41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1. BUSQUEDA/POSESION:

"¿Qué buscáis?", les dice Jesús a Juan y a Andrés. Es su primera palabra, el primer sonido de esa voz que les va a revelar cosas extraordinarias y a llevarlos muy lejos. Jesús ve que están buscando. Hasta entonces, seguían a Juan Bautista; sin vacilar, lo dejan para seguir a aquel desconocido. Será su oportunidad más fantástica, y Juan indica con esmero la hora: las cuatro de la tarde. Jesús simpatizó pronto con ellos; le gustan los hombres capaces de dejarlo todo por él. Pero ya su primera pregunta empieza a penetrar en ellos: "¿Qué buscáis? ¿Qué esperáis de mí?".

Muchos se engañarán sobre él. Le dirá a la gente: "Me buscáis, pero ¿por qué? ¡Porque os he dado abundantemente de comer!".

Preguntará a sus apóstoles: "¿Quién dicen que soy yo...? Y para vosotros, ¿quién soy?". Preguntando hasta el final qué es lo que esperan de él, le dirá a María Magdalena: "¿A quién buscas?".

En este momento, me dice a mí: "¿Qué andas buscando? ¿Qué es lo que buscas cuando me buscas a mí?".

Quizás sea algo confuso, como le ocurría a Juan y a Andrés: "¿Dónde estás? ¿Dónde vives?". Lo buscamos en el evangelio, pero allí no tenemos ni su voz ni sus ojos; será siempre para nosotros un desconcertante misterio de presencia-ausencia.

Sabemos que está allí; actúa en el mundo y quiere actuar en nuestra vida, pero ¡cuánta fuerza de fe se necesita (la única forma de agarrarlo) para entrar en contacto con él y mantener ese contacto! Muchas veces nos sentimos tentados de pensar sólo en el hombre de ayer. El habló, y nos gusta verlo como maestro de sabiduría; lo utilizamos para apoyar nuestras mejores ideas de justicia. Abrimos el evangelio como si fuera una caja de caudales, para buscar en él frases de oro.

Pero ¿y a él? ¡El está vivo! Espera nuestros pasos para volver la cabeza y salirnos al encuentro: "¿Qué quieres?". A esto no hay más que una respuesta, la que cambia toda la vida, la gracia de las gracias cuando brota de todo nuestro ser: "Lo que quiero, eres tú. Te busco a ti".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 189


2. COMUNICACIÓN/D/EMISORA

La primera y más sencilla lección que debe aprender cualquiera que quiera tratar cuestiones de comunicación es la de los tres elementos esenciales -además del propio mensaje- sobre los que ésta se apoya: emisor, receptor y medio. Para que haya comunicación tiene que haber una emisión, un receptor en sintonía y un medio adecuado que facilite la transmisión del mensaje. Si la comunicación falla puede ser responsabilidad del emisor (quizás no emite, o emite mal, o de forma ininteligible...), puede ser del medio (interferencias, ausencia de un medio adecuado...), puede ser del receptor (no está a la escucha, sintoniza mal, no saber interpretar la señal...).

En la comunicación entre el hombre y Dios, este esquema cuadra a la perfección. Lo que también cuadra es la constatación de dificultades en la recepción del mensaje de Dios. Al menos ahí está el hecho de que muchas personas se quejan y se lamentan: Dios no habla, Dios guarda silencio, Dios calla...

Lo más fácil es echarle las culpas al otro, como solemos hacer en casi todo; la misma manera de constatar las dificultades en nuestra relación con Dios y ya lleva implícita una cierta acusación: es El quien no actúa: no habla, calla, no dice.

Si queremos escuchar una emisora de radio o ver un determinado canal de televisión, bien sabemos que tenemos que "buscar" hasta sintonizar, que las emisoras no surgen en la frecuencia que nosotros queramos sino en las que tienen asignadas. ¿Por qué no somos capaces de aprender esta sencilla lección y pensar que quizás Dios también tiene su "frecuencia" personal? Es fácil decir que Dios no habla, que no emite; pero en la misma acusación estamos descubriendo nuestra "trampa": no queremos sintonizar con El en su frecuencia sino en la nuestra. Por supuesto que es más trabajoso ponerse a buscar; ¿quién no ha experimentado lo fastidioso que resulta, cuando estamos en un lugar distinto a nuestra residencia habitual, ponerse a buscar emisoras que nos ofrezcan algo que nos interesa? Y cuando ha pasado algún tiempo, ya sabemos dónde tenemos que buscar, ya hemos cogido la costumbre de localizar nuestras emisoras preferidas.

Pues bien, exactamente igual nos pasa con Dios. Tenemos que hacer el ejercicio de buscar. Es imprescindible. Aquí no existe la búsqueda automática. Hay que buscar insistentemente, hay que aprender a localizar su emisión, a veces incluso es menester saber interpretarla. Y, cuando llevemos tiempo ejercitándonos, tendremos ya la costumbre de hacerlo, nos será, relativamente fácil "escuchar" la voz de Dios, sintonizar con El, entenderle.

