EL TESTAMENTO ESPIRITUAL DEL CRUCIFICADO

Siete palabras 


Jesús comenzó su ministerio exponiendo su programa en las 
bienaventuranzas presentadas en el Sermón del Monte: la carta 
magna del reino de Dios. El plan de Dios se va a realizar en Jesús 
en una forma muy distinta a como soñaban los judíos. Era una 
sociedad que ponía como valor supremo el dinero, y su adquisición 
era el objetivo al que se supeditaban todos los demás valores; los 
hombres se medían por lo que tenían en poder o en dinero, no por 
lo que eran. El ideal de felicidad era poseer lo más posible, alcanzar 
las cimas más altas de poder, y adquirir el mayor prestigio. El motor 
de esa actividad era la ambición, las relaciones se fundaban en la 
competencia y la rivalidad. El resultado eran situaciones de injusticia 
y explotación, de rivalidades y de intrigas. 
En cambio las bienaventuranzas proponen una comunidad 
distinta, donde el dinero no es lo principal y donde el reinado de 
Dios sólo puede alcanzarse extirpando de raíz la ambición humana. 
Únicamente así se puede acabar con la injusticia y establecer 
relaciones basadas en el amor. Por tanto, el reinado de Dios se 
ofrece en las bienaventuranzas como una alternativa a la sociedad 
donde reina el dinero. 
A partir de su predicación, Jesús se convirtió en un personaje 
peligroso. Los fariseos vieron en él un rival porque desenmascaraba 
su falsa religión y su hipocresía; los doctores y escribas porque se 
oponía a su doctrina y a la interpretación de la ley, en la que 
basaban su poder sobre el pueblo. Para los sacerdotes y dirigentes 
religiosos judíos, Jesús era un estorbo; les quitaba las 
muchedumbres que ellos dominaban, y ponía la persona por encima 
del sábado. Para los ricos era insoportable su predicación porque él 
denunciaba lo injusto de sus riquezas. Los romanos temían su 
doctrina porque proclamaba que no hay más Dios que Yahveh al 
que hay que servir. El mismo pueblo estaba desencantado de él 
porque sus sueños de prosperidad material y de dominio sobre el 
mundo no se habían cumplido. 
De su predicación Jesús no ha recogido más que el rechazo, el 
odio, el desprecio, la persecución, la prisión. Sus enemigos no 
descansaron hasta obtener su condenación. Ahora clavado en la 
cruz puede ver cómo su obra termina en un fracaso. Sus 
adversarios se sienten satisfechos, no tienen que temer de un 
crucificado, abandonado por Dios y por los hombres. Sus discípulos 
huyeron cuando vieron que el Padre Dios, no lo había defendido de 
sus captores. Sólo permanecieron junto a él las mujeres que 
siempre le fueron fieles. 
Pero, en medio del fracaso, de la deserción, del abandono, sigue 
resonando la voz del maestro. En su agonía él saca fuerzas para 
poder expresar su pensamiento y mostrar cómo sus palabras aún 
siguen teniendo vigencia, por más que sus enemigos hayan 
pretendido apagar su clamor y borrar sus huellas en la historia.. Las 
bienaventuranzas fueron pronunciadas en lo alto de un monte; 
ahora desde el monte calvario Jesús va a darnos su testamento. Y 
comienza con una frase quizá un poco incomprensible. 

