38 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
19-30

19. Frase evangélica: «Haced lo que Él os diga»

Tema de predicación: Los SIGNOS DE JESÚS

1. El evangelista Juan elige el popular episodio humano de una boda para describir el primer signo de Jesús. Precisamente, la mejor imagen del reino de Dios es la del banquete de bodas, donde la comida es exquisita, abundante y gratuita. La boda de Caná es signo de las bodas de sangre de Cristo, el verdadero Esposo. Es decir, Jesucristo, que posee la plenitud del espíritu amoroso de Dios, es el Esposo de todo amor. Siempre está con el pueblo, con su madre, con sus amigos, con sus parientes, con sus discípulos... Es el invitado principal, aunque no lo reconozcamos. Dicho de otro modo: Dios se revela en Cristo desde la vida misma, a través de los acontecimientos humanos, especialmente cuando el amor está de por medio. Hay que estar con amor en las bodas de la vida.

2. Cuando menos lo esperamos, hacen su aparición el fracaso, la escasez, la negación. La penuria de vino es síntoma de fragilidad y menesterosidad, pero también ocasión de ayuda mutua en la necesidad, de solidaridad en la desgracia. La apelación esperanzada a Dios, a Jesucristo, es una muestra de fe. María, la creyente, pone en práctica la palabra de Dios y nos invita a hacer lo mismo. Las acciones humanas, necesarias para que en la vida haya amor, son fecundas cuando la palabra de Cristo les da sentido. Frente a una vida seca y triste, el evangelio nos convoca a una vida nueva con el vino alegre y comunitario de la fe. Se trata de hacer todos juntos lo que quiere el Señor.

3. A toda persona le llega su hora, sus instantes decisivos. También a Cristo le llega su hora, que es la de la entrega sin condiciones: hora de sufrimiento y de gloria, hora de efusión del Espíritu. La vida humana se ilumina cristianamente desde la hora del Señor. Nuestras horas son anticipaciones y preparaciones de la hora de los pueblos, de la hora del reino de Dios. La hora definitiva es paso a un mundo transfigurado, inauguración de tiempos nuevos, llegada de los bienes mesiánicos. Es banquete de bodas comunitario de todos los pueblos con el Señor.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

Nos damos cuenta de la penuria en que vive nuestro pueblo?

¿Somos sensibles a la palabra del Señor?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 279 s.


20.

LAS BODAS DE CRISTO CON LA IGLESIA

1. Ante el maravilloso espéctaculo de la iluminación de Jerusalén en la fiesta de los Tabernáculos, Isaías, que no está dispuesto a callar por amor de Sión hasta conseguir que Jerusalén brille como una antorcha inmensa, explica que ese brillo luminoso, ha de ser el esplendor de su santidad, que la convertirá en una ciudad nueva, a la que el Señor hasta el nombre le cambiará. La llamarán "Mi favorita" y "Desposada". "Como un joven se casa con su novia, así se desposa contigo el que te construyó, y encuentra en tí la alegría que el marido encuentra con su esposa" Isaías 62, 1. ¿No es maravilloso y alucinante que Dios "encuentre sus delicias estando con los hijos de los hombres"?.

2 Se dirige Isaías literalmente a Israel. Pero es también la Iglesia, todo el pueblo de Dios, prolongación de Israel, la que se siente concernida por el cariño del Señor. Toda la humanidad, llamada a ser integrada en el pueblo de Dios, puede hacer suyas estas calificaciones. Y cada persona puede sentirse dichosamente aludida. Yo no estoy abandonado por Dios. Al contrario, soy su favorito y desposado con él, que tiene en mí la misma alegría que el esposo tiene en su esposa.

3. Ante la manifestación tan asombrosa de Dios, el salmista, que no puede contener su gozo, invita a "contar a todos los pueblos las maravillas del Señor, y a "toda la tierra a que canta un cántico nuevo", y "las familias de los pueblos a que aclamen al Señor" Salmo 95. Hagamos coro nosotros también con él.

4. Pero lo que de verdad nos llena de júbilo es que Dios, para poder realizar de una manera visible las bodas con los hombres, se haga hombre, y Jesucristo consuma en la cruz esa unión esponsal. La conversión del agua en vino en las bodas de Caná es el anticipo de la "hora" del sacrificio de Jesús, cuando derramará su sangre, como arras de la Alianza Nueva, que Dios paga por su esposa: "Habéis sido comprados no con precio de oro ni de plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin defecto y sin mancha".

5. Juan ha observado de cerca la escena y ha contado las tinajas: seis; se ha fijado en el material, y ha visto que eran de piedra. Y antes ha contado los días en que está actuando Jesús y resultan siete, como los días de la creación: Todo está indicando que Jesús está creando un mundo nuevo, que como el primero, será creado en siete días: Estos son los siete días de la creación del mundo nuevo: El día en que Juan Bautista dice que "en medio de vosotros hay uno que no conocéis"; el día siguiente, cuando Jesús fue bautizado por Juan; el día siguiente, cuando Juan lo anunció como Cordero de Dios y el día siguiente de llamar Pedro a Simón; y los tres días después, cuando hubo una boda Juan 2, 1. Total, una semana.

6. También el número de las tinajas, que eran seis, es imperfecto, porque el perfecto y completo era el siete, que no se adecua con la calidad de las tinajas de piedra, y no de barro, calidad apta para la purificación ritual, pero incapaz de producir la sobrenatural. Por ser seis, era imperfecto el número; y por ser de piedra, era perfecta la calidad. Luego esas seis tinajas de piedra, material precioso, han de ser utilizadas para una purificación perfecta.

7. Resumen: Los judíos se purifican ritualmente en tinajas de barro, que por su deleznabilidad indica que su purificación ritual no consigue llegar al corazón. Sólo la sangre de Cristo, más preciosa que el oro, limpiará sus pecados, nuestros pecados. Y derramada abundantísimamente: el signo de tal abundancia viene marcado por la capacidad de las tinajas: más de quinientos litros. La excelencia del vino, que supera la del agua, habla de la gracia abundante: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". Con su sangre borrará sobreabundantemente nuestros pecados.

8 Jesús quiere estar presente en una boda y quiere bendecir su alegría, que brota del signo de la boda, por el que Isaías ha roto a cantar: la unión de Dios con la humanidad, de Cristo con su Iglesia. Y que brota de la fecundidad del amor, porque el amor que se entrega - todo amor es entrega total -, y si no es entrega no es amor, sino egoismo, es fecundo. Por el contrario el egoismo es estéril voluntariamente, ciega la fuente de la vida, se niega a ser creador. El esposo se entrega a la esposa como Cristo a la Iglesia, y así es el matrimonio gran sacramento. El matrimonio es un contrato bilateral de entrega personal mutua que se convierte en sacramento para el cristiano. Ese contrato es el signo que produce la gracia misteriosa del amor del Redentor quien, al inmolarse en la cruz, santificó a la Iglesia y la compró para él. El consentimiento matrimonial del católico ante la autoridad civil no constituye verdadero matrimonio, sino concubinato registrado civilmente.

9. Y, así como María estará al pie de la cruz, cuando llegue la hora, que en el evangelio de Juan, es la hora del sacrificio :"no ha llegado mi hora" también en las bodas de Caná está presente actuando como medianera del milagro adelantando la hora con su intercesión, del signo de la sangre. Una y otra vez, Jesús no la llamará "madre", sino "mujer", como nueva Eva que está al lado del nuevo Adán, engendrando a los hombres nuevos. Y como la "mujer", que hiere en la cabeza a la serpiente del Génesis.

La solicitud de María por los hombres dimana de su maternidad divina, que en Caná es introducida por Cristo, en el radio de acción de su poder salvífico.

10 La Madre de Jesús, que estaba allí, observó delicadamente. El vino en las bodas, como el pan en la multiplicación de los panes, son signos de la eucaristía, del Cuerpo y Sangre derramada en la cruz. María se puso entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus necsidades, carencias y sufrimientos, no como una extraña, sino como madre, que tiene el derecho de presentar a su Hijo las necesidades de los hombres, hijos también suyos.

