Creer en el Resucitado

Lo que no es la resurrección de Jesús

Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho "histórico", con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son experiencias de creyentes que, después de la muerte de Jesús, "sienten vivo" al resucitado; no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.

La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la "reviviscencia" de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.

Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un "mito", como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.

La "buena noticia" de la resurrección fue conflictiva

Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender, en principio, la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. El anuncio pascual de la resurrección de Jesús puede ahora suscitar indiferencia. ¿Por qué esa diferencia con lo que ocurrió entonces? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el mismo anuncio de la resurrección de Jesús?

Leyendo más atentamente los Hechos de los Apóstoles ya se da uno cuenta de que el anuncio que hacían los apóstoles tenía ya en sí mismo un aire polémico: anunciaban la resurrección "de ese Jesús a quien ustedes crucificaron". Es decir, no anunciaban la resurrección en abstracto, como si la resurrección de Jesús fuese simplemente la afirmación de la prolongación de la vida humana tras la muerte. Tampoco estaban anunciando la resurrección de un alguien cualquiera, como si lo que importara fuera simplemente que un ser humano, cualquiera que fuese, hubiera traspasado las puertas de la muerte.

El crucificado es el resucitado

Los apóstoles no anunciaban una resurrección abstracta, sino una muy concreta: la de aquel hombre llamado Jesús, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.

Cuando Jesús fue atacado por las autoridades, se encontró solo. Sus discípulos lo abandonaron, y Dios mismo guardó silencio, como si también lo hubiera abandonado. Con su muerte en cruz, todo pareció concluir. Sus discípulos se dispersaron y quisieron olvidar.

Pero ahí ocurrió algo. Una experiencia nueva y poderosa se les impuso: sintieron que estaba vivo. Les invadió una certeza extraña: que Dios sacaba la cara por Jesús, y se empeñaba en reivindicar su nombre y su honra. "Jesús está vivo", no ha podido la muerte con él. Dios lo ha resucitado, lo ha sentado a su derecha misma, confirmando la veracidad y el valor de su vida, de su palabra, de su Causa. Jesús tenía razón, y no la tenían los que lo expulsaron de este mundo. Dios está de parte de Jesús, Dios respalda la Causa del Crucificado. El Crucificado ha resucitado, ¡vive!

Y esto era lo que verdaderamente irritó a las autoridades judías: Jesús les irritó cuando estaba vivo, y les irritó aún más cuando resucitó entre sus discípulos. A las autoridades judías, lo que tanto les irritaba no era el hecho físico mismo de una resurrección, que un ser humano esté muerto o vivo; lo que no podían tolerar era que aquel ser humano concreto, Jesús de Nazaret, cuya Causa (su proyecto, su utopía, su buena noticia) que tan peligrosa habían considerado y que creían ya descartada al haberlo crucificado, volviera a ponerse en pie, resucitara.

Y no podían aceptar que Dios estuviera sacando la cara por aquel crucificado condenado y excomulgado. Era imposible para ellos que Dios se manifestara a favor de Jesús, que lo avalara. Ellos creían en otro Dios, no en el que los discípulos de Jesús creían reconocer en aquella experiencia de sentir a Jesús resucitado.

Creer con la fe de Jesús

Pero los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios (como Dios-de-Jesús) comprendieron que él era el Hijo, el Señor, la Verdad, el Camino, la Vida, el Alfa, la Omega. La muerte no tenía ya ningún poder sobre él. Estaba vivo. Había resucitado. Y no podían sino confesarlo y "seguirlo", "persiguiendo su Causa", obedeciendo a Dios antes que a los humanos, aunque costase la muerte.

Creer en la resurrección no era pues para ellos tanto la afirmación de un hecho físico-histórico, ni una verdad teórica abstracta (la vida postmortal), sino la afirmación contundente de la validez suprema de la Causa de Jesús (¡el Reinado de Dios!), a la altura misma de Dios ("a la derecha del Padre", como valor absoluto), por la que es necesario vivir y luchar "hasta dar la vida".

Creer en la resurrección de Jesús es sobre todo creer que su palabra, su proyecto y su Causa (¡el Reino!) expresan el valor fundamental de nuestra vida.

Y si nuestra fe reproduce realmente la fe de Jesús (su visión de la vida, su opción ante la historia, su actitud ante los pobres y ante los poderes...) será tan conflictiva como lo fue en la predicación de los apóstoles o en la vida misma del nazareno.

En cambio, si la resurrección de Jesús la reducimos a un símbolo universal de vida postmortal (como podría serlo en el universo común de las religiones), o a la simple afirmación de la vida sobre la muerte, o a un hecho físico-histórico que ocurrió hace veinte siglos... entonces esa resurrección queda vaciada del contenido que tuvo en Jesús y ya no dice nada a nadie, ni irrita a los poderes de este mundo, o incluso desmoviliza en el camino de la Causa de Jesús.

Lo importante no es creer en Jesús, sino creer como Jesús. No es tener fe en Jesús, sino tener la fe de Jesús: su actitud ante la historia, su Causa, su opción por los pobres, su propuesta, su lucha decidida...

Creer lúcidamente en Jesús en esta América Latina, o en este Occidente llamado "cristiano", donde la noticia de su resurrección ya no irrita a tantos que invocan su nombre para justificar incluso las actitudes contrarias a las que tuvo él, implica volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido de la fe en la resurrección.

Creyendo con esa fe de Jesús, las "cosas de arriba" y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera distintas. Las "cosas de arriba" son la Tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, sabiendo que nunca será fruto adecuado de nuestra planificación sino don gratuito de Aquel que viene. Buscar "las cosas de arriba" no es esperar pasivamente que suene la hora escatológica (que ya sonó en la resurrección de Jesús) sino hacer realidad en nuestro mundo el Reinado del Resucitado y su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO