Con María... hacemos el via-crucis

 

INTRODUCCIÓN

Este año hemos querido meditar el misterio Pascual de mano de la Virgen María. Vamos a contemplar y a acompañar a Jesús en su pasión y muerte, y lo haremos en actitud orante, teniendo presente lo que pudo aprender Jesús en el hogar de Nazaret junto a María y a José, y teniendo como telón de fondo lo que dijo Simeón a María cuando ella y José llevaron al niño al Templo para presentárselo al Señor:

 “Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten. El será una señal que muchos rechazarán, a fin de que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia alma”. Lc 2,34-35

  

I. JESUCRISTO EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS. (Mt 26, 35-36)

 Desde niño, Jesús, en el hogar de Nazaret, compartiste los sufrimientos y las esperanzas de tu pueblo; María, tu madre, te enseñó desde pequeño a acoger sin reservas la voluntad de Dios. José te enseño a ser un hombre “justo”. A los 12 años ya tenías claro que ibas a “ocuparte de las cosas de tu Padre”.

 Siendo mayor, comenzaste a proclamar el Evangelio a los pobres y oprimidos. Encontraste oposición por parte de los ricos y los dirigentes del pueblo, y fuiste viendo claro que tu misión te llevaría hasta la muerte en la cruz (Mc 8,31).

 En muchos momentos fuiste tentado a abandonar tu camino: Satán, la multitud, Pedro, tus parientes, los fariseos y muchos otros.

 Tu madre no comprendía la forma como asumías la vida y la misión (Mc 3,21.31), pero ella nunca intentó desviarte de tu camino o hacerte desistir. Por el contrario, te acompañó hasta la hora decisiva de la cruz.

 En el huerto, la tentación se hizo crítica y decisiva; sin embargo, tu opción fue acoger la voluntad del Padre hasta el final, como habías aprendido de tu madre.

 Danos, Señor, la sabiduría necesaria para conocer Tu Voluntad en estos tiempos difíciles, de guerra, en que vivimos, y danos la fortaleza para no ceder a las tentaciones que frecuentemente nos hacen desviar del proyecto de vida fraterna para el cual nos has convocado.

  

JESÚS, TRAICIONADO POR JUDAS, ES ARRESTADO (Mt 26,47-56)

 Desde muy pequeño, aprendiste Jesús en tu casa a conocer el sentido de la amistad sincera y verdadera. José te enseñó con sus actitudes que uno debía sacrificarse por el bien de un amigo (cf.Mt 1,19). María te enseñó a servir a los demás con generosidad y alegría (cf.Lc1,39ss). Su amistad con la prima Isabel fue para Ti una escuela permanente de cariño, de comunicación y alegría.

 Todo lo que aprendiste a su lado se refleja perfectamente en el amor que manifestaste por tus discípulos: les revelaste tu intimidad, los educaste, los corregiste y compartiste con ellos momentos muy importantes de tu vida. Fuiste un verdadero amigo, con una amistad muy diferente a la que ofrecen los hipócritas (Mc 3,6; Mt 22,15-17) y los amigos del poder (Mc 6,21; Lc 23,12; Jn 19,12) y del dinero (He. 24,26).

 Sin embargo, Judas, uno de los tuyos, te traicionó por unas cuantas monedas. A la hora de la verdad dejó al descubierto la verdadera intención ambiciosa de su corazón.

 Danos, Señor, la sabiduría y la fortaleza para establecer amistades verdaderas y para permanecer fieles, con limpieza de corazón, (Mt 5,8-28), trato delicado (Mt 5,21-24), corrección fraterna (Mt 18,15-18), ayuda en las necesidades (Lc 10,25-37), sinceridad (Lc 12,1-3), servicio mutuo (Mc 10,42-45; Jn 13,12-15, amor (Jn 15,12), y que nunca, por ningún motivo, traicionemos a tu pueblo ni vendamos a un amigo.

  

JESÚS ES CONDENADO POR EL SANEDRÍN (Mt 26, 57-68)

 Los dirigentes de tu pueblo, Señor, marginaban a mucha gente humilde, y los condenaban considerándolos malditos, impuros, ignorantes y pecadores (Jn 7,49; 9,34).