11 Continuó la fiesta y la alegría en Caná. No podía ser menos. Lo que no sabían aquellos nuevos y jóvenes esposos es que su amor estaba simbolizando las bodas de Dios con la humanidad y su amor eterno y fiel. Y ni ellos ni los invitados festivos pudieron intuir que aquel vino se convertiría en sangre, que nos purificaría para prepararnos a las bodas eternas, donde se consumará este matrimonio y se realizará esta unión, que nos hará tan felices a nosotros y que hará las delicias de Dios.

12 Y esto lo estamos celebrando ahora en la Eucaristía, anticipando aquella unión. A continuación Cristo será pan partido para que lo comamos y nos guarde para la vida eterna. Cristo muerto, significado en las especies de pan y vino separadas. Cristo resucitado, simbolizado en la partícula de pan que mezclaremos con la sangre. Si la separación de la sangre y el cuerpo constituyen la muerte, la mezcla de la sangre en el cuerpo, constituyen también la resurrección. A la que todos los hombres estamos llamados por el inmenso Padre que tanto nos ama.

J. MARTI-BALLESTER


21. 

1. El cristianismo es fiesta y lucha FIESTA/LUCHA

Ante Jesús se han sorprendido siempre dos clases de personas: los fariseos, los beatos; los que pretenden que la religión debe ser negativa, dura, repulsiva, los que piensan que no se puede ser cristiano sin ser una persona aburrida y que aburra a los demás.

Estos se rasgan las vestiduras, no cuando Jesús asiste a banquetes, porque eso está en los evangelios, sino cuando se traducen fielmente esas mismas actitudes suyas a la época actual; y así, condenan a los que no ayunan, a los que no machacan el pecado y el infierno todo el día, a los que no están constantemente con las leyes eclesiásticas a cuestas... para que las cumplan los demás (Mt 23,1-5). También se han sorprendido ante Jesús los que viven como si la vida no fuera más que divertirse y distraerse, los que sueñan constantemente en diversiones y pasatiempos, los que olvidan en la práctica que no viven solos en este mundo y que las personas no son para usarlas a capricho, los que ponen su empeño en tener más cada día.

Todos coinciden en creer que la alegría, el gozo, la fiesta... son incompatibles con la vida cristiana. La única diferencia está en el camino diverso que han escogido: unos tratan de servir a un Dios sin alegría, sin fiesta, sin gozo..., y los otros se han ido detrás de una alegría sin Dios. Otros han fabricado un dios a su medida, con lo que han perdido la capacidad de la sorpresa.

Jesús desenmascara con su actuar esta separación absurda, sacrílega. A nuestro Dios se le ama no sólo rezando, sino también comiendo y bebiendo todo cuanto ha creado, con espíritu de acción de gracias y de reconocimiento. A Dios se le ama fundamentalmente compartiendo la vida con los que nos rodean. Dios ha creado las cosas para que podamos gozarnos y disfrutar con ellas. Sin olvidar que son para todos los hombres.

El cristiano tiene que unir en su vida la fiesta y la lucha; tiene que hacer una síntesis de ambas si quiere imitar la conducta de Jesús

La fiesta es como un pequeño campo que cultiva uno en sí mismo, cuando vive la libertad y la espontaneidad, cuando va intuyendo el sentido que ha dado Dios a la vida. Ese campo tiene unos límites: no puedo violentar la conciencia de los demás y hacerles cautivos de mí mismo.

La fiesta brota desde dentro de nosotros mismos. En todo hombre existe una parte de soledad que ninguna intimidad humana puede llenar. Ahí sale Dios a nuestro encuentro; y ahí, en esas profundidades, se sitúa la fiesta íntima con Dios a la que nos da acceso Cristo resucitado. Porque Cristo resucitado es nuestra fiesta. Una fiesta que se va ahondando en la medida que vivamos su proyecto de existencia; una existencia que no conocerá ocaso. Los dramas actuales, las guerras, el paro, las injusticias de toda índole..., son intolerables. Es intolerable cualquier miseria del hombre, ese hombre que para un cristiano es sagrado. ¿Cómo podremos cruzarnos de brazos ante el hombre víctima del hombre? Pero en nuestra sed de participar en la lucha por la justicia, ¿renunciaremos a la fiesta íntima ofrecida por Cristo a los hombres cristianos? ¿Acaso el hecho de vivir la fiesta nos cierra el acceso al combate y a la lucha por la justicia? Al contrario: la fiesta no es una euforia pasajera; está animada por Cristo en unos hombres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los acontecimientos más graves. La fiesta es posible incluso en medio del polvorín en que han convertido a la América Latina.

Los cristianos sabemos que el combate lo debemos iniciar en nuestras propias personas, para no sumarnos, advertida o inadvertidamente, al número de opresores. La propia lucha se convierte así en fiesta: fiesta en el combate contra nosotros mismos para que Cristo sea nuestro primer amor, y fiesta en la lucha en favor del hombre aplastado.

2. Jesús comparte nuestra vida diaria

Las bodas de Caná de Galilea -pueblo de la montaña, a unos quince kilómetros de Nazaret- son el comienzo, según Juan, del camino de Jesús y de sus discípulos. Resalta la manifestación de Jesús en el corazón de la vida humana. Manifestación del Mesías a Israel, que será progresiva y culminará con el episodio de Lázaro (Jn 11,1-45); y provocará su condena a muerte por parte de la máxima autoridad religiosa judía (Jn 11,4~54). El amor será vencido, aparentemente, por el odio. Es lo que ocurre y ocurrirá siempre en este mundo. Esta manifestación plenificará la realidad humana, nos hará ir descubriendo qué es realmente ser hombre.

Tomando parte de un hecho, una boda en un pueblo, construye Juan la narración. La boda era símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta boda anónima, en la que ni el esposo ni la esposa tienen nombre ni voz, es figura de la antigua alianza, desde la que va a arrancar el camino de Jesús.

Jesús aparece en medio de la vida, sensible a los problemas cotidianos, haciéndose cargo de ellos. Dios se ha comprometido, en su encarnación, a compartir nuestra vida, a hacer suyos nuestros dolores y nuestras alegrías, nuestros problemas y nuestras victorias. ¿Quién se hubiera atrevido a aconsejar a Jesús que hiciese su primer milagro en unas bodas aldeanas, en medio de una escena de taberna, en donde nadie esperaría ver a un profeta? Dios nos contradice sin cesar. Es imposible saber de antemano lo que va a hacer. ¿No ha hecho, en nosotros y en los demás -en el mundo-, las cosas al revés de como las habríamos hecho nosotros? ¿Quién se iba a imaginar que llevaría adelante el Reino en medio del fracaso y la cerrazón de los que nos llamamos cristianos, lo mismo que le había sucedido antes con el pueblo de Israel?

Dios ha creado las cosas para que nos podamos gozar en ellas. La primera lección que van a recibir los discípulos (varios, al proceder de Juan Bautista, habían sido instruidos en el desierto, en medio de una vida muy austera), será la de aprender a captar las virtudes más primarias y sencillas: sinceridad ante la vida, ante el gozo y la amistad de la gente. Pensamos que para acercarnos a Jesús tenemos que hacernos más celestiales, más angélicos. Y Jesús tiene interés en demostrarnos que el verdadero camino para parecernos cada vez más a El es el que nos hagamos cada vez más humanos. Si fuéramos más humanos, más generosos, más cariñosos, más atentos los unos con los otros, más compasivos y más delicados, tendríamos en común con Jesús un gran número de sentimientos que nos convertirían en personas cercanas a El. Dejaría de ser para nosotros un personaje extraño y lejano, sin relación con lo que nos sucede en la vida diaria.

Cada vez que sentimos en nosotros un anhelo de verdadera alegría, de gratitud, de amor, de pureza, de justicia..., podemos pensar que sentimos algo que también sintió Jesús. Si somos sensibles a la vida, a la alegría de un niño que juega; si amamos la franqueza y detestamos la hipocresía, si nos compadecemos ante el sufrimiento de los hombres, si nos ponemos espontáneamente de parte del débil y del oprimido, si sabemos gustar la belleza de una flor, la grandeza de las montañas y del mar, la paz y el silencio de la noche en el campo bajo un cielo inundado de estrellas... simpatizaremos con Jesús al sentir las emociones que El conoció alguna vez, al compartir la intimidad que siempre quiso que hubiera entre El y nosotros.

La fidelidad en nuestra vida ordinaria nos conduce a Jesús. La palabra de Dios, al encarnarse, nos ha propuesto unos valores humanos, unos gestos, unos sentimientos, que eran de hecho auténticos valores divinos: el amor, la paciencia, la alegría, la gratitud, la fidelidad, la delicadeza, la fraternidad, la comunicación, la lucha, la fiesta...

Jesús comparte el gozo y la alegría de los hombres. Lo hace porque sabe que la alegría de los hombres crece cuando los demás se identifican con ella. Que la alegría crece cuando la persona se siente amada de verdad, como ella es y no por su utilidad, por los favores que pueda hacer.

La urgencia de anunciar el reino de Dios y de hacerlo presente entre los hombres no ha impedido a Jesús asistir a la boda. Sabe lo importante que es participar en la vida real y concreta de los hombres; sabe que es en ella donde hay que aportar la novedad del Reino: la alegría, el servicio... vividos como frutos del amor.

Es necesario que vivamos como Jesús, abiertos a los problemas e ilusiones de los hombres que nos rodean, incluidos los problemas materiales.

3. Cuando falta el vino...

"La madre de Jesús estaba allí". Pertenece a la boda, a la antigua alianza. Representa a los israelitas que han permanecido fieles a las promesas de Dios.

Aparece Jesús -el Mesías- por primera vez a la cabeza de un grupo de discípulos. No pertenecen a la boda, a la antigua alianza. Llegan como invitados.

"Faltó el vino", elemento indispensable en una boda. Es símbolo del amor entre el esposo -Dios- y la esposa -Israel-. En la antigua alianza ya no existe relación de amor entre Dios y su pueblo.

En esta situación, de falta de vino-amor, interviene su madre para informarle, para exponerle la difícil situación. Espera que El ponga remedio. Aunque no puede saber lo que podrá hacer Jesús, sí sabe lo que le falta al pueblo.

"Todavía no ha llegado mi hora". Jesús quiere hacer comprender a su madre que aquella alianza ha caducado. Su obra no se apoyará en las antiguas instituciones, representa una total novedad. El Mesías no intervendrá en una alianza sin vida.

"Haced lo que él diga". María no conoce los planes de Jesús, pero afirma que hay que aceptar su programa sin condiciones y estar preparados para seguir cualquier indicación suya. Palabras lúcidas y llenas de sentido para todo cristiano que quiera serlo de verdad. Las seis tinajas vacías representan la ley de Moisés. Una ley que creaba una relación difícil y frágil con Dios, basada en ritos. Ritos que se habían convertido en obstáculo -y no en mediación- para llegar a Dios. Es la ley la que hace faltar el vino en esta boda, o el amor en esta alianza. ¿No pasa ahora lo mismo?: los cristianos estamos empeñados en ser fieles a unas normas concretas -misa de los domingos, ayunos y abstinencias, esquemas de misas que parecen de laboratorio y matan la espontaneidad, sacramentos por rutina o conveniencias sociales...-, cuando lo que tendríamos que hacer es seguir a una persona viva: Jesús resucitado.

NU/000006-TINAJAS: El número seis simboliza lo incompleto -el siete es la plenitud-, la incapacidad de la ley para unir al hombre con Dios.

Cada tinaja hacía "unos cien litros"--¿cien preceptos?--. Como tenían más de seiscientos...

"Llenad las tinajas de agua". Jesús sabe que las tinajas están vacías y hace tomar conciencia de ello a los sirvientes, que las llenan de agua. ¿Por qué no nos damos cuenta del vacío desolador que hay en la mayoría de los ritos y de las estructuras eclesiásticas actuales? ¿O pensamos que los obreros, intelectuales y jóvenes han abandonado en masa la Iglesia por casualidad o por maldad, o simplemente por comodidad? ¿Qué respuestas estamos dando a sus vidas concretas para ahora?

Las tinajas nunca van a contener el vino-amor que ofrece Jesús. Los sirvientes "habían sacado el agua". El agua se convertirá en vino fuera de ellas. La ley se interponía y se interpondrá siempre entre el hombre y Dios. Falta de espíritu, mata. Con el Mesías no habrá intermediarios: el vino, que es el amor, establecerá una relación personal e inmediata entre Dios y el hombre. No basta con reformas, es necesario cambiar los fundamentos en que se asienta la institución. Es lo de los pellejos viejos y vino nuevo (Mt 9,17). Las leyes jamás podrán purificar: son externas. Jesús sí: con un vino-amor que penetra dentro del corazón del hombre y le convierte en criatura nueva.

"Llevádselo al mayordomo". Representa a la clase dirigente religiosa. No sabía que faltaba el vino. Los jefes -los obispos y los sacerdotes-, cuando sólo piensan en sí mismos, están incapacitados para entender las necesidades del pueblo. Dirigen una institución religiosa, de la que viven. Sólo el pueblo comprometido siente que la situación es insostenible. No caigamos en el error de creer que esto sucedió hace dos mil años y que, por tanto, todos aquellos malos dirigentes ya se han muerto.

Jesús también ofrece su vino-amor a los dirigentes, representados aquí por el mayordomo; pero ellos no quieren reconocerlo. Creen que la situación en que viven es la definitiva, la perfecta, y que no tienen nada que esperar ni que cambiar. Creen que su institución no necesita mejora, cuando la realidad es que hace agua por todas partes. El mayordomo constata que el vino que le ofrecen es de mejor calidad, y no se lo explica. Tampoco intenta ahondar mucho en el asunto. Para él las cosas están claras, no duda ni por un momento que lo antiguo pueda superarse. Está incapacitado para entender la novedad del Mesías.

Esta boda-alianza anuncia la formación de una nueva comunidad, donde la experiencia del amor del Padre producirá la plenitud de vida. En ella queda superado el obstáculo de la ley, que deformaba la imagen de Dios e impedía al hombre su plena realización por el camino único del amor.

Después de trazado su programa en Caná, Jesús va a comenzar su actividad pública. Para ello baja a Cafarnaúm, desde donde irá a Jerusalén. Con El bajan "su madre y sus hermanos y sus discípulos".

"Pero no se quedaron allí muchos días". Jesús coexiste pacíficamente con su sociedad -tan "religiosa"- muy poco tiempo: no apreciarán su obra y le serán hostiles, por estar apegados a los valores del mundo y del sistema religioso en que viven. ¡Qué difícil es que se convierta -que nos convirtamos- un cristiano "de toda la vida"! La posibilidad de conversión de un obispo o un sacerdote debe ser mucho más complicada: ¡ya lo sabemos todo! El obispo Oscar-Romero decía que se había convertido al evangelio al hacerse cargo de la diócesis de San Salvador (capital de El Salvador); y llevaba ya muchos años de sacerdote y varios de obispo. Pero qué pocos ejemplos de éstos; ¡es tan alto el precio que hay que pagar!...

4. Necesidad de comunidades cristianas

Las relaciones entre Cristo y la Iglesia son relaciones de amor, de entrega mutua, de gozosa salvación-liberación.

Las bodas de Caná las celebramos los cristianos en cada eucaristía, donde Jesús renueva la entrega de sí mismo en el "vino" de su sangre. En la eucaristía celebramos y realizamos las palabras últimas de este pasaje evangélico: Jesús realiza su "signo" fundamental: entrega de sí mismo a los hombres, con lo que crece "la fe de sus discípulos en El". Una fe que tiene que estar necesariamente unida al compromiso, a la entrega de nuestras vidas al reino de Dios. De otra forma no sería verdadera.

Para un discípulo de Jesús, evangelizar es formar comunidad. La Iglesia, para el concilio Vaticano II, no es únicamente escuela de verdad y de contemplación, sino pueblo de Dios, comunidad.

De aquí que optar por la comunidad es estar en plena coherencia con la renovación conciliar.

Optar por la comunidad no es viable, ni posible ni creíble si no es por una comunidad de dimensiones humanas, donde cada uno es llamado por su nombre, donde cada miembro mantiene una relación real de fraternidad con los demás. Todo lo demás resulta demasiado vago, abstracto, equívoco.

