29
HOMILÍAS PARA LOS TRES CICLOS DEL DOMINGO DE RAMOS
1-7
1.
J/PASION/CR -La pasión de Dios. La pasión de Cristo no es más que la epifanía de la pasión de Dios por los hombres. En Jesús, en su vida, en sus palabras, en sus milagros, pero sobre todo en su pasión y muerte, se hace evidente para los cristianos todo el misterio insondable del amor de Dios a los hombres. Porque Dios ha empeñado su palabra -Jesús es la palabra de Dios que se ha hecho hombre- en salvar a los hombres, es decir, en rectificar la historia humana, esa historia llena de disparates, de guerras y violencia, de injusticias y desigualdades, en el horizonte de una gran esperanza de justicia, de amor y de paz. La salvación no es más que el proceso de reinserción de los hombres y de los pueblos al seno de la gran familia humana, de la gran fraternidad, de la familia de los hijos de Dios. Toda la Biblia es un testimonio y un monumento impresionante de esta buena voluntad de Dios, experimentada y contada por un pueblo, tan convencido de ello, que se autodefinió el pueblo de Dios. Pero, al parecer, no basta la voluntad y la omnipotencia de Dios. Ese es el escándalo de los que no creen, la tentación de los que creemos.
-La pasión de los hombres. Hace quince siglos, hubo un hombre atormentado por este mismo pensamiento. Pero ese hombre, san Agustín, defensor de la libertad humana frente al fatalismo pelagiano, halló una respuesta en su profunda religiosidad. Decía: el que te creó sin ti, no te salvará sin ti. El misterio del amor y de la omnipotencia de Dios está como atrapado en la libertad humana.
Esa es nuestra responsabilidad. La responsabilidad que llevó a san Pablo a reconocer que tenía que completar la pasión de Cristo. La que hoy nos insta a nosotros a trabajar en ese sentido de completar y colmar la pasión redentora y salvadora de Cristo. Entiéndase bien: debemos completar la pasión, no sumándonos al grupo de sayones y verdugos de los hombres, ni al coro de los espectadores cobardes e insolidarios ante el sufrimiento de los demás, sino muriendo, es decir, dando la vida y viviendo para erradicar de la faz de la tierra toda injusticia, toda desigualdad, toda discriminación, toda marginación y violencia.
¿Una pasión inútil? Es fácil sentenciar que estamos dejados de la mano de Dios, como es fácil ironizar con la inutilidad de la pasión de Cristo. Es fácil, pero es una irresponsabilidad. Si nos atrevemos a levantar la voz clamando al cielo, si nos quejamos contra Dios ante los males que nos afligen, si la duda zarandea nuestra fe o nos refugiamos en la incredulidad, todo eso no nos libra de nuestra responsabilidad. Querríamos pedirle cuentas a Dios, pero, en realidad, somos nosotros los que tenemos que rendir cuentas. ¿Qué hicimos en la muerte de Jesús? ¿Qué hacemos en la pasión y muerte de Jesús, que se perpetúa trágicamente en los que mueren de hambre, en las víctimas del terrorismo y de la violencia, en los millones de empobrecidos, marginados, discriminados y apartados de la mesa del bienestar? ¿Qué hacemos por los otros, por lo demás? No estamos dejados de la mano de Dios. No falla la voluntad de Dios. El cielo y la tierra pasarán, pero su palabra no fallará.
Tampoco ha sido inútil la muerte de Jesús en la cruz, pero sí que son inútiles tantas muertes que se pueden evitar, tantos sufrimientos que se pueden mitigar, tanta hambre y pobreza que se pueden remediar... y no queremos. Sí que son inútiles tantas vidas pedidas en el egoísmo, en la avaricia, en la ambición, en la indiferencia, en la insolidaridad, que luego terminan en una muerte inútil y sin sentido. Porque el que sólo se preocupa de su vida, la pierde; pero el que se desvive por los demás, la gana.
Eso es lo que se ve en el crucificado, porque el que murió en la cruz, fue resucitado de la muerte. Eso es lo que veremos un día, si creemos y sacamos adelante la causa de Jesús, que es la causa de Dios, que es la nuestra.
EUCARISTÍA 1990, 17
2.
