Divinas palabras
Después de haber meditado las grandes y hermosas enseñanzas que nos ofrece Jesús crucificado, vamos a escuchar ahora las mismas palabras que él quiso pronunciar desde la cruz. Palabras de un crucificado, pero que era «verdaderamente Hijo de Dios», y el centurión fue testigo. Las suyas fueron, pues, verdaderamente palabras divinas.
1ª. «Jesús decía: Padre perdónales, porque no saben lo que hacen» (/Lc/23/34) Lo repetía mientras lo crucificaban. Por cada golpe, un perdón; por cada ofensa, un amor. Como el almendro y el sándalo, que contestan a los golpes con flores y perfumes, el Señor abría sus brazos y su corazón a aquellos que le crucificaban. Como si les dijera: ¡Si supierais cuánto os amo! ¡Si supierais cómo os conozco! ¡Si supierais lo cerca que estoy de vuestros problemas y esperanzas y cómo comparto todas vuestras cosas! Pero ellos no entendían ni podían escuchar. Por eso su oración se dirige al Padre. «Padre, perdón». He ahí dos palabras totalmente nuevas.
Padre. Antes era: Señor, Dios. No podía siquiera pronunciarse su nombre. Ni aun se conocía su nombre. Se decía: Señor, Dios mío, casi temblando. Pero ahora todo se clarifica. Se dice: Padre, que suena a acorde perfecto, en el que se integran ternura y confianza infinitas. Padre: es un rayo de esperanza en ese mundo violento y angustiado. Padre: esta palabra llenó todo el espacio, y aún se oye, como un eco inacabable. Una palabra divina.
Perdón: Era cosa inaudita. Los salmos pedían y exigían las más crueles venganzas. El ejemplo venía de atrás, desde Caín y Lamech, que serían vengados siete y setenta veces siete. Ahora se escucha la palabra perdón. Jesús ya la había usado con sus discípulos, enseñándoles a perdonar setenta veces siete, lo contrario de Lamech.
-Jesús se hace perdón
Difícil de aprender esta palabra de perdón. Por eso Jesús, divino Maestro, quiere enseñarla con el ejemplo. Jesús se hace perdón vivo. Está intercediendo por sus verdugos, les está sirviendo de pararrayos. Por eso están vivos y no se les caen las manos y los miembros a pedazos. Y, aunque hubieran muerto en ese momento, ¿creéis vosotros que el perdón de Cristo no les hubiera colado en el paraíso? Dios es un buen perdonador. Divina palabra.
El amor de Cristo es tan grande que no sólo les perdona, sino que les excusa. En el fondo no hay nada que perdonar, porque son ignorantes, y no saben lo que hacen. No son malos, son tontos. Más que odiarles, hay que tenerles compasión. Son como niños. No saben, se limitan a obedecer. No saben a quién crucifican -el Rey de la gloria-. Jesús les excusa: pobres, ¡tienen tantas cosas que aprender! Padre, perdónales.
Perdonar no es insensibilidad o superficialidad. Perdonar es lucidez y comprensión. Si conociéramos bien, tendríamos compasión hasta del diablo. Perdonar es tener corazón; es mirar con el corazón; es amar lúcidamente. Perdonar es el amor fuerte y maduro. Perdonar como Cristo es la flor de la caridad.
2ª. «Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino. Jesús le dijo: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (/Lc/23/42-43).
Este ladrón nos cae muy bien. Sabe aprovechar su oportunidad, su «kairos», el «carpe diem». En el último momento dio el golpe decisivo. No fue un golpe de mano, sino un golpe de fe. Sólo un pobre desgraciado atina a comprender a Cristo y entender su Reino y su Verdad.
Mientras los demás se mofaban, él creía. Mientras los demás blasfemaban, él suplicaba. Mientras otros desesperaban, él confiaba. El ha comprendido y ha compadecido. No es pequeña suerte padecer con Cristo y al lado de Cristo y lo mismo que Cristo. Y no es poca fe descubrir en un crucificado a un Rey divino. Su trono: la cruz. Y no es poca humildad pedir un simple recuerdo. No pide que le baje de la cruz, ni que le lleve a su reino. Sólo pide un recuerdo. Pide con fe, con humildad, desde el dolor y el amor. ¿Cómo no iba a ser escuchado?