Si de verdad queremos escuchar a Dios -y hay que reconocer que este es el deseo sincero de muchas personas-, tenemos que ejercitarnos en ese ejercicio de "buscarle". Hay que comprender las dificultades que en esta tarea nos podemos encontrar. Pero una buena parte de ellas las ponemos nosotros mismos y, por tanto, somos nosotros quienes debemos superarlas.

Quizás la primera -y posiblemente la más seria- es la de nuestra falta de decisión para comenzar la búsqueda. Estamos cada día más acostumbrados a que nos traigan el mensaje a casa, a que nos lo den explicado y simplificado, a que nos entre, sobre todo, por los ojos. El mundo de la imagen pretende convencer (piénsese en la publicidad), y sabe que cuanto más facilite la tarea al receptor, más éxito tendrá; y nosotros nos hemos "dejado querer", nos hemos dejado llevar por el primer golpe de imagen, por lo que entra de primeras y sin más por los ojos; y hemos perdido en buena medida la costumbre de buscar, comparar, analizar, reflexionar... Hemos querido que Dios nos hable con el mismo lenguaje que el vendedor de jabones, el de colonias o el de electrodomésticos; y tenemos que reconocer que entre estas voces y la voz de Dios necesariamente tiene que haber algunas sustanciales diferencias.

Nuestras acusaciones a Dios, que muchas veces son muy sinceras, no dicen nada sobre Dios sino más bien sobre nosotros. No es un silencio de Dios lo que revelan, sino una sordera nuestra. Y esto aun admitiendo de nuevo que, en ocasiones, no resulta nada fácil reconocer la voz de Dios.

Ya le pasaba a Samuel, como vemos en la primera lectura de hoy; pero Samuel no sólo nos enseña que a veces cuesta reconocer la voz de Dios. También nos enseña que el camino para superar esa dificultad es el de la constancia, la fidelidad, el empeño en oír su voz y responderle.

Dios nos habla a través de su Hijo, de la Iglesia, de la Biblia, de los hombres, de la creación... Y lo hace con una delicadeza suprema; no quiere herir nuestros oídos con grandes voces, pero tampoco nos obliga a forzar nuestros tímpanos para percibir sonidos casi inaudibles; simplemente nos habla, a diario, con y en las cosas de cada día, y de vez en cuando nos lanza una llamada un poco más especial, en los acontecimientos especiales que nos toca vivir, sea la caída de un muro humillante como el de Berlín, sea la muerte de un ser querido...

Frente a la manía de decir que Dios guarda silencio, la costumbre de buscarle y escuchar allí donde él nos quiere hablar. Y aceptar, sencillamente, que el nos envíe sus mensajes del modo y manera que dentro del respeto que tiene hacia la libertad del hombre, más conveniente vea El para nosotros.

¿Habla o no habla Dios? La respuesta es, sencillamente sí; pero la pregunta clave no es ésa, sino esta otra: ¿Escuchamos o no escuchamos los hombres?

L. GRACIETA
DABAR 1991/10


3. LLAMADA/VOCACION:

-LA LLAMADA

La primera lectura y el evangelio se centran en el tema de una llamada, la vocación. Samuel, niño aún y ya en el templo, es despertado por la voz de la noche. Hasta que tomamos conciencia del proyecto de Dios en concreto sobre nuestra vida personal, somos niños y estamos en la noche.

La iluminación, que puede parecerse al alba tanto por su lentitud como por su seguridad, nos constituye en la edad adulta. Antes, íbamos a la deriva, a merced de cualquier viento o mentira. Esta voz en la noche nos establece en una seguridad fundamental: Dios me ama, porque cuenta conmigo para sus planes. Así comienza la autoestima, principio insustituible de nuestra felicidad en el mundo: le sirvo para su programa maravilloso... le soy útil a Dios!... Llamada, la de Samuel entre dudas y tanteos, que la hace más humana y normal. Así avanzamos los humanos, como el alba, pero irreversiblemente, si sabemos confiar mientras buscamos.

-JINNENI. HEME AQUÍ

Deberíamos retener esa palabra hebrea, jinnéni, como repiten sus manthras los orientales y simpatizantes. ¡Dice tanto! Cuando sale de un corazón dócil al Espíritu, se entra en una corriente profunda por la peregrinación hacia Dios, Abraham, Moisés, Samuel, Jeremías, la Virgen María, Pablo de Tarso y tantos apóstoles, profetas y santos de todos los tiempos. Esa palabra, que tan bien suena al espíritu obediente, es la clave para seguir a Jesús de Nazaret. Según la carta a los Hebreos, fue su primera palabra al introducirse el Hijo en la historia: Jinnéni, para hacer tu voluntad.

Es palabra dulce, no humillante, cuando hay el amor por medio. También lo es cuando precede a un paso difícil, porque no hay espinas que no florezcan de algún modo, ni muerte que no termine en una resurrección. En esta sola palabra se contiene toda la conocida frase. "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

La apertura total sólo se consigue después de esfuerzos, purificaciones y tiempo. Antes, suele creer la gente que ya le abrió paso al Espíritu, pero llevamos muchas defensas, a veces inconscientes, que impiden la acción transformadora de Dios. Hay que repetir de boca, en silencio y con obras nuestro manthra: Jinnéni.