Cada vez que lee uno la Pasión de Jesús entiende mejor aquella "bárbara" reacción del rey Clodoveo, que lloraba a gritos mientras se la leía, y echándose mano a la espada, decía: "¡Ah! si hubiese estado yo allí con mis francos". Pero lo estremecedor es que en la pasión de Cristo estábamos todos, seguimos estando todos. La Pasión no es historia, es verdad de cada día. Y sin acudir a sentimentalismos escolares, podemos vernos cada uno de nosotros: o traicionando, negando o ayudando a llevar la cruz; o abofeteando o limpiando el rostro de Jesús; o jugando distraídos a los dados o reconociendo a Jesús como Salvador.
-No desfiguremos la pasión de Cristo. Cinco días separan el domingo de ramos del jueves santo. Cinco días para recordar la pasión y muerte de Jesús de Nazaret en Jerusalén -"la ciudad que asesina a los profetas"-, bajo el poder de Poncio Pilato. Durante estos días saldrán a la calle las procesiones impresionantes de nuestra semana santa, con sus "pasos" y quizás con algún penitente, y se prodigarán sermones apelando al sentimiento popular. Y es posible que todo esto sirva para subrayar, una vez más, el sufrimiento y para fijarlo en la conciencia individual y colectiva como si se tratara de un valor independiente y absoluto. Como si fuera esto, el sufrimiento, el verdadero sentido de la cruz de Cristo, y el cristianismo la religión que invita a los hombres a bendecir el dolor. Pero una interpretación masoquista de la cruz desconocería el significado profundo de la pasión y no ayudaría en nada a los que sufren, ya que no podría prometerles otra bienaventuranza y ofrecerles más consuelo que el de sus propias lágrimas. Los discípulos de Jesús debemos cuidarnos mucho de no desfigurar el mensaje de su pasión.
-¿Por qué murió Jesús? Una primera aproximación al misterio que celebramos debería hacerse escuchando atentamente el evangelio, y descubriendo en el relato de la pasión las causas y motivos que llevaron a Jesús a dar la vida y a sus enemigos a quitarlo de en medio.
Hallaríamos entonces que Jesús no sufre por sufrir -"Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz"-, sino por amor; que padece y muere, voluntariamente, por fidelidad a su misión -"pero hágase tu voluntad"- por coherencia con su mensaje; porque ha venido al mundo para ser testigo de la verdad y la verdad es que Dios ama a todos los hombres, y nosotros debemos amarnos como hermanos. El rechazo de esta verdad es el rechazo de Jesús y, en última instancia, la causa y el motivo por el que sus enemigos lo quitaron de enmedio.
A Jesús lo acusaron de blasfemar ante el sanedrín, y de ser un sedicioso ante el gobernador romano. Pero detrás de estas acusaciones, una religiosa, la otra política, lo que había era un prolongado conflicto entre Jesús y los dirigentes de Israel: sumos sacerdotes y saduceos, escribas y fariseos, herodianos... y, también, los zelotes y demagogos de un exacerbado sentimiento nacionalista. Jesús murió, por lo tanto, por enfrentarse a unos y no complacer a otros. Jesús murió por atacar el templo y lo que el templo representaba, por atacar a los señores del templo, por haber enseñado que vale más la misericordia que sus holocaustos, por haberles dicho que el hombre está por encima del sábado, por haber predicado una justicia mayor que la suya, hasta el punto de que las prostitutas les adelantan en el reinado de Dios. Y murió, también, por no responder a las aspiraciones de un mesianismo a ras de tierra y no consentir que lo aclamaran como rey de los judíos. Por eso, paradójicamente, murió como blasfemo y como sedicioso.
-Jesús frente al pueblo y en favor del pueblo Según el relato de los sinópticos, Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén poco antes del desenlace, cuando sus enemigos se habían confabulado ya contra él y habían decidido su muerte: "conviene que uno muera por todo el pueblo". En aquella ocasión, en su entrada en Jerusalén, fue aclamado por las muchedumbres y pareció que los ideales mesiánicos revivían de pronto, pero la suerte estaba echada y todas las palabras de Jesús dieron paso al tremendo hecho de la cruz. Traicionado por uno de sus discípulos, no pasarían muchas horas sin que le abandonaran los demás. Presa de sus enemigos, condenado por el sanedrín y entregado, después, al poder civil, Jesús comparece como una piltrafa, vestido de rey ante el pueblo: "He aquí al hombre", y contra el hombre solo, la muchedumbre, es decir, un pueblo manipulado. Este pueblo, que le siguió entusiasmado en Galilea, que lo aclamó como Hijo de David en Jerusalén, pide ahora que caiga sobre él la sangre de Jesús.