-Bastó una mirada
«Hoy estarás conmigo en el paraíso». Bastó una mirada de fe para ganarse el paraíso. Buen ladrón este ladrón bueno. Lo de ganarse es un decir, porque «todo es gracia». Desde luego este ladrón no tenia demasiados méritos para conquistar el cielo. Pero, ¡qué cercano lo sentía Cristo! No se trata, claro, de una simple cercanía local. Es una cercanía cordial. ¡Qué cerca estás de mi corazón! Te han crucificado conmigo. Quisiera cargar con tu dolor. ¡Si nuestras cruces estuvieran más cerca...! Pero no hace falta. Piensa que tu cruz y la mía son una misma. Yo quiero poner mis manos junto a las tuyas. Yo quiero envolverte en mi cariño. Yo quiero salvarte.
-Si crees en mí
«Hoy estarás conmigo en el paraíso». Casi podía haberle dicho: «Ya estás conmigo en el paraíso. Si crees en mí, si estás junto a mí, si vives en mí, ya estás en el paraíso. Antes vivías en el infierno. Vivías en el odio, el miedo, la violencia, la huida... Ahora en tu alma ha empezado ya una vida nueva. Ya crees, ya confías, ya has empezado a amar. Entonces ya has entrado en el Reino del amor. Ese es mi Reino, ¿sabes?».
Vivir en el amor es estar en el paraíso. Aunque estés crucificado, si crees en Cristo y vives en su amor, ya estás con él en el paraíso. Cuando superamos el odio y la violencia, cuando vivimos para los demás, cuando sentimos la presencia de Dios, estamos en el paraíso. Pero no te contentes con estar tú en él. Procura con tu amor, extenderlo a los demás.
3ª. «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre. Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo. Ahí tienes a tu madre» (/Jn/19/26-27) «Mujer». Nota la diferencia: al Padre le llama «Abba», a la madre le dice «mujer» . «Viendo a su madre...» ¿Cómo se verían las cosas desde la cruz? Vio a su madre y al discípulo amado, pero en ella y en él vería a todos los hombres, a todos nosotros. Veía a su madre y al discípulo, a quienes amaba. No es corregir al evangelista, es simplemente explicitar algo que se da por sabido. Ahí estaban junto a él las dos cosas que más amaba. Ahí estaba la semilla de una humanidad nueva. Jesús desde la cruz miraba a su madre y al discípulo con infinita ternura y con invencible esperanza. La muerte no iba a ser el fin de su obra y de su causa.
-Parto fecundo
«Mujer, ahí tienes a tu hijo». "Mujer, no te quedarás viuda. Siempre tendrás algún hijo que engendrar y que cuidar. Juan es tu hijo». Pero Juan no es sólo uno de los doce. Por una parte es otro Cristo, tan unido y compenetrado con el Señor, el que guardaba los más hermosos recuerdos y las más íntimas experiencias. Por otra parte, Juan es el hermano pequeño, el hombre débil y necesitado, el pobre y el que sufre, el hombre. Ya ves cuántos hijos, mujer; como las estrellas del cielo. Fue un parto tremendamente doloroso, pero el más fecundo. Son los hijos de la fe y del dolor, los hijos del amor. María nunca estará viuda, siempre tendrá muchos hijos a quienes atender.
-Juan, el «creyente»
«Ahí tienes a tu madre». Sí, a la madre no le faltarán hijos; tampoco habrá hijos sin madre, niños huérfanos. Juan siempre tiene a su madre. Juan eres tú y soy yo. Juan es la Iglesia. Juan es el creyente. Juan es todo discípulo amado. Juan es el pobre. Juan es todo el que sufre. Juan es todo hombre. Nadie está huérfano de madre. Es una buena noticia. Los pobres y abandonados también tienen una madre. Siempre está ahí la madre cuidadosa y protectora, cercana y entregada.
-Presencia de la Madre
Juan llevó a la madre a su casa. ¡Qué vacío habría sin ella! La madre lo llena todo y lo puede todo. La casa de Juan, ya sabes, es la Iglesia. Desde entonces a la Iglesia no le falta su madre. Y ahora piensa en tu casa. ¿Verdad que no le vendría mal la presencia de la Madre?