 Tu creciste en el seno de una familia pobre, y en un pueblo que era despreciado por insignificante (Jn 1,46). Pero María, tu madre, te enseñó desde niño que la misericordia de Dios llega a sus fieles de generación en generación. Por eso, siendo adulto ya, y en contra de lo que enseñaban los dirigentes, acogiste a los pobres y a los que eran despreciados como impuros y pecadores, mostrando que estos están mas cerca de Dios que aquellos que se consideran puros. Por eso fuiste acusado de blasfemo, endemoniado, comilón, borracho y amigo de pecadores.

 Danos la capacidad Señor de descubrirte presente y misericordioso en medio de aquellos que todo el mundo desprecia y condena, y que nunca nos sintamos mejores que nadie.

  

JESUS ES NEGADO POR PEDRO (Mt 26, 69-75)

 Tu sabías Señor que Pedro te amaba, y sabías que era sincero cuando te dijo que te acompañaría hasta la muerte. El había sido tu amigo y confidente, y ahora está escondido, te niega, reniega y te abandona. Pero tu sabes que esa reacción es pasajera. Lo domina el miedo. Y así como Pedro, siendo tu amigo, te negó por temor a lo que pudiera sucederle, en los evangelios conocemos otros casos de personas que, por temor, se hacen cómplices del mal (Mc 6,26-27), niegan la verdad (Jn 9,18-23) o no actúan según sus principios (Jn 19,38)

 Tu familia también conoció el temor. Tanto María como José tuvieron que ser tranquilizados por el ángel cuando supieron que Tu te hacías carne en el vientre virgen de tu madre. Por temor a la muerte ellos huyeron a Egipto, y fueron a vivir después a Nazaret. Pero José y María te enseñaron con su vida que el temor se vence con la fe (Lc 1,45), y que no hay temor en el amor (1Juan 4,18).

 Tu, Señor, superando el temor, y con mucho riesgo, hiciste curaciones el Sábado, tocaste leprosos, te hiciste amigo de pecadores, enfrentaste a los dirigentes, expulsaste a los mercaderes del Templo. Tenías mucha capacidad para comprender la fragilidad humana, por eso asumiste tan fraternalmente la debilidad de Pedro.

 Danos Señor el valor necesario para enfrentar esta sociedad violenta, corrompida y corruptora, y que a pesar de las dificultades que puedan sobrevenirnos estemos dispuestos a confesarte y a dar testimonio de Ti y de tu reino de fraternidad en la justicia.

  

JESÚS ES JUZGADO POR PILATO (Mt 27, 11-35)

 Pilato te condenó sabiendo que eras inocente, porque no quiso arriesgar sus privilegios ante el Cesar. Los sacerdotes te acusaron ante el por envidia y celos. Los Escribas y los Maestros de la Ley te habían perseguido y calumniado porque también estorbabas sus intereses egoístas. Tu honestidad los incomodaba enormemente. Pero tu, Señor, ya desde niño, sabías lo que es ser perseguido por el afán egoísta de los poderosos (Mateo 2,13ss); los primeros años de tu vida los pasaste con José y María viviendo desplazados en tierra ajena por temor a los tiranos.

 Sin embargo, desde muy pequeño, tu madre te había metido en el corazón la convicción de que Dios derriba del trono a los poderosos y destruye la arrogancia de los soberbios; y que en el corazón de Dios hay acogida para los humildes y los pobres. Por eso, Señor, podías permanecer en paz y en silencio. Si Pilato te condenaba, Dios Padre te estaba justificando.

 Danos Señor la capacidad de permanecer siempre honestos, y de vivir en la verdad, aunque una vida así moleste a los poderosos y sea para nosotros fuente de conflicto y sufrimiento.

 

JESÚS ES FLAGELADO Y CORONADO DE ESPINAS (Mt 27,26-30)

 Señor: acusado injustamente como alborotador y blasfemo, fuiste castigado como si se tratara de un delincuente. Se burlaron de ti, te maltrataron y te pusieron en ridículo ante todo el pueblo.

 Quizá tu madre nunca te habló de estas cosas, pero ella sabía muy bien lo que significa estar a punto de ser condenada y maltratada injustamente. Y José quizás tampoco te lo dijo, pero el sabía de sobra lo que significa perdonar la vida por amor.

 En ellos dos descubriste la misericordia divina. De ellos sacaste aquella sensibilidad que te ayudó a comprender el drama de la mujer adúltera y los gestos de repetido amor de aquella pecadora que enjugó tus pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos.