Pero la soledad de Jesús no acaba aquí, sino en la cruz. Ahí muere como un excomulgado, esto es, como un arrojado de la comunidad religiosa y fuera de los muros de la "ciudad santa", y como un ajusticiado de la sociedad civil. Jesús muere alzado en una cruz frente a la Sinagoga y el Imperio, frente al poder.
En la cruz Jesús, tomando las palabras del salmista, dice: "¡Eli, Eli, lamma sabactani!", es decir: "Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?" Hasta este extremo llega la soledad de Jesús, hasta ese extremo su responsabilidad. Irónicamente, Jesús, el Hijo del Padre, muere en lugar de Jesús Barrabás, "el hijo de su padre", es decir, en lugar de un hombre cualquiera y de cualquier hombre.
Jesús, abandonado del pueblo, muere por todo el pueblo según lo que había dicho Caifás. Pero Jesús, ajusticiado por el poder, muere contra el poder.
-El escándalo de la Cruz ¿Cómo creer que la salvación del mundo está en la cruz? Aquellos que buscan la salvación en la sabiduría humana, los gentiles, verán en la cruz una locura, y los que buscan la salvación en la manifestación triunfalista de Dios, como los judíos, verán en la cruz una debilidad. Para unos y otros la cruz seguirá siendo piedra de tropiezo, escándalo insuperable. Y también lo será para nosotros, si pensamos que la salvación está en la legalidad, en el poder, en la ciencia o en la simple resignación y sufrimiento.
Si pensamos que la salvación está en la riqueza y no en la pobreza, que es desprendimiento y comunicación de todos los bienes; si no creemos que la cruz es una subversión en la jerarquía de valores convencionalmente admitida por los hombres, la misma subversión de valores que predica Jesús en las bienaventuranzas.
EUCARISTÍA 1978, 13
4.
El domingo de ramos, o domingo en la pasión del Señor, abre la semana santa. Durante estos días la iglesia, con mayor insistencia que nunca, reclama nuestra atención para que nos fijemos sobre todo en la cruz de Cristo, para que hagamos memoria de su pasión y muerte bajo el poder de Poncio Pilato. No hace falta subrayar la importancia que la piedad popular confiere en España a estas celebraciones. Pero quizás fuera conveniente preguntarnos si nosotros hacemos o no, desde la fe, una lectura correcta del evangelio, si entendemos de verdad la "palabra de la cruz" o si, por el contrario, donde ésta nos dice "amor" escuchamos solamente "dolor". Porque a fuerza de describir e imaginar los sufrimientos de Cristo, de pasearlos en procesión por las calles y plazas, podemos llegar a desfigurar el rostro de Cristo y a dar la imagen de un Dios que se complace en el sacrificio y en la muerte del hombre, o en su propio sacrificio.
Como si Dios fuera el Dolor y no el Amor. En cuyo caso no habría para los que lloran otro consuelo que el de sus lágrimas. Ahora bien, Cristo no amó el dolor sino que amó a los que sufren. No amó la pobreza, sino a los pobres. No amó la muerte, sino la vida. Y el Dios vivo, Dios y Padre de N. S. Jesucristo, no es un Dios que mortifique a los hombres sino el Dios que resucita a los muertos. La cruz es el símbolo del amor, no la glorificación o divinización del dolor. Es el símbolo de un amor llevado hasta el extremo en un mundo lleno de odio.
Pocas acusaciones tan graves podrían hacerse al cristianismo como la de ser una religión del dolor y del sufrimiento, una religión masoquista. Pues los que aman el dolor por el dolor, no lo desean sólo para sí mismos, sino también para los demás. Sufren y hacen sufrir.
El relato de la pasión y muerte de Jesús no es un drama para llevar a la escena o a la pantalla, no espectáculo para convocar al público en general, y no podemos adoptar ante él una actitud de simples espectadores. Es la revelación del amor, del amor que Dios nos tiene a cada uno y, por tanto, una interpelación.
Contemplar la pasión de Jesús a distancia, admirarla, incluso, adoptar ante ella una actitud estética, es lo mismo que dejarle en la cruz y lavarse las manos como Pilato. Ni la admiración, ni el asombro, ni el aplauso de su conducta o de su doctrina, ni el sentimentalismo están aquí en su lugar: el único que está en su lugar es Jesús y los que le siguen, por amor, hasta la muerte.