C/NECESARIA:Sin comunidad de fe, la identidad misma de la Iglesia pierde fuerza, concreción y credibilidad.

La opción por la comunidad es una opción libre. A nadie se le puede obligar, lo mismo que a nadie se le puede obligar a ser cristiano, aunque nos empeñemos en bautizar, confirmar... a destajo y a distribuir a los cristianos -y no cristianos- en parroquias prefabricadas, muchas veces muertas.

La comunidad es para todos los que hayan decidido personalmente ser cristianos. La comunidad no es un lujo ni una moda, sino una necesidad. En ella se juega la imagen de la Iglesia, significativa para el mundo de hoy, y también la imagen del ministerio sacerdotal y de la misión de cada cristiano.

La alternativa de Iglesia que quieren ser muchas comunidades cristianas no consiste en un cambio superficial, sino profundo. No es una opción reformista. Se trata de crear una Iglesia en la que no se dé un cristiano que no tenga su propia comunidad, elegida libremente por él y sea parte activa en ella y en la sociedad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 232-238


22.

El episodio de Caná es de gran riqueza para quien se adentra en la estructura y la intención teológica del relato. Esta boda anónima en la que los esposos no tienen rostro ni voz propia, es figura de la antigua alianza judía.

En esta boda falta un elemento indispensable. Falta el vino, signo de alegría y símbolo del amor, como cantaba ya el Cantar de los Cantares.

Es una situación triste que sólo quedará transformada por el «vino» nuevo aportado por Jesús. Un «vino» que sólo lo saborean quienes han creído en el amor gratuito de Dios Padre y viven animados por un espíritu de verdadera fraternidad.

Vivimos en una sociedad donde cada vez se debilita más la raíz cristiana del amor fraterno desinteresado. Con frecuencia, el amor queda reducido a un intercambio mutuo, placentero y útil, donde las personas sólo buscan su propio interés. Todavía se piensa quizás que es mejor amar que no amar. Pero en la práctica, muchos estarían de acuerdo con aquel planteamiento anticristiano de ·Freud-S: «Si amo a alguien, es preciso que éste lo merezca por algún título». A-H/GRATUIDAD 

Uno no sabe qué alegría puede sobrevivir ya en una sociedad modelada según el pensar de profesores como ·Savater-F que escribe así: «Se dice que debo preocuparme por los otros, no conformarme con mi propio bien, sino intentar propiciar el ajeno, incluso, renunciar a mi riqueza o a mi bienestar personal o a mi seguridad para ayudar a conseguir formas más altas de armonía en la sociedad, o para colaborar en el fin de la explotación del hombre por el hombre. Pero, ¿por qué debo hacerlo?... ¿No es signo de salud que me ame ante todo a mí mismo?».

A-H/FRATERNIDAD: Uno comprende que cuando no se cree en un Dios Padre sea tan fácil olvidarse de los hermanos. En la nueva constitución de nuestro país ha desaparecido el término «fraternidad» sustituido por la palabra «solidaridad». Cabe preguntarse si sabremos comprometernos en una verdadera solidaridad cuando no nos reconocemos como hermanos.

¿Es suficiente reducir la convivencia a una correlación de derechos y obligaciones? ¿Basta organizar nuestra vida social como una mera asociación de intereses privados? Esta sociedad donde cualquier hombre puede ser secuestrado e instrumentalizado al servicio de tantos intereses, necesita la reacción vigorosa de quienes creemos que todo hombre es intocable pues es hijo de Dios y hermano nuestro.

El amor al hombre como alguien digno de ser amado de manera absoluta es un «vino» que comienza a escasear. Pero no lo olvidemos. Sin este «vino» no es posible la verdadera alegría entre los hombres.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 301 s.


23.

«Haced lo que él os diga»

Permitidme que, en el clima festivo de la boda que nos relata el evangelio de hoy, comience mis palabras con un chiste, que además tiene algo de ingenuamente irreverente. Cuenta este chiste que, al día siguiente de las bodas de Caná, el buen José tenía ese dolor de cabeza característico del que ha bebido algo de más. Y que, al levantarse, dijo a su mujer: «María, tráeme un vaso de agua bien fría.... pero, por favor, que no la toque el niño». He comenzado con este chiste, del que creo podremos sacar algún partido y alguna consecuencia.

El episodio de las bodas de Caná únicamente está recogido por el cuarto evangelio, el de Juan. Está al comienzo de este evangelio y constituye el primer «signo» -Juan habla de «signos» y no de milagros- que Jesús realiza ante sus recién llamados discípulos, cuya fe crece después de aquel «signo».

Frecuentemente se ha interpretado este episodio de la vida de Jesús como un signo de que el Señor no es insensible a las alegrías de los hombres -una boda es siempre un acontecimiento de alegría-. Jesús no es un Juan Bautista que se retira ascéticamente al desierto y no comparte las alegrías de los hombres.

Se nos ha insistido en esa sensibilidad de María, que se da cuenta -las mujeres tienen los ojos bien abiertos para percibir cuanto sucede en las bodas- del apuro de aquella joven pareja que había calculado mal el vino necesario para la fiesta. Y María insiste ante su Hijo, que inicialmente parece querer negarse y probar la fe de su madre, hasta que, finalmente, accede y adelanta su primer signo para atender así la petición de su madre. El agua convertida en vino provocará la sorpresa del mayordomo o maestresala que se extraña de que el vino mejor venga al final, cuando los paladares están ya insensibles ante cualquier líquido que se les pueda proporcionar.

Los comentaristas del evangelio de Juan insisten en que el episodio de las bodas de Caná está cargado de muchísimos simbolismos, no casuales, que deben tenerse en cuenta para comprender en profundidad lo que significa este relato. La clave de interpretación de este signo de Jesús puede ser la frase del prólogo del cuarto evangelio: «La ley se dio por medio de Moisés; el amor y la verdad se han hecho realidad a través de Jesucristo».

Además hay que tener en cuenta que la imagen de las bodas es un signo frecuente en el Antiguo Testamento para expresar la alianza de Dios con su pueblo y el mismo Jesús va a recurrir varias veces a esa misma imagen para anunciar el reino de Dios, el centro de su predicación.

El relato de las bodas de Caná -un relato que curiosamente no dice nada personal sobre los protagonistas de aquella fiesta, los novios- quiere expresar el paso desde la antigua alianza a la nueva, desde la religiosidad de los judíos a la religiosidad de Jesús. Esto es lo que quiere expresar la transformación del agua en vino: ha comenzado una situación nueva, una alianza nueva, una religión nueva.

Esas vacías tinajas de piedra son un símbolo de la religión antigua, la de las tablas de piedra de la ley, que se ha quedado ya vacía, como lo estaban esas grandes vasijas que servían para las purificaciones de los judíos -una clara referencia a esa práctica tan central en la religiosidad judía-. El texto dice que esas grandes tinajas «estaban allí», como también afirma que «estaba allí» María, la madre de Jesús. Ella es la que hace la transición entre lo antiguo y lo nuevo, entre el pasado y el futuro que ya es realidad, entre el agua y el vino. Ella es la que está en contraste con el mayordomo o el maestresala, el que no sabe de dónde viene el vino nuevo ni entiende que lo nuevo sea mejor que lo antiguo y que el vino tardío sea mejor que el primero.

El relato de Juan guarda además un gran paralelo con las frases de Jesús sobre el vino y los odres contenidas en los otros tres evangelistas. También los sinópticos se están refiriendo a las bodas y, en este contexto, afirman que el vino nuevo que trae Jesús no puede ser vertido en los odres viejos, sino que «a vino nuevo, odres nuevos». Para el vino nuevo que Jesús trae ya no valen aquellas tinajas de piedra para las purificaciones, ahora hacen falta receptáculos nuevos. Porque «la ley se dio por medio de Moisés; el amor y la verdad se han hecho realidad a través de Jesús».

Desde Caná, desde el primer signo de Jesús, ya no estamos en el orden de la vieja ley, de las purificaciones externas, sino que hemos entrado en el ámbito del amor y de la verdad. Ese es el vino nuevo, mucho mejor que el antiguo, que hace estallar los viejos odres, las vacías tinajas de piedra para las purificaciones.

