudez, de una larga
separación de la esposa y el esposo. Así es el lenguaje bíblico: lleno de
imágenes muy humanas, perfectamente comprensibles, para hablarnos del amor de
Dios y de su pasión por nosotros, para invitarnos a corresponder dicho amor en
el cual está nuestra salvación. Esta lectura de Isaías prepara claramente el
pasaje de san Juan en el evangelio que leemos hoy.
Los regalos del amor son espléndidos, como nos dice san Pablo en la carta a los
corintios, hablándonos de los carismas o dones con los que el Espíritu Santo
adorna a su esposa la Iglesia. Solemos pensar que esos dones fueron cosa de los
orígenes del cristianismo, que se daban en una etapa en la que la Iglesia no se
había institucionalizado todavía y que, desafortunadamente, fueron reemplazados
por estructuras de gobierno, ordenamientos jurídicos y litúrgicos, doctrinas
desarrolladas y organizadas... Pero eso es sólo una apariencia: todavía hoy,
veinte siglos después, el Espíritu Santo se derrama en favores y en dones
maravillosos para el crecimiento y la belleza de la Iglesia. Si no se dan todos
los carismas del pasado, se otorgan otros nuevos, acordes con las nuevas
situaciones y necesidades. ¿Qué decir por ejemplo de los carismas de
beneficencia y servicio a los más pobres? ¿O de los dones maravillosos que
reciben las misioneras y los misioneros cristianos que anuncian el evangelio en
condiciones extremas de dificultad? ¿O de la sabiduría e inteligencia de los
grandes pensadores e investigadores que desvelan los misterios ocultos de la
interpretación de la Biblia y del desarrollo de la teología? Hoy, como en el
remoto pasado la Iglesia, sigue siendo la esposa amada y cortejada, enriquecida
con dones maravillosos para el servicio de los seres humanos y la proclamación
del evangelio.
Para la plena comprensión del pasaje de las bodas de Caná, se debe partir desde
su final: “Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él” (v. 11b).
Todo el episodio se inscribe, de este modo, en el esquema teológico de una
“manifestación” en general, y de la “manifestación de su gloria” en particular.
El concepto de “gloria” de Dios está en íntima relación con el de “santidad” en
los textos del Antiguo Testamento, especialmente en el libro del profeta
Ezequiel. Entre los dos conceptos existe una relación complementaria: son dos
aspectos de una misma realidad.
La «santidad» de Dios se refiere a su trascendencia: Dios está más allá de toda
realidad humana. Por su parte, la «gloria» de Dios expresa esa misma
trascendencia en cuanto presente en la historia de la humanidad y la historia
del pueblo de Israel; la gloria de Dios es su trascendencia, hecha historia.
La manifestación de la gloria de Dios se da para que sea acogida por el ser
humano. El texto evangélico concluye de esa manera: Jesús manifestó su gloria y
sus discípulos creyeron en él. Y “éste fue el principio de las señales” (v.
11a).
La presente “señal” se sitúa en un banquete de bodas. El evangelio prolonga así
la temática del comienzo del capítulo 62 de Isaías, en el que se anuncia el
desposorio de Dios con su pueblo, misterio de comunión esponsalicia que
plenifica al pueblo.
Es bueno aludir al contraste entre el “agua” de la purificación de los judíos y
el “vino” de la fiesta por un lado, y la distinción entre los vinos de calidad
diversa. La primera relación se refiere a la religiosidad, cuyo lugar de
realización oscila entre dos posibilidades reales. La mención del agua de la
purificación significa la búsqueda de una purificación personal. Su conversión
en vino es signo del encuentro gozoso con Dios presente en la historia de los
sres humanos. En el primer caso, la religiosidad humana se ve encerrada en el
esquema de lo puro e impuro, que hunde al ser humano en sus preocupaciones y le
impide vivir una vida gozosa en libertad, sin el vino de la fiesta.
Frente a esta primera posibilidad “la señal” de Caná afirma que una adecuada
religiosidad sólo encuentra su realización plena en la comunión con Dios y con
los hermanos. Las bodas sirven para expresar la unidad de los esposos que en la
fiesta y gracias al vino hacen partícipes de su comunión a los invitados.