El evangelio de la pasión y muerte de Jesús no se anuncia para que aumente el número de espectadores del drama de Jesús, sino para que nos hagamos sus discípulos y le sigamos con la cruz a cuestas, para que respondamos al amor de Dios amando a los hombres como a hijos de Dios. Seamos honestos para con Jesús.
EUCARISTÍA 1982, 17
5.
La cruz de nuestro Señor Jesucristo penetra hoy con toda su fuerza y toda su luz nuestra celebración eucarística. Jesús culmina hoy su camino de entrega a la voluntad del Padre, y entra en Jerusalén para revelar lo que Dios es capaz de hacer por la humanidad a quien tanto ama, y lo que los hombres deben ser capaces de hacer si quieren de veras amar a Dios.
-"He aquí a vuestro Dios" El relato de la pasión nos sobrecoge. Abrámonos a la contemplación reposada de los sufrimientos del Hijo de Dios. La cruz de Cristo es el testimonio supremo del amor de Dios. Cuando penetramos en este amor, siempre se nos escapa su plenitud, mejor dicho, siempre nos aparece mayor. Cristo es más de lo que podemos entender y captar de El. Y su Cruz, puesto que es la culminación de su vida entregada, será siempre inalcanzable.
La Cruz es signo de contradicción, de duda, de fracaso. Aparentemente es el hundimiento de Jesús en el reino de la muerte. Pero para el creyente, su muerte es la señal luminosa de vida, de entrega, de victoria. ¡Aquí tenemos el verdadero rostro de Dios! Desde la cruz de Cristo, Dios es compañero del hombre hasta la muerte. No es ya un Dios impasible, que contempla de lejos nuestras tragedias y que nada quiere hacer para aliviar nuestros sufrimientos. Por la Cruz de Cristo, se nos revela que Dios está siempre a nuestro lado, que calla y acepta sufrir hasta el final toda amargura, que vence la violencia con el amor y el perdón, que vence la misma muerte. Cuando queráis hallar el verdadero rostro de Dios, mirad a su Hijo clavado en la cruz, y comprenderéis hasta qué punto nos ama Dios. Cuando no entendáis el porqué del sufrimiento y de la muerte, recordad que también Cristo luchó, y venció. Si vivimos y morimos con El, también con El resucitaremos.
-"He aquí al Hombre" Porque debemos percibir, en la cruz de Cristo, la salvación que es ofrecida a toda la humanidad. Por eso la celebramos y nos alegramos hoy de que Jesús haya tenido la valentía de entrar en Jerusalén, sabiendo la muerte que allí le esperaba.
Hemos sido salvados por sus heridas y por su muerte. Cuando Cristo, el Hijo de Dios, sufre al lado de los hombres, no es solamente una muerte admirable: es una salvación para siempre y para todos los hombres. Cristo, con la vida que plenamente posee, retira todo poder al mal, y establece la justicia de Dios. Con su luz, ilumina definitivamente toda tiniebla. Por la cruz, restituye al amor su fuerza creadora en el interior del hombre, gracias a la cual la humanidad tiene acceso de nuevo a la plenitud de vida y santidad que proviene de Dios. Se derrama la plenitud de la misericordia. Ahora sí: hay un hombre que ha sido siempre y totalmente fiel. Incluso en el momento del abandono supremo que es la Muerte. Y ahora sí: la victoria llega a todos, porque la solidaridad entre los hombres trae a todos la vida de Cristo. La humanidad ha salido recreada por el amor de Dios. No hay ya pecado capaz de excluir de este amor. Cristo pagó por nosotros: ¡El ha vencido por nosotros; El ha iniciado la humanidad salvada; El es el Redentor del hombre! ¡Sólo en El se encuentra el modelo y el camino de la fidelidad a Dios! Dejemos que la Pasión de Cristo nos penetre con su fuerza.
Unámonos al Cristo crucificado para vivir nuestros sufrimientos y los del mundo con la esperanza cierta de la victoria.
JOAN-ENRIC
VIVES
MISA DOMINICAL 1981, 8
6.
-Ramos y Pasión, el contraste de la vida humana La fiesta de hoy es de palabras, de sentimientos y de tonalidad muy diferentes, casi contradictorias: triunfo junto con nubes de traición y de muerte, procesión festiva de ramos y a la vez relato de la Pasión del Señor con subida al Calvario, ramos de alabanza y de aclamación junto con la ejecución en la cruz... En resumen, gozo y tristeza, vida y muerte. Y quizás, con todo lo que tiene de contradictorio, este día de Ramos "en la Pasión del Señor" es expresión muy clara de lo que es nuestra vida humana y cristiana. Toda ella hecha de contrastes y también, por nuestra parte, de contradicciones y de incoherencias.