Juan el evangelista habla de signos, no de milagros, porque lo realmente importante para él no es el acontecimiento que sobrepasa las leyes naturales; lo realmente importante es lo que un acontecimiento simboliza y significa para la persona que tiene los ojos abiertos de la fe, iluminados los ojos del corazón. Un escritor ha dicho en la prensa: "Tan sencillo es el milagro como el amor, extendida mano de Dios. Y Dios está en el mar, en la sencillez del ocaso o en la esperanza de todos los amaneceres. Y, sobre todo, en la estructura de una mujer que nunca quiso hacer milagros porque el milagro fue -y es- su propia vida: la anciana y maravillosa Teresa de Calcuta».

Porque es milagro que el agua se convierta en vino, pero es mucho más milagro que un hombre o una mujer comiencen a vivir en la verdad y en el amor. Ese es el vino, ya antiguo, porque es añejo de veinte siglos, pero que sigue siendo nuevo.

«Que no lo toque el niño»: así decía el buen José en el chiste del principio. Y lo que tenemos que decir hoy es precisamente todo lo contrario: necesitamos que el Señor toque la realidad de nuestra vida para que nuestras tinajas vacías se llenen de fecundidad, el agua se convierta en vino, nuestra obligación se trasforme en amor, nuestro trabajo sea construcción del reino de Dios y nuestra mentira o nuestras medias verdades se conviertan en verdad plena.

«Haced lo que él os diga»: así decía María que «estaba allí» -porque ella supo estar siempre en los momentos importantes de la vida de Jesús-. Así se lo dijo a los servidores de la boda y nos lo dice hoy a todos nosotros. Porque lo importante ya no son las tablas de piedra de la ley antigua; estamos en una ley nueva, en la que el amor y la verdad se han hecho realidad a través de Jesús. Ya no vivimos sólo intentando obedecer al decálogo: Jesús es ahora nuestro Decálogo. Es a él a quien tenemos que imitar; es a él a quien tenemos que seguir; es él el que nos tiene que decir lo que tenemos que hacer. Que él toque nuestra vida, porque así nuestra vaciedad se llenará de sentido y nuestra agua insípida se convertirá en vino sabroso. Que él toque nuestra vida familiar y nos haga ver que merece la pena dar sin esperar respuesta, amar fiel e incondicionadamente a los seres queridos por lo que son, tal como ellos son. Que él toque nuestras relaciones humanas y nos haga superar nuestras cerrazones, nuestras timideces, nuestras insensibilidades; que él nos haga ver a todos aquellos a quienes «no les queda vino», o les falta ilusión, amistad, compañía, calor humano... Que él toque nuestra vida de trabajo y sepamos ver el fondo de bondad que existe en todo ser humano, que todo trabajo puede servir para construir el reino de Dios, que merece la pena ser verdaderos y honestos en un mundo en que se lleva la inautenticidad y la corrupción.

Todo ello sí que es milagro, sí que es signo; todo ello sí que es vivir en el amor y en la verdad; todo ello sí que es llenar las tinajas de nuestra vida y que el agua de nuestra vida, tantas veces monótona e insípida, se convierta en el vino nuevo guardado hasta ahora. Que María, la que «estaba allí», la que está hoy también con nosotros, nos diga hoy al corazón: «Haced lo que él os diga».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 197 ss.


24.

- NUESTRO TIEMPO

Hoy nos encontramos con un texto tradicional: las bodas de Caná. Por eso el domingo 2 del tiempo ordinario se entronca en las fiestas de Epifanía. Recordamos los tres milagros que manifiestan la gloria del Señor: la adoración de los magos, el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná. Los tres se complementan para ser testimonios de la gloria presente y de la gloria futura de Cristo. La antífona del cántico de Zacarías de la fiesta de la Epifanía nos los relaciona de forma admirable: "Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque, en el Jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino".

El tiempo ordinario es metáfora de nuestro tiempo, del que nos habla la oración colecta de hoy. Nosotros hemos recibido el testimonio de la Resurrección, vivimos bajo la acción del Espíritu Santo, y anunciamos los tiempos mesiánicos que tienen que venir. Durante este tiempo el Reino de Dios se va manifestando en un constante "sí, pero todavía no". La paz que pide la colecta es signo de un mundo que se convierte todo él en tierra prometida, de un mundo bendecido por Dios. Ya está bien, por tanto, que comencemos este tiempo con una nueva epifanía: la humanidad invitada a las bodas del Mesías, un tema claramente pascual.

- EL TERCER MILAGRO

Navidad, la adoración de los Magos, el bautismo de Jesús en el Jordán, no son una sucesión cronológica de episodios de la vida de Jesús. Son eslabones del misterio pascual. Todas las celebraciones litúrgicas de Navidad nos han señalado el único centro del año cristiano que celebramos cada domingo: la muerte y la resurrección de Cristo. Las bodas de Caná se encuentran en este mismo registro. El canto de entrada de hoy todavía nos pone en clave de Epifanía: "Que se postre ante ti, oh Dios, la tierra entera; que toquen en tu honor; que toquen para tu nombre, oh Altísimo" (Sal 65,4). El final de la perícopa evangélica también nos lo dice: "Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él". La manifestación de esta gloria convierte este relato en un anuncio de la Pascua.

Destaquemos tres detalles. El segundo capítulo del evangelio de Juan nos sitúa temporalmente en las bodas de Caná: "El tercer día". Más allá del tiempo real en el que podía suceder este acontecimiento, nos encontramos con una expresión que nos orienta hacia el "milagro" definitivo de la gloria de Cristo, su resurrección. Las bodas son un signo de la gloria presente de Cristo y signo de su gloria futura, el tercer día de su muerte. Otra expresión pascual: "Todavía no ha llegado mi hora". La hora de Cristo es su muerte, la de su paso de este mundo al Padre (cf. Jn 13,1), la hora de su glorificación.

Y, todavía, el agua convertida en vino: signo de la gloria de Cristo. De hecho, un signo anticipado, aunque íntimamente ligado a la glorificación definitiva, a su plena manifestación al final de los tiempos. Como lo es la Eucaristía, signo del triunfo de Jesucristo por su muerte y su resurrección; y, al mismo tiempo, anuncio de su retorno y de las bodas del Mesías. La presencia de la Virgen María, que anticipa la manifestación de Cristo al reclamarle un signo, evoca la Iglesia, que anticipa el retorno de Cristo y su manifestación gloriosa al celebrar la Eucaristía.

- UNA CORONA MAGNÍFICA

El agua convertida en vino.

Por la acción del Espíritu en el bautismo, el hombre viejo se convierte en hombre nuevo. Un hombre que cuando más se da cuenta de que no tiene vino, más se percata de cómo Dios lo va reconstruyendo. Cuando más percibe su vacuidad, es más consciente de la abundancia que le está llenando. Es el banquete del agua convertida en vino: un banquete que se repite y que actualiza a través del tiempo y del espacio la muerte y la resurrección de Cristo. Y, a la vez, la fiesta de las bodas prefigura y se acaba en el banquete de las bodas del Cordero, del Cristo triunfador; el banquete de bodas en la unidad reencontrada entre Dios y los hombres, en un mundo restaurado.

La humanidad, el pueblo que Dios ha escogido, ya no será denominado "La Abandonada": le dirán "Mi favorita". "Será una corona fúlgida en la mano del Señor" (1. lectura). Entonces podremos cantar al Señor un cántico nuevo, cantaremos al Señor por toda la tierra, proclamaremos día tras día su salvación (salmo responsorial), con la alegría que nos da la sobria embriaguez del Espíritu Santo (himno latino de Laudes, lunes 1. semana).

JORDI GUARDIA
MISA DOMINICAL 1998, 2, 7-8


25.

- "La alegría que encuentra el marido con su esposa"

Podríamos comenzar este comentario de la Palabra de Dios leyendo un texto apasionado, ilusionado. Un texto que dice: "Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán "Abandonada", ni a tu tierra "Devastada"; a ti te llamarán "Mi favorita" y a tu tierra "Desposada", porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo".