 Ahora estás humillado, compartiendo la suerte de los torturados, de los injustamente condenados.

 Danos Señor la capacidad de amar, comprender y perdonar a los que la sociedad condena y ultraja, y danos la fortaleza para soportar los sufrimientos que provengan de nuestra lucha a favor de la vida y la dignidad humana.

  

JESUS ES CARGADO CON LA CRUZ (Mt 27,31)

 Como muchos jóvenes de tu pueblo, cargaste, Señor, desde tu infancia con la cruz de la pobreza. Fuiste, como José, un trabajador de poco estudio (Mc 6,2s).

 María te enseñó desde muy temprana edad a descubrir las necesidades de tu prójimo y a servir con todo lo que estuviera a tu alcance para aliviar el dolor ajeno (Juan 2,3s). Por eso, siendo adulto, y por libre opción, cargaste con la responsabilidad de liberar a tu pueblo de la pesada carga que soportaba por la opresión política, económica, social y religiosa (Mc 10,42; Mt 23,1-4; 22,17). Invitaste a los cansados y oprimidos a unirse a tu propuesta liberadora, anunciándoles que esa carga sería liviana y llevadera (Mt 11,28-30).

 Ayúdanos, Señor a superar la resignación y el fatalismo y a cargar sobre nuestros hombros la cruz redentora: la responsabilidad compartida de encontrar nuevas alternativas de vida más justas y humanas.

  

JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRINEO (Mt 27,32)

 Jesús, Tu que aliviaste la carga de tantos, ahora te ves necesitado de alguien que te ayude a llevar tu propia carga y has encontrado la mano amiga de un hombre de Cirene.

 Desde niño, aprendiste Jesús, que el amor verdadero no se agota en el dar, sino que requiere la humildad para pedir y recibir. Desde que tu madre te envolvía en los pañales descubriste que necesitarías en la vida de la solidaridad de mucha gente. José y María protegieron tu vida cuando tu aún no estabas preparado para defenderte. Te ayudaron a crecer en sabiduría delante de Dios y de los hombres. José te capacitó para el trabajo.

 Por eso no tuviste reparo en pedir agua a la samaritana, dejaste que unas mujeres te ayudaran con sus bienes cuando ibas de camino. Tu vida, desde pequeño, fue un continuo compartir, un permanente dar y recibir.

 Te pedimos Señor que nos ayudes a ser humildes, a reconocer que necesitamos de mucha gente, y a saber tender la mano para pedir ayuda o para sostener y ayudar a quien nos busca.

 

JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALEN 
(Lc 23,27-31)

 En el tiempo en que viviste, Señor, las mujeres eran muy despreciadas; tenían que someterse en todo al hombre; los papás podían venderlas y los esposos repudiarlas; sólo servían para criar hijos.

 Pero en tu familia aprendiste una forma muy diferente de relación con la mujer: José te enseñó que a la mujer se le ama y se le sirve, sin pretender apropiarse de ella; que ellas tienen derecho a su propia intimidad, que Dios puede contar con ellas para sus planes sin pedir permiso a los varones. Que ellas pueden expresar sus sentimientos y solidaridad. Zacarías, el esposo de la prima Isabel, también te enseñó con sus actitudes, que a la mujer hay que escucharla y acoger con interés sus ideas y propuestas.

 Por eso, Tu, en contra de las costumbres, te hiciste amigo de las mujeres; las escuchaste, las valoraste, las defendiste, les enseñaste, les pediste ayuda, y algunas de ellas se hicieron tus discípulas y te seguían por el camino. En ellas encontraste una fidelidad que no tuviste con tus discípulos y amigos varones.

 Te pedimos, Señor, que nos orientes comunitariamente para que aprendamos a descubrir nuevas formas de relacionarnos entre hombres y mujeres, que aprendamos a compartir el afecto y la ternura sin faltarnos al respeto, y que aprendamos a construir juntos un proyecto de vida mas digno y fraterno.

  

JESÚS ES CRUCIFICADO (Lc 23,33)

 La cruz era en tu tiempo, Jesús, la condena más humillante a que se podía someter a un hombre. Estaba reservada para los grandes enemigos del Imperio y morir en ella era signo de maldición entre los judíos (Gal.3,13). El crucificado era expuesto al público para que contemplaran su derrota.