El agua convertida en vino al ser probada por el mayordomo, introduce la
distinción entre dos vinos, diversos en calidad. En la fiesta del banquete
mesiánico el buen vino viene al final, a diferencia de lo acostumbrado en los
banquetes. Se contraponen así dos momentos de la historia de la salvación y se
tiene buen cuidado de afirmar que la presencia de Jesús corresponde al momento
definitivo del final, cuando se sirve el vino de mejor calidad.
Por otra parte, son los servidores y no el mayordomo quienes conocen el origen
de este vino superior. Su acción reside en hacer realidad la orden de Jesús,
según la indicación de la madre de éste.
Su acción, que pone en relación el vino de mejor calidad con el final, es una
señal que anticipa la realización de la hora, mencionada en la respuesta de
Jesús a su madre. La hora estará ya presente a todo lo largo del evangelio de
Juan.
La "hora" se convierte así en una referencia que sirve para distinguir los
momentos de la actividad de Jesús, según haya o no haya llegado esa “hora”. Se
trata de la hora de la “glorificación del Hijo del hombre”, que comienza a
realizarse en 13,1 y que anteriormente sólo puede expresarse a través de las
señales y las obras de Jesús.
La fe aparece habitualmente ligada a “señales”, que nos permiten el
descubrimiento de la presencia de Dios en la historia personal y social. La
búsqueda de estas señales es una tendencia natural propia de todo ser humano
religioso que coloca, en el centro de su vida, el descubrimiento de la “gloria”
de Dios.
En nuestros días se corre el riesgo de considerar aquellas señales como ligadas
indisolublemente a lo extraordinario o maravilloso. Este espacio se ha
transformado para muchos de nuestros contemporáneos en el único lugar en que se
puede realizar el encuentro con Dios.
La primera de las señales de Jesús realizada en Caná, por el contrario, sitúa la
gloria de Dios en el marco de las realidades cotidianas, en el banquete de una
boda. Con ello invita a descubrir la cercanía de Dios en Jesús, señal de su
presencia en la historia, dentro del marco de lo cotidiano de la existencia.
Éste es el lugar en que debemos encontrar a Dios y dar la misma respuesta que
los discípulos de Jesús que en Caná “creyeron en él”.
El banquete de bodas se convierte así en ocasión para la manifestación de la
gloria de Dios. Gracias a él se puede situar la religiosidad de forma adecuada,
es decir, como un encuentro maduro y gozoso. Dicha enseñanza se realiza mediante
la contraposición de dos bebidas diferentes: el agua y el vino.
Solamente la presencia de este último puede ofrecer las condiciones necesarias
para la realización de la fiesta. La alegría, propia de ésta, no puede ser la
consecuencia natural de una religiosidad centrada entre lo puro e impuro, lo
permitido y lo prohibido. Por el contrario, sólo transformándose, puede el agua
de los ritos de la purificación de los judíos contenidas en las tinajas,
expresar adecuadamente la relación religiosa. Y, gracias a la actuación de
Jesús, puede tener lugar el desplazamiento, exigido para la celebración, desde
las preocupaciones angustiosas centradas en la propia conciencia, hacia el
encuentro maduro y festivo con los demás.
¿Complicada esta interpretación? Efectivamente, es complicada, con la
complicación que brota de un texto sofisticado, muy elaborado, con toda una
trastienda de alusiones veladas y crípticos mensajes. Leer, proclamar, comentar
el evangelio de Juan como si se tratara de una simple y llana historieta de unas
bodas, en las que además Jesús funda el sacramento del matrimonio, sin más
complicaciones... resultaría una lectura fácil y cómoda, pero sería
profundamente carente de veracidad. Aunque sea más laborioso y menos grato, es
mejor tratar a nuestros oyentes como adultos, y no ahorrarles la complejidad de
unos textos que interpretados directamente a la letra nos llevarían solamente
por caminos de fundamentalismo.
Les ofrecemos para concluir el soneto de Pedro Casaldáliga sobre las bodas de
Caná:
"No tienen vino"
La verdad es que no tenemos vino.
Nos sobran las tinajas,
y la fiesta se enturbia para todos,
porque el sino es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida.
Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida
entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo,
embriáganos de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia,
vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
Para la revisión de vida
El evangelio de Juan presenta la vida de Jesús como una progresiva sucesión de
«señales» que él va entregando. Su vida es donación de sí mismo como "señal".
¿Es así mi vida? ¿Soy señal para los demás? ¿Sé, como Jesús, ser señal en medio
de las realidades sencillas y diarias, "profanas"… o sólo lo encuentro en el
recinto de lo separado, de lo sagrado? ¿Qué debo hacer para parecerme más a
Jesús
Para la reunión de grupo
-¿Cuáles pueden ser las "señales" de Dios para nosotros hoy? ¿En qué lugares «se
convierte el agua en vino» hoy?
-¿Dónde sigue Jesús dando "señales" hoy? ¿Dónde Jesús sigue presente, haciendo
“señales”, por medio de sus dicípulos?
-María y Jesús están en la fiesta de la boda, y tienen que ver con el tema del
vino de la fiesta… ¿Por qué se ha imaginado tanto a Jesús y a María como
alejados de la fiesta y de las alegrías humanas? ¿Por qué la moral cristiana ha
sido percibida como enemiga de la alegría?
-¿Cuál fue la actitud de María en la boda de Caná? San Juan de Avila hacía notar
que este relato de la boda de Caná contiene el "sermoncito de María", la única
homilía o consejo que María pronunció, y que es bien breve: "hagan lo que él les
diga". ¿Qué rasgos mariológicos podríamos descubrirle a este "sermoncito"?
Nota: Estamos comenzando el "tiempo ordinario", litúrgicamente hablando, un
paréntesis entre la navidad y la próxima cuaresma. El consejo de la comunidad
debe plantearse ya, con tiempo, la preparación del "tiempo fuerte" que es la
cuaresma.
Para la oración de los fieles
-Para que estemos abiertos a percibir las "señales" dispersas que nos remiten
más allá de nosotros mismos y de nuestras limitaciones, hacia una Presencia
mayor, misteriosa pero real, roguemos al Señor.
-Por los jóvenes, para que descubra cada uno su "hora", el llamado de Dios a
hacer de su vida una aventura personal de amor y de entrega al proyecto de
convertir el agua de la tristeza en vino de alegría para toda la humanidad…
-Para que sepamos relacionarnos con las cosas sencillas de la vida diaria,
sencilla, "profana"… como con "señales" que nos hablan en un lenguaje diferente
que nos lleva al encuentro con nosotros mismos, con los hemanos, y con Dios, en
nuestra profundidad…
-Por todos los matrimonios, para que vivan con alegría la donación generosa en
el amor, que cadadíaha ce invertar creativamente formas nuevas de decir su amor…
Oración comunitaria
Oh Dios de todos los pueblos, que de muchas maneras te has comunicado siempre
con la Humanidad. Para nosotros, Jesús es la gran "señal" que nos permite
acceder a ti. Te pedimos que abras nuestros ojos, ilumines nuestra mente, e
inflames nuestro corazón, para que también nosotros seamos para los demás señal
de amor y de alegría, de esperanza y de agradecimiento. Hasta que un día nos
reunamos todos los Pueblos en tu presencia, nuestro hogar definitivo, contigo,
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
36. CLARETIANOS 2004
Dones de Alianza
El relato de las bodas de Caná siempre nos llama la atención por algo. A mí me parece especialmente interesante, por el desinterés que muestra el evangelista ante el hecho mismo de la boda. No sabemos, después del relato, quién es novio, quién la novia, cómo fue la celebración, cuál fue el ritual. Todo se concentra en el banquete. Ni siquiera sabemos cuál fue el menú. Lo único que interesa al narrador es la constatación de que a un determinado momento, se advirtió la falta de vino. Fue entonces cuando la Madre de Jesús intervino ante su Hijo. Jesús reaccionó y solventó la situación.
Esta forma de narrar es intencionada. El autor del cuarto evangelio quiere que no nos quedemos en la materialidad del relato y que nos alcemos a su profundo significado. Las bodas de Caná son un símbolo sublime. ¿De qué?