4ª. «A la hora de nona gritó Jesús con fuerte voz Eloí, Eloí, lamá sabactani, que quiere decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (/Mc/15/34). Jesús gritó en la cruz. Un poderoso grito que conmovió a los presentes. Gritó Jesús, pero no estaba desesperado. Estaba rezando un salmo que empezaba con esas palabras y que narraba puntualmente su tragedia y su pascua, su pasión y su exaltación. Es bueno rezar ese salmo 22. Rezaba el salmo, por eso decía "Dios mío", y no «Padre mío», como él acostumbraba.
Gritó Jesús. Ya sabemos que presentó al Padre súplicas con gritos y con lágrimas. La oración de Cristo va en serio, es algo vivo y dramático, que le compromete todo. ¡Qué impresionantes los gritos de Jesús!
-Los amigos se esconden Pero gritó Jesús el abandono del Padre. Lo sentía en el alma tan profundamente. «A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza». Dios se ha hecho el sordo. Grita Jesús para que le escuche. Pero ahora Dios es silencio y es noche y es vacío. El Hijo se siente abandonado del Padre. Se siente como acorralado por un tropel de novillos y toros, presa de una jauría de mastines, a merced de leones hambrientos y despiadados. El Hijo se siente un gusano, una piltrafa, el hazmerreír de todo el mundo. No encuentra sentido a su vida y a su obra. Los enemigos ríen triunfantes. Los amigos se esconden temerosos y escandalizados. ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué va a ser del reino que esperaba? ¿Dónde está el Dios de mis padres? «Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios».
-Tormento y angustia
Este abandono de Cristo es misterio. El no pide un milagro para salvarle; nunca lo hizo. Pero que Dios se hiciera presente de algún modo. Alguna palabra, alguna cercanía, algún consuelo, alguna esperanza... Pero todo es tormento y angustia y noche.
-Que traspasa los siglos
Es la bajada a los infiernos. Es la agonía que traspasa los siglos. Jesús está asumiendo los tormentos y las angustias de todos los abandonados. Y, desde entonces, ya nadie nunca estará definitivamente abandonado, porque el gran Abandonado se acercará a todos.
-Vencerá la vida
Gritó Jesús este abandono. Pero no entró en desesperación. Sigue rezando el salmo, y el salmo termina con un himno de esperanza. "Los desvalidos comerán hasta saciarse... Vivirá mi alma para él, mi descendencia le servirá... contarán su justicia al pueblo que ha de nacer». No hay frustración en Cristo. Su muerte tendrá sentido. Y su muerte sólo es un paso. Vencerá la vida. Y tendrá descendencia y todo un pueblo justo habrá de nacer.
5ª. «Después de esto, sabiendo Jesús que todo se había acabado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed» (/Jn/19/28)
El salmo que estaba rezando Jesús hablaba de la sed: "Mi garganta está seca como una teja, mi lengua pegada al paladar". Llegado a este punto, Jesús manifestó su sed. Era una sed anunciada, como también que le darían vinagre (Sal. 69, 22).
-Gritan los sedientos
La sed de Jesús era producida por causas naturales: la pérdida de sangre, la fiebre, el sudor, la angustia. En esta palabra de Jesús se concentraba el grito de todos los sedientos. ¡Con qué fuerza lo diría! Todos los insatisfechos gritaban en él.
-Hasta el fin del mundo
Jesús tiene sed hasta el fin del mundo. Ya se lo había dicho a la samaritana, pidiéndole de beber. Pero enseguida se olvidó del agua. ¡De cuántas cosas tiene sed Jesús! Su sed no es sólo fisiológica. ¿De qué tiene sed Jesús? De justicia, naturalmente; de la palabra de Dios, que es su alimento y bebida preferidos; de nosotros, objeto de sus grandes deseos y amores; de Dios: tiene sed del Dios vivo, tiene sed del Padre.
Jesús tiene sed hasta el fin del mundo. Pero, ¿no es él el que nos da de beber a todos?; ¿no es él un manantial inagotable, capaz de hacer producir nuevos manantiales y surtidores de agua viva?; ¿no es él el agua viva?; ¿no brotaron de su costado ríos de agua que no cesan?; ¿puede pensarse que el agua tiene sed?