-MAESTRO, ¿DONDE VIVES?

Hay que dar la máxima calificación a Juan Bautista como maestro, porque sus discípulos tenían inquietud, buscaban. ¿Qué buscáis?, les preguntó Jesús. Siendo la primera disposición necesaria, corremos el peligro de perderla por embotamiento. El materialismo aturde y apaga la sensibilidad. Sacia de vanidades y mata la vida del Espíritu. Acaba por matar de aburrimiento. Las crisis y el dolor detienen el avance de la muerte, porque son semillas de vida nueva, si se experimentan con el recurso de la fe.

La búsqueda es el camino hacia la experiencia de Dios. Sólo mientras le buscamos, podemos tenerle. De modo que esta actitud vital de búsqueda y de crecimiento espiritual está en el centro de la vida en cristiano. Llega una etapa, cuando la fidelidad ya ha sido probada, en la que Dios se hace presente desde el misterio siempre imprevisible. Ante su presencia no cabe otra actitud que la confianza paciente, la paz activa y la esperanza, mezcladas con la sensación de una total impotencia. Pues, ¿a quien se le ocurre gobernar el Viento? Pero nadie se priva del placer de la brisa ni del espectáculo maravilloso de una tormenta.

-VENID Y LO VERÉIS

Jesús tira de nosotros, aprovechándose de la menor rendija que le abramos. Jesús quiere conducir a sus seguidores a la felicidad de su Reino. Hay que dar el paso: nacer de nuevo. El es la puerta y el camino y el alimento, el pan bajado del cielo.

"Lo veréis". En este evangelio de Juan la fe comienza por la contemplación de su gloria, la del Padre que Jesús refleja.

Después sigue la fe, sin haber visto. Pero siempre están en la base de la fe, según este evangelio, los signos. En Caná fue el vino nuevo, el mejor. Para el apóstol Tomás, fueron las llagas gloriosas, abiertas como una clivia en flor, disponibles en su mano tímida y avergonzada.

En todo caso, entonces y ahora, la fe comienza en la experiencia, en la vida de cada día -"se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde"- leída desde la fe e interpretada como signo de su gloria. "Señor mío y Dios mío" dijo Tomás con sus manos en alto, para expresar su admiración del que contemplaba.

-LA VIDA, UN SIGNO

"Mirad cómo se aman" es el signo de Dios que nos toca hacer patente a todos. Jesús lo manifestó con sus obras y predicación del Reino. A nosotros se nos encomienda la grata tarea de presentar al mundo el testimonio de Dios, o sea una repetición del mensaje de Jesús, vivido por nosotros hoy, inventando la forma. Para que esta gloria del amor se irradie, habrá que liberarla de los filtros que pretenden confundirla con la moral, el orden establecido, el miedo solapado o bien otros intereses poco nobles disfrazados de religión. La solidaridad con los más pobres y la contemplación admirada de las maravillas de Dios nos indicarán el camino.

L. TOUS
DABAR 1991/10


4.

Samuel, en el silencio de la noche y en la quietud nocturna del santuario, oye que pronuncian su nombre. Como es natural, cree que es Elí el que llama; pero se equivoca. No es Elí, es el Señor. Un poco le costó a Samuel reconocerlo, pero cuando lo hizo la respuesta fue perfecta: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Y el Señor le habló. Surgió así el profeta Samuel.

Aunque no lo creamos, esa misma escena puede ser protagonizada por cada uno de nosotros. Vivimos tan inmersos en un mundo masificado, igualitario y unidimensional, que hemos olvidado algo impresionante: nuestra llamada personal por el Señor; hemos olvidado el sentido de nuestra identidad, hemos olvidado eso tan maravilloso que es estar convencido de que "yo" -"ponga aquí cada uno su nombre y apellidos"- he sido llamado personalmente por Dios, he sido elegido por El y tengo un camino específico que recorrer, un camino que no será igual al de ningún otro hombre, por sencillo que parezca. El problema está en que seamos capaces de discernir la llamada porque estamos tan solicitados por tantas cosas, tan entretenidos, tan preocupados por tantos problemas, tan inquietos por tantos desasosiegos, que difícilmente encontramos un rato de silencio y tranquilidad para que la Voz del Señor nos llegue a lo más profundo del corazón y nos despierte del sueño que nos invade. Pero la llamada existe. Esto es lo importante y puede quedar sin respuesta a causa de nuestra pertinaz sordera.

Pero si respondemos, si somos capaces de decir como Samuel, con toda la sinceridad del corazón, "habla, Señor, que tu siervo escucha", se producirá el milagro de convertirnos en hombres de Dios, en hombres capaces de hacer que el Reino sea una realidad aquí y ahora y no una entelequia que esperamos para más allá del final de los tiempos. Si respondemos puede realizarse el milagro de convertirnos en hombres pacíficos, que reparten bondad, que se empeñan conscientemente en quitar las tinieblas que rodean el mundo para invadirlo de luz, una luz que hoy aparece nítidamente en el Jordán y que, si respondemos a la llamada de Dios, nos puede invadir para siempre.