Jesús inicia su ministerio asistiendo como invitado a una boda. Le acompañan sus discípulos. Esta invitación no es una pausa en su ministerio, ni un paréntesis que lo distrae de su misión. Al contrario, se convierte en el primer acto de misión. Y este primer acto de misión le permite a Jesús realizar su primer signo. Jesús no asiste a la boda para realizar una función ritual, ni para presidir un compromiso mutuo entre los esposos. Jesús asiste a la boda para participar, como uno más, en todos los actos que la forman. Sabemos precisamente que las bodas en Israel duraban una semana.
Jesús era un maestro de los símbolos. Todo lo que tocaba lo convertía en realidad simbólica. Esta boda le iba a servir como escenario privilegiado para revelar el sentido de su misión y de su vida.
La boda, la alianza entre un hombre y su mujer, es el gran Símbolo de esa Alianza de Amor que Dios quiere establecer con la humanidad. En esa pareja que se casa, contempla Jesús a Dios -su Abbá- realizando su desposorio con la humanidad. Se da una admirable coincidencia entre la boda de los esposos de Caná y la boda de Dios con su Pueblo. Dios es el Esposo escondido. María es la imagen del Pueblo-Esposa. Jesús es el Mediador, el que hace posible que se alce la copa de la Alianza y la bendición.
Que Dios quiera desposarse con su Pueblo, con la humanidad, es un dato que merece la máxima consideración. A Dios no le somos indiferentes. Dios quiere que formemos parte de su identidad, así como también quiere Él formar parte de nuestra identidad. "Ya no serán dos, sino uno solo". La Alianza supera a cualquier forma de alianza política, es una alianza esponsal, amorosa, unitiva.
Pero esta boda, se celebra en el contexto del Antiguo Testamento. De la misma forma, la Alianza de Dios con su Pueblo es todavía la del Antiguo Testamento. Y la Madre de Jesús lo percibe: ¡falta el vino! Sólo hay agua de las purificaciones.
A todas nuestras Alianzas siempre les falta algo. ¡Les falta el vino! Somos seres precarios, menesterosos. Nunca el amor consigue los niveles soñados, la fidelidad tampoco consigue la consistencia prometida. Esto solo acontece con la "ayuda especial" del Cielo. Es necesario que llegue la hora de Dios. Pero ¡es posible! ¡Todo es posible para el que cree! Dios quiere comprometerse con nosotros y con cada uno de nosotros. No somos para Él, nuestro Dios, indiferentes. Nos ama con la pasión de un Esposo. Por eso, hemos de estar atentos. Porque Dios está de nuestra parte. En cualquier momento percibiremos cómo el agua se convierte en vino, cómo lo aparentemente imposible comienza a realizarse.
De qué forma tan bella ha expresado ésto la primera lectura tomada del Deutero-Isaías. Dios nos ama de tal manera, llega su Alianza con nosotros hasta tal punto, que no nos llamarán "abandonados", ni "desgraciados". Habrá desposorio, fiesta, celebración de Alianza y fecundidad para siempre. Son posibles las "alianzas eternas", "las fidelidades sin arrepentimiento", la construcción progresiva de una comunión sin de-construcción.
En todo este conjunto simbólico, tiene una gran relevancia "la madre de Jesús". Ella da nombre a los deseos. Ella es la más interesada en que salga bien la Alianza, toda Alianza. María es por eso, protectora de todos los acontecimientos donde su busque la unidad, la comunión, el entendimiento. Pero además, de eso, María tiene las claves de la Alianza: ¡Haced lo que Él os diga! Nos remite a la Palabra de Dios, que es su Hijo, a la obediencia de la fe. María nos enseña el camino hacia lo que puede parecer, en un principio, imposible: alianzas de amor sin arrepentimiento, ni vuelta atrás.
JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
37. ARCHIMADRID 2004
LO QUE DIOS HA
UNIDO…
Ser sacerdote me posibilita asistir a muchísimas bodas. Bodas multitudinarias-
de más de quinientos invitados-, bodas pequeñas con cinco o seis invitados,
bodas opulentas con cientos de detalles en su preparación, bodas sencillas,
bodas ruidosas y bodas silenciosas, bodas alegres e incluso bodas tristes por el
fallecimiento cercano de un familiar, bodas con bautizo de los hijos, bodas de
blanco, bodas con Misa y bodas sin Misa, bodas con algún no católico y bodas de
recién bautizados (de adultos, por supuesto). La gama es enorme y casi se pueden
dar todo tipo de posibilidades de combinación de los dos elementos (hombre y
mujer, naturalmente). En cualquier caso todos coinciden en que es para ellos un
día especial.
