REFLEXIONES

 

1. UN DOMINGO SINGULAR

Este domingo no es como los demás. Es cierto que, por su nombre y su lugar en el calendario, es un domingo del tiempo ordinario. Nos hemos quitado los ornamentos de blanco festivo, propio del tiempo de Navidad, y nos hemos revestido con el amable color verde, un color sin referencias a situaciones particulares. Hoy lo hacemos todo como cuando el domingo es sólo domingo y no tiene características añadidas. Aún así, el evangelio de hoy -escogido expresamente para este domingo- nos hace caer en la cuenta de que no nos encontramos en un domingo cualquiera. El Evangelio de hoy nos une y nos remite aún al tiempo de Navidad, como si este tiempo no hubiese terminado o nos costase dejarlo atrás. El evangelio de hoy nos situó en el marco de las primeras manifestaciones de Jesús como Salvador o, visto desde una óptica complementaria, de los primeros reconocimientos explícitos de Jesús como Mesías.

- CÓMO SITUAR ESTE DOMINGO

Con el deseo de desglosar y hacernos vivir aquellas primeras situaciones evangélicas en que Jesús se manifiesta y es reconocido como Mesías, tenemos, en nuestra liturgia, tres días que explicitan lo que en otros contextos litúrgicos se presenta de forma unitaria. Podemos recordar, en este sentido, las clásicas antífonas del cántico evangélico en Laudes y Vísperas del día de la Epifanía.

Por ello, después de celebrar la Epifanía y el Bautismo del Señor, el evangelio más típico de este domingo es el de la tercera manifestación: las bodas de Cana (que escuchamos en el ciclo C). No hubiera extrañado, pues, que este domingo tuviese siempre este evangelio. Pero, para ampliar el contexto de esta lectura, para los ciclos A y B se ha optado por el texto del evangelio de Juan que precede inmediatamente al de la manifestación en Caná. Por eso, Juan, el profeta más próximo a Jesús, nos presenta al Mesías como "el Cordero de Dios" y da testimonio de que "es el Hijo de Dios".

- CRISTO, CORDERO DE DIOS

Para evitar reiteraciones de lo ya predicado sobre nuestro Salvador en el conjunto de las fiestas de Navidad, convendrá centrarse hoy en esta expresión tan característica (Cordero de Dios), que, por otro lado, nos resulta muy familiar por las diferentes veces en que aparece en la liturgia, y hacer catequesis sobre ella. Lo adecuado puede ser, en este sentido, recordar cómo la expresión que utiliza Juan para presentar a Cristo a sus discípulos es la misma con la que nosotros invocamos a Cristo, en el "Gloria", reconociéndolo como Señor, como Dios y como Hijo del Padre; es también como Cordero de Dios que le dirigimos repetidamente nuestra súplica en la letanía que acompaña a la fracción del pan eucarístico; y es como Cordero de Dios que nos es presentado Cristo cuando se nos invita a acercarnos a la mesa eucarística para recibir su Cuerpo como verdadero alimento. Así pues, no es una expresión extraña para nosotros.

Deberemos tener presente, después, las referencias bíblicas que nos acercan a la comprensión del título de Cristo como "Cordero de Dios". Las encontramos en el libro del Éxodo (12,11-13) en el cordero de la Pascua antigua: su carne es alimento y su sangre salva de la muerte. También las encontramos en el Cántico del Siervo de Yahvé (Is 53,4-7.12), donde nos es presentado como el cordero inocente que carga con nuestras culpas. Un texto paralelo a este último es el de la primera lectura de hoy, donde el Siervo amado de Dios es reconocido como "luz de las naciones" y, así, el texto bíblico se adecua a la situación epifánica de este domingo. En el Nuevo Testamento tenemos la referencia de 1 Cor 5,7-8 (Cristo es nuestro cordero pascual inmolado). También en el Apocalipsis, especialmente en el himno de los redimidos (5,8-13), donde el Cordero inmolado es aclamado por la multitud celestial como digno de toda alabanza, y en el pasaje (Ap 22,23) donde el Cordero es considerado como luz del nuevo templo.