Tanto vamos con los ramos de la bondad y de la fiesta, como cargando la cruz del pecado y de la desgracia. Por eso la celebración de hoy nos puede aportar, al llegar a la cumbre del año litúrgico, una luz y una fuerza especiales. Si el júbilo de la entrada en Jerusalén se puede ver oscurecida por las negras nubes de la Pasión y de la Cruz, a la vez podemos descubrir cómo el desmoronamiento de Dios en la densa obscuridad de nuestra historia humana nos abre a una nueva visión: Dios que resucita a Jesús, enaltece al hombre humillado, al hombre anonadado.
Por eso hagamos nuestra -desde ahora y durante toda la semana que ahora empezamos- la súplica con la que se ha iniciado esta eucaristía: "concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección".
-Un itinerario para la Semana Santa Toda la Cuaresma se orienta hacia esta semana que culminará con el triduo pascual, pero que hoy tiene su apertura. Tratemos, pues, de captar en la celebración de hoy el tono, el aire de estos días que iniciamos. ¿Cómo viviremos esta semana? Externamente, cierto que lo haremos de modos diversos, según las edades, el estilo de vida, la situación económica, la situación familiar, el tipo de trabajo o, también, de no-trabajo... Sería bueno que cada uno de los que nos encontramos aquí reunidos, hiciéramos un esfuerzo para imaginar, aunque sea sólo un esbozo, cómo será para nosotros esta semana "santa" en su marco externo (lugar, actividades, entorno de personas, etc)... Si logramos hacernos una cierta imagen del marco ambiental de estos días, nos podemos preguntar ahora: ¿Qué debería tener como nota característica esta semana, dondequiera que nos encontremos y hagamos lo que hagamos? ¿Cuál es el mensaje o el sentido que debería marcar estos próximos días? A la luz de las lecturas bíblicas de hoy (en consonancia con las de los días venideros), se pueden resaltar los siguientes rasgos de una semana vivida bajo la inspiración de la liturgia:
1) Primeramente, RECENTRARNOS EN CRISTO. A lo largo del año, día tras día y domingo tras domingo, la liturgia nos va abriendo de par en par todo el evangelio: luces, enseñanzas, exigencias... siempre enfocados a todos los ángulos de la vida humana cristiana. Sin embargo, ahora, todo parece que se concentra. Estos días, ya desde hoy, nuestra mirada se dirige prácticamente sólo hacia Cristo, un Cristo que penetra hasta el fondo de la existencia humana -hasta el sufrimiento y la muerte, como nos lo presentan las tres lecturas de este domingo-, pero descubriéndonos el último horizonte de la vida (la plenitud de Dios) en la resurrección. Entremos, pues, mediante la contemplación, la oración (siempre alimentada por la palabra bíblica) y participando todo lo que podamos en las celebraciones litúrgicas... entremos en el misterio humano divino de Cristo para captar en él luz y fuerza. Entonces Cristo se nos mostrará más y más como la clave hermenéutica -interpretativa- de todo el edificio de las enseñanzas, de las exigencias, de los proyectos de vida cristiana que durante el año hemos procurado construir.
Comprenderemos mejor cómo ser cristiano es entender la vida y vivirla desde Cristo.
2) Pero CRISTO HA ASUMIDO LA VIDA HUMANA PLENAMENTE, con dolor y muerte incluidos. De aquí que nuestra contemplación de Cristo sólo será auténtica, y no un sueño piadoso, si nos hace más seriamente humanos: asumiendo -cargando- los dolores y paladeando los gozos de la vida; luchando solidariamente para disminuir el sufrimiento de los demás; viviendo nuestra vida, a menudo marcada por las nubes y la tempestad, con la esperanza en el corazón...
Una esperanza que no es puramente un estado psicológico de entusiasmo, más bien subjetivo, sino que se nos da en Cristo: mirando la vida con sus ojos, amando la vida -sobre todo, los hombres- con su corazón, dejándonos arrastrar por la fuerza de su Espíritu.
Estemos donde estemos, ¡celebremos la semana santa! No existe ninguna situación que fatalmente nos impide revivir con mayor plenitud a Cristo, tratando de renovar en nosotros sus sentimientos y actitudes. ¡Hagámoslo! Los ramos nos llevarán al aleluya pascual.