¿Cómo sería la boda a la que asistió Jesús y su madre en Caná de Galilea?. No sabemos si serían de su familia, amigos, clientes agradecidos del taller de José… sí podemos adivinar que fue para ellos un día muy intenso de emociones y que no se enteraron (parece mentira cómo se repite tantas veces la historia) de que entre sus invitados –cantando, comiendo, bailando, felicitándoles- estaba el Redentor, el Mesías esperado y su madre santísima.. Me gusta meditar que el primer milagro de Jesús no ocurrió públicamente como muestra de su poder infinito, ni impresionó más que a unos pocos que se enteraron, ni buscó un efectismo espectacular sino que fue por obedecer a su madre y por servir a un hombre y una mujer que se unían en matrimonio y que seguramente casi no repararon en su presencia. No vamos hoy a comentar nada del matrimonio humano (tiempo habrá) sino de otra unión indisoluble que el hombre también se empeña en disociar, la de Cristo con su única Iglesia.
Comienza hoy la semana de oración por la unión de los cristianos. Seguramente no sea primera plana en los periódicos ni le dediquen dos segundos en televisión, pero a pesar de parecer condenado al ostracismo tendremos que decir con Isaías: “Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré”. Me duele la división en la Iglesia, me hace daño que los que llamamos a Cristo “el Señor” estemos divididos, hayamos vuelto a romper- como al pie de la cruz- la túnica inconsútil de Cristo, hagamos pedazos su cuerpo y no nos duela no trabajar lo suficiente por volvernos a unir. A lo mejor desde España nos parece un problema pequeño o distante, pero católico significa universal y es por ello un problema acuciante, que nos urge a ponerle entre todos solución porque no podemos echarlo en el olvido. Esta semana nos centraremos en la unidad pues es cierto que “hay diversidad de dones, pero un mismo espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos”. ¿Qué podemos hacer tú y yo?. Escucha a nuestra madre María: “Haced lo que él diga” y proponte pedir al Señor por la unión de las Iglesias todos los días, mira a los cristianos como si fuese ese matrimonio de amigos queridos que-por tonterías- se han separado y no son felices, todos sufren y quieres poner todo de tu parte para que vuelvan a ser felices, para que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre por muy cabezota que sea. Si damos pasos para la unidad de las Iglesias entonces “crecerá la fe de sus discípulos en él” y será más fácil que el mundo crea.
38. JESÚS ESTÁ EN NUESTRO MUNDO
El pequeño relato de las bodas de Caná es una construcción literaria
maravillosa. Con su estilo peculiar, a la vez narrativo y simbólico, San Juan
nos da una lección sobre cómo hemos de comprender los cristianos la realidad
concreta de nuestra vida.
Los vecinos de Caná celebran una boda. Es un acontecimiento muy
significativo en el conjunto de la vida social. Allí está María. Jesús y sus
discípulos estaban como invitados. Da la impresión de que María esta más metido
en el secreto de las cosas. En el evangelio de Juan, María es siempre la Mujer
de la fe, la Iglesia naciente, la humanidad santificada por el amor de Dios y el
acogimiento de su presencia. Al cabo de un tiempo los asistentes se van dando
cuenta de que algo extraño ocurre. Se ha acabado el vino. Pero sólo María ve la
solución en el recurso a Jesús.
María, la Iglesia, los cristianos, mezclados con la gente en la vida
corriente, sabemos que Jesús está siempre presente junto a nosotros, aunque El
no se dé a conocer, y nosotros no caigamos en la cuenta. María, la Iglesia, los
santos, saben muy bien que en El está la solución a nuestras necesidades y a
nuestras carencias. Por eso María, con la confianza y la autoridad de la mas
madres acude a Jesús: “No tienen vino”. La respuesta de Jesús es desconcertante.