Es un texto hermoso. Es un fragmento de la primera lectura que hemos leído hoy. Y lo más sorprendente es saber cuándo fue escrito. Son las palabras de un profeta que habla a la gente que ha regresado del exilio de Babilonia y se ha encontrado que su ciudad, Jerusalén, está destruida, por lo que tienen prácticamente que comenzar desde cero para reconstruirlo todo. A aquella gente desanimada, el profeta les habla de cómo Dios les ama, de cómo Dios estará a su lado y no les dejará solos en el trabajo que deben llevar a cabo. Y es hermoso escuchar cómo al profeta, para explicar y conseguir que penetre en su interior el convencimiento del amor de Dios, no se le ocurre otra imagen mejor que la de una mujer sola y abandonada que encuentra el amor y siente el gozo de tener cerca un compañero, un marido que quiere compartir la vida con ella. "La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo", finaliza el profeta con el deseo de transmitirnos su gozosa confianza.

- Jesús, en la alegría de una boda

Para Dios es muy importante la relación de pareja, el matrimonio. Esto se puede comprobar en las palabras del profeta. En nombre de Dios, para explicar cómo Dios ama y acompaña en las situaciones más difíciles, el profeta quiere utilizar la mejor imagen, y esta imagen es el amor de una pareja y la unión del matrimonio. Permitidme que os lo diga a los matrimonios que estáis aquí, y a las parejas que esperáis casaros algún día: para Dios vuestro amor es muy importante, vuestro amor es la mejor manera que él tiene de decirnos cuánto nos ama. Y el evangelio de hoy nos reafirma esto mismo. Jesús nos dice también, con su comportamiento, que el amor y la alegría de una pareja que se ama y quiere compartir su vida para siempre es un hecho muy grande y decisivo. Es un gran acontecimiento, lleno de fuerza divina. Jesús se encuentra en Caná, en aquella boda, alegrándose en la fiesta de aquellos novios amigos suyos, con su madre y con sus discípulos. Y allí, además de compartir la fiesta, se preocupa y actúa para que la fiesta prosiga de la mejor manera posible.

A veces se ha presentado a Jesús como alguien muy serio, incapaz de reír y de alegrarse de las cosas normales que a todos nos alegran. Y en cambio hoy lo vemos realizando su primer milagro precisamente para asegurar el éxito de la fiesta de una boda. Realmente para él esto debía ser muy importante.

- Aprovechad a fondo la vida de matrimonio

De estas lecturas, hoy podríamos extraer una enseñanza especialmente dirigida a los que estáis casados y a las parejas que esperáis casaros. Y esa enseñanza es que merece la pena que estéis contentos de vuestro amor, y que trabajéis para hacerlo crecer siempre. Dios os acompaña en este camino, incluso cuando parece que las cosas van mal. Y Jesús está con vosotros, transformando cada día el agua monótona y gris en vino que imprime fuerza y empuje al corazón.

Merece la pena que aprovechéis a fondo la vida de matrimonio: ayudaros, daros amor y afecto y sed capaces de comprenderos, aprended a no ir cada uno a lo suyo, hablad de todo lo que os preocupe, disfrutad el uno del otro e intentad que el otro disfrute, apoyaros mutuamente en los momentos difíciles, respetaros de verdad, perdonaros cuando sea necesario... y amad mucho a vuestros hijos... y no viváis cerrados en vosotros mismos, sino muy abiertos y generosos... y rezad juntos, participad juntos en la Eucaristía, ayudaros a encontrar a Dios. Intentad ser felices, porque esto es lo que hace feliz a Dios, esto es lo que le desea Jesús. Y esto es lo que más puede ayudar a los que tenéis cerca de vosotros.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 2, 11-12


26.

* El profeta Isaías hace alusión a Dios y a Israel como el esposo y la esposa respectivamente. Esta relación hace mención a una nueva realidad, a una nueva forma de vivir, de actuar. Esto exige que el pueblo se renueve, para ser capaz de comprometerse con Dios y asumir una relación como de pareja. Esta nueva visión del profeta surge de la esperanza y del deseo de querer ver reconstruida su historia y su cultura. Israel había vivido momentos desastrosos en su historia, pero el exilio, ahondó su crisis y los desesperó hasta tal punto de creer que todo había terminado en las manos del enemigo. Pero ahora el acontecimiento de la reconstrucción tras el exilio es la bandera de la lucha del pueblo, y para esto es necesario replantear las relaciones con Dios, hay que revisar en qué se ha fallado, por qué nos hemos sentido lejos de él.

En ningún momento Dios se aleja de nosotros, ni su amor es retirado. No era que Dios tratara al Pueblo como a "la abandonada", o a su tierra como "la devastada"(Is 62, 4); esto era lo que otros sentían del Pueblo, al creer que Yahveh les había apartado su favor. Frente a esta realidad de desesperación y de peso social que ejercían los dominadores, la voz del profeta se hace sentir y anuncia a Israel cómo es la relación con Dios: ahora serás llamada "Mi favorita" y la tierra tendrá por nombre "Desposada" (Is 62, 4). El pueblo vuelve a renovar la alianza con Dios ahora como un matrimonio (Is 62, 5) en el que el novio y al novia asumen un mutuo compromiso. Esta es una iniciativa de Dios para que el pueblo continúe creyendo en el proyecto que él desde siempre ha tenido para su pueblo.

* En esta nueva realidad asumida por la comunidad cristiana -quien es ahora la nueva novia, que se engalana con los dones del único y mismo Espíritu (I Cor 12, 5) para vivir de un modo acorde con su novio- se concretiza una nueva forma de vivir y de asumir la historia y la relación con Dios. Este nuevo pueblo-novia ha recibido en plenitud los dones que el Espíritu ha regalado a su pueblo para embellecerlo y para que no cese de ponerlos al servicio de la misma comunidad, ya que sabe que es depositario de estos regalos que el Espíritu le ha transmitido, y por tanto debe dar frutos en abundancia para el bien del pueblo y de la humanidad (I Cor 12, 7). Todos estos dones van a enriquecer la vida individual y colectiva y le van a dar un toque de diferencia a la nueva comunidad que cree en la irrupción de Dios en la historia en la persona de Jesucristo.

* El evangelio de Juan nos narra el milagro que realizó Jesús en una fiesta de bodas en Caná de Galilea. Nos dice que había unas tinajas vacías que servían para el agua de la purificación, uno de los ritos más rigurosos del pueblo judío (Jn 2, 6). Jesús manda llenar las tinajas de agua, y es el agua de aquellas tinajas la que Jesús convierte en vino (Jn 2, 7-8). Jesús ha convertido la ley en fiesta. El agua de un rito que esclaviza, que causa hipocresía, Jesús la ha transformado en vino, símbolo de la libertad y de la sinceridad, símbolo de la alegría y la espontaneidad. Esta es la nueva realidad de Israel, la amada desposada por Dios y que ahora debe ser desposada simbólicamente por Jesús. La realidad de esta amada, es que Jesús la purifica, la cambia. Ya no es un pueblo sometido a leyes y ritualismos externos, sino un pueblo que asume el Reino con sinceridad y con responsabilidad, sabiendo que Dios por pura misericordia lo ha amado y lo ha llamado a ser parte de la comunidad de los que pueden ver la Gloria que Dios refleja en Jesús. Simbólicamente, Dios, en Jesús, vuelve a desposarse con el pueblo. Surge así el Nuevo Israel.

La Iglesia debe ser fiel a este compromiso adquirido con Dios en la persona de su Hijo, viviendo en la alegría de haber sido liberados del ritualismo y de la ley, pero dando frutos de vino nuevo, vino de alegría en la comunidad de creyentes.

Oración:

Oh Dios que en las bodas de Caná te has manifestado en tu Hijo participando en las fiestas del pueblo y servicial ante nuestras necesidades humanas; transforma nuestra agua en vino, y haznos a los que seguimos a tu hijo testigos de la alegría, amigos de la fiesta, y enemigos de todo lo que entristece y oscurece la vida humana. Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo...

Para la oración universal:

Oremos confiadamente a Dios, nuestro Padre:

-Por la Iglesia, para que predique y viva el evangelio capaz de hacer un mundo nuevo y sepa hacerlo presente en todas las realidades del vivir humano, roguemos al Señor.

