"LA PASCUA DEL SEÑOR RESUCITADO" (1)

Hoy, este día tan especial en que la Iglesia no celebra los sacramentos, nos reunimos -austeramente, silenciosamente- alrededor de la cruz salvadora de Jesús. Esta cruz unifica nuestra asamblea y todo lo que en ella hacemos: palabra, oración, adoración, comunión. Pero lo hace en la perspectiva que expresamos en la primera oración, después de habernos postrado ante el altar despojado: Jesucristo, al derramar su sangre por nosotros, se adentró en su misterio pascual. Esta misma perspectiva la repetiremos en la oración postcomunión: No dejes de tu mano la obra que has comenzado en nosotros, para que nuestra vida, por la comunión en este misterio, se entregue con verdad a tu servicio. Por el camino de la cruz entramos en la Pascua.

La Palabra que proclamamos nos habla de cruz hasta llevarnos al relato impresionante de la pasión. La oración universal, modelo típico de las oraciones de la Iglesia, transita hacia Dios, pasando por el misterio de la cruz de Cristo, que concentra en él todas las miserias de la condición humana. La adoración de la santa cruz nos invita a confrontarnos ante ella, colectiva y personalmente: mirad el árbol de la cruz...; ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...? ¡respóndeme! La comunión, a partir de la reserva hecha en la celebración de ayer, última parte de la celebración, nos sirve aún de alimento en nuestro tránsito pascual.

EL SIERVO HUMILLADO, PROLONGARÁ SUS AÑOS

En el Cristo clavado en cruz vemos totalmente realizada la descripción del verdadero Siervo de Dios que presenta el magnífico cántico de Isaías de la lectura de hoy. Nos ha de servir de paradigma de la vida humana porque nos presenta un programa compuesto a base de contrastes extremos que van desde el hecho de que desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, hasta el hecho de que asombrará a muchos pueblos... al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.

Cristo acaba de concentrar en él todos los contrastes de cualquier vida humana, con toda su carga de injusticias, insolidaridades, dolor y muerte; lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres. Y esto sin merecerlo, sólo por ser el Siervo que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Sus cicatrices nos curaron.

Prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. Es el misterio del Viernes Santo, de todos los viernes santos de la historia, del viernes santo de cada cual, el que hoy somos invitados a mirar cara a cara contemplando la cruz de Jesús. Sólo desde ella, que asume desde lo más íntimo nuestra condición humana, puede llegarnos la salvación. Y Dios quiso que así fuera, que continuáramos siendo del todo personas humanas rodeadas de todo el misterio, y que recibiéramos la respuesta desde el misterio de la cruz.

Probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte. Pero, gracias a su muerte que completa la totalidad de la vida humana, ahora puede dar respuesta al interrogante profundo que la existencia plantea, porque se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna. Éstas son frases de la carta a los hebreos. El salmo de hoy nos sintetizará la actitud de Jesús en su vida humana: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

YO-SOY / EL REY / EL HOMBRE

El relato del evangelio -que hoy deberá ser extraordinariamente bien leído- nos dice, con todo el dramatismo, que la respuesta de la Pascua -respuesta radical a la profundidad de la vida humana- empieza siempre con la pasión y la muerte. No hay Pascua sin cruz.

"Yo soy" afirma Jesús ante los que le detienen. Tan sólo él puede decir que "es", que su vida ha sido un vida totalmente humana, tal como place a Dios. "Yo soy rey" proclamará ante Pilato antes de sumirse en el silencio del misterio, como también estará escrito en el rótulo de la cruz durante el silencio del sepulcro. "Este es el hombre"='Aquí lo tenéis", dice la versión litúrgica- reconocerá Pilato ante el pueblo, antes de entregarlo a la muerte cruel.

Desde la cruz, con toda razón, Jesús podrá afirmar: Está cumplido. Sólo él lo puede afirmar. No lo soy, irá repitiendo Pedro e iremos repitiendo nosotros tantas veces a lo largo de la historia, porque al fin y al cabo, sólo Dios nos puede "hacer y ser". Sólo Dios puede romper el silencio del sepulcro, silencio de la vida humana.

"LA PASCUA DEL SEÑOR SEPULTADO"

Con este silencio expectante acabamos la celebración de hoy. Somos invitados a mantener el silencio para poder oír a Dios que habla para completar el tercer paso del Triduo. En la noche de Pascua.

JOAN TORRA
MISA DOMINICAL 2000, 5, 41-42