Como si no quisiera darse a conocer. A Dios le gusta estar presente en nuestra
vida de una manera discreta, sin hacerse notar, sin violentar nuestra libertad.
Pero responde siempre que le invocamos con fe. María lo sabe y cuenta con la
misericordia y el poder de su Hijo. Nuestra fe facilita, atrae, abre caminos a
la intervención de Dios en nuestra vida.
La intervención de María resume su mensaje permanente a todos
nosotros. “Haced lo que El os diga”. Este es el mensaje de María a los
cristianos, la recomendación de la Iglesia, el consejo de los santos. No hay
otra sabiduría mejor. Los criados presentan lo que tienen, seis tinajas llenas
de agua. Esta agua de las tinajas significa la realidad corriente de nuestra
vida, lo que tenemos, lo que podemos ofrecer por nuestra parte, afecto, trabajo,
servicio, solicitud de unos por otros, perseverancia, el agua común de la vida
corriente, cosas sencillas que parece que no resuelven nada. Pero Jesús es capaz
de transformar el agua en vino. El vino es símbolo de convivencia, de fuerza y
de alegría, en el evangelio de Juan es símbolo del banquete y de la alegría de
la vida eterna. Jesús transforma nuestra vida común de cada día en obras santas
y valiosas de amor, de piedad, llenas de generosidad y de esperanza.. Este
milagro, en el fondo, significa que ofreciendo a Dios nuestra vida terrena con
buena voluntad, El nos da a cambia la riqueza impensable de la vida eterna. Y
todo por la intercesión de María, de la Iglesia, de los Santos que nos acompañan
y nos enseñan a vivir en comunión filial con Dios por medio de la fe, del amor y
de la obediencia.
El mayordomo no sabía lo que había ocurrido. Se encontraba con un
vino excepcional sin saber de donde había salido. Así ocurre con mucha gente. No
se dan cuenta de que lo mejor que hay en nuestro mundo nos viene de la presencia
de Jesús y de su intervención salvadora llena de poder y de misericordia. Los
buenos sentimientos, el amor al prójimo, la compasión por los que sufren, la
fortaleza y la fidelidad ante las dificultades, la lucha constante de tantos
hombres y mujeres por el bien de su familia, a favor de la verdad y de la
justicia, tantas cosas buenas como hay en nuestro mundo, son fruto del amor de
Dios que hace crecer estos sentimientos en nuestro corazón para que caminemos
con buenas obras hacia el mundo justo y feliz de la Patria celestial. El
mayordomo no lo sabía, pero los criados sí, los humildes, los que sirven de
verdad a los demás, con frecuencia saben bastante más que los poderosos sobre
las cosas de Dios.y la verdad profunda de nuestra vida,.
En estos momentos, cuando padecemos tanta confusión, tanta
inseguridad, tanta incomodidad espiritual, muchos de nosotros nos preguntamos
qué podemos hacer para que cambien las cosas y podamos vivir en una sociedad más
tranquila, con más claridad y estabilidad moral, con menos corrupciones y más
justicia, con menos tensiones y más solidaridad, con menos palabrería, más
verdad y más amor. El relato de Caná nos da unas pistas muy prácticas y
actuales. No esperemos que cambien los demás. Comencemos a cambiar nosotros.
Cumplamos el consejo de María, la Madre de Jesús, hagamos caso de lo que la
Iglesia nos recomienda constantemente “Haced lo que El os diga”. A todos nos
dice algo Jesús. Hagamos un poco de silencio en nuestro corazón hasta que
resuene dentro de nosotros la voz de nuestra conciencia y nos diga en qué y cómo
podemos ser mejores. Dejemos que Jesús entre en nuestra vida y cambie el agua de
nuestra vida corriente por el vino de la vida santa, la vida purificada y
santificada por el Espíritu de Jesús.
Así brillará en nuestro mundo la “gloria de Jesús”. La gente se dará
cuenta de que el camino de la felicidad está en el conocimiento de Dios y en el
seguimiento de Jesús, en la piedad y en la misericordia, en la confianza y en la
generosidad, en la pobreza de espíritu y en el amor verdadero hacia los demás,
en la libertad interior y en la esperanza firme y segura de la vida eterna.
Cuando conozcan la verdad y la fuerza de Jesús, ellos también creerán en El. Si
nosotros somos mejores ayudaremos a los demás a serlo también. Así es como
cambiaremos el mundo de verdad, sin aspavientos, sin grandes espectáculos, sin
violencias ni sufrimientos añadidos, sin derroches innecesarios, con la fuerza
de la verdad y del amor que nacen del contacto espiritual con el Jesús presente
y actuante en medio de nosotros.
+ Fernando Sebastián
Aguilar
Arzobispo de Pamplona
39.- Jesús transforma nuestras penas en alegrías
Comentario al evangelio del Domingo 2° del T.O./C
Por Jesús Álvarez SSP
ROMA, 17 de enero de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos a nuestros lectores el
comentario al evangelio del Segundo domingo del Tiempo Ordinario, del padre
Jesús Álvarez, paulino.
******
"Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de
Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos.
Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino.
Entonces la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino." Jesús le respondió:
"Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora." Pero su
madre dijo a los sirvientes: "Hagan lo que él les diga." Había allí seis
recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de
unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús dijo: "Llenen de agua esos
recipientes." Y los llenaron hasta el borde. Les dijo: ”Saquen ahora y llévenle
al mayordomo." Y ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en
vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de
que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: "Todo el
mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante,
les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final". (Jn.
2,1-11)
Son incontables los matrimonios celebrados en la Iglesia católica que terminan
en el fracaso de la desintegración de la familia, porque no han admitido a
Cristo como miembro principal de la familia, o lo han excluido de ella, por
haber fundamentado la vida matrimonial en la arena del placer, de la comodidad,
del dinero, de valores pasajeros…
Jesús santifica con su presencia y acción las bodas de Caná, confirmando como
sagrado el matrimonio, instituido por Dios mismo. Jesús confiere valor de
salvación a la unión conyugal, a los cantos, a la alegría, a la música, al baile
que la acompañan. Todo lo verdaderamente humano está abierto a lo divino y a lo
eterno.
La Iglesia de Jesús ha declarado el matrimonio como sacramento; o sea, un
acontecimiento de salvación eterna; una unión en el amor, --que incluye la
ternura física, obra de Dios--, en la fidelidad y en la felicidad, con destino a
nuestra Familia eterna, el Hogar de la Trinidad, origen, modelo y meta de toda
familia. Amor que no anhela ser eterno, no es amor, sino egoísmo.
Con la celebración sacramental del matrimonio, los esposos acogen para siempre a
Cristo como el primer miembro de la familia, garantía de la perseverancia en el
amor fiel, en el camino de la salvación, en el perdón de las ofensas, paciencia
en las pruebas y sufrimientos.
Dios está en nuestras penas, para transformarlas en fuente de felicidad y de
vida eterna. Pero también está en nuestras alegrías sanas para eternizarlas.
Felices quienes perciben su presencia y le hacen espacio en sus deseos,
sufrimientos y alegrías, en sus corazones y en sus hogares.
¿Por qué extrañarse de que sobrevengan tempestades fatales cuando la pareja, la
familia se olvida de Cristo, lo arrincona, lo excluye de su vida, del santuario
doméstico, del hogar?
Eso les pasó a los apóstoles cuando se fueron a pescar sin Jesús y sin orar: no
pescaron nada. Y también cuando las olas amenazaban acabar con ellos en ausencia
del Maestro. Pero todo terminó bien, porque acogieron a Jesús que los salvó.
La pareja y la familia cristiana --unida a Cristo--, tiene garantizada la
presencia del Resucitado por su palabra infalible: “Yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). Lo decisivo es que también la
familia esté con Él todos los días. La familia que ora unida, permanece unida y
se salva unida.
Y cuando amenaza el peligro, lo llama a gritos, como los apóstoles: “¡Sálvanos,
Señor, que perecemos!” (Mt. 8, 25), porque se hunde nuestra barca familiar.
Con Cristo presente, la pareja será feliz en la fecundidad natural, con la vida
engendrada. Y hará realidad la fecundidad salvífica, que consiste en engendrar a
los hijos también para la vida eterna, mediante la fe, la oración, el ejemplo,
el amor a Dios, el sufrimiento ofrecido, la palabra y las obras de bien.