Pero la respuesta da paso frecuentemente a un camino con dificultades. Para Samuel, convertido en profeta -como para tantos otros que también antes y ahora lo han sido- las dificultades aparecieron en seguida. Por eso es interesantísimo que volvamos inmediatamente los ojos al Evangelio de hoy, que es precioso y está lleno de ternura. Juan se apresura a señalar a sus discípulos quién es aquél a quien tienen que seguir. Y lo señala con una frase que a nosotros se nos repite siempre que celebramos una Eucaristía sin que produzca los mismos efectos que produjo en aquellos discípulos de Juan. Cuando ellos escucharon de Juan: "Este es el Cordero de Dios", siguieron a Jesús inmediatamente y, tras preguntarle dónde vivía, se quedaron con El. Se quedaron con El para siempre. La vida ya no sería para ellos igual que antes, ni ellos serían ya los mismos. Se había producido el acontecimiento mayor de los tiempos: el encuentro de un hombre con Cristo. El Evangelio no nos dice dónde se quedaron, donde vivía Cristo, sólo nos dice lo más importante: que se quedaron porque en el encuentro con Cristo lo de menos es dónde tiene lugar; lo importante es que se produzca y que algo en nuestra intimidad nos anuncie que el encuentro se ha producido y que una fuerza nueva se instala en nosotros y nos hace capaces de aventurarnos en el camino del cristianismo tomado en serio.

A los discípulos de Juan les bastó una sola advertencia para seguir a Jesús. Nosotros parece que somos más duros de oído o estamos más distraídos, porque ¿cuántas veces se nos ha anunciado "éste es el Cordero de Dios"?.. Muchísimas y, sin embargo, estamos todavía lejos de seguirle, inquirir dónde vive y quedarnos con El y salir corriendo para decirle al mundo que lo hemos encontrado, como hicieron aquellos dos primeros apóstoles que no se sintieron capaces de guardar para sí el descubrimiento que habían hecho.

Quizás a partir de hoy, cuando en nuestra Eucaristía se nos diga, pausadamente, "Este es el Cordero de Dios", algo suene en nuestro interior, algo como una voz, una llamada venida de lejos que nos haga ver lo importante que en nuestra vida cristiana es seguir a ese Cordero de Dios cuya misión es devolver al mundo la luz, la vida, la esperanza, el amor. Quizá no podamos ya más "ir a misa" y pasar indiferentes y tan tranquilos ante lo que constituye para una gran mayoría de cristianos una ceremonia sin ninguna trascendencia práctica en su vida, en lugar de ser una reproducción, lo más exacta posible, del acontecimiento estupendo que hoy nos cuenta el Evangelio y que vivieron con tanta intensidad dos de los discípulos de Juan que pasaron a ser dos de los apóstoles de Jesús.

A.M. CORTES
DABAR 1988/11


5. FE-EN-ALGO/ALGUIEN.

Unos cuantos hombres se encuentran con Jesús; éste podría ser el resumen del texto evangélico que acabamos de escuchar. Puede parecer poco; demasiado sencillo y elemental; pero si somos capaces de darnos cuenta de todo lo que esto puede llegar a significar, descubriremos que nos encontramos ante un pasaje evangélico que nos revela algo fundamental para el creyente: el encuentro con Jesús. Si nos ponemos a ver en qué consiste la religiosidad que hoy se vive entre los cristianos -o entre los católicos, si se quiere matizar más- no podremos por menos que reconocer que una buena parte de esa religiosidad está basada en lo que se ha llamado una "concepción cosística" de la fe; es decir: fundamentalmente la gente cree en algo.

Los cristianos, los católicos, suelen creer -y practicar-:

-que después de la muerte hay algo; que algo tiene que haber; que hay otra vida, que es eterna; que las cosas no se acaban con la muerte; que hay premio o castigo...

-que hay que cumplir los mandamientos; que hay que ir a misa los domingos; que los ritos tienen que seguir unas normas; que el cura tiene que vestir de una determinada manera, y decir ciertas palabras...

-que hay cosas que se pueden hacer y cosas que no; que hay cosas que son pecado y cosas que nos dan la gracia; que la gracia es una cosa buena que nos da Dios.

Así podríamos seguir; en definitiva: con frecuencia reducimos lo religioso a una esfera, muy bien delimitada, con la que sabemos que hemos de relacionarnos y con la que pensamos que entramos en relación sólo en momentos especiales y excepcionales: cuando nos dedicamos "a las cosas de Dios" -al ir al templo, al asistir al culto, etc.-; el resto de la vida, pensamos, no tiene nada que ver con lo religioso, a no ser aquello de que "Dios lo ve todo" y, por tanto, hay que andarse con cuidado.

Para muchos, y en buena medida, lo religioso es, por tanto, tener fe en algo; un algo que, además, tiene mucho de misterioso, de mágico, de extraño al hombre, superior a él, distante, tremendo y sobrecogedor.

Todo esto responde al esquema tradicional de cualquier religión; es cierto, pero todo esto no responde a lo que es -o debe ser- la fe en Jesús. La fe en Jesús es eso: fe en alguien, en un ser personal, en un ser vivo, con el que podemos dialogar, que nos interpela y nos da respuestas. De aquí la importancia, a la que aludíamos más arriba, del pasaje evangélico de hoy en el que aparecen unos hombres que se encuentran con Jesús, es decir: con Alguien, con un ser personal, no con algo- y sin olvidar, que pasado el tiempo, cuando estos hombres empiecen a anunciar a sus contemporáneos la nueva fe, también les van a presentar a alguien: a Jesús muerto y resucitado, pero nunca les van a presentar algo, sean leyes, ritos o similares; cuando esto aparezca, será como algo secundario, como una exigencia de "funcionamiento", pero no como algo esencial.

No podemos dejar de recordar que las pocas alusiones que en el Nuevo Testamento aparecen, referentes a cuestiones tales como culto, sacrificios, sacerdotes, etc., son referencias que hacen alusión a cultos paganos; nunca son planteamientos cristianos.

Sólo Jesucristo aparece como sacrificio, como culto, como ofrenda, y oferente; es decir: en cristiano, incluso esos aspectos adquieren una dimensión personal. Y si no se les da esa dimensión no son cristianos. En todo caso, cuando aparece algún término -en las cartas apostólicas- referente a estas cuestiones, son siempre términos traídos de realidades "seculares", no copiados de elementos litúrgicos de otras religiones.

Así es, por tanto, nuestra fe: una fe en Alguien, no una fe en algo. Cuántas personas, sin embargo, se proclaman creyentes "muy fieles" porque viven muy pegados a prácticas religiosas aunque nunca han experimentado en su vida ese encuentro personal, dialogante y transformador con ese Alguien que vivió, lo mataron y resucitó y se llama Jesús de Nazaret. Personas que pretenden acercarse al ámbito de lo divino saltándose el camino original y "directo" que es Jesús. Personas que ven en Jesús no el acontecimiento radicalmente transformador de la historia del género humano sino un componente más de un credo teórico.

Personas que no caen en la cuenta de que Dios es Jesús, y se empeñan en meter en el cuerpo del nazareno una divinidad aristotélica teórica y dictada a priori. Personas que, no acaban de reconocer a ese Alguien -porque se quedan en el algo- no terminan de comprender que hay que apostar por aquellos valores que él apostó en la vida. Personas que añoran un pasado irreversible en vez de apostar por un futuro mejor y distinto.

Personas que pretenden una fe privada y espiritual en vez de una fe que lleve a hacerse presente en las encrucijadas en las que se decide la transformación del mundo y la llegada del Reino.

Personas que pretenden vivir una neutralidad basada en la religión, sin apostar -como Jesús- por los pobres y débiles.

Personas que sustituyen el "bienaventurados los pobres" y lo traducen por vergonzantes limosnas.

Las diferencias reales, que no teóricas, vienen de la base de la fe. De una fe puesta en algo o una fe que apuesta por Alguien.

Quien ha experimentado el encuentro con Jesús resucitado sabe que no lo puede reducir a algo porque Jesús es Alguien vivo, interpelante, transformador, ante quien no cabe engaño ni disimulo. Si esa escena tan sencilla que hemos leído en el evangelio de hoy se hace realidad en nuestra vida, si nos encontramos con Jesús, tendremos la gran fortuna de empezar a creer en Alguien. Y vivir como El.

L. GRACIETA
DABAR 1985/10


6.

... COMUNICANDO! La primera lectura de las tres que nos trae la liturgia del día, nos recuerda una conocida escena bíblica del Antiguo Testamento.

Nos viene a la memoria, al leer estas aventuras del joven Samuel, aquellas primeras veces en que oímos dicho pasaje y, en el fondo, nos resultaba divertido ver el despiste que Samuel sufría y cómo tenía que torturar al anciano Elí despertándolo repetidas veces durante su sueño.

El caso es que, como tantas veces, hemos de hacer un esfuerzo para descubrir, debajo de la literatura y la escenificación, lo que Dios quiere transmitirnos.

Y ahí surge el acontecimiento del hombre que es llamado por Dios. Pero también surgen más cosas: surge el hombre que no acierta a comprender la llamada de Dios, el hombre que escucha y comprende dicha llamada, pero no responde, el hombre que no consigue escuchar a Dios que le llama o el hombre capaz de responder, aunque sea después de repetidos "despistes" como es el caso de Samuel.

Hay quienes sienten inquietudes, quienes sienten que algo dentro de ellos se revela contra tantas cosas que funcionan mal, contra tanto egoísmo, contra tanta injusticia, contra tanta forma de opresión -social, psicológica, física, económica, cultural...-, contra tanto sin-sentido en la vida; pero no son capaces de emprender una acción concreta y eficaz por falta de decisión, de claridad de ideas, de convicción, de capacidad, etc. Se quedan en el nivel de análisis de la realidad y de los buenos propósitos y planes, pero no pasan a la acción que es, en definitiva, lo importante. Escuchan, quizá día a día, la llamada de Dios; pero no saben cómo responder.

Hay quienes llegan un poco más lejos; son aquéllos que, sintiendo todas estas inquietudes, saben incluso cómo responder, como traducir en hechos las buenas intenciones, los buenos planes.

Pero, por las razones que sean, no quieren trabajar en este sentido, no quieren comprometerse en una acción eficaz que, probablemente, les resultaría comprometedora. Saben y pueden responder a la llamada de Dios. Pero, sencillamente, no quieren responder.

Tampoco faltan quienes ni siquiera llegan a oír. Embotados por el ritmo frenético de la vida, de la lucha por ser más, llegar más alto o escalar más puestos, se han convertido en personas insensibles ante los problemas del género humano; sólo hay un hombre con problemas: uno mismo, y en la vida no hay otra misión que ocuparse de sí. Insensibilizados, ofuscados, cerrados en sí mismos, abocados a lo puramente material -o quizá, también, inmersos en una religiosidad evasionista, de "fuga mundi", empeñados en hacer decir a Dios las cosas que a ellos les conviene, en lugar de empeñarse en oír, sin prejuicios, lo que Dios dice, por muy comprometedor que pueda resultar-, tienen el teléfono personal descolgado y al otro lado de la línea, llame quien llame, siempre se escucha la señal de "comunicando". Pero no confundirse: comunicando por descolgado, no por causa de otro diálogo. En el fondo, y a los efectos prácticos, todos los hasta aquí reseñados viven, en una forma u otra, un continuo y estéril "comunicando". No hay manera de sintonizar con ellos, de entablar un diálogo eficaz, fructífero. Parecen eternos samueles, sin un Elí que les ponga sobre la pista de cómo acertar con el interlocutor que intenta establecer un diálogo con ellos.

Otros, en cambio, acaban por contestar adecuadamente a la llamada. Normalmente todos tenemos que pasar el camino de Samuel: uno, dos o varios errores antes de saber contestar con corrección. Pero no importa. Lo importante es vivir con esa disposición necesaria para que, cuando seamos llamados, sepamos contestar. O para decirlo siguiendo nuestra ejemplo: con el teléfono personal colgado y alertas para descolgar en cuanto suene.

La comunicación con Dios es, de por sí, difícil. Cuando dos seres tan distintos como Dios y el hombre tratan de entrar en contacto no pueden faltar los problemas. Normalmente el hombre se empeña en escuchar a Dios a su modo, y ese es un gran problema a evitar. No menos problema es el "inventarnos" que estamos al habla con Dios, sin estarlo; suele ser éste el caso de quienes le "hablan" mucho a Dios, pero no le escuchan.

Sin embargo, para conseguir esa última meta de nuestra felicidad no tenemos otro camino que el de escuchar a Dios, saber lo que él espera de nosotros y poner manos a la obra. Dios tiene algo que decirnos a todos y cada uno de nosotros. Por tanto, reflexionemos: ¿realmente escuchamos lo que Dios quiere decirnos sobre nuestra vida? ¿Realmente le contestamos como es debido? ¿Acertamos a escuchar su voz allí donde él habla? ¿Estamos lo suficientemente libres como para que Dios pueda comunicarse con nosotros?

DABAR 1982/11


7. ENFERMO/CLAUDEL

Nada mejor que el relato rebosante de frescor, de Samuel en el templo, para decirnos que somos seres invitados a prestar nuestra atención. Paul Claudel decía de los enfermos: los invitados a la reflexión. Nosotros somos invitados a la escucha. Para San Lucas, María, que sentada a los pies de Jesús escucha su palabra, es modelo de todo cristiano. (Lc. 10, 39). "Lo caído en buena tierra son aquéllos que, oyendo con corazón generoso y bueno, retienen la palabra y dan fruto por la perseverancia" (Lc. 8, 15).

La Palabra de Dios era algo raro en la época de Samuel, y he aquí que esa palabra va a hacerse oír de nuevo. El gran sacerdote no oye nada. No está a la altura de su cargo; pero de todos modos sabe decir al pequeño Samuel: "Si vuelven a llamarte, di: Habla, Señor, que tu siervo escucha". Y esto es lo que responderá este muchacho, consagrado a Dios, que llegará a ser un gran profeta, el último gran representante de la vieja libertad, luchador empedernido por la soberanía de Dios en Israel. "Habla, Señor,que tu siervo escucha".

Dios habla siempre. Nuestro pecado no está exactamente en ser pecadores -todos lo somos y Jesús ha venido para salvarnos-, sino en no querer escuchar a este Dios que llama.

La vocación es un llamamiento, pero es también un destino y un futuro. ¿A qué estamos llamados? Cuál es el canto esencial, el sentido profundo del hombre? El informe de Juan sobre los primeros discípulos de Jesús está impregnado de una intención teológica. Como meta del seguimiento no está puesta aquí la colaboración en la obra mesiánica de Jesús, sino el unirse a Jesús por la fe y mediante ello la participación en su salvación. "Venid y ved"; la experiencia de la fe apoyada en una unión personal con Jesús. "Fueron, pues, y vieron dónde moraba, y permanecieron con El aquél día". Esto es todo lo que sabemos de aquel memorable encuentro; mas su mismo laconismo es suficientemente elocuente. Creer, según el relato de Juan, es abandonarse al testimonio de ese pueblo inmenso de testigos que constituye la Iglesia y unirse a Jesús por la fe para vivir según sus indicaciones.

Ser cristiano es también hablar a otros de Jesús y conducirlos a El, utilizando los lazos naturales de la sangre, como hace Andrés con su hermano Simón Pedro o los lazos de la amistad o de la tierra, como en el caso de Felipe y Natanael.

La Iglesia aparece como un pueblo vivo de creyentes que nos pide como otra veces que miremos a Jesús "venid y ved". Esa es la primera etapa: mirar a Cristo. Pero a continuación llama "venid y seguidme", "creed en la Buena Nueva". Un anuncio que es de nuevo la escucha de un mensaje, de un llamamiento. ¿Y llamados a qué? "Poned la Palabra en práctica. ¡No seáis solamente unos oyentes que se engañan ellos mismos" (St. 1, 22).

Hay muchas vocaciones terrenas y podemos decir que cualquiera es buena con tal de que se mantenga abierta a la vocación definitiva de mantenerse en el camino hacia Dios. Lo importante es que se realice la vocación fundamental. Las formas concretas que pueda asumir son relativas: padre, obrero, sacerdote, empleada de hogar, patrono o ama de casa.

El hombre puede ser todo en este mundo, "puede hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles..., conocer todos los misterios y todas las ciencias", pero "si no tiene amor" no es nada (1 Cor 13, 1-2).

Sólo en el amor radical se realiza el hombre. Los caminos que conducen hasta allí pueden ser múltiples. Cada uno puede ver cuál es el camino por el que mejor puede caminar y de qué capital dispone para poder hacer un buen negocio.

El cristiano hace profesión de vivir siempre a la escucha, intentando descubrir en todas las cosas las señales de la presencia de Dios. Es una tarea para ser realizada permanentemente. Y nunca llegamos al fin, porque estamos todavía en camino y lejos de la patria. Hoy no se nos pide que lleguemos al término del camino, sino que cada paso que demos, lo demos con la sinceridad y la disponibilidad del joven Samuel o de los primeros discípulos.

DABAR 1976/12


8.

-Una fuerte carga emotiva impregna la narración de Juan. Nada ha podido borrar de su memoria el día y la hora en que encontró a Jesús. No fue en el templo, ni en la sinagoga, ni en las teorías de un libro piadoso, sino en los caminos de la vida (Jesús pasaba). Eran un grupo de insatisfechos que nunca se habían instalado en el sistema. Ni siquiera saben contestar algo concreto a la pregunta del Maestro: ¿Qué buscáis? "Sólo cuando lo encuentre, sabré que era eso lo que buscaba", podría haber sido la respuesta. De momento, lo importante es saber dónde te podemos encontrar. ¿Qué vieron en él para abandonar al Bautista y seguirle? Aquel día comenzaron a participar de una nueva misión. El cambio de nombre en alguno de ellos así lo explicitaba.

-Vocación es el llamamiento, casi siempre en tono de sugerencia, que Dios hace a un hombre concreto para llevar a cabo una obra de salvación que favorece a todos. Este acontecimiento personal afecta a la conciencia más profunda del individuo y modifica su existencia, a veces incluso en lo exterior. No se trata de un privilegio tal como se entiende esta palabra en nuestra sociedad, sino de una tarea que beneficia a los otros. El Espíritu es quien dirige a partir de entonces la actuación.

-Los primeros cristianos se sienten "llamados por Cristo". Muchas cartas hablan en este sentido. La intervención en su llegada a la fe de Pablo, Pedro u otro apóstol sólo tiene el carácter de medio porque ellos no son "el que llama". Las ideas teológicas, la religiosidad social u otra cualquier circunstancia que nos haya facilitado el acceso a la fe no es la causa de nuestra vocación cristiana (=llamada de Jesús a seguirle). El encuentro personal con Cristo es el motor y punto de partida de nuestro seguimiento.

En una sociedad tan individualista como la nuestra, esto tiene, si cabe, mayor importancia. La personalización de la fe (que no es sólo ilustración intelectual de la misma) es, sobre todo en los ambientes urbanos, una señal del paso de la religión social a la fe cristiana, con todas las consecuencias prácticas que esto conlleva.