 Pero Tu le diste un sentido nuevo a la cruz. A Ti no te cogieron por sorpresa; la asumiste libremente, expresando en ella un amor sin límites, una entrega total.

 Ya el anciano Simeón había anunciado a tu madre que serías expuesto y colocado como señal para que muchos caigan o se levanten. Que ante Ti quedarían al descubierto las intenciones del corazón, y que a ella una espada le atravesaría el alma.

 Este es el momento decisivo, el momento de la verdad. Y ahí está ella presente. No ha hecho nada por desviarte del camino, ni ha intercedido ante las autoridades para salvar tu vida. Comprende que tu entrega es libre, que en ella manifiestas tu obediencia a Dios, tu amor al pueblo, y se une a ti desde el silencio, la pequeñez y la impotencia.

 Te pedimos Señor que nos ayudes a ser como ella, que no estemos buscándote a ti para que elimines el dolor de nuestras vidas, sino que, como ella, estemos siempre dispuestos a hacer la voluntad divina, aunque una espada nos atraviese el alma

  

JESÚS PROMETE EL REINO A UN CONDENADO A MUERTE 
(Lc 23, 39-43)

 José te enseñó con sus actitudes que el ser humano está por encima de la Ley, y que si la justicia es buena, es mucho mejor la misericordia.

 De él aprendiste que la justicia de los fariseos no tiene valor si se desprecia al débil y al ignorante.

 Ahora estas crucificado, injustamente condenado, pero acompañado de dos malhechores que, según la ley, merecían el castigo.

 Ellos dos, compañeros tuyos de condena, nos dan una gran lección: Uno de ellos, encerrado en su egoísmo, solo quería librarse del castigo; renegó de Ti sin percibir tu inocencia y tu bondad y sin querer reconocer su propia culpa.

Ante él, guardaste silencio...

 El otro fue humilde; al ver tu inocencia reconoció su propia culpa y entendió el sentido de tu cruz. En aquel momento cambió el horizonte de su existencia: Su propia muerte dejaba de ser ya una condena y se convertía en la puerta de entrada a una vida nueva y plena.

 En medio de tanta muerte en que vivimos, a veces de gente inocente, a veces de culpables, te pedimos, Señor que nos des un espíritu de misericordia. Que no estemos buscando culpables sino ofreciendo alternativas de reconciliación y vida nueva.

  

JESÚS EN LA CRUZ, LA MADRE Y EL DISCIPULO (Jn 19, 25-27)

Tu familia, Señor, fue humilde, unida, trabajadora, justa, profundamente religiosa; atentos a la voluntad de Dios y a la situación del pueblo. Tu fuiste obediente, trabajador y cumplidor del deber (Lc 2,51-52). 

 No obstante, tus parientes cercanos no confiaron en Ti ni entendieron tu propuesta; te tildaron de loco y quisieron sacar provecho de tu popularidad (Mc 3,20-21 ; Jn 7, 1-9). Tu expresaste entonces cuál es tu verdadera familia: "El que hace la voluntad de mi Padre" (Mc 3,31-35).

 Por eso, cuando una mujer emocionada quiso hacer un homenaje a tu mamá gritando: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te dieron de mamar” (Lucas ), tu respondiste con un homenaje mayor “dichoso mas bien el que escucha la palabra de Dios y la pone por obra”. Para Ti no cuenta tanto la sangre sino la opción de vida (Lc 11,27-28).

 Es por eso que, al ver a tu madre y al discípulo que se dejó amar por ti, fieles los dos a la voluntad del Padre, constantes hasta la muerte, formalizaste desde la cruz el verdadero sentido de tu familia.

 Te pedimos Señor que nos ayudes a tener la docilidad del discípulo amado, que experimentemos tan próximo tu amor que estemos en condiciones de vivir relaciones verdaderamente fraternales bajo la guía y amparo de tu madre.

  

JESÚS MUERE EN LA CRUZ ( Jn 19, 28-30)

 María, tu madre, acostumbrada a meditar las escrituras y a guardar lo que contempla en su corazón, sabía que el Dios de Israel es el Dios que escucha el clamor de los pobres, y te había enseñado desde niño que cuando el pobre grita a Yahveh El lo escucha y lo salva de sus angustias.