- TODOS CONSAGRADOS EN CRISTO

La segunda lectura de este domingo es el saludo de la primera carta de Pablo a los Corintios, de la que escucharemos los dos primeros capítulos los domingos antes de Cuaresma. El texto de hoy nos lleva a hacer dos consideraciones. La primera es la definición que encontramos de lo que es la Iglesia: todos los consagrados por Cristo y que en cualquier lugar invocamos su nombre. Aquí encontramos nuestra identificación cristiana y nuestra vocación a la santidad, así como el hacer de nuestra vida un himno de alabanza al Cordero que nos ha redimido. La segunda es que, este mismo texto, nos urge (tanto como la semana que empieza mañana, día 18) a orar por la unidad de los cristianos, para que todos los que confesamos a Jesús como Señor y en todo lugar -desde cada una de las confesiones cristianas- le invocamos como redentor, lleguemos a conseguir vivir en la unidad que ha de llevar al mundo a creer que Jesús es el Mesías enviado por el Padre (cf. Jn 17,21), el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

JOSEP URDEIX
MISA DOMINICAL 1999/02-07


2. P/SECULARIZACION

La secularización también ha hecho mella en el alma. Ahora ya no hay pecados, decía una ilustre entrevistada en la no menos ilustre televisión. Incluso se pretende hacer gracia utilizando la expresión "está de pecado" como variante del modo superlativo.

Se ha perdido la conciencia de pecado. Lo que no se ha perdido es la mala conciencia. Y mucho me temo que sea ésta la que traiciona a los que más interés manifiestan en banalizar el pecado. Aunque también pudiera suceder que lo hagan para aliviar la conciencia, para disculparse. Pero, reconozcámoslo, somos culpables. Al menos, no somos inocentes en un mundo dividido, en una sociedad injusta, en un sistema deshumanizado.

Vivimos en un mundo de pecado. Y en este caso "de pecado" no es un superlativo para designar un mundo fabuloso, sino una acusación de inhumano, de fratricida, de insolidario y de insensible... para los pobres, o mejor dicho, para con los empobrecidos. Porque la pobreza no es fruto del azar, sino del sistema elegido y protegido por la ley. El pecado del mundo está en sus estructuras, o sea, en el modelo de organización que hemos elegido y sostenemos, cueste lo que cueste, entre todos. El precio de este modelo, también llamado "sociedad del bienestar", es el pecado, es decir, la injusticia y la explotación o marginación (ahora se dice "exclusión") de un largo veinte por ciento de pobres del bienestar, amén de miles de millones de pobres del tercer mundo, el del "mal-estar".

Pero culpar a las estructuras no es más que un modo de hablar y, por cierto, es también un bonito modo de querer lavarse las manos. Bien claramente lo decía ·JUAN-PABLO-II en la Exhortación Apostólica del 2 de diciembre de 1984: "Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo para evitar, eliminar o, al menos, limitar determinados males sociales, omite el hacerlo por pereza, por miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en una presunta imposibilidad de cambiar el mundo, y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior". De manera que, por complicidad o por inhibición, por pasotismo o por angelicalismo, todos estamos metidos hasta el gorro en el pecado del mundo. Y, siendo esto así, nada tiene de extraño que el bosque -el pecado del mundo- no nos deje ver el árbol de nuestras propias culpas.

Pero no somos inocentes, aunque nos las demos de cándidos. Trivializar el pecado no nos puede servir de coartada frente al hambre, la miseria y la pobreza de los demás. Es muy cómodo confundir el pecado con los "pecadillos", identificándolos con ciertos excesos de celo tan clericales ayer, cuando recalaban en los aledaños de la honestidad en el vestir. Para recuperar el sentido del pecado hay que empezar por recuperar la conciencia de seres humanos, la conciencia de la igualdad de todos al nacer, la conciencia de la responsabilidad humana y de la solidaridad entre los hombres. Para desenmascarar nuestros pecados, celosamente camuflados en el pecado del mundo, no hay más que recorrer las tablas de la Ley de Moisés, ayer, o de la Declaración de los Derechos Humanos, hoy. La repetitiva, miserable e impune violación de todos y cada uno de los derechos y libertades, proclamados y aceptados por la totalidad de los países, son los pecados, nuestros vicios de hoy y de siempre.

Y el más grave de todos los pecados es la indiferencia con que vemos y la superficial inhibición con que se informa de la violación de los más elementales derechos allende nuestras fronteras, o sea, nuestros prejuicios. Porque un prejuicio es, y es culpable, el pretextado nacionalismo que nos exime de responsabilidades ante el hermano. ¿O acaso las fronteras valen más que la unidad del género humano? Mundo miserable, hipócrita y pecador, que celebra la apertura del muro de Berlín -el que levantaron "los otros"- y refuerza más cada día sus muros frente al Tercer Mundo, frente a los pobres y excluidos del desarrollo.

¡Cómo decir que ya no hay pecado!


3.TIEMPO-ORDINARIO:

Entre la despedida y la vuelta del Señor, los cristianos tenemos una tarea que realizar. Iniciamos un ciclo litúrgico, Domingos del Tiempo Ordinario, porque siguen y realizan la pascua pentecostal que viene a expandir la fe fuera de la Iglesia, y que manifiesta que los cristianos tenemos que ser los realizadores de la extensión del Reino de Dios. Su vida se ha convertido en misión de testimonio. Nace el tiempo del testimonio. Domingos verdes, les llaman otros; en definitiva domingos de maduración cristiana, de afirmación cristiana desde el mayor conocimiento y compromiso con la fe en Jesús.

Durante este tiempo no hay solemnidades litúrgicas que se puedan comparar a las anteriores. Los domingos de este largo período son más bien elaboraciones teológicas nucleadas en torno al misterio y al mensaje de Jesús. Dijéramos que en este largo tiempo lo principal es llevar el culto fuera del culto, centrarse más en la vida «ad extra», que en la vida «ad intra» porque hemos de salir de nosotros y vivir prácticamente dentro del propio ambiente de vida el espíritu recibido en el culto, para poder testimoniarlo de palabra, pero sobre todo de obra. Para que pueda ser recibida una palabra sobre la fe debe haber ido precedida de una vida de caridad, de fe, de compromiso por los hermanos, de lucha por la pacificación de este mundo, de hundirse hasta el fondo en el ambiente donde vivimos, para asumirlo y elevarlo. Es el testimonio vivido y sentido y dispuesto como una pequeña luz para que la extensión del Reino sea posible. Es nuestra hora.

FELIPE BORAU
DABAR 1993/11


4. BORRAR EL PECADO

En el evangelio que hoy se proclama aparece Juan Bautista dando testimonio de Jesús. La imagen de Juan con el brazo extendido y el dedo apuntando a Cristo ("Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo") es teológicamente más expresiva que aquella en que aparece con la concha en la mano, bautizando en las riberas del Jordán. Aquí encontramos ya un primer tema sugerente: a ejemplo de Juan, el creyente ha de ser para todos una mano amiga y un dedo indicador de lo trascendente en un mundo de tantos desorientados, donde la increencia va ganando adeptos. Juan identificó a Cristo; los bautizados tendremos que ser en medio de la masa identificadores y testimonio de fe cristiana. Juan, porque conoció antes a Cristo, lo anunció; los cristianos hemos de tener experiencia profunda de quién es Jesús, para testimoniarlo. Para poder conocer a Cristo, antes hay que haberlo visto desde la fe.

Jesús es el Cordero, el Siervo de Dios, que quita y borra el pecado del mundo. Es todo un símbolo de paz; de silencio, de docilidad, de obediencia. Isaías define al Mesías como cordero que no abre la boca cuando lo llevan al matadero y que herido soporta el castigo que nos trae la paz. Con la muerte del Cordero inocente, que puso su vida a disposición de Dios para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, se inaugura la única y definitiva ofrenda grata al Padre del cielo. A imitación de Jesús, el cristiano debe ser portador de salvación y liberador de esclavitudes que matan. En la pizarra de la sociedad actual, en la que se escriben y dibujan a diario con trazos desiguales tantas situaciones injustas y violentas, la fe y el amor del creyente han de ser borrados de los pecados de los hombres. Esta capacidad de limpieza religiosa purifica los borrones de la increencia estéril, que achata la óptica existencial.

Andrés Pardo


5. Para orar con la liturgia

Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Él es el verdadero Cordero
que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.

Prefacio Pascual I


6. Volver a comenzar

Este es el primero de una serie de domingos que pertenecen a la primera parte del Tiempo Ordinario que terminará al comenzar la Cuaresma, a mediados del próximo mes de febrero.

Aunque no es un tiempo litúrgico de los llamados 'fuerte', sin embargo ofrece la riqueza de la lectura continuada del evangelio este año el de san Mateo que, si la aprovechamos, nos invita a volver a comenzar en la profundización de nuestra vida cristiana. En sintonía con el deseo de reanudar nuestra andadura creyente, la liturgia nos ofrece un trozo del evangelio de San Juan que nos pone en situación cero respecto al seguimiento de Jesús.

Efectivamente, narra el primer testimonio del Bautista sobre Jesús, el cuál aún no se había dado a conocer. Un Jesús sólo, sin seguidores. Todo está por estrenar. Situación que, quizás, retrata nuestro paisaje interior en el que se vislumbra una buena dosis de deseos y buenas intenciones, pero en el que aun no se palpan realidades tangibles de compromiso serio y continuado en el seguimiento de Jesús.

El Bautista sirve de introductor en este primer encuentro con Jesús. A modo de flash, sus palabras invitan a situarnos ante el misterio de Jesús como si sucediera por primera vez en nuestra vida. Leámoslas.

En primer lugar, nos habla de su misión redentora: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". La presenta como fruto de su unción mesiánica: "He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como paloma y se posó sobre Él". Finalmente, recuerda que en el Padre está la fuente de tanto bien: "Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios".

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Año VII. Número 283.17 de enero de 1999