-El evangelista aprovecha el relato para hacer una confesión de fe: Jesús es el cordero Dei (J/CORDERO). En Juan, Hechos, 1 Pedro y Apocalipsis se identifica a Cristo con un cordero. Se trata de un cordero víctima sacrificial. La re-vivenciación de esta figura literaria tiene para nosotros cierta dificultad. Actualmente, debido al cambio de modelos culturales, la palabra "sacrificio" sólo nos es teóricamente comprensible. Sin embargo, para el cuarto evangelista es un tema muy querido. Jesús muere a la misma hora y con el mismo sentido que lo hacen los corderos pascuales.

Tampoco a él (como era preceptivo en esta víctima) le rompen ni un hueso. -El cordero tenía un significado importante para este pueblo descendiente de ganaderos y que en buena medida lo seguía siendo.

Israel se entendía a sí mismo como un rebaño del que los dirigentes eran los pastores aparentes, pero el verdadero pastor era su Dios. No era difícil, por tanto, entender la palabra cordero como "uno de nosotros". La sangre del cordero pascual los salvó de la muerte en Egipto y les abrió el camino de la libertad. Gracias al cordero, hubo "pascua", es decir, paso a otra situación. También con su sangre se sellaban las alianzas (el cuadro de relaciones con otros o con Dios). El cordero moría, sin mayor resistencia, en lugar de otro o para salvar la vida a otro.

-Aplicado a Jesús, el término "cordero" subraya, en primer lugar, su solidaridad (la de Dios) con todos los hombres (uno de nosotros). Es el "dársenos" del Padre. Esto se ve reforzado por el papel de Jesús en la historia. La fe en él nos permite rechazar todas las esclavitudes. Si Dios no nos tiene como siervos, sino como amigos, ninguna institución religiosa o social, ni cualquier ídolo seductor tiene derecho a esclavizarnos. La obediencia a la ley ha sido sustituida por el Espíritu de Jesús. Aceptamos la limitación humana en espera de que un día Dios nos libre también de ella. Pero no podemos aceptar esclavitudes, porque sería negar a Jesús. Hemos pasado, como el Israel histórico en el éxodo, de la servidumbre al servicio. La vieja levadura del cumplimiento no se debe usar después de la pascua. "Ni dios ni amo", reza un ya antiguo "slogan". Como cristianos, no podemos aceptar un dios-amo, porque Jesús inaugura unas relaciones en las que Dios no se presenta como el omnipotente y lejano, sino que gusta ser llamado "papá" desde nuestra libertad.

-Como seguidores del cordero (Dios hecho uno de nosotros que dio su vida por la libertad de todos), cabría pedirnos una mejor solidaridad con el mundo que nos ha tocado vivir y un aprecio de la libertad mucho mayor que el que demostramos. Nuestra infidelidad puede ocultar a los demás el rostro del verdadero Dios.

EUCARISTÍA 1991/04


9.

"¿Qué buscáis?". Es una pregunta la primera palabra del encuentro que el evangelista pone en boca de Jesús. Una pregunta que se dirige al interior del corazón del hombre. Tal vez se trate de hacer manifiestos los deseos humanos más profundos, abriendo precisamente aquello que se encierra en lo más recóndito del corazón. Ahora bien, sólo el que sabe lo que todavía le falta puede disponerse a la búsqueda. El satisfecho está cerrado a cualquier cosa que pueda sobrevenir. La respuesta que San Juan atribuye a ambos discípulos pone de relieve el tratamiento de "Maestro", con el reconocimiento de Jesús por parte de los primeros discípulos (es decir, de los primeros cristianos) como aquel que es el auténtico y definitivo intérprete o maestro de la ley, el guía por excelencia.

"Venid y ved". A continuación ya no se dice nada del sitio donde habita Jesús ni de las conversaciones que posteriormente pudieron llevarse a cabo. Todo ello no es nada más que excusa o pretexto.

Lo importante es el resultado: "Hemos encontrado al Mesías". Este era su anhelo y su deseo. Y se acentuaba que la inquietud de búsqueda ha sido recompensada; el deseo, satisfecho; hasta tal punto que la vida de aquellos hombres llega a encontrar un contenido decisivo. La hora de la llamada (como dice Richard Gutzwiller) coincide con la hora del destino de su vida. Todo aquel que ha escuchado interiormente la llamada de Jesús, por muy exteriores que hayan sido los medios que la han podido producir, todo aquel que le ha seguido y ha entregado la vida por su causa ha podido experimentar que su existencia ha alcanzado un sentido pleno. Esa llamada, en adelante, se convierte en lo inolvidable, lo incomparable y lo decisivo o definitivo.

Hay otra cosa importante, a partir de este pasaje evangélico, pero prescindiendo de él en concreto y refiriéndose a toda la historia bíblica; Dios elige a los hombres personalmente (individualmente y en referencia a un pueblo o comunidad), esto es, a cada uno le llama por su nombre o lo designa con un nombre y lo que esto significa. Porque cada hombre, como nos muestran Jesús y su Evangelio, tiene un valor en sí mismo, un valor peculiar. Cada uno es alguien ante Dios.

EUCARISTÍA 1985/04