-Para que los cristianos demos testimonio de alegría, de amor a la vida y a la fiesta sana...

-Para que seamos capaces de vencer la frialdad de la ley con la fuerza revolucionaria del amor...

-Para que la fe y la esperanza nos den la fuerza suficiente para ejercer activamente el amor.

-Por todos nosotros, para que creemos el hombre nuevo y la mujer nueva capaces de cambiar nuestra sociedad...

-Por la pastoral matrimonial en nuestras comunidades cristianas, para que sea una pastoral claramente evangelizadora que ayude a las parejas a renovar su opción cristiana...

Oración: Escucha, Padre, nuestras súplicas y danos fuerza y constancia para cumplir tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


27. COMENTARIO 1

AGUA O VINO

¿Quién no ha oído hablar de la boda de Caná? Pero ¿quién ha leído con detención este relato para ver lo que dice exactamente? Da la impresión de que los comentaristas de este evangelio y la imaginación popular -que quiere ver cosas prodigiosas por todos sitios- se han quedado en la superficie. Casi todo lo que ahí se narra es extraño.

Extraña, en principio, que unos novios no calculen el vino necesario para su fiesta de boda -una fiesta sin vino abun­dante no es tal-, pero extraña más todavía que el maestre­sala, encargado del banquete, no se diera cuenta de esta falta y tuviera que ser precisamente una invitada, María, la que constatara la triste situación. Llama la atención que Jesús, siempre atento a las necesidades del prójimo, responda a su madre con unas palabras que pueden sonar a descortesía o falta de interés por resolver el problema: «¿Qué nos importa a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Jesús llama a su madre 'mujer' a secas.

Sorprende, por lo demás, que en el lugar donde se cele­braba la boda hubiera seis tinajas de piedra, de unos cien li­tros cada una, destinadas a los ritos de purificación de los judíos. Seiscientos litros de agua parecen demasiados para un lavado ritual. Por último, reclama la atención del lector el he­cho de que Jesús mande sacar agua de las tinajas para que los sirvientes la llevaran al maestresala, y que éste, al probarla, vea que se trata de vino de calidad. Sin pararse a investigar más, el maestresala reprocha al novio el haber reservado el vino de calidad para última hora. No sabía de qué iba la cosa...

Al terminar este relato, dice el evangelista: «Esto hizo Jesús como principio de las señales en Caná de Galilea.»

Lo que aquí se narra no es tanto un aparatoso milagro cuanto «el principio de las señales», el comienzo de algo nuevo y distinto que Jesús inauguraba y que el evangelista expresa gráficamente como si se tratase de un hecho sucedido.

Agua, vino y boda son signo de otras realidades conocidas por los judíos: «Agua. » La religión de Israel giraba en torno al agua. El hombre, para relacionarse con Dios -un Dios lejano y dis­tante- necesitaba purificarse de sus pecados. La garantía de limpieza y purificación se obtenía mediante un lavado con agua del miembro del cuerpo con que el hombre había caído en falta delante de Dios. Asediado por un complejo constante de culpabilidad ante Dios, el hombre, en aquel sistema religioso, se alejaba de Dios cada día más. Para colmo, una religión ba­sada en el agua tenía unas tinajas vacías...

«Vino.» Para el final de los tiempos había anunciado Isaías que Dios daría «un festín de manjares suculentos y vinos de solera» (Is 25,6). El vino, inventado por Noé (que significa 'consolador' por lo que su invento aporta de consuelo y alivio a la humanidad para olvidar sus penas, Gn 5,29), era un sím­bolo del amor entre los esposos: «Son mejores que el vino tus amores», dice el Cantar de los Cantares, un libro de enamo­rados que habla del idilio de Dios con su pueblo, y añade: «Tu boca es vino generoso» (7,10); «te daré a beber vivo aromado» (8,2).

«La boda» representa la alianza entre Dios y el pueblo. La antigua alianza estaba basada en unas tablas de piedra, las tablas de la ley -de piedra son también las tinajas-. La nueva alianza -la boda de Dios con el pueblo que lidera Jesús- no se basa ya en la Ley, sino en el amor, vino que hace soñar otra vida.

En Caná, Jesús anunció al maestresala, dándole a probar el vino, la sustitución definitiva del agua-ley por el vino-amor, de la Antigua por la Nueva Alianza. La hora definitiva de esta sustitución tendría lugar en la cruz, donde el vino-sangre de Jesús acabó para siempre con la Ley para instaurar el amor como único y definitivo mandamiento.


28. COMENTARIO 2

SOLO AMOR, ¿Y OS PARECE POCO?

Cuando alguno dice que la forma de comportamiento propia del cristiano es el amor, siempre suele haber alguien que pregunta:

«¿Sólo el amor? ¿Y todo lo demás?» Pues, según el evangelio, esto es cierto no sólo en lo que se refiere a las relaciones entre los hombres, sino también en lo relativo a las de éstos con Dios.



NO TIENEN VINO

Al tercer día hubo una boda en Cana de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús; y fue invitado Jesús, como también sus discípulos, a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús se dirigió a él:

-No tienen vino.



La religión judía había llegado, en tiempos de Jesús, a una degradación total. La relación de Dios con su pueblo, que los profetas habían descrito como un enamoramiento apasio­nado o como la ternura de un esposo con su esposa -«Como un joven se casa con una doncella, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo»- (Is 62,5; véase también 54,1-8; Jr 2,2; Ez 16,8.60-63; Os 2,16.20-22) se había convertido en una serie de ritos y ceremonias, repetidos una y mil veces y orientados a resolver la permanente duda que la doctrina oficial creaba en la conciencia de los creyentes: ¿estaré en buenas relaciones con Dios? Esta era una de las más tremen­das realidades de la religión de Israel: sus dirigentes y sus pensadores -los sumos sacerdotes, fariseos y letrados- presentaban una imagen de Dios, más que justo, justiciero, dedi­cado en exclusiva a vigilar si sus siervos cumplían las muchas leyes que El les había dado, con la constante amenaza de un implacable castigo. Pero como eran tantas las leyes y como, además, cualquiera podía cometer pecado y caer en impureza sin ni siquiera darse cuenta, las gentes vivían constantemente en la incertidumbre de no saber si estaban o no en amistad con Dios. La solución era participar cuantas más veces mejor en las ceremonias que se celebraban en el templo para pedir perdón al Señor y realizar en casa una y otra vez los ritos y lavados de purificación prescritos en las leyes religiosas. Este modo de entender la práctica religiosa lo describe el evangelio de este domingo colocando en el centro del relato esas seis tinajas de unos cien litros de capacidad cada una -¡seiscientos litros nada menos!-, destinadas a contener agua para uso religioso, «para las purificaciones de los judíos». Y lo peor es que las tinajas estaban vacías: aquella religión no servía ni siquiera para lograr lo que sus dirigentes decían que era el objetivo de la práctica religiosa: conseguir y conservar la pu­reza, resultar aceptable a Dios. Todo esto hacía imposible el amor en las relaciones del hombre con Dios: en la religión judía, presentada en el evangelio como una boda según la costumbre de los profetas, se había terminado el vino, esto es, el amor (Cant 1,2; 7,10; 8,2). Y sólo María, que representa a un pequeño grupo que se había mantenido fiel al Señor -el resto de Israel lo llaman algunos escritos del AT (Is 1,9; 4,3; 6,13; 10,20; Jl 3,5; Abd 17; Miq 5,6; Zac 8,11)-, toma conciencia del problema, mientras que la jerarquía religiosa -el maestresala- no se da cuenta del enorme desastre -de­jar que se acabara el vino en una fiesta de bodas, dejar que se acabara el amor en las relaciones con el Dios del amor y la misericordia- del que ella era responsable.



EL VINO DE CALIDAD

Al probar el maestresala el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), llamó al novio y le dijo:

-Todo el mundo sirve primero el vino de calidad, y cuando la gente está bebida, el peor; tú, el vino de calidad lo has tenido guardado hasta ahora.



