Nuestra Pascua

El Viejo Testamento es, pues, promesa figurada. El Nuevo es promesa espiritualmente entendida. La Jerusalén que estaba en la tierra pertenecía al Viejo Testamento, pero era la imagen de la Jerusalén que está en el cielo y que pertenece al Nuevo. La circuncisión carnal pertenece al Viejo Testamento; la del corazón al Nuevo. El pueblo es liberado de Egipto según el Viejo Testamento; pero es liberado del diablo según el Nuevo. Los perseguidores egipcios y el faraón persiguen a los judíos que huyen de Egipto; y persiguen al pueblo cristiano sus propios pecados y el diablo, príncipe de los pecados. Y así como los egipcios persiguen a los judíos hasta el mar, así los pecados persiguen a los cristianos hasta el bautismo.

Atended, hermanos, y entended: los judíos son liberados por el mar, y los egipcios son ahogados en el mar: los cristianos son liberados en la remisión de los pecados, los pecados son borrados por el bautismo. Salen los judíos del mar Rojo y caminan por el desierto; así los cristianos, después del bautismo, todavía no están en la tierra de promisión, sino en esperanza. Este mundo es un desierto: para un auténtico cristiano es un desierto después del bautismo, si entiende bien lo que recibió. Si no sólo se verificaron en él signos corporales, sino también efectos espirituales en su corazón, entiende que este mundo es para él un desierto, entiende que vive en peregrinación, que anhela la patria. Y mientras la desea está en esperanza. Estamos salvados en esperanza. Porque lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Y si esperamos lo que no vemos, lo esperamos mediante la paciencia (Rom 8,24-25).

Esta paciencia en el desierto hace que esperemos algo. Quien piensa que ya está en la patria, no llegará a ella. Si se cree en la patria, se queda en el camino. Para no quedarse en el camino, espere la patria, desee la patria, no se desvíe. Porque acaecen tentaciones. Igual que sobrevienen pruebas en el desierto, así sobrevienen tentaciones tras el bautismo. No sólo eran los egipcios los enemigos de los judíos, porque los perseguían al salir de Egipto: esos eran enemigos pasados; así persigue a cada cual su vida pasada y sus propios pecados, con el diablo que es su príncipe. Pero hubo también en el desierto quienes trataron de impedir el camino, y fue menester pelear con ellos y vencerlos. Así, tras el bautismo, cuando el cristiano comienza a recorrer el camino de su corazón con la promesa de la esperanza de Dios, no se desvíe. Sobrevienen tentaciones que sugieren algo diferente, deleites de este mundo, otro género de vida, para que abandone el camino y desista del propósito. Si vence estos deseos y estas sugestiones, los enemigos son superados en el camino y el pueblo llega a la patria.

Sermón 4,9.