J.
RAMBLA
MISA DOMINICAL 1986, 7
7. J/PASION:
Hermanos y hermanas: la larga lectura de la Pasión que acabamos de escuchar, ha fijado nuestra mirada en aquel que será el centro de todo cuanto vamos a celebrar en los próximos días: Jesús, el Señor, que con toda fidelidad, con todo amor, sigue el camino que le llevará a la cruz y nos abrirá a nosotros las puertas de la vida.
-Creemos en Jesús, el condenado a muerte por amor Como cada año, estos días santos nos conducen al recuerdo y a la celebración de lo más hondo que creemos, lo más vivo de nuestra fe cristiana. Nosotros, hermanos -y vale la pena que nos detengamos a pensarlo- creemos en ese hombre que la autoridad ha detenido, que ha sido víctima de un juicio sumarísimo, que no ha podido defenderse de las calumnias que se han lanzado contra él, que ha tenido que pasar como un ladrón y un bandolero, que ha sido duramente torturado, que ha terminado su carrera del modo más desgraciado: ejecutado en público, como un espectáculo. Nosotros creemos en él. Porque sabemos entender -sabemos creer- que esta muerte tan desgraciada es la muerte de alguien que había convertido su vida en un constante e inagotable manantial de bondad, de amor, de pasión por la justicia y la libertad. La muerte de alguien -y ésta es nuestra fe- que vivió poniendo en el mundo todo aquello que Dios es: vida y más vida, verdad y más verdad, servicio, lealtad infinita a los hombres. Alguien que nos hizo conocer totalmente lo que Dios es. Porque Dios es esto: el camino que siguió Jesucristo; las palabras, los hechos, las esperanzas que sembró en el mundo.
-Queremos seguir a Jesús, nuestro camino Esta vida, la de Jesús, terminó así: chocó totalmente con tanto mal, tanta cobardía, tanto pecado, tanta miseria como hay en nuestro mundo, y murió. Pero nosotros creemos -y por eso nos reunimos y lo celebramos- que esta muerte tan llena de fidelidad, tan llena de amor, ha abierto un camino. Que por entre el apretado bosque lleno de tropiezos que es nuestra realidad, el bosque que nadie sabía cómo atravesar y en el que todos se perdían, él, el Hijo de Dios, a golpes de amor, ha abierto un camino para que todos podamos seguirle. Con la certeza de que, por difícil que todo parezca a menudo, el que quiere podrá encontrar en él vida y paz y salvación y gracia. Para ahora y para siempre.
Por eso hoy, al empezar esta Semana Santa, nos unimos gozosamente a los hombres y mujeres y niños que hace tantos años, en Jerusalén, recibieron a Jesús que entraba en la ciudad con ramos y palmas y gritos de júbilo. Porque reconocemos en él a aquél en quien queremos creer, a aquél a quien queremos seguir. Porque afirmamos que su cruz es la fuente de la que brota vida para todos. Porque decididamente sentimos encendida dentro de nosotros la llama de su resurrección, la clara luz que, como momento culminante de esos días santos, celebraremos en la Pascua.
-Dispongámonos a celebrar estos días santos Que este domingo de Ramos sea para todos, pues, el último toque de clarín que nos abre a la celebración de la muerte y la resurrección de Jesucristo. El Jueves empezaremos a compartir estos días centrales en el recuerdo de la Eucaristía, aquella señal de amor que hace presente en medio de nosotros al mismo Jesús, muerto y resucitado. El Viernes será el gran momento que dedicaremos a contemplar a Jesús que sube a la cruz, con total entrega, para que nosotros renazcamos de nuevo. Y todo llegará a su culminación en la Vigilia pascual, el sábado por la noche, en la fiesta más grande que tenemos los cristianos, cuando celebraremos esta entrega plena de Jesús estallando en vida para siempre, en vida para todos.
Hermanos, celebremos muy de verdad estos días santos. En ellos se hace presente todo lo más grande y profundo que tenemos. Que nuestra participación en las celebraciones que nos reúnen como Iglesia -sea aquí en la parroquia, sea en otro lugar si salimos-, y en los momentos de silencio y reflexión que cada uno pueda buscarse, nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor. Y que esta Eucaristía del domingo de Ramos que ahora vamos a celebrar nos haga participar de la vida nueva de Jesús, nuestro Señor, nuestro salvador.
JOSÉ
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990, 23