-Sed de vida
Pues algo de esto podemos decir. El agua tiene sed. ¿Cómo es eso? El agua tiene sed de darse, de fecundar las tierras, de realizar el milagro del fruto y de la flor. No sólo la tierra seca tiene sed del agua, que también el agua tiene sed de la tierra. No hay mayor dolor para el agua que quedarse estancada y pudrirse inútilmente. Tiene sed el agua de ser bebida, y compenetrarse con el cuerpo de los seres vivos. El agua tiene sed de vida.
-Sed de amor
Cristo es el agua y su sed es el amor. El amor tiene sed de amar. «No hay mayor dolor que no poder amar a quien se ama». Quiere darse Jesús a todos los que ama. Quiere derramar su amor sobre todos los desiertos del mundo. Quiere amar a todos los que están faltos de amor. Sí: la sed de Cristo es el amor de Cristo. Por eso no es extraño que su sed fuera insaciable y torturante. Solamente se calma cuando alguien le pide de beber.
6ª. «Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: Todo está cumplido» (/Jn/19/30) Por parte de Jesús no quedaba ya más que decir ni más que hacer. «Yo he llevado a término la obra que me encomendaste» (Jn. 17,4). Lo ha llevado a la consumación. Todo está consumado. Y todo lo que se escribió de él se ha verificado. Allí está Juan, como notario del cumplimiento de las Escrituras. ¿Quedaba alguna Escritura por cumplir? Ya se encargarían los soldados. Juan es testigo.
-Misión cumplida
¿Quién puede decirlo? ¡Una misión enteramente cumplida! ¡Qué alegría y qué paz! Cristo, desde que entró en el mundo, se dedicó a cumplir la misión encomendada: «Heme aquí... Vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hb. 10,7). Desde el vientre a la cuna, desde la cuna a la cruz, aquí estoy para hacer tu voluntad.
-Amar a los hombres
Nunca fue fácil esta misión. Su misión era la de manifestar la gloria del Padre, es decir, el amor del Padre. Su misión fue la de amar a los hombres con el amor del Padre, con el amor de Dios. Su misión fue la de amar a todos, la de amar sin límites, la de amar hasta el fin, hasta la consumación. Amar gratuita, generosa e incondicionalmente. Amar compartiendo todo, entregándose todo, dejándose consumir del todo, hasta la consumación.
-Hasta la consumación
Por eso en la cruz es donde este amor llega a la consumación. Así lo expresó el Señor en el anticipo de la Cena: "Les amó hasta el fin". Partiéndose por los suyos, los ama hasta el fin. Entregando su cuerpo y su sangre, los ama hasta la consunción, hasta la consumación. En la cruz, el amor es un fuego que consume enteramente a la víctima. Amor al Padre, a quien ha obedecido hasta el fin; amor al hombre, a quien se ha entregado hasta el fin. En la cruz todo está consumado.
7ª. «Y Jesús con fuerte voz dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu» (/Lc/23/46)
Vuelve a gritar Jesús. Pero su grito ahora es el del niño confiado y gozoso que se encuentra con el Padre. Resuena otra vez, el Abba. Esta música no dejó de oírse desde que entró en el mundo. Fue su primera palabra: Padre, aquí estoy, y su última palabra: Padre, a ti voy. Y siempre: Padre, contigo estoy, Padre, tuyo soy.
-En manos del Padre
Este grito de Jesús es un grito de confianza absoluta. Ante el umbral de la muerte, se arroja a las manos del Padre. Es como lanzarse a un abismo sin paracaídas ni apoyaturas. «Me echo en tus manos, Padre. Sé que la muerte será buena y me llevará hasta Ti. No me espera la tumba ni el infierno. Me esperas Tú».
-Manos protectoras
¡Qué seguridad da el saber que debajo de todo hay siempre unas manos de Padre! Ninguna cosa y ningún acontecimiento nos hará daño. Siempre hay unas manos protectoras, fuertes y delicadas, que nos acogen. No hay nada que temer. ¿Quién nos puede separar de las manos del Padre?
Y Jesús exhaló su espíritu, que fue acogido por el Padre. Después se lo devolvería hecho Espíritu vivificante, y él lo volvería a exhalar sobre todos sus discípulos sin medida. De esta muerte de Jesús brotaría la vida en plenitud.
CARITAS
UNA CARGA LIGERA
CUARESMA Y PASCUA
19887.Págs 140-148