Primera Palabra
PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. 
Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera los crucificaron allí, 
a él y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 
Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lc 
23,32-34)
Palabras inauditas. Un judío quizá no las habría pronunciado, 
pero responden a toda la actitud y predicación de Jesús. El implora 
el perdón del Padre para los que lo han conducido a esa situación y 
señala un atenuante. Ellos no sabían lo que hacían. 
Ellos habían procedido de acuerdo con la legislación judía que 
condenaba a muerte a los blasfemos. No sabían lo que hacían. No 
podían saberlo. Cómo imaginar que un hombre de Galilea era el 
Mesías; cómo aceptar que alguien que violaba la ley era el Profeta, 
cómo reconocer que un humilde predicador, sin poder, sin dinero, 
fuera el restaurador del Reino de David; cómo ver en unos pobres 
pescadores a los futuros dirigentes del reino. La imagen del Mesías 
que ellos se formaron no respondía a la que les ofrecía Jesús: si lo 
hubieran conocido nunca habrían crucificado al Señor de la gloria (1 
Cor 2,8). Estaban contentos de haber quitado de en medio de ellos 
a quien les arruinaba sus planes y trastornaba sus ambiciones. Dios 
debería estar satisfecho con ellos. 
Y nosotros hoy día ¿qué podemos alegar? No hemos sido 
capaces de instaurar esa sociedad alternativa que Jesús proponía; 
fingimos ignorar que el poder y las riquezas no van con el reino; no 
nos damos cuenta de que todavía se cometen injusticias; cerramos 
los ojos para no ver cómo se busca el dinero; hay ambición de 
riqueza, de poder, de placer; se desprecia a los pobres; las 
desigualdades no han sido suprimidas; nuestras ciudades están 
rodeadas de cinturones de miseria, y seguimos indiferentes. No 
sabemos qué estamos haciendo. No saben lo que hacen los 
gobernantes quienes no se dan cuenta de que a sus espaldas se 
trafica con el poder. No se dan cuenta de que la corrupción alcanza 
niveles exagerados. 
Pidamos perdón por nuestra ignorancia. Porque creemos que 
estamos haciendo el bien, cuando muchas veces estamos obrando 
mal. 
No todo ha sido un fracaso. Cumpliendo las profecías Jesús había 
sido crucificado con dos malhechores. Y entonces sucede lo 
inesperado. Uno de los malhechores le dice: 

Segunda palabra
HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO
La religión y el camino de la fe están llenos de paradojas. Uno 
pensaría que serían los sacerdotes, los maestros de la ley los 
primeros en reconocer a Jesús como el Mesías y en presentarle su 
adoración. Y no fue así. Pero un malhechor, un criminal, lo confiesa 
como Mesías y le pide que se acuerde de él cuando esté en su 
reino. Misterios de la gracia. Esa confesión no queda sin 
recompensa: Jesús le promete que hoy estará con él en el paraíso. 
Los fariseos vivían pagados de sí mismos; su orgullo les impidió 
hacer el acto de fe en Jesús. Sin embargo, este malhechor puesto 
ya a las puertas de la muerte lo confiesa como su salvador, y lo 
hace en las circunstancias más penosas: no cuando Jesús 
demostraba su poder resucitando muertos, ni devolviendo la salud a 
los enfermos, ni cuando dominaba las aguas, ni cuando sometía a 
los poderes adversos, sino cuando está clavado en una cruz, 
impotente frente a sus enemigos, escarnecido por la multitud. 
Eso es lo que nos ha faltado a nosotros: ver a Jesús en los 
pobres, en los humildes, en los marginados, en los que el mundo 
considera como deshechos. Solamente cuando reconozcamos que 
el reino es para todos, y que los humildes, los pobres, los 
desechados hacen parte del reino, podremos entrar nosotros. 
La Biblia no nos dice nada acerca del crimen que había cometido 
el malhechor que pide perdón a Cristo. Se trataba de una 
transgresión muy grave puesto que fue condenado a morir en la 
cruz. Por eso no es desorbitado suponer que fuera uno de los 
judíos que periódicamente se levantaban contra Roma, un zelote, 
de los que ya había algunos en tiempo de Jesús. El también quería 
una sociedad distinta; quería un pueblo libre e independiente, pero 
había escogido el camino de la rebelión; pensaba que era la única 
vía posible. Posiblemente había tendido una emboscada a tropas 
romanas, había asesinado a miembros de la tropa imperial, habría 
practicado el terrorismo para sembrar la confusión. Con todo, ese 
camino era un camino equivocado, como lo mostrará la historia 
posterior. Se basaba en el odio, la destrucción, el fanatismo, en la 
violencia. Él es imagen de los que aspiran a crear un mundo nuevo, 
pero de un modo que no es el justo, por la senda equivocada y 
ambigua de la violencia y la rebeldía, como los hay tantos en 
nuestra tierra. Hombres y mujeres que se lanzan al monte, empuñan 
el fusil y piensan que con ráfagas de metralla lograrán cambiar el 
país. Ojalá pudieran ellos entender y asimilar la actuación del 
criminal arrepentido y buscaran otros senderos para realizar su 
programa; no los del odio, de la lucha armada, de los atentados y 
emboscadas, de los crímenes y los secuestros. Ojalá vieran a 
Jesucristo como el único que puede cambiar el corazón del hombre, 
destruir la ambición, combatir el egoísmo, sembrar semillas de paz. 
Frente a la cruz, y al ver el daño que han causado: la riqueza 
destruida, la contaminación que producen los oleoductos volados, 
las lágrimas que han vertido los huérfanos y las viudas, la tragedia 
de hombres y niños lisiados por las granadas, se conmuevan y 
decidan a cambiar el fusil por el azadón, las granadas que siembran 
muerte, por las semillas que producen vida. Y lo mismo podemos 
decir a los grupos paramilitares, respuesta a una violencia 
incontrolada; a la delincuencia común, y a los narcotraficantes y 
secuestradores que han llenado de dolor a tantos hogares; en una 
palabra todos los que están desgarrando las entrañas de la patria 
con sus acciones de violencia. Aún los mismos militares y las fuerzas 
de policía deberían examinarse para ver si no se han excedido en el 
uso de las armas. 
El ejemplo del buen malhechor debería abrir los ojos de muchos 
para que comprendan que la paz es fruto de la justicia. 