 Tu cercanía a Dios Padre y tu amor a los humildes te llevaron a escuchar el clamor de mucha gente: Leprosos, paralíticos, personas poseídas por malos espíritus, extranjeros, muchos se acercaron a ti gritando y Tu escuchaste y respondiste.

 Ahora que la muerte es inminente, lo único que te queda es gritar. Tu camino de obediencia al Padre te ha conducido a la soledad y al abandono total. Tu grito se eleva como una protesta contra todo aquello que destruye la vida y como un llamamiento a defender la vida desde sus más pequeñas manifestaciones. Tu sangre derramada se une a la de Abel, a la de los niños sacrificados en Belén y a la de todos aquellos inocentes que a diario mueren clamando al cielo por justicia (Gen.4,10).

 Tu grito de muerte es para María como una espada que le atraviesa el alma.

 Con tu muerte en la cruz, Jesús, nos invitas a ser defensores de la vida, y a ofrecer nuestra existencia para que se respete la vida de los débiles, y que en nuestra familia y nuestra comunidad tengamos Vida, y una vida en abundancia (Jn 10,10).

  

JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO (Jn 19, 38-43)

 Con tu sepultura, Señor, se quiso silenciar tu paso por la historia; se quiso olvidar tu propuesta y tus demandas.

 Desde niño supiste que el plan de Dios sembraba temor entre los grandes, y desde la persecución de Herodes, te tocó vivir en la periferia; primero huyendo en Egipto, y después escondido en un pequeño pueblo de Galilea.

 Tu vida de joven se vivió en el anonimato, pero la pequeñez, la soledad y el silencio no son sinónimos de sepulcro. En el escondido hogar de Nazaret, junto a María y José, estabas viviendo la vida con mucha intensidad: la vida familiar, la oración, el trabajo, la convivencia, la hospitalidad, las reuniones en la sinagoga, la pobreza de las mayorías, el estudio y la meditación de las escrituras y la vida sencilla vivida en la austeridad te hicieron saborear a plenitud la vida.

 Tu misión en Israel la convertiste en Evangelio: Buena Noticia para pobres, ciegos y oprimidos. Te acercaste a aquellos que estaban como muertos en vida: leprosos, gente dominada por malos espíritus, extranjeros, mujeres enfermas y despreciadas. Y les brindaste una nueva vida. Los liberaste de sus tumbas. La hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y Lázaro, tu amigo, se los arrebataste a la muerte misma.

 Pero lo que no soportaron los “señores”, los maestros, sacerdotes, fariseos y letrados, es que los trataras de sepulcros. Por eso tenían que callarte. Tenías que terminar en el fondo de la fosa.

 Desde tu sepultura, Señor, nos invitas a todos, a la reflexión, la soledad y a meditar en el misterio; a saber descubrir en el silencio, la silenciada voz de la esperanza.

  

JESUS RESUCITA AL TERCER DIA (Jn 20, 1-10)

 Tu resurrección, Señor Jesús, llena de sentido tu vida, tu misión y tu propuesta. Es un canto que proclama el triunfo del amor sobre el pecado. Es la Vida que irrumpe doblegando el poder de la muerte.

 Son los pobres, los humildes, los sencillos, los misericordiosos, los de corazón limpio, con hambre y sed de justicia, que trabajan por la paz y que aceptan incluso ser perseguidos y calumniados por razón de la justicia. Son ellos, los que solo cuentan como José y María con un par de pichones para ofrecer sus vidas; los "locos", los que creen en la verdad, los que se atreven a amar incluso al enemigo; los que comparten, perdonan, sirven y lavan los pies a sus hermanos. Son ellos, sí, los que no buscan los primeros puestos sino que salen al encuentro del hambriento, del sediento, del preso, del desnudo y del enfermo. Son ellos, sí, y sólo ellos, los que acogen como María el plan divino y se ofrecen a si mismos como siervos, los que saben ver las necesidades de su prójimo, son ellos, y solo ellos, los que van caminando por un sendero cierto hacia la VIDA.

 Concédenos, Señor, la gracia de poder comprender lo que el Angel le anunciara a María: que “para Dios no hay nada imposible”. Ayúdanos a entender que la muerte no es la última palabra para nuestro pueblo; que en el corazón de nuestra historia, con dolores como de parto, se está gestando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, porque El ha mirado la humillación de sus siervos.