Jesús, que no pertenece a aquella boda, pues sólo estaba allí como invitado, va a ofrecer un anticipo del cambio que él, de parte de Dios, propone. Parecería que, al mandar llenar de agua las tinajas, va a devolver su contenido a la vieja religión judía. No es así: el agua se convierte en vino una vez fuera de aquellas tinajas. Las tinajas, llenas o vacías, ya no servían para restablecer la amistad del hombre con Dios. Jesús va a devolver a los hombres la posibilidad de establecer con Dios una relación de amor, más allá de todas las limitaciones que les imponía el sistema religioso. No se trata de una refor­ma religiosa, sino de abrir otro cauce de comunicación entre Dios y el hombre, basado en el don de su propio Espíritu, su vida misma que hace a los hombres hijos suyos y capaces de amar con su mismo amor. Es la suya una nueva y definitiva alianza basada en la fuerza del Espíritu de amor que sustituye y declara caducada la vieja alianza que por culpa de los diri­gentes había perdido su fuerza liberadora y su contenido de amor y misericordia para quedar reducida a una ley fría -de piedra- y al miedo al castigo. Por una vez el vino nuevo será, como reconoce y lamenta el maestresala, de más calidad que el añejo. Y para siempre el amor sustituirá a la ley y la alegría de la fiesta ocupará el lugar del temor al castigo.

Así deben ser nuestras relaciones con Dios: experiencia y práctica de amor que nos hace vivir nuestra existencia como una fiesta, desbordante de gozo y amistad, en la que Dios se regocija con la alegría de sus hijos. Y que a nadie le parezca poco. A quien desee encerrar en leyes y estructuras prefabri­cadas y controlar exigiendo obediencia a quien ha adoptado el amor como norma de vida le resultará muy difícil; pero es que esas leyes y estructuras ya no son necesarias, pues si una ley es justa, si favorece el bien del hombre, lo que en ella se exige, aunque como ley sea superflua, será cumplido por el que acepta la nueva alianza, pues con la fuerza que le da el vino nuevo, el Espíritu de Jesús, tratará de llegar mucho más lejos que lo que una ley puede exigir: a gastar y, si es necesario, dar la vida por la felicidad de todos y cada uno de los miem­bros del género humano.



29. COMENTARIO 3

vv. 1-11. La antigua alianza, simbolizada por la boda en que falta el vino, va a ser sustituida por la nueva, en la que se dará el vino del Espí­ritu (cf. Cant 1,2; 7,10; 8,2: el vino, símbolo del amor). Es decir, Jesús va a inaugurar una nueva relación del hombre con Dios, que no estará mediatizada por la Ley (1,17), sino creada por la posesión del mismo Espíritu de Dios, impulso de vida/amor, que hace al hombre/hijo seme­jante a Dios/su Padre. Jesús, el nuevo Esposo (1,15.30) o centro de la nueva comunidad humana, anuncia el cambio, que tendrá lugar cuando llegue su hora, la de su muerte (4).

Se completa la sucesión de días (1,29.35.43). Al tercer día (1) = dos días después. Sumando estos dos días a los cuatro antes mencionados, resulta que Jesús va a desarrollar su actividad el día sexto, el de la crea­ción del hombre (Gn 1,26-31); este simbolismo temporal indica que la obra de Jesús va a dar remate a esa creación. La expresión al tercer día (pasado mañana) alude también a Ex 19,10.11.15.16, donde anuncia la teofanía del Sinaí (Ex 20,1-21; cf. Jn 2,11) y a Os 6,2: al tercer día nos resucitará y viviremos en su presencia. Así, el día sexto será al mismo tiempo el de la creación terminada, el de la alianza nueva en que el Espíritu sustituirá a la Ley (1,17) y el de la resurrección o vida defi­nitiva.

Jesús no pertenece a la antigua alianza, asiste a la boda como invi­tado. La madre sí pertenece, pero reconoce al Mesías y espera en él; ex­pone a Jesús la situación (2-3). Jesús le indica la necesidad de romper con el pasado (4); su obra no se apoya en las antiguas instituciones, trae una novedad radical. Nunca un hijo llamaba mujer a su madre; la ma­dre, mujer casada o esposa (Mt 1,20.24; 5,32; Mc 10,2), representa, bajo la figura de la esposa de Dios, al pueblo fiel de la antigua alianza (cf. 19,26; 4,21; 20,15) que espera el cumplimiento de las promesas (figura femenina en paralelo con la masculina de Natanael, 1,48). Ella exhorta a los que colaboran con Jesús a ser fieles a la nueva alianza (cf. Ex 19,8; 24,37) (4-5).

Las tinajas de piedra (6), en el centro de la narración, representan la Ley (Ex 31,18; 32,15; Dt 4,3, etc.: tablas de piedra); ésta presenta a un Dios susceptible que rompe por cualquier motivo su relación con el hombre (impureza), ocultando el amor de Dios; obsesiona al hombre con su indignidad y le promete restablecer la relación del hombre con Dios (purificación). No contienen agua (las llenarán por orden de Jesús), la promesa de purificación es falsa. Seis, número de lo incompleto y provisional.

Al hacer llenar las tinajas de agua (7) indica Jesús que él va a dar la verdadera purificación. El maestresala o jefe del banquete (8) es figura de los dirigentes de Israel. Jesús ordena que saquen de las tinajas y le ofrezcan. Al ofrecérsela, el agua sacada se convierte en vino (el amor produce la purificación y da acceso a Dios) (9).

El maestresala no reconoce el don mesiánico (10), el del amor/Espíritu que une al hombre con Dios (cf. 1,17). Protesta del or­den en que se dan los vinos: lo antiguo debe ser lo mejor; para él la si­tuación pasada es la definitiva. No acepta el cambio de alianza.

Jn anuncia una serie de señales que realizará Jesús. La de Caná es principio, prototipo y clave de interpretación de las que seguirán; ha manifestado la gloria/amor de Jesús, cuya experiencia funda la fe/adhesión a él.



30. COMENTARIO 4

La fe aparece usualmente ligada a "señales", que nos permiten el descubrimiento de la presencia de Dios en la historia personal y social. La búsqueda de estas señales es una tendencia natural propia de todo hombre religioso que coloca, en el centro de su vida, el descubrimiento de la "gloria" de Dios.

En nuestros días se corre el riesgo de considerar aquellas señales como ligadas indisolublemente a lo extraordinario o maravilloso. Este espacio se ha transformado para muchos de nuestros contemporáneos en el único lugar en que se puede realizar el encuentro con Dios.

La primera de las señales de Jesús realizada en Caná, por el contrario, sitúa la gloria de Dios en el marco de las realidades cotidianas, en un banquete de bodas. Y con ello invita a ser capaz de buscar el descubrimiento de la cercanía de Dios en Jesús, de su presencia en la historia, dentro del marco de lo cotidiano de la existencia. Por sobre todas las cosas, éste es el lugar en que debemos dar respuesta a Dios. Allí se debe asumir la misma actitud de los discípulos de Jesús que en Caná "creyeron en él".

El banquete de bodas se convierte así en la ocasión mediante la cual se realiza la manifestación de la gloria de Dios. Gracias a él se puede situar la religiosidad de forma adecuada, es decir, como un encuentro maduro y gozoso. Dicha enseñanza se realiza mediante la contraposición de dos bebidas diferentes: el agua y el vino.

Solamente la presencia de este último puede ofrecer las condiciones necesarias para la realización de la fiesta. La alegría, propia de ésta, no puede ser la consecuencia natural de una religiosidad centrada entre lo puro e impuro, lo permitido y lo prohibido. Por el contrario, sólo transformándose, puede el agua de los ritos de la purificación de los judíos contenidas en las tinajas, expresar adecuadamente la relación religiosa. Y sólo gracias a la actuación de Jesús puede tener lugar el desplazamiento, exigido para la celebración, desde las preocupaciones angustiosas centradas en la propia persona hacia el encuentro maduro y festivo con los demás.

Por otra parte, este tipo de encuentro sólo se realiza en la plenitud del momento final de la historia de la salvación y, por consiguiente, está en relación con la hora en que se produzca la exaltación del Hijo del hombre, el único que puede manifestar la plenitud del designio salvador de Dios.

 COMENTARIOS

1.Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba
2.R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3.J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.
4.Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).

HOMILÍAS 21-26