Tercera Palabra
MUJER, HE AHÍ A TU HIJO; HIJO, HE AHÍ A TU MADRE
Al pie de la cruz María, la madre de Jesús, representa a la 
comunidad que ha aceptado a Jesús y por ende ha seguido su 
programa; ella es la humilde, la pobre, la que sufre por la justicia y 
ahora está con su hijo. Su presencia indica que ella ha asumido la 
cruz de Cristo, que ella comparte su suerte hasta el final. 
Y ella está allí para congregar a sus hijos dispersos por la 
persecución y el rechazo. Al recibir a Juan y al ser aceptada por 
éste comienza a constituirse la nueva comunidad de los que quieren 
ser de Jesús, de los que aspiran a transformar el mundo. 
Es el momento de acercarnos al calvario; allí encontraremos al 
crucificado y junto a él a su madre. Por medio de ella él quiere 
darnos nueva vida, levantarnos de nuestro pecado, devolvernos la 
filiación divina, reconciliarnos con el Padre. Ser hijo de María implica 
un cambio de mentalidad: aceptar el programa de Jesús expuesto 
en el sermón del monte equivale a renunciar al dinero, al poder, al 
placer; es entrar en la nueva comunidad de Jesús, donde todos son 
iguales y la autoridad es para servir y no para dominar. 
María representa a la comunidad que ha aceptado a Jesús. A 
nosotros nos toca ahora cumplir el simbolismo precioso de esta 
escena que nos muestra también como la nueva comunidad de 
Jesús la constituyen los hombres y las mujeres y que éstas tienen 
un papel muy importante que desempeñar, como María. 
Ella nos está esperando para hacernos hermanos de Cristo, su 
Hijo. 

Cuarta Palabra
DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?
Jesús experimenta la mayor frustración que puede sentir una 
persona cuando ve que sus sueños y proyectos se convierten en 
humo. Por otra parte se siente solo; el Padre no ha movido un dedo 
para ayudar a Jesús y librarlo de la muerte. Es la expresión del total 
desamparo, del abandono en que Jesús se ve. Las palabras que 
pronuncia están tomadas del salmo 22 y expresan la situación de un 
justo perseguido. Quizá Jesús recitó ese salmo en la cruz. Esta es la 
clave de la expresión de Jesús sobre el abandono en que lo tiene el 
Padre. 
En realidad el Padre no lo ha abandonado; Dios está con el 
inocente que sufre injustamente aunque momentáneamente calle. A 
su debido tiempo se manifestará y mostrará que él no abandona a 
quien en él confía. Aunque no lo muestra expresamente, Jesús sabe 
que su muerte no es inútil y que será glorificado. Que su destino es 
el mismo del salmista angustiado, pero finalmente exaltado. 
Pero su grito nos sirve a todos. Jesús ha querido vivir todas las 
experiencias límites del hombre. Y una de las más dolorosas es 
ciertamente la del abandono; la del sentirse uno postergado, como 
persona o como comunidad. Este grito de angustia sale hoy de lo 
profundo de muchos corazones. Frente a la situación que vive, más 
de uno tiene la tentación de abandonar la lucha porque la considera 
estéril. 
Pero a veces es bueno tocar fondo. Desde el abismo de nuestra 
incapacidad podemos pedir al Señor que venga en nuestra ayuda. 
Es el grito de tantos huérfanos que se ven solos ante la vida. Es el 
lamento de tantas viudas que han perdido todo apoyo; es la queja 
de tantas comunidades que no tienen futuro asegurado. El grito de 
Jesús recoge el clamor de todos los hombres, de los parias de la 
sociedad, de los inútiles, de los marginados, de los rechazados, de 
los abandonados, de los indígenas. 
Nuestro desamparo es la garantía de que seremos escuchados y 
ese grito no quedará sin respuesta. Ha llegado al trono de Dios y él 
va intervenir para mostrarle al mundo que no ha muerto, ni está 
enfermo, ni nos ha dejado solos con nuestra vida miserable, sino 
que le importamos mucho, y que en Cristo él nos da la esperanza de 
un futuro mejor. 

Quinta Palabra
TENGO SED
Jesús tiene sed. No es de extrañar después de todos los 
acontecimientos. El trasnocho del día anterior, la flagelación que 
sufrió en su cuerpo, el calor que hacía, el cansancio, la 
deshidratación que lo aquejaba. Pero todo esto era apenas un 
símbolo de otra sed más profunda. 
La sed de Jesús es la sed de todos los hombres; la sed de las 
naciones, la sed de las comunidades. Jesús quiere apaciguar 
nuestra sed y no precisamente ofreciéndonos vino mezclado con 
hiel, sino dándonos la vida verdadera, el don de su espíritu y de su 
gracia. 
Todos nosotros sufrimos esa sed: sed de felicidad, de amor, de 
comprensión, sed de ser aceptados por los demás, sed de justicia, 
sed de prosperidad. Pero también como comunidad tenemos sed: 
sed de ser gobernados con equidad, sed de ver satisfechas 
nuestras aspiraciones por una sociedad en paz, sed de progreso, 
de relaciones más humanas entre los diversos miembros de nuestra 
comunidad. Sed de tener un gobierno honesto, limpio, transparente, 
de una justicia sin trampas ni privilegios, de un desarrollo orgánico 
de nuestra sociedad, sed de educación para todos; sed de salud, 
de trabajo, de igualdad de oportunidades. 
A Jesús le ofrecieron hiel y vinagre; al Jesús que padece en el 
hombre y en la sociedad de nuestros días ¿qué le vamos a ofrecer? 

Mucho podemos hacer si dejamos que en nuestros corazones 
brote el amor; un amor generoso, consagrado, sacrificado, 
entregado, que busque crear redes de solidaridad, de aceptación, 
de colaboración, de comprensión. El amor es más fuerte que todo; 
pero lo hemos ahogado con nuestro egoísmo, nuestra frialdad, 
nuestra aceptación de la corrupción. 
Si hacemos que renazca el amor, florecerá también el desierto de 
nuestra comunidad y podremos construir la sociedad que Jesús nos 
ha propuesto. Entonces, como en una tierra paradisíaca brotarán 
corrientes de agua y nadie tendrá ya más sed. 


Sexta Palabra
TODO ESTA CONSUMADO
Desde lo alto de la cruz Jesús contempla su vida y ve como el 
plan de Dios, por lo que a él respecta, se ha cumplido hasta su más 
mínima expresión. Todo lo que dijeron los profetas, lo que cantaron 
los salmos, lo que desearon reyes y patriarcas en Jesús se ha 
hecho realidad. La historia, convertida en pecado por el hombre, 
recobra nuevamente su sentido. Jesús reunió a los hijos de Dios 
dispersos por el pecado. La promesa del paraíso, cuando el Señor 
maldecía a la serpiente y le anunciaba: pondré enemistades entre ti 
y la mujer, entre tu linaje y el tuyo, no se la llevó el viento. Jesús es 
la descendencia de la mujer que ha vencido al mal. Cumplió el plan 
de Dios, el reino ha sido predicado. La curación de los 
endemoniados muestra que Jesús venció las fuerzas hostiles al 
hombre. La sanación de las enfermedades es señal de que Jesús 
está restaurando el orden primitivo de Dios. El reino ha empezado 
como una semilla pequeña, como la levadura que fermenta la masa, 
como el buen trigo revuelto con la cizaña. 
De parte de Jesús todo está hecho; de parte de nosotros aún 
falta que vivamos esa obra en su plenitud. A pesar de las fallas y 
debilidades nada ni nadie la podrá detener. La muerte ya está 
vencida, el pecado derrotado, el dolor aniquilado, la soledad 
destruida en Jesús. 
También nuestra vida es un proyecto que debe realizarse; no 
todo está consumado. El plan de Dios no se ha realizado. Nuestras 
maldades y pecados han estorbado el cumplimiento del designio de 
Dios: aún no hay paz porque no hay justicia; y no hay justicia 
porque somos egoístas; y somos egoístas porque no sabemos amar 
y no sabemos amar porque nos hemos alejado de la fuente del 
amor que es Cristo y nos hemos alejado de Cristo, porque no 
conocemos su palabra, y no conocemos su palabra porque no 
tenemos conciencia de su eficacia. Si fuéramos conscientes de la 
eficacia de la palabra la conoceríamos mejor y nos acercaríamos a 
Cristo y aprenderíamos a amar; dejaríamos de ser egoístas; y 
practicaríamos la justicia y vendría la paz Ojalá también a la hora de 
nuestra muerte podamos decir: todo está consumado. 

Séptima Palabra
EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU
Jesús cita un salmo (31,6) en el que alguien perseguido, y en 
peligro de muerte se encomienda a Dios en un supremo acto de 
confianza. Jesús supera ese grito de desesperación que antes 
había expresado y se vuelve a Dios como a su Padre en quien 
puede descansar tranquilo. Sabe que su muerte no es un fracaso, a 
pesar del rechazo del pueblo y sus dirigentes, él sabe que ha sido 
aceptado por Dios, que su Padre está junto a él. Jesús muere 
tranquilo porque ha cumplido la voluntad del Padre. 
Podía haber escogido un mesianismo terreno, haber buscado el 
poder, el dinero, la gloria, pero el Padre le ha señalado otro camino: 
no de gloria, sino de humillación; no de poder sino de servicio 
abnegado a los demás, no de riqueza, sino de desprendimiento. 
Jesús muere pobre, humillado, impotente, pero tiene la plena 
certeza de que la respuesta del Padre, mostrará que él tuvo la 
razón; Dios no lo dejará en la tumba, sino que resucitará en gloria, 
en poder, en dominio sobre toda la creación y será el Rey y el 
Señor de todo lo que existe. Por eso muere tranquilo, confiado, 
sabiendo que los brazos de un Padre lo aguardan, para acogerlo en 
su gloria. Jesús al hacer suyo ese grito del salmista, le está dando la 
plenitud de sentido. El salmo habla de abandono, de sufrimiento, de 
liberación, de confianza. (Sal 31,15-16). 
Cristo invita a los suyos al amor y a la esperanza; al morir en la 
cruz nos abrió el acceso a Dios. Por eso el grito de Cristo es el grito 
de los hombres en medio de sus angustias y limitaciones. Todo 
puede vacilar en torno nuestro, pero si confiamos en el Señor nada 
puede confundirnos. 
Jesús muere tranquilo porque sabe que su obra no fracasará; el 
poder del infierno no lo derrotará. A lo largo de la historia muchos 
hombres y mujeres aceptarán su propuesta de un reino basado en 
el servicio y el amor. Y, a pesar de las contradicciones de la historia, 
de las traiciones, de las debilidades del hombre, su enseñanza 
seguirá siendo siempre actual y siempre nueva. Y desde la cruz él 
seguirá proclamando el amor de Dios y mostrando cómo el reino se 
construye, no según el plan del hombre, sino según el designio de 
Dios.