Domingo de Pascua

Ha amanecido un mundo nuevo


En este día confesamos que Jesús, nuestro Señor, no pertenece 
al mundo de los muertos, sino que es alguien que vive con la vida 
verdadera y definitiva, la de Dios. También proclamamos que 
nuestro futuro es un futuro de vida y que ese futuro lo podemos ir 
haciendo realidad día tras día, al superar las condiciones de muerte 
personales y de nuestro mundo. 

Sugerencias para la homilía
Hechos 10,14a.37-43: Todos proclamaban la Buena Nueva. 
Colosenses 3,1-4: Resucitemos con el Mesías
Juan 20,1-9: Es necesario reconocer el misterio de la nueva vida. 

Es posible que la comunidad que se congrega en este día no 
haya asistido a la vigilia pascual e inclusive que no haya participado 
en las celebraciones de la semana santa. En este caso, esta 
eucaristía es muy importante como celebración pascual. Pero aún 
en el caso de que la comunidad que se reúne sea la misma que ha 
participado durante la semana en las celebraciones, esta 
celebración puede tener un cierto sentido de síntesis pascual de 
todo lo celebrado. 

El simbolismo memorial de la Resurrección del Señor
Nuestros templos albergan, desde anoche, un hermoso tesoro 
simbólico: el cirio pascual. Esta noche ha sido bendecido el fuego 
nuevo, se ha tomado de él la nueva luz con la cual ha sido 
encendido el cirio adornado y hemos hecho una procesión solemne 
para cantar que Jesucristo resucitado es la luz que brilla en medio 
de las tinieblas. 
Jesús, el Cristo en quien creemos, es el Resucitado que vive para 
siempre, que ha vencido la muerte y nos ha abierto a todos el 
camino de la vida. Creer en él, la luz del mundo, es estar 
convencidos de que es posible construir un mundo nuevo, luminoso, 
no afectado por las tinieblas de la muerte, de la injusticia, del odio y 
la violencia. 

El simbolismo bautismal
Esta noche hemos bendecido el agua bautismal y hemos 
renovado las promesas bautismales. San Pablo nos dice que ser 
bautizados significa morir y resucitar con Cristo: el bautismo no es 
un mero hecho del pasado, que ni siquiera recordamos, sino algo 
que nos ha marcado profundamente. Nuestros padres cristianos y 
nuestras comunidades nos han engendrado en la fe, para que 
nuestra vida sea una vida fundamentada en los valores profundos 
que Dios nos ha revelado por medio de su hijo Jesucristo y que 
hacen posible que construyamos un mundo auténticamente 
humano, profundamente humano. En este día no sólo podemos 
contemplar la fuente del agua bautismal, sino que podemos ser 
asperjados con esa agua de la vida que nos recuerda y nos invita a 
asumir de nuevo la gracia de nuestro bautismo. 

Un nuevo comienzo, que tiene ahora un sentido especial. 
Siempre la celebración del misterio pascual del Señor en Semana 
Santa tiene para nosotros, los cristianos, una importancia especial. 
Pero en estos años con mayor razón, porque estamos viviendo un 
proceso de preparación para celebrar el Jubileo con el que nos 
introduciremos en el tercer milenio de cristianismo. 
Es muy importante que estemos sintonizados con el sentir de la 
Iglesia universal. El Papa Juan Pablo II quiere que este año 
profundicemos el tema del Espíritu Santo, para asumir con nuevo 
entusiasmo la opción cristiana. 
Con nuevo entusiasmo, que surge de nuestra alegría pascual, 
debemos pensar en este día y en este año en una fe que no 
consista en simples costumbres religiosas rutinarias y a veces 
supersticiosas, sino en una manera nueva de mirar la vida y de 
vivirla según los principios del evangelio. Con nuevo entusiasmo 
debemos tratar de comprender también quién es realmente el Señor 
para nosotros, qué implica en nuestra vida su seguimiento y cómo 
es posible dar testimonio de dicho seguimiento en el mundo en el 
cual vivimos. Finalmente lo que se refiere a nuestro bautismo: un 
día fuimos bautizados, pero es hoy cuando debemos tener 
conciencia de lo que el bautismo implica en nuestra vida. ¿Qué es 
ese morir y resucitar con Cristo? ¿Qué consecuencias tiene en el 
mundo real en el